Este atrapante cuadro de Diego Velazquez es el recurso a partir del cual Lacan aborda el problema de cómo darle su estatuto apropiado a la estructura del sujeto. Para ello se dedica con detalle y esmero a interrogarlo en el Seminario 13, "El objeto del psicoanálisis".
Incluso plantea en el seminario sus diferencias con la lectura que sobre la misma obra había realizado Foucault en "Las palabras y las cosas". El planteo lacaniano es claro: dar cuenta de la estructura del cuadro en la medida en que se diferencia del espejo. Más allá de que ambos conllevan un marco, el espejo participa de la dimensión óptica, por ende de la representación y de la metáfora. El cuadro en cambio, es del orden del representante de la representación y, por lo que permite conceptualizar sobre la función y el estatuto de la mirada, resulta acorde para dar cuenta de la estructura del fantasma, en la medida en que éste no refleja "el mundo", sino que evidencia que no hay mundo para el hablante por fuera de la dimensión del artificio.
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