Vivimos en una época dominada por un solipsismo que hace creer, o fomenta, la ilusión de que el sujeto pudiese encontrar alguna forma de identidad sin que la heteronomía, o sea la dependencia respecto del Otro, se juegue en el asunto.
Esta dependencia del Otro viene a indicar la imposibilidad de que el sujeto sea causa de sí. O sea, el hecho de que, por carecer de una identidad, debe identificarse para advenir a la existencia. Para ello son requeridos no solo los significantes que se encuentran en el Otro como lugar, sino también toda una serie de ropajes imaginarios con los cuales se vestirá para sostener esa posición.
A partir de esto podemos leer ciertas modalidades de presentación subjetivas dominadas por rasgos que, desde el psicoanálisis, se asocian al concepto de carácter.
Lo característico de una presentación así es la dominancia de lo refractario a la palabra, ciertas fijezas e inercias muy difíciles de conmover. El rasgo de carácter constituye una apoyatura en el sujeto. Llamarlo rasgo lo especifica como un recorte tomado del objeto, dice Lacan en “La identificación”.
Lo extrae del segundo tipo de identificación definido por Freud. Entonces, el rasgo conlleva un recorte en el que el sujeto se apoya vía una identificación y que le hace posible alojarse allí, en el Otro, hacerse con alguna forma de anclaje.
Este rasgo se asocia al carácter por aportar algo que hace las veces de un ser. No es sólo un modo de poder, ficticiamente, nombrarse, sino que además en ese “ser” se soporta alguna modalidad que conlleva una satisfacción en el sujeto. Una satisfacción que indica su raigambre no solo sintomática, sino fundamentalmente fantasmática.
Finalmente, una cuestión no menor es que tomar a este rasgo asociado al carácter lo asemeja a la dimensión de la letra (como carácter), en el punto donde tienen a lo real como horizonte y son consustanciales al borde.
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