Una consistencia del cuerpo
Es cierto que Lacan emprende el inicio de su enseñanza apoyado en cierta crítica del registro imaginario. Pero no porque esté no resulte indispensable en el advenimiento del sujeto, sino porque está embarcado en una crítica en cuanto a cierta imaginarización de la práctica analítica a partir de una desvalorización de la función de la palabra. Paulatinamente el valor, diría operatorio, de lo imaginario se vuelve cada vez más evidente, y se hace posible situar una serie en su conceptualización: imagen, significación, engalanadura, semblante y consistencia.
Por esta serie pareciera que el valor operatorio de lo imaginario alcanza un grado significativo a nivel de lo nodal borromeo. Allí, se trata de tres consistencias que se anudan, y el término consistencia viene a indicar una vuelta de tuerca sobre lo imaginario. Hablar de la consistencia de la cuerda es señalar que no hay delimitación posible del agujero, sin lo imaginario.
Una cuestión resalta especialmente, que para construir esta formalización debe salir de lo plano del papel. Y entonces recurre a la cuerda… como consistencia. En la cadena se trata de R, S e I como redondeles de cuerda enlazados. O sea que, consistencia mediante, se enlazan tres agujeros.
Nos encontramos aquí frente a una elaboración sobre el cuerpo, acerca del modo en que se construye cierta arquitectura de agujeros a partir del modo en que se enlazan, si puede decirse, los agujeros corporales.
Es una manera novedosa de formalizar el montaje pulsional. Más generalmente, y economía política mediante, se trata del problema de como se distribuye corporalmente el goce. El cual queda delimitado a partir de los tres campos que se establecen por las lúnulas que se reparten en los cruces de una consistencia con otra.
Una consistencia que da cuerpo
La lógica de la cadena borromea acarrea la incidencia de lo imaginario desde dos perspectivas. En primer lugar, tomado por la dimensión de la cuerda, consistencia que le da cuerpo (si puede plantearse así) a cada uno de sus registros; en segundo término, el aplanamiento requerido como condición de lectura del calce que los mantiene juntos.
Con lo cual, lo imaginario es esencial a la posibilidad de considerar a la cadena borromea como una escritura. Entonces no hay escritura sin imaginario, cuestión que pudiera resultar llamativa, por cuanto rápidamente nos sentiríamos tentados de suponer que la escritura tiene una mayor apoyatura en lo simbólico. Sin embargo, el carácter decisivo de lo imaginario en el estatuto de la escritura se desprende de la afirmación lacaniana por la cual la cadena borromea aspira a ser una excepción, por romper las coordenadas del plano.
Establecidas estas consideraciones de principio se deslinda la necesariedad del cuarto para hacer posible la ruptura de la homogeneidad entre los registros anudados. Entonces este cuarto pone en juego una heterogeneidad que podemos, en principio, asociar a la incidencia de algo simbólico (cuestión que será discutida por Lacan).
Además, si la consistencia es lo imaginario del encadenamiento; que cada una de ellas ex-sista a los otros dos pone en forma lo real del encadenamiento.
Esta ex-sistencia de cada uno de ellos implica su no interpenetración, con lo cual, si corto cualquiera, el lazo se desarma. Esto indica por un lado que no hay primacía de ninguno por encima de los otros; además, vuelve patente la ruptura de lo serial del encadenamiento, que fue un baluarte de la primacía de lo simbólico en los comienzos de su enseñanza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario