domingo, 21 de julio de 2024

Juguetes y sus puntos de vista: ¿Desde el niño o el adulto?

 El gran Filósofo del arte y crítico de arte Walter Benjamín (figura importante de la Escuela Frankfurt), en 1928 ya definió aspectos que más adelante elaboró Winnicott sobre juguetes. Dice W. Benjamín:

"el jugar sigue considerándose desde el punto de vista del adulto, y teniéndose casi exclusivamente como un ejercicio de imitación del mundo del adulto. Hasta el siglo XIX se desconocía al bebé en tanto ser dotado de espíritu propio: el adulto era el ideal en cuya imagen el educador trataba de formar a los niños. Ese racionalismo que veía en el niño un adulto en miniatura. Para el niño que juega, la muñeca puede ser niña o adulta.
Los objetos de tamaño casi natural son expresión de la inseguridad que el burgués no es capaz de superar al tratar con el niño. La conciencia de culpa, encaja perfectamente con los tamaños tontamente desproporcionados."
Continúa Benjamín (1928) empleando a Freud, añadiendo:
"Sabemos que para niño el alma del juego radica en eso, que nada lo hace más feliz que el "¡otra vez!". El oscuro afán de reiteración no es menos poderoso ni menos astuto en el juego, que el impulso sexual en el amor. No en vano creía Freud haber descubierto en él un "más allá del principio del placer". En efecto, toda vivencia profunda busca insaciablemente, hasta el final, repetición y retorno, busca el restablecimiento.
Todo podría lograrse a la perfección, si las cosas pudieran realizarse dos veces"; el niño procede de acuerdo con este verso de Goethe. Pero para él no han de ser dos las veces, sino una y otra vez, cien, mil veces. Esto no sólo es el modo de dominar experiencias primitivamente terroríficas mediante el embotamiento, la provocación traviesa, la parodia, sino también la de gozar una y otra vez, y del modo más intenso, de triunfos y victorias. El adulto libera su corazón del temor y disfruta nuevamente de su dicha, cuando habla de ellos. El niño los recrea, vuelve a empezar. La esencia del jugar no es un "hacer como...", sino un "hacer una y otra vez", la transformación de la vivencia más emocionante en un hábito. Porque el juego, y ninguna otra cosa, es la partera de todo hábito. Comer, dormir, vestirse, lavarse, tienen que inculcarse al pequeño en forma de juego, al ritmo que marcan las canciones infantiles. El hábito entra en la vida como juego; en él aun en sus formas más rígidas, perdura una pizca de juego hasta el final."
Para concluir con Benjamín (1928) no debemos olvidar aquel: "error fundamental de considerar la carga imaginativa de los juguetes como determinante del juego del niño; en realidad, sucede más bien al revés. Si el niño quiere arrastrar algo, se convierte en caballo. Conocemos algunos juguetes antiquísimos que prescinden de toda máscara imaginativa, tanto más genuinos cuanto menos le significan para el adulto. Porque cuanto más atractivos, son los juguetes, tanto menos "útiles" son para jugar; cuanto más ilimitada se manifiesta en ellos la imitación, tanto más se alejan del juego real, vivido".

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