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martes, 31 de diciembre de 2024

La Importancia de una Decisión en el Análisis: Ética, Tiempo y Significación

El malestar que conduce a un sujeto a consultar a un analista puede estar ligado, en ocasiones, a la imposibilidad de tomar decisiones. En otras, la consulta surge precisamente porque el sujeto se encuentra ante la necesidad de decidir y no halla una manera de hacerlo, ya sea por los elementos en juego, una inhibición, o algún impedimento.

Un ejemplo interesante es el de alguien que, reflexionando sobre su vida, concluye que las decisiones realmente importantes no han sido muchas, incluidas aquellas tomadas en análisis. Esto nos lleva a una pregunta esencial: ¿qué hace que una decisión sea importante? ¿De dónde proviene su importancia?

La relevancia de esta pregunta radica en apartar la idea de que el peso de una decisión reside únicamente en el hecho concreto de llevarla a cabo. La importancia de una decisión no se encuentra en un ámbito puramente positivo ni en la acción inmediata del sujeto, sino que depende de dos dimensiones principales:

1. La dimensión temporal y el aprés-coup
El valor de una decisión no puede ser anticipado, pues sus efectos y su peso en la vida del sujeto solo se manifiestan retrospectivamente, en un aprés-coup. La relevancia de una decisión se evalúa desde las consecuencias que genera en la estructura subjetiva del sujeto, un cálculo que no puede realizarse en el momento de decidir.

2. Ética versus moral
Aquí es fundamental distinguir entre moral y ética. La moral se entiende como un conjunto de normas y prescripciones que ordenan un camino a seguir. En contraste, la ética implica un juicio posterior, vinculado al acto del sujeto y sus consecuencias. El psicoanálisis sitúa este juicio en un nivel diferente, destacando cómo la decisión no solo se mide por su adecuación a un deber moral, sino por su impacto en la posición subjetiva del sujeto.

En esta línea, la importancia de una decisión para el sujeto radica en su valor significante. Una decisión afecta la relación del sujeto con el Otro, descompletándolo, poniendo en evidencia su inconsistencia y desafiando su estructura. En este sentido, una decisión no es solo un acto práctico, sino un movimiento que reordena la relación del sujeto con su deseo, con el Otro y consigo mismo.

Así, el análisis no busca simplemente que el sujeto tome decisiones, sino que, al hacerlo, estas adquieran una dimensión ética, orientadas no por la certeza de un resultado, sino por la transformación subjetiva que conllevan. La verdadera importancia de una decisión se revela en su capacidad de inscribir una diferencia en la vida del sujeto y en el lazo con el Otro.

lunes, 28 de septiembre de 2020

El paciente que decide emigrar

Las migraciones existen desde los orígenes del ser humano, ya sea por necesidad en busca de alimentación frente a la desertificación o las hambrunas que castigaron continentes enteros en el siglo XIX y con anterioridad. Pero también es legítimo expatriarse por anhelos personales, que pueden ser múltiples. Las causas manifiestas por las cuales los pacientes eligen y/o se deciden a emigrar son variadas:
- Crisis económica
- Búsqueda de mejores posibilidades de desarrollo profesional.
- Alta presión tributaria.
- Inseguridad.
- La idealización del “otro lugar”.

Abandonar el país: ¿Tentación, deseo o mandato?

Se imagina que el afuera, ese otro país, brindará mejores oportunidades. A veces se logra, y otras veces no es tan simple insertarse en una realidad diferente, en otra cultura, eventualmente en otro idioma. Pero la perspectiva de lograr una situación más acorde a sus deseos es un proyecto legítimo que no deja de ser doloroso. La dificultad de los jóvenes es un problema mundial. Asistimos a generaciones sin esperanza.

La desesperanza, como sentimiento, es una de las razones más fuertes que tienen los jóvenes para decidir irse del país. Hace tiempo Argentina dejó ser un país de esperanza como lo fue en la época de los inmigrantes. ¿Qué significa? Que pese al esfuerzo y el trabajo cuesta mucho lograr las metas que impliquen estabilidad y previsión económica, el principal deseo de los jóvenes hoy. Y se quieren ir porque buscan la esperanza que el país no les puede dar”.

El paciente no ve horizonte ni posibilidades de desarrollarse y, más aún, aparecen crisis muy grandes que recuerdan que pertenecemos al tercer mundo, surge la idea de ‘Otro lugar’, muchas veces idealizado, donde se va a poder vivir de mejor manera. El analista debe estar muy atento a este Otro lugar, que puede encarnar al Otro del paciente, en la medida que el sujeto lo imagina como completo, que lo recibirá en su seno al estilo "his majesty the baby" del yo ideal.

Otras veces el "otro lugar" aparece en forma de mandatos. El analista también tiene que interrogar lo que dicen los otros del paciente. A veces, de lo que se trata es de intentar cumplir el deseo de un padre o un abuelo, quienes permanentemente dicen expresiones penosas en relación a que el país de origen no bueno y que en otro lugar se está mejor. En el imaginario de muchos argentinos está presente la idea de volver a esas tierras, al lugar de donde aquéllos partieron sin desearlo y al que siempre quisieron volver. Tal vez puedan hacerlo de algún modo en términos transgeneracionales: las nuevas generaciones son instigadas, de manera inconsciente, a realizar los deseos de la primera, de quienes inmigraron a la Argentina para ‘hacer la América’”.

En la mayoría de los casos, las intenciones de residir en el exterior quedan, en gran parte, en el plano de las expresiones del orden del anhelo y en expresiones que quedan en la queja. Queja que el analista debe poder sintomatizar.

Por supuesto, abandonar el país de origen también puede tener que ver con el deseo del paciente y en este sentido, tener el valor de acto. Ahora, de la elección a la decisión hay un camino que hacer.

Cuando emigrar tiene que ver con el deseo: saber, elegir y decidir

Cuando efectivamente un viaje pasa del deseo hacia la decisión -en la circunstancia que sea-, hay ciertos puntos que conviene tener en cuenta.

Para decidirse hay que elegir y para elegir hay que saber. Mientras que la elección es un momento de clasificación, la decisión implica un pasaje al acto sobre aquello que se eligió. Una decisión inexorablemente conlleva al duelo por aquello que no se decidió. 

¿Cómo se elige? ¿Qué se elige cuando se elige? La elección, cualquiera sea, se hace en base a la valoración de determinados vectores, que no siempre están tan claros para el sujeto que elige. Por ejemplo, yo puedo elegir ir a trabajar a un determinado país, pero al no ser ciudadano está permitido.


Reflexionar sobre estos y otros aspectos permite que la decisión no se realice de manera impulsiva o apresurada. En el momento de saber al analista le toca, pregunta y mucho tacto mediante, despejar fantasía de realidad (¡Blasfemia, dije palabra con R!). En este sentido, no es lo mismo haber conocido un país como turista, en determinada estación o período del año, con determinada situación política que puede haber quedado en el pasado. El paciente debería conocer cuál es la política inmigratoria del país de donde quiere ir a vivir: ¿Es ciudadano? ¿Visa laboral, de estudiante? ¿Qué limitaciones hay? ¿Puede validar su título? ¿Cuál es el plan, dónde piensa vivir? ¿Qué red de contención hay en el lugar de destino?

El psicólogo, en tanto intervención en prevención primaria, debería estar informado sobre los mecanismos de captación en la trata de personas mediante el engaño, ya sea con la modalidad de oferta de trabajo o de "enamoramiento".

Decíamos que no hay decisión sin pérdida. La decisión de emigrar también abre procesos de duelo por lo que se deja: una relación amorosa, familiares, amigos y hasta mascotas. El deshacerse de los objetos materiales suele ser muy movilizante también. A esto, se le agrega la angustia por el futuro.

Hacer con el desarraigo
Lacan definió al desarraigo como la pérdida de aquello que afecta hasta lo más íntimo del organismo humano: el asimiento de lo simbólico.

El desarraigo cultural implica un sentimiento de no-identificación con la sociedad que ha acogido al sujeto y que produce profundas crisis emocionales y físicas. Aunque el desarraigo puede verse disminuido en gran parte, es un sentimiento que nunca abandona al exiliado quien en algunas circunstancias y momentos "siente que no es de allí" o que le hacen sentir que no pertenece a esa sociedad. Pero ese desarraigo que sufre, al menos en toda la primera etapa del exilio, paradójicamente, puede sentirla también al regresar a su país de origen.

Se produce una crisis de identidad en la que el sujeto se siente desvinculado de su sociedad de origen y no se siente integrado en el país de acogida. Demasiado frecuentemente se recurre a la identidad de las raíces o de las experiencias primeras que responde a la pregunta «¿de dónde eres?».

En nuestra época, de tantos intercambios e interinfluencias, hay que entender la identidad individual como una tarea de bricolaje, ensamblaje o amalgama permanente por parte de un sujeto que debe trabajar sobre sí mismo con los elementos más variados, cultural y socialmente heterogéneos, siendo el soporte de todo ello su propia individualidad (Martuccelli, 2007). Aunque siga acudiendo a referentes grupales para construir su identidad es imposible mantener una identidad unificada en torno a un único referente identitario (Bermejo, 2011). El sujeto no puede escaparse de la obligación de inventarse a sí mismo, en una obstinada construcción de identidad, a fin de dotarse de una unidad y coherencia que le permitan mantener ese sentido de «mismidad» en los nuevos contextos de tan altos y diferentes estímulos e intercambios. Muchos de estos son producidos en la cotidianidad (Lefebvre, 1984) sin interés expreso del sujeto y, evidentemente, sin consciencia de ello.

Al contrario de otros momentos históricos, hoy en día los espacios de análisis pueden conservarse mediante el uso de las tecnologías de la era digital. 

El análisis, ante el desarraigo, no ofrece ninguna ortopedia reeducativa de habilidades sociales, sino en el respeto por lo más singular del sujeto: su síntoma. Ningún arraigo, ningún lazo, puede pensarse por fuera de él. El sinthome es la estabilidad que tenemos y lo más duradero. No hay lazo fuera de él.

lunes, 3 de agosto de 2020

La textura de lo social (1): ¿Qué es el discurso?



Resumen.
El estructuralismo hizo del término "discurso" una categoría central del análisis de los fenómenos de sociedad. Sin embargo, muchos autores han dado su propia versión de lo que debe entenderse por "discurso", asimilándolo al habla, a la enunciación y sus dispositivos, a la comunicación, a los actos performativos del lenguaje, etcétera, hasta llegar a Lacan, para quien el discurso es lo que constituye el lazo social. Bajo esta última óptica, propongo reconsiderar el tradicional objeto de la Sociología, el vínculo humano, como efecto de la operación discursiva del lenguaje, con lo que de paso desligo el nexo social de toda forma de esencialismo.


I. INTRODUCCIÓN
LA POPULARIDAD DEL TÉRMINO "DISCURSO" en el medio académico se debe en parte a que el estructuralismo lo promovió a la condición de categoría clave para la explicación de los fenómenos sociales. Títulos-insignia de la reflexión estructuralista lo acogieron con entusiasmo, como El orden del discurso —la conferencia con la que Foucault inauguró su cátedra en el Colegio de Francia (1970)— y los Fragmentos de un discurso amoroso, el libro de Roland Barthes (1982); pero, desde aquellos días de gloria del estructuralismo hasta la actualidad, el sentido de "discurso" parece haberse erosionado en su uso, al punto de que hoy lo encontramos envuelto en una espesa bruma semántica, confundido entre las prenociones de la Sociología espontánea.

En el presente artículo consigno algunas aproximaciones al discurso que han marcado hito. Planteo luego la "teoría de los cuatro discursos", de Jacques Lacan, en la que apoyo mi planteamiento de que el análisis sociológico tiene en la formulación psicoanalítica una teoría que concibe el lazo social —es decir, el objeto mismo de la Sociología— como vínculo estructural creado por el discurso y no más como esencia, contenido empírico o instancia sustantiva que estaría más allá del lenguaje.

En la tradición sociológica el lazo social se ha determinado como "relación social", lo cual tiene el inconveniente de presuponer simetría entre los conectados por la "relación". La perspectiva que adopto aquí cuestiona este presupuesto y señala la no equivalencia, el no reaporte, de los sujetos unidos por el nexo social.

Mi referencia al psicoanálisis en relación con la Sociología podría parecer paradójica para quien piense que al psicoanálisis le competería lo "individual", mas no lo social. No estoy de acuerdo en contraponer ambas instancias porque el sujeto, a quien el lenguaje corriente tilda por error de "individuo", es perfectamente social, aunque no en el sentido de cierta fenomenología para la cual todo fenómeno de sociedad es producto de una "construcción intersubjetiva". En mi opinión, lo que se opone al sujeto particular es lo colectivo (y, más acá, lo masivo), que no necesariamente es "social". La guerra, por ejemplo, es un fenómeno colectivo aunque no social, pues reposa más bien en la destrucción de la socialidad. Un brote de pánico entre los habitantes de una ciudad a raíz de un terremoto es un fenómeno masivo, pero no es social. Un embotellamiento en una autopista no es un hecho social, aunque afecte a muchos. Por su parte, Lacan afirmaba: "El inconsciente es lo social" y eso, me parece, se entiende mejor si pensamos que el lenguaje es la condición tanto del inconsciente como de los efectos sociales. Claro está, el inconsciente nunca es colectivo y lo social a veces tampoco lo es.

En Sociología suele amalgamarse, sin mucho rigor, lo social —que en mi entender refiere siempre al lazo discursivo— a lo colectivo y a lo masivo, lo cual lo contrasta con lo particular del sujeto (¡como si éste no fuera social!). En realidad, la esfera social y la del sujeto se inscriben como las "dos" caras de una banda de Moebius, que de hecho son sólo una, aunque a veces se muestra a escala del grupo y otras, en la realización subjetiva particular. En ambos casos, sin embargo, de lo que se trata es siempre de la acción del significante.1

II. El DISCURSO: ¿MUCHO RUIDO, POCAS NUECES?
Por su etimología, la palabra "discurso" proviene del latín discursus, que a su vez deriva de discurrere, que significa "correr aquí y allá". Para los griegos, "discurso" era sinónimo de "dialéctica" en el sentido socrático, es decir: búsqueda de la verdad mediante la interrogación. Lejos de sus raíces, el término a menudo refiere al uso del lenguaje en el contexto de la interacción, pero puede también transmutar en categorías como "acción comunicativa", "producción social del sentido" y hasta "dialogismo", a la manera de Bajtín. Es también común que se use para designar instituciones, o las propiedades de enunciados particulares, como cuando se dice "el discurso médico", o "el discurso de las Ciencias Sociales". En muchos de esos casos, empero, "discurso" parece ser tan sólo una palabra de moda que se emplea de manera laxa, lo que dificulta aclarar su sentido, sobre todo cuando se le contrasta con categorías que parecen afines, como las de habla, enunciación, o juegos de lenguaje. Por último, a veces por "discurso" parece no querer tipificarse algo más que una serie de argumentos vagamente conectados por asociación en el contexto de una pieza de oratoria.

En ciertos estudios del lenguaje, la noción de "discurso" ha sido trabajada de manera pragmática como "[...] organización lingüística de oraciones y frases que pertenecen a una tipología articulada en condiciones históricas y sociales de producción" [traducción mía] (Maingueneau, 1976: 20). Aquí el acento está puesto en las circunstancias determinantes de lo que el discurso concreto dice —incluso a pesar del hablante— y lo que oculta por efecto del sesgo ideológico (Pêcheux, 1969; Verón y Sigal, 1986). Para Teun van Dijk (1983: 20), el discurso es "una unidad observacional, es decir, la unidad que interpretamos al ver o escuchar una emisión", mientras que en el campo de la lingüística estructural fundada por Saussure (1980/1916), el discurso es considerado sinónimo de "habla", parole; es decir, la operación creativa e individual de la lengua, langue. Otra aproximación, la de Émile Benveniste (1982), considera el discurso desde la perspectiva de la enunciación, que para la Lingüística es el mecanismo por el cual el hablante ingresa en sus propios enunciados mediante el uso del pronombre personal, como cuando "yo" digo que escribo estas líneas. Por su parte, Jakobson y Hale (1956) abordan el discurso desde el ángulo de la comunicación entre emisor y receptor, así como de la función de referencia al mundo externo.

Para la llamada "Escuela de Oxford" de Filosofía del Lenguaje, el discurso es un modo de acción tipificado por el acto ilocutivo (o speech act, como lo denominó John Searle, 1969). Esta reflexión subraya la capacidad del lenguaje de modificar la realidad social mediante la realización adecuada (en circunstancias apropiadas y por las personas idóneas) de ciertos "actos de habla". El ejemplo clásico es el del ministro religioso que preside una ceremonia de matrimonio y que —en el momento culminante del ritual— luego de haber preguntado al novio y a la novia si se aceptan el uno al otro como legítimos cónyuges, los declara marido y mujer, lo cual hace que de inmediato su condición social, civil, se vea modificada: en adelante ninguno de los dos será más soltero, sino casado, con el sinnúmero de obligaciones y prerrogativas que tal condición acarrea. Este tipo de expresiones (que J. L. Austin llamó "performativas") anulan la diferencia entre "hacer" y "decir", entre "hechos" y "palabras", por cuanto "decir" es una forma de "hacer". ¿Cuál es la acción del sacerdote por cuya mera ejecución los solteros se transforman en casados, sino decir "los declaro marido y mujer"? ¿Qué hago al prometer algo a alguien sino decirle: "Te prometo que..."? A la luz de la equivalencia entre decir y hacer, Austin tituló su célebre libro How to Do Things with Words (1962) [ Cómo hacer cosas con palabras: palabras y acciones, Barcelona: Paidós, 1990], en el cual llama "ilocutiva" a la fuerza que opera cuando hacemos algo al decir algo; y "perlocutivo" al efecto de las emisiones performativas (digo, por ejemplo, "¡Cuidado!", y la persona a quien va dirigida mi advertencia se abstiene de cruzar la calle).

Pero fue sin duda Foucault quien transformó el vocablo "discurso" en verdadera categoría teórica. Sus continuas referencias a las "regularidades discursivas", a las "unidades del discurso", a las "formaciones discursivas", al "orden del discurso", dan testimonio de la importancia que confería a la noción (Foucault, 1971; Foucault, 1975). En Foucault, el discurso es una práctica que define las "[...] reglas históricas y anónimas [...] que constituyen el marco en el que se ejercen las funciones de enunciación" (Foucault, 1994b: 153-154). Con mayor precisión, el discurso es el "conjunto de los enunciados que pertenecen a una misma formación discursiva" (ibid.), en tanto refieren a una modalidad específica de enunciación, a un mismo dominio de objetos y a una red homogénea de conceptos que se encuentran por debajo de la superficie de los enunciados. Cada discurso se especifica por estrategias particulares que ponen en movimiento determinados "dispositivos de enunciación", que son los que establecen los límites de lo que puede ser dicho —incluso pensado— en cada periodo histórico particular.2 Develar el "juego de reglas que determinan en una cultura la aparición y desaparición de los enunciados" (Foucault, 1994b: 708) va a ser para este autor la punta de lanza del análisis descriptivo del discurso que propone.

Para Foucault, entonces, el discurso es un orden y, más aún, un orden simbólico que permite hablar y actuar juntos a quienes han sido socializados bajo su égida. Se trata de una disposición interior al discurso mismo, que opera como patrón regulador que las expresiones discursivas deben respetar para que los enunciados sean considerados "serios" o "legítimos". Más aún, el orden discursivo impone la parafernalia semiótica que debe acompañar la puesta en acto del discurso: por ejemplo, vestir determinadas prendas, acordes al género particular de discurso del cual se trata y la situación en que se produce, el uso del cuerpo y de los gestos en relación con lo que se dice, etcétera (Frank, 1990; Sluga, 1986).

Foucault no pone el discurso bajo la autoridad de un sujeto que sería su causa y origen. Más bien, argumenta que el discurso es un "[...] campo de regularidades para diversas posiciones de subjetividad" y "[...] un conjunto en el que la dispersión del sujeto y la discontinuidad con respecto a sí mismo puede ser determinada" (Foucault, 1994b: 74). Además, afirma desesperanzado que no hay artefacto analítico o discursivo que sea inocente y libre de toda forma de poder, y que la colusión flagrante entre discurso y poder configura un "régimen discursivo" al cual pertenece cada discurso singular. Este régimen es un marco político que constriñe el discurso y, por consiguiente, nuestra capacidad de decir y conocer (Foucault, 1994b; Foucault, 1971).

III. PSICOANÁLISIS: EL DISCURSO COMO NEXO SOCIAL
Para el psicoanálisis, el discurso refiere a los nexos asimétricos que el lenguaje establece entre sujetos. Desde su perspectiva, el discurso no es Semiología, pues no remite al encadenamiento formal de signos; ni siquiera es Lingüística, pues no trata de contenidos del habla, de frases dichas con sentido. No concierne a las representaciones que el discurso acarrea, sino a los significantes que determinan tales representaciones. En definitiva, el discurso atañe al lazo social que liga a los "habl(e)ntes" (parlêtres) entre sí por medio de significantes.

Según Lacan, el discurso es una "[...] articulación de estructura que se confirma ser todo lo que existe entre los seres hablantes" (Lacan, Seminario del 11 de diciembre de 1973). Por ello, es imposible concebir ningún nexo entre humanos que no presuponga el discurso. Que se aborde el don simbólico que Mauss teorizó en el Essai sur le Don (1923), o la circulación de mujeres entre grupos exogámicos según Lévi-Strauss (1947); que se estudie la acción humana en situaciones y redes microsociales, o la generalización del intercambio mercantil en el capitalismo globalizado: toda forma de vínculo social entraña el discurso en tanto es el discurso el que lo establece como tal. Por el contrario, la ausencia de discurso equivale al autismo, es decir, a la imposibilidad de establecer conexiones con los semejantes debido a disturbios del lenguaje y sus posibilidades discursivas.

El discurso es lo que hace lazo social. No se trata sólo de una dimensión subsidiaria y refleja de las instituciones de la sociedad, como creía un Bourdieu (1982, y 2001). En tanto se dirige al otro, el discurso establece un enlace de naturaleza social entre sujetos, aunque toda una continuidad de Sociología esencialista y objetivista haya sostenido que los nexos entre humanos responden a circunstancias extradiscursivas como serían las instituciones, los campos de interacción, los intereses particulares, las relaciones productivas, etcétera, olvidando que no hay posibilidad de que dichas dimensiones de la vida social se efectúen fuera del lazo social, es decir, del discurso.

Consideremos que el discurso es diferente de pronunciar frases y crear significados, pues no se reduce al acto de habla o a la intención de comunicación, los cuales son más bien efectos de la situación discursiva. Puede haber discurso aun cuando ninguna palabra haya sido pronunciada (el discurso no es el habla), porque el discurso apunta a las relaciones invariantes (de estructura) que el lenguaje establece entre sujetos. Esto nos permite concebir un discurso sin palabras (Lacan, 1991: 11; Brousse, 2000: 32) o, en el límite, un discurso compuesto apenas por una sola palabra, como en las expresiones holofrásticas en las cuales un término solitario representa una oración completa. Las estructuras discursivas preceden la entrada de los hablantes en ellas y construyen el marco en que éstos se sitúan, incluso antes de haber emitido palabra alguna.3

En sí mismos, los discursos pueden ser considerados "[...] recipientes vacíos con formas particulares que determinan lo que uno va a meter ahí" (Verhaeghe, 1995: 82). El material con que se llenan estos recipientes son los actos de habla concretos que las estructuras discursivas comandan: las frases con su sonido y su sentido.

Para ilustrar lo que es el discurso en tanto "recipiente vacío", tomemos por ejemplo los sucesos de un primer día de clases en una escuela. En ese caso, incluso antes de que el profesor se identifique como tal ante sus estudiantes, hay de antemano un lugar simbólico-discursivo vacante para él. Así, el profesor es reconocido y legitimado tanto por sus estudiantes como por sus colegas; además, la posición que viene a ocupar lo acredita para impartir clases o para sancionar las demandas que sus estudiantes puedan formularle en forma de preguntas. Todos estos efectos, sin embargo, son independientes de que el profesor haya emitido una sola palabra.

Para Lacan, entonces, el discurso constituye el lazo social porque lo que hace la condición social de los humanos —a diferencia del gregarismo animal— es el lenguaje, la inscripción de los sujetos en el otro.4 Aun antes de nacer, los seres humanos deben encontrar su lugar en un mundo ya organizado por el discurso, a comenzar por las estructuras del parentesco, que Lévi-Strauss nos enseñó a reconocer como simbólicas, es decir, como un orden de lenguaje. El discurso permite a los humanos no sólo "comportarse", sino desplegar acciones propiamente dichas en el marco de las estructuras que establece. Dentro de tales estructuras, los sujetos se ubican en lugares diferenciados que entrañan límites y posibilidades desiguales. Sin embargo, el sujeto puede rechazar ocupar el lugar que le ha sido asignado en la estructura discursiva, de acuerdo con su propia opción subjetiva que lo lleva a situarse en otra posición diferente, o a optar por una estructura diferente: no hay determinación discursiva mecánica; el sujeto tiene siempre la posibilidad de escoger. De hecho, incluso cuando se queda inmóvil y sin hacer nada, lo suyo es ya una elección.

Los lazos que el discurso establece entre hablantes se caracterizan mejor como "transindividuales" que como "intersubjectivos", pues esta última noción acarrea la idea errada de que los sujetos tienen una existencia previa al lenguaje y al nexo discursivo. Además, la "intersubjetividad" connota de manera equivocada que los sujetos están vinculados de manera simétrica y complementaria, y sugiere que la alteridad es un efecto simple, reversible, recíproco y transparente. Lacan, no obstante, usó el término en sus seminarios tempranos para denotar el lazo social (Seminarios I y II), pero luego lo rechazó (Lacan, 1953, en Lacan, 1966b: 258, nota 1 agregada en 1966; Lacan, 1958, en Lacan, 1966c: 655; Lacan, 1967, en Lacan, 1978b). Ferry y Renaut presentan de manera apropiada la posición de Lacan contra la intersubjetividad:
Si admitimos que la subjetividad —en un sentido genérico— se compone por los dos momentos opuestos que son el sujeto y el 'Yo" (moi, self, ego), no podría haber ninguna "relación intersubjetiva auténtica", excepto aquellas que se establecieran directamente de sujeto a sujeto, contra el "Yo", por así decirlo. Desafortunadamente, esas relaciones son impensables [...] porque el sujeto sólo se percibe a sí mismo alienado en su "Yo" (moi) (Ferry y Renaut, 1985: 256).
Sin embargo, ¿qué duda cabe de que los grupos comparten lenguas, creencias, identificaciones, rituales y el habitus? Este fondo general imaginario5 se entiende con frecuencia como el factor subjetivo de una época o de una comunidad, lo cual ha sido teorizado como "imaginario colectivo" por Cornelius Castoriadis (1975) y antes, en Durkheim, como "conciencia colectiva" (1984/1839; 1979/1897). Hay saber común y narrativas que comparten los miembros del grupo... promesas de goce que el grupo ofrece a cada cual; pero en ningún caso hay algo así como una enunciación colectiva que venga a apuntalar la idea de la intersubjetividad y, menos, la idea de un sujeto y un inconsciente colectivos.


Resumiendo, para el psicoanálisis los sujetos no existen con anterioridad al nexo discursivo; ellos son el efecto mismo del discurso: i. e., la consecuencia del lazo que los ata, que ata "sus cuerpos, por medio del lenguaje" (Braunstein, 1991: 31).

Próxima entrada: La textura de lo social (2): Los cuatro discursos como estructuras del lazo social.

Notas:

1 En mi artículo "El reverso del sujeto sociológico", que apareció en el núm. 58 de la revista Estudios Sociológicos(enero-abril de 2002), publicada por El Colegio de México, desarrollo una crítica a la formulación del sujeto en la Sociología. Analizo allí la formulación que hace Alain Touraine del movimiento social como sujeto, para desmontarla a partir del sujeto del inconsciente teorizado por Lacan. una versión sin los errores de edición de esta publicación se halla disponible en internet en la revista Acheronta, núm. 15 (julio de 2002): <http://www.acheronta.org>.
2 Gilles Deleuze definió un "dispositive, d'énonciation como una "máquina" (un artefacto, una invención "[...] que hace que algo pueda ser visto y que obliga a hablar" (Deleuze, 1990: 155). La traducción de esta cita y de las que siguen es mía.
3 "He señalado con frecuencia que, desde antes de su nacimiento, el sujeto ya está situado, no sólo como emisor, sino como átomo del discurso concreto. Se encuentra en la línea de danza del discurso; él es, si se quiere, un mensaje por sí mismo. Se le ha escrito un mensaje sobre la cabeza y todo él se sitúa en la sucesión de mensajes. Cada una de sus opciones es un caso de habla" (Lacan, 1978a: 326).
4 Lacan llama "Otro" al lenguaje (y al inconsciente, en la medida que está "estructurado como un lenguaje"); mientras que el "otro" es simplemente el alter ego. Llamar "Otro" al lenguaje es reconocer que los significantes que lo componen remiten siempre a otros significantes, sin significación específica. Si el lenguaje fuera compuesto no por significantes sino por signos, como postulan los lingüistas, entonces no cabría llamarlo "otro", porque los signos remiten a una significación particular (los signos significan algo para alguien, decía Ch. S. Peirce). Véase Melman, 2002: 80.
5 Imaginario en el sentido tanto del Lacan del "estadio del espejo" (1966a), como del de Benedict Anderson (1991).

Fuente: Gutierrez Vera, Daniel (2003) "La textura de lo social" - Rev. Mex. Sociol vol. 66 no. 2 México abr./jun. 2004

jueves, 19 de septiembre de 2019

El humor de Tute