miércoles, 20 de noviembre de 2024

La formación del analista

 Hablar de formación del analista implica, de entrada, alejarse de la idea de que el analista es un producto acabado o un objetivo al que se llega. En este sentido, la temporalidad que acompaña la formación analítica está en sintonía con un devenir continuo, tal como lo plantea Lacan, y no sigue una trayectoria lineal orientada hacia un final definitivo.

El concepto de devenir introduce una visión del tiempo que se asemeja a lo asintótico, es decir, a un proceso interminable que siempre se aproxima pero nunca alcanza un punto final absoluto. Por lo tanto, la formación del analista es un proceso abierto, un trabajo continuo que, desde su inicio, no ofrece garantías de éxito. La formación está atravesada por múltiples contingencias, en tanto es imposible predecir con certeza el resultado final.

Sin embargo, la presencia de estas contingencias no elimina los lineamientos fundamentales propuestos por Freud y Lacan sobre cómo llevar adelante esta formación. Estos lineamientos se articulan en torno a tres pilares esenciales: el estudio teórico, la supervisión o control de los casos, y, sobre todo, el análisis personal.

La intersección de estos tres aspectos da lugar a un proceso de transformación: el pasaje del analizante al analista. Este tránsito se posibilita gracias a la puesta en marcha del deseo del analista como operador transferencial. En otras palabras, la función del analista solo se activa cuando el deseo del analista se vuelve operativo.

Esto redefine la concepción del saber en la formación analítica, alineándose con el cambio que Lacan traza entre su seminario Aún y el RSI: el paso del saber como simple elucubración intelectual al saber como habilidad práctica, un "saber hacer". En este sentido, se deja de ver el saber como acumulación de conocimientos eruditos y se lo considera en su capacidad de ser aplicado y manipulado efectivamente en la práctica analítica.

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