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martes, 29 de abril de 2025

La función clínica de la vergüenza

El fenómeno del “verse verse”, o en algunos desarrollos también el “verse viendo”, se articula directamente con el funcionamiento del fantasma. Esta escena especular sostiene la ilusión de representación, ofreciendo una imagen que actúa como forma de consistencia para el sujeto, allí donde su estructura está marcada por la desaparición y la falta de ser.

En este entramado, la mirada se presenta como su envés, lo que la vincula con la noción de reverso que Lacan trabaja en el Seminario 17 en relación al discurso. Pero es importante advertir que este envés no debe entenderse según la lógica de la superficie y el contenido, del envoltorio y lo envuelto, como si se tratara de un adentro y un afuera separables. Más bien, se trata de una continuidad topológica, donde no hay exterior ni interior estables, sino una torsión estructural.

Pensada así, la mirada roza la experiencia del fading, del desvanecimiento del sujeto. Su vínculo con lo inaprehensible, lo esquivo, subraya esa disyunción propia del fantasma entre lo que se ve y el lugar desde donde se es mirado.

Una pregunta crucial que se abre en este recorrido es:
¿Es posible imaginarizar la mirada? ¿Y la voz?
Estas preguntas marcan la distancia entre estos modos del objeto a (mirada y voz) y aquellos más directamente ligados a la demanda (oral y anal), en los que el objeto puede suponer una satisfacción más localizada o figurada.

Ahora bien, aunque la mirada no sea completamente imaginable, puede ser corporalizada: puede tomar cuerpo. Esta toma de cuerpo se verifica precisamente cuando el sujeto la experimenta como efecto, por ejemplo, bajo la forma de la vergüenza o del pudor. Afectos que revelan una captura sin posesión, una división subjetiva ante la intrusión de un goce que mira —sin ser visto— desde un punto exterior al yo.

jueves, 19 de diciembre de 2024

La angustia y el estatuto del objeto en el Psicoanálisis de Lacan

En el seminario 10, dedicado a la angustia, Jacques Lacan desarrolla una propuesta fundamental: establecer la estructura de la angustia para poder ubicar los diferentes estatutos del objeto en psicoanálisis. Esto permite organizar lo que él llama “la gama de las relaciones de objeto”, es decir, una escala en la que el sujeto se relaciona de manera distinta con los objetos dependiendo de si están vinculados a la demanda, el deseo o el goce.

La Angustia y el Objeto: Freud vs. Lacan

Mientras que Freud plantea que la angustia es sin objeto, Lacan sostiene lo contrario: la angustia no es sin objeto. Este cambio de perspectiva implica una reflexión sobre el estatuto del objeto implicado en la angustia, así como sobre las diferentes modalidades que el objeto puede asumir en psicoanálisis. En este marco, Lacan explora tanto los objetos propuestos por Freud como aquellos derivados de su propia teoría, abriendo la posibilidad de entender distintas manifestaciones de la angustia según el objeto "a" que esté en juego.

El Objeto, la Mirada y la Voz

En el capítulo 18 del seminario, Lacan destaca dos recortes corporales: el ojo y el oído, que conecta con los objetos fundamentales de la mirada y la voz. Estos objetos, aunque se distinguen en su modo de operar, comparten un rol central en la constitución del sujeto. La angustia, en este contexto, se vincula a un "resto" que emerge del significante y que, al involucrarse en la relación de deseo, modula las experiencias de angustia del sujeto.

La Angustia como Índice de Opacidad

Para Lacan, la angustia señala una opacidad inherente a la posición del sujeto. Es el afecto que indica la presencia y el lugar del objeto, evidenciando un punto ciego en la estructura psíquica. En este sentido, la angustia revela un borde: aquello que no puede escribirse completamente y que permanece como un resto irreductible.

La Topología del Objeto y su Relación con el Sujeto

Lacan utiliza herramientas topológicas para conceptualizar el objeto en psicoanálisis, representado por la letra “a” minúscula. Esta letra no solo introduce la idea de un resto velado por la libido, sino que también señala la reversibilidad entre interior y exterior, como un guante dado vuelta. En este marco, la angustia aparece como un corte que desestabiliza los arreglos psíquicos que intentan ocultar ese resto.

El Borde y la Función del Objeto en la Angustia

El objeto de la angustia, señalado con una notación algebraica, no solo designa un lugar, sino que delimita un borde que no cesa de no escribirse. Este borde puede ser trabajado únicamente a través de recursos topológicos, lo que subraya la especificidad de la causalidad en psicoanálisis y su diferencia respecto del objeto en la ciencia.

De esta manera, la obra de Lacan articula el objeto como un punto clave para comprender la división del sujeto y los mecanismos implicados en la angustia, abriendo nuevas posibilidades de lectura y abordaje clínico.

viernes, 20 de agosto de 2021

Objeto a como causa del deseo... o en lo siniestro

 ¿Cómo puede ser que el objeto a sea objeto causa de deseo... Pero por otra parte, que su aparición genere angustia? ¿Cómo entender que el objeto a tiene que ver con los objetos parciales? Estos dos chistes de Quino esclarecen bastante la cuestión en torno al ejemplo "ser escuchado", que puede tomar un matiz deseante, o volverse siniestro:




domingo, 14 de marzo de 2021

Hay silencios y silencios

(Mirada, voz y transferencia).

A propósito del apólogo de la mantis religiosa[1], la angustia o terror que siente el pobre hombre ante ella no sólo resulta de que los opacos ojos del bicho no le espejan la imagen de la máscara que tiene puesta y que nunca vio, dejándolo sin saber si será o no devorado. La mantis no sólo angustia por ser pura mirada que nada refleja sino también porque es sorda y muda. Es el impasse de una angustia sin posibilidad alguna de preguntas ni de respuestas, parálisis sin esperanza, ausencia absoluta de lenguaje.

El silencio puede operar primeramente no como voz faltante sino como mirada dada a ver, antes objeto que sentido ausente, antes poder hipnótico que casilla vacía a ser llenada por el analizante. Si el analista no escande en los dichos del paciente, sea con palabras o silencios, puede incluso contribuir a que éste se aleje más de las cuestiones del caso. De allí que el propósito de distinguirse del hipnotizador valiéndose del silencio puede sostener, a la inversa, una sugestión que se fortalece en el apoyo que pueden dar una mirada fija o una voz ausente.

Las funciones que la voz y la mirada tienen en la sugestión y en la hipnosis se diferencian y relacionan de modos no necesariamente complementarios. Cuando el analizante está en el diván la privación de la visión del analista no implica de suyo que su mirada no lo siga como representación de su superyó. Otra cosa es la privación de la voz. En lugar que a la mantis que no escucha y no habla, el analista se asemeja a la esfinge, monstruo de otra índole que sí escucha, que sí habla y que es de temer antes que angustiante. Es de temer porque enfrenta a cada uno con la tarea de producir la respuesta verdadera al enigma ineludible, so pena de morir estrangulado. No es de extrañar, en consecuencia, que el ahogo de la angustia resulte ser la indicación más cierta para la ceguera (ceguera del pensamiento).

En nuestra época la web realiza la omnipresente mirada del Gran Hermano de Orwell. La subjetividad científica, “la que el científico que ejerce la ciencia comparte con el hombre de la civilización que la sostiene”[2]realiza en su extensión una mathesis universalis cibernética cuya herramienta capital hoy es internet[3]. La web, como la mantis, no es subjetividad, es el contenido silente escrito en la nube, real mantis religiosa que no da vida a los hombres sino que recibe la suya de ellos. Una mantis religiosa disfrazada, mirada que llega a todas partes sin ser vista por nadie, por eso no da miedo: es inercia que no asusta sino que, por el contrario, atrae, como la bella Biondetta en la que se transfigura el diablo en El diablo enamorado de Cazotte.

El inocente servicio que parece prestar internet, ¿guarda alguna homología con el que ofrece el psicoanálisis en el mercado global? ¿Puede el analista reconocerse en función ya no de angustiado sino de angustiante, hecho mantis religiosa no por sostener la disparidad subjetiva esencial al análisis de la transferencia sino por hacerse partícipe de un progresivo desvalor de la proximidad de los hablantes, del cual es un antecedente el prejuicio contra el verbalismo sobre el que Lacan alertaba?[4]

De las mantis que nada saben y que el analista puede llegar a sostener, de las miradas que no viendo nada todo lo abarcan como un panóptico híper moderno, nada queremos saber. Pero la novedad no es sostener horrores de los que nadie quiere saber, sino que esos horrores no están a la vista porque son imposibles de ver. La web en la nube no necesita velo, ella es a la vez la mirada y el velo. La función que cumplimos de animadores de este Golem se agrega a la lista de desconocimientos que el psicoanálisis ha leído entre los que hacen la esclavitud radical del hombre contemporáneo, que delira confundiendo su libertad con su servidumbre[5].

La web no habla, escribe. Se dice que el analista no habla, escande, corta. Pero, ¿ve dónde? La web no escucha, registra. El analista, si corta demasiado rápido tampoco escucha. Si “el inconsciente pide tiempo para revelarse”[6]es porque a la transferencia hay que esperarla. Este tiempo no puede ser corto, es largo por una razón similar a la que hace extremadamente difícil y complejo abandonar un dogma o adhesión (sea ciego o sólo algo miope) que no consista en reemplazarlo por otro. La paciencia ha de provenir del analista puesto que el corte de la sesión es una interpretación que no sólo calla al paciente impidiéndole continuar su verba, también calla al analista. Es momento de concluir, como se sabe, que acaba el tiempo para comprender, sin duda en primer lugar el del analista. Es el momento en el cual éste se llama a silencio, es su conclusión.

El análisis de la transferencia requiere indagar más sobre las funciones que tanto la mirada como la voz del analista adquieren para el analizante. Habrá que considerar también que no sólo el paciente sino también el analista es atrapable en la sugestión y la hipnosis. El psicoanálisis no es una práctica inteligente de la sugestión, no es un saber hacer con la sugestión sino su lectura e interpretación.
Notas.
[1] Cf. Lacan, S10, Paidós, p.14.
[2] Lacan, E2, Siglo XXI, p.550.
[3] Cf. Assange, J. (2013). Criptopunks: la libertad y el futuro de internet. Buenos Aires: Ed. Marea, 2013, passim.
[4] Lacan, E1, Siglo XXI, p.272.
[5] Cf. Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”. E1, Siglo XXI, p.179.
[6] Lacan, E1, Siglo XXI, p. 300.

Fuente: Courel Raul (2020) "Hay silencios y silencios"

viernes, 4 de diciembre de 2020

La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura

Como analistas nos preocupamos y nos ocupamos, en los distintos tiempos de una cura, ante el avance arrollador del Superyó que inviste contra el Yo, y que deja al sujeto en una encerrona trágica, apresado y torturado, cediendo en su deseo. En las neurosis graves, cuyo acontecer cotidiano está acompañado, por este padecer superyoico, en cada paso -aún en el más nimio-. Así como en las interrupciones de tratamiento, en la reacción terapéutica negativa, en algunas adicciones transitorias, encontramos los signos de los efectos apabullantes del mandato.

He aquí algunos de los ejemplos de este combate desigual. Arrecian en aquellas estructuras que tienen una debilidad en relación con el amparo del Otro. La falta de amor del Otro es compensada por la interiorización del Superyó, en efecto, da un borde y un anudamiento falso. En los tiempos del desamparo, el Superyó da un acompañamiento.

Partiremos de la paradoja "así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser", que encierra al sujeto en una disyuntiva que lo aprisiona, atormentándolo sin resto para poder detectar la impronta de su deseo.

Nos preguntamos: ¿cómo operar cuando la voz y la mirada del analista pueden sorpresivamente tomar la coloratura superyoica? ¿Cómo intervenir para que el analista no se haga eco de las resistencias cuando las mismas amenazan con hacer detener la cura?

Sabemos que uno de los obstáculos mayores al avance de la cura es la obediencia al mandato. Aún cuando el sujeto puede avanzar en el camino de su creación, el sueño pesadillesco puede seguir aprisionándolo. Se trata de sueños ominosos fabricados para la satisfacción del Superyó.

Dejaremos planteadas las preguntas y daremos algunas pinceladas acerca del concepto de Superyó. El Superyó es lo más paradojal con lo que nos encontramos en la clínica. Pues, por un lado, enuncia un mandato "así como el padre debes ser" y, por otro lado, dice "así como el padre no debes ser, ya que muchas cosas le están reservadas". Goza. El goce es mandato del Otro, arrincona al sujeto cuando espera y desespera su goce en la hora del Otro.

La incidencia del Superyó en el tratamiento analítico, representa el mayor obstáculo al éxito terapéutico. Leemos en Inhibición, síntoma y angustia que la culpa y la necesidad de castigo, dos de las principales consecuencias de la demanda superyoica, “desafían todo movimiento hacia el éxito y por lo tanto toda curación por medio del análisis” (1). Freud advirtió que el analizante, sin saberlo, opone fuertes resistencias para quedar liberado del padecimiento y se esfuerza por permanecer apresado en la celda de la neurosis como si necesitara seguir pagando indefinidamente sus culpas. Freud sostuvo que hay una razón de estructura, un obstáculo interno en la relación del sujeto con el cumplimiento de sus deseos. Freud escribió a su amigo Romain Rolland: “En aquel momento, sobre la Acrópolis, pude preguntar a mi hermano: recuerdas cómo en nuestra juventud hacíamos día tras día el mismo camino, desde la calle hasta la escuela, y después, cada domingo, íbamos siempre al Prater… y ahora estamos en Atenas de pie sobre la Acrópolis ¡Realmente hemos llegado lejos!...(2) Tiene que haber sido que haber llegado tan lejos se mezclaba con un sentimiento de culpa; hay ahí algo inmerecido prohibido. Está articulado a la crítica infantil al padre, con el menosprecio que se reveló a la sobreestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y como si continuara prohibido querer superar al padre”(3).

Para Freud, el Superyó es el heredero del padre edípico, aquel que tuvo a su cargo erigir una barrera a la satisfacción de las tempranas pulsiones incestuosas del niño. .

La estructura de la neurosis se sostiene en la medida que el sujeto se somete a los deseos del Otro como mandamientos externos, imponiéndose renuncias y sacrificios.

El mito de Tótem y Tabú, donde Freud aborda la génesis del Superyó, propone que los hijos se sometan retrospectivamente a las privaciones que antes imponía el padre –ya muerto- con la ilusión de conservarlo vivo. ¿Con qué objeto o beneficio? Porque el tirano cumplía a su vez la función de preservar a sus hijos del “desamparo”. En su teoría, el desamparo es el paradigma de aquello temido que se encuentra detrás de toda manifestación de la angustia de castración.

La articulación mayor que el mito freudiano pone en relieve con relación a la función del Superyó es que la fórmula universal “Padre, hágase tu voluntad” tiene como contracara: “así nosotros estaremos protegidos de la castración”. En otros términos, el Superyó constituye un poderoso refugio narcisista del Yo. Por hacer peligrar la estructura narcisista, las pulsiones son reprimidas y perduran en el inconsciente despertando angustia cada vez que se aproximan al objeto de satisfacción.

Los dos polos del conflicto quedan repartidos, por un lado, entre las exigencias del ser del sujeto que asignamos con Lacan al campo del goce fálico y, por el otro, en la pulsación de lo reprimido inconsciente por realizar. Éste es un goce necesariamente traumático, ya que se alcanza “más allá” del amparo paterno. El goce prohibido no conviene al narcisismo porque deja al ser sin la garantía del Superyó.

Lacan solo utilizó el término Superyó durante la primera época de su enseñanza, aproximadamente hasta fines de la década del ´60. Luego, casi no volvió a mencionarlo. Fue retomado por Lacan al modo del gran Otro y permitió un avance teórico y clínico cuando planteó la estructura del fantasma primordial que es la respuesta que el sujeto se da, sin ninguna certeza, a la inquietante pregunta acerca del deseo del Otro, pregunta y respuesta necesaria para su acontecer como sujeto.

Posteriormente en el seminario XX Aun nos dice: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo de goce: ¡Goza!” (4).

El Superyó presentado inicialmente como una barrera al goce, ahora es instrumento ordenador del goce. Freud denominó “masoquismo moral”, designando de ese modo al goce que obtiene el Yo por ser tomado como objeto de las crueldades del Superyó.

En el masoquismo perverso, la víctima es quien organiza las reglas del juego armado para lucro de su propio goce. Aquél que juega el rol de amo es creación de la puesta en escena del sujeto masoquista. Lo ubica en ese lugar para creer que es el Otro el que goza. Afirma que el Otro goza en la medida en que el sujeto, hecho objeto para ser gozado, lo completa reintegrándole el goce que le falta. El masoquista teje con hilos maliciosos la creencia que es un resto, un desecho, él labora para darle consistencia al goce del Otro, acatando sus imperativos órdenes alcanza un goce que reniega de la castración. Es la “víctima” quien al hacerse tratar como una herramienta por el imaginado victimario, demanda al Otro que le ordene gozar.

El objeto utilizado para taponar la castración del Otro, es la voz. La voz de la conciencia moral, la voz del Superyó es fundamentalmente una cadena significante degradada al estatuto de una voz imperativa. Ante la caída del discurso del Otro, la voz se instituye como objeto perdido. Una vez restituida al Otro, para restaurar su completud impera el goce. La predominancia del goce fálico implica la renuncia al Otro goce. Esta correlación también funciona al revés: de avanzar en la realización subjetiva del Otro goce, se promueve un estrechamiento del campo del goce fálico. El análisis progresa en esta última vía.

¿Por qué el sujeto teme perder el Superyó? Por eso me atengo a la conjetura de que la angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración y que la situación frente a la cual el Yo reacciona (con angustia) es a la de ser abandonado por el Superyó protector –por los poderes del destino- con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros.(5)

De todas las formas típicas de la angustia descriptas por Freud, la que finalmente alcanzó mayor relevancia en su obra es el temor a la pérdida del Superyó. La verdad de la angustia no se pone en evidencia ante el temor al castigo del Superyó, sino, más allá, ante la posibilidad de quedarse sin el déspota. La presentificación de un vacío en el lugar del Otro releva el término último de la angustia de castración. La angustia “ante la pérdida del Superyó”, descripta por Freud, es traducida por Lacan como angustia ante “la castración en el Otro”. Constituye la roca viva de todo análisis. Es hacia esta encrucijada final que conduce el análisis y es también el escollo ante el cual se detienen la mayoría de ellos.

En algunos analizantes el Superyó no arrecia en cualquier tiempo, solo recrudece, acompañando a la angustia, cuando se está en tiempo de pasaje a otra posición, cuando se intenta dejar un enclave de goce, cuando el sujeto brega por suspender un goce mortífero para adquirir otro más ligado a la pulsión de vida. En tanto lo ordenado es el goce del Otro, lo que queda censurado es el Otro goce. Goce ante el cual retrocede el neurótico en sus actos, lo que incrementa la necesidad del sujeto por satisfacerlo vía pulsional y sintomática.

Recordemos que la angustia guía la dirección de la cura en tanto ella señaliza el lugar donde el sujeto se encuentra atrapado en una fijación gozosa pero también ilumina hacia donde se dirige el deseo, con lo cual todo acto verdadero va a implicar el pasaje por la angustia.

La culpa es un sentimiento y aparece como efecto de cierto enunciado vigente, referido a la instancia del Superyó. Es una respuesta del sujeto para taponar la falta del Otro soportada con un plus de satisfacción a pesar del sufrimiento. Esta culpabilidad es una confesión invertida de que un goce legítimo insensatamente prohibido sigue aún vigente.

En El Yo y el Ello Freud explicita los enunciados paradójicos con que el Superyó martiriza al Yo:
El Superyó debe su posición particular dentro del Yo, o respecto de él, a un factor que se ha de apreciar desde dos lados: primero, es la identificación inicial, ocurrida cuando el Yo era todavía endeble, y el segundo: es el heredero del complejo de Edipo y, por tanto, introdujo en el Yo los objetos más grandiosos (...)

El Yo debe servir a tres amos y sufrir la amenaza de tres peligros por parte del mundo exterior, de la libido, del Ello y de la severidad del Superyó, no podríamos precisar qué es lo que el Yo teme del peligro exterior y del peligro libidinal del Ello (6).

El niño recibe de sus progenitories las normas, la guía, las reprimendas y luego incorpora eso como una ley que no puede ser simbolizada enteramente.

Coincidimos con Freud en que la conducta del ideal del Yo de alguna manera determina la gravedad de las neurosis y que el sentimiento de culpa halla su satisfacción en la enfermedad; no quiere renunciar fácilmente al castigo de padecer; en términos lacanianos, no quiere renunciar al goce masoquista. Este doble mandamiento de ser y no ser el padre, revela el origen paterno del Superyó. Así como el Nombre del Padre liga deseo y ley, el Superyó anuda padre y pulsión, en tanto la función paterna normativa sería encauzar el deseo. Aquí el padre manda a gozar hasta morir.

Ante el jefe de la horda primitiva, los hijos se reunieron, no retrocedieron, y llevaron a cabo un acto, asesinándolo. La paradoja reside en que ese padre muerto simbolizado será el sostén del retorno de un orden. A partir de la interiorización del padre muerto un lazo social se establece, los hijos renuncian a un goce, el de la madre, y a cambio, las demás mujeres se tornarán posibles y elegibles. El amor al padre transformado en sentimiento de culpa, hace que su palabra se convierta en ley.

El Superyó como abogado del Ello es un resto vivo de padre, que por no terminar de morir, no cesa de no escribirse. No todo en el Padre es nombre, hay del padre un resto que pesa como sombría identificación al modo melancólico, "la sombra del objeto cae sobre el Yo" -y pulsa insistiendo por un goce encore-. Entonces, no todo el Padre, ése que opera antes del Edipo se deja matar.

Respecto de los dos objetos pulsionales -voz y mirada- Lacan equipara al Superyó con la pulsión invocante, en tanto resto de voz que no puede pasar al significante. Y en cuanto a la mirada, se transforma en resto perseguidor cuando no se puede articular como mancha en el espacio de lo visible.

La clínica nos enseña que no siempre el Otro -el Otro primordial- acepta al niño real, es decir al niño con su mancha, con su –ф, reserva libidinal que escapa al campo del Otro, porque el Otro muchas veces mira en el fondo del espejo al niño ideal y obtiene una imagen virtual para su propia satisfacción. Entonces ¿qué implica mirar al niño real? El Superyó es un imperativo ciego porque no ve, no puede reconocer al Yo cuando no aparece configurado como la imagen de su ideal.

Si la integración del objeto como causa de deseo no está lograda, se hace más posible que el resto se transforme en imperativo superyoico y que el Yo esté bajo su servidumbre, intentando suturar la falta del Otro sin fallas, en una posición de suficiencia absoluta.

Podemos pensar dos tiempos de la eficacia del Superyó: el tiempo de la inhibición y el síntoma y el tiempo del acto, donde se configura en una formación del inconsciente. Es en el segundo tiempo de identificación, donde no se cumple el tiempo de la faz metafórica del padre, feudo que no termina de conquistar el Yo, que no dispone de la libido necesaria para jugar con el objeto y se ofrece el todo entero en tanto desecho.

El Superyó desconoce el punto de inconsistencia de la ley, eso que Lacan llamaba "lo no comprendido". Pero es un desconocimiento que transforma a ese punto de inconsistencia en un mando insensato que no se puede dejar de obedecer, aún cuando no se pueda cumplir, porque renegó de su dimensión de ficción y apareció como algo confirmado.

Es importante ubicar la cara más cruel del Superyó en aquellos enunciados en donde la dimensión de pedido estaba borrada, renegada, al presentarse como simple comprobación. Esto permite que quien está alienado en esos enunciados pueda preguntar quién lo dijo y qué deseo anidaba en ese decir. Novela familiar, desasimiento de la autoridad de los padres como única autoridad.

Si la eficacia de la operatoria analítica pone coto a la invasión superyoica, el sujeto podrá disponer del a como causa, previo paso por la angustia, en tanto hoja de ruta que señaliza el enclave donde el sujeto se encuentra amarrado al goce, aunque también ilumina la economía deseante.

En este sentido, "el Superyó, enraizado él mismo en el objeto invocante y escópico, utilizando la fuerza del trazo unario cuando éste se desliga de su función de señalizar el vacío, brega sin descanso para que ese mismo objeto en el que él se origina no sea pasado a la función de causa del deseo y creación" (7).

En su vano intento de obedecer, el sujeto, preso del Superyó permanece condenado al goce, alejado de su deseo, imposibilitado de sublimar y crear. El analista operará para que el Superyó pueda ser desoído, interviniendo también en la historia de los padres donde la potencia deletérea de sus propios Superyó los arrasó y complicó su función de padres, situación que no pueden sino repetir con sus hijos.

Permitamos que la clínica nos enseñe. Es el momento de una analizante que -intentando encontrar un lugar diferente para el apellido que porta, apellido teñido de ignominia social y denostado por el discurso injuriante de su madre- trata desesperadamente dejar de lado las voces superyoicas, con una mixtura de enunciados maternos asociados a lo no dicho por su padre acerca de los teneres fálicos. Podríamos sintetizarlo en una frase que la comanda: "no se debe tener", sentencia que dominó gran parte de su vida y que la llevó cual destino a abortar hijos, proyectos, bienes económicos.

En medio de una tormenta transferencial, marcada por un franco tono hostil, desafiante frente a lo que ella supone la plenitud de su analista, amenaza con interrumpir su análisis, una vez más abortando y abandonando esto que ella llama como el primer análisis que conmueve la estructura. Su cuerpo sufre y su cabeza es atormentada por la voz. Ante las maniobras del analista para intentar que la cura prosiga, se recorta una escena donde ella junto con algunos colegas se embarca en un proyecto laboral de cierta envergadura que le permitiría disfrutar de una vida económica más holgada. En dicha escena ella es ubicada como la líder del grupo. De pronto aparece la angustia, que señaliza el enclave de goce pero a su vez marca la luz del deseo, y también aparece la voz que la tortura "vos nunca vas a poder tener nada". Ella lo asocia con las dificultades de su madre para poder responsabilizarse por su función y se sorprende diciendo que como ella siempre se siente culpable de todo, no puede calcular cuándo el otro tiene su propia responsabilidad; pero esto también desdibuja su propia responsabilidad y en consecuencia abandona y se abandona. Esta situación la lleva a una queja permanente.

Escuchemos, ahora, otra analizante, digna hija de un padre a quien su propio padre no le había donado el apellido, un doble apellido que le hubiera permitido estar ubicado en otra clase social diferente a la de su madre. Este padre había trasmitido la prescindencia casi absoluta de cualquier tener fálico. No podía tomar nada que tuviera brillo ni permitirse cierto disfrute y cierta dimensión lúdica para su vida. Todo era obligación, había que ser buen alumno, pero que eso no se notara; había que trabajar duro y honestamente, pero no se podía disfrutar de los logros laborales y/o económicos. Asimismo, tampoco se permitía las necesarias vacaciones anuales, dejando vacante su lugar, privándose y privando de su compañía a su familia que veraneaba sin él.

La analizante, después de largos años de análisis ha podido disfrutar de aquello que estaba insensatamente prohibido pero a su vez idealizado en la familia. Continúa soñando pesadillescamente con que pierde sus recursos, le arrebatan, la engañan. Sueños donde la mirada de los otros, la mirada amorosa se transforma rápidamente en un ojo ciego y en una voz acusadora. Estos tormentosos sueños no la dejan descansar tranquila y es ahí donde aún el Superyó insiste demandando obediencia debida.

Pero la diferencia aparece cuando en su vida cotidiana ella puede permitirse, como mencionaba anteriormente, disfrutar de lo aún prohibido e idealizado a la vez. Lo que aparecía como obediencia ciega y pulsional al mandato se transformó en escritura en el sueño ominoso para seguir soñando, hasta que otros sueños más ligados a la función de escritura de su deseo advengan.

Notas
(1) Freud, Sigmund, Inhibición, síntoma y angustia, Vol. XX, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1979.
(2) Freud, Sigmund, Carta a Romain Rolland: Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis, en Obras Completas, Vol. XXII, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
(3) Ibid.
(4) Lacan, Jacques. Seminario XX: Aún, Clase 1; Del Goce, España, Editorial Paidós, 1981.
(5) Sigmund, Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras Completas, Vol. XX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979.
(6) Freud, Sigmund, Los vasallajes del Yo, en El Yo y el Ello, en Obras Completas, Volumen XIX, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
(7) Ibid.

Fuente: Stella Maris Rivadero (mayo 2019) "La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura" Revista Fort-da n° 13

viernes, 4 de septiembre de 2020

“¿Alguien trajo facturas para el mate?”


¿Qué es esa satisfacción, en los bordes del cuerpo, donde “uno se concentra como si fuese un concierto”? ¿Por qué esa “mirada que coagula, mirada que atrapa, de la que uno no se puede despegar”? ¿Qué pasa cuando “un padre ejerce el goce de la voz”? ¿Por qué las agendas viejas son decepcionantes? ¿Cuál es el ancla que consiguieron Mozart y Borges? Y otras cuestiones desde el psicoanálisis.

Con la pulsión pasan cosas raras. Cuando decimos pulsión oral, por ejemplo, hay una fuerza, un empuje que no funciona acorde con las reglas de una biología pura, que sólo estuviera comandada por el orden de la vida. Yo planto trigo, pongo los fertilizantes, hay sol suficiente y el agua necesaria, el trigo crece, proporciona sus granos. El ser humano come todos los ingredientes que necesita, una dieta balanceada, sabe qué es necesario, termina de comer, ¿y qué hace?: “¿Tomamos un cafecito?” “¿Y una copita de coñac?” “¿Querés un cigarro?” “¿Lemoncello?” “Bueno, es el Día de la Madre, brindemos, champagne.” “Yo traje una tortita.” Entre una cosa y la otra, ya son las cinco de la tarde: “¿Alguien trajo facturas para el mate?”. ¿Qué pasa con ese empuje que, a pesar de lograr su satisfacción, persiste? ¿Por qué persiste?

Tomemos otra pulsión, la escópica: hay goce en el ver. Es grato para un caballero observar a una mujer hermosa; para una mujer, a un caballero que le guste; nos gusta ver una buena película. Goce de la mirada. Pero, de pronto alguien va a cenar con una persona que quiere y enfrente hay un televisor y él queda atrapado por la mirada, hasta que: “Vení, sentate del otro lado”. Es el fascinum. Es la mirada medusante, la de Medusa, la mirada que coagula, la mirada que atrapa, de la que uno no se puede despegar. ¿A ustedes nunca les pasó que pasaron por el living, estaba prendido el televisor y quedaron atrapados, y después se preguntaron qué estaban haciendo ahí?

También nos interroga el objeto. Como dijo Freud, el objeto es lo más variable: el menú del restaurante lo testimonia así.

Y tenemos también la fuente de la pulsión. Uno pensaría que la pulsión oral se satisface con la panza llena. No. El genio de Freud advierte que se satisface en el borde de los labios, en el enclave de los dientes; no tiene nada que ver con el estómago, el esófago, la faringe, el intestino grueso, el delgado. Con la pulsión anal, lo mismo. Cuando uno hace sus necesidades cada mañana, ni se entera de lo que se está procesando en el intestino delgado, en el intestino grueso, en el duodeno. El momento de la satisfacción, cuando uno no quiere que lo interrumpan, cuando se concentra como si fuera un concierto, es el momento en que participa el borde anal. El ejemplo extremo de la satisfacción –sólo un genio como Freud pudo señalarlo– es un labio besando a otro labio. Piensen un poco con los términos del ideal higiénico: ¿para qué sirve un beso? Sólo para intercambiar gérmenes. Sin embargo, ¿quién renunciaría a un beso bien dado con alguien que ama, que desea?

Somos vivientes raros. Porque uno ve en National Geographic, con esas lentes de aumento, insectos con cuerpos inesperados, bichos raros. Pero si ese bicho viera las cosas que hacemos, diría: “Esta gente sí que es rara. Se enfrentaron, se mataron tantas veces, llegan a poner en riesgo su propia supervivencia...”. Sólo el ser humano hace estas cosas. ¿Por qué? Es que la irrupción del lenguaje, encarnado en el Otro, arruinó el instinto. El lenguaje es la ruina del instinto. Sarmiento –que era genial– se equivocó. “Civilización o barbarie” es: civilización y barbarie. La barbarie no existe fuera de la civilización. No hay sapitos que digan que torturaron por obediencia debida. Sólo el sujeto come lo que le hace mal, no come lo que precisa, come de más, come de menos, sufre de anorexia apátrida –como dice Inodoro Pereyra, defendiendo a su mujer la Eulogia que era gorda–. El lenguaje nos otorga libertad; podemos comer variedad de alimentos, mientras que la vaca sólo come pasto. Pero tendemos a comer lo que nos hace mal. De más o de menos. Perdimos lo que define al instinto de la hormiguita, una fuerza que sabe qué objeto le conviene.

Ronquido de padre
Cuando desde el lugar de un padre se ejerce el goce de la voz, el grito, esa voz no es del orden del dicho. Cuanto más se grita, menos pasa la palabra. La voz llena el vacío del Otro. Conviene destacar que la voz, para que tenga el valor del imperativo categórico, eso que llamamos el superyó sádico, es una voz que va ligada a una palabra que demanda obediencia, que indica un mandato. Pero que no se reduce a ese mandato o a ese dicho. No es –dice Lacan en el Seminario “La angustia”– la voz de la música. Es una voz que va articulada a una orden. Y que se presenta así en la medida en que no está interrogada.

Reconocemos que hay distintas voces. Una es la voz imperativa, la voz del padre, el trueno de Zeus necesario. Pero también es necesario ir más allá de él. Un gran poeta, Vinicius de Moraes, dijo: “El que no escuchó roncar a su padre no sabe qué es tener padre”. Pero a un padre que siempre ronca, ¿quién lo aguanta? Voz imperativa, voz del superyó, voz de la conciencia moral, voz sádica, cruel. Pero tenemos, además, otra voz. Una madre que ama a su bebé, cuando le canta una canción de cuna, le brinda otra voz; no es la voz imperativa del superyó, es la voz del buen amor. Y tenemos, finalmente, la sublimación de la voz, que es la música. La música, tiene, por el hecho mismo de ser la sublimación de la voz, una característica: sólo por proyección le podemos atribuir un relato. Como dice un gran filósofo, Vladimir Jankélévitch, en La música y lo inefable (ed. Alpha Decay, 2005): sí, hay títulos que sugieren: La consagración de la primavera, de Igor Stravinski; Las cuatro estaciones, de Vivaldi; Preludio para la siesta de un fauno, de Debussy; La pastoral, de Beethoven, y tantos otros, pero son tan sólo títulos alusivos. Porque la música, como la voz a la que sublima, no es del orden del dicho ni del sentido.

Agenda vieja
Cuando el sujeto se encuentra ante una escena en la cual no puede avanzar, es inexorable que apunte para el otro lado, a la regresión. Por ejemplo, ¿quién no perdió alguna vez a un novio, una novia, un marido, una mujer, una amante? Es de lo más común que, en ese tiempo donde se quiebra una relación que para el sujeto ha sido importante, se apele a la agenda, se repasen números viejos. “No tengo recursos para avanzar, pero quiero pasar a algo distinto, probemos con lo que fue.” A veces, pocas, da resultado. La mayoría de las veces produce decepción. Nuestro tango lo dice, aunque “llorón”, bajo la forma del destino inexorable: el sujeto vuelve vencido a la primera dirección de la agenda: la casita de los viejos. ¿Por qué fracasa este recurso? También lo dice el tango. Con una filosofía que no se reduce a metafísica: “La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Agreguemos, como Lacan dice respecto de Hamlet, la vergüenza de haber sido el falo de mamá y el dolor de ya no serlo. Si no lo supera, tal vez busque una mujer que repita a ese Otro primordial. Tal vez no pueda interrogar su atrapamiento y lo viva como la consecuencia de un destino inexorable. Un análisis ayuda al sujeto a que haga de un destino un estilo. Hacer de un destino un estilo implica hacer, del lugar de objeto de goce para el Otro, el lugar vacío que invite a la creación.

El ancla
El fantasma es un conjunto de significantes anclados por un objeto de goce. Objeto de goce que tampoco es natural: se gesta en los encuentros del sujeto con el lenguaje del Otro. Se gesta en una contingencia, que depende de la relación, desde el comienzo, del sujeto con el Otro. El padre de Mozart le enseñó música desde los dos años, pero respondió un pequeño que tenía talento para la música. Borges nació rodeado por los libros del padre, pero la biblioteca cobijó a un pequeño que en las letras encontró el gusto de su existencia. Ellos fueron guiados por el padre, pero eso se da en muchos casos y depende de una contingencia: lo que llega del Otro y cómo el sujeto responde. Otra historia surge cuando el sujeto renuncia con sus sueños, cuando, ante su incapacidad para avanzar de acuerdo a sus sueños, resuelve invertir el recorrido: en lugar de realizar sus sueños, queda al servicio del Otro. El sujeto se siente degradado, sufre. Es lo que llamamos el antihéroe. Podemos encontrarlo en el monólogo de Anton Chejov “Sobre el daño que hace el tabaco” o en personajes representados por Chaplin o Woody Allen. Suelen ser personajes extremos en los cuales advertimos el riesgo que para cada uno implica ignorar el precio de una pérdida necesaria. Cuando una pérdida no es una desgracia, es una pérdida eficaz. En cambio, cuando el sujeto no paga la entrada, sólo tendrá una función deslucida; más de lo mismo.

Fuente: Isidoro Vegh (28/05(2013) “¿Alguien trajo facturas para el mate?” - Página 12 * Fragmentos de Senderos del análisis. Progresiones y regresiones, que distribuye en estos días ed. Paidós

viernes, 19 de junio de 2020

La voz y la mirada en la clínica psicoanalítica.

Notas de la conferencia dictada por Benjamín Domb, el 23/04/2019

Todas las necesidades del ser humano están contaminadas por otra satisfacción, que es otro goce, que es el goce fálico, el goce de la palabra. Los seres humanos gozamos, no comemos pasto. Comemos comidas que nos gustan porque nos da satisfacción. Esto tiene que ver con que somos seres hablantes.

¿Cuál es la importancia clínica de las pulsiones? Muchas patologías que nos encontramos en la clínica de hoy en día se refieren a las pulsiones. Las pulsiones están mezcladas y articuladas. Hagamos una rápida referencia:

Pulsion oral: El objeto oral es el pecho. bulimia, anorexia, drogadicción. Alcoholismo. Cigarrillo. ¿Qué podemos decir de la oralidad? La gente se droga, come desaforadamente, por la angustia. Son remedios que uno encuentra para mitigar la angustia o la depresión. Todo esto comienza con la teta, que es lo que la madre le da cuando el chico llora. Los padres muchas veces no saben qué hacer con la angustia del niño y le tapan la boca. Los sustitutos de las pulsiones son para tapar la boca. Hay muchas suplencias de la teta, del chupete. 

Pulsión anal: Su objeto son las heces. La constipación, la diarrea. La tacañería. Hay sujetos que no pueden perder absolutamente nada. Retienen, no tienen posibilidad de dar. Hay otros que se hacen cagar. Se tratan de patologías derivadas de la pulsión anal.

Estas pulsiones, la oral y la anal, son “de la vieja época”, las descritas por Freud. Lacan agrega la voz y la mirada.

Pulsión escópica: El objeto de la pulsión escópica es la mirada. No es lo mismo la mirada que la visión. Lacan dice que los ojos están hechos para no ver. Lacan pone el ejemplo de la latita que está en el mar, que te ve. El ejemplo más claro para mi es cuando uno se mancha la camisa: esa mancha lo mira a uno. La mancha es una mirada. Alguien que se arregla y se pasea, también lo mira a uno. La mirada es lo que te convoca a la visión, como los cuadros de las pinturas también tienen que ver con atrapar la mirada. 

Las patologías referidas a lo escópico son las patologías del narcisismo, al cuerpo, a cómo te ves. Tiene que ver con el estadío del espejo. Tiene que ver cómo te miraron. Hay una poetisa, Elvira Sastre, que define la soledad como mirar a alguien que no te mira. Cuando el Otro no te mira, estás sonado. Esto puede ser por la neurosis de los padres, que hacen que el chico tenga problemas en su constitución. 

Pulsión invocante: Es una pulsión que tiene que ver con la voz (objeto), que no tiene que ver con cantar. La patología que tiene que ver con la voz del superyó. El psicótico escucha voces que le hablan, es una voz que no se introyectó.

Todos los objetos de la pulsión son objetos que se pierden. Uno no toma la teta toda la vida, sino que se toma un tiempo. Los objetos perdidos se sustituyen por otros objetos que la sociedad ofrece constantemente para que uno satisfaga las pulsiones, por ejemplo la droga. Las heces también se pierden, así como la mirada y la voz. 

La voz se pierde cuando uno adquiere el lenguaje y comprende. El sujeto se queda con el significante y el sentido y la voz se pierde. Queda tapada por el qué me quisiste decir, qué dijiste. Un analista puede captar el sonido y el sentido. La poesía implica capturar el sonido y el sentido. Borges hacía mucho incapié en que la musicalidad y en el sentido estaba la buena poesía. Lacan, al final de su enseñanza, dijo que el psicoanalista tenía que ser un poco poeta. El buen poeta capta el sonido con el sentido, entonces la misma palabra que puede querer decir en un sentido una cosa, en el sonido puede decir otra. Una buena interpretación hace coincidir el sentido con el sonido. 

El ser viviente está separado por un abismo del ser existente humano, dice Heidegger. Entre el viviente y su voz, entre el viviente y su lenguaje se abre un abismo. Cuando uno adquiere el lenguaje, pierde la voz. Queda capturado por el lenguaje, por eso que me dijiste y la voz se pierde. Sabemos que los pacientes que le gritan a las parejas, justamente se escucha el grito y se pierde un poco el sentido de lo que dicen. El chico no nace con lenguaje, sino con el llanto, el gorgojeo o el laleo, pero no tiene lenguaje. Al adquirirlo, se pierde la voz. 


Heidegger hablaba de La Voz, así con mayúscula, que era la voz de la consciencia, la voz interior. El psicoanálisis habla de superyó, que te habla de manera cruel. Y también tenemos las voces de la psicosis, que siempre son denigrantes y maltratan (insultan, degradan). La voz no ha sido introyectada y la voz te habla desde afuera. El superyó también maltrata, pero una cosa es tenerlo adentro y otra cosa es que te hable de afuera. Al adquirir el lenguaje se abre un abismo con la voz. El perro tiene voz, ladra, pero no tiene lenguaje. El lenguaje marca una diferencia con los animales. El hecho de hablar condiciona al cuerpo. No es lo mismo el cuerpo del que habla del que no habla. Isidoro Vegh dio un ejemplo: a él le gusta la ópera y parece que ahora viene subtitulada. Uno escucha la voz, porque no entiende latín ni italiano, pero cuando le ponen el subtítulo y se pone a leer, se pierde la voz. A uno le puede gustar un tema en francés o en japonés y gustarle la melodía, ahí se escucha la voz. Pero cuando entiendo lo que quiere decir, pierdo la voz.

La patología del superyó que te ordena se ve mucho en la neurosis obsesiva. El superyó no es el ideal del yo, en el grafo del deseo de Las formaciones del inconsciente y en La subversión del sujeto, Lacan pone la voz en relación al Otro completo, al Otro inicial. La voz está en relación a un Otro absoluto. Lacan dice “El Otro no existe”, pero cuando uno nace y se es una cachorro humano prematuro, sin valimiento propio, hay un Otro que lo sostiene. En general es la madre, y Melanie Klein fue quien habló de ese superyó temprano, que es el superyó materno. Si se efectiviza la castración y se introyecta la voz, se conforma la pulsión invocante. La castración se transmite desde el inicio desde el discurso de la madre. La castración está en la estructura y ella la transmite. El niño también atraviesa el complejo de castración, que tiene que ver con la presencia del Nombre del Padre. Este complejo es fundamental para que haya un neurótico y es lo que lo diferencia de la estructura psicótica. En la forclusión del Nombre del Padre no hay castración. ¿Qué quiere decir la castración? Que todo no se puede y que hay pérdida: al hablar, se pierde la cosa. 

Hay una última definición de Lacan sobre la pulsión: el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. Es una definción que está en el seminario del Sinthome (23). Está hablando de 3 instancias:

  • El decir, que es el decir del Otro, de la madre. Lo simbólico.
  • El cuerpo, donde resuena ese decir del Otro. Lo imaginario, porque en el ser humano el cuerpo es imaginario. No es el cuerpo del animal de la biología, sino que se constituye a partir del Estadío del Espejo. 
  • El eco. Lo real, el objeto a, como podría ser la voz. 
Esto Lacan lo dice discutiendo con lo que él llama los filósofos ingleses, porque no son psicoanalistas. Para ellos, todo se reducía a lo pre-edípico, que era lo oral o anal. Ellos dividían las etapas (oral sádica, etc), pero eliminaban absolutamente lo que tenía que ver con el padre y la castración. Se ocupaban de la maduración del yo, como los conductistas y los cognitivistas. Para el psicoanálisis, el hecho de hablar trastoca el cuerpo.

Los psicóticos no tienen pulsión, lo digo así. No está esa otra satisfacción, vemos esa cosa automática en fumar o en comer. Tampoco hay lazo social. En el psicótico la terceridad, que puede ser padre o lenguaje, no se ha inscripto. En el seminario III Lacan habla del inconsciente a cielo abierto en la psicosis, eso quiere decir que todas las figuras de la que habla el psicótico son exteriores a la estructura, no están incorporadas, no se produjo la identificación que se produce en las neurosis. El psicótico queda además aislado, sin lazo social.

El psicótico habita el lenguaje, pero no el discurso. No tienen un yo constituido, así que no se apropian del discurso ni del cuerpo. Por eso en los hospitales se ven cosas terribles, como una chica que se arrancó la nariz o un ojo. El cuerpo de la psicosis es del Otro, no es propio. Cuando Lacan habla de la pulsión como eco del decir, un decir implica que esté ligado a un sujeto. Hablar no es un decir, un decir implica castración, deseo en tanto al sujeto. No hay algo del orden del decir cuando se constituye la psicosis. Por supuesto, hay una amplia gama de psicóticos, es el uno por uno, y hay gente que puede habitar una estructura psicótica estabilizada  y nunca desencadenar. Cuando hablo de un decir, me refiero a que la madre no use a su hijo como un tapón, porque hay madres que aunque amen terriblemente a sus hijos, lo usan de tapón de sus faltas. No es un sujeto ni nadie que quieran ver crecer. No se trata del hijo como objeto de deseo, sino de un tapón y a veces como resto. Entonces, el decir tiene que incluir un deseo y por ende, la castración. 

Las pulsiones se constituyen a partir de la demanda del Otro, que puede ser “tomá la teta” o “hacé caca” para la pulsión oral y anal. La analidad y la oralidad se constituyen a partir de un pedido de la madre de que un niño coma o que haga “un regalito”. Eso tiene que ver con demandas, concretamente. Frente al deseo del Otro, se constituye la pulsión invocante y escópica. Si no hay deseo y demanda del Otro, el sujeto no se constituye. Yo hago esta distinción, pese a que en toda demanda hay un deseo. La mirada y la voz, que son más consecutivas, transmiten algo del orden del deseo. La demanda en cambio es más inmediata. En la topología que Lacan enseña hay toda una vuelta con la demanda que no siempre incluyen un deseo. Antes hablábamos de psicosis, y el psicótico no demanda. Te pueden pedir algo concreto, pero no demandan amor. La demanda es demanda de amor, que no es el “Dame agua, dame un cigarrillo” del psicótico. El deseo implica la falta y eso no tiene que ver con los ideales sociales. El deseo se puede transmitir más por la mirada y la voz.

No hay relación sexual. Significa que la palabra se impone entre uno y el otro y en tanto hay lenguaje no hay relación. En los animales hay relación sexual, porque está regida por el instinto, la biología, como el celo. Solo las tienen en el caso del celo y con fines recreativos. En cambio en el ser humano hay unas apetencias, otra satisfacción. El goce del hombre, por otro lado, no es el mismo que el goce de una mujer. Hay un goce extra en las mujeres que el hombre no tiene por tener un pene. Si una mujer puede entregarse a ese goce, ella puede, desde la posición femenina, gozar con todo su cuerpo. En el ser humano, no hay relación sexual y eso da lugar a la neurosis, que es una manera de suplir esta falta. Se tienen hijos porque no hay relación sexual. Que no haya relación sexual es un real que permite inventar diversas cosas, como vivir una vida. Enfrentar lo real de la vida es ver qué hace uno con eso que le dieron. 

El agujero de la castración depende del Nombre del Padre. Depende de que haya algo que ponga un límite. La sexualidad fálica depende de que haya castración, Nombre del Padre. En cambio, la sexualidad femenina está más allá del padre. Los ideales son una cosa y otra es lo que uno hace con su vida. Cuando Lacan hace el nudo borromeo, Lacan pone muerte n lo simbólico, cuerpo en lo imaginario y vida en lo real. La vida es del ser viviente que no habla y nosotros en nuestra estructura tenemos algo que no habla, no todo se puede decir. La castración es el límite que pone un padre, punto. Sea quien sea, hétero u homosexual, el que separa al niño del Otro, castra. La represión, en cambio, es que no todo puede decirse. La palabra no alcanza y por ese agujero donde la palabra no alcanza, no todo es simbólico. Hay algo que es real, que no se dice porque es absolutamente imposible hacerlo. 

La voz y la mirada son especies del objeto a. Lo real va más allá del objeto a, si bien el objeto a forma parte de él. El objeto a puede ser también un objeto tapón. El cuerpo está agujereado y el narcisismo tiene que ver con la piel, con la unificación de la piel. Por otro lado, los oídos son los únicos agujeros que no se cierran solos. Lacan mismo, durante su enseñanza, separó el objeto a de lo real. El objeto a es el objeto de la pulsión y se constituye cuando se pierde. Un niño que acaba de tomar la teta sigue chupando sus propios labios. El objeto viene a taponar un agujero y hay un sin fin de objetos ofrecidos para tapar el agujero. Si bien parte del objeto a es real, no es lo único real que hay. Lo real es el agujero, sea de la boca, del ano, de los ojos o de los oídos. Y el agujero de la vida también es real. ¿Qué hago con la vida? La vida es un real que hay que habitar. Lo que un analizante dice es un relato de lo real, más allá que el análisis concretamente también lo sea. 

Lacan habló mucho de la pulsión escópica, desde el estadío del espejo a los esquemas ópticos. En cambio, de la pulsión invocante hay menos. Sin embargo, Lacan llega a decir en el seminario de la angustia, que si hubiera un elemento a privilegiar como originario y fundante, sería el sonido de la voz. A partir de que un sujeto aparece en este mundo, escucha la voz: le hablan, le cantan y eso lo tranquiliza. A veces la voz es tranquilizadora, voz que luego se pierde. La voz luego se transforma en la voz del superyó. 

Lacan dijo que luego de hacer un psicoanálisis, venía algo llamado contra-psicoanálisis. Si el psicoanálisis era el análisis de todo lo que había pasado y se había enredado en la vida en relación a su historia por la vía simbólica, se olvidaba que había una vida real. Lacan dice al pasar, cuando habla de los toros y del nudo, que había que hacer un contra-psicoanálisis: después de analizarse había que volver a la realidad. Y hubo muchos, por ejemplo en la EOL, que creyeron que todo era contra-psicoanálisis. Entonces rechazar hablar, los sueños, no hablar del padre, del Edipo, de la transferencia, porque eso es análisis. Creo que hay que tomar que Lacan se daba el lujo de decir lo que se le cantaba. El psicoanálisis es acerca de todo lo que en la vida te dejó atrapado en la relación con los Otros y hay un solo psicoanálisis, que incluye lo simbólico, lo real y lo imaginario. No se trata solo de lo real, no debemos reducir a un párrafo la enseñanza de Lacan. ¿Cómo se va a tratar del contra-psicoanálisis si se pasó 30 años reinventando el psicoanálisis?

miércoles, 22 de enero de 2020

La pulsión no es la perversión.


Por Alma Barrera
Podemos pensar que lo fundamental de la pulsión es que el sujeto no está aún colocado en ella, mientras que lo que define al perverso como sujeto es su localización como objeto “a” a nivel del fantasma. Desmiente así, a la vez que reconoce, el valor de la castración. Es así como Lacan propone que “la pulsión no es la perversión”. En esta diferencia conceptual, de enormes consecuencias para la clínica, se propone avanzar este trabajo.


      En Tres ensayos de teoría sexual, Freud analiza la sexualidad en las perversiones, indicando que hay un carácter anómalo en la sexualidad del ser humano. Establece allí una ruptura entre la sexualidad del animal y la humana, y señala que la sexualidad en buena medida está desligada de la función reproductora, y que en ésta no hay ninguna posibilidad de complementariedad. La razón fundamental se debe a que la sexualidad en el ser humano —un ser hablante— está inscripta en el campo del lenguaje desde su nacimiento. Debido a ello, el lenguaje trastorna todas las necesidades biológicas, cerrando el camino a una satisfacción enteramente natural. 



         El lenguaje, en tanto que pre-existe a todas las necesidades, se inscribe en el registro de la palabra, que se expresa en la demanda. La demanda implica que toda palabra tenga como efecto una pérdida de satisfacción respecto a la necesidad. Esta pérdida depende del todo de su carácter siempre equivoco, en la medida en que el significante puede significar algo más. No hay un lazo unívoco entre el significante y el significado, ya que la simple articulación de la palabra produce una discordia entre éstos. El significante no es idéntico a su significado, ya que no puede significarse a sí mismo. Por tanto, hay una estructura de discordia fundamental que establece como Ley: eso jamás. El significado, por su parte, se desliza bajo el significante para significar otra cosa: pero aún así. Aquí se ubica la causa del fracaso de la demanda, fracaso que resulta de la división del sujeto entre lo enunciado, lo que demanda, y la enunciación, lo que está más allá.


         En Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, Lacan afirmará que “el deseo se esboza en el margen donde la demanda se desgarra de la necesidad: margen que es el que la demanda, cuyo llamado no puede ser incondicional sino dirigido al Otro” (1). En el punto donde la demanda fracasa surge el deseo, que no es sino la huella, la marca, de una pérdida de satisfacción. A partir de esto, se puede decir que el deseo se articula no sólo con aquel resto insatisfecho que se produce —lugar donde el sujeto queda dividido por la imposibilidad de una satisfacción—, sino también con una parte de la estructura del lenguaje que se designa como lo imposible de decir, el goce.



jueves, 11 de julio de 2019

Clínica de la psicosis: certeza, creencia delirante y alucinaciones


Hoy veremos algunas de las consecuencias de la forclusión del significante Nombre del Padre. Por efecto del mecanismo de forclusión, este significante ordenador de la cadena se halla en el campo de lo Real constituyendo la estructura de la psicosis. Tiene una consecuencia irreparable para la subjetividad, que es la estructura de la psicosis, la cual hay que ubicarla como un fenómeno del lenguaje.

La teoría de Lacan pasa de ser estructuralista a ser una teoría nodal. Si la estructura de la psicosis es nudal, ¿A qué nudo corresponde? Es desde esta conceptualización que Lacan avanza en el concepto de suplencia para una dirección a la cura posible para la psicosis. 

¿Qué quiere decir formaciones de lo real? En principio, quiere decir que el significante fundamental está en ese campo y no en lo simbólico. Esto es sumamente importante, ya que permite leer los significantes forcluídos en un tiempo de trabajo. Podemos leer también en esta estructura un movimiento de retorno, no se trata del retorno de lo reprimido como en las neurosis, sino del retorno de lo Real. 

Lo que retorna son lo que llamamos formaciones de lo Real, y las ubicamos como fenómenos del lenguaje con características precisas. La psiquitaría los llama fenómenos elementales o fenómenos primitivos. Primitivos en relación al delirio, que lo colocan como secundario.

Jacques Lacan ubica que la estructura de las alucinaciones y el delirio son fenómenos elementales porque dan cuenta de la estructura misma. Nos podemos preguntar ¿el inconsciente a cielo abierto? Los fenómenos elementales tienen 3 características:
  1. Se sitúan en un período primitivo de las psicosis. 
  2. Aparecen de forma irruptiva.
  3. Provocan perplejidad en quien la padece.
Las formaciones de lo Real son:
  • La intuición y la creencia delirante.
  • Las alucinaciones.
  • Los neologismos.
  • Las frases interrumpidas.
  • Los estribillos.
  • El delirio.
Frente a estos fenómenos del orden del lenguaje se nos presenta la pregunta: ¿Quién habla en las psicosis?

El sujeto los vive con extrañeza, pero tiene una certeza: lo que está en juego le concierne. Le responden, el hacen eco, lo desdoblan, así como él los interroga, los provoca y los define. 

La locura es vivida en el registro del sentido. El carácter clínico del psicótico se distingue por esa relación profundamente pervertida con la realidad, que se denomina delirio. ¿Qué es un delirio? Es un armado, una respuesta, una metáfora delirante para establecer un orden posible, una suplencia. La estructura misma hace suplencia. Hace años escuché a un sujeto relatar en su internación: Tengo la verdad, unos robots manejan el mundo. Me envían órdenes por ondas que atraviesan mi cabeza. Pudimos situar el momento del brote, cuando entra en la carrera de astronomía. Su mundo se desarma, no puede estudiar, se encierra,  o habla. Comienzan las voces, sensaciones en su cuerpo. Intenta un nuevo orden con su delirio y un modo de colocar en una trama loca sus alucinaciones le causan el efecto de perplejidad.

Estas cuestiones forman parte de nuestra práctica cotidiana y nos interrogan por la escucha y por el modo de trabajo.

Lo que está en juego no es la realidad. El sujeto admite que estos fenómenos son de un orden distinto al de la realidad. Sabe más bien, que su realidad no está asegurada, tiene una certeza. Lo que está en juego, desde la alucinación hasta la interpretación, le concierne. Otra paciente decía: “El mundo va por una vereda y yo voy por la otra, siempre por fuera, no encajo en ningún lugar”. Y es así. Se trata de una joven, detenida desde la adolescencia. Sus padres, preocupados, consultan. La paciente tenía problemas en relación a su imagen femenina y mucha dificultad frente al encuentro con el otro sexo. Es algo que dice que no está en condiciones de enfrentar y ni siquiera se lo puede imaginar. El sujeto psicótico le concierne la locura, porque capta que algo en él es diferente a los demás, que no funciona en el mundo y que no encaja. Se trataba de una psicosis sin desencadenar, donde la fijeza, certeza, la enfrentaban a un goce mortificante, metida en ese mundo con los padres.

Está en juego la certeza, que es radical e inquebrantable frente a nuestras intervenciones. Esto constituye lo que se llama fenómeno elemental o creencia delirante. Se llama “elemental” porque ese elemento muestra la estructura. Tanto la certeza como la fijeza nos indican la ausencia de la dimensión dialéctica. Lacan nos dice que lo propio del comportamiento humano es el discurrir dialéctico de las acciones, los deseos y los valores, que hace no solo que cambien a cada momento, sino de modo contínuo, llegando a pasar a valores opuestos en función de un giro en el diálogo. 

Esta dimensión dialéctica es fundamental, en las entrevistas preliminares para medir y calibrar la relación al lenguaje en que se encuentra el sujeto que nos consulta. Y esto sirve para determinar la dirección a la cura. 

¿Cómo leer los fenómenos en relación al lenguaje? Se presentan en el sujeto fenómenos que van desde el susurro ligero hasta las voces de la injuria. Estos fenómenos, que parecen auditivos, son del orden del lenguaje. 

¿Quién habla en la psicosis? Lacan sostiene que los fenómenos alucinatorios no son percepciones sin objeto, sino una producción significante impuesta al sujeto. Dan cuenta de la forclusión del Nombre del Padre que determina la estructura. Tratemos de ver que no se trata de un sujeto activo, sino de un sujeto que padece los efectos de la proliferación de significantes que lo atormentan. En en seminario sobre la psicosis, Lacan concibe la alucinación como efecto de la exclusión del Otro. Toma la alucinación verbal como uno de los fenómenos más problemáticos de la palabra. En el momento en que se da el fenómeno alucinatorio, en el momento de aparición de lo real, es decir, acompañado de ese sentimiento de realidad que lo invade, el sujeto habla con su yo, como si un tercero -su doble- hablase o comentara su actividad. Es un error considerar las alucinaciones como auditivas. Son partes del fenómeno del lenguaje bajo la forma de la voz. No podría hablarse sin oírse. La alucinación provoca perplejidad. 

Tomamos la alucinación como un relato que hace el paciente, no como algo que cuenta la familia, por ejemplo. No siempre el relato de la alucinación es directo. En muchas oportunidades el sujeto nos cuenta su respuesta frente al fenómeno alucinatorio. A partir de eso, podemos interrogar. Una paciente me trae en su relato peleas con su familia porque tarda mucho en el baño, deja a todos esperando. Le pregunto qué hace en el baño y me dice “Chancha, chancha”. Insisto por lo que pasa en el baño y ahí me cuenta que frente al espejo se para desnuda y ve como se agranda y se achica su vulva. Me hizo pensar en las teorías sexuales infantiles cómo aparecen en el campo de la alucinación: en lo real. En lo simbólico, hablaríamos de una teoría sexual. Luego, escucha un susurro que la lleva a frotarse hasta la irritación. Me dice “No, no puede ser. No, qué asquerosa, chancha, chancha”. Aquí estamos frente a alucinacipnes auditivas y visuales. Son fenómenos del orden del lenguaje. Le aparecen al bañarse, antes de acostarse, en la desnudez y frente al espejo. 

El fenómeno alucinatorio tiene gran importancia. A veces, si no lo relatan, es porque las voces mismas lo prohíben. Las voces tienden a establecer, por lo general, una relación de intimidad y exclusividad con el sujeto, como si se tratara de distintos yoes. La alucinación pone en juego un significante excluído del mundo simbólico. Este significante implica algo de la castración expulsada. 

El sujeto considera la alucinación como una señal, un mensaje con sentido dirigido a él. Este sentido, por lo general, se transforma en delirio para dar cuenta de su experiencia alucunada. Con el zumbido y el murmullo, testimonia su relación al significante. Esto quiere decir que lo que retorna de lo real es siempre un significante. Lo que signa a la alucinación es ese sentimiento particular del sujeto, el límite entre ese sentimiento de realidad e irrealidad que hace irrupción en el mundo externo. Es una realidad creado en el seno de la realidad como algo nuevo. 

La enseñanza de Lacan nos posibilita operar sobre estas manifestaciones, con y desde una concepción de sujeto (en su relación al significante y al goce) que nos hace posible tomar una posición frente al sujeto de la forclusión. Es desde esta posición que está la posibilidad de alojar las manifestaciones del goce que no han pasado por el significante. 

Una clínica de la suplencia apunta a la estabilización, producto de recibir una cesión de goce de ese sujeto psicótico que permite una formación significante en el campo de dispositivo del tratamiento. Se trata, entonces, de la limitación al goce, colocarle un límite.

¿Te interesa saber más sobre diagnóstico diferencial en los casos de alucinación? Mirá el post Cómo reconocer una estructura a partir de una alucinación.