Si tuviéramos que sintetizar el valor fundante del Nombre del Padre en los primeros desarrollos de Lacan, podríamos decir que funciona como un punto de capitón para el deseo inconsciente. Es decir, establece un nudo estructural que ancla la relación del sujeto con el deseo del Otro.
Esta función es esencial porque permite liberar al niño de la posición de súbdito, en la que inicialmente queda atrapado en la primera simbolización. Sin embargo, la operación del Nombre del Padre no implica una desaparición total del goce, sino que deja un resto. Lacan alude a esto en La lógica del fantasma, cuando señala que en la relación con el cuerpo del Otro, el niño “se lleva” algo.
Este planteo articula la operación del Nombre del Padre con la constitución del fantasma, a través del mecanismo de la separación. En este proceso, el Nombre del Padre une deseo y ley, estableciéndolos como dos caras de una misma moneda. Al mismo tiempo, la separación se vuelve efectiva porque el niño no se aparta simplemente del Otro, sino que se lleva consigo un objeto. Se aliena al significante, pero al mismo tiempo, se separa con el objeto.
Este punto es crucial: el niño se separa, pero no del todo. Aquí emerge la incidencia del objeto a, que no está incluido en la metáfora paterna, ya que esta opera mediante una sustitución significante, mientras que el objeto a no es un significante.
Esta evolución en el pensamiento de Lacan responde a un límite clínico: el falo no es suficiente para explicar las relaciones de deseo, demanda y goce entre el niño y el Otro. Esto plantea un interrogante central: ¿cómo se articula esta problemática con la pluralización del Nombre del Padre?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario