Considerado desde el sentido común, podría suponerse alguna continuidad o solapamiento, o incluso equivalencia entre lo que pertenece al orden de la mirada y lo que es del orden de lo visual.
Sin embargo, para el psicoanálisis, y esencialmente desde el planteo de Lacan, es muy claro que se hace necesario separar ambas dimensiones, por cuanto pertenecen a registros distintos.
Lo visual es una perspectiva que forma parte de las consideraciones iniciales de su planteo. Es aquello que se juega a nivel del estadio del espejo, o sea del espejo tomado como plano, lo que es pasible de plasmar en una imagen, o sea, lo que es pasible de ser representado a través de ella.
La construcción del moi, entonces, participa de este campo de lo visual. Por cuanto implica ese plano que es el espejo, y el achatamiento o aplanamiento, en términos topológicos, que le es consustancial.
De otro orden es aquello que pertenece al campo escópico, y que es propio de la mirada. La mirada funciona de alguna manera como un punto de fuga respecto de la imagen, respecto del espejo plano, lo que significa que no está incluida en el espejo. Pero es necesario dar un paso más: la imagen del espejo se constituye en la medida en la cual la mirada quede excluida.
En ese sentido, por no entrar en lo geométrico y plano del espejo, es que la mirada es ciega, así como la voz es muda y en tanto tal se diferencia de la palabra. Que la mirada sea ciega quiere decir que participa de una opacidad que se contrapone a los brillos de la imagen, a los engalanamiento fálicos con la cual la imagen consiste.
Si lo visual, entonces, forma parte del campo del espejo, y en tanto tal de lo imaginario, es solidario del cuerpo libidinizado de la imagen. La mirada, en cambio, se especifica por ser uno de los objetos de la pulsión, o sea la consecuencia, el precipitado de un corte que afecta al cuerpo, el pulsional.
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