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sábado, 7 de junio de 2025

La evaluación de los aspectos cognitivos en la neurosis obsesiva

 En este material nos gustaría hacer un recorte e hincapié particular en los indicadores cognitivos característicos de las estructuras obsesivas.

En términos generales la personalidad emergente en cada sujeto puede tener como base un tipo específico de estructura psicológica a saber: estructura normal, neurótica, psicótica, narcisista. Cada una de estas estructuras en su funcionamiento y dinámica tendrá una forma de relacionarse y percibir la realidad, de vincularse con los demás, de percibir e interpretar las circunstancias y tendrá efectos tanto en la calidad de vida como en la adaptación del sujeto a su entorno.
Dentro de las estructuras psicopatológicas se encuentra la neurótica, que a la vez presenta tres configuraciones especiales: la neurótica obsesiva, la histeria y la fobia.
En términos generales dentro de los trastornos psicológicos, las neurosis conservan más allá de sus conflictivas y angustias su criterio de realidad conservado.
La neurosis como trastorno psicológico, se caracterizan por una intensa conflictividad interior en el sujeto, acompañada según el tipo de neurosis de que se trate de un conjunto de síntomas que afectan en mayor o menor medida la vida de relación, el grado de satisfacción y bienestar personal, la capacidad de lograr sus objetivos.
La personalidad neurótica es aquella en que el sujeto frente a sus conflictivas establece rígidos mecanismos de defensa (con la represión como mecanismo base) que le evitan conectarse con sus verdaderos sentimientos, emociones, pensamientos, o instancias de la realidad (tanto interna como externa) que le resultan amenazantes, por lo tanto utiliza sin darse cuenta, pese a que en alguna medida es consciente de que hay algo en su interior que no está bien, estos mecanismos rígidos que le impiden y dificultan desarrollar una vida más plena y satisfactoria .
En la neurosis no hay una pérdida de realidad, como se presenta en estructuras psicóticas en el sentido de que el neurótico no sufre alucinaciones, la concepción de lo que es real se adecua a lo que la sociedad categoriza como tal. Pero lo que si sucede es que en algunos aspectos la subjetividad, la realidad psíquica (en términos psicoanalíticos) se sobreimprime a la realidad, con lo cual metafóricamente el cristal con el que mira y evalúa lo que le pasa tiene cierta distorsión y pierde objetividad.
Desde el punto de vista cognitivo se observa en las personalidades obsesivas una intelectualidad rígida, el pensamiento puede ser obstinado a dogmático, se sobrevalora la capacidad intelectual y es desde el enfoque racional donde se entabla la relación con la realidad. Se observa una acentuación del criterio lógico-formal excesivo que deja fuera toda conexión más profunda con el aspecto emocional presente en la situación evaluada como en lo que respecta a su propio sentir.
El obsesivo busca encontrar la explicación justa y racional a las cosas, evita todo aquello que implique descontrol, desorganización, inutilidad. Se teme como fantasía inconsciente que si no se puede tener ese entendimiento racional pro sobre todo lo que le rodea lo invada el descontrol y quedara a merced de impulsos y emociones. El sentido de lo que debe ser se impone sobre lo que se desea y necesita realmente. Podríamos decir que en la dinámica entre instancias predomina el cumplimiento de las exigencias superyoícas por sobre la satisfacción de necesidades yoícas e instintuales (YO- Ello).
También forman parte de su idiosincrasia cognitiva la observación y preocupación por los detalles, la capacidad para lograr un rendimiento de atención-concentración destacada. Necesita de la estructura, lo estable y constante en las cosas. Por ello su esfuerzo mental es a procurarse un modo de actuar y pensar que garantice esas seguridades. El exceso de mecanismos de defensa obsesivo-compulsivos trae como consecuencia lógica una limitación en el potencial creativo y la imaginación. El pensamiento se vuelve estereotipado huye de lo nuevo y lo que pueda implicar un cambio sustancial a los enfoques que se ha forjado.
Para finalizar este material de hoy, acompañamos al presente el protocolo del Test del Árbol, realizado por una persona adulta joven de sexo femenino donde pueden evidenciarse muchos de las características que hemos mencionado respecto a los procesos del pensar y procesamientos cognitivos característicos de estructuras obsesivas y obsesiva-compulsivas.


En el test del Árbol es en la naturaleza y tratamiento de la copa donde podemos explorar el equilibrio entre fantasía-realidad, preocupaciones y focos de tensión mental, procesamientos cognitivos.
El análisis de la copa incluye el contorno de la misma, el follaje interno, las ramas y todos los elementos o factores especiales que puedan sumarse: animales (ejemplo aves), frutos, hojas, flores). Por supuesto según el grado de inteligencia, situación psíquica del evaluado en ese momento y con ello el tipo de elaboración presente en la copa algunos procesos se verán más marcadamente que otros.
El tipo de follaje que puede dar lugar a inferir presencia de mecanismos de defensa obsesivo a obsesivo compulsivos se ponen de manifiesto en el dibujo que acompañamos.
Podemos realizar en el las siguientes observaciones gráficas formales y de contenido:
1- Altura del follaje muy superior a la del tronco.
2- Presencia de trazos de calibre, entre normal a ancho (1/2 milímetro y más).
3- Estilo de contorno externo arcadas estrechas y de número elevado.
4- Exceso de detalle interno en el follaje también realizado en forma de arcadas que la evaluada dice se trata de hojas que cubren las ramas.
5- El estilo de dibujo en la copa es estereotipado.
La copa tiene vacios a izquierda (lado inferior de la copa) y del lado derecho (particularmente en la zona derecha superior).
6- Presencia de ennegrecimientos en el follaje (hay un encimamiento y ennegrecimiento de las hojas en el sector izquierdo, como una mancha).
Otros detalles: tronco semicurvo de trazo firme, de buena tensión y coloración, corteza intensa de movimientos curvos –rectos, y numerosos nudos (núcleos traumáticos).
Haciendo hincapié en el aspecto cognitivo que hemos propuesto en este material podemos ver evidencia de un exceso de actividad mental. El estilo de pensamiento hipercontrolado, rígido, preocupaciones mentales, y focos de tensión mental y angustia, intensa actividad mental pero falta de dinamismo y creatividad, bloqueo de la fantasía. En el aspecto emocional tronco, hay evidencia de sufrimiento emocional situaciones traumáticas vividas y una hipersensibilidad actual, no obstante el yo tiene buen nivel e integración y recursos, y trata de adaptarse (tipo de contorno y de corteza).
Podemos pensar que las defensas obsesivas aquí son un intento de mantener a control las emociones y el sufrimiento emocional de alguna de esas experiencias que no han sido positivas para el sujeto.
Es interesante el breve pero concreto relato que la evaluada hizo sobre su dibujo, que evidencia los mismos indicadores que el dibujo correlacionando con él.
Finalizamos este material con su transcripción y un breve análisis del relato a continuación.
“El árbol que dibuje es muy viejo, por eso tantas marcas en su tronco, es un árbol fuerte podría resistir cualquier viento, es grande, robusto, tiene todas sus ramas cubiertas de hojas en cualquier momento podría florecer. Ha pasado por miles de inviernos y miles de primaveras, pero siempre sigue erguido y siempre tan alto como pudo llegar para poder sentir el viento, la lluvia y el sol cada vez que sea posible”
Podemos ver un discurso coherente, buen vocabulario muy lógico en sus adjetivaciones pero descriptivo que apunta a un objeto fuerte, resistente y que puede dar frutos (florecer), el ideal del Yo como vara que mide al yo y le exige estar erguido y llegar tan alto como pueda. El aspecto emocional es racionalizado (ha pasado por miles de inviernos y miles de primaveras).
Como siempre nuestro objetivo es articular la teoría en sus diferentes marcos teóricos en este caso el Psicoanálisis con la práctica psicodiagnóstica.

jueves, 29 de mayo de 2025

Melancolizaciones en distintas estructuras clínicas


Hablar de melancolía en estos tiempos es hablar de las depresiones que se hacen escuchar en la clínica contemporánea. Y, ¿qué es la depresión? La depresión es primeramente una constatación clínica. En este sentido cabe preguntarse, cuando un psicoanalista habla de depresión, ¿se está refiriendo a lo mismo que un psiquiatra? Podría responderse que sí, sin embargo, la clínica psicoanalítica presenta una dificultad: la depresión no es necesariamente la razón por la que el paciente viene a la consulta. La depresión es algo que el analista debe entrever más allá de lo que le es dicho. (Leguil, 1996)

Por lo general, la depresión se presenta en la clínica como un estado y no necesariamente como una queja, un síntoma, una inhibición o una angustia. Es por esta circunstancia que la depresión desordena la clínica psicoanalítica, puesto que no se presenta como uno de los tres motivos de consulta descritos por Freud (1925), a saber, como una inhibición, un síntoma o bajo la forma de angustia.

El término "depresión" se refiere asimismo a esa mezcla he­cha de tristeza intensa, de culpa invasora, de angustia mayor que la habitual y de riesgo de pasaje al acto suicida. Como padecimiento psíquico, la depresión apunta a un abandono del sujeto, de lo que antes lo sostenía en la vida en relación a lo que él acostumbraba hacer, ser o soportar frente a los otros.

Hablar de la depresión como paradigma psicopatológico de nuestro tiempo implica también decir de la degradación progresiva de la vida amorosa en nuestra cultura, como uno de sus significativos malestares (Marucco, 1986). Degradación de los vínculos amorosos que puede desembocar en depresiones o melancolías.

Desde el punto de vista histórico, la psiquiatría clásica inventó la melancolía y Freud (1895) trabajó con lo que la disciplina psiquiátrica de su tiempo le presentó, asumiendo esta herencia. Desde esta perspectiva, la melancolía se encuadra dentro de una psicosis. Melancolía y manía se oponen. Acerca de la manía se dice que la melancolía es su negativo. Particularmente, la melancolía psicótica (depresión) se acompaña de elementos delirantes y el enfermo parece haber roto los lazos que lo unían a la vida.

El recorrido por las sendas freudianas nos revela que la melancolía es enigmática para Freud. Para poder explicarla aborda la noción del duelo. A partir del modelo del duelo, Freud (1915a) separa la melancolía de las depresiones neuróticas.

En los primeros textos freudianos, la respuesta depresiva no es un síntoma en tanto formación del inconsciente sino un efecto del duelo del yo. Desde 1895, Freud intuye que la melancolía consiste en una especie de duelo provocado por una pérdida de la libido descrita como una especie de "hemorragia libidinal.". La noción de pérdida destaca en la melancolía. En el duelo, el mundo se convierte en pobre y vacío; en la melancolía, es el yo mismo el que se vacía y empobrece. El melancólico se comporta como si tuviera una verdadera aversión moral a su propio yo. Los reproches destinados al objeto se vuelven contra el yo y el acto suicida es el resultado de la vuelta sobre el sujeto del impulso asesino dirigido contra el objeto. La depresión ya no es únicamente un duelo que se liga a una pérdida de libido sino a la pérdida de un objeto de amor.

La depresión, tal como fue concebida por los psiquiatras, es lo que el psicoanálisis llama "los afectos que retoman de lo real" y se vuelven humor, tornándose lo que ocupa el primer plano de todas las representaciones del sujeto.

Al respecto, Lacan (1988) dirá que el humor es "un disfraz del ser". Desde esta perspectiva, el humor es en realidad lo que acompaña al ser en su relación con el lenguaje. Ese afecto real que es el humor está entonces en relación con el significante. Desde el psicoanálisis se considera al sujeto siempre preso entre lo simbólico (el significante, el pensamiento) y lo que efectivamente no puede ser nombrado, aquello que los psicoanalistas lacanianos llaman el objeto a, el goce, etc. Así, el sujeto se encuentra dividido entre dos polos: entre todos los nombres, todo el lenguaje que le es legado y lo que no consigue ser pensado o ser dicho. El sujeto se deprime cuando predomina lo que no se puede pensar ni ser representado produciendo en él una inhibición de lo que antes podía hacer.

Desde el punto de vista de su origen, la depresión aparece cuando fracasa la estrategia del sujeto en relación al Otro. De aquí se desprende que podemos esperar una distinta manifestación de la depresión en diferentes sujetos.

¿Es factible encontrar la melancolía en el campo de las psicosis? Ciertamente sí, haciendo la salvedad de que en numerosos casos esto requiere ser discutido puesto que se trata de desplegar, en cada oportunidad, aquello que lo demuestre tanto en el plano teórico como en la lectura de los casos clínicos.

La depresión clásica, la inhibición, las ideas suicidas y los pasajes al acto no son en el plano estructural patognómicos de la melancolía. Requiere un esfuerzo clínico particular establecer el diagnóstico diferencial entre las psicosis patentes, objetos de disociación o "delirios de grandeza" y las psicosis melancólicas con su "delirio de pequenez" para utilizar las expresiones de Freud (1915a). Hacer esta distinción será crucial para la elección de las estrategias terapéuticas, radicalmente diferentes en estos dos tipos de psicosis.

Independientemente del ámbito de la psicosis, el neurótico también se deprime. En la histeria, la depresión puede surgir cuando el sujeto fracasa en el mantenimiento de su estrategia que apunta a asegurarse el deseo del Otro, de tal forma que el Otro desee y que el Otro piense en ser la causa de ese deseo.

También el neurótico obsesivo puede presentar una obsesión al caer un ideal que le permitía sostener la idea del deseo del Otro, decir lo que el Otro quería, quedando totalmente deprimido cuando ya no tiene más ese enganche en la demanda del Otro.

La depresión en la perversión se presenta cuando ésta última es insuficiente para situar al individuo respecto de las cuestiones de la castración. La depresión aparece entonces como un camino que fracasó.

La depresión en la paranoia se da cuando la desconfianza que el sujeto tiene en relación al Otro no le permite ver en lo que él mismo está implicado: que el combate que él podría realizar frente a la injusticia que piensa que le es proferida es suficiente para revelar la cuestión de su existencia y lo que le toca hacer en el mundo.

En síntesis, ninguna estructura clínica (neurosis histérica u obsesiva, perversión o psicosis) escapa a su posibilidad. Desde el psicoanálisis se dice que existe una "melancolización" de las diferentes estructuras.

miércoles, 19 de febrero de 2025

Los celos feminizan.

Habitualmente, es la histeria quien mejor testimonia del estatuto sintomático de los celos, en la medida en que sus corrientes celotipias son un modo de interrogar el carácter enigmático del deseo del hombre en función de la Otra. “¿Qué le viste a ésa?” o bien “¿Cómo pudiste estar antes con ella?” son preguntas habituales que, en la histeria, apuntan menos a buscar una respuesta que aporte un dato que al propósito de sostener una versión del deseo que la ubique en la escena como excluida y, por ende, no la toque como causa. Por esta vía, asimismo, los celos histéricos son una vía privilegiada para sostener el goce de la sustracción –cuestión que incluso se corrobora en que, como ocurre en nuestros días, la histérica preste el cuerpo para el acto sexual, es decir, condescienda a ser objeto de goce... a expensas de una fantasía en la cual se pregunte si acaso él no piensa en otra mujer en ese momento–. Por lo tanto, los celos de la histérica pueden ser una defensa eficaz (sostenida en la posición antedicha) contra el acto (de ser tomada por un hombre) y, cabe pensar, un análisis de un caso de histeria que no haya elaborado este trasfondo celotípico seguramente no habrá avanzado demasiado.

Asimismo, respecto del uso defensivo de los celos puede destacarse una elaboración que se desprende de otro libro reciente: ¿Qué quiere decir “hacer” el amor? (2010) de G. Pommier. Para dar cuenta de este aspecto, mencionaremos un breve recorte clínico del tratamiento de un obsesivo que, luego de un episodio de fuerte celotipia respecto de su esposa, que llevó a una discusión (y una reconciliación en el período de una semana), tiene el sueño siguiente:

“Mi mujer está en una oficina, mi oficina, y hace mi trabajo. De repente entra un hombre que dice querer conversar con ella, y yo escucho las preguntas que le hacen. Son preguntas sobre cuestiones profesionales, pero yo interpreto –me resulta evidente– que esas preguntas son tendenciosas, ya que el hombre está interesado en mi mujer. Siento celos. Me angustio y me despierto.”

Curiosamente, este sueño angustiante tiene también la función de demostrar la condición interpretante del inconsciente: en el curso de las asociaciones, este analizante se sorprende al notar que sus celos sobrevinieron en un momento singular, ya que en ese entonces la relación con su mujer alcanzaba una suerte de reencuentro en el cual él podía sentirse enamorado “de nuevo”. En este punto, la interpretación fue una traducción brusca: sus celos –en el sueño– mostraban un punto de identificación narcisista con su mujer, es decir, ese punto en que él podía volver a verse a sí mismo a través de ella y reconocer el rebrote de su condición de seductor (el día que precedió al sueño se había encontrado pensando en “lo bien y lo lindo” que se sentía junto a su mujer... y el efecto cautivante que eso producía en otras mujeres).

En definitiva, el inconsciente le interpretaba que sus celos eran una manera de defenderse de ese nuevo amor que sentía por su mujer; su celotipia era una proyección del temor que sentía por volver a enamorarse.

Como sostiene G. Pommier en el libro que mencionamos, el amor feminiza a un hombre –a menos que su amor sea la demanda infantil de ser amado–; por lo tanto, la angustia de castración para un hombre no tiene que ver con la expectativa de que el falo le sea cortado, sino con la capacidad de asumirse como amante ya que “cuando una mujer provoca una erección, ese falo le pertenece y su amante puede experimentar por ello una angustia de castración que lo feminiza”. (5)

De este modo, el análisis de la bisexualidad constitutiva del hombre no tendría tanto que ver con el deseo por otro hombre sino con la asunción, propiamente dicha, de una posición de amante –ya que cuando un hombre ama... lo hace como mujer–. Así, en función del recorte clínico anteriormente mencionado, no alcanza con decir que allí los celos eran un reaseguro narcisista contra el deseo, sino que el análisis de un hombre que no haya considerado su posición respecto del amor –más allá de la degradación del partenaire a la condición de objeto fantasmático– tampoco habrá avanzado demasiado.

Por último, cabe retomar la indicación anterior a la proyección. Es un hábito reducir la concepción psicoanalítica de los celos a este único mecanismo. En otro contexto ya hemos estudiado la diversidad de referencias relativas a esta cuestión. (6) Expongamos aquí sólo algunos resultados de ese trabajo anterior: no sólo desde la perspectiva freudiana pueden encontrarse otras variables junto a la proyección (que, en realidad, se aplican a la paranoia), como en el caso de los celos normales o edípicos, o bien en un caso singular de celos que Freud –en su célebre artículo de 1922– adscribe a una asunción del “punto de vista de la mujer”.

En función de esta última mención, en el contexto antedicho, hemos construido el fantasma que subtiende los celos proustianos de En busca del tiempo perdido, donde los celos del protagonista por Albertine restituyen un goce supuesto a la mujer (como un modo neurótico de responder a la pregunta por el goce femenino a través de un fantasma escópico articulado a un deseo de ver).

Asimismo, en dicho contexto hemos apreciado que los celos del protagonista eran muy distintos de, por ejemplo, los que padecían Swann o Charlus respecto de sus amantes. Por lo tanto, el interés –antes que en proponer una “teoría general” de los celos, a través de un mecanismo ubicuo– radica en establecer diferencias clínicas que no se confunden con un retorno larvado a la pasión clasificatoria de una psicopatología, esta vez, de la mano de una pseudo-hipótesis etiológica, sino de atenerse al despliegue de un caso en función de lo que se produce en la dinámica de la dirección de la cura. No otra cosa decía Lacan cuando sostenía en la Apertura de la sección clínica que “la clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que importan y que cuando se haya tomado conciencia de ellas serán de gran envergadura”.

5- Esta indicación de Pommier remite, indirectamente, a una formulación de Lacan en el seminario 10: “Sea como sea, si la mujer suscita mi angustia, es en la medida en que quiere mi goce, o sea, gozar de mí. [...] En la medida en que se trata de goce, o sea, que ella va a por miser, la mujer sólo puede alcanzarlo castrándome”.
6- Cf. Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante, Buenos Aires, Letra Viva, 2013.

Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"

viernes, 13 de diciembre de 2024

El deseo y la demanda en el obsesivo: entre la distancia y la oblatividad

El entramado edípico en el niño configura el funcionamiento del deseo, estableciendo una dinámica en la que la circulación de la demanda entre el sujeto y el Otro resulta crucial.

Estas operaciones iniciales no solo determinan el deseo, sino que también condicionan la diferencia diagnóstica en el sujeto, una distinción que, como señala Lacan, depende de lo que ocurre en y a través del Otro.

En este contexto, se puede diferenciar entre las neurosis histérica y obsesiva como dos modalidades del deseo del Otro, expresadas en la distancia fantasmática entre un deseo insatisfecho y un deseo imposible. Asimismo, la demanda en ambas neurosis opera de formas particulares, reflejando posiciones diferenciadas del sujeto frente al Otro.

En el caso del sujeto obsesivo, su relación con la demanda se caracteriza por un manejo que le permite mantener una distancia respecto del deseo. En este marco, lo que aparece como un deseo imposible puede interpretarse como la impotencia que el obsesivo acepta a cambio de sostener esa distancia.

Lacan señala que lo verdaderamente insoportable para el obsesivo es el encuentro con el deseo del Otro. Su intento de reducir este deseo a una mera demanda podría leerse como un esfuerzo por eliminar al Otro como deseante, una estrategia que, en las relaciones amorosas, puede resultar profundamente perturbadora para el partenaire.

El obsesivo se muestra así dispuesto a responder a la demanda del Otro, pero lo hace desde una posición particular. Aquí surge una pregunta clave: cuando el obsesivo responde a esa demanda, ¿qué es exactamente lo que ofrece?

Lacan recurre al término "oblatividad" para describir este fenómeno. En este terreno, el obsesivo aparenta generosidad y altruismo, pero solo en la medida en que lo que ofrece no lo compromete. Es decir, da aquello que le sobra, aquello que no implica un verdadero involucramiento con su propio deseo.

viernes, 23 de agosto de 2024

La duda obsesiva: coordenadas clínicas

La duda forma parte del campo de la sintomatología propia del obsesivo. Esto por supuesto no significa que no pueda ser hallada en otras presentaciones, estructuras clínicas, del sujeto como podría ser la histeria, incluso la fobia.

Pero en la neurosis obsesiva reviste un carácter central constituyendo un síntoma patognomónico.

En principio la duda obsesiva participa del campo de lo sintomático, pero también se nos hace posible poder pensar cierto entramado fantasmático de la duda. En cualquiera de ambos casos esta cumple una función defensiva, en la medida en la cual pone al sujeto a distancia del acto. De uno que es correlativo del deseo. En psicoanálisis y en el planteo lacaniano el acto se entrama, está esencialmente ligado al deseo.

Una precisión se hace necesaria: se trata de un acto que concierne al sujeto como deseante, y no como deseado, situación en la que la duda se vuelve operatoria. La duda entonces mantiene al sujeto a distancia de la castración, y de su término concomitante que es la falta en el Otro, eso que el matema del grafo escribe: Significante de una falta en el Otro.

El otro punto relevante asociado a esta función defensiva es que la duda se sitúa en contrapunto con lo real. Si lo real se caracteriza en cierto punto por la certeza, por cuanto conlleva lo imposible de negativizar; la duda esencialmente pertenece al campo de la articulación significante.

O sea, la duda es solidaria del entramado significante en el discurso, de la oposición, y a partir de ello, de las significancia entendida como producción del efecto de sentido. Por ello defiende, porque instila significante frente a lo que no entra en sustitución alguna.

martes, 9 de julio de 2024

Insatisfacción, imposibilidad y prevención: los modos de defenderse del deseo en las neurosis

No es azaroso que el psicoanálisis haya comenzado a partir de la escucha de la neurosis histérica. Puntualmente porque, y era notorio en la época de Freud, es el sujeto histérico quien puso en juego, sobre el tapete la división del sujeto, el no saber que le era correlativo y cierta dimensión del síntoma que se asocia a lo corporal, pero que no responde a una etiología orgánica, o sea médica.

O sea que vía ese síntoma el sujeto histérico puso en juego un cuerpo de otra índole, uno erogeneizado, de deseo, marcado por la dialéctica de la demanda.

A partir de allí Freud pudo situar cierta palabra que está amordazada en el síntoma neurótico, definición que vale no solo para el síntoma histérico, sino también para la obsesión e incluso para la fobia. En esta entrada nos proponemos interrogar ciertos modos defensivos del deseo, o sea, ciertas modalidades fantasmáticas del deseo en las neurosis, en la medida en que el síntoma aludido está sobredeterminado por el fantasma.

La insatisfacción histérica
En el caso de la neurosis histérica, se trata de un deseo asociado a la dimensión de una insatisfacción: es una deseo insatisfecho. Hablamos de una insatisfacción de la cual el sujeto se queja y sobre la cual elabora toda una serie de acciones y argumentos. Esta insatisfacción puede dominar gran parte de la vida del sujeto histérico, y comandarla.

Pero el carácter defensivo, fantasmático, de esta insatisfacción implica que en realidad se trata de una respuesta neurótica a la imposibilidad que es inherente al deseo mismo. Sería como afirmar que el sujeto asume, promueve esa insatisfacción como modo de mantenerse a resguardo de la castración del Otro.

La insatisfacción histérica entonces es solidaria de la distancia que hay entre la histeria y la femineidad, es una trampa que esconde la discrepancia entre ser deseado y ser deseante.

La imposibilidad obsesiva.

Continuando con la interrogación respecto de los modos de defensivos del deseo en las neurosis, consisten en modalidades. Hay que considerar, siempre, que el deseo conlleva la posición del sujeto en una escena, y ello en la medida en la cual el deseo no se dirige a un objeto predeterminado, o uno que fuese una cosa del mundo.

Entonces, el objeto es en realidad una posición de objeto, del propio sujeto. Decimos que el deseo implica una posición del sujeto en una escena en la cual toma lugar como deseante del deseo del Otro. Y si hablamos de escena, hablamos del fantasma.

En el caso de la neurosis obsesiva, ese modo defensivo, fantasmático del deseo cobra la forma de un deseo imposible.

Tomado allí, el sujeto obsesivo está dominado por una serie de imposibilidades que le dificultan la existencia, que le impiden avanzar en determinada dirección, sea esto en el campo del trabajo, de sus estudios, en su vida amorosa. Lo enmarañan o enredan no permitiéndole llevar incluso a cabo una serie de acciones en las cuales quien lo sufre dice estar comprometido, y decidido a llevarlas adelante.

Sin embargo, así como el deseo insatisfecho en la histeria defiende contra la insatisfacción estructural del deseo; el deseo imposible del obsesivo, en el sentido fantasmático del término, no es otra cosa más que el velo de una impotencia.

Allí, donde el obsesivo denuncia una imposibilidad, lo que la escucha analítica puede situar es una posición de impotencia que es la consecuencia de una evitación. No es poco habitual que el correlato de esta imposibilidad protestada sea el impedimento, que es la situación por la cual el obsesivo cae en la trampa narcisista como modo de cortocircuitar el vínculo del deseo con la castración.

Otra coyuntura clínica donde esto se plasma es la postergación del acto en favor de la duda. Allí la vacilación propia de la duda instala una alternancia que resguarda de lo real. Por ello el obsesivo “prefiere” la duda, porque ella arranca a la angustia su certeza.

La prevención fóbica
Se plantearon ciertas discusiones en la historia del psicoanálisis respecto de si considerar a la fobia como una neurosis más; o situarla, como lo hace Lacan hacia el final de su enseñanza, como una especie de placa giratoria que constituye un momento determinado en la configuración de la neurosis en el sujeto.

Si la tomáramos por este último sentido, como placa giratoria deriva entonces eventualmente hacia una neurosis histérica o una neurosis obsesiva.

Pareciera ser, en el caso de Freud, que se sitúa entre las otras neurosis, llegando incluso a llamarla, por momentos, histeria de angustia para diferenciarla de la histeria de conversión o histeria propiamente dicha, podríamos decir. Esta oposición, de algún modo inicial de Freud, conlleva distintos modos de pensar el destino del montante de afecto que se desconecta de la representación, vía represión.

No es importante que tomemos posición respecto de esta discrepancia, acerca de si entra en la serie de las otras neurosis o no. Más allá de eso podemos situar que, al igual que en la neurosis histérica y en la neurosis obsesiva, encontramos en la fobia una modalidad preventiva, fantasmática del deseo, que defiende al sujeto del peligro que ese componente económico del deseo del Otro conlleva.

La modalidad particular que toma este deseo defensivo en la fobia es la de la prevención. El deseo prevenido funciona de resguardo o parapeto que le evita al sujeto ese encuentro complejo con el deseo del Otro. Por ello las fobias no son un síntoma poco común en la infancia, momento de la configuración de ese plafond a través del cual el sujeto se aloja como deseante del deseo del Otro.

Pero en este caso, el modo defensivo tiene un costo significativo. Dado que se trata de evitar, el sujeto elabora toda una serie de estrategias en orden a mantenerse a distancia, lo que conlleva una progresiva restricción que, en muchas oportunidades, puede concluir en el aislamiento.

miércoles, 5 de junio de 2024

El amor en la neurosis obsesiva

No hay un desarrollo específico sobre el amor en la neurosis obsesiva en Freud y Lacan, sino que es algo que hay que construir mediante las referencias. Por ejemplo, estas referencias están en: 

  • El mito individual del neurótico 
  • Variantes de la cura tipo.
  • Seminario V.

El amor en los tres registros

El amor no es un concepto simple, sino que admite un despliegue. Lacan lo trabaja en los tres registros en distintos momentos de su enseñanza, que se articulan unas con las otras.

El amor imaginario. Aquí se ponen en juego algunas variables que tienen que ver con la dimensión especular del amor, es decir, la identificación. El amor en su dimensión especular implica el amor al semejante, lo igual y lo afín. Se ama a lo que es igual a uno mismo, lo que sostiene el narcisismo y a lo que sostiene al yo. 

El amor imaginario, a su vez, se contrarresta con la agresividad, en la medida que el semejante presenta un elemento que vaya en contra del narcisismo y fragmente la imagen. Puede ser un cuestionamiento, una interpretación, no seguir con la afinidad. Lo que no es la mismidad, pone en juego a la agresividad porque fragmenta el espejo.

El pasaje de amor a la agresividad es bastante habitual y está presente en los trabajos del narcisismo y las cuestiones de lo imaginario. Si tomamos los aspectos imaginarios, estas conductas pueden ser extremas, tanto un pegoteo narcisista como la agresividad. El pasaje de las pasiones imaginarias del amor al odio pueden ser abruptas. Esta clase de amor implica a la agresión, depende si la imagen está completa (amor) o fragmentada (agresividad). No hay una sin la otra y lo que pacifica esos planos es lo simbólico, presentado como lacan como el pacto simbólico de los significantes. El pacto simbólico de los significantes da lugares, roles y leyes al funcionamiento imaginario.

La otra dimensión imaginaria es el reconocimiento. El semejante que reconoce al sujeto en su imagen completa es al que se ama, o sea que también sostiene al narcisismo.

La idealización. Esta dimensión del amor está entre simbólico e imaginario, porque remite a un elemento de lo simbólico que comanda a este último: el ideal del yo. Se ama a aquello que se idealiza, aquello que se ubica del lado del ideal del yo. En el lenguaje popular aparece como admiración y está en el plano de lo que Freud ubica de la relación del amor con la sugestión en Psicología de las masas. Cuando uno ama, queda hipnotizado por aquel que ama y uno queda sugestionado. Para que eso pase, hay que ubicar al amado en el lugar del ideal del yo.

El amor simbólico: amor como falta. "Dar lo que no se tiene" implica la castración, la falta a nivel de lo simbólico que pone en juego la dimensión del amor en relación al falo y la castración. Se trata del amor ligado a la dimensión del deseo. El deseo es en falta, pero no se trata del deseo que se desplaza por los significantes que el amor que implica al deseo. Se trata de un amor en falta, situado en dar lo que no se tiene. 

Para dar lo que no se tiene, solo puede darse en posición de falta y de castración. Esta dimensión del amor en falta puede o no articularse -incluso ir en contra- del amor imaginario. Mientras en el amor imaginario se sostiene la imagen completa del narcisismo, en el amor de dar lo que no se tiene implicará una falta a nivel del narcisismo, una división subjetiva. Adelantamos que esto, en la neurosis obsesiva, suele ser difícil pues requiere ubicarse en el lugar de falta.

El amor real (registro). Lacan lo trabaja, por un lado, a nivel de la pulsión y el objeto a. esta dimensión del amor no implica al deseo como la simbólica, sino al goce. Implica la relación que el amor tiene con el objeto a y lo que Freud trabaja como punto de fijación. Se ama desde el fantasma, según Lacan. Se hace lazo amoroso con el otro en el punto cumple con una condición fetichista de goce. El ejemplo en Freud es "el brillo de la nariz" (glanz/glance), donde encontramos el rasgo de atracción que le gustaban a ese hombre y que lo enamoraban. Glance en inglés es brillo, mientras que glanz en alemán es mirada, lo que pone en juego, fantasmáticamente, lo que guía la pasión amorosa.

En esta dimensión real, ligada al objeto fetichista y al fantasma, se pone en juego la dimensión de la pasión. Apasiona algo en la dimensión del objeto, no en el deseo sino en el goce. Es un punto en el amor que lo vuelve pasional. El sujeto no puede dominarla, sino que se lo lleva puesto, porque tiene que ver con una dimensión real: la pulsión -o el goce- que se impone. 

Lacan también trabaja el amor real al hablar del amor como contingencia, en el sentido de tyché, el encuentro no previsto ni ubicado según las leyes previas del significante y el fantasma. Del otro lado aparecen signos donde no debería haber relación sexual. Allí donde no hay encuentro posible, aparece del otro lado un signo que provoca un efecto amoroso. Ese elemento es contingente, novedoso en el amor, que se pone en juego como segunda dimensión del amor real.

💚Como vemos, las teorizaciones del amor tienen bastantes puntos de la teoría, desplegándolo como concepto en las distintas dimensiones. 

En cuanto a la neurosis obsesiva, Lacan desde el comienzo pone en juego distintos aspectos que tienen que ver con lo amoroso. Hace referencias particulares al amor de los obsesivos, que tiene que ver con sus variables estructurales. En la clínica aparecen varias presentaciones de esta neurosis, aunque en la teoría aparezcan teorizaciones reducidas y tipificadas.

La pregnancia del amor imaginario

De entrada, en Variantes de la cura tipo, Lacan plantea que el obsesivo imaginariza las cuestiones del amor. El obsesivo, dice Lacan, arrastra hacia la jaula de su narcisismo al objeto de amor. Por ejemplo, el Hombre de las ratas lo hace con su padre idealizado y también a la dama de sus pensamientos. 

El obsesivo se ubica en el amor por la vía del semejante, a nivel de lo imaginario. Ama aquello que lo que sostiene su propio narcisismo, lo que le devuelve una imagen completa. Lo que no sostiene su narcisismo le resulta una amenaza, a la cual responde con agresividad.

Esta posición en lo amoroso, esta tendencia a la imaginarización de lo amoroso, implica pensar en términos de lo igual. Un obsesivo busca a alguien que le sostenga su narcisismo, ya sea de superioridad, su saber, su capacidad de proteger, de poder, etc. También aparece el "amor siempre igual", el amor aburrido y dormido en el obsesivo, rutinario, lo conocido. 

La dimensión que implica este tipo de amor, sostenida por Lacan en toda su obra, es la inflación imaginaria en la que se sostiene el obsesivo. Esto está en El mito individual del neurótico (anterior al seminario 1) hasta el seminario 24, cuando habla de la fábula de la rana que se puede parecer al buey. Esto ya está situado a nivel del sinthome del obsesivo: la dimensión imaginaria y del yo es la que el obsesivo se sostiene y padece. Por lo tanto, cuando el obsesivo se enamora aparece imaginarizado.

La dimensión del deseo en la neurosis obsesiva: el deseo imposible

En la obsesión, el deseo aparece imposible, según leemos en el seminario 5. El deseo aparece como imposible porque encierra una paradoja. El deseo es deseo del Otro (están incluídos ahí el deseo propio y el del Otro) y la paradoja es que desea al Otro sometiéndose a él, o desea para si. Lacan hace unas referencias al amor, que tienen que ver con una báscula en el obsesivo, que es darle todo al Otro y someterse a él, o eliminar al Otro para satisfacer su propio deseo. En ambas puntas el deseo se vuelve imposible y el obsesivo pasa de una punta a la otra. Es dar todo al otro o destruirlo para que todo sea para él. 

En la histeria, el deseo es insatisfecho y la solución es mucho más elegante, según Lacan. En la neurosis siempre hay una estrategia para evitar confrontarse con lo enigmático del deseo del Otro. El histérico sustrae algo que pone en reserva y así captura el deseo del Otro. Por ejemplo, en la Bella Carnicera (falta el caviar), Lacan lo trabaja como opuesto al deseo imposible. El histérico logra, con su deseo satisfecho, reducir la cuestión a un punto. En cambio, el obsesivo pasa de los dos extremos que vimos: todo para el Otro o todo para él.

La estrategia del obsesivo es degradar el deseo del Otro a la demanda, porque según dijimos, ese deseo es enigmático y esta estrategia le permite controlarlo. El obsesivo vacila entre someterse a la demanda del Otro como deseo (en realidad, lo que dice que el Otro desea, la demanda), en una posición oblativa de darle todo ó bien del aislamiento: eliminar al Otro. En esta última dimensión, hay una dimensión destructiva del Otro. Por ejemplo, el obsesivo espera la muerte del amo. No es sadismo, sino un intento de quitarse al Otro de encima. En el amor, estas dos posiciones se ponen en juego.

El obsesivo también demanda que se le demande, para llevar un control del Otro y su deseo enigmático. Puede, de esa forma, someterse a la demanda u oponerse.

La segunda paradoja que se pone en juego que tiene que ver con el dar lo que no se tiene, el amor en falta. El los extremos de darle todo al Otro o dárselo a si mismo no se pone en juego el amor simbólico. Es una especie de simulacro del amor castrado, porque dar todo al Otro se asemeja a dar lo que no se tiene, pero no es eso. En muchos casos, los obsesivos parecen ponerse en falta, pero en realidad es una posición oblativa. Cuando el "dar todo" se acaba, el obsesivo vira hacia el aislamiento. El amor en falta no es una oscilación entre dar todo o nada, sino que tiene que ver con amar desde la división subjetiva. 

La pasión del obsesivo

La dimensión del objeto a nivel de la pasión en la neurosis obsesiva está planteada por la pregnancia de dos objetos en Lacan: el objeto anal y el objeto mirada. Estos objetos se ponen en juego a nivel de la pasión del obsesivo, no en el deseo ni del amor imaginario.

En cuanto a la dimensión anal, aparece la oscilación -en términos pulsionales y del fantasma- entre el regalo excrementicio y la retención. dar lo que el Otro espera como objeto agalmático para el Otro y el retener, sustrayéndose a la demanda del Otro. En este plano anal del objeto, esto se pone en juego a nivel del goce. es darle al Otro lo que espera (que debería amar y agradecer) o bien retener ese regalo bajo el modo de la oposición y la retención. Esto está ligado también a la relación que tiene el obsesivo con la demanda del Otro. 

El obsesivo aquí también puede someterse a esta demanda u oponerse, en un nivel pasional, capturado en esa demanda. En este punto, el obsesivo no elige, sino que no puede evitarlo. Está capturado en la dimensión amorosa de la demanda del Otro. En algunos casos, el obsesivo se somete en extremo a esta demanda ó pasa a oponerse agresivamente, incluso al nivel del capricho.

Los dos tiempos en el amor obsesivo, tal cual lo enseñó Freud, son fundamentales, tanto para el deseo como para el goce. Esto suele confundir a las personas que aman a a los obsesivos, porque no es una forma única de amar, sino que tiene dos tiempos.

La dimensión de la mirada es otra de las formas pasionales de amor en la neurosis obsesiva. Esta se liga con lo que veíamos entre lo imaginario y lo simbólico: la idealización y el ideal del yo. En la neurosis obsesiva no hablamos solo de la idealización simbólica de tomar al otro como ideal, sino una captura del sujeto a nivel de la mirada. El obsesivo, así, queda apasionado por esa idealización. Es una forma de amor que aparece en la literatura de manera idealizada, apasionada, al estilo del amor cortés (la hazaña, la valentía) que se bate contra los dragones para rescatar a la princesa. En estos géneros, el objeto amado está idealizado y la satisfacción pulsional del objeto mirada que captura al obsesivo, que queda apasionado. Muchos amores obsesivos comienzan de esta forma: apasionados, que los arrastra, no se pueden detener y luego dan lugar a otras formas. Se trata de una conjunción entre la idealización simbólica y de la mirada.

La dimensión de la degradación de la vida erótica

Freud lo trabaja en términos de la oposición entre la madre y la puta. Tiene que ver con el amor simbólico del dar lo que no se tiene, pero requiere de cuestiones que no abordarlos aquí. Se trata de una dimensión que puede darse en el obsesivo, pero la disyunción de la vida erótica es también masculina.

En resumen, la posición amorosa en el obsesivo:

- Pone en juego lo imaginario, lo afín.

- El pasaje entre los opuestos de la oblatividad y el aislamiento.

- La pasión de la dimensión de la satisfacción anal de dar el regalo o retenerlo.

- La pasión de la idealización del objeto mirada.

Más allá de situar los puntos sintomáticos en la clínica, interesa ubicar los modos amorosos en la neurosis obsesiva. Los síntomas que le perturban su amor son harto conocidos (ej. la duda, la procrastinación), lo interesante aquí es cómo se enamora un obsesivo y de qué lazo amoroso se trata. Estas formas se ponen en juego por sus variables estructurales, no por sus síntomas.

Tanto el amor contingente (lo real del encuentro) como "dar lo que no se tiene" son puntos de conflicto para el obsesivo. El amor en falta se pone en contra de la dimensión imaginaria del amor, no fácil de soportar para el obsesivo, pues requiere una posición de división y eso rompe con su narcisismo y su imagen completa. Esto ocurre en momentos de mucha angustia, porque aparece la falta.

La dimensión de lo contingente, el punto del encuentro con lo no previsto y lo que no está establecido a nivel del narcisismo ni del fantasma que clasifique los objetos, también inquieta al obsesivo. Estamos hablando algo de lo propiamente femenino, la aparición del algo del "no todo", algo de lo hetero. El obsesivo, ante esto, traduce en términos de demanda, de narcisismo o de oblatividad... El obsesivo no soporta fácilmente lo "hétero" ni la contingencia, ni la falta.

En el seminario 17, Lacan habla de histerizar al obsesivo. Se trata de la puesta en forma de la entrada en análisis, que es el discurso histérico: que el agente quede en lugar de sujeto barrado. Un paciente no pasa a este discurso tan fácil, si el analista aparece en su discurso de analista como objeto, el paciente huye. 

La entrada a un análisis es a partir de la división subjetiva, que se pone a trabajar en análisis. Esta histerización se da para cualquier análisis, sea una histeria o neurosis obsesiva. El obsesivo, producto del análisis, tiene que empezar a soportar su división subjetiva: soportar su falta, flexibilizar sus modos de amar, etc. La división se da en tanto distancia entre el yo y el sujeto, cosa que al obsesivo le cuesta. La histeria, en cambio, lo hace naturalmente desde los 4 años. Un obsesivo, lo logra a los 45 y cuando lo hace es algo que no lo puede creer: salirse un poco del yo y del narcisismo. Desde ahí, puede soportar algo de su división, tratar de dar lo que no se tiene, etc. 

Lacan también formaliza que el análisis feminiza a todo quien entre en el dispositivo analítico, es decir, pone en juego la dimensión del no todo y de lo hétero, de lo otro. La operación de feminización del análisis produce también una flexibilización. Puede ser el Otro goce o lo otro. Nada de esto es fácil para el obsesivo y no es algo que aparezca al inicio de un análisis, porque soportar lo otro va más allá del narcisimo, de la falta, de la idealización... 

Fuente: Notas de la conferencia "El amor en la neurosis obsesiva" dictada por Patricio Álvarez Bayon del 7/7/22 en Causa Clínica.

viernes, 24 de mayo de 2024

El cuerpo en la neurosis obsesiva

Notas de la conferencia "El cuerpo en la neurosis obsesiva" de Patricio Álvarez, en Causa Clínica.

El cuerpo en psicoanálisis.

Primer momento: El cuerpo imaginario en relación a lo simbólico del ideal del yo. 

Comenzamos conm cuerpo que se construye en el estadío del Espejo. El cuerpo especular que se produce con la identificación al semejante.

Lacan agrega, al cuerpo especular, la determinación de lo simbólico. Se introduce el Otro y lacan ubica al yo respecto al ideal del yo, es decir, el modo en que ese cuerpo queda situado a partir del significante. El ideal del yo se pone en juego en relación al deseo del Otro. El ideal del yo, tal cual Freud lo ubicó como heredero del complejo de Edipo, sitúa las marcas del deseo del Otro sobre el sujeto. En lo que refiere a la relación entre el yo y el ideal del yo se ubica el sujeto, en relación a su propio ideal. Cotidianamente esto se llama "autoestima", porque se trata de la relación entre el yo y el ideal del yo. Es decir, nos referimos por un lado a la unificación especular y a la relación con el ideal del yo.

Lacan plantea que el cuerpo especular está unificado gracias a una construcción ficcional, que es el yo. Tiene que ver con una identificación al semejante y una anticipación del otro de los cuidados, donde el niño comienza a tener dominio de su cuerpo. 

En esta dimensión entre la imagen unificada del cuerpo y la posibilidad de ruptura de esa unidad encontramos el cuerpo fragmentado. A nivel de lo imaginario, el cuerpo puede aparecer de manera unificada o fragmentada.

Segundo momento: Relación de lo imaginario del cuerpo con las zonas erógenas. Seminario 10 y 11, operaciones de alienación y separación.

Lacan  teoriza, respecto al estadío del espejo, una condición necesaria para que haya identificación especular: las operaciones de alienación y separación. La condición necesaria para que se construya la imagen especular es la extracción del objeto a. En la operación de separación se produce la pérdida del objeto a. En Freud, encontramos la referencia a la primera experiencia de satisfacción, que es irrepetible, pues en la segunda vez se pierde ese goce inicial. Esa pérdida de goce inicial Lacan la ubica como pérdida del objeto a o separación.

En la neurosis, a partir de la extracción del objeto, en el cuerpo se produce una superficie unificada alrededor de agujeros u orificios corporales. ya no es una pura superficie como era en el estadio del espejo anterior, sino que es una superficie agujereada por las zonas erógenas. Esas zonas erógenas le dan al cuerpo conexión entre lo especular y el goce. 

Cuando no se produce la extracción del objeto estamos en el campo de las psicosis. Allí, aunque hay estadio del espejo, no hay separación y el cuerpo aparece desarmado o dispuesto a fragmentarse. Lo vemos claramente en la esquizofrenia, pero también en la paranoia, donde la fragmentación se ubica en el campo del semejante, el cual se multiplica bajo formas persecutorias o erotómanas. Por ejemplo, en el caso Schreber están las multiplicaciones de las almas de Flechsig. 

En el autismo tampoco hay extracción del objeto y no se construye la imagen especular.

Tercer momento: El misterio del cuerpo hablante. Seminario 20 en adelante.

Lacan ubica una temporalidad anterior a la especular y al lenguaje, el momento donde se produce el traumatisme, el agujereamiento que permitirá todas las formas de anudamiento. Se trata del agujero inicial, que se produce con el primer encuentro entre lo simbólico con el cuerpo material (y no la imagen especular). Lacan ubica esto como el cuerpo del parletre, en un tiempo anterior a la constitución del sujeto del inconsciente.

El parletre o habla-ser no es el del lenguaje, sino que se trata de una primera entrada de lo simbólico, que Lacan llama lalengua.  Lalengua no es el sistema de oposición entre significantes, sino la primera entrada de lo sonoro, por ejemplo en la hilación del bebé, o en el ruido que escucha del Otro cuando todavía no tiene el lenguaje. Es un eco, un murmullo donde todavía no están diferenciados los significantes. En esa sonoridad, el cuerpo funciona como una caja de resonancia, donde se hace eco de un decir, de la lengua. Este es para lacan, el misterio del cuerpo hablante. Lacan dice que este cuerpo se siente, pero que no se puede decir demasiado sobre eso y que si bien a ese cuerpo se lo tiene, se trata de la primera entrada del goce en el cuerpo.

Cada una de estas concepciones del cuerpo tiene consecuencias clínicas. Si bien Lacan se refiere al cuerpo en el registro imaginario, cada vez más en su obra aparece la relación con lo real, entre la imagen del cuerpo y el goce del cuerpo.

En las tres épocas, la referencias al cuerpo parten de lo imaginario, pero en la última época lo imaginario ha tomado un carácter mucho más importante como consistencia de la que tenía en la primera enseñanza. 

En esta última concepción del parletre y el cuerpo hablante, Lacan construye una oposición que vamos a tomar para la neurosis obsesiva. En un texto correlativo al Seminario 22, La Tercera, Lacan establece la diferenciación entre dos modos de goce:

  • El goce entre lo imaginario y lo real. Lacan lo llama "goce en el cuerpo", un goce que se siente pero nada puede ser dicho sobre él. Está relacionado con el goce femenino, pero no es lo mismo.
  • El goce entre simbólico y real: Es el goce fálico, fuera del cuerpo, porque está ubicado en el falo, un elemento que pertenece al cuerpo, pero a la vez no, por provenir del significante. Falo no es el pene, sino un significante que proviene de la cultura y lo simbólico. El goce fálico, por eso, está fuera del cuerpo. 

El parletre se divide en estos goces y nos importa porque está en relación con la neurosis obsesiva.

***

Lacan sitúa, desde el inicio, trabaja a la neurosis obsesiva poniendo el centro en lo imaginario. Ahora que vimos la conceptualización del cuerpo, se entiende más por qué el neurótico obsesivo no se queda solo en lo imaginario de la relación al semejante, sino que en le relación de lo imaginario con el goce tiene un papel fundamental.

Lacan primero habla que el neurótico obsesivo tiene una construcción reforzada de su yo, es decir, el yo del obsesivo es fuerte, lleno de mecanismos de defensa. En cambio, el yo en la histeria solo tiene el mecanismo de represión. En la neurosis obsesiva vamos a encontrar otros mecanismos auxiliares, pues la defensa obsesiva queda infiltrada por la pulsión, según Freud. Recordamos que Freud decía que se producía una primera defensa, donde se producía la represión. El retorno de esa represión era un síntoma con una carga extra de satisfacción pulsional que requería una nueva defensa contra ese síntoma. Ya no es la lucha contra la representación reprimida, sino contra el síntoma mismo. En esa lucha contra el síntoma mismo se infiltraba otro goce, de manera que había que realizar una nueva lucha contra ese síntoma secundario, que eran las compulsiones. Eso no se detiene.

Leyendo a Freud, Lacan establece que en la neurosis obsesiva hay un yo reforzado por muchas defensas y por otro lado, un exceso de goce del cual el aparato intenta defenderse permanentemente. Ese exceso de goce es la presencia de la pulsión. Freud enseñó que la fijación en la neurosis obsesiva estaba dada por un "más de satisfacción", mientras que la fijación de la histeria era un "menos de satisfacción" (deseo insatisfecho). El obsesivo se defiende de ese "más de satisfacción". Acá ya hay un elemento, que es la relación del obsesivo a un cuerpo en el que el exceso pulsional, un más de goce, está puesto en juego de entrada. El obsesivo se defiende de eso y en esa defensa está la relación con el cuerpo, que puede darse:

- Un exceso de satisfacción que el sujeto siente.

- Una formación reactiva contra el exceso de satisfacción.

La sexualidad en la neurosis obsesiva está relacionada siempre con ese exceso, que está en más. Con lo cual, en la neurosis obsesiva el modo de tener y sentir un cuerpo siempre está ligado a algo de la prohibición. El cuerpo se vive con culpa moral, a la deuda y al superyó. Freud habló de esto desde el inicio acerca de este excedente sexual del que el sujeto debe defenderse.

En el Hombre de las Ratas está ubicado este primer encuentro con un goce excesivo para el niño, cuando él a los 5 años miraba las bombachas a las nodrizas (exceso de pulsión escópica). En ese punto se produce la forma lógica del síntoma excesivo: "Si, entonces..." Acá aparece el deseo de ver a las mujeres desnudas y la defensa, donde está en juego la prohibición. En el historial, esta es "Si deseo ver mujeres desnudas, mi padre morirá". Aparece una forma de goce junto a la defensa.

El hombre de las ratas tiene un recuerdo encubridor, donde se pone en juego otra pulsión, la sádica. Se trata de un recuerdo de los 3 años de edad, la paliza del padre. Él había hecho algo que estaba mal -y no recuerda qué era. El padre le pega, pero como el niño no tenía muchas palabras disponibles, le contesta "Eh tu, lámpara, pañuelo, plato..." como si fuera un insulto.

Lacan presta mucha atención a los recuerdos encubridores, porque en los grandes casos del psicoanálisis siempre remiten al fantasma y al objeto a. Por ejemplo, el recuerdo encubridor de Dora chupándose el dedo y tirándose de la oreja al hermano, está puesto en juego la pulsión oral. Lacan la toma para determinar que esa es la matriz fantasmática en Dora. En el Hombre de las Ratas, su matriz fantasmática lo que aparece es la furia contra el padre situada en relación a un goce sádico, de vengarse de él. Ese goce sádico, ligado al erotismo anal, va a ser el eje de todo el análisis del hombre de las ratas. Freud sitúa que el Hombre de las ratas es un "criminal", aunque no sabe de qué crimen se trata y alrededor de eso gira el análisis, tomar posición el sujeto frente a su sadismo.

En relación al sadismo está puesto el objeto anal, que va a ser el eje del trabajo del hombre de las ratas, donde está en juego el fantasma situado en ese primer recuerdo encubridor. La relación del hombre del hombre de las ratas a su propio cuerpo está ligada a un modo de satisfacción, que es la satisfacción sádica y por el otro, a una defensa permanente frente a esa satisfacción

Los mecanismos auxiliares aparecen subsidiarios de una represión que no es suficiente:

- Formación reactiva. Se opone lo contrario, lo reactivo, a esa satisfacción puesta en juego. Si la satisfacción es sádica, la formación reactiva es ser un hombre excesivamente bueno y agradable. Incluso temeroso a lo que tenga que ver con el sadismo. Acá aparece ese síntoma de sacar y poner la piedra para que el carruaje de la dama no la chocara.

- Anulación. Se anula lo acontecido, se lo niega.

- Aislamiento. Consiste en aislar dos representaciones para que no se relacionen entre sí. 

En el obsesivo, entonces, la relación con el cuerpo tiene que ver con un exceso de goce o con la defensa contra ese goce. No se trata de una relación fácil, sino de oposición: exceso o prohibición. Aparece la duda, la deuda, la autoacusación, en la línea del superyó.

Hay tres modalidades clínicas, hasta acá, de tener un cuerpo en la neurosis obsesiva:

1) Una relación a un goce que se vuelve excesiva o tiene el potencial de volverse así. El obsesivo a veces se permite goces excesivos, que pueden ser sexuales, drogas, etc. Luego aparece la culpa.

2) La formación reactiva, donde ese goce queda vaciado, sublimado. El obsesivo vive su vida de un modo aburrido, desconectado de su propio cuerpo y deseo. En este punto, el obsesivo vive como si no tuviera cuerpo.

3) La modalidad de la culpa y la prohibición. Una relación culposa con el cuerpo, en la dimensión superyoica. Aquí el obsesivo está en posición de sacrificio corporal, trabajando para el otro: da demasiado, compulsión al trabajo, etc.

En este punto, trabajamos con la segunda modalidad del cuerpo que vimos: la de la imagen del cuerpo con sus objetos a. Así lo ubicamos en el caso del Hombre de las ratas  con la pulsión anal y la escópica.

Habíamos hablado de la división entre el goce fálico y el goce en el cuerpo de la última enseñanza de Lacan. Nos interesa la relación al falo en la neurosis obsesiva.

Primero, Lacan ubicó la diferencia entre falo simbólico e imaginario. El falo simbólico es una fórmula vacía, el significante del deseo. No es ninguna imagen, ni el niño, ni el pene... Sino el deseo funcionando, al cual no se lo puede nombrar. Si se lo nombra o se lo representa, ya estamos hablando del falo imaginario, que depende de las significaciones del sujeto. Ahí podemos escuchar "Quiero tal cosa, me gusta tal cosa", todo eso es en el plano del falo imaginario.

La tercera dimensión del falo es el goce fálico, donde Lacan pone en juego un goce ligado a ese significante del deseo y que tiene la característica de ser un goce limitado, regulable, medible, localizado fuera del cuerpo y articulado con la palabra. En las fórmulas de la sexuación, Lacan ubica tanto en el hombre como en la mujer se sitúan de distintos modos respecto al goce fálico. El lado "hombre" se relaciona exclusivamente con el goce fálico, mientras que en el lado "femenino", no todo está ubicado en relación a ese goce fálico.

Lacan designa a ese goce fálico como un goce fuera del cuerpo, ligado por el lado imaginario al órgano del cuerpo, pero luego está ligado a los objetos a. En ese sentido, Lacan lo sitúa fuera del cuerpo, porque se dirige a los objetos. Por ejemplo, en el Hombre de las ratas se dirige al objeto anal o al escópico.

Cuando se trata de un varón neurótico obsesivo, es preponderante ese modo de goce ligado a los objetos a, fuera del cuerpo. En el obsesivo, la parte fundamental de su goce está fuera del cuerpo. De esta manera, aparece poco el cuerpo. En cambio, en el discurso de la histeria la referencia al cuerpo es permanente, se presenta todo el tiempo en en análisis bajo la forma del dolor o bajo la forma del cuerpo conversivo. Se trata, en la histeria, de un cuerpo ligado a significantes en el mismo cuerpo en las manifestaciones conversivas del significante. El cuerpo en la histeria, frecuentemente, se presenta y habla en el consultorio. En la neurosis obsesiva esto no es común.

En la neurosis obsesiva, el cuerpo aparece bajo la modalidad del "fuera del cuerpo" del goce fálico, en modos:

- El cuerpo del lado de la rivalidad fálica o a la competencia con los otros. Aparece el propio cuerpo en función de la rivalidad con el otro, que siempre está en posibilidad de victoria fálica sobre el sujeto. "El que la tiene más grande" toma múltiples formas de rivalidad, que determina la relación del sujeto al ideal del yo. Acá encontramos la clínica de los celos, de la confrontación, el sadismo, el bullying, etc. En todas estas formas está puesto en juego el cuerpo como instrumento para esa competencia. 

- Lo siniestro del cuerpo. Este fuera de cuerpo se presenta como lo no habitual de ese cuerpo investido fálicamente. Es una relación angustiante con el cuerpo, por ejemplo en ciertas hipocondrías. El cuerpo aquí no funciona a la manera del goce fálico, aparecen enfermedades y fantasías exageradas. Es un síntoma hipocondríaco en neurosis obsesivas, que ocurre cuando algo no está recubierto fálicamente. Se trata de una forma de cuerpo recubierta fálicamente, pero que ha fallado en algún punto.

En un análisis, la histerización del discurso del obsesivo es lo que va a permitir la salida del revestimiento yoico (defensas), del revestimiento fantasmático (los objetos a) y el revestimiento fálico (en relación al modo de goce). Estas tres capas son las modalidades de relación que el obsesivo tiene con su cuerpo.

Mientras en la histeria el cuerpo es permeable a lo simbólico -al significante- y no recubierto por todas estas capas, el cuerpo obsesivo es defensivo, una gran coraza dada por estos tres recubrimientos: yoico, fantasmático y fálico. La relación del obsesivo con su cuerpo es bastante problemática. Por ejemplo, en la paternidad, cuando aparece otro cuerpo -el del hijo-, deja muy perplejo al obsesivo, porque tiene que ocuparse de otro cuerpo sin tener el propio o tiene poca conexión con él. 

Cuando Lacan dice que el análisis no solo histeriza, sino que feminiza, es porque produce un efecto una conexión con el cuerpo, sentirlo. Esto implica atravesar el cuerpo fálico, ir por fuera de él. Comienza a ponerse en juego el hecho de sentir un cuerpo, donde el obsesivo puede salir de estos recubrimientos y poner algo del goce en el cuerpo en juego y no puro goce fálico (fuera del cuerpo).