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domingo, 3 de abril de 2022

La contratransferencia ¿Qué-hacer y cómo-hacer del analista con este fenómeno inevitable?

Notas del Taller Clínico titulado "La contratransferencia ¿Qué-hacer y cómo-hacer del analista con este fenómeno inevitable?" a cargo del Dr. Gustavo Szereszewski.

La contratransferencia no es un concepto aislado, sino que  tiene su correlato con el deseo del analista, la transferencia y la resistencia. La transferencia tiene dos caras: sujeto supuesto saber y la cara objeto de la transferencia. La resistencia tiene dos ejes: el imaginario y el eje inconsciente. La contratransferencia puede ser un obstáculo, un motor y una tercera posición, que desarrollaremos.

La transferencia en Freud aparece al inicio de la obra bajo el concepto de confianza. El paciente confía en diversas personas, como el amigo íntimo al que se le confían las partes más rechazadas de uno mismo, sabiendo que del otro lado no vendrá una crítica ni un juicio. Aunque se parece, un analista es distinto a un amigo, porque el analista no está como sujeto. La relación con el analista no es recíproca, por eso Lacan habla en el seminario 8 de la transferencia como disparidad subjetiva. El sujeto es el paciente, es el que pone a trabajar el inconsciente, el que habla, el que pone sus pasiones y sentimientos en la transferencia. El analista está más en un lugar de objeto. 

El sujeto supuesto al saber es cuando el paciente, en una primera etapa del análisis de la que Freud habla en términos de luna de miel, deposita el saber en el analista para que lo libere de la angustia o le levante un síntoma. Es la cara simbólica de la transferencia.

La otra cara de la transferencia es la real, la cara del objeto de la transferencia. Es cuando Freud habla de neurosis de transferencia. La neurosis del paciente se dirige al analista como objeto y el analista es el depositario de los objetos fantasmático del paciente y de su sufrimiento. La cara de amor pasional también se dirige al analista como objeto. El ejemplo podría ser el caso de Breuer con Anna O., donde se gesta una transferencia en donde ella tenía un embarazo histérico, tras haber fantaseado una relación amorosa con su analista. Había un deseo de Breuer de ser padre y él se ponía en ese lugar, generando este tipo de transferencias. 

La transferencia también tiene una cara de motor y de obstáculo en la cura. Se ama al que se le supone un saber, pero si ese amor se hace demasiado importante se vuelve un obstáculo en la cura. 

En cuanto a la resistencia, hay un eje imaginario y otro inconsciente. El eje imaginario parte fundamentalmente del yo. Desde Lacan, se piensa al yo como algo que se adquiere desde afuera. El yo siempre se pone en pareja con el semejante, con el otro del espejo, el par. El eje inconsciente tiene dos componentes, que son el sujeto y el Otro. 
El Otro es el Otro de lo simbólico, del tesoro de significantes, es el inconsciente que nos habita. Cuando le habla a la persona del analista, el paciente piensa que le habla a él, pero en realidad le habla a ese Otro que está en el paciente. 

Los dos ejes se cruzan y en ese punto aparece la resistencia, porque es el punto en el que el yo se cruza con el inconsciente. El yo intenta desconocer lo que aparece como inconsciente, porque el inconsciente se presenta disruptivamente, desorganizado, oscuro y demoníaco. En una primera etapa del análisis, el paciente se aferra mucho al yo e intentan que su discurso sea coherente, sin fisuras, que no se preste a malentendidos. El analista interviene diciéndole que no prepare la sesión, que no interesa lo que le pasó en la semana a la manera de una confesión. En su lugar quiere saber qué se le pasa por la cabeza, qué le está pasando y que va más allá de lo que pasó en la semana. Si aparece algo impensado, algo que da vergüenza, algo rechazado, que lo cuenten, que lo diga.

Lacan compara al yo con una lámpara eléctrica, de esas con filamento que tiene una resistencia en forma de espiral. La electricidad, al pasar por esa resistencia, ilumina. La luz de la lámpara es gracias a la resistencia. La resistencia puede tomarse como algo iluminador para el inconsciente y no solamente como obstáculo.

También está la resistencia del analista. El analista debería posicionarse como el gran Otro y ese es el lugar desde donde interviene. Los pacientes, naturalmente por estructura, intentan llevarlo al lugar del semejante, sobre todo los pacientes que tienen menos experiencia con el psicoanálisis. De esta manera, el paciente intenta llevar al analista al lugar del amigo, del padre, etc, que sea significativo para su vida. Si el analista se deja tomar en ese lugar, va a resistir, porque va a actuar como amigo, padre ó madre. Si un paciente tiene una deficiencia del amor materno, seguramente su transferencia lo va a llevar al lugar materno. Si el analista lo actúa, va a estar resistiendo, porque no actúa como analista. Sin embargo esto es inevitable, ¿Entonces qué hacemos?

El analista debe escucharse en sus actitudes y trabajar con ese lugar, no actuarlo. El analista debe estar advertido que va a estar naturalmente traccionado a ese lugar, pero no tiene que responder desde allí. La resistencia aparece cuando el analista no entiende lo que le pasa al paciente, porque su oído se obturó por estar en el lugar incorrecto. 

El yo y el fantasma comparten un lugar común, porque el enunciado del paciente tiene que ver con el yo y la enunciación (el lugar inconsciente), con el fantasma. El fantasma implica la relación del sujeto con el Otro, donde está su deseo, su amor y goce a un nivel inconsciente. Es la escena inconsciente, la otra escena en donde transcurre el sueño. La fantasía, en cambio, son sueños que se tienen despierto. El análisis tiene, entre otros objetivos, construir el fantasma. La propia persona del analista es tomada como objeto del fantasma del paciente. El analista toma el relevo de ese objeto, para que el sujeto advierta cuál es el objeto de su fantasma. 

El deseo del analista es el lugar que el analista le deja vacante al paciente. El analista es una especie de pizarra en blanco, un agujero donde el paciente proyecta todos sus objetos y pasiones. El deseo del analista no es el anhelo del analista (que el paciente ande bien, que trabaje, que se enamore), sino que es una x, una incógnita, un enigma para paciente y analista. El deseo de analista tiene que ver con la falta y la castración. Allí se detienen los argumentos, los significantes, no hay explicación. Es la falta en ser y la falta en saber, desde allí opera el analista para que allí aparezcan los decirles y anhelos del paciente. El protagonista es el paciente. 

Cuando hablamos de resistencia, dijimos que nos los lugares donde el analista se ve traccionado. Allí el analista goza. Si el analista puede leer ese goce, deja vacante ese lugar y aparece el deseo del analista. Esto puede descubrirlo mediante la supervisión, al descubrir que ocupa un determinado lugar que provoca resistencia. Si se despeja esa función, aparece el deseo de analista y puede funcionar. 

La contratransferencia
En el analista hay subjetividad, inconsciente y transferencia. Es un ideal pensar que el analista es un deseo de analista andante. Eso no implica que haya que resignarse, sino saber que hay que operar con esto. ¿Pero cómo hacer que la subjetividad del analista y su contratransferencia no se vuelvan resistenciales y que estén a favor del deseo de analista? 

La contratransferencia como obstáculo
Freud se dio cuenta que los análisis empezaban a funcionar bien cuando el paciente admiraba al analista y le suponía un saber. Son los pacientes que traen sueños, asociaciones... También se dio cuenta que el analista podía verse tentado a responder a ese amor y eso era un obstáculo, pues el análisis se interrumpía. Ahí, el amor de transferencia es un obstáculo. También puede pasar que el paciente odie a su analista y experimente con él una transferencia negativa. 

Dijimos que el en el eje imaginario el paciente no es el único que resiste, pues el analista también puede resistir poniéndose en un lugar especular con el paciente. Ahí la contratransferencia es un obstáculo. Por ejemplo, un paciente maltrata a su analista, no le paga, falta a las sesiones, no quiere trabajar. En la supervisión aparece que a esta paciente le pasaba lo mismo con todo el mundo, motivo por el cual fue a la analista. Si la analista responde, en el caso de Eva, "Mierda, ¿Así te trataron?", el analista puede salirse de objeto y ponerlo en relación con ese inconsciente y fantasma, porque el paciente maltrata porque fue maltratado. El analista es un relevo de eso. 

Hay dos remedios infalibles: el análisis personal y el análisis de control, la supervisión. En el análisis personal uno descubre de qué goza, de qué sufre, cuáles fueron los maltratos y los amores que fue objeto para no pasárselo al paciente. Y en el análisis de control uno se hace especialista de su propio fantasma. 

Una de las fuentes de la contratransferencia como obstáculo tiene que ver con no entender al paciente que se tiene adelante. Allí el analista debe cuidarse de no responder con su propio inconsciente, su filosofía ó su cuerpo. Cuando el analista no entiende, debe abstenerse: no debe intervenir. debe escuchar hasta entender o ir a supervisar. 

Lacan propuso dos modos básicos de contratransferencia como obstáculo: como amor, o como odio. Es la tendencia a tomar al paciente en nuestros brazos ó arrojarlo por la ventana. Dos formas de pasiones, que se pueden presentar en el analista respecto a su paciente. Si esto no es leído, termina siendo un obstáculo. 

La contratransferencia como motor
Los analistas prelacanianos y posfreudianos, tomaron a la contratransferencia como la panacea. Ellos pensaban que su inconsciente era sano y estaban analizados, de manera que podían dar la clave de lo que le pasaba al inconsciente del paciente con la contratransferencia y hacer de esto un motor de la cura. Se interpretaba la transferencia, como un vínculo erróneo que el paciente hacía con él y con el mundo y el analista debía corregir ese vínculo erróneo del paciente, interpretándole la verdad de su vínculo en base a la contratransferencia.

Interpretar la contratransferencia no iba muy lejos, sino que les daba mucha información sin cambiar la vida de la persona. Lacan criticó este desvío, diciendo que no se trata de tomar a la contratransferencia como brújula.

La contratransferencia como resistencia que ilumina
Así como la resistencia del analista ilumina, la contratransferencia del analista también ilumina, siempre y cuando se la pueda leer de la buena manera. Pueden pasar diversas situaciones:

1) Cuando la contratransferencia es demasiado amorosa. 
Los analistas pueden tener sentimientos amorosos hacia sus pacientes. Un analista pide supervisión por una paciente que tenía el problema de que no podía enamorarse de ningún hombre. La historia de esta paciente es que tenía un hermano mayor que era el preferido de la madre y el padre, un lugar idealizado incluso para ella. estaba mezclado el amor con el erotismo hacia el hermano. El analista dice "Esta paciente es muy seductora, me dice que tuvo varios analistas pero que yo soy el mejor, el más inteligente, el que la escucha mejor". Y dice "Menos mal que se parece demasiado a mi hermana para que yo pueda enamorarme de ella". Se dio cuenta que él estaba en el lugar del hermano de la paciente y por eso el análisis se empantanó. Cuando él pudo correrse de ese lugar, la paciente pudo conocer a un hombre. El analista era allí un obstáculo, pero esto iluminó porque el analista pudo leer ese lugar y despejar esa cuestión para que la paciente avance en su deseo.

2) Cuando la contratransferencia se manifiesta como rechazo
Maud Mannoni cuenta, en La marca del caso, una paciente que le cuesta mucho hablar. Tiene una especie de autismo y ella se mueve mucho en la sesión. Levanta las piernas de manera indecorosa, lanza la cartera y grita "Mierda, mierda". El analista no entiende nada de lo que está pasando. Él se da cuenta que mientras la atendía, él se quedaba mirando a un rincón del consultorio en el que hay una férula, planta cuyos tallos se dejaban secar para castigar a los niños cuando se portaban mal. A él se le ocurren asociaciones con la religión zen donde los golpes forman parte de la educación del alumno, recuerda una novela de un personaje que tenía vergüenza chaqueaba los dedos y hacía muecas, también una situación vergonzosa de Sartre, donde él hacía muecas frente al espejo... También, luego de atender a sus pacientes, se encuentra repitiendo una frase, que resulta ser de un libro cuya frase anterior le había dado vergüenza. Mannoni se da cuenta que de lo que se trata es de la vergüenza de la paciente. despejada esta cuestión, la paciente empieza a trabajar y a hablar.

A veces hace falta la histerización del analista con sus asociaciones. Mannoni no le dijo nada a la paciente sobre lo que él trabajó ni le comunicó su conclusión, sino que la utilizó para su interpretación.

3) Cuando al analista se le interponen asociaciones molestas.
Puede pasar que al analista se le aparezcan asociaciones ó fantasías molestas. 

Un caso: el paciente sufre de ser "el bueno". A todo decía que sí y a nada decía que no, cosa que le traía muchos problemas, porque lo hacían quedarse en su trabajo horas extras sin pagarle nada, llegaba tarde a la casa y tenía problemas con su pareja. Al analista se le interpuso la imagen de un actor que hace un sketch, de esos actores que hacen de ellos mismos. A este personaje le decían que se había ganado la lotería y siempre tenía la misma cara. El analista se pregunta qué era eso que se le interponía y concluye que es el falso self. Es decir, el paciente es un actor, está actuando un personaje que no es él. En determinado momento, el paciente dice que se siente como un personaje, como el buenudo. Despejado esto, el paciente relata fantasías sádicas, de enojo y bronca, totalmente reprimidas bajo este falso self.

Cuando al analista se le presentan asociaciones raras, dejarlas como notas al margen hasta que uno advierta de qué se trata. Un posfreudiano enseguida la tomaría como la verdad de la cuestión del paciente. Freud enseñó que el analista debía interpretar cuando el paciente estaba a un paso de darse cuenta de la cuestión. 

4) Cuando lo que entra en juego en la contratransferencia es el cuerpo del analista.
A veces el analista queda histerizado en su cuerpo y siente cosas. 
Caso: un paciente adolescente con grandes problemas sociales. En el colegio nadie lo quería, no lo invitaban a los cumpleaños, se la pasaba encerrado, tirado en la cama. Después de un tiempo, el analista se entera que a partir de la separación de los padres, él dormía en la cama con la mamá. El analista interviene diciéndole al paciente que nunca más se acueste con la madre y a la madre, que no lo invite a su cama nunca más. Hasta que no obtuvo un sí claro de cada uno, no los dejó irse del consultorio.

Lo que empezó a pasar fue que él se tiraba en el diván del consultorio y no hablaba. Jugaba con el celular. El analista se preguntaba qué pasaba ahí. No quería sacarle el celular, pero tampoco el paciente accedía a la invitación de hablar. El analista había empezado a sentir ahogo. Varias sesiones así, de manera que el analista un día lo recibió en la puerta del edificio del consultorio y en lugar de subir, le dijo de ir a caminar. El paciente se quedó muy sorprendido, el analista no le dio opción y cerró la puerta. El analista comenzó a caminar y su paciente lo siguió. Ahí empezó a hablar. El cambio de escena sirvió. Empezó a hablar de los compañeros, de que la chica que le gustaba no le daba bola, que no iba a los cumpleaños porque le daba miedo viajar solo... se desplegaron un montón de cosas en este paciente que tenía una agorafobia. En este caso, el diván se había convertido en la cama de la madre. 

A veces el analista puede alojar en su cuerpo un objeto que no le es propio, como el ahogo en este caso. Se trataba del ahogo incestuoso en el que estaba este paciente.

Claude Dumézil cuenta, en La marca del caso, un paciente que cuenta un sueño que él lee como un sueño de castración. El analista empieza a sentir un dolor en la pierna, un dolor que tenía desde la infancia y que había trabajado en su análisis. El paciente le cuenta un recuerdo donde el paciente había sido herido en esa pierna. Esto le sirve al analista para cuestiones de su propio análisis, pero también para producir la interpretación hacia el paciente.

Para que la contratransferencia le sea útil al analista, éste tiene que ser un poco incauto y no estar a la defensiva. Hay un seminario de Lacan que se llama Los no incautos yerran. Es decir, los que evitan ser incautos la pifian. Todos tenemos el ideal del analista como alguien astuto, lúcido, que pesca perfectamente... Un buen analista no es alguien astuto, sino alguien que se deja tomar por la transferencia, es alguien incauto. Se debe dejar habitar por el objeto y los significantes que el paciente le transfiere. La transferencia del paciente está hecha de significantes, de goces y el analista aloja eso. Su astucia es parte de la práctica. Si el analista está en un lugar apático, eso cae como en saco roto, porque el paciente habla y al analista no le pasa nada. Si el analista empieza a ser sensible, cosa que pasa con los analistas analizados, está más expuesto a estas corrientes pero también sabe que no tiene que ponerlas en juego de manera yoica, porque no es con él la cosa, sino con el fantasma del paciente. El analista es solamente un relevo. El analista debe tomar estas cosas que el paciente transfiere y utilizarlas al servicio del análisis. ¿Qué transfiere el analista y por qué me siento molesto, enojado? ¿Por qué este paciente me aburre ó no quiero atenderlo? ¿Por qué este paciente me encanta? Todo esto hay que trabajarlo para no actuarlo. Ahí la contratransferencia es algo que ilumina.

El analista no toma como objeto de goce al paciente (ej., ser amigo del paciente, rechazarlo), sino que el goce del analista es la práctica del psicoanálisis. Cuando es tomado por la contratransferencia, el analista no debe tomar a su paciente como objeto, sino preguntarse por esto en su análisis y la supervisión para evitar los puntos ciegos del analista.

Recordemos que una vertiente de la transferencia es el analista como objeto, de manera que el analizante en cierto momento habla de lo que le pasa con el analista. Esta neurosis de transferencia es un aparte muy importante del análisis y que muchos pacientes evitan, porque es hablar de frente.

El analista es incauto del inconsciente. Si todo lo que le pasa al analista son los ecos de la transferencia del paciente, en donde el analista funciona como resonador de lo que pasa en el inconsciente del paciente, ¿Tendríamos que seguir hablando de contratransferencia ó se trata de los modos que toma la transferencia? La transferencia del paciente incide en el analista y resuena de determinada manera, pero no es contratransferencia, sino la transferencia que trabajaba al analista.

jueves, 24 de marzo de 2022

La angustia ¿Arma o desarma al sujeto?

El sábado 23/1/21, el Dr. Gustavo Szereszewski dictó el Taller Clínico Virtual, titulado "La angustia ¿Arma o desarma al sujeto?". A continuación, se presentan las notas tomadas:

Mientras que la personalidad alude a lo manifiesto, el concepto de inconsciente no entra muy bien en esta idea. El inconsciente y el deseo tienen que ver con el sujeto y por eso el matema del sujeto es una S barrada: $. Justamente, el sujeto está afectado por algo que lo excede: el inconsciente. 

La primera intuición sobre la angustia es que esta desarma al sujeto, porque es un afecto displacentero del que en general se huye. No obstante, también es una señal que orienta hacia dónde ir, dónde está el deseo. 

Mientras los sentimientos no nos orientan en la clínica, los afectos -entre los que está la angustia- sí. Los sentimientos son imaginarios, varían. La angustia es un afecto real, apunta a lo real y al deseo. Freud dijo que el yo era el verdadero almácigo de la angustia, es decir que la señal de la angustia tiene que ver con el inconsciente, pero aparece en nuestro yo. 

Lacan articuló los conceptos de real, simbólico e imaginario a los conceptos freudianos de inhibición, síntoma y angustia. De estos últimos, Lacan estableció que eran los nombres del padre, pluralizando este concepto. La inhibición en el registro imaginario, el síntoma en el registro simbólico y la angustia en el registro articulada a lo real. 

La inhibición
La inhibición es el paso previo al movimiento, un momento de preparación, de pensamiento... La inhibición en la clínica puede ser importante al punto de bloquear la imaginación, haciendo que el paciente no pueda avanzar ni tampoco sepa a dónde. En estas situaciones, la angustia falta; solo aparece un bloqueo. Si la angustia aparece, lo hace de manera oceánica. Se trata de una angustia que no orienta por su masividad.

En la inhibición hay mucho imaginario, pero falta lo simbólico, la orientación. Lacan propone que en la inhibición lo que hay es una inmicción de lo imaginario sobre el registro simbólico. Se trata de un imaginario que nos lleva a los extremos, sin encontrar el punto medio que oriente. Ejemplo: Un paciente quiere esquiar y de golpe se bloquea y no puede avanzar. En la sesión dice "soy un cagón", frase que lo paraliza. Al pedirle asociaciones por el significante cagón, el paciente no puede hacerlo, cosa común en un paciente inhibido. De golpe, dice que se le ocurre "miedo paralizante". 

El remedio para operar con la inhibición es lo simbólico, pues la característica de lo simbólico es la de distinguir. Estas distinciones son las que permiten avanzar en el camino. Lo imaginario es un embrollo que no orienta, pero lo simbólico sí. En el ejemplo, miedo es muy diferente de cagón, porque el miedo aparece ante una situación de peligro, como el riesgo de lanzarse barranca abajo. El miedo ayuda a ser cauto y a calcular los riesgos. En este caso, el miedo lo saca del lugar de cagón, porque más bien es una virtud.

La inhibición es un nombre del padre porque sin esa inhibición no habría ley. Sería un caos continuo sin capacidad de detenimiento. Cuando aparece como bloqueo en la clínica, necesitamos los significantes para ir construyendo puentes y bordes que permitan avanzar en el camino del deseo. 

El síntoma
Centrándonos en la angustia, podemos decir que en determinado momento aparece la angustia como síntoma, la angustia sintomática. Alguien quiere avanzar en el camino de su deseo, pero algo interno lo impide: la angustia. 

La angustia, para Freud, es una señal de que hay una amenaza. Para Freud, la amenaza es la pérdida de un goce, que es lo que llamó angustia de castración. Se trata del riesgo a perder algo, la separación, ante la falta. Lacan dice que es ante el deseo del Otro, cuando el Otro no tiene una respuesta que oriente. Tomemos el ejemplo que da Quino:


De lo que Felipe huye, en este caso, es del objeto de su deseo. La angustia es lo que señala que estamos ante el objeto de deseo y el riesgo de la pérdida podría ser al rechazo de Muriel. Lo que pierde Felipe si habla es su narcisismo, su totalidad. La angustia en Freud, entonces, es ante la castración, ante la pérdida. Para Lacan, en cambio, la angustia señala la falta de la falta. Es decir, cuando falta el deseo. Si el deseo falta, estamos angustiados. Se relaciona con el aburrimiento, que es cuando no se abre ningún camino, cuando nada se distingue de otra cosa. 

Para Lacan, la angustia sintomática se produce por el avance de lo simbólico sobre el registro real. Pasa a faltar lo real. Por ejemplo, el padre de Juanito es muy estudioso y comprensivo. Le habla a Juanito, lo escucha, lo comprende, pero Juanito está agarrado con la madre. El padre es un obstáculo para su deseo de estar con la madre. Empieza a querer eliminar al padre y el síntoma sustituye un significante por otro: el padre por el caballo. Odia al caballo en vez que a la padre, pero en lugar del castigo del padre, recibe el castigo del caballo que lo atemoriza. 

El padre de Juanito es un exceso de simbólico, habla y escucha mucho pero no hace corte entre Juanito y su madre. Eso, que a Juanito le hubiera dolido, lo hubiera aliviado de tener que fabricarse un caballo que le genere miedo. 

La angustia
La angustia a la que nos referimos es ante la castración, que es oceánica y en la que el sujeto se siente desarmado, abrumado, desorientado. Lacan dice que esta angustia se produce por el avance de lo real sobre el registro imaginario. Es decir, hay demasiado hueco, demasiado vacío y eso se lleva por delante el armado imaginario. Este es el real traumático.

Así como en la inhibición se puede usar el significante para construir caminos y puentes, en la angustia sintomática el arma es la interpretación. El sujeto está ubicado como sujeto supuesto saber. En la inhibición, de lo que se trata es de alojar. 

¿Pero qué hacer con la angustia oceánica, con esa donde ni siquiera hay terreno? La maniobra es la construcción, un canal significante para ir orientando al sujeto. Es un trabajo de cifrado, a diferencia de de lo que se hace en la angustia sintomática, que es el des-ciframiento. Hay que construir una superficie, un camino.

Freud habló de un estado general de angustia que llama "libremente flotante", a diferencia de la otra angustia, la señal, que es la angustia ligada. A la angustia libremente flotante, Freud también la llama expectante. Dice que las personas aquejadas por este tipo de angustia prevén, entre todas las posibilidades, siempre la mas terrible. Interpretan cada hecho accidental como indicio de una desgracia. Explotan cualquier incertidumbre, cosa que vemos en las personas que sufrieron un trauma y quedan tomadas por él y ven todo mal.

Las variantes de angustia sintomática.
Son 3:
1) Como aviso, defensa. Aparece el síntoma como respuesta a la angustia. El síntoma histérico, el obsesivo son defensas ante la angustia. El neurótico escapa de la angustia, refugiándose en el síntoma. Para Freud, la totalidad del ataque puede estar subrogada por un único síntoma intensamente desarrollado, como un temblor, vértigo, palpitaciones, ahogos, sentimiento de muerte, sudoración. Son todos síntomas, pero donde la angustia puede faltar y estar reemplazado, por ejemplo, por una taquicardia. Para Freud estos son equivalentes de la angustia, pero se presentan como síntomas.

2) Fracaso de la defensa de la angustia. Cuando la angustia no funciona como defensa, tenemos la fobia. El fóbico se angustia ante una determinada situación. La fobia de Juanito es un síntoma, porque tener miedo a los caballos hace que si él está dentro de su casa no siente miedo. Esta angustia aparece ligada y anudada a determinadas situaciones: la oscuridad, el aire libre, animales, tormentas, puntas aguzadas, sangre, espacios cerrados, soledad, multitudes, paso de puentes, viajes, etc.

3) El éxito de la angustia: es cuando funciona como señal, como un mapa orientador. Ante el objeto de nuestro deseo, sentimos angustia ante el acto. Acto que implica pasar a lo real, tomar el manejo de la vida y avanzar. Por ejemplo, ante un examen nos angustiamos porque corremos un riesgo de perder. El acto de dar el examen le arranca a la angustia su certeza, porque después del acto uno se alivia, incluso aunque le vaya mal, por haberse sacado de encima la presión que se siente ante el deseo del Otro y el no saber qué quiere. Se trata de la angustia que orienta.

De esta manera, con la inhibición, sintomatizamos la angustia; con la angustia oceánica, también la sintomatizamos. En el análisis tomamos a la angustia como una brújula que apunta al deseo y atravesar la angustia es una parte de ese camino. La angustia es atravesable, no es un obstáculo insalvable. En el análisis el paciente aprende a trabajar con la angustia, a identificarla. 

martes, 15 de septiembre de 2020

La presencia del analista a través de la virtualidad: ¿Cómo sostenerla?

En principio, sostener la presencia del analista en la virtualidad se sostiene en parte encontrándonos para compartir la experiencia del psicoanálisis. 

Nos hemos enfrentado a la pérdida de nuestros consultorios y la pérdida del contacto directo con nuestros pacientes y verlos cara a cara. Como en todo duelo, hay aspectos que son sustituíbles o reparables y otras que no. Lo insustituíble en un duelo nos interpela a arreglárnosla con eso. 

Para todos, la pandemia es una experiencia de castración. Nos enfrentamos ante la ausencia de respuestas satisfactorias por lo que está pasando. Ni las grandes potencias económicas ni la ciencia aún han dado una respuesta por lo que está pasando. Esto implica la castración del Otro y por lo tanto, la castración de todos nosotros. En los tiempos donde abundan las pantallas, notamos que las pantallas que velaban la muerte han caído. Frente a la castración y lo real, lo paradójico es que también podemos comunicarnos en pantallas como las de los celulares, que son hiperabundantes. Estas pantallas se utilizan para acceder a la realidad y para acomodarnos detrás de ellas. ¿Cuál es el lugar de la pantalla en la estructura del sujeto? Esto implica a los analistas reiventar el psicoanálisis, repensando el lugar de las pantallas en la estructura del sujeto.

Cambió la escena.  Ahora, ¿Cambió el semblante del analista? Mi lectura es que no. El analista está y su emblante sigue funcionando, aunque no sin el esfuerzo por parte de analistas y pacientes. Para los pacientes, la pérdida del consultorio es también una pérdida del espacio de su intimidad y muchos están haciendo un esfuerzo para sostener la transferencia.

Ferenczi le escribió a Freud en 1930:
Querido amigo, 
¡Fíjese, empiezo de nuevo por un acto fallido! Recién terminaba de releer su carta, me instalé para escribirle, y he aquí que en lugar del “Profesor” veo de repente al amigo, ahí en el papel, negro sobre blanco. Eso inmediatamente transformó de punta a punta el humor bien deprimido en el cual me encontraba después que recibí su carta; y decidí dejar simplemente al acto fallido su valor de signo de mis verdaderos sentimientos. (...)

Una carta, una superficie sobre la que se escribe, un analista que no está ahí... Y sin embargo, el inconsciente funciona y el analista está, aunque no esté en carne y hueso. ¿Pero dónde está? En el analizante. Para eso, hizo falta antes un tiempo en donde el analista estuvo presente, entonces la tranferencia, cuando está instalada, sigue funcionando. Esa superficie de es carta ¿Es tan diferente de la realidad que tenemos nosotros actualmente con los celulares o las computadoras? Estructuralmente no lo es, porque es una superficie sobre la que se dice y la que se escucha, todos requisitos fundamentales para la práctica analítica. Freud mismo se analizó con Fliess y muchos afirman que Fliess fue de alguna manera un analista que el mismo Freud instituyó allí al contrale sus cosas.

La superficie del sujeto es el yo. Esa pantalla está presente en el sujeto y la presencia del analista no deja de que ella esté. A veces, puede funcionar más como pantalla presente que con el celular. Todos hemos tenido la experiencia de que a partir de la terapia on-line les gusta porque pueden hacer desaparecer la pantalla, paradójicamente habiendo una pantalla. Este no es el caso de todos.

Al hablar del yo, también tenemos que mencionar los registros lacanianos. Lo imaginario, lo simbólico y lo real, en ese orden, es como está planteada este taller. La escena es del registro imaginario. El semblante está en el registro simbólico y la presencia, en el registro real., que también está cuando se habla desde las pantallas. Escena, semblante y presencia tiene un correlato del lado del paciente, que yo llamo la apariencia. Como pareja de la presencia del analista, vamos a tener la mostración, de lo que el paciente muestra sin palabras.

La apariencia es lo que se da a ver, lo que se muestra y es lo que recibimos en los primero tiempos de un análisis. Sabemos que hay un trabajo para que ese paciente se torne en analizante y es un punto en el que fracasan la mayoría de los análisis: un fracaso en el primer tiempo tan importante. Se trata del tiempo de las entrevistas preliminares y donde se juega la cuestión de la apariencia. El paciente también espera recibir del analista. Es un tiempo de testeo, donde el paciente pone a prueba a su analista y es un tiempo donde es importante la manera en la que entra el analista a al análisis.

A veces pensamos que el paciente entra y va a asociar, va a traer sueños e implicarse subjetivamente... No, a todos nos nosotros, desde analizantes, también nos costó llamar al analista y hubo un tiempo de preparación y de aprender qué es un análisis. El tiempo de la apariencia es también un tiempo donde predomina el sentido imaginario, cerrado, ideas prejuiciosas, ideas superyoicas.

Una cosa son los pacientes que ya venían y pasan a la virtualidad, pero otra cosa son los pacientes nuevos que llegan directamente por la puerta virtual. Tal vez esta se quizá se transforme en una modalidad frecuente: no podemos asegurarlos, pero lo cierto es que en otros países ya hay miles de oficinas vacías porque la gente no quiere volver a la presencialidad, ya sea por comodidad, costos, eficiencia, etc. Este es un debate que se está dando en el mundo y es lo que se debate actualmente. Ahora, esto puede tener desventajas, pues al capitalismo solo le interesa abaratar costos. Los pacientes que entran por lo virtual, ¿cómo hacer para entender la escena y ese sentido cerrado que trae el paciente?

En la presencialidad o en la virtualidad, tenemos que estar dispuestos a inventar, a improvisar, a dejarnos tomar por la situación y sus elementos. 

En la apariencia, lo que se juega es el yo. El psicoanálisis lacaniano ha criticado a esta instancia, pero es algo fundamental. Está muy bien que se diga que el yo no es dueño de su propia casa, como dice Freud, pero el yo tiene que estar y es imprescindible para poder vivir y sostenernos en la realidad. Esa pantalla o superficie del yo, cuando falta o es frágil como en el caso de la esquizofrenia, el sujeto queda sin defensas frente a lo externo o a lo interno y vive un sueño estando despierto. El inconsciente lo bombardea permanentemente, pues no hay represión ni algo que le haga tabique. Son sujetos invadidos por miradas, por voces o por la realidad. Por eso hay que darle al yo la importancia que merece en la estructura y no es un objetivo del análisis deshacerlo, sino hacerlo poroso, flexible, que deje pasar el inconsciente y la realidad. 

El yo a veces impide la presencia del inconsciente y llegar al inconsciente del paciente cuesta. Del lado del paciente, él puede sentir que no pasa nada, que habla y que no hay ningún cambio, que su consulta no tiene respuesta. Del lado del analista, puede no saber cómo intervenir o sentir que se aburre (angustia). La magia del analista ahí es vieja: la asociación libre. La asociación libre es explicada por Freud cuando dice que el paciente debe imaginarse sentado en un tren y mirando por la ventanilla y decir en voz alta todo lo que pasa ante sus ojos. El paciente no tiene ninguna obligación de seleccionar lo que pasa ante sus ojos, no filtrar ni elegir. La ocurrencia que aparezca en la cabeza, tiene que decirla. 

Al hablar el paciente, de repente aparece una palabra que resulta extraña, un tono raro, diferente... Una intervención puede ser preguntarle qué se le ocurre con lo que dijo. ¿Qué es lo primero que se le pasa por la cabeza? Esto activa el pensamiento y el aparato cognitivo, que no qeremos que aparezca, porque eso filtra y selecciona. Tiene que ser algo simple, sencillo y espontáneo. La asociación libre cuesta, porque implica liberarse, pero es un entrenamiento que el analista le enseña al paciente y a no trabajar con el pensamiento, sino con lo que se le ocurre. El analista tiene que ver que mientras menos tenga que ver con el tema que está hablando, más disparatada sea la ocurrencia, más valiosa es. El paciente puede sentir vergüenza y ahí hay que escuchar, alentando a que el paciente lo diga como pueda y le salga. Esa es la puerta de entrada a la segunda fase del análisis, que es la del semblante. Antes, el analista no podía escuchar nada porque el paciente no permitía que se viera nada. 

En cuanto el paciente se empieza  aabrir y ve que son importante los sueños, que los actos fallidos no son azarosos y que son valiosos, empieza a funcionar la maquinaria del inconsciente, se puede desplegar el arte interpretativo. Cuando el paciente asocia, el analista no debe hacer ningún esfuerzo porque está ahí servido. Las asociaciones dan la pista por dónde intervenir: a veces es hacer una conexión entre una cosa y la otra y eso ya es una interpretación. 

La etapa del semblante es este momento donde el analista está en el lugar de sujeto supuesto al saber. El analista se constituye como alguien que va a saber, que no va a juzgar y el inconsciente empieza a liberarse y a producir. 

La tercera etapa del análisis, sin pensar en tiempos cronológicos sino lógicos, es la mostración. Es la mostración del objeto al cual el sujeto está ligado, aferrado, fijado. El objeto pulsional al que está atado y eso no se dice con palabras, sino que se muestra. La tarea del análisis es ir construyendo aquello que se llama fantasma. Los pacientes dicen "Le muestro...", "Mire esto...", "Ojo, eh...". Ese es el objeto mirada. En cambio, "¿Se escucha...?", "No le oigo" es el objeto voz. Ambos están en la virtualidad. También puede aparecer el objeto mierda cuando el paciente habla mucho de sus pertenencias, del dinero, del sostén, etc.  O el objeto oral,  que también aparece cuando el paciente busca ser aliemntado, cobijado... En este caso el analista debe cuidarse de no tentarse y no intervenir de una forma que sea fuera de tiempo.

En mis primeros tiempos de analista, un paciente vino insistiendo que tenía un trabajo muy bueno, que tenía mucha plata, que tenía varios autos, una linda casa. Ostentaba permanentemente del dinero que tenía. Yo mordí el anzuelo y le cobré una cifra alta. El paciente no volvió nunca más. Al tiempo, un colega me contó que tomó en análisis a este paciente y él, más advertido que yo, le cobró un honorario normal. Resulta que el paciente tenía una madre sumamente avara, nada de seno ni generosa. A lo largo de ese análisis ese paciente pudo hacer una trasmutación de esa pulsión anal y pasar de ser alguien avaro a ser alguien generoso. Hizo falta que el analista no mordiera el anzuelo de lo que él presentaba como un objeto brillante. Cuando algo se presenta demasiado brillante delante nuestro, hay que desconfiar un poco.

Nosotros debemos construir la relación a ese objeto mostrado y recién al final se va a poder intervenir con esto. Este paciente necesitaban que lo alojaran y ese fracaso significó para mí una gran lección. El éxito de un analista está en aprender de sus fracasos. Está bueno supervisar un paciente que se va para saber por qué se fue, qué pasó ahí. 

Caso clínico: "La cenicienta"
Una paciente consulta luego de haber recorrido unos cuantos análisis. Consulta por una gran angustia desbordante, que se manifiesta como una gra dificultad para los lazos sociales, tener pareja, amigos. Está sumamente encerrada. Cuenta una historia de mucho sufrimiento. Ella era la hija menor de un matrimonio que tenía otras dos hijas y donde ella es la menor, con mucha diferencia de edad. Ella viene a ocupar un mal lugar en esta famlia, porque no era esperada y tiene un lugar de Cenicienta: un lugar de sumisión, encargarse de las tareas más pesadas de la casa, de usar la topa rota de las hermanas. 

Sin embargo, ella es muy lúcida y culta y gracias a su yo fortalecido pudo sobrevivir. El yo ayuda muchas veces a sobrevivir a situaciones muy extremas, armándose ella una pantalla para defenderse de esa realidad. Ella logró avanzar, pero sabemos que lo rechazado retorna y en algún momento tuvo que encontrarse con la tarea de revisar todo lo doloroso que había reprimido sobre su infancia. Acá la angustia tiene un gran valor como señal en el yo. El yo es el almácigo de la angustia y el yo la registra como señal de que algo no va bien. Es por eso que para los analistas la angustia es un faro.

En este caso, la angustia era desbordante. La el modo en que la paciente relata su historia es muy caótica y la va presentando como piezas aisladas de un rompezabezas, sin conexión entre sí. En estos casos, hay que tener paciencia y no apresurarse en comprender que una parte iba con la otra. Ningún paciente viene con la historia clínica armada para que nosotros los entendamos. 

Simultáneamente, en la transferencia comenzó a suceder que su malestar iba en aumento a medida que ella iba armando su historia. Esto es contrario a lo que uno espera. Aquí el dolor y la angustia iban en aumento y empezó a centrarse en la transferencia. Aquí está la segunda parte del análisis, el semblante del analista. Yo empecé a sentir que era una especie de torturador que la obligaba a contar cosas horribles de su vida. Me sentía culpable, un abusador, un maltratador. Abuso y maltrato eran los significante de su historia, por eso me ubicaba en ese lugar. Esto fue en aumento hasta que la situación se volvió muy preocupante. Ella se quejaba del análisis, de la transferencia, de que ella se iba mal. Le dije "Esta va a ser tu última sesión. De esta manera no te voy a seguir atendiendo, porque yo trabajo para ayudar a las personas y vos me estás diciendo que esto te está haciendo peor, que cada vez estás peor". Ella se quedó sumamente sorprendida. Se trata de un semblante de enojo y de corte, No fue actuada ni calculada, en parte respondía a algo real que pegaba en mi cuerpo. Cuando un analista se siente desbordado por una situación, tiene que intervenir y no dejarse desbordar, sino empieza a actuar de otra manera. Esta intervención fue un riesgo, pero ella escuchó que no había una situación de odio o rechazo hacia ella, sino que había algo en ella que era excesivo. Esto hizo un cambio radical en la transferencia.  

Vino un tiempo de trabajo analizante de ella muy importante, de traer sueños e ir armando la historia pero apuntando al saber, ya pudiendo escuchar lo del sufrimiento. Por un tiempo, la cosa funcionó bien. La pandemia hizo que tuviéramos que pasar a la virtualidad. Toda la apariencia que ella mostraba era de alguien sufrido, como si fuera poca cosa y sin recursos, cuando los tenía, aunque no podía acceder a ellos.

En una de estas sesiones virtuales, en la casa de ella sonó insistentemente el timbre, al cual al principio no le prestó atención. Fue a atender y estando fuera de pantalla, logré escuhar una escena con quien luego me enteré que era el electricista, que había llegado en un momento fuera de lo previsto. Lo que se escuchaba era que ella despachó al electricista con mucha firmeza, diciéndole que vuelva mpas tarde. Vuelve a la sesión con cara de cenicienta y le marco cómo despachó al electricista. Esto nos tentó de risa a ambos y esto cambió la situación, pues pudo empezar a mostrar como esto de mostrarse como la pobrecita era una apariencia que a ella le servía mucho también. 

Luego de esto conoció a una persona por internet y contrariamente a lo que habían sido sus relaciones previas, donde ella quedaba en un lugar de sometimiento y sumisión frente al hombre, paso algo diferente con esta nueva relación. Pudo empezar a jugar con la sumisión en lo sexual, haciéndose amar por este hombre. Además, mi semblante de maltratador pasó a ser semblante de ideal. Todo esto de la sexualidad ella no podía decirlo ante mí porque le daba vergüenza. Una vez ella me marca que tenía una alianza. Le dije que siempre la tuve y ella me pregunta si estoy casado, si tenía hijos, cuántos tenía... Yo le iba a responder, pero ella pidió que no le dijera nada, que era importante para ella no ocultarse como hacen todos los analistas. Los analistas de niños están muy acostumbrados a estas preguntas y en este caso yo entendí que era importante responderle. Es a partir de eso que ella pudo empezar a contar todas esas escenas eróticas que se jugaban en su fantasía y que pudo poner a jugar con esta pareja. En algún momento ella pudo confesar, con mucha vergüenza, que sentía cierto goce por ser humillada por el otro.

Pregunta: ¿En qué casos las intervenciones tienen que apuntar a fortalecer el yo?
G.S.: El yo se fortalece cuando nosotros podemos ubicar al sujeto y su lugar deseante. Cuando escuchamos en un sueño, podemos ubicar una serie de cosas, como el aspecto deseante en el sueño. El tema es que el yo le dé más lugar al sujeto y eso fortalece al yo, en términos del psicoanálisis: que el sujeto confíe en el inconsciente, reconociendo lo subjetivo deseante. Cada vez que marcamos un paso, una salida de la inhibición, una superación de síntoma remarcado, el yo va tomando esas cosas.

Pregunta: ¿Es más débil la transferencia por medios virtuales?
G.S.: No se pueden hacer generalizaciones, pero diríamos que no. Muchos pacientes dicen que no quieren saber nada con la tecnología. O que extrañan el consultorio, que no es lo mismo... A veces hay que inventar y buscar maneras de que el paciente asocie. Hay que tener una actitud muy activa los primeros tiempos.

Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre la atención virtual con imagen o solo llamada?
G.S.: Hay que utilizar todas las herramientas de la tecnología que se tengan. El teléfono de línea también está ahí. La voz es importantísima y hay muchos que prefieren la llamada telefónica. 

Fuente: Taller Clínico Virtual en la Institución Fernando Ulloa  "Presencia del analista ¿Cómo sostenerla a través de la virtualidad?" a cargo del Dr. Gustavo Szereszewski del sábado 5 de septiembre de 2020.

domingo, 12 de abril de 2020

Elogio de la angustia en tiempos turbulentos


Estas breves reflexiones surgen de un cruce entre los desarrollos que Freud realiza respecto de la angustia, y las circunstancias actuales en la que nos encontramos con diferentes manifestaciones de nuestros pacientes, ante la incertidumbre que surge como producto de la pandemia.


¿Qué lugar le damos a la angustia o como dice Freud, al desarrollo de angustia, frente a una situación que es sentida como de peligro?

Frente a una situación que es percibida como potencialmente peligrosa, surgen diferentes afectos como miedo o terror, que se manifiestan ante una determinada amenaza o situación traumática.

En relación a esto Freud dice que “Terror, miedo, angustia, se usan equivocadamente como expresiones sinónimas; se las puede distinguir muy bien en su relación con el peligro.” Y agrega que “el miedo requiere un objeto determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio, se llama terror al estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado: destaca el factor de la sorpresa.”

¿Qué mecanismos psíquicos se ponen en marcha frente al miedo y al terror?

Tal vez intuitivamente, si preguntáramos a personas que nunca se han analizado ni tenido contacto con un analista, obtengamos como respuesta argumentos como: “no hay que pensar en eso”, “Hay que pensar en otra cosa”, “Mantenerse ocupado”, “Mantener la mente ocupada para no pensar” y toda una serie de argumentos destinados a “evitar” la emergencia de estos sentimientos.

Son técnicas de represión o sofocación de los afectos que requieren de la intervención de esa instancia punitiva que conocemos como Superyó. Esto lleva a un reforzamiento del Superyó que, sabemos, no es gratis. El Superyó cuando el sujeto cede en su deseo acudiendo a su protección, “se las cobra” generando culpa en lugar de abrir interrogantes o reflexiones.

El Superyó se maneja con certezas, con signos, no con significantes. A diferencia del signo, el significante permite una deriva asociativa. Pero mientras más satisfagamos las exigencias del Superyó, lo que haremos es “engordarlo” y entonces, vorazmente, esa instancia va a pedir más y más, asfixiando al sujeto.

¿Cuál es la propuesta desde el psicoanálisis frente a estas respuestas espontáneas que intuitivamente recurren a mecanismos “listos para usar” ineficientes y perjudiciales?

Aunque parezca extraño y contradictorio, el afecto que viene a prepararnos frente al miedo y al terror, es… la angustia.

En nuestra cultura actual, la angustia tiene mala prensa y se lo mete en la bolsa de gatos como un afecto que, junto al miedo y al terror, hay que desterrar.

Pero la angustia es otro afecto que el miedo y el terror.

Nos dice Freud: “La angustia designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido.

Esto que Freud llama “apronte angustiado” es la posibilidad del aparato psíquico de abrir un espacio de pregunta y trabajo psíquico frente a aquello que no se entiende, que representa una pregunta sin respuesta frente a la incertidumbre, frente a la imposibilidad transitoria de lo que llamamos “momento de concluir” como cierre a alguna cuestión.

La angustia, frente al “instante de la mirada” que puede producir una situación de “shock”, abre en cambio otro tiempo que es de suma importancia para todo devenir de una elaboración psíquica posible frente a lo traumático.

Ese otro tiempo del que hablamos se llama “tiempo para comprender. ”El “tiempo para comprender” y la angustia van de la mano. La angustia es el signo de ese tiempo para comprender.

Por eso si eliminamos la angustia, también estamos eliminando ese tiempo indispensable para que un trabajo psíquico sea posible.

Ese trabajo psíquico, en palabras de Freud, consiste en la ligazón de representaciones que permiten una circulación de las cargas libidinales depositadas en ellas y esto abre a la dimensión de la asociación que por ejemplo vemos representada en el trabajo del sueño.

Lo interesante de este trabajo psíquico es que va apareciendo una contracarga frente a lo que en “Más allá del principio de placer” Freud designa como la repetición demoníaca de lo idéntico.

Frente al retorno de lo mismo, compulsión de repetición que se presenta como una carga demoníaca que instala certezas que alimentan al Superyó, el trabajo asociativo que se produce en un análisis, “deriva” estas cargas libidinales hacia circuitos que tienen que ver con la creación, la producción, el amor y la sublimación.

Ahora supongo que algún lector puede plantear la pregunta sobre la angustia como causante ella misma de un trauma psíquico.

Freud nos dice: “No creo que la angustia pueda producir una neurosis traumática; en la angustia hay algo que protege contra el terror y por tanto también contra la neurosis de terror.

Es decir que la angustia es protectora porque, como manifestamos antes, va asociada al “tiempo para comprender” en el que se produce el trabajo psíquico.

En términos freudianos esto produce una sobreinvestidura libidinal de las representaciones potencialmente traumáticas y esto tiene un efecto antiestímulo frente al agente dañino.

Freud en Más allá del principio de placer destaca: “Descubrimos, así, que el apronte angustiado, con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye la última trinchera de la protección antiestímulo.”

¿Cual es el factor decisivo frente al encuentro con una situación traumática?

En toda una serie de traumas, el factor decisivo para el desenlace quizá sea la diferencia entre los sistemas no preparados y los preparados por sobreinvestidura.

La diferencia entre los sistemas preparados y los no preparados por sobreinvestidura, son dependientes del trabajo psíquico con la angustia y el saber-hacer con ella.

Finalmente, una reflexión acerca de los tiempos que nos tocan vivir, respecto de la posibilidad de atender a nuestros pacientes por vías virtuales que no pueden eliminar la distancia entre nuestros consultantes y la presencia del analista cuya presencia real (y no sólo simbólica e imaginaria) es insustituible.

Respecto de esto recordé que Freud, hablando de las resistencias de nuestros pacientes, causadas por la insatisfacción y provocadas por la abstinencia a responder a la demanda de amor que la ética psicoanalítica nos recomienda, introduce la palabra “subrogados”.

Los subrogados son formaciones sustitutivas de las que nos valemos para “acortar” esa distancia que las circunstancias nos imponen.

En palabras de Freud:
Ya he indicado el importante papel que corresponde a la persona del médico en la creación de motivos destinados a derrotar la fuerza psíquica de la resistencia. En no pocos casos, (…) la colaboración de los pacientes pasa a ser un sacrificio personal que tiene que ser recompensado mediante algún subrogado del amor. Las fatigas y la amistosa tolerancia del médico tienen que bastar como tal subrogado.

Freud, Sigmund. Estudios sobre la histeria. Sobre la psicoterapia de la histeria.

Fuente: Gustavo Szereszewski (Abril 2020) "Elogio de la angustia en tiempos turbulentos"

miércoles, 20 de septiembre de 2017

¿Posición o Posiciones del analista en la transferencia? La escucha del analista. (segunda parte)

Repaso de la clase anterior: empezamos diciendo que había 2 grandes motivos por los que los analistas hacían supervisión: pacientes que quieren interrumpir el tratamiento y los pacientes con los que “no pasa nada”. Agregaría algo más de este último grupo: parecería que no hablan de nada. ¿Para qué vienen? Hoy vamos a tratar de responder a estas 2 cuestiones, formalizándolas teóricamente como para poder pensar esta cuestión.

Dijimos que la transferencia tuvo un origen clínico, no teórico; que Freud encuentra este concepto en la clínica y en el primer lugar donde aparece un borrador de ese concepto es en el caso Emmy, que es la primera paciente de Freud, en la nota 25, donde menciona la cuestión del enlace falso o falso enlace, que es lo que le pasaba a los pacientes hipnotizados, que adjudicaban una razón cualquiera a algo que había sido una orden hipnótica. Luego, en Dinámica de la Transferencia aparece un 2º punto, que es el de confianza. El paciente necesita tener confianza en el analista para no tener vergüenza de contarle todo lo que le viene a la mente, contarle sus más íntimos secretos.

Finalmente, aparecía el término Übertragung, que significa transferencia, pero lo interesante de esta palabra es que aparece como sinónimo de resistencia. Freud la nombra cuando dice que el paciente viene asociando y en cierto momento se detiene. Freud dice que lo que ahí hubo fue una transferencia, en el sentido que el paciente transfirió a la persona del médico una idea previa, una fantasía por ejemplo y la transfiere a la persona del médico una idea previa. El paciente no puede seguir hablando, porque se trata de la manifestación de un deseo actual que incluye a la persona del médico. Es más fácil hablar con alguien cuando se habla de otras cosas que suceden fuera del consultorio, en otro tiempo, recuerdos o escenas que transcurren en otro lado. Cuando el paciente se ve llevado a hablar de algo que le pasa en ese momento y con la persona que está hablando y no de una tercera persona. Ahí Freud da el ejemplo de una paciente que le está hablando a él y de repente detiene las asociaciones. Freud tenía un método, que era decirle que seguramente ahora se le había ocurrido algo que tenía que ver con su persona y por eso se le puso la mente en blanco. Seguramente, que había algo que ella asoció con él. Ella le responde que efectivamente, cuando habla con un hombre, tiene la fantasía de que ese hombre se aproveche de ella y le estampe un beso. A ella le apareció eso con Freud y no podía decírselo.

Otra cosa que vimos fue que Freud fue testigo de algo que le pasó a Breuer con Anna O. Breuer insistía que el elemento sexual estaba asombrosamente no desarrollado en Anna O. La tenía idealizada, en el sentido que Breuer tenía idealizadas a las mujeres vírgenes o asexuadas. Freud se queda muy impactado porque conoce el desenlace de ese caso, que fue absolutamente sexual, donde Anna O. fantaseaba con estar embarazada de Breuer. Breuer se había encargado de cerrar ese historial clínico diciendo que había sido un caso exitoso porque la paciente había estado mucho mejor. En cuanto él cortó el tratamiento porque su mujer se había puesto celosa, Anna O. entra en una especie de crisis, llaman a Breuer de emergencia y entonces se encuentra con este embarazo histérico y el estadío de la sexualidad. Freud se queda interrogado y como era muy curioso, le interesó. Entonces este caso fue muy importante para Freud, porque Breuer decía una cosa, pero pasaba otra. Es así como el concepto de transferencia pasa de ser un evento desafortunado, como el de Anna O., a formar parte de la estructura de la cura, además de íntimamente anudado a la resistencia. Eso que es el motor de la cura, que tiene que ver con dirigirle el amor y el saber, que es en definitiva el amor al saber del analista, esa es la transferencia. ¿En qué punto se anudan transferencia y resistencia?

Retomamos Dinámica sobre la transferencia (1912):

Las mociones inconcientes no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo inconciente. (8) Al igual que en el sueño, el enfermo atribuye condición presente y realidad objetiva a los resultados del despertar de sus mociones inconcientes; quiere actuar {agieren} sus pasiones [...]

En lugar de recordar, que es el ideal freudiano (hacer consciente lo inconsciente), el paciente en vez de recordar lo actúa, lo lleva al plano de la realidad de la transferencia con el analista. Y dice:

[...] en definitiva, nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie.

De alguna manera la neurosis es eso que hay que ajusticiar. La neurosis tiene que volver y reproducirse en la cura. En ausencia no puede ser tratada, tiene que estar en presente y en efigie (en imagen) tampoco. Es decir, tampoco una foto de lo que fue. Tiene que transcurrir aquí y ahora. Entonces, como último punto de este recorrido, vamos a la Conferencia 27, La Transferencia. Dice Freud:

Pero aún me gustaría decirles algunas palabras para disipar la extrañeza que les ha provocado la emergencia de este inesperado fenómeno. No olvidemos, en efecto, que la enfermedad del paciente a quien tomamos bajo análisis no es algo terminado, congelado, sino que sigue creciendo, y su desarrollo prosigue como el de un ser viviente.

Esto es muy importante, porque el paciente no viene a consultar por algo que ya pasó, sino por algo actual que sigue desarrollándose. No es que la neurosis se detiene cuando el paciente viene a consulta, sino que continúa. La continuación de la neurosis va en paralelo con su curación.

La iniciación del tratamiento no pone fin a ese desarrollo, pero, cuando la cura se ha apoderado del enfermo, sucede que toda la producción nueva de la enfermedad se concentra en un único lugar, a saber, la relación con el médico.

Eso de la neurosis que estaba causado en un lugar desconocido y que hay que averiguar en el transcurso del análisis, toma al analista como causa. El analista se vuelve causa de esa nueva neurosis que se produce en la transferencia y que Freud llamó neurosis de transferencia. A tal punto es esta neurosis de transferencia, que Freud dice que la única neurosis que podemos curar es la neurosis de transferencia. Es esa neurosis que se produce a partir de lo viejo y que es la que tratamos. Freud dice:

Pero cuando la transferencia ha cobrado vuelo hasta esta significación, el trabajo con los recuerdos del enfermo queda muy relegado.

El paciente ya no trae más recuerdos, sino que empieza a hablar de lo que le pasa con el analista.

No es entonces incorrecto decir que ya no se está tratando con la enfermedad anterior del paciente, sino con una neurosis recién creada y recreada que sustituye a la primera.

Hay un efecto de metaforización, un efecto de neurosis que sustituye a la anterior.

Todos los síntomas del enfermo han abandonado su significado originario y se han incorporado a un sentido nuevo, que consiste en un vínculo con la trasferencia. O de esos síntomas subsistieron sólo algunos, que admitieron esa remodelación. Ahora bien, el domeñamiento de esta nueva neurosis artificial coincide con la finiquitación de la enfermedad que se trajo a la cura, con la solución de nuestra tarea terapéutica.

Lo importante de este texto es que Freud dice que la neurosis se forma alrededor de la transferencia con el analista, como las ostras que arman una perla alrededor de un granito de arena. Esa neurosis toma como núcleo. esa neurosis toma como núcleo y como objeto al analista. Esto trae una serie de problemas que después vamos a ver, cómo actuamos desde el interior de la transferencia.

Lo más importante de la transferencia no es lo que los pacientes nos dicen, sino lo que los pacientes no nos dicen: lo que no se puede decir con palabras. ¿Cómo tratar con palabras eso que no se dice con palabras? Recordarán que en el sueño de Dora, Freud hace una interpretación larguísima donde Dora presenta cuál es la cuestión, que incuye su sexualidad que queda a expensas del sr. K por los amoríos que su padre tiene con la sra. K, engañando a su madre. Ese primer sueño Freud lo interpreta como un llamado de auxilio al padre, que salve su alhajero, el cual está muy tentada de dárselo al sr. K. Este sueño es muy importante, porque es un sueño de repetición. No es lo mismo un sueño aislado, que puede tener una concatenación indirecta, que un sueño de repetición, donde se sueña igual noche tras noche, idénticamente uno y otro sueño.

A la sesión siguiente, Dora le dijo a Freud que hay algo que no le contó. Cuando nosotros escuchamos eso, sabemos que es oro en polvo. Le cuenta que cada vez que despertaba de ese sueño de repetición, Dora sentía olor a humo, como una especie de alucinación olfativa. Como estaba la cuestión de la casa que se quemaba, Freud le dijo “Donde hay humo, hubo fuego”. Dora le dice que no se trata de eso y asocia que el padre y el señor K fumaban… ¡Y Freud también! Entonces Freud se ve, en el caso, a hablar de la transferencia:

Me vi obligado a hablar de la transferencia porque sólo este factor me permitió esclarecer las particularidades del análisis de Dora.

Dora traía muchísimo material: sueños, asociaba, síntomas. Era la paciente perfecta para el psicoanálisis.

[...] su particular trasparencia— guarda íntima relación con su gran falla, la que llevó a la ruptura prematura. Yo no logré dominar a tiempo la transferencia; a causa de la facilidad con que Dora ponía a mi disposición en la cura una parte del material patógeno.

O sea, Dora era una paciente ideal, pero mientras ella traía todas esas formaciones del inconsciente, dignas de escuchar, la transferencia iba creciendo y haciendo su trabajo, como Anna O. con su embarazo falso que a Breuer se le escapó. Bueno, a Freud se le escapa la transferencia que Dora iba preparando, porque no está dicha con palabras. Por ejemplo, esto del olor a humo que no es algo que esté relatado. Esa alucinación olfativa es algo de otro orden y que implica a Freud, por lo que no era tan fácil decirlo.

[...] olvidé tomar la precaución de estar atento a los primeros signos de la transferencia que se preparaba con otra parte de ese mismo material, que yo todavía ignoraba. Desde el comienzo fue claro que en su fantasía yo hacía de sustituto del padre, lo cual era facilitado por la diferencia de edad entre Dora y yo. Y aun me comparó conscientemente con él;

Recordemos que a Dora la llevan. Freud conoce al padre, al sr. K., porque eran del círculo de amigos. La traen a Dora para que la curen, como hacen muchos padres con sus hijos adolescentes que ubican ahí el síntoma, cuando en realidad era el padre de Dora el que estaba haciendo lío y Dora era la emergente de esa historia. Dora denuncia que el padre engaña a la madre con la sra. K. y que el sr. K la acosa a Dora todo el tiempo. Dice que el padre la estaba entregando al sr. K. ¿Qué es esto, a nivel de la transferencia? Dora lo estaba poniendo a prueba a Freud, en qué lugar él se ponía: si del lado de ella o del padre, que quería que Dora se callara la boca. Freud toma en valor de verdad lo que Dora le dice. Esto es lo primero que hacemos los analistas cuando alguien viene y nos cuenta algo. Tomamos como una verdad lo que nos está diciendo, aunque nos cuente algo loco o totalmente delirante. Los pacientes, en las entrevistas preliminares, nos testean. Mientras nosotros tratamos de diagnosticar, los pacientes nos testean mediante pequeñas pruebas a ver si las pasamos. Entonces dice Freud:

Después, cuando sobrevino el primer sueño, en que ella se alertaba para abandonar la cura como en su momento lo había hecho con la casa del señor K., yo mismo habría debido tomar precauciones, diciéndole: «Ahora usted ha hecho una transferencia desde el señor K. hacia mí. ¿Ha notado usted algo que le haga inferir malos propósitos, parecidos (directamente o por vía de alguna sublimación) a los del señor K.? ¿Algo le ha llamado la atención en mí o ha llegado a saber alguna cosa de mí que cautive su inclinación como antes le ocurrió con el señor K.?». Entonces su atención se habría dirigido sobre algún detalle de nuestro trato, en mi persona o en mis cosas, tras lo cual se escondiera algo análogo, pero incomparablemente más importante, concerniente al .señor K.

El caso termina que Dora va a ver a Freud por una neuralgia en la cara, como si fuera un sopapo pero que esta vez le toca a  ella. Dora se había enterado algo de Freud y retorna algo de ese sopapo a Freud con el que Dora le avisó con su sueño.

En esto mismo que Freud piensa que hubiera sido la solución a este problema, está contenido por qué metió la pata Freud. Primero, porque él pensaba que estaba bien que Dora estuviera con el sr. K o con un hombre y que la cuestión era resolver la heterosexualidad de Dora. Pero Freud se estaba ubicando demasiado cerca del sr. K, o en el lugar del padre de Dora, cuando en realidad el interés de Dora estaba dirigido hacia la sra. K. Allí Freud debería haberse ubicado en el lugar de la sra. K. Hacia ese lugar iba la transferencia de Dora y Freud resistía a ese lugar, porque si era hombre, ¿Cómo iba a hacer semblante de mujer? Los analistas tenemos que poder hacer semblante de cualquier cosa: hombre, mujer, travesti, padre, hijo, hermano… La caja de herramientas del analista está llena de máscaras que inventa para cada paciente. Ese es el lugar de semblante del analista. No era que Freud hubiera salvado la transferencia diciéndole esto que a ella le pasaba con Freud, sino que debería haber cambiado la dirección de la cura y haber tomado los atributos de la sra. K. Es decir, si a Dora lo que le interesaba eran las cuestiones sexuales femeninas, Freud, que investigaba eso, podría haber estado en el lugar de semblante.

Lacan decía que el inconsciente estaba estructurado como un lenguaje. Esto quiere decir que el sujeto está dividido entre lo que sabe y lo que ignora, y está representado por un significante, al que llama S1. Entonces, el sujeto es representado por un significante para otro significante. El significante entonces, es lo que un sujeto representa para otro significante. A un significante le sigue otro, no hay significante que diga todo y no hay significante que se convierta en un signo total. Siempre es un significante en falta. Entonces, un significante representa a un sujeto para otro significante y eso arroja un resto que se llama objeto a.

Si esto fue una proporción matemática, es una división cuyo resto no da cero. La división del sujeto tiene un resto. El sujeto dividido por el lenguaje jamás podrá recuperar el estado de unidad, porque algo le va a faltar. No se trata de las 2 mitades de una naranja, que al juntarlas forman una entera. En la división del sujeto hay algo que resta y que cae. En el piso superior, donde un significante remite a otro significante, es lo que Freud llamaba la asociación libre: una cosa lleva a la otra. Pero en paralelo al decir del paciente, hay algo que no se dice y que llamamos fantasma, que es lo que está en el piso de abajo si ponemos el losange (). El ◊ son 2 flechas que se juntan, una va de sujeto a objeto y otra que va del objeto al sujeto.
En el fantasma, sujeto y objeto son intercambiables. Es decir, el sujeto desea un objeto, pero también se identifica con ese objeto. Entonces, va y viene entre sujeto y objeto. Esto es lo que le pasa a Dora. Por un lado, los sueños, los síntomas, todas las formaciones del inconsciente, pero por otro lado está toda esta fantasía armada alrededor de qué es ser una mujer, qué quiere, que enigma guarda la sra. K., que es algo que la palabra no alcanza a decir, que por más libros que leamos, hay un enigma de la sexualidad, de lo femenino, de la muerte, que no alcanzamos a aprehender. Entonces, acá están los 2 pisos de lo que pasa en la transferencia: lo que el paciente nos dice y lo que nos va mostrando con gestos, actos, etc. Son más difíciles de traducir porque no están dichos con palabras.

Caso clínico.

Este es un caso de un libro llamado “La marca del caso”, de Claude Dumezil. El autor es un discípulo de Lacan que escribió este libro, donde recopila una serie de casos donde se toma en cuenta la marca del caso: cómo el analista puede decir, en cada caso en particular, cuál es la marca de ese caso. Por ejemplo, Freud decía el hombre de las ratas, el hombre de los lobos, etc. Dice Dumezil:

En cuanto a la marca de mi práctica, contentémonos con considerar su dinámica. Alguien viene a hablar conmigo de un proyecto de análisis. Al tercer o cuarto encuentro, se me relata un sueño que parece directamente salido de la Traumdeutung, de la interpretación de los sueños, un sueño de castración. Pero en un principio este concepto permanece ausente, velado de sus comentarios y sus asociaciones.

Es como cuando los pacientes nos cuentan un sueño y les preguntamos qué se le ocurre con cada una de las partes de ese sueño. Es el soñante que, en cada una de las partes, tiene que decir cuál es el primer acto, el segundo. El analizante es el guionista y el escenógrafo de su sueño, así que tiene que indicar las partes y asociar sobre cada una de ellas. A este paciente no se le ocurre nada. Entonces dice el analista:

Mientras guardo un activo silencio, un breve dolor, breve como el relámpago, me atraviesa la pierna. Lo reconozco de inmediato: dolor que no sentía ya desde hace 40 años.

Esto es algo que le pasa al analista. Se acuerda, entonces de una afección ósea de la infancia.

En el espacio transferencial en el que ya me encuentro, este fugaz síntoma se asocia a un decir precedente de mi visitante que sí habla.

Es muy importante prestar atención a lo que el paciente viene hablando porque de golpe, cuando aparece el sueño, muchas veces las asociaciones estuvieron antes de contar el sueño. O sea que esas asociaciones llevaron al sueño, que remiten a él. Entonces, el paciente había dicho que siendo niño, en agosto de 1944, mientras tenía lugar de su ciudad (2ª Guerra Mundial), el paciente sufre un tiroteo y una bala perdida lo hiere en la pierna.

El azar quiso que en esa época yo, joven adolescente, viviera un tiroteo, ese mismo día, sin consecuencias.

Es una coincidencia muy llamativa. El paciente había dicho que sufrió un accidente en una pierna. Cuenta ese sueño, no se le ocurre nada y el analista siente este dolor. Recuerda una afección ósea de la infancia pero también recuerda que ese mismo día él había estado en esa misma situación.

La coincidencia de lugar y fecha era impresionante, pero en ese momento no hice nada con ella. Hizo falta ese sueño de castración del paciente y mi histerización dolorosa para que se asociara de una manera sorprendente, es decir, se ordenara o reescribiera todo un conjunto de significantes míos, de la época, trabajados sin embargo como 100 veces en mi propio análisis y precisamente, en el registro de la castración. Pero nunca había salido a la luz tal significante castración-liberación, que se ofrecía a la vez como formación de mi inconsciente y como trama de una intervención posible para el Otro.

Lo inconsciente, decididamente, era el discurso del Otro, pero esta vez es del lado del analista que aparece el discurso del Otro desde su paciente y eso le permite interpretar. Es decir, esa conjunción de lo que el paciente dice y lo que a él le pasaba. No siempre nos pasa que hacemos un síntoma, pero sí que de golpe el paciente nos cuenta una cosa y nosotros tenemos un pensamiento que se asocia con eso que dice el paciente. Pensamos en cosas nuestras, que se nos disparan a nosotros, pero no por casualidad: se disparan en ese momento y lugar, pero referido al paciente. En vez de decir “Usted está proyectando en mi su objeto malo y entonces yo incorporo su objeto malo y me trata como a su madre”, que sería una construcción kleiniana, nosotros escuchamos cuál es el significante que está en juego ahí. En ese caso, los significantes en juego eran ese par castración - liberación.

Lacan dice que Freud se encuentra con el inconsciente, ante todo, como discurso del Otro, por eso lo encuentra en sus pacientes, luego en sus sueños.

Ahora vamos a hacer un esquema:
El esquema L tiene 4 lugares, donde el primero es el lugar del gran Otro (A). El Otro no es alguien, no es un quién, sino un lugar. Es el lugar del significante, el lugar desde el cual se le dice al sujeto si es hombre, mujer, si está vivo, muerto, si es verdadero, falso, etc. Es el lugar desde donde se sanciona un discurso. Es el lugar donde por ejemplo se sanciona si un chiste es un chiste. Cuando otro se ríe, está desde el lugar del Otro diciendo que eso es un chiste. A veces uno dice cosas que no son chistosas, pero el Otro sanciona que sí, entonces se ríe. El Otro, dice Lacan, preexiste. Es decir, no hay preexistencia del sujeto, no hay algo inmanente al sujeto o algo instintivo, sino que primero es el significante en el lugar del Otro. A partir de eso, puede haber un sujeto. Por eso está la flecha que conecta al Otro con el sujeto (S). Pero en este sujeto, lo que aparece es la pulsión. Cuando el lenguaje ingresa en el infansa, o el infans se baña en el lenguaje, el instinto se pierde y se transforma en otra cosa que llamamos pulsión. Esto Lacan lo pone como (Es), es decir, ello en alemán, como lo llamaba Freud. Es el ello freudiano y ahí aparece la pulsión, que está determinada por el Otro. Ahora, el sujeto no tiene una comunicación directa con el Otro, sino que es una comunicación mediada por su imagen especular. Ese acceso al gran Otro está mediado por el pequeño otro, que es el semejante. Entonces acá hace una línea punteada, porque es el hijo que se enfrenta a su imagen en el espejo.

Cuando se enfrenta con su imagen frente al espejo, ve una unidad donde antes había una división. El bebé tiene la capacidad visual para captar una imagen, pero desde el punto de vista motor es inmaduro. No tiene la maduración suficiente y se produce un divorcio entre lo que ve y lo que puede aprender de manera motora. El bebé puede adueñarse de la imagen, pero no de su cuerpo. Justamente, a’ es el otro del espejo, el otro semejante, por ejemplo un hermanito. Los bebés y los chicos chiquitos se quedan fascinados, no por los adultos, sino por otros chicos. Los bebés, sobre todo, se quedan observando al chico que otro adulto lleva, porque es un pequeño otro cercano a él donde ve un dominio motor que todavía no tiene. Por eso, la línea punteada es la insuficiencia motora que tiene el bebé ante esa imagen de ese otro. Es a partir de la identificación con esa imagen que entonces Lacan pone el yo. También lo pone con a y en francés es moi. El francés tiene la ventaja de tener 2 palabras para decir yo: je y moi. El moi es el yo freudiano, la instancia yoica narcisista, es la que se identifica en el espejo. Esta línea, de a - a’, lacan la llama relación imaginaria.

Para completar el cuadro, también hay una flecha que va desde el A al yo, porque este yo depende de lo que sucede en el lugar del Otro. Fíjense que uno está en blanco y otro en negro, como que hay una correspondencia de complementariedad Es decir, este pequeño otro (a’) está en el campo del gran Otro. El campo del Otro es el fondo del espejo, es algo que viene de afuera. Por eso es el Otro, porque viene de afuera. Esto es lo que Lacan llama la alienación fundamental del yo. El yo es una imagen tomada tomada del campo del Otro y es una enajenación, es una alienación a esa imagen del Otro, no es algo propio, aunque nosotros creamos que somos eso que nos viene. Nos enamoramos tanto de esa imagen que pensamos que somos esa imagen. Entonces, así como el eje de la relación imaginaria es a - a’, en el eje A - (S) Lacan pone inconsciente. Y acá voy a introducir una modificación en el esquema. El mensaje que viene del Otro, hacia el sujeto, que es lo que llamamos formaciones del inconsciente. Por ejemplo el sueño, que nos parece algo ajeno. Somos como espectadores pasivos de ese sueño: se nos presenta una cantidad de escenas e imágenes donde no nos conocemos como autores de eso. Más bien, lo percibimos como que nos viene del Otro y no entendemos bien qué nos quiere decir, tenemos que descifrarlo. Ese es un mensaje que viene del Otro, cuando atraviesa esta línea imaginaria se fragmenta, porque así es como aparece el inconsciente: como fragmentos, disruptivamente, como el acto fallido. Es algo que se mete en el discurso sin que nosotros queramos, como perforándolo e interviniendo.

El eje imaginario, el de a - a’, es lo que Lacan llama el muro del lenguaje. Es lo que impide que estemos todo el tiempo siendo hablados por nuestro inconsciente. Imagínense darle todo el tiempo rienda suelta a mis ocurrencias y asociaciones libres: no se podría transmitir una idea ni decir algo coherente. El eje a - a’ predomina por sobre las interferencias inconscientes, entonces podemos comunicarnos. A los psicóticos, justamente, les falla eso y están todo el tiempo bombardeados por su inconsciente. Lo perciben como si viniera de otro lugar: escuchan voces, ven cosas, como si nosotros estuviéramos soñando, pero despiertos. Imagínense un sueño contínuo, todo el tiempo siendo espectador de un sueño al que creemos realidad. Porque cuando uno sueña, cree que en realidad está pasando. Al psicótico le pasa todo el tiempo.

Lacan dice que todo el esquema L es la estructura del sujeto. Este esquema es la estructura del sujeto. No es un esquema social, de lo que le pasa al sujeto con otros, sino que le pasa al sujeto dentro de sí. Es un esquema intrasubjetivo. Otra cosa es que nosotros hablemos con otros y los pongamos en esos lugares, pero esos lugares ya están dentro de nuestro aparato psíquico. A mí se me ocurrió lo siguiente: tomando este esquema, que es la estructura subjetiva, le sobrepuse otro esquema que está en el seminario VIII, en el seminario de la transferencia, donde Lacan habla del partido de bridge analítica. Es decir, en la transferencia no hay uno ni hay 2, sino 4 lugares. Está el sujeto con su imagen especular y está el analista con su propia imagen especular. Entonces vamos a ver qué pasa cuando estos lugares no están bien diferenciados.

Al analista lo ubicamos en el lugar del Otro, que es también el lugar del inconsciente. No es que somos el gran Otro, sino que estamos en el lugar donde sancionamos lo que dice el paciente. Por ejemplo, lo sancionamos como un chiste, como un sueño o interpretamos. Intervenimos desde el lugar del gran Otro, que es ese lugar en la estructura del sujeto.

El paciente habla desde su yo: le pasan cosas, tiene síntomas, pero habla desde su yo. Todavía no habla desde el lugar del inconsciente, sino que habla desde su yo. Entonces, va a tratar de reducir su lugar subjetivo a un lugar yoico. Ejemplo: el paciente tiene un acto fallido, el analista le dice “usted dijo tal cosa” y nos responde que fue un furcio o que se equivocó. El analista insiste, el paciente responde que no lo pensó. El paciente, tomado por su yo, no acepta fácilmente que es hablado. Solo acepta que es dueño de lo que dice. Y si no es dueño de lo que dice, entonces eso no existe: lo borra, lo invalida. En un punto tiene razón, porque al yo no se le ocurrió, pero sí se le ocurrió al sujeto, que es el que habló así. Lo que pasa es que el paciente, en principio, desconoce que en esta estructura imaginaria que está atrapado, está determinada por otro lugar. No es dueño de lo que dice y tampoco sabe que eso que dijo sin querer es también un pensamiento con validez de verdad, por más que no haya sido un pensamiento consciente, aunque él no haya pensado en eso. Nosotros lo invitamos a que piense, que asocie. En los actos fallidos se nos mete algo que no queremos, que perfora este eje a - a’ y que no lo reconocemos como propio. El paciente va a tratar de moverse en el eje imaginario, pero al hacer esto y forzarlo, manda al analista al lugar del pequeño otro, del partenaire, con el que habla: su amigo, su amiga, su madre, su padre, etc.

Caso clínico de transferencia positiva.
Cuando recién empecé mi práctica en el consultorio, recibo a una mujer que por su edad perfectamente podría haber sido mi madre. En ese momento me dejaba la barba como para parecer más experimentado. Y sin embargo esta paciente hizo una transferencia conmigo e hizo un análisis muy interesante. Ella tenía mucha transferencia con uno de sus hijos al que le suponía saber. Ahí quedé ubicado yo, como en un lugar de saber, que facilitó la transferencia en ese punto. Lo que yo le decía le parecía palabra santa y me puso de inmediato en el lugar de sujeto supuesto al saber, que para ella era un varón jovencito. Ahí calcé bárbaro, pero eso también puede tener inconvenientes, porque si me ubicaba demasiado en el lugar del hijo, también me podía ubicar en un lugar de complicación, que era la que tenía con su hijo y que yo caía en la transferencia. Yo tenía que salir de ahí, pero este movimiento hace que como en un sube y baja, nosotros seamos traccionados por la transferencia a ese lugar de pequeño otro, que es el lugar de alguien que en el Edipo del paciente está ubicado en algún lugar. El paciente nos ubica en esas casillas. Por eso es que tenemos que tener una buena cantidad de máscaras para poder hacer semblante de ese lugar (a’) y acá viene la respuesta de qué pasa cuando no pasa nada, si quedamos muy ubicados en este lugar, entonces estamos obturando la transferencia, o mejor dicho, estamos respondiendo a la demanda de la transferencia, pero no estamos como analistas.
Ahí se producen una serie de fenómenos, tanto positivos como negativos. Positivos, en el sentido que la cosa anda, pero no pasa nada. Y negativo, en el sentido que el paciente entra en una rivalidad yoica con nosotros y nos lleva a hacer cosas como decir “Bueno, si usted faltó tiene que pagar la sesión” para todos los casos y entra en una cuestión de yo a tu y ahí nos empantanamos. Caemos ahí y obturamos el análisis. El movimiento del deseo del analista va en vía contraria, saliendo de ahí:
Cuando hacemos este movimiento, lo mandamos al paciente al lugar de sujeto. Cuando volvemos a ubicarnos en el lugar de sujeto supuesto al saber, el lugar del Gran Otro, ahí volvemos a ubicar al paciente en el lugar del sujeto y así se relanza el análisis. Es lo que le hubiera pasado a Freud si en lugar de haber quedado en el lugar del sr. K, se hubiera ubicado en el Otro. Freud no pudo volver a ese lugar, ubicándose como la sra. K, que era un lugar de saber para Dora, entonces el análisis fracasó. El lugar de la sra. K. era un lugar de saber para Dora y desde ahí el análisis podría haberse relanzado. Freud podría haberse ubicado en el semblante de alguien que sabe sobre lo femenino, entonces Dora hubiera ido a buscar el saber allí. Pero Freud tenía un prejuicio de que siendo hombre no podía hacer semblante de una mujer. Por eso son importantes las supervisiones post-mortem, como decíamos con unos colegas en broma, que son las supervisiones cuando el paciente se fue. Eso es un análisis de control, uno va ubicando qué de la neurosis de uno hace que el analista quede ubicado en un determinado lugar para todos los pacientes. Por ejemplo, Breuer, que quería ser padre, entonces las pacientes se le embarazaban. Cada uno tiene su punto ciego, una manera de leerlo es en el análisis propio, pero también es interesante hacer el vaivén con lo que es el análisis de control para ir escuchando dónde, con cada uno de los pacientes, pisamos el palito en el mismo lugar del que nos cuesta salir. Cuando lo vamos analizando, nos vamos dando cuenta a tiempo.

Es importante no resistir este movimiento, que es natural en una transferencia y nos lleva a ese lugar. A veces es la única forma de leer dónde nos ubica ese paciente y de dónde tenemos que salir. No se trata de salir de cualquier lugar, sino de un lugar especial. Por ejemplo, Freud tenía que salir del lugar del Sr. K., del lugar del padre. En cualquier lugar estaba mejor que en ese lugar. Si para el padre de Dora, ella se iba a curar al enamorarse de un muchacho como corresponde y Dios manda, si Freud se ponía en ese lugar, sonaba. Es por eso que se interrumpió.

Pregunta: ¿Cómo es la transferencia en la psicosis?
En la psicosis intentamos permanecer en el lugar del semejante, o como dice Lacan, del testigo, secretario. La posición del analista en la psicosis es la de alguien que comparte su delirio, incluso delira junto a su paciente, pero nunca se pone en un lugar de saber. Si nos ubicamos ahí, nos convertimos en el perseguidor. En este sentido, la posición es al revés de las neurosis.

Caso clínico de transferencia negativa.
Un paciente con una neurosis obsesiva muy marcada, tenía toda la cuestión de los rituales: le costaba salir de la casa porque tenía una cuestión de lavarse las manos y apenas se contaminaba, tenía que volverse a lavar. Salir de la casa le tomaba una hora, pero una vez que lo lograba, no podía pisar las líneas que dividían las baldosas de la calle, entonces iba a los saltos… ¿Qué pasaba? El padre de este sujeto era muy religioso y su casa estaba llena de imágenes religiosas, velas, como un santuario. Y como el hombre de las ratas, él tenía ideas sacrílegas a esas imágenes religiosas, imágenes sexuales. El análisis andaba, hasta que en un momento el paciente faltó por alguna razón y entonces, a la vez siguiente, como yo sabía que había que cobrarle la sesión religiosamente (estaba en los principios de mi práctica), le dije que tenía que pagar la sesión. Y a él le parecía que no por alguna razón. Yo me puse muy insistente y él interrumpió el análisis. ¿Qué pasó ahí? Pasó que ese paciente, en ese momento, no estaba en condiciones de entender por qué era importante pagar una sesión a la que había faltado. No estaba en ese tiempo en que podía perder ese goce de saber que si no puede asistir a su sesión, entonces no la tiene que pagar el otro, por más que a él le haya pasado lo más justificado del mundo. Cada uno se tiene que hacer cargo de su real. Cuando nosotros somos chicos, le pedimos a nuestros padres que se hagan cargo; cuando somos adultos, tenemos que aprender a hacernos cargo de nuestro real, aunque ese real sea totalmente injusto. Cobramos la sesión cuando el paciente falta porque no nos hacemos cargo del paciente como su fuéramos su papá o mamá. Le enseñamos a que tolere las cosas que le pasan, se tiene que hacer cargo él. No podemos aliviarlo de eso. Pero en este caso, el paciente no estaba en el momento de poder tomar esto simbólicamente. Es algo que lleva tiempo. ¿Por qué tengo que pagar algo si yo me enfermé? Y yo me puse muy religioso. En vez de escuchar si el paciente estaba en tiempo o no de poder entender eso, se lo impuse porque en la biblia psicoanalítica dice que si. Entonces el paciente me puso exactamente en el lugar del padre, que era el lugar donde no tenía que caer.

Entonces, atento con esto: que tomar la teoría y la técnica psicoanalítica como si fuera una religión, nos lleva a no respetar la singularidad del paciente y hay pacientes a los que le toma mucho tiempo, como así también hay pacientes que vienen religiosamente a su sesión y pagan. Esto no siempre quiere decir que estén pagando verdaderamente, sino que son obedientes, como fueron obedientes en la escuela, con sus padres y ahora con nosotros. No siempre pagan verdaderamente, en el sentido simbólico de perder un goce.

[pregunta inaudible]

Salirse del a - a’ es la disparidad subjetiva, que es que hay un sujeto y del otro lado hay otra cosa, que es el sujeto supuesto al saber. No es algo par, aunque para ser estrictos, el analista también tiene que pagar:
  • Paga con palabras, porque las palabras que dice no le pertenecen, sino que están tomadas por la transferencia.
  • Paga con su cuerpo, porque lo expone a los fenómenos de la transferencia, como Dumezil.
  • Paga con su juicio. Es decir, cuando el paciente viene y dice algo que está totalmente opuesto a nuestra ideología, respetamos lo que él dice.
Hay pacientes que no faltan nunca y cuando faltan es que no pudieron hacer otra cosa y nos avisan. Esto hay que leerlo caso por caso y me parece muy interesante la textura de la transferencia  porque todo depende de cómo el paciente cuide su espacio. Hay pacientes que faltan pero cuidan su espacio y hay otros que lo descuidan mucho. Con esos uno tiene que ir prestando más atención para no descuidarse uno y no descuidar el encuadre. No hay un encuadre rígido, sino se pierde la particularidad.

[pregunta por el dinero]
Yo escribí un texto llamado “sacarse un peso de encima” y cuento que estaba trabajando en una institución pública, pero en la que se cobraba un bono. Había un entrecruce entre el derecho del paciente de ser asistido y el derecho del analista de cobrar por su trabajo. Es algo complejo, sobre todo cuando recién empezamos, que es cuando necesitamos dinero para vivir y eso complica nuestra ética. Mi posición es que prefiero tener un peso menos en el bolsillo, pero sentir que estoy haciendo las cosas bien en el consultorio y en todo caso bancarme la angustia y la ansiedad de que ese paciente no me pagó. Freud decía que el analista tenía que cobrar esa sesión que el paciente no iba, porque sino eso amenazaba la existencia del analista -y no la del análisis-, entonces lo tomaba como una resistencia. Pero es caso por caso, cuando uno acepta a un paciente, también acepta estos avatares, porque el dinero es parte de la ecuación simbólica de lo que se gana, se pierde, los goces y nosotros maniobramos con eso. Me parece que lo nuestro no es una profesión para hacer dinero. Que hagamos dinero por añadidura porque nos vaya bien es una cosa, pero no apunta a eso.

Pregunta: ¿Cómo salir de ese lugar que hace que no pase nada en una sesión?
Una de las herramientas es el análisis personal, para ubicar dónde la neurosis de uno lleva a insistir en un determinado lugar. Por ejemplo, si tenemos una carencia amorosa en la vida, vamos a pedirle a nuestros pacientes que nos amen. Entonces vamos a estar en este lugar, el del otro pequeño, y no cobrarles las sesiones que no vienen, tratar de ser buenos y no contradecirlos o prestarnos a algo que no les pueda gustar. Hay otros analistas que quieren que los pacientes les paguen mucho dinero. Entonces, al caer en un determinado lugar fantasmático, lo primero es analizarse para despejar eso, los lugares de goce donde uno está atrapado.
La segunda pata es la supervisión, para darse cuenta donde uno mete la pata regularmente e ir aprendiendo de cada caso.
Lo tercero es estudiar, leer los casos en que Freud metió la pata, cómo cada analista resuelve los problemas analíticos con sus pacientes.
Estudiar, leer y escuchar, los 3 freudianos.
Desde el lugar que nos pone el paciente, nosotros intentamos leer dónde está el sujeto.