El narcisismo suele entenderse como un obstáculo frente a la división del sujeto. Sin embargo, si lo analizamos desde la perspectiva del registro imaginario, es posible destacar su papel fundamental en la constitución subjetiva.
Esta dimensión tiene un valor estructurante. Para Freud, el narcisismo funciona como un puente que permite la transición del autoerotismo al amor objetal. Es decir, opera como la configuración subjetiva que posibilita el tránsito desde una satisfacción desligada de la relación con otro cuerpo —aunque no del Otro simbólico— hacia una que involucra la relación con el cuerpo de un partenaire.
Desde la perspectiva de Lacan, específicamente en su seminario La angustia, se subraya la relevancia de las vestiduras fálicas como condición indispensable para que el sujeto, en tanto objeto, pueda situarse como causa del deseo del Otro. En otras palabras, no es posible generar el deseo del Otro, ni ocupar un lugar en ese Otro, sin el revestimiento imaginario que configura al sujeto como objeto deseable.
Así, al considerar el narcisismo desde su valor en el registro imaginario, emerge su función configurante y estructurante. Allí donde el sujeto se desvanece como efecto del significante, el narcisismo introduce una ilusión de consistencia necesaria para sostener al cuerpo. Aunque el sujeto no es el cuerpo, necesita uno que lo sustente.
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