El problema respecto del duelo en el sujeto, sus distintos estatutos, sus diferentes modalidades a lo largo de la historia, es una temática que ocupó no solo a diferentes abordajes clínicos del padecimiento del sujeto, sino también a toda una serie de estudios que tienen que ver con la estructura misma de la sociedad humana, estudios culturales, etnográficos, antropológicos o filosóficos.
Lo que se pone en juego en el duelo, esencialmente, es la posibilidad de tramitar una pérdida. Pero para no reducir este planteo a una contingencia de la vida podemos afirmar que el duelo pone en juego esa perspectiva por la cual, a partir de una serie de operaciones, al sujeto le es posible tramitar simbólicamente una falla que afecta a la estructura misma del lenguaje y que le concierne en su posición de sujeto.
En este sentido el psicoanálisis va a empalmar el trabajo de duelo con el trabajo analítico en sí mismo. Entonces un psicoanálisis deviene un trabajo de duelo en la medida de que se trata de que allí el sujeto asuma la pérdida por lo que creyó ser… para Otro.
Podríamos decir que un sujeto se dirige a un analista para ir en busca de lo que le falta y, torsión transferencial mediante, se encuentra con lo que no hay.
Ese encuentro con esa falla que se escribe como un “No hay”, va delineando clínicamente los distintos modos vía los cuales el sujeto responde, obturando allí.
Entonces es ese punto, esa posición del sujeto la que se juega en el duelo, en un análisis, razón por la cual se trata entonces de un trabajo que conlleva un cierto grado de dolor y de angustia por cuanto la pérdida de la que se trata atañe a aquello que releva la falta en ser del sujeto.
¿Qué puede eclipsar el trabajo de duelo?
Es posible pensar al trabajo analítico mismo como un trabajo de duelo, y ello en la medida en que, paulatina y sostenidamente, la dimensión inicial de la falta deja lugar a la pérdida, en cuanto a su incidencia respecto de la causación en el sujeto.
Un análisis podría entonces asemejarse a un trabajo de duelo en la medida en que el sujeto se dirige a un analista en búsqueda de lo que no tiene y se encuentra, en la transferencia, con lo que no hay. Es el tránsito entre la demanda y la identificación la que pone a jugar esa posibilidad de la pérdida: de aquello con lo que el sujeto obtura precisamente esa inexistencia.
Ahora, podemos preguntarnos ¿qué podría eclipsar un trabajo de duelo?
Quisiera resaltar fundamentalmente dos dimensiones en juego, en cuanto a un trabajo de duelo. Por un lado, está esa elaboración o tramitación simbólica de esa pérdida antes aludida. Pero, además, el trabajo de duelo también requiere una dimensión temporal. O sea, un duelo conlleva un tiempo en el sujeto, un tiempo de elaboración que no solo no es precipitable, sino que es imposible de calcular con anticipación.
Entonces podríamos decir que ambas dimensiones, de distinto modo, podrían eventualmente eclipsar ese trabajo de duelo. De un lado en cuanto a la disponibilidad simbólica en el sujeto, o sea lo que podría llamarse, con Lacan, “la tela”. Esto no hace a un problema cognitivo, sino a la riqueza y eficacia del orden simbólico que se entramó en la relación fundante entre el sujeto y su Otro.
Como segunda opción, y esta es una característica fundamental de nuestra contemporaneidad, cierta precipitación, cierto empuje en el sentido de no tomarse ese tiempo requerido, y este último punto es patente en cuanto a la eficacia de un análisis, cuyo tiempo es imposible de acelerar.
Un análisis podría entonces asemejarse a un trabajo de duelo en la medida en que el sujeto se dirige a un analista en búsqueda de lo que no tiene y se encuentra, en la transferencia, con lo que no hay. Es el tránsito entre la demanda y la identificación la que pone a jugar esa posibilidad de la pérdida: de aquello con lo que el sujeto obtura precisamente esa inexistencia.
Ahora, podemos preguntarnos ¿qué podría eclipsar un trabajo de duelo?
Quisiera resaltar fundamentalmente dos dimensiones en juego, en cuanto a un trabajo de duelo. Por un lado, está esa elaboración o tramitación simbólica de esa pérdida antes aludida. Pero, además, el trabajo de duelo también requiere una dimensión temporal. O sea, un duelo conlleva un tiempo en el sujeto, un tiempo de elaboración que no solo no es precipitable, sino que es imposible de calcular con anticipación.
Entonces podríamos decir que ambas dimensiones, de distinto modo, podrían eventualmente eclipsar ese trabajo de duelo. De un lado en cuanto a la disponibilidad simbólica en el sujeto, o sea lo que podría llamarse, con Lacan, “la tela”. Esto no hace a un problema cognitivo, sino a la riqueza y eficacia del orden simbólico que se entramó en la relación fundante entre el sujeto y su Otro.
Como segunda opción, y esta es una característica fundamental de nuestra contemporaneidad, cierta precipitación, cierto empuje en el sentido de no tomarse ese tiempo requerido, y este último punto es patente en cuanto a la eficacia de un análisis, cuyo tiempo es imposible de acelerar.
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