Cuando los periódicos comenzaron a escribir sobre la epidemia que asolaba a la ciudad china de Wuhan, producida por una mutación del coronavirus, variedad llamada COVID 19 de un ARN virus conocido desde hace décadas, causante por ejemplo del resfrío común, pero con una inquietante capacidad de mutación; parecía imposible de prever lo que rápidamente se instalaría en el planeta como una temible pandemia.
Recurramos por un momento a la etimología. Pan significa en griego aproximadamente “todo”. Es por ello que el prefijo pan precede a varios vocablos para indicar un abarcamiento de la totalidad. Ese vocablo también se refiere al tiempo, indicando en esa lengua algo así como “para siempre”. Demos designa a la población. Por lo cual pandemia resalta el carácter universal, la totalidad de la población mundial acechada por este microorganismo –esperemos que no para siempre- del cual, como todos los virus, ni siquiera puede afirmarse con certeza que sea un ser vivo. Se trata en los virus de un fragmento de ácido nucleico (ADN o ARN virus) recubierto por una capa de lipoproteínas. Por sí mismos no pueden reproducirse ni perdurar más que unas horas o días sobre mucosas, secreciones o superficies manchadas con esas pequeñas gotas llamadas de Flüge. Ingresando en las células de nuestras mucosas, tomándolos por asalto y parasitándolas, utilizando sus ribosomas, aparatos de Golgi donde se comanda su reproducción, logran copiar su secuencia, y muchas veces mutar: es decir cambiar la secuencia de esos ácidos que de tres en tres denominamos genes. Mutación que puede producir cepas más benignas; pero también hacerlas aun más malignas y fabricar potencialmente miles de copias que se apropian cada vez de más células del viviente infectado. La situación, en efecto, produce pánico. Que también refiere al prefijo pan, para representar, en la mitología griega, a un dios ejecutor de un goce todo, este pueblo tan inventivo y rico en personajes mitológicos forjó la figura del dios Pan. Se trata de una divinidad mitad hombre y mitad animal, indicando esta última naturaleza a la que pertenece lo irrestricto, casi instintual de su búsqueda de satisfacción. Según la leyenda este ser anfibio poseía una capacidad sexual apabullante cuya consecución prescindía de la aquiescencia de las jóvenes mujeres o los efebos a los que por igual perseguía en cuanto le vinieran ganas. Corría tras de ninfas y muchachos jóvenes con igual pasión. Formaba parte del cortejo del desmesurado Dionisio, dios del vino, la ebriedad, la pasión, la bacanal. Uno de los mitos de su engendramiento lo hace hijo de Zeus e Hybris, la desmesura, característica que heredará de su madre. Sus víctimas, aterradas, corrían despavoridas cuando Pan se les acercaba. Dado que se sabían incapaces de no ser tomadas en ese goce superlativo. Lo quisieran o no, se sentían ya objeto consumido por su apetito desencadenado. Colegían que sus cuerpos habrían de ser utilizados para lo que a su divina voluntad de goce le apeteciera. Así fuera no solo de la satisfacción sexual sino el eventual ímpetu de daño, secuestro o asesinato.
De esa fuente mitológica proviene la palabra pánico. De ese terror, de esa sensación de inermidad y total indefensión, casi de ese horror que experimentaban sus sufridos elegidos cuando ese dios se aproximaba. De ahí proviene la palabra pánico, designando un sentimiento adecuado cuando un peligro de daño real se avecina.
En el caso de esta variedad de la familia corona, COVID 19, es toda la población del planeta la que potencialmente podría ser parasitada por este extraño ser inclasificable.
Primera cuestión para el psicoanálisis: al ocuparse este de la singularidad, que ni siquiera es lógicamente lo particular, es decir un conjunto de sujetos; sino de cada sujeto en nombre propio y uno por uno, no está habilitado para dar soluciones universales.
Lo que no le impide, como trataré de expresar más adelante, hacer algunas muy acotadas intervenciones sobre la subjetividad y su tendencia a llamar al Padre cuando se siente en peligro. Suele suceder que a ese llamado respondan, en vez de bajar de los cielos bondadosos ángeles protectores, aquellos personajes que Lacan llamó “los dioses oscuros”. Confundidos, los humanos descubren de pronto su fragilidad y su carácter mortal….y se entregan a su patrocinio.
Un ejemplo estremecedor lo constituye el caso de la Alemania de fines de la década de 1930. Devastada por la hiperinflación, humillada por el pesado tributo que le exigía el tratado de Versailles luego de la derrota en la Primera Guerra Mundial, cayó, en pánico, en eso que Freud describió magníficamente en su Psicología de las masas y análisis del yo como la “hipnosis colectiva”. Erigió a Hitler en Führer, su conductor y salvador. Líder carismático y paranoico de bizarros modales de arrabal, probablemente en otras circunstancias en su polis hubiera terminado sus días como un borracho predicando su nacionalismo barato y su prejuicioso e inculto antisemitismo en una taberna de su natal Bavaria. En cambio, en medio de la desolación, el hambre, la hiperinflación, la humillación y la incertidumbre, el pueblo alemán anheló al Padre salvador para situarse bajo su temible cobijo. Fue escuchado: acudió a la cita Adolf, el sargento inculto, el barrabrava violento, el dios oscuro con su cortejo de adláteres proclamadores de la pureza de la raza y el elogio de la muerte.
Frente a la adversidad, para quien no ha logrado hacer del padre una posición inconsciente, para quien no ha llegado pues a la verdadera adultez (que no pasa por los años que indica el calendario) resulta fácil retroceder al infantilismo. Pasada la niñez y adolescencia la llamada al padre solo puede acercar a nuestras vidas a la oscuridad del patrono terrible, del dios oscuro, del infalible portador de soluciones, un personaje que nos salve y a quien se le delega el poder de castigarnos. En pueblos asustados, doblegados, reducidos a la precariedad y con enorme marginalidad la historia nos ha llenado de ejemplos.
Cierto es que hay lideres de otra naturaleza, se esté de acuerdo o no con ellos, desde Churchill y Roosevelt hasta Mandela y Gandhi. Pero no suelen abundar. Por lo cual, para el analista, la mejor garantía -parcial como todas en el terreno de lo humano- es el arribo, durante el transcurso del análisis, al punto de hacer menguar, y luego acabar con la religión del Padre.
Sería esperanzador que apareciera en el horizonte uno de estos raros jefes de estado, dotados de la cualidad de deponerse cuando su tiempo haya acabado, pero es más bien raro, por lo que el análisis personal suele favorecer que aparezcan los recursos con que cada quien se las vea con la situación traumática que le toque enfrentar.
Pues bien: la aparición de esta variedad viral pone al mundo entero en una de estas situaciones. Lo que debe alertar al analista a desalentar esta suerte de pedido infantil. Antes que intentar cerrar las grietas de la ignorancia, suele ser más provechoso sacar partido de ella. Los médicos, biólogos y virólogos poco saben del origen de esta mutación. Y los más serios y respetables hacen bien en decirlo francamente. Mientras, conscientes de los gaps de su saber, avanzan en la investigación.
Los que no soportan la angustia o imaginan poder superarla con falsa suficiencia acuden a teorías conspirativas (imposibles de comprobar aunque no imposibles) o bien ofrecen soluciones “revolucionarias” muchas veces merecedoras de la ironía de un Groucho Marx.
Tratando de hacer honor a los párrafos que anteceden un analista debiera atenerse a lo que sí sabe y dejar sentado que, sobre este fenómeno de la pandemia, se encuentra apenas entre el instante de ver y el tiempo de comprender. Cualquiera que hoy afirmara estar en el momento de concluir estaría engañándose a sí mismo o cometiendo una estafa.
Pero no se trata de que no podamos acercar, nutridos de los maestros, algunas ideas. Hemos acudido a Freud quien, ante el avance del nazismo y habitando Viena como judío en verdadero peligro de muerte, se dedica a escribir un tratado sobre las masas que hasta hoy nos ilumina sobre los efectos de manada. En este volumen imprescindible es de señalar que no menciona ni una sola vez a Hitler ni al partido nacional socialista. Por fuera de cualquier disputa facciosa, escribe un tratado que va a transcender a su tiempo histórico. Amenazado él mismo y toda su familia, se sobrepone a la opinión personal y formaliza esa tendencia humana a llamar a la vieja figura forjada por Darwin: el padre de la horda, père-ourang, el orangután precultural que con su fuerza nos defienda.
Lacan, por su parte llamó “Dioses oscuros” a los líderes totalitarios que nos prometen un “mundo feliz”, eso sí, una vez librados de los “enemigos del pueblo” aquellos que nos impedirían el alcance de esa cesación del inevitable dolor de existir. Afirmó que de la fascinación que los altares que erigen los humanos a estos dioses resulta difícil escapar.
Freud afirmó que siempre se puede sumar un miembro más a la masa…. a condición de que se constituya, a como de lugar, un enemigo a quien odiar. Bien lo saben los líderes carismáticos, quienes señalan al judío, al negro, al extranjero, para algunos a la maldad ínsita del pobre, para otros a la maldad innata del rico…para coligar a sus hipnotizados adherentes sumidos en alguna situación de miedo.
Freud, en su El malestar en la cultura, enumeró tres fuentes de tal malestar: la naturaleza y sus fuerzas desatadas –frente a las cuales el humano poco puede hacer-, el propio cuerpo -prometido, como lo está a la decadencia y la muerte-; y por fin el prójimo, dado que de él provienen potencialmente a la vez nuestro mejor auxilio y las más temibles de las agresiones.
Esta pandemia reúne en su potencial deletéreo a estas tres fuentes de agresión. Proviene de la naturaleza, a la cual pertenecen los ácidos nucleicos que hacen a la patogenicidad del virus. Este, a su vez, es capaz de dañar severamente o llevar a la muerte al cuerpo propio, por el que profesamos una adoración narcisista. Y, por fin, transforma al prójimo, aún el más cercano y amado en un potencial infectante peligroso.
Están pues dadas las condiciones, sobre las que una analista –sin salirse del territorio donde le es lícito actuar- puede hacer pesar su palabra en la extensión.
Es su oportunidad de desalentar el llamado al patrono salvador, al buen papá que nos salve, al conductor infalible que nos guíe, así tome este guía supuesto infalible la figura de un estado anónimo y angelical. Pues el miedo y las idealizaciones cargadas de ideología tienden a olvidar que éste está conducido por sujetos que bien pueden ser un Roosevelt o un Gandhi aunque suela suceder que se trate de un Stalin o un Mussolini. La idealización ideológica también habita en quienes suponen al Mercado y su supuesta autoregulación el Saber Absoluto, como si éste no estuviera también regido por actores humanos.
No estamos afirmando que el caso de Adolf Hitler sea homologable al de los predadores líderes totalitarios que asolaron el planeta. Al señalar el entero del pueblo judío como enemigo de la humanidad y proponer su aterradora Endlösung admitimos que su caso es incomparable. Pero, aun así, muestra la dirección deletérea a la que puede arribar el anhelo de un salvador.
Para dar ejemplos de forma extremadamente ideológica de enfrentar la pandemia podemos nombrar a Donald Trump o Jair Bolsonaro (que alentaron a que la gente se abrace y bese, se reúna y festeje) y su fe ciega en el mercado. En aparente otro extremo (del planeta y aparentemente del arco ideológico) China y su temible política de vigilancia biopolítica, donde no hay resquicio alguno que quede librado a la privacidad de los goces de cada ciudadano.
Sin salirse entonces de las acotadas intervenciones que un analista puede realizar en el territorio de la extensión, este puede señalar el peligro que entraña, durante una situación de miedo, de peligro real, de pobreza, e inermidad de acudir a la solución de temible facilismo es convocar a un líder mesiánico a quien se le atribuya poderes extraordinarios.
Pues estamos advertidos de que, al otorgar tales poderes de excepción a un sujeto o institución nos ponemos en riesgo cierto de darnos cuenta muy tarde que nos hallamos frente al imperio de un dios oscuro.
Reflexiones sobre la intensión
La pandemia que padecemos es algo de lo real apenas anudado a elementos simbólicos. Sabemos, con los datos que nos ofrece la ciencia, en verdad muy poco: que se trata de una mutación de un virus Corona, tal como más arriba comentamos. Sabemos poco: es un ARN virus de una sola cadena que se propaga muy rápidamente y se divide a altísima velocidad. Se sabe también que las cepas son distintas en las diferentes latitudes y altitudes del planeta. Ni siquiera se está seguro cuánto tarda en mantener su patogenicidad sobre las superficies que nos extenuamos en limpiar. No se ha encontrado hasta la fecha aun vacuna que prevenga la infección, ni antivirales que lo combatan. Los fármacos que se han propuesto son altamente tóxicos y aun así los resultados no son concluyentes.
A falta de un amarre simbólico el imaginario prolifera y es aterrador: escenas de fosas comunes, de unidades de terapia intensiva atestadas, poblaciones fantasmales en aislamiento social, cubiertos con tapabocas y máscaras, alejados unos de otros, mensajes en las radios que animan a delatar a números ofertados por los gobiernos a quienes incumplan las reglas…imágenes de microscopio electrónico del virus en forma de bizarra corona…teorías conspirativas que intentan rellenar las grietas de la ignorancia. Consejos “médicos” que apelan a viejas prácticas (aspiración de vahos de vapor, gárgaras de todo tipo, tés calientes…). Apelación a teorías o antiguos saberes que pretenden llenar los huecos de lo que no se sabe. Reiteramos: suele resultar más útil sacar partido de la ignorancia, para poder, quizá, producir un saber nuevo.
En la intensión los analistas, privados de la atención presencial (al menos en Argentina por el momento está prohibida) recurrimos a la atención virtual. Por vía de los teléfonos fijos, los celulares o las pantallas con o sin imagen. Estos recursos ya eran conocidos por analistas que atendíamos pacientes de localidades del interior o del exterior de ese modo desde hace ya algunos años. Y habíamos comprobado se trataba de una forma eficaz donde mucho del psicoanálisis podía hacer su efecto. En esos casos la presencia a distancia era escandida por sesiones presenciales realizadas con diferentes frecuencias.
Lo que resulta inédito es esa falta de escansión de contactos 2D con presencia 3D.
¿Qué le quita la falta de esa tercera dimensión, la que otorga ciertos aspectos de la presencia inhallables en la escena de 2D?
El de la imagen es un ámbito de dos dimensiones, de la superficie, del plano. Incluso se trata de una imagen restringida parcialmente: no se ve el estilo decorativo del consultorio del analista, ni su vestimenta, ni la forma de saludar (firmeza del apretón de manos, beso o distancia) ni su aroma, ni los aromas que lo circundan. Lo mismo pasa en dirección del analista a su analizante. Y esto cuando se trata de una de las múltiples formas de la video llamada. Las más de las veces se trabaja solo con la voz. Sin dudas esta es una de las formas de la presencia. Su timbre, su estilo de fonación, su volumen, aun distorsionados, llegan a uno y otro de los participantes de la sesión.
Esta sucede en medio de la vida cotidiana y hogareña de ambos participantes de la escena analítica, lo que le quita esa geografía tan particular que constituye el consultorio, así estuviera este situado en la casa particular del analista. El ámbito donde se ejerce esta, nuestra “profesión imposible” nunca es un lugar acondicionado al azar. Siempre es un lugar organizado de alguna forma especial. No se trata normalmente de una decoración casual. Así como para el analista con oficio la forma de presentación de un paciente es también una letra que en algún momento llegará a destino y dejará leer algo de la posición subjetiva de quien a consulta concurre, también para quien se dirige al consultorio a tomar su sesión el ambiente donde transcurrirá su discurrir jamás resulta neutro.
No estamos afirmando que el esfuerzo de mantener el análisis en medio de condiciones de confinamiento no tenga eficacia. La tiene. Y la gran mayoría de los analistas recurre a esos instrumentos tecnológicos en estos momentos. Y, para los analistas con suficiente tiempo de práctica, que han ofertado ese espacio a cada paciente, uno por uno, la mayoría de sus analizantes han continuado sus análisis.
Pero sobrevuela una pregunta…¿hasta cuándo esta restricción será soportada? ¿Por qué no creemos que esta modalidad pueda mantenerse sine die? Hay cosas que sí suceden y vale la pena continuarlas bajo esta modalidad pero hay otras que no resultan tan fácilmente posibles.
Hay algo del goce que no puede trasmitirse sin la tercera dimensión. Sobre todo cuando habitando la misma ciudad y muchas veces hasta el mismo barrio, el rítmico contacto de las sesiones no puede sostenerse sino virtualmente.
Más arriba afirmábamos que aun nos hallamos en el tiempo de comprender, lejos aún del momento de concluir. Sospechamos que cierta forma de virtualidad llegó para quedarse.
Pero también comenzamos a barruntar que no tardaría en aparecer un límite a la eficacia de la presencia del analista si la situación se prolongara sin un horizonte de finalización.
Solo para acercar una formalización ya construida por el analista Jacques Lacan, si la pulsión es el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir, y si ésta es aquello que -a nuestro entender ya no de una forma acéfala sino como fuerza motriz del deseo despegado de sus fijaciones fantasmáticas- se encuentra al final del análisis…¿Cómo prescindir largamente del encuentro de los cuerpos en el espacio del consultorio? ¿Cómo sostener un silencio analítico (un sileo, callar y a la vez prestar atención en latín) muchas veces necesario, sin que un taceo (el silencio liso y llano del corte de la línea) aparezca en el horizonte?
Mientras continuamos esforzándonos en que nuestra labor no se detenga, apostemos a que este aislamiento encuentre finalmente su término.
Para finalizar, una vuelta sobre la extensión: cuando Freud escribió su imprescindible ensayo sobre la masa y el horror que puede instaurar entre parlantes, se desconocía el potencial poder de controlar casi todos los movimientos económicos, geográficos y hasta biológicos de los habitantes del planeta con los medios de la vigilancia informática, suerte de panóptico de pesadilla.
Giorgio Agamben nos lo hizo notar en su Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Estemos alertas: si bien es imprescindible cuidar nuestro cuerpo orgánico, hay una confusión en la alternativa que proponen los gobiernos en la superficie entera del planeta: salud o economía. Para los griegos ambas categorías (soma y oikonos) pertenecían al cuidado de la vida biológica. La verdadera oposición de este pueblo que forjó la democracia era soma versus bios. Siendo bios la vida en la polis, en el lazo social.
No permitamos que de esta vida, la del lazo social y cultural, seamos privados.
Fuente: Amigo, Silvia (2020) - Página de Facebook.
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