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miércoles, 23 de julio de 2025

Del espejo al doble: La imagen como captura y límite del sujeto

Aunque la identificación con la imagen especular implica una anticipación que incide en la organización motriz del niño —al brindarle una forma con la cual hacer algo—, lo cierto es que esta ilusión no resuelve la fractura entre el cuerpo y quien habla. Esa desarmonía fundamental implica que nunca hay una coincidencia plena: siempre falta algo, o hay algo de más, que impide la síntesis anhelada.

La imagen, en tanto cargada libidinalmente, no anula la división del sujeto. Le proporciona más bien una suerte de ortopedia imaginaria que compensa sin suturar, remedando con una caricatura. Esta suplencia imaginaria no evita que el sujeto quede definido por la lógica significante: no es más que aquello que un significante representa para otro. Sin embargo, dicha división no puede entenderse al margen del borde entre lo simbólico y el cuerpo, entre el lenguaje y la carne.

Nos enfrentamos así a una paradoja: la única forma total que el sujeto puede asumir le llega desde el exterior, desde el espejo. De allí la célebre fórmula de Rimbaud: "Yo es otro". La Gestalt que Lacan destaca en este momento no es más que una captura de la imagen del otro —aunque esa imagen sea la propia—, y por eso tiene algo de petrificación: se asemeja más a una fotografía que a una película. La detención es el indicio de su carácter ilusorio.

Lo visual, entonces, no es un mero accesorio: es el umbral de acceso al mundo humano. Define sus bordes, sin por ello desplazar la primacía del significante como estructura. Este momento especular da lugar a una elaboración del doble, que oscila entre lo familiar y lo inquietante. Y es justamente ese componente perturbador el que obliga, más adelante, a ir más allá del doble especular hacia un doble real; a pasar de la imagen al objeto que la sostiene.

viernes, 4 de abril de 2025

¿Qué es una pintura?

 ¿Qué es una pintura?, ¿es lo mismo que un cuadro?

Estos interrogantes se entraman en el trabajo de diferenciación entre lo visual y lo escópico que Lacan lleva a cabo en su seminario 11. En principio parece plantear dos respuestas que no necesariamente se excluyen: una pintura es una imposición del artista como sujeto, a través de su mirada; también es un producto cultural, que en tanto tal participa de lo sublimatorio.

A diferencia de esto afirma: “… algo que tiene que ver con la mirada se manifiesta siempre en el cuadro. Bien lo sabe el pintor, porque su elección de un modo de mirada, así se atenga a ella o la varíe, es en verdad su moral, su indagación, su norte, su ejercicio.” Es tan llamativa como interesante esa inclusión de la moral, esta implica ¿una perspectiva, una posición? Esencialmente se trata de un recorte.

Tomada por este sesgo la pintura como producto es algo que se ofrece a lo visual, para deponer la mirada. María Moliner dice del término deponer: bajar, destituir (a alguien), apartar (de sí).

Es este último sesgo es importante de resaltar. Si ofreciéndose a lo visual, el cuadro permite deponer la mirada, es porque la aparta, aparta al pintor de su mirada, la cual no casualmente queda extraída del cuadro aun cuando es condición de él.

Este apartar de sí es un recorte, también una separación que pone en juego una discordancia que afecta al cuerpo, una respecto de la cual el falo sólo puede remedar. Estamos en el terreno de una falla que afecta a lo sexual, algo distante de una falta: se trata esencialmente de lo que no hay.

Pensar esto como discordancia ya implica una tramitación simbólica de algo real y que Lacan pone a jugar a partir de la discrepancia entre lo visual y la mirada. ¿Qué estatuto de la castración pone en juego este planteo? Porque con la distancia aludida Lacan está interrogando el estatuto del cuerpo.

lunes, 23 de septiembre de 2024

¿La mirada o lo visual? Distinciones

 Considerado desde el sentido común, podría suponerse alguna continuidad o solapamiento, o incluso equivalencia entre lo que pertenece al orden de la mirada y lo que es del orden de lo visual.

Sin embargo, para el psicoanálisis, y esencialmente desde el planteo de Lacan, es muy claro que se hace necesario separar ambas dimensiones, por cuanto pertenecen a registros distintos.

Lo visual es una perspectiva que forma parte de las consideraciones iniciales de su planteo. Es aquello que se juega a nivel del estadio del espejo, o sea del espejo tomado como plano, lo que es pasible de plasmar en una imagen, o sea, lo que es pasible de ser representado a través de ella.

La construcción del moi, entonces, participa de este campo de lo visual. Por cuanto implica ese plano que es el espejo, y el achatamiento o aplanamiento, en términos topológicos, que le es consustancial.

De otro orden es aquello que pertenece al campo escópico, y que es propio de la mirada. La mirada funciona de alguna manera como un punto de fuga respecto de la imagen, respecto del espejo plano, lo que significa que no está incluida en el espejo. Pero es necesario dar un paso más: la imagen del espejo se constituye en la medida en la cual la mirada quede excluida.

En ese sentido, por no entrar en lo geométrico y plano del espejo, es que la mirada es ciega, así como la voz es muda y en tanto tal se diferencia de la palabra. Que la mirada sea ciega quiere decir que participa de una opacidad que se contrapone a los brillos de la imagen, a los engalanamiento fálicos con la cual la imagen consiste.

Si lo visual, entonces, forma parte del campo del espejo, y en tanto tal de lo imaginario, es solidario del cuerpo libidinizado de la imagen. La mirada, en cambio, se especifica por ser uno de los objetos de la pulsión, o sea la consecuencia, el precipitado de un corte que afecta al cuerpo, el pulsional.