En un párrafo de un artículo periodístico titulado “Lo femenino es cosa de mujeres... y de hombres” se lee: “La ficción del padre como principio organizador del mundo está en proceso de evaporación” . Si se lo toma al pie de la letra va bien, es del padre “la ficción”. Queda la pregunta acerca de qué es el padre, un significante que al inscribirse en el discurso concreto se hace letra fija, sirviendo de apoyo firme a las interpretaciones (significados) que más gustan en cada época y que, por eso, cambian. El psicoanálisis, a menos que derive en antropología, no hace tesis sobre patriarcados, avunculados o matriarcados, aunque el analista no se ahorre su estudio y sus reflexiones sean, como es deseable, atendidas sin prejuicios en esas disciplinas.
Para entrar en la cuestión del padre por la huella que abrió Freud y en la que avanzó Lacan en un tiempo más cercano al actual hay que partir no del padre sino de la piedra angular que es el fantasma de castración. Es notable que no se extraigan todas las consecuencias del concepto tan básico implicado en la proposición “el falo no es el pene”. Esta diferencia es sine qua non para la práctica del psicoanálisis, es decir: para entender que el sujeto no tiene sexo.
Sólo el falo imaginario (phi minúscula) puede representar el poder, el falo simbólico (que se escribe Phi mayúscula) no es el poder, ni fuerza, ni macho, ni falta de hembra ni negativizable. Hay una notablemente extendida confusión sobre este tema que no se puede apoyar sobre Freud ni sobre Lacan.
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