La debilidad de los hombres
La desresponsabilización: Todos los hombres violentos tienden a minimizar sus actos, a buscar excusas externas; en particular suelen considerar responsable a su compañera, contrariamente a las mujeres víctimas, que en general buscan más una explicación psicológica interna a la aparición de la violencia en su compañero. Todos los relatos de las victimas describen a unos hombres que se vuelven irritables sin motivo aparente.
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Las causas exteriores que aducen son muy estereotipadas. Puede ser el estrés, una provocación por parte de su mujer y, en este caso, la agresión se asemeja, por lo tanto, a un correctivo. Otra excusa que alegan puede ser el respeto de reglas religiosas o costumbres culturales. Por último otra excusa esgrimida con frecuencia por lo hombres es el alcohol.
La sociedad sigue esperando de los hombres que desempeñen un papel dominante; ahora bien, si se siente incompetentes o impotentes, pueden tratar de compensar esta debilidad mediante comportamientos tiránicos, manipuladores o violentos en privado. La negación, para ellos, constituye un medio de escapar a la vergüenza y la culpabilidad, pero también es un medio de no ver su debilidad interna.
Los hombres psicológicamente débiles: Una escasa autoestima es lo que fundamenta el comportamiento de los hombres violentos. Estos hombres temen verse invadidos por una angustia de aniquilamiento y el acto violento funciona en ellos como protección para su integridad psíquica. El control sobre el otro viene a suplir su falta de control interno.
La angustia del abandono y la dependencia: La tensión interna está relacionada con su miedo infantil a ser abandonados. Esto los vuelve desconfiados, irritables y celosos, y responsabilizan a la mujer de su malestar interno. Esta angustia se contiene a través de un control permanente de la compañera y, después, puede estallar en un ataque de celos ciego y devastador. Al descargar las tensiones en su compañera está creando las condiciones para que ella le abandone, pero al mismo tiempo él no puede separarse de ella. La finalidad de su comportamiento violento, en ciertos momentos, es mantener en su sitio a la mujer, de modo que no se sientan dependientes de ella en lo afectivo; en cambio, en otros momentos, aterrorizados por la idea de ser abandonados, intentan obtener el perdón e inducen en su compañera un comportamiento reparador.
La relación fusional: por temor a ser abandonados, establecen una relación donde los dos son uno solo, sin espacio para respirar, sin posición de distanciamiento. Atrapados entre el miedo a la proximidad y el temor a ser abandonados, estos hombres albergan en su interior un sentimiento de impotencia que les conduce a ejercer su poder, en el exterior, sobre su compañera. El menor cambio en uno pone en peligro a la pareja, y el miembro debilitado se esfuerza, recurriendo a la violencia si es necesario, por restablecer el equilibrio que se ha visto comprometido.
El poder aprendido: desde el nacimiento, confiere más valor pertenecer al sexo masculino. Para muchos, la masculinidad es la capacidad de imponerse, defender los derechos propios, ser valiente y fuerte. Esto se transmite al terreno del poder, la dominación, la posesión y el control. La sociedad prepara a los chicos para desempeñar un rol dominante; sin embargo, cuando se alejan de las faldas maternas, toman conciencia de que son impotentes en el mundo exterior. Cuando las mujeres se sienten desbordadas por la presión, les queda la posibilidad de llorar, de pedir ayuda; en cambio, ante su impotencia, los hombres que se supone que son fuertes, firmes, no suelen tener más recurso que la ira o los celos, ya que son las únicas emociones que no han aprendido a controlar.
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