No es poco común encontrar hablar del hipotético yo fuerte del obsesivo, posición que, por supuesto, debe leerse como participando de lo defensivo del fantasma, respuesta a la castración.
Sin embargo, no es menos cierto que podríamos hablar también de una “fortaleza histérica”, llamémosla así.
El sujeto histérico fue una condición fundamental para el surgimiento del psicoanálisis. En la época de Freud las histéricas ponían en acto de un modo claro la división del sujeto, su evanescencia y de allí el valor patognomónico de los desmayos, como síntomas.
Esta parece ser una cuestión profundamente relevante y atinente a la época, ¿a consecuencia de qué el desmayo histérico ya no constituye una síntoma que define a la histeria? No puede decirse que ya no acontece en ningún caso, pero hay una incidencia que se perdió, y es atribuible, pareciera ser, a ciertas coordenadas actuales del Otro.
Concomitantemente a esto se vuelve patente cierta dominancia de síntomas obsesivos que, parece ser, hacen posible leer, a nivel de la posición del sujeto histérico, una posición asumida por el sujeto, que asemeja esa fortaleza de la que partimos.
Esa configuración del Otro a la que referimos implica un obstáculo a la dialéctica del deseo y determina, por ende, efectos a nivel de la operación de la castración.
Si, desde Freud, la posición del sujeto histérico conlleva una relación mucho más aceitada al deseo que en la neurosis obsesiva, una afectación en el lugar de ese deseo determina consecuencias en la posición del sujeto. Y eso es lo que podría llamarse la fortaleza histérica.
Consistiría en un reforzamiento de esa posición de ser el falo, refuerzo que atenta contra ese vínculo con el deseo. Leído así podría afirmarse que la fortaleza es el efecto de un reforzamiento de la represión, o también, a mayor represión más fálica se vuelve la posición subjetiva.
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