La única clase del que habría sido el Seminario 11 de Lacan, interrumpido tras su ruptura con la IPA, marca un punto de inflexión en su enseñanza: la pluralización del Nombre del Padre. Este giro teórico sienta las bases para su posterior conceptualización del Padre como suplencia, que años más tarde se articulará en la noción de síntoma.
Uno de los vectores que orientan este cambio es la angustia, entendida no solo como afecto, sino como un impasse en lo simbólico. Lacan avanza hacia una teorización que va más allá de la metáfora paterna, orientándose hacia lo real. Si lo real se manifiesta en la clínica como aquello que resiste la simbolización, y el Nombre del Padre es el significante que estructura el campo simbólico, entonces surge una pregunta clave: ¿cómo entramar lo real dentro de la operación del Nombre del Padre?
Aquí se establece una oposición fundamental:
- El significante, que engaña.
- Lo real, que no engaña.
Esta distinción se vincula con una reformulación del concepto de objeto a. Producto de un corte, el objeto a se subjetiva a través de la angustia, un afecto que introduce un agujero en la inteligibilidad, ya que pertenece al orden de lo que no se comprende.
En este contexto, Lacan pone en tensión el determinismo y la causalidad. Desde sus primeras formulaciones, la pregunta sobre la causalidad en psicoanálisis lo ha acompañado. Sin embargo, en la transición entre los Seminarios 10 y 11, la causalidad ya no se reduce únicamente a la causa del deseo, sino que también incluye al significante como causa material del inconsciente.
Lo novedoso de este planteo es que entre la causa y su efecto se abre un intervalo, una hiancia, lo que introduce una paradoja central: que haya causa no garantiza que el efecto se realice.
Quizás por esta razón, al final del seminario La angustia, Lacan se detiene en una pregunta fundamental: ¿qué es el deseo del Padre?.
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