Es posible plasmar una tripartición que es índice de la falta de un objeto complementario para el sujeto. Es la que se da entre el deseo, la pulsión y la demanda. Esta tríada conllevará, entonces, tres modalidades y estatutos distintos del objeto.
Respecto de la demanda puntualmente, reviste dos modalidades. Es, por un lado, tomada desde la enunciación del grafo, una pulsional concomitante del corte que el significante insufla en el sujeto.
Pero es también una de amor, si la tomamos a nivel del piso inferior del grafo. Allí se juega una circularidad que está en la base de ese campo que Lacan puede llamar tanto la función primaria de la palabra, como de la verdad.
Esa demanda que se entrama topológicamente entre el sujeto y el Otro viene a funcionar como vehículo, condición de posibilidad del deseo.
Éste se pone en juego en tanto se viabiliza un más allá de la demanda, y esto es posible en la medida en que el Otro quede a su vez afectado por el no saber. Partiendo de este planteo: ¿a qué responden esas coyunturas subjetivas en las cuales, dolorosamente, el sujeto puede manifestar sus dificultades para enamorarse? No para querer, sino para enamorarse.
Podemos leer en ello el efecto de un modo en la configuración del campo de la demanda. Si ésta es el vehículo del deseo, lo es en la medida en que deja un margen. O sea que se delimita algo más allá de sí misma, y que escapa a la significación que es posible dentro del campo de la demanda.
Más allá de su raigambre narcisista el amor tiene a la falta como horizonte. De allí que Lacan puede plasmar que se trata de un don, del que no se tiene; a alguien que no quiere eso. El don aquí deviene el modo simbólico del objeto que vuelve al otro/Otro presente sobre el fondo de su ausencia. Si el amor es lo que permite, a su vez, al goce condescender al deseo, lo doloroso del no poder enamorarse puede leerse como el índice de que ese más allá de la demanda de amor no fue habilitado, porque algún goce tomó su relevo. Y allí Lacan es categórico: esto hace al Otro no confiable.
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