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viernes, 17 de abril de 2020

De "Pegan a un niño" hasta la noción de fantasma


En su lección inaugural de la cátedra de semiología ligüistica del Collège de France, pronunciada en 1977, Roland Barthes dice que la lengua es fascista, no porque impida decir, sino porque obliga a decir. Lacan lo dirá de otro modo: el hombre está tomado en el lenguaje en un discurso preexistente, lo quiera o no. Capturado más allá del saber que de eso tenga.

El deseo, desde su aparición y desde su origen, se manifiesta en el intervalo, en esa hiancia que separa la articulación de la palabra. Es en ese intervalo y en esa hiancia donde se sitúa la experiencia del deseo, que primero se aprende como deseo del gran Otro, deseo materno, y es allí en su interior donde el sujeto tiene que ubicar su propio deseo. Entonces, en principio el deseo es deseo del Otro. 

Ante la presencia primitiva del gran Otro, opaco y oscuro, el sujeto está sin recursos. Está indefenso. La presencia primitiva del deseo del Otro es el fundamento de lo que el análisis ha situado como una experiencia traumática. En el seminario El Deseo y su Interpretación (1958-59) Lacan dice:
El se defiende contra ese desvalimiento, y con ese medio que la experiencia imaginaria de la relación con el otro le da, construye algo que es, a diferencia de la experiencia especular, flexible con el otro. Porque lo que el sujeto refleja, no son simplemente unos juegos de prestancia, no es su oposición al otro en el prestigio y en la finta, es él mismo como sujeto hablante, y es por esto que lo que yo les designo aquí como siendo ese lugar de salida, ese lugar de referencia por donde el deseo va a aprender a situarse, es el fantasma.
Así lo plantea Lacan. También dice:
un fantasma, […] es articulable en estos términos de referencia del sujeto como hablante al otro imaginario.
Entonces, el fantasma es una estructura simbólico imaginaria. Continuamos un poco más con Lacan.
[…] la función del fantasma como función de nivel de acomodación, de situación del deseo del sujeto como tal, y es precisamente por esto que el deseo humano tiene esa propiedad de estar fijado, de estar adaptado, de estar coaptado, no a un objeto, sino siempre esencialmente a un fantasma.
Hasta aquí en seminario El Deseo y su Interpretación. Este punto es importante, porque asociado y adaptado no a un objeto, sino a un fantasma, porque siempre la relación al Otro está mediada por un fantasma. No existe el Otro como objeto, Lacan no lo plantea así. Plantea la relación a un fantasma. El deseo es siempre deseo de otra cosa y:
[…] la situación del deseo está profundamente marcada, fijada, adherida a cierta función del lenguaje, a cierta relación del sujeto con el significante,
En el acto de hablar, Freud nos dice que el sujeto no sabe lo que hace. Dice Lacan:
El sujeto, […] va desde luego mucho más lejos que simplemente su palabra, […] su vida […] en tanto que tal, […] son acciones simbólicas ― […] están sujetas a registro […]
[…]a nivel del acto de la palabra, el código es dado por algo que no es la demanda primitiva, que es cierta relación del sujeto con esta demanda en tanto que el sujeto ha quedado marcado por sus avatares. Es eso que llamamos las formas orales, anales, y otras, de la articulación inconsciente.
O sea, por los tiempos de la pulsión.
La situación del sujeto a nivel del inconsciente, tal como Freud lo articula ― no soy yo, es Freud quien lo articula ― es que él no sabe con qué habla.
No sabe el mensaje de la respuesta que le llega a su demanda. La respuesta es un significante, es el falo, un significante privilegiado. Es el significante de la falta. El deseo es falta. Si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacerla, para completarla. Ubicar la estructura del deseo y la demanda, situar la posición del deseo, solo es posible por la operatoria con el significante. Si nos referimos a la cura, situar el deseo solo es posible con la operatoria con el significante. La clave es la relación del sujeto con el significante para operar en la clínica. 

Lacan nos muestra la noción del deseo, indicando que este aparece en cierto número de relaciones, en coordenadas. Nos dice que son interesante reconocerlas, ya que al no hacerlo el pensamiento se desliza siempre, se aferra en haras mal definidas. Y esto trae inconvenientes al analista en su interpretación. 

Lacan toma el texto freudiano de "Pegan a un niño" (1919) para mostrarnos a través de los pasos de la fantasía, la estructura del fantasma. Va a tomar esta fantasía que Freud encontró en la clínica para ubicar la estructura del fantasma.

En el texto freudiano, la representación de la fantasía "pegan a un niño" suele aparecer en pacientes neuróticos: histeria o neurosis obsesiva. Es una frase descolgada en relación a lo que se está trabajando en el análisis. Dice Freud:
la fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual. y como tal procura la satisfacción onanista. 
La frase descolgada es "se pega a un niño". Es imprecisa y el paciente no puede decir más nada. Solo puede decir que se pega a un niño.
La confesión de esta fantasía sólo sobreviene con titubeos; el recuerdo de su primera aparición es inseguro, una inequívoca resistencia sale al paso de su tratamiento analítico, y la vergüenza y el sentimiento de culpa quizá se movilizan con mayor vigor en este caso que a raíz de parecidas comunicaciones sobre los comienzos recordados de la vida sexual. 
Las primeras fantasías de este contenido, llamadas fantasías de paliza, suelen ubicarse antes de la edad escolar. El niño azotado, en efecto, nunca es el fantaseador. Si hubo maltrato en la infancia, no se arma este fantasma, esto plantea Freud en su texto. Dice algo así que no debieron ser pegados con maldad. 

Pegan a un niño es una fantasía en relación a un lugar de sometimiento. No es interpretable y se construye en la singularidad de cada cura. Freud quiso averiguar mucho más acerca de estas fantasías tempranas. 

Las fantasías de paliza tienen una historia que no es simple. Se constituye finalmente al cierre del Edipo, antes de la latencia. En los tiempos de constitución, se dan cambios en relación a  quién es el que pega, a quién es el o los pegados y si el placer es sádico o masoquista. Freud describe 3 momentos de la construcción de la fantasía que se da entre los 2 a los 4 o 5 años. Termina a los 5, al cierre del Edipo.
Para estudiar con mayor facilidad estas mudanzas en las fantasías de paliza, me permitiré circunscribir mis descripciones a las personas del sexo femenino, que por otra parte constituyen la mayoría en mi material.
[…] 
La primera fase de las fantasías de paliza en niñas tiene que corresponder, pues, a una época muy temprana de la infancia. En ellas hay algo que permanece asombrosamente indeterminable, como si fuera indiferente. La mezquina noticia que se recibe de las pacientes en la primera comunicación, «Pegan a un niño», parece justificada para esta fantasía. No obstante, hay otra cosa determinable con certeza, y por cierto siempre en el mismo sentido. El niño azotado, en efecto, nunca es el fantaseador; lo regular es que sea otro niño, casi siempre un hermanito, cuando lo hay. Puesto que puede tratarse de un hermano o una hermana, no es posible establecer un vínculo constante entre el sexo del fantaseador y el del azotado. Por tanto, la fantasía seguramente no es masoquista; se la Ihmiaría sádica, iicro no debe olvidarse que el niño fantaseador nunca es el que pega. En cuanto a quién es, en realidad, la persona que pega, no queda claro al comienzo. Sólo puede eumprobarse que no es otro niño, sino un adulto. Esta persona adulta indeterminada se vuelve más tarde reconocible de manera clara y unívoca como el padre (de la niñita). La primera fase de la fantasía de paliza se formula entonces acabadamente mediante el enunciado: «El padre pega al niño».*
 Niño lo coloca acá sin determinación de sexo. 
Dejo traslucir mucho del contenido que luego pescjuisaremos si digo, en lugar de ello: «El padre pega al niño que yo odio». En verdad podemos vacilar en cuanto a si ya a este grado previo de la posterior fantasía de paliza debe concedérsele el carácter de una «fantasía». Quizá se trate más bii'i) lie recuerdos de esos hechos que uno ha presenciado, de deseos que surgen a raíz de diversas ocasiones; pero estas dudas no tienen importancia alguna.

Entre esta primera fase y la siguiente se consuman grandes trasmudaciones. Es cierto que la persona que pega sigue siendo la misma, el padre, pero el niño azotado ha devenido otro; por lo regular es el niño fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer en alto grado y se ha llenado con un contenido sustantivo cuya derivación nos ocupará más adelante. Entonces, su texto es ahora: «Yo soy azotado por el padre». Tiene un indudable carácter masoquista. Esta segunda fase es, de todas, la más importante y grávida en consecuencias; pero en cierto sentido puede decirse de ella que nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir conciente. Se trata de una construcción del análisis, mas no por ello es menos necesaria. 
O sea que para que aparezca ahí "yo soy azotado", se trata de una construcción en el análisis. 
La tercera fase se aproxima de nuevo a la primera. Tiene el texto conocido por la comunicación de; his pacientes.
Es decir, esta versión es la que escuchamos en la clínica. 
La persona que pega nunca es la del padre; o bien se la deja indeterminada, como en la primera fase, o es investida de manera típica por un subrogante del padre (maestro). La persona propia del niño fantaseador ya no sale a la luz en la fantasía de paliza. Si se les pregunta con insistencia, las pacientes sólo exteriorizan: «Probablemente yo estoy mirando». En lugar de un solo niño azotado, casi siempre están presentes ahora muchos niños. Con abrumadora frecuencia los azotados (en las fantasías de las niñas) son varoncitos, pero ninguno de ellos resulta familiar individualmente. La situación originaria, simple y monótona, del serazotado puede experimentar las más diversas variaciones y adornos, y el azotar mismo puede ser sustituido por castigos y humillaciones de otra índole.
Vayamos ahora al punto 4. 
Si uno prosigue el análisis a través de esas épocas temprunwN ru (|uc se sitúa la fantasía de paliza y desde las cuales se la recuerda, la niña se nos aparece enredada en las excitaciones (le su complejo parental.

La niña pequeña está fijada con ternura al padre, quien inobablemente lo ha hecho todo para ganar su amor, poniendo así el germen de una actitud de odio y competencia hacia la madre, una actitud que subsiste junto a una corriente de dependencia tierna y que puede volverse cada vez más intensa y más nítidamente conciente a medida que pasen los años, o motivar una ligazón amorosa reactiva, hipertrófica, con aquella. Ahora bien, la fantasía de paliza no se anuda a la relación con la madre. Están los otros hijos, de edad apenas mayor o menor, que a uno no le gustan por toda clase de razones, pero principalmente porque debe compartir con ellos el amor de los padres, y a quienes, por eso, uno aparta de sí con toda la salvaje energía que la vida de los sentimientos posee en esos años. Si hay un hermanito menor (como en tres de mis cuatro casos), se lo desprecia además de odiarlo, y encima hay que ver cómo se atrae la cuota de ternura que los padres enceguecidos tienen siempre presta para el más pequeñito. Pronto se comprende que ser azotado, aunque no haga mucho daño, significa una destitución del amor y una humillación. ¡Tantos niños se consideran seguros en el trono que les levanta el inconmovible amor de sus padres, y basta un solo azote para arrojarlos de los cielos de su imaginaria omnipotencia! Por eso es una representación agradable que el padre azote a este niño odiado, sin que interese para nada que se haya visto que le pegaran precisamente a él. Ello quiere decir: «El padre no ama a ese otro niño, me ama sólo a mí». 
Vean como Freud la va construyendo.
Este es entonces el contenido y el significado de la fantasía de paliza en su primera fase. Es evidente que la fantasía satisface los celos del niño y que depende de su vida amorosa, pero también recibe vigoroso apoyo de sus intereses egoístas. Por eso es dudoso que se la pueda calificar de puramente «sexual»; pero tampoco nos atrevemos a llamarla «sádica».
Un poco más adelante en el texto, dice: 
Los seres humanos que llevan en su interior esa fantasía muestran una particular susceptibilidad e irritabilidad hacia personas a quienes pueden insertar en la serie paterna; es fácil que se hagan afrentar por ellas y así realicen la situación fantaseada, la de ser azotados por el padre, produciéndola en su propio perjuicio y para su sufrimiento.
Por ejemplo en un trabajo, alguien que ocupe ese lugar de autoridad. Ser afrentado por el otro, en este caso, se debe a este fantasma. Esto da una base de cómo el sujeto se relaciona con las figuras de autoridad. Esto no se queda en la infancia, sino que se pone en juego en toda relación con alguien de autoridad. 

En el punto 6, Freud hace un breve recorrido.
Resumo los resultados: la fantasía de paliza de la niña pequeña recorre tres fases; de ellas, la primera y la última se recuerdan como concientes, mientras que la intermedia permanece inconciente. Las dos concientes parecen sádicas; la intermedia —la inconciente— es de indudable naturaleza masoquista; su contenido es ser azotado por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la conciencia de culpa. En la primera y tercera fantasías, el niño azotado es siempre un otro; en la intermedia, sólo la persona propia; en la tercera —fase conciente— son, en la gran mayoría de los casos, sólo varoncitos los azotados. La persona que pega es desde el comienzo el padre; luego, alguien que hace sus veces, tomado de la serie paterna. La fantasía inconciente de la fase intermedia tuvo originariamente significado genital; surgió, por represión y regresión, del deseo incestuoso de ser amado por el padre.
O sea, quedaría entre amado y pegado.
Dentro de una conexión al parecer más laxa viene al caso el hecho de que las niñas, entre la segunda y la tercera fases, cambian de vía su sexo, fantascántlosc como varoncitos.
Llegamos hasta aquí con el texto de Freud.  Sobre este texto, Lacan va a sentar las bases para trabajar el fantasma. Lo seguiremos viendo la próxima vez.

viernes, 10 de enero de 2020

Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan (5)


Por Enric Berenguer

Ir a la primera parte de Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan (1)

Identificación y significante amo
Ampliación de perspectiva
En el año 1969, Lacan aporta una formalización nueva de la cuestión de la identificación.
De esta forma, se alcanza una definición general de la identificación, que sirve para una gran variedad de modalidades y tipos. Pero hay un cambio, o una ampliación, de la perspectiva. Hasta ahora, habíamos visto que la base conceptual para pensar la identificación era el lenguaje, o la relación del sujeto con él.

Desde este momento, Lacan establece un marco más general, que supone el lenguaje, lo incluye, pero que incorpora algo más. Se trata del concepto de discurso. Con la idea de discurso, Lacan se refiere a algo que siempre estuvo presente en el trasfondo de su enseñanza, desde la época en que estaba más próximo en algunos aspectos a C. Lévi-Strauss (aunque hay que subrayar que nunca hubo entre ellos una coincidencia completa).

Los antropólogos, Lévi-Strauss por ejemplo, trataban de reconstruir lo que sería como un universo de lenguaje a través de los mitos de una sociedad determinada (en este caso una sociedad de las llamadas “exóticas”).

Se trataba de un universo cuyos puntos de referencia eran los elementos significantes de un conjunto estructurado de narraciones que constituían la cultura de aquel pueblo, las cuales ordenaban y daban sentido a toda una serie de aspectos de la vida individual y colectiva de las personas.

La idea de discurso es una forma de trasladar esto (con modificaciones) a cualquier sociedad.

Pero las modificaciones son muy importantes: a diferencia de lo que ocurre en los esquemas lévistraussianos, donde se plantea un universo fijo y no se tienen cuenta sus cambios, las tensiones que en él existen y la variabilidad de la posición del sujeto respecto de dicho universo, Lacan considera cuatro modalidades fundamentales de discurso, que coexisten en una formación cultural determinada (aunque uno de ellos pueda ser el predominante en un ámbito dado) y que suponen una relación distinta del sujeto con los elementos fundamentales de la estructura del discurso.

Para dar cuenta al mismo tiempo de una constancia de la estructura y de una variabilidad de sus concreciones, Lacan idea un sistema de cuatro discursos que se construyen haciendo girar cuatro elementos en torno a cuatro posiciones fijas.

Hay una disposición de los elementos que podemos llamar la básica o fundamental, que lleva el nombre de Discurso del Amo. La necesidad de sintetizar nos impedirá referirnos a las otras modalidades del discurso: Universitario, Histérico y, finalmente, el del Psicoanálisis.

Nos referiremos al Discurso del Amo por dos motivos: en primer lugar, porque es el discurso fundamental, equivalente al del inconsciente mismo, y también porque contiene la fórmula de la identificación que queremos comentar.

Para hablar del Discurso del Amo es necesario referirse, al menos sumariamente, al significado de sus distintos componentes, así como al de la estructura de cuatro lugares por los que estos elementos “giran”.

Antes de entrar en la descripción de los elementos de la estructura del discurso, diremos algo sobre la manera en que la fórmula de la identificación se inserta en el interior de la estructura del discurso:

La identificación es articulada fundamentalmente como la relación entre el sujeto y un “significante amo”, que es simbolizado mediante la notación simbólica S1.

La relación de identificación se simboliza poniendo al sujeto, simbolizado por $, debajo del significante amo:
(S1/$)
Es una forma gráfica de representar una relación de sometimiento. Esta connotación de la identificación está presente en la forma en que Lacan tiene de concebirla a partir de la teoría de los cuatro discursos.

Este aspecto resulta particularmente útil cuando se trata de pensar toda una serie de cuestiones relativas a la identificación que se sitúan entre el dominio de lo individual y el de lo colectivo.

Identificación y dominación
Hay toda una serie de cosas que nos pueden mostrar fácilmente hasta qué punto la cuestión de la identificación y la de la dominación van unidas. Podemos poner muchos ejemplos, algunos referidos a la vida individual y otros referidos a la vida colectiva.
Empezaremos por lo primero.

Hay un aspecto en la crisis de la adolescencia que se puede describir, al menos en parte, como un proceso de rebelión.

Una de las formas más certeras de pensar esta rebelión es precisamente en términos de una conmoción de toda una serie de identificaciones fundamentales.

En muchas ocasiones, el joven se siente particularmente incómodo con todo aquello que los padres le suponen, es decir, con todo aquello que lo identifica para sus padres.

Esto puede llegar en algunos casos a un verdadero rechazo de ciertas señas de identidad, referidas tanto a lo que él es para los padres como a lo que define a ese pequeño universo que es su familia.

A veces serán necesarios años para que el individuo, ya adulto, se reconcilie con algunas de esas señas de identidad que en su día tuvo que poner en cuestión, y muchas veces las recuperará con un cariño teñido de nostalgia.

Y en esta recuperación de sus padres se incluye también alguna forma de consentimiento a aquello que lo sitúa en un cierto linaje, en la historia de una familia.

La rebelión del joven puede entenderse, pues, como el rechazo, la puesta en cuestión de algunos significantes amo, en particular los ligados a la familia, a los padres. La reconciliación del adulto, por el contrario, supone un consentimiento a someterse, aunque de una forma mitigada, a esos mismos significantes amo.

En el terreno colectivo, la cosa resulta evidente en cuanto nos la planteamos en los términos adecuados.

Por ejemplo, es fácil comprobar que toda reivindicación nacionalista supone el rechazo de algún significante amo.

El nacionalismo español dice a los vascos que son españoles, o sea, les impone como una evidencia que se identifiquen a ese significante, diciéndoles qué es lo que en verdad son, lo quieran o no lo quieran.

En cuanto al nacionalismo vasco, rechaza esa identificación y le opone otra. Y podemos ver cómo en su forma de escribir la historia hay un rechazo deliberado, una ignorancia voluntaria de todas aquellas cosas que tenderían a mostrar que, al fin y al cabo, los vascos tienen una relación con lo español mucho mayor de la que quisieran tener. No plantemos que unos tengan más razón que los otros, sólo mostramos que está en juego una discusión sobre significantes amo.

Idea clave 19
En todo debate político, la cuestión de los significantes amo es crucial. Se trata de significantes que no funcionan tanto por su significación, que en el fondo es siempre vaga, como por su papel de punto de referencia constante de un discurso.

Muchas veces, los significantes amo de un discurso político son reforzados con ritos y símbolos. De ahí la parafernalia que suele rodear a grandes palabras como “la nación”: declaraciones solemnes, conmemoraciones, banderas enormes. Todo ello refuerza el valor de aquello que se quiere sostener como una especie de punto cardinal de cierto universo discursivo.

Otros ejemplos clásicos nos muestran que en todo proyecto político está en juego la sumisión a algún significante amo que se propone a un conjunto de sujetos para que se identifiquen con él. Y cuando se trata de un cambio particularmente significativo, como aquellos que han tenido lugar en la historia en forma de revoluciones, se trata del abandono de una serie de significantes amo para adoptar otros.

Así, por ejemplo, en el paso del Antiguo Régimen a las formas modernas de nación, se trataba de la recusación de una serie de significantes encarnados en la institución de la monarquía.

En el Antiguo Régimen, los súbditos del rey de Francia no hubieran encontrado mucho sentido a discutir sobre su pertenencia o no a una nación francesa.

Su principal identificación políticamente hablando, era la de súbditos del rey, identificación que estaba complementada luego por las pertenencias de cada cual.

Pero la destrucción del vínculo de la sumisión feudal no se llevó a cabo sin la promoción de una identidad distinta, que queda sintetizada en tres palabras que tuvieron un gran peso a lo largo de todo el proceso revolucionario: “ciudadano”, “francés” y “nación”.

Desde entonces ha estado claro que todo proyecto político exige la promoción de algún vínculo social basado, fomentado o reforzado por la identificación con un número reducido de significantes amo.

Tanto es así, que la filosofía política se plantea en la actualidad cómo reactualizar los discursos políticos para que sigan siendo eficientes en un mundo en el que la definición de nación ya no puede funcionar tan eficazmente como antes.

Muchos teóricos constatan la imposibilidad de renunciar a ese significante, uno de los pocos capaces de crear ciertos mínimos de solidaridad, y el hecho de que su sentido ya no es el mismo que antaño.

La filosofía política, pues, estudia entre otras cosas el manejo de los significantes amo para conseguir que un número de sujetos consientan ser representados por ellos.

Por supuesto, la humanidad no ha esperado a la filosofía política ni al psicoanálisis para saberlo, aunque sin formulárselo necesariamente de una forma tan explícita.

Pero no deja de ser interesante comprobar de qué forma la filosofía política toma conciencia del gran papel de determinados significantes amo: se sabe que encarnan ficciones, pero nadie ha encontrado hasta ahora la forma de prescindir de ellos, pues en su ausencia (ausencia que en el fondo siempre es temporal y relativa, porque hay una tendencia a reinstaurarlos o sustituirlos por otros no menos poderosos) se ponen en juego fuerzas disgregadoras muy peligrosas.

La pregunta que se formulan mucho politólogos es cómo se puede definir la nación de una forma que sea:

  • Lo suficientemente ambigua para que no se pague un precio demasiado elevado en exclusión
  • Lo suficientemente “clara” y cerrada como para que los sujetos se identifiquen con ella y se sometan en un grado suficiente como para cumplir con sus “deberes ciudadanos” (obedecer, pagar impuestos, etc.)

Como es fácil comprobar, estas dos exigencias se oponen, de manera que la política, en el sentido actual de la palabra, supone estar haciendo constantemente equilibrios entre ambos extremos.

Hay un aspecto más de la relación entre identidad colectiva y sumisión que tendremos en cuenta antes de concluir este apartado.

En la política de las identidades, si se nos permite usar esta expresión con fines de síntesis, existe un discurso de liberación en lo que se refiere a la lucha entre una identidad propuesta y otra identidad que se rechaza.

Pero, invariablemente, si se consideran las cosas desde el punto de vista del interior del grupo, cuando más se refuerza una identidad en su lucha por imponerse, mayor suele ser el precio de sumisión que se exige pagar a sus miembros.

Como se comprueba constantemente en contextos en los que compiten una serie de identidades, como cuando existe un determinado grado de multiculturalidad, los individuos se ven sometidos a presiones para hablar, comportarse de una determinada manera, etc., con exclusión de otras formas de hablar, de comportarse…

Finalmente, diremos que el hecho de situar a la identificación en el interior de una estructura de discurso, que contiene más elementos, supone, por un lado, reconocer su importancia central como eje orientador, tanto para el sujeto como para un colectivo; pero, por otra parte, supone reconocer que no se trata de un mecanismo que actúe aislado, sino que está en relación con otras funciones que también se encuentran incluidas en el discurso.

Saber y goce
Las otras dos funciones fundamentales incluidas en la estructura del discurso son el saber y el goce.

Es fácil comprobar que todo discurso político, cultural, identitario, incluye, junto a las identificaciones que lo orientan, una serie de elaboraciones que se pueden relacionar con la función del saber, en el sentido amplio que le da Lacan, a partir de la definición del inconsciente como saber (Freud hablaba de “pensamientos inconscientes”).

Pero en el discurso que define a un determinado estado de la cultura, existe tanto la función de saber en este sentido amplio que acabamos de mencionar (lo que los significantes configuran por su acumulación y las relaciones discursivas que establecen entre sí) como la función del saber en sentido más concreto.

Y esto es así en una infinidad de cosas, que van desde grandes cuestiones relativas a las formas de satisfacción prohibidas o estrictamente reguladas (por ejemplo, el alcohol en el Islam, las múltiples obligaciones y restricciones del Judaísmo, las del Catolicismo, que se han ido moderando, etc.) hasta pequeños detalles que constituyen elementos que no por ser discretos son negligibles en la composición de ese universo que es una cultura determinada, pequeños detalles que tienen que ver con la alimentación, formas de divertirse, etc.

Volviendo al campo de la política, es obvio que no hay ningún programa nacionalista que deje de valorizar esos pequeños detalles de la vida cotidiana, como todo aquello que rodea a la cocina, o la música, elevándolos a la condición de una filosofía de la vida, una forma de ser única.

Por supuesto, esto es cierto relativamente, pero la cuestión es hasta qué punto se convierte en algo idealizado, hipertrofiado, cultivado como una forma de disfrutar de las cosas de la que un grupo humano es el único partícipe posible. Y pasa de ser un medio (para disfrutar de la vida) a ser un fin (disfrutar sólo de una forma de vida e ignorar las otras, incluso rechazarlas).

Ahora bien, lo que a nosotros nos interesa destacar es que estas formas de saber que regulan la relación con diversas modalidades de satisfacción introducen una nueva función del discurso, cuya estrecha relación con las otras dos que hemos aislado (significante amo y saber) trataremos de poner de manifiesto brevemente.

Esta nueva función del discurso la hemos introducido ya mediante esa palabra, “disfrutar”, que nos lleva desde el saber hasta la satisfacción.

Nos referimos a una función ambigua, pues en ella es prácticamente imposible distinguir entre la regulación propiamente dicha y una capacidad para la creación discursiva de una forma de satisfacción “nueva”.

Esta función, en la que se anudan la regulación de la satisfacción con la producción de formas de satisfacción, es la que Lacan sitúa forjando un concepto, “plus de goce” inspirado en el concepto marxista de plusvalía.

De la misma forma que el dispositivo capitalista crea valor mediante una serie de operaciones, el discurso, aunque no lo parezca, también está produciendo algo, y lo que produce es satisfacción (y ello con independencia de las relaciones variadas que cada sujeto, en cada momento de su vida, pueda tener con esa forma de satisfacción creada).
Por poner un ejemplo en el que la lógica del funcionamiento del discurso confluye con la del funcionamiento del dispositivo capitalista, podemos referirnos a todo lo que rodea a determinados objetos emblemáticos como los jeans.

Dicho sea de paso, ponemos este ejemplo para trascender algunas de las connotaciones demasiado elevadas que a veces rodean a lo que está en juego cuando se piensa a partir de la noción freudiana de “sublimación”.

Los jeans, objeto nada sospechoso de sublime, están asociados, para empezar, con una serie de señas de identidad cuyo origen es norteamericano, aunque se han convertido en símbolos transculturales de la juventud.

Pero la cultura de los jeans está asociada con ciertas restricciones en la satisfacción oral, por ejemplo, dado que es una ropa que resalta los valores de la delgadez. Por otra parte, el uso de unos jeans, de una marca determinada, la que en cada momento sea erigida por la moda como representante emblemático del “jeans ideal”, se convierte en una satisfacción en sí mismo.

Obviamente, esta satisfacción es de origen discursivo, porque un joven traído de alguna remota región del mundo que no comparta esa cultura no tendrá acceso a esa forma de satisfacción.

Y a la inversa, una vez dicho joven haya sido aculturado como resultado de su contacto con otros, tendrá acceso a esa satisfacción particular. Quizás ahora ese joven, justificando su sumisión a la nueva cultura dominante, guste de pensar en que antes se estaba perdiendo esta forma de disfrute.

Lo cual, sin embargo, es una ilusión a posteriori, porque por definición si no compartía en absoluto el discurso en cuestión (cosa casi imposible, por otra parte, debido a los medios de comunicación) aquella forma de satisfacción no podía faltarle, puesto que no tenía la menor idea al respecto.

Vemos que en toda la gama de cosas que quedan agrupadas bajo la denominación de una identidad, las formas de satisfacción siempre cumplen un papel, unas veces prominente, otras veces discreto, pero siempre esencial.

Así, en todo proceso por el que un sujeto consiente o accede a una identidad, hay algún papel desempeñado por una forma de satisfacción que compartirá con sus supuestos iguales: gusto por una forma de hablar (desde la lengua nacional hasta una jerga especial, como la de los jóvenes de una determinada clase), una forma de comer, de divertirse, etc.
Vemos, pues, la utilidad de incluir esta función del plus de goce en la estructura del discurso en lo que se refiere a dar cuenta de los fenómenos relativos a la identidad.

Si nos hubiéramos conformado con destacar en todo esto el fenómeno de la identificación, planteada como una relación de sumisión (consciente o inconsciente) a un significante, hubiera pasado inadvertida la importancia que adquieren ciertas formas de goce en la configuración del universo que constituye una cultura dada (ya sea la de los jeans, la de los sijks, los musulmanes, los gay, los okupas.

Al tener en cuenta esta importancia, que en muchas ocasiones es enormemente visible, vemos que si bien la identificación, en lo que tiene de mecanismo más radical y profundo, tiene siempre como base material la relación del sujeto con el significante, para constituir el marco completo de aquello de lo que hablamos cuando nos referimos a la identidad se requiere un marco de referencia más amplio.

Idea clave 20
Este marco de referencia es el del discurso, que además de la función del significante aislado que hemos llamado significante amo, incluye la función del saber (en el sentido más amplio, como el conjunto de discursos concretos que, como un gran enjambre, constituyen un telón de fondo en la vida de todo sujeto inmerso en una cultura) y también, una regulación de las formas de satisfacción que, al mismo tiempo que introduce ciertas limitaciones, da lugar a formas de satisfacción que son inéditas precisamente porque son de naturaleza discursiva.

Todo esto está resumido en la escritura por parte de Lacan de lo que él llama el discurso del amo, cuyos elementos son:

  • S1: Significante amo, polo de la identificación.
  • S2: Saber, definido como cualquier significante o cadena de significantes que se añade, que viene a sumarse, a explicar o simplemente a suceder en el discurso al S1 para darle sentido, y que, por otra parte, participa en la construcción elaborada discursivamente de una forma de vida.
  • a: Plus de goce: modalidad de goce que está hecha de una combinación de limitaciones y creaciones de formas de goce, o sea, algo de lo que el saber anteriormente definido se dedica con particular énfasis.
  • $: Sujeto dividido, que en la forma fundamental del discurso, la del discurso del amo, está situado debajo del S1, consintiendo en la medida que sea a ser representado por él mediante alguna forma de identificación, en lo que es un sometimiento estructural cuyas manifestaciones empíricas son muy variadas.

Fuente: Enric Berenguer, "Identidad, identificación y lazo social. La enseñanza de Lacan"

lunes, 28 de octubre de 2019

Una Rayuela del Seminario III

El analizante presenta, al inicio, una cadena asociativa en la cual caben ciertas posibilidades: si se trata de un discurso muy impregnado de lo religioso católico, el suicidio generalmente no aparece como opción (hasta el cuerpo le pertenece a Dios), la rebelión y el libre albedrío serán elementos que eventualmente habrá que construir. ¿Y cuáles son las escenas en las que el sujeto se reconoce? un idealismo asfixiante, la exigencia de perfección, la culpa, el masoquismo, el sometimiento. ¿Y cuáles serán intervenciones posibles? Oportunamente será cuestión de introducir a San Agustín y su vida “disipada” antes de ascender a la Santidad, o hablar de Jesús mostrando su temor en el Monte de los Olivos…

Un analizante con síntomas depresivos y una estructura histérica de tipo melancólico tenderá a interpretar todas las situaciones en sintonía con su ubicación como poco valioso. ¿Qué hay de tentador allí? Intervenir mediante intervenciones que apuntan a sostenerlo, ensalzarlo…Sin embargo, lo que se ve en la clínica es que si bien hace “sentir mejor” al paciente, eso no lo convierte en analizante de su estructura. ¿Acaso un punto de identificación para sostener a algún ser amado que se refugiaba en la cama? ¿Acaso pudiera ser el único modo de poder compartir algo con ese alguien? O tal vez podamos pensar que transitar el mismo camino del Otro, aún su suicidio, puede ser la única respuesta que alguien encuentra para responder a la pregunta de ¿qué sentía mi papá? 

Si en las psicosis el delirio es legible, en las neurosis el inconsciente es interpretable, descifrable como un lenguaje, al modo de un jeroglífico. Tanto en la neurosis como en las psicosis hay una continuidad en el sentido que en ambas se pasea el significante, pero en forma regulada en la neurosis mientras que en las psicosis se lo encuentra paseándose solo. Por ende, la metodología de acceso, la técnica analítica es absolutamente diferente en un caso y en el otro.
Porque podemos “psicotizar” a alguien…

Fua Puppulo, Violaine. (2012). Rayuelas Lacanianas. Buenos Aires. La Docta Ignorancia Ediciones.

miércoles, 19 de junio de 2019

Mecanismo y etapas de la trata de personas.

Como decíamos anteriormente la trata de personas es un proceso que implica: el ofrecimiento, la captación, el traslado y la recepción o acogida de personas con fines de explotación. En este apartado analizaremos cada una de esas instancias:

Ofrecimiento y captación
La forma más usual utilizada para la captación de víctimas es el engaño. Siempre se realizan ofertas laborales que son engañosas en cuanto a su naturaleza o a sus condiciones que dan inicio a la explotación.

En el caso particular de la trata de personas con fines de explotación sexual, también puede suceder que otro modo de captación sea el secuestro; el engaño, con ofertas de trabajos en:
- casas de familia como empleadas domésticas,
- como niñera al cuidando niños/as o de ancianos/as,
- como meseras o empleadas/os en algún comercio.

En los casos de engaño, los/as reclutadores/as utilizan distintas estrategias. Sin embargo, en todos los casos, les prometen buena paga y la posibilidad de mejorar sus vidas y las de sus familias rápidamente. Puede ser que actúen en pareja y simulen ser un matrimonio, a veces utilizando niños/as para generar confianza en las mujeres y sus familias y hacer creer que el ofrecimiento de trabajo como niñera o empleada doméstica es genuino.

Otra modalidad común, es la realización de un casting en la zona elegida para la captación. La convocatoria se hace mediante la publicación de avisos clasificados, afiches en la vía pública o publicidad en alguna radio o televisión local con promesas de trabajo.

Otra de las caras del engaño que utilizan los tratantes para el reclutamiento de mujeres es el “enamoramiento”, simulando una relación sentimental con la finalidad de explotarlas. Incluso en algunos casos los proxenetas llegan a tener hijos/as con ellas para consolidar el vínculo sentimental y continuar coaccionando a las víctimas. Esta modalidad “del enamoramiento” también puede utilizarse para captar jóvenes varones. Suele ser frecuente que quienes son explotadas sexualmente sean obligadas a reclutar a otras mujeres bajo coacción. Según un informe de la OIM, Organización Internacional para las Migraciones, “los regentes de los prostíbulos amenazan a las mujeres con dañar a su familia en su lugar de origen si no regresan o si lo hacen con menos chicas de las encargadas” (ver nota).

En la trata con fines de explotación laboral, generalmente el engaño no se vincula con el tipo de trabajo a realizar en el destino. Las personas saben que trabajarán en talleres de costura, campos, etc. Lo que es engañoso son las condiciones en que se realizarán esos trabajos. Los salarios prometidos no son tales, las condiciones de vivienda son precarias e indignas, la alimentación es escasa y descontada del supuesto salario, el mal trato y las amenazas son muy frecuentes.

Lo que tienen en común ambos tipos de trata, es que el trabajo ofrecido por el reclutador/a siempre está disponible en otro lugar (pueblo, región, provincia o país) y la futura víctima deberá trasladarse para obtenerlo.

El traslado
La trata implica el traslado de las personas a un lugar diferente del que viven. El traslado puede ser interno, hacia el interior de las fronteras del país o hacia otros países.

Las redes de trata tienen un denominador común: el país de origen es en general más pobre que el de destino. En estos casos las víctimas se encuentran en un país extranjero, donde no conocen las leyes, y se encuentran sin su documentación y en condiciones de vulnerabilidad.

Cuando una persona es tratada con fines de explotación sexual dentro de un mismo país, también se la lleva a otras localidades y se la rota e intercambia de sitio a través de un sistema denominado de plazas.

En cuanto a la trata laboral, el traslado generalmente es hacia otras provincias con condiciones de trabajo indignas. Los tratantes suelen justificar estas condiciones como pautas culturales propias de las víctimas, cuando no son más que la violación de sus derechos fundamentales.

El traslado dentro del territorio nacional o internacional, tiene como finalidad fortalecer el control de los tratantes sobre la persona por varios motivos:
1. Porque la/el reclutadora/r suele facilitar a la víctima el dinero o los medios para el traslado y retenerle la documentación, generándole una deuda.
2. Porque el traslado y la distancia aíslan a la víctima de las redes sociales conocidas a las que puede recurrir.
3. Porque es más difícil localizarlas en el proceso de investigación y búsqueda.
4. Porque la víctima desconoce sus derechos y los organismos de asistencia en los lugares de destino.

Los gráficos siguientes muestran el trazado de los corredores por los que más frecuentemente circulan las personas desde el lugar de captación hacia el de recepción o destino. En el primer caso, los corredores señalados se inician en los países limítrofes.


En el caso siguiente se observan los corredores, desde otros países de América.


Recepción o acogida
Una vez que la víctima ha sido trasladada al lugar de destino para su explotación es recibida por un intermediario o por quien será finalmente su explotador, formando esta situación otro eslabón del “circuito” de la trata.

Cuando hablamos de trata de personas es importante reforzar la idea de que las personas no son mercancías. Las personas no pueden ser compradas y vendidas, ni despojadas de sus derechos, identidad, dignidad y voluntad para ser sometidas a explotación y violencia.

Entonces, los eslabones del circuito de la trata de personas son
  • Ofrecimiento y captación.
  • Traslado 
  • Recepción y acogida.
Nota: Organización Internacional para las Migraciones (OIM) “Estudio exploratorio sobre Trata de Personas con fines de explotación sexual en Argentina, Chile y Uruguay”. Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ,2006 disponible aquí.
Fuente: INAP, "CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE TRATA DE PERSONAS"

Próxima entrada sobre este tema: Actores de la trata de personas.

jueves, 28 de marzo de 2019

El obsesivo y el amor.


Elina Wechsler
El obsesivo se defiende encarnizadamente con sus síntomas del dolor, del amor. Sufre de deseos que lo obsesionan y tiene terror a esos mismos deseos.

Enredado en su jaula narcisista, pretende un control total a partir de su Yo; la pretensión ilusoria, forzada e imposible de controlar y manejar los hilos de la escena deseante de su –o de sus– mujeres.
No puede perder a ninguna, porque cualquier pérdida lo remite a la castración, a un desfallecimiento de su imagen narcisista. De allí su carácter anal, retentivo, en relación al objeto. De allí su afán de controlarlo todo, especialmente a su objeto amoroso.

Su pregunta esencial es: ¿Estoy vivo o muerto? En la modalidad activa, las grandes hazañas yoicas, las necesarias demostraciones de potencia sexual con las mujeres, son un intento de sentirse vivo. Dar prueba de que está vivo en la proeza del sexo. En la modalidad pasiva, “el muerto” gana la partida y el enganche a la mujer es sólo burocrático, cuando lo hay. 
Tanto en la histeria como en la obsesión el goce inconsciente en juego es de carácter narcisista. Pero mientras en la histeria se expresa en la alienación al deseo del Otro –la histérica está a merced del deseo del otro para colmar imaginariamente su falta– el obsesivo se retrae, se aísla emocionalmente para defenderse. Padece de su pensamiento. Se acantona en sus rumiaciones. Preso de la idealización de sí mismo, cuando en la vida amorosa debe tomar una decisión, se escabulle, anulando la pérdida y la ganancia.

El obsesivo siempre está psíquicamente en lucha para no ser sometido por el padre o sus representantes: el jefe, el suegro, el colega.
Curiosamente, tal como puntualiza Freud en un pie de página de su texto “Análisis terminable e interminable”, muchos obsesivos terminan siendo sometidos no por hombres sino por sus mujeres.

lunes, 14 de enero de 2019

Definiciones y alcances de la trata de personas ¿Qué es la trata?

La trata de personas es un delito y una violación a los derechos humanos. Según la Ley 26842 (Argentina) de Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas, se entiende por trata de personas al proceso que implica: el ofrecimiento, la captación, el traslado, la recepción o acogida de personas con fines de explotación, ya sea dentro del territorio nacional, como desde o hacia otros países.

Es importante reforzar la idea de que la trata de personas es un delito con aristas complejas, que generalmente se produce siguiendo un mecanismo determinado, que atenta contra la libertad y la dignidad de las personas, lo que conlleva la violación de los derechos humanos. También nos parece importante aclarar antes de seguir adelante, el concepto de explotación. Hablamos de explotación concretamente cuando:

  • se reduce o mantiene a una persona en condición de esclavitud o servidumbre, bajo cualquier modalidad;
  • se obliga a una persona a realizar trabajos o servicios forzados;
  • se promueve, facilita o comercializa la prostitución ajena o cualquier otra forma de oferta de servicios sexuales ajenos;
  • se promueve, facilita o comercializa la pornografía infantil o la realización de cualquier tipo de representación o espectáculo con dicho contenido;
  • se fuerza a una persona al matrimonio o a cualquier tipo de unión de hecho;
  • se promueve, facilita o comercializa la extracción forzosa o ilegítima de órganos, fluidos o tejidos humanos.

En el año 1949, la Organización de Naciones Unidas adopta el Convenio para la Represión de la Trata de Personas y la Explotación de la Prostitución Ajena. La ratificación de este convenio por parte de la Argentina en el año 1957, fortalece la posición abolicionista de nuestro país.
En el año 2002 la Argentina ratificó el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, especialmente mujeres y niños, que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional.
En concordancia con estos Convenios y Protocolos, se promulgó la ya citada Ley 26364, que permitió incorporar el delito de Trata de Personas al Código Penal de la Nación. De este modo, nuestro sistema legal queda dotado de un marco preventivo, represivo y asistencial, para hacer frente al delito con el fin de erradicarlo.
La Ley 26842 promulgada el 27 de diciembre de 2012 fue un gran acierto, especialmente en su artículo 2° que elimina la necesidad de acreditar los medios comisivos para demostrar la existencia del delito de Trata de Personas aún en el caso de las víctimas mayores de edad. Es decir que, cuando la víctima de trata sea mayor de 18 años, ya no es necesario probar que existió engaño, fraude, violencia, amenaza o cualquier medio de intimidación para obtener su consentimiento.
La ley establece que el consentimiento dado por la víctima de trata y explotación de personas NO IMPLICA que se le quite la responsabilidad penal, civil o administrativa a los autores, partícipes, cooperadores o instigadores de este delito.

¿Qué implica esto?
Determinar que se configura el delito de trata de personas sin hacer referencia a los medios comisivos supone considerar que algunas formas de explotación son coercitivas por su propia naturaleza. Por lo tanto, toda defensa o alegación del consentimiento por parte de la víctima carece de valor.

El hecho de que una persona sea consciente y hasta llegue a prestar su consentimiento ante el delito de trata y explotación, no modifica su condición de víctima.

El hecho de que una persona sea consciente de que está siendo empleada en prostitución o en cualquier tipo de comercio sexual, de que es considerada como un objeto de intercambio que genera ganancias para los explotadores o en uso de trabajos forzosos (en campos, textiles, ladrilleras, etc.) no modifica su condición de víctima. Esto es así, ya que aún consciente de la naturaleza de su trabajo, la persona que se convierte en víctima puede:
  • haber sido engañada en las condiciones de la “oferta laboral” (como sucede en casi la totalidad de los casos),
  • hallarse bajo amenaza (en forma directa o a través de su familia) y, fundamentalmente,
  • la “oferta laboral” se le pudo haber presentado en concordancia con su situación de vulnerabilidad.
¿Quiénes pueden ser víctima del delito de trata de personas?
Puede verse afectada por este delito cualquier persona que este atravesando distintas situaciones de vulnerabilidad que la hagan pasible de ser víctima.
Las personas que son captadas por las redes de trata, en su gran mayoría, provienen de provincias o ciudades que presentan grandes dificultades o apremios económicos y que han visto vulnerados sus derechos básicos una y otra vez a lo largo de su historia.
La condición económica es uno de los factores más importante entre las víctimas, pero hay otros factores.
Entre ellos:
  • la mercantilización de las personas y el gran negocio económico que promueve este delito,
  • las desigualdades de género, la violencia y la demanda del hombre que paga por sexoen el caso de la trata con fines de explotación sexual,
  • la falta de acceso a la salud y a la educación,
  • la connivencia de diferentes funcionarios, fuerzas de seguridad, jueces,
  • la xenofobia, el racismo y la discriminación al migrante, cualquier discriminación hacia la diversidad sexual.
Estos múltiples factores, que pueden estar interrelacionados, facilitan que este delito se lleve a cabo. En este sentido, cabe destacar que de las 6067 víctimas rescatadas desde la sanción de la Ley 26364 hasta el 31 de diciembre de 2013, se pudo comprobar entre otras cosas, lo siguiente:
  • Las víctimas mujeres explotadas en el comercio sexual (en cualquiera de sus formas), son muchas veces madres de varios hijos/as, cuyo progenitor ha abandonado su deber de manutención, por lo que deben afrontar la crianza, alimentación, vestimenta, educación, acceso a la salud y otras necesidades básicas a las que ellas mismas no pudieron acceder.
  • Las víctimas de género masculino también se comprueba a diario que la situación de vulnerabilidad se encuentra facilitada, entre otros factores, por la falta de oportunidades laborales, falta de acceso a la educación y a la salud y también la desigualdad de género. Generalmente se trata de familias numerosas que deben ser sostenidas económicamente por el hombre, ya que sus esposas son las encargadas del cuidado de los/as hijos/as y el hogar. Las situaciones descritas los tornan vulnerables al momento de aceptar propuestas laborales que son presentadas como “grandes oportunidades”, pero que se esfuman al arribar al lugar de destino, donde comienza la explotación sin ningún tipo de ganancia para quien se consideraba hasta ese momento un trabajador.
  • Las victimas transexuales, travestis y transgénero entre las principales condiciones de vulnerabilidad se encontrarían la falta de inclusión laboral de este colectivo y la falta de oferta de empleos de calidad.
Fuente: INAP, Curso "CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE TRATA DE PERSONAS"

Próxima entrada: Particularidades de la trata de personas con niñas, niños y adolescentes.