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lunes, 13 de abril de 2020

Esquema L: El emisor recibe del receptor su propio mensaje en una forma invertida.


Fuente: Clase del 6/09/2012 de Daniel Zimmerman, en la cátedra "Psicoanálisis II" en UMSA.

La vez pasada empezamos a ver que el emisor recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida. Por otra parte, tenemos otro artículo de Jakobson, que está puesto como referencia para revisar estas cuestiones. Este artículo tiene que ver con el eje de la contigüidad y simultaneidad que él planteaba como una equivalencia a la hora de aproximarnos al mensaje poético al hablar del mensaje metalingüístico. También vuelve a citarlo después.

[Este es un ejemplo ante la pregunta de lo último visto en la clase pasada]Un paciente le dice al analista: “Soñé con un MATE.” ¿Con qué soñó? Mate puede ser la bebida, el recipiente, o el verbo de matar, o jaque mate, o sinónimo de cabeza. También puede ser “maté”. O el color mate. O el diminutivo de matemática. En fin, a lo que vamos es que cuando el inconsciente nos presenta un mate, dice Freud, deberíamos prescindir de todo registro y figuratividad (Capítulo 6) para considerar la palabra como un conjunto de letras o sílabas y que así encontraremos… 

Otro ejemplo: Si el hombre supiese el valor que tiene una mujer se arrastraría en su búsqueda.
La frase puede leerse: Si el hombre supiese el valor que tiene una mujer, se arrastraría en su búsqueda.
O puede leerse: Si el hombre supiese el valor que tiene, una mujer se arrastraría en su búsqueda.
…Dependiendo dónde se ponga la coma.

Esto quiere decir que cuando el paciente nos cuenta algo, por ejemplo un sueño, el sueño se presenta así: con imágenes que tenemos que componer y descifrar. Parte de ese desciframiento.

Avancemos. Estamos ahora revisando a Jakobson, viendo el texto poético, que le vamos a dar una segunda vuelta con el artículo que cita, porque nos va a llevar al eje de simultaneidad y contigüidad y el paso lingüístico siguiente es metáfora y metonimia, donde Lacan dice que también vamos a poder reconocer en los mecanismos del sueño, tal como los plantea Freud, la metáfora y la metonimia. Incluso hasta Jakobson se anima con eso. Lacan va a vincular metáfora y metonimia con condensación y desplazamiento. 

La vez pasada vimos que el emisor recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida. Didácticamente, intentamos buscar ejemplos que apuntaran en esa dirección. Marcamos ciertos adjetivos que automáticamente nos plantean esta cuestión.
Chiste como ejemplo: Dos hombres van a jugar un pardido de paddle, de los cuales uno era invitado. El invitado se va a bañar al vestuario y cuando está terminando se da cuenta de que se metió en el vestuario de damas, pues escucha a 3 mujeres hablando. El invitado toma su toalla y se da cuenta que tenía una toalla de manos. Al invitado se le presenta una disyuntiva tremenda: salir tapándose abajo o salir tapándose la cara. Decide taparse la cara y así pasa delante de las 3 mujeres. Entonces dicen las mujeres:Mujer 1: Mi marido no es.Mujer 2: Mi marido tampoco.Mujer 3: Ni siquiera es socio del club.

Desmenucemos el chiste: la mujer 3 conocía desnudos a todos los socios del club. Por eso el emisor recibe su propio mensaje bajo una forma invertida. Ella dijo “ese no es socio del club” y ustedes entendieron “esa mujer estuvo con todos los socios del club”. Ella, tratando de calificar algo, no hace más que hablar de ella. Eso es lo que entiendo yo que Lacan nos quiere decir con “El emisor recibe del receptor su propio mensaje en una forma invertida”.

Alguien podría objetar que el receptor no habló. Y si tomamos en cuenta lo que dice Lacan, sucede que el receptor tuvo que decir algo. Por lo tanto empezamos a percibir que hay algo propio de la estructura del lenguaje que no precisa que el otro nos lo devuelva. Esto tiene que ver cómo interviene el analista, porque a veces nosotros decimos “fijate lo que dijiste. Es un receptor que no precisa ser de carne y hueso.

A a frase que dijimos, Lacan le va a agregar unas modulaciones que tenemos que introducir primero para decir la definición. ¿Se acuerdan que una vez les conté un acto fallido, que también podría haber sido uno de estos chistes, del estudiante que se casaba con la novia? Le había dicho al suegro “Por fin ahora lo voy a poder putear… Eeh, tutear”. 

¿Podríamos admitir que este acto fallido, este tropiezo del habla de alguna manera también es una formación inconsciente? El tropiezo es sumamente sutil, ¿Qué hace el inconsciente?

TUTEAR
PUTEAR

Ni siquiera le cambia una letra, apenas hace de la T una P. ¿Qué nos llega de eso? Algo de la verdad de ese joven, que evidentemente tenía unas cuantas facturas pendientes con el suegro.

Esquema λ.
Lacan, con estos términos, va a introducir un esquema que él propone que clarifica e ilustra esta cuestión. El esquema se llama Lambda, la letra griega λ, en donde nos propone graficar lo que sucede en estas cuestiones del inconsciente, tal como Freud las plantea, donde se juega esta dimensión de la inversión del lenguaje. También se llama esquema en L.

Lacan nos va a plantear que en todo lo que sería el diálogo intencional que esto que acabamos de graficar en los ejemplos se puede graficar así:
Un discurso intencional que va del yo al otro, que podría ser emisor y receptor. Otro que escribimos con minúscula, es otro que sería el semejante. En este eje, estaría la frase intencional del joven: “Venga ese abrazo suegro, ahora por fin lo voy a poder…” y cuando quiere decir “tutear”, aparece putear. Se produce un cortocircuito ahí. Ese cortocircuito, que vamos a ponerlo con línea punteada, tiene que ver con el inconsciente.
 El asunto es, ¿De dónde vino ese mensaje o esa interferencia? Uno podría decir del inconsciente, pero Lacan puso el inconsciente ahí, donde está escrito. Lacan va a decir que ese mensaje viene de un lugar que, para distinguirlo del otro, va a ponerlo en mayúscula y lo va a llamar OTRO.
La conocida frase “El deseo del hombre es el deseo del Otro” se refiere a este Otro con mayúscula. ¿Qué es el Otro? Es un lugar. Es el lugar, podríamos decir, desde donde el sujeto recibe su propio mensaje invertido. El Otro es el lugar de donde retorna el mensaje invertido.

El Otro es siempre un lugar de donde se reciben mensajes bajo una forma invertida. ¿Desde dónde vino la frase “Yo estuve con todos los socios del club” del chiste que vimos antes, si no había receptor? Bueno, ahí esa otra dimensión en el que aparece el Otro: lugar desde donde se recibe el mensaje invertido. Si ustedes quieren, por definición, “Lugar tesoso de los significantes”. Tiene que ver con lo cultural, con la lengua materna, con lo adquirido. No todos estamos habitados por el mismo tesoro significante. Si yo digo “no me rompas el mate” y hay un alumno extranjero, yo debería dar un mensaje a predominio metalingüístico diciéndole “en nuestra jerga mate es una denominación habitual para la cabeza”. En el Otro, estaría “mate” sin todas las significaciones que le dimos. Atención que no es el código, porque sino plantearía una significación unívoca. Es lo que dice Freud en el capítulo 6. El Otro se llama así en homenaje a Freud cuando califica al inconsciente como la otra escena. Freud da esa definición del inconsciente: la otra escena. Por eso Lacan pone al inconsciente abajo, porque lo que quiere es subrayar es que el inconsciente no hay que buscarlo en ninguna profundidad, sino que está en la superficie del discurso. Los chistes que vimos funcionan a nivel discursivo. El inconsciente, dice Lacan, es el discurso del Otro. Lo pone en mayúscula, primero, para distinguirlo de cualquier otro semejante.

En el seminario 3, donde revisa la psicosis se va a plantear la pregunta de si en esa patología esto está vigente. El delirio y la alucinación en Lacan pueden ser explicados con este esquema.

Vimos que en el mensaje se produjo el cortocircuito, acto fallido, que hace que aparezca un mensaje que viene desde el Otro. Y que de alguna manera invierte la polaridad de ese mensaje dando cuenta, siguiendo el ejemplo del muchacho, de algo que tenía que ver con su verdad. Lo mismo que con la mujer del club. A esa dimensión que no es el yo y que resulta del advenimiento o de la apertura de lo que tiene que ver con el inconsciente, Lacan lo va a denominar sujeto.

Sujeto es algo diferente del yo que adviene dando cuenta de una verdad que lo habita y que tiene que ver con cierta apertura del inconsciente. Esta dimensión, que aparece como un chispazo en la medida de que algo del inconsciente se devela, lo llamamos sujeto. La irrupción del inconsciente en lo intencional nos muestra algo sobre la dimensión sujeto, que a todos nos habita. ¿A quién habita? Al ser parlante, tendríamos que decir. Al ser del lenguaje, que no es el yo.

La fórmula ahora se abrocharía diciendo que en términos estrictos, si partimos que el emisor recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida, podríamos decir ahora habiendo planteado este esquema, que donde decía “emisor” vamos a poner “sujeto” y donde decíamos receptor vamos a poner “Otro”. El sujeto, en la dimensión del inconsciente, en la medida que habla, recibe del Otro su propio mensaje invertido.

Ya vimos el juego que hace el inconsciente sobre el significante. Para poder jugar con tutear y putear, por ejemplo, la clave es el manejo con el significante. La dimensión del sujeto apareció en el interjuego entre los significantes. Esto lleva a Lacan a dar una fórmula tajante, de la que nunca se va a desdecir, que dice que el sujeto es lo que un significante representa para otro significante. Justamente la línea punteada es por la aparición o no del sujeto. Lo punteado es lo que puede o no aparecer, ya sea porque no se produjo ningún tropiezo o porque el tropiezo sea desestimado.

En este segundo paso que hemos dado, el lenguaje pierde primacía en su función de comunicación. Jakobson dijo que en esto se sostiene la comunicación, y estos ejemplos van en la dirección de ver cómo el lenguaje trasciende –e incluso le hace una zancadilla- a la función de comunicación. Porque en términos de comunicación consciente la mujer del vestuario le quería pasar una información a sus amigas sobre lo que estaba viendo. Lo que el muchacho quería decir era su emoción de empezar a formar parte de la familia. Esa es la función de comunicación que pretendían tener, lo que pretendían comunicar. El juego entre significantes hace saltar esa chispa que tiene que ver con el sujeto: el sujeto del inconsciente, si quieren, el sujeto del deseo. Eso que está más allá de la dimensión del yo.

Vamos a llevar esto al terreno concreto. Uno podría plantear que de alguna manera, con estos parámetros transcurre la sesión analítica. El paciente está con su yo y el analista está con su yo, pero uno podría decir que en la medida que el analista pueda correrse de ese lugar del otro para aproximarse al Otro, va a permitir que de la dimensión “yo-otro” (eje “relación imaginaria”) se despeje la dimensión “Otro-sujeto”. El analista debe correrse de la dimensión otro semejante para cumplir la función de Otro. Si logra colocarse en ese lugar, va a permitir que el sujeto del paciente se ponga en concordancia, o abra su dimensión a la verdad del sujeto. Eso tiene que ver con la transferencia. El que tiene que estar permeable a eso es el que escucha. Es en la medida que el analista se corra de ese lugar del otro (evitando prejuicios, confrontación, juzgar con los propios criterios) y pueda escuchar desde el Gran Otro, va a habilitar a que surja esta dimensión del sujeto, que tiene que ver con que el yo se corra para dar lugar a la verdad del sujeto.

Ejemplo: va una paciente a hablarle al analista de lo mal que la pasa en la facultad, de que le vendieron un buzón, de si sigue o se va y que los compañeros son muy competitivos. Al otro día, dice que faltó a una clase pero llamó a un compañero para que le llevara el apunte y ella pudiera completar sus clases. Cuenta que el chico no le respondió y que eso venía a confirmar lo que ella decía de la facultad. Entonces el analista le pregunta “¿Así que usted va a dejar la facultad porque fulanito no le llevó el apunte?”.

Ella se está quejando en el eje imaginario hasta que se produce un cortocircuito con el apunte. Lo dice ella misma. En la medida que el analista pueda escuchar desde otro lugar, del tesoro de los significantes, el analista le dice que lo que ella le está diciendo es eso, que se va a ir a otra facultad porque fulanito no le llevó el apunte. Ahí ya aparece una dimensión diferente con esa intervención. Hace un cambio de vía.

Próxima clase: Metáfora y metonimia. Metáfora paterna.

miércoles, 1 de enero de 2020

Accidentes y psicoanálisis

por José Treszezamsky

Una de las experiencias humanas que forman parte de ese grupo que se resiste a ser considerada ‘un acto psíquico completo’, es decir, con pleno sentido en la cadena de acontecimientos de la vida de una persona, es especialmente el accidente: junto con el acto fallido, el olvido, el acto sintomático, el sueño, y algunos más, requieren, de parte del analista, un trabajo de investigación que devele el sentido oculto, la genuina expresión dentro del momento que vive el individuo. Sabemos que un accidente no es inocuo casi nunca, pues la repercusión individual y social adquiere, en ciertos sitios, características alarmantes por su alto precio en vidas y para la vida.
 
Podríamos decir que estadísticamente ya adquiere las características de una enfermedad endémica crónica con picos de brotes agudos en determinados momentos del año que coinciden con festejos: Navidad, Año Nuevo, Carnaval, y una que otra ocasión más.
 
Sería interesante encontrar no sólo los determinantes psicológicos individuales sino también los factores culturales que hacen que en distintos lugares la frecuencia de los accidentes sea tan distinta o, incluso, averiguar el por qué de la variación de esta frecuencia en un mismo lugar en momentos distintos de su historia.

En "Psicopatología de la vida cotidiana" Freud (1901) presenta por primera vez al accidente como un hecho aparentemente casual, azaroso para el común de la gente, pero determinado por motivaciones inconscientes, si lo sometemos a la investigación psicoanalítica. Aclara que su intención al publicar ese libro es demostrar que ciertas insuficiencias de nuestro funcionamiento psíquico, y ciertos actos aparentemente sin sentido, están determinados por motivos desconocidos a la conciencia. Es decir que en general estos actos suelen ser atribuidos a la casualidad, a la inatención o a la fatalidad del destino pero cuando se los investiga psicoanalíticamente se les puede encontrar pleno sentido.

Freud comienza a hablar de accidentes cuando se pregunta si puede homologar las mismas explicaciones que encuentra para las pequeñas perturbaciones habituales de los individuos sanos, a los actos que entrañan peligro para la vida.
Basándose en esta teoría cita ejemplos suyos y contados por otros, de los cuales seleccionamos algunos para luego sacar conclusiones.

1.- Una joven casada, acusada de prostituta por su marido celoso por haber bailado can-can frente a los parientes, sufre un accidente al tirarse de un carruaje en movimiento.
Llama la atención que había escogido ella misma una yunta de caballos inquietos desechando otra, se opone a que vaya un pequeño sobrino en el viaje, que durante el paseo estuviera con la sensación de un inminente accidente, que se arrojara del carruaje cuando los caballos reaccionan en un momento dado y se fractura una pierna mientras que los restantes viajeros salen ilesos.

2.- Una joven en vísperas de su casamiento, es atropellada y muerta por un auto al cruzar una calle. Su primer prometido había muerto en la guerra años atrás.
Ella expresaba ideas conscientes de suicidio y tenía fuertes oscilaciones de su estado de ánimo. Sufre el accidente siendo muy cuidadosa al respecto, cruzando una calle con poco tránsito - había una huelga de transporte -, no escuchando el auto que se aproximaba. Hasta pocos días antes comentaba que nada era capaz de sustituir al muerto. Quiso también hacer su testamento y emprender un viaje, cosa, esta última, que no llegó a realizar.

3.- Una señora tropieza con un montón de piedras y golpea con el frente de una casa desfigurándose el rostro.
Esta mujer se había hecho un aborto tiempo antes, tenía tres hijos y el accidente le ocurre al tratar de cruzar una calle cuando se dirige a un negocio donde pensaba comprar un cuadro para el cuarto de sus niños. Esa mañana, además, le había recomendado cuidado a su marido cuando pasara por esa misma calle.

Corresponde ahora dilucidar las motivaciones inconscientes operantes en estos accidentes. Siguiendo a Freud, un accidente sería también un acto fallido, un síntoma, una vuelta de lo reprimido, otra forma de expresión del inconsciente.

Queda claro para Freud, que en el primer y tercer ejemplos hay un sentimiento de culpa que provoca el accidente como un castigo, o más bien una autopunición, que se vale de una situación externa para alcanzar el efecto dañino deseado. Esto se observa en el ejemplo del carruaje, donde el accidente es una escenificación en la cual un conflicto interpersonal - con el marido - pasa al plano intrapsíquico. Hay un sometimiento a objetos intrapsíquicos que le impiden defenderse de las acusaciones del marido. También es una autolesión que no apunta al autoaniquilamiento y es un claro caso en que la casualidad es constreñida a distribuir un castigo tan acorde a la culpa: no iba a poder bailar can-can por mucho tiempo.

No ocurre así en el segundo caso en que el accidente es un intento inconsciente de suicidio, por la idea que la persigue, esto es: que nadie podría llegar a sustituir al amado muerto. En este accidente mortal, donde no está explícito el sentimiento de culpa, este último, está representado por la idea del muerto, que le impide vivir su vida. Tanto en el material clínico como en la literatura universal es frecuente la aparición regresiva del sentimiento de culpa en esta forma.

Freud habla en ese capítulo VIII de Psicopatología de la Vida Cotidiana de un impulso de autoaniquilación que es un esbozo del concepto de pulsión de muerte.

En el último caso relatado es clara la multideterminación del accidente, por un lado, la autopunición por el sentimiento de culpa, por el otro, el deseo inconsciente de culpar al marido como cómplice en todo el asunto del aborto, y por otro, también como accidente menor para evitar uno mayor - ya que en un momento dado le dice al médico que está 'ya suficientemente castigada'. Aparece la idea mágica de sacrificio, con lo que tiene derecho a tener dolor.

Podemos decir entonces que este accidente posee una doble función: se presenta como expresión de la censura, de la represión, en un tratamiento diríamos de la resistencia, pero también como manera de repetición, como un modo de retorno de lo reprimido. Censura porque representa un pensamiento que en verdad no estaba permitido en su admisión seria y consciente; y repetición de una situación traumática no elaborada. Aquí un accidente es nuevamente un síntoma, evidencia de un conflicto inconsciente, porque pone en actos lo que no se puede poner en palabras, actuar en lugar de pensar, aunque en sentido amplio podríamos decir, es ‘otro’ modo de pensar.

Otro ejemplo de accidente en la obra de Freud lo encontramos en el epílogo del caso Dora (1901) y que él califica como "una interesante contribución a los intentos de suicidio indirecto": Dora encontró un día al Sr. K por la calle en un lugar de intenso tránsito; él, ante la mirada de ella, seguramente recordando los reproches de Dora, queda atónito y confuso, y olvidándose de sí mismo se dejó atropellar por un carruaje.

Posteriormente, en la 4° de las Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (1915-17), Freud expresa que: "La experiencia de la vida en sociedad, indica que los niños indeseados e ilegítimos están mucho más expuestos a accidentes que los concebidos regularmente", y que estos niños quedan sometidos al deseo de los padres de desembarazarse de ellos.

Más tarde aún, y como evidencia de que siguió viendo esos sentidos a los accidentes, en las Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (1932) encontramos otro ejemplo: es el caso de una señorita mayor curada de un antiguo complejo sintomático pero cuyos intentos de goce, de reconocimiento y de éxito terminaban en objeciones del ambiente por la edad que ella tenía, y entonces, en lugar de recaer en la enfermedad 'le ocurrían unos accidentes que la radiaban de la actividad durante un tiempo y la hacían padecer. Por ejemplo, se caía y se torcía un pie, o lastimaba una rodilla, o debido a algún menester se dañaba una mano."

Teniendo en cuenta el enfoque psicoanalítico de los accidentes podremos tener en consideración las siguientes tres categorías de opuestos:
1) azar o determinismo;
2) libertad y sometimiento; y,
3) fatalismo o voluntarismo.

La primera categoría se refiere a que todos los hechos que ocurren y que observamos están regidos por las leyes de la naturaleza y en el caso particular que nos ocupa, los accidentes están determinados por las leyes que rigen la actividad humana.

La segunda categoría se refiere al dominio que puede tener el yo sobre sus actos: consideramos la libertad como la capacidad que puede tener el yo a medida que se van levantando las represiones. Libertad es tener conciencia de los propios deseos y necesidades y poder tener acceso a los medios para satisfacerlas o la posibilidad de darles curso o desestimarlas por el juicio. Esto es opuesto al sometimiento a las circunstancias actuales, infantiles y heredadas que llevan al individuo a padecer accidentes.

La tercera categoría - fatalismo o voluntarismo-, se refiere a la posición del individuo ante los hechos de su vida y de la naturaleza: la postura fatalista consiste en la entrega pasiva a los poderes del Destino y considerar que no tenemos nada que hacer ante ello. La postura voluntarista consiste en la ilusión de creer que los deseos conscientes pueden dominarlo todo, y que si algo no es dominado se debe a que no se puso suficiente voluntad.

La posición científica es determinista y realista, o relativamente optimista si tenemos en cuenta que considera que el conocimiento de las leyes de la naturaleza nos permite un progresivo dominio sobre ella aunque nunca absoluto. De acuerdo a esto, determinismo y libertad no son incompatibles pues están tan determinada la formación de síntoma por la historia del individuo, como el levantamiento de las represiones por su historia y el tratamiento psicoanalítico.

La aplicación del psicoanálisis al estudio de los accidentes no es otra cosa que una derivación de una de las metas a las cuales apunta: que el individuo se muera, en lo posible, por causas internas y no agregadas.

lunes, 27 de mayo de 2019

Diccionario de psicoanálisis: ¿Qué es un acto fallido?

Se trata de un acto por el cual un sujeto sustituye, a su pesar, un proyecto o una intención, que él se ha propuesto con deliberación, por una acción o una conducta totalmente imprevistas.

Mientras que la psicología tradicional nunca prestó una atención particular a los actos fallidos, S. Freud los integra de pleno derecho al funcionamiento de la vida psíquica. Reúne todos esos fenómenos en apariencia dispares y sin lazos en un mismo cuerpo de formaciones psíquicas, de los que da cuenta desde el punto de vista teórico por medio de dos principios fundamentales. En primer lugar, los actos fallidos tienen un sentido; en segundo lugar, son <<actos psíquicos>>. Postular que los actos fallidos son fenómenos psíquicos significativos conduce a suponer que resultan de una intención. Por eso deben ser considerados como actos psíquicos en sentido estricto.

La intuición nueva de Freud será no sólo identificar el origen del acto fallido, sino además tratar de explicitar su sentido en el nivel del inconciente del sujeto. Si el acto fallido le aparece al sujeto como un fenómeno que atribuye de buen grado a un efecto del azar o de la falta de atención, es porque el deseo que en él se manifiesta es inconciente y precisamente le significa al sujeto aquello de lo que no quiere saber nada. En tanto el acto fallido realiza ese deseo es un auténtico acto psíquico: acto que el sujeto ejecuta, sin embargo, sin saberlo. Si hay que ver en el acto fallido la expresión de un deseo inconciente del sujeto que se realiza a pesar de él, la hipótesis freudiana presupone entonces necesariamente la intervención previa de la represión. Es el retorno del deseo reprimido lo que irrumpe en el acto fallido bajo la forma de una tendencia perturbadora que va en contra de la intención conciente del sujeto. La represión de un deseo constituye por consiguiente la condición indispensable para la producción de un acto fallido, como lo precisa Freud: «Una de las intenciones debe haber sufrido, pues, cierta represión para poder manifestarse por medio de la perturbación de la otra. Debe estar turbada ella misma antes de llegar a ser perturbadora» (Conferencias de introducción al psicoanálisis, 1916). El acto fallido resulta entonces de la interferencia de dos intenciones diferentes. El deseo inconciente (reprimido) del sujeto intentará expresarse a pesar de su intención conciente, induciendo una perturbación cuya naturaleza no parece depender, de hecho, más que del grado de represión: según, por ejemplo, que el deseo inconciente sólo llegue a modificar la intención confesa, o según que se confunda simplemente con ella, o según, por último, que tome directamente su lugar. Estas tres formas de mecanismos perturbadores se encuentran partlcularmente bien ilustradas por los lapsus, de los que Freud da numerosos ejemplos en 1901 en Psicopatología de la vida cotidiana. Se puede, pues, asimilar los actos fallidos a las formaciones de síntomas, en tanto los síntomas resultan en sí mismos de un conflicto: el acto fallido aparece, en efecto, como una formación de compromiso entre la intención conciente del sujeto y su deseo inconciente. Ese compromiso se expresa a través de perturbaciones que adoptan la forma de <<accidentes» o de <<fallos» de la vida cotidiana.

Con la teoría psicoanalítica del acto fallido quedan descartadas de raíz las tentativas de explicación puramente orgánicas o psicofisiológicas, que con frecuencia se esgrimen a cuento de tales <<accidentes» de la vida psíquica. El método de la asociación libre, aplicado con juicio al análisis de tales <<accidentes», no deja de confirmar la asimilación hecha del acto fallido a un verdadero síntoma tanto en lo que concierne a su estructura de compromiso como en lo que concierne a su función de cumplimiento de deseo. Por otro lado, teniendo en cuenta la naturaleza de los mecanismos inconcientes que gobiernan la producción de tales <<accidentes», la teoría psicoanalítica de los actos fallidos constituye una introducción fundamental al estudio y la comprensión del funcionamiento del inconciente.

Fuente: Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis". Amorrortu editores. 

martes, 23 de abril de 2019

La letra: ¿cómo lee un psiconalista?


Notas de la clase dictada por Diana Ramos sobre “Las letras del análisis” de Isidoro Vegh, capítulo “Qué lee un psicoanalista”, el 17/11/17

El aforismo “Dime cómo lees y te diré cómo analizas” es interesante en tanto a lo que se entiende que es la letra. ¿Escuchamos o leemos? No es lo mismo, porque según se entienda lo que es la letra, es la dirección a la cura de lo que se va a imprimir. Seguimos con esta orientación del síntoma como satisfacción pulsional, esta cuestión de lo que no cesa de tratar de inscribir aquello que nunca se va a inscribir, que es lo real.

Yo recorté algunas partes del texto de Isidoro Vegh, como para pensarlo y de qué clínica hacer. Lacan dice que la letra no es el significante, no es lo mismo letra que significante. En el seminario “Aún”, el 20, dice que la letra es litoral -en el sentido de frontera- entre el saber y el goce, entre el saber significante y el goce del objeto. Lo que va a decir Lacan es que el significante muerde el goce. Ustedes piensen en el caso Signorelli, el olvido que muerde el goce. Fíjense que en el olvido del nombre Signorelli, Freud llega a muerte y sexualidad, que no tienen inscripción. Eso no se va a inscribir nunca, nunca cesa de no inscribirse, núcleo de lo real. 

Pregunta: ¿Cómo es que la muerte y la sexualidad nunca se inscriben?

La sexualidad, en el sentido de la complementariedad de los sexos, que no hay relación sexual. De lo femenino, que no hay inscripción de lo femenino en el aparato. Y de la muerte, tampoco. Se inscribe como interpretación, pero hay algo que escapa y hay un borde que no puede ser significado. Hay algo que cae, que es un resto, que nunca podrá ser significado. Esto va a insistir, el objeto a sería lo que va a ser inscripto como síntoma, lo que está en el fantasma, el objeto de deseo. Pero el objeto a causa de deseo no, eso cayó. Si pensamos en Freud, esa experiencia mítica de satisfacción, ¿estuvo alguna vez? ¿Se inscribió alguna vez? No. Lo traumático, por ejemplo en el caso Emma, ¿se inscribe alguna vez esto de que la pellizcan? No, aunque si se resignifica en la segunda escena. Hay algo de lo traumático y de lo real que no va a poder ser significado, porque no hay significante que lo represente. Esto va a insistir en el sonido, por ejemplo. La voz, el sonido, la mirada…

Pregunta: ¿Y lo que sí se puede inscribir?
El síntoma. Lo que se inscribe es siempre significante, vía síntoma. El síntoma inscribe, es una formación del inconsciente, pero hay satisfacción pulsional ahí, que es el objeto a. El aparato psíquico intenta inscribir lo que no se inscribe. El síntoma intenta inscribir lo que es imposible de inscribir, pero insiste una y otra vez, porque nunca termina de entenderse eso que es lo traumático. 

Pregunta: ¿Esto traumático es a posteriori?
Es a posteriori, con el síntoma. Antes, eso queda suelto, es un S1 que luego se encadena a otro significante y eso se puede inscribir como síntoma. 

Pregunta: ¿Cómo se une esto con la satisfacción que hay en el síntoma?
En realidad se trata de un goce perdido que se va a desviar y va a hacer una satisfacción en el malestar. La satisfacción en el síntoma es mediante una desviación de la pulsión. El goce es esta satisfacción en el malestar. Si nosotros pensáramos míticamente en un sujeto que pudiera gozar de algún objeto completamente, vamos a encontrar que siempre está el Otro interfiriendo. Por ejemplo, ¿hay goce en el autismo? Si, ahí se ve bien. El niño grita y apila objetos, hay algo del orden del sonido, de la voz pura, de la mirada pura del Otro, donde ni siquiera hay mirada. En el autismo severo no hay posibilidad de contacto ocular, es una mirada perdida. Es como si el objeto no cayera. Uno podría preguntarse si hay acomodamiento con el objeto o si encuentra el objeto de la satisfacción pulsional, que es lo más cerca que habría, como un animal. Pero después, con la intervención del Otro, con el deseo y su falta más la respuesta que da el sujeto a esto, ahí se pierde el goce. Por suerte, porque ahí hay goce del Otro. No es goce fálico, ni goce del síntoma, sino goce del Otro, que es terrible. Pero sabemos que hay satisfacción en el displacer en el síntoma, en la repetición. ¿Qué es lo que se repite? Lo traumático, lo que no se puede inscribir de ese encuentro con el deseo y goce del Otro, con la castración.

La letra es litoral entre el saber y el goce, entre el saber significante y el goce del objeto. La letra, para nosotros los analistas, no se reduce de ningún modo a un juego de palabras. En todo caso, como tal, reenvía a otro juego que tiene que ver con el cuerpo de un goce, lo que llamamos también lo real. Cuando los analistas hablamos de lo real, nombramos varias cosas, pero esencialmente a los distintos goces. Todos los goces pertenecen al registro de lo real y serían los 3 goces que Lacan escribe:
  • Goce fálico.
  • Goce del síntoma, plus de gozar, que es el objeto a.
  • Goce del Otro.
Estos 3 están en el campo de lo real, en distintas intersecciones pero en el campo de lo real.

Pregunta: ¿Qué relación hay entre lo real y la pulsión?
El concepto de pulsión tiene que ver con lo real anudado a lo simbólico. La pulsión no agota el concepto de lo real, porque la pulsión está anudado a la demanda del Otro. Lo real estaría en la pulsión, pero también por fuera de ella, en eso que está caído y constituye a la pulsión. El objeto causa de deseo está antes que la pulsión. Si no cae, no hay pulsión, estamos en el campo del autismo donde no hay pulsión. La pulsión es el sujeto dividido anudado a la demanda del Otro. Ya está lo simbólico ahí, no hay real puro.

Lo real está ligado a la letra, que lo bordea y que al hacerlo marca su diferencia con el significante. Es inherente a ese real no cesar de no escribirse (en el síntoma, la inscripción es lo real anudado). En el fantasma también hay real y no cesa de escribirse eso que es imposible de escribir. Pensemos que en lo real estamos hablando de los 3 goces, el goce del Otro, el goce fálico y el goce del objeto. Es inherente a ese real no cesar de no escribirse en la medida que no hay palabra que lo cubra totalmente. No hay un sentido, un representante, un significante que cubra lo real. En este sentido, también puedo decir que lo real es lo incesante o aquello que incita a la incesante escritura. Esto es lo que llamamos síntoma. Entonces, 2 cosas distintas. Aquello que no cesa de no inscribirse (no es el síntoma). El síntoma es lo que no cesa de inscribirse o de escribirse. El síntoma intenta escribir eso que no se puede escribir. Hay una desviación, como leíamos en el texto de Inhibición, síntoma y angustia

Lo real escapa a la escritura, que desespera por escribirlo. La irrupción de lo real hace incesante la escritura, si bien la letra no logra sustituirlo, como tampoco la representación. Es decir, no lo sustituye, pero existe. Aparece la metáfora, aparece la metonimia… Aparece el síntoma, los rebus, los juegos de palabras, la homofonía, la homonimia… Todas estas cuestiones que van a tratar escribir pero no lo agotan.

La transferencia negativa también es intentar escribir esto, pero no lo logra. La repetición, lo que se intenta es escribir algo que insiste y que es imposible de decir, que es la muerte y la sexualidad. Volvemos al caso del nombre Signorelli. El inconsciente interpreta, porque hay un saber no sabido y va a insistir y producir su propio escrito en el lenguaje, en el discurso, que en el medio del decir produce su propio escrito, esa escritura que es lo que escuchamos los analistas. El inconsciente no estaría en las profundidades de la consciencia, sino en el discurso, que es lo que se escucha. Si uno se pone a saber qué quiso decir con, es otra cosa, porque estamos tratando con otra orientación que la que le quiere dar Lacan, porque en estos términos él hace una homofonía:

L’unbewrïsst / L’une-bévue

L’unbewrïsst sería el inconsciente o lo inconsciente según los autores. y L’une-bévue es de una equivocación. Lacan utiliza L’une-bévue para referirse al inconsciente, que significa una equivocación, que está en el seminario 24, “L’insu…”, para marcar la diferencia en pensar la orientación de la cura con un inconsciente como cualidad de la consciencia en la cual habría que ir a las profundidades para ir a la historia del sujeto, a que lo encontremos en el L’une-bévue, a que no estemos tratando de comprender qué quiso decir ni ir a lo profundo. Es en el mismo discurso donde se lo encuentra y que además es una pulsación: cierra y abre, cierra y abre. Es una clínica diferente. 

La letra es borde de lo real. Dice que L’une-bévue surge de un seminario de Lacan de 1976-77 -piensen que él muere en el 81- y en español la traducción es “lo no sabido que sabe de una equivocación”. Él está trabajando ahí con la homofonía. Entonces, dice que lo no sabido que saben de una equivocación también puede ser un fallido, que Lacan también va a decir tropiezo. Insiste en que tiene que ver con el acto fallido. Puede ser también el lapsus, esto de lo no sabido que sabe de una equivocación. Se ampara en la morra, que es un juego de azar. Se basa en el azar. Lo no sabido de una equivocación se ampara en el azar. Esto es porque quiere decir una cosa y dice otra. Un acto fallido es del orden del azar. Allí donde Freud habla de inconsciente, que sería este término L’unbewrïsst, Lacan propone L’une-bévue

En 1976, Lacan dice que tradujo L’unbewrïsst como L’une-bévue al francés. Dice que el inconsciente, en alemán y en francés equivoca con inconsciencia. Entonces, ¿Por qué no traducir por L’une-bévue? Esto tiene la ventaja de poner en evidencia ciertas cosas. Él propone traducir algo que va más lejos que el inconsciente

Lacan dice que hablar (el “bla-bla”) pone en juego el goce fálico. No es por el bla bla que lo real del síntoma podrá ser alcanzado, cosa que podemos pensar en la clínica, donde hay goce fálico por la vía del significante. En cambio, por este saber que toca a lo real. Cuando el paciente habla, un significante remite a otro significante, ¿pero cuándo cortamos? Hay un cuestionamiento al bla-bla en tanto ligado a un goce fálico, que no solo impediría resolver el síntoma, sino que más aún, lo eternizaría. Respecto a Freud, no es lo mismo La Interpretación de los Sueños que el Freud de La metapsicología. En La Interpretación de los Sueños, la equivocidad se desplegaba de todas maneras. Ahora vamos al concepto de letra. Por ejemplo, el profesor Gardner era el jardinero, porque garden en alemán es jardín. O bien, otra suerte de equívoco que sabe de una equivocación, ahí es donde encontramos la letra. Gehen Italian (ir a Italia) es igual que genitalien, órganos genitales. Esto escuchamos y a veces dejamos pasar por alto porque estamos tratando de comprender qué quiso decir cuando dijo que no tiene plata, no puede pagar, los pasamos a privado o no… 

Este sería el buen Freud, dice, el que juega con la homofonía. Reduce la equivocidad a la homonimia. La homonimia es una palabra que se escribe igual, pero que tiene significado distinto. Entonces da un ejemplo que me parece interesante, que toma de Joyce cuando le van a hacer un reportaje. La escritura es completamente escencial al ego, dice, hablando de Joyce y él lo ilustró cuando en un encuentro con alguien que acababa de entrevistarlo. Un día alguien llegó a verlo y le pidió que hablara en lo que concernía a una cierta imagen. Era una imagen que reproducía un aspecto de la ciudad de Corck. Joyce tenía un cuadro de la ciudad de Corck. Entonces Joyce, que sabía dónde esperar a su tipo, aprovechando la ocasión cuando un tipo le pregunta qué es eso, él responde “That’s Corck”. El tipo le responde que es evidente que yo sé lo que es, es un aspecto de la gran plaza de Corck, ¿pero qué es lo que cuadra?, a lo que Joyce le responde “That’s Corck”. Es decir, lo que eso quiere decir, es corcho. Lo que enmarcaba el cuadro era corcho. Entonces el tipo le preguntaba qué era eso, y él respondía “That’s Corck”. El tipo quería saber del marco y él volvía  responder “That’s Corck”. Joyce, en El Ulises, escribe con homonimia y homofonía y significa que no es más que una imagen, que lo real no está. Y eso se expresa con la misma palabra: corck, corcho, era a la letra, a lo real. Eso no es Corck, es una imagen de la ciudad de Corck. Es distinto que “Esto no es una pipa” del cuadro de Madrid, que va al sentido y este ejemplo de Joyce, que iría al sin sentido, cuando el sentido cae. 

Eso es lo que produce lo que nosotros tenemos que provocar, como alguna vez les dije con el jueguito de “Juan y Pinchame se fueron al río, Juan se ahogó, ¿quién quedó?” y uno decía “pichame”. Eso que va al pinchar tiene que ver con lo que uno lee. Cuando aparece el sentido y aparece el sin sentido, aparece la sorpresa y el pinchazo.

A la pregunta que le plantea su interlocutor, qué es esto de mostrarle la ciudad de Corck y él responde “That’s Corck”, la cuestión siempre vuelve señalando el marco. Hay homonimia, pero ¿es una relación de sentido o una caída de sentido? No tiene la misma estructura del cuadro de Madrid que dice “esto no es una pipa”, también traducido por Foucault, porque la respuesta de Joyce es “That’s Corck”. También comporta afirmar “Eso que vos crees que es Corck, es nada más que una imagen”. Eso es la caída del sentido, no producción de sentido.

La inconsciencia, donde uno está en estas cosas que importan, no tienen nada que ver con el inconsciente, como con el tiempo yo he creído deber designar L’une-bévue. Simplemente el psicoanálisis supone que nosotros estamos advertidos de que el hecho de un tropiezo -L’une-bévue- es siempre de orden significante. Hay L’une-bévue cuando uno se equivoca de significante, como en el acto fallido. Ese es el inconsciente. Yo trabajo en lo imposible de decir, dice Lacan, decir es otra cosa que hablar. El analizante habla, el analista corta. El analizante hace poesía cuando lo logra. Cuando el analizante habla y puede utilizar los recursos de la lengua, hace poesía. Sería el momento de cuando Lacan habla de la palabra plena. El analista corta, porque si no corta, corre el riesgo de la homofonía con el “es tarde”. Esto que él dice es corte, participa de la escritura. Cuando el analista corta, escribe y participa de la escritura. Si no, no aparece la escritura, queda como suelto. Cuando el analista corta, algo se inscribe. Hay un imposible de decir, pero con el corte el analista participa de la escritura, escribe junto con el analizante.

Se puede apreciar que siendo la palabra el lugar habitual donde encontramos el sentido de un modo manifiesto, cuando se dan estas homofonías, cuando la misma palabra mostramos que se está jugando el rebus (juego de palabras, jeroglífico), la sorpresa puede ser mayor. A eso vamos, a la sorpresa, a la caída del sentido, cuando el sin sentido florece.

¿Sólo habrá letra cuando hay homofonía o la letra la encontraremos cada vez que podamos advertir los lugares donde el texto se pliega? Cuando hablamos de texto, se trata del discurso. Porque ya lo dijimos: el inconsciente utiliza el discurso para su escritura. lacan lo dice en el seminario del semblante: el inconsciente es un lenguaje que en medio de su decir produce su propio escrito. Y ya Freud decía que el texto del sueño era una escritura jeroglífica.

¿Qué quiere decir que el inconsciente pliega a sus fines el discurso? Que bordea el goce prohibido y a su operatoria. ¿Por qué consideramos que su lógica general es la del rebus? Entonces habla de la diferencia entre lo que sería el efecto de sentido en relación a la gramática y la diferencia con el psicoanálisis. Se juegan leyes distintas en la gramática. Para nosotro los psicoanalistas se juega una lógica que desborda a la gramática, que sería la lógica del fantasma y la gramática de la pulsión.

Vegh habla de la banda de Möbius, la conjunción de un anverso y un reverso, que es una cosa que simboliza bastante bien la unión entre lo consciente y lo insconsciente, donde no hay corte en el discurso. Encontramos que se pasa de una letra a otra letra y podemos pasar por la banda de Möbius, donde no hay un interior y un exterior, un adentro y un afuera y es siempre la misma cara, aunque hay un pliegue. Entonces, en primer lugar para nosotros el lenguaje no existe. Para nosotros los psicoanalistas no se trata del lenguaje como le incumbe al lingüista, sino que se trata del lenguaje en movimiento, tironeado por la sustancia gozante que nos constituye. No es que no vayamos a escuchar significantes, pero esos significantes que bordean lo real, que muerden el goce, la sustancia gozante, está anudado. esto es la última enseñanza clínica lacaniana. Esto se llama lalengua y apunta a que la operación de análisis deshaga por la palabra lo que está hecho por la palabra.

La importancia de escribir: Freud decía que si no escribiera, no podría ser analista, porque la escritura es lo que permite abrochar. Alba Flesler cuenta la experiencia de un grupo que ella coordinaba en que se trataba de escribir casos y cómo aparecían cosas de la letra del analista que obstaculizaban el análisis de ese paciente.