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viernes, 22 de agosto de 2025

El “Incidente Freud” y la centralidad de lo simbólico

El llamado “incidente” Freud —si puede nombrarse así el efecto de conmoción que produjo— puso en primer plano la eficacia simbólica. De allí que Lacan haya elegido como pilares de su “Retorno a Freud” un tríptico fundamental: La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con lo inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana. Estos textos muestran que el inconsciente se inscribe en un entramado simbólico legible, mientras que el efecto de sentido resulta un aspecto secundario.

Lo que Lacan denuncia en el contexto psicoanalítico de su tiempo es que ese valor de la eficacia simbólica había quedado opacado. La crítica central apunta a que el campo se había desplazado hacia lo imaginario, privilegiando sus taponamientos en detrimento de la potencia del significante.

El “Retorno a Freud” se define, entonces, como la recuperación del resorte simbólico en la manifestación del inconsciente, entendido éste como aquello que se hace presente en la palabra, en su discontinuidad.

Avanzando por esta senda freudiana, aunque con desarrollos propios, Lacan señala que en cierto punto emerge un obstáculo para la cura. Allí aparecen las resistencias —no sólo las imaginarias que dependen del analista— y la reacción terapéutica negativa. Dicho obstáculo se despliega, en última instancia, en el campo de la transferencia.

Esta dimensión inercial del hablante se revela en los límites de lo que la palabra puede articular, especialmente en sus bordes. Y es precisamente allí donde Lacan sitúa la originalidad freudiana: el recurso a la letra. En el rebus, en esa escritura que organiza al texto inconsciente, se localizan los puntos de fijación que marcan los lugares en los que el inconsciente se inscribe y puede ser leído.

martes, 19 de agosto de 2025

Más allá del Padre: la nominación en el cruce de RSI

Una vez establecida la distinción entre lo serial, lo modal y lo nodal —un recorrido que a Lacan le tomó décadas— se abre la posibilidad de precisar la diferencia entre el inconsciente como suposición y el inconsciente como ex-sistencia. Esta diferencia se vincula estrechamente con la pregunta por aquello de real que hay en el inconsciente, es decir, lo que a él le ex-siste.

Considerar a lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario como categorías implica introducir entre ellos una medida común, de modo que ninguno queda jerárquicamente por encima del otro. Lacan subraya que se trata de letras, y en tanto tales habilitan a pensarlas como modalidades de la nominación. Entre este seminario y Le sinthome explora, al menos, tres posibilidades.

Ex-sistencia corresponde al agujero propio de lo real; consistencia al del imaginario; e insistencia al del simbólico. Pero también podemos pensarlo en paralelo con otro tríptico freudiano: inhibición, síntoma y angustia. Lacan enlaza ambos conjuntos y sostiene que RSI son los Nombres del Padre, aunque la misma afirmación podría hacerse de inhibición-síntoma-angustia.

La pregunta crucial sigue siendo la función del cuarto. Lacan la rastrea en Freud, en la realidad psíquica y en la referencia edípica, y apuesta a que ese cuarto término permita a la nominación dar un paso más allá. Con ello abre un margen característico de la praxis analítica: servirse del Padre para atravesarlo, ir más allá de él.

Tal vez sea este mismo movimiento el que lo conduzca, ya en el Seminario 23, a plantear otras dos vías posibles de la nominación: el coloreado o una cuarta consistencia. Su inclinación, sin embargo, apunta hacia esta última, pues lo decisivo en estas modalidades es el estatuto de la diferencia que trazan.


viernes, 4 de julio de 2025

¿Hay articulación entre la Identificación primaria y represión primaria?

La hipótesis freudiana sobre el carácter traumático de ciertas cantidades de energía que irrumpen en el aparato psíquico plantea, de forma inevitable, la cuestión de la diferencia entre lo exterior y lo interior. Quizás esta distinción representa un verdadero impasse en el pensamiento freudiano.

En cierto modo, Freud ofrece una resolución parcial de este problema desde muy temprano: si el exceso energético proviene del exterior, el aparato responde mediante la huida. El obstáculo aparece cuando esta huida se revela ineficaz. Allí Freud formula una pregunta clave, tan concisa como decisiva: “¿De qué modo se entrama lo pulsional con la compulsión de repetición?”.

La articulación entre pulsión y compulsión de repetición no solo desplaza la repetición más allá del automaton simbólico; también deslocaliza el trauma, alejándolo de la mera contingencia empírica. En este marco, la sexualidad humana se revela estructuralmente traumática, no por las vicisitudes particulares de cada biografía, sino por la participación misma de la pulsión en su constitución.

Como se indica en la Conferencia XX, La vida sexual de los seres humanos, para los sujetos hablantes, la sexualidad no se organiza en torno a la reproducción, sino al goce. Esta desnaturalización señala el lugar donde la represión primaria deja su marca inaugural: no hay relación natural con la sexualidad, sino estructura de pérdida y borde.

A medida que Freud da creciente preeminencia al punto de vista económico, se observa una cierta toma de distancia respecto de las perspectivas dinámica y descriptiva del inconsciente. Este viraje no implica un abandono de dichas vertientes, sino una reconfiguración lógica necesaria para articular la pulsión con el inconsciente, aún cuando Freud mismo advierte que la oposición entre inconsciente y conciencia no resulta operativa para pensar la pulsión.

Es precisamente esta vía la que lo conduce a formular el concepto de represión primaria, operación inaugural que delimita un borde y posibilita la constitución del inconsciente. Sin embargo, este desplazamiento suscita —al menos para mí— una pregunta que se impone con fuerza: ¿es posible establecer una consistencia conceptual y clínica entre la identificación primaria y la represión primaria?

jueves, 19 de junio de 2025

El punto donde se entrama historia y estructura

El paso desde la dimensión lenguajera del inconsciente hacia su estructura discursiva implica un tránsito fundamental en psicoanálisis: del nivel de la materialidad significante como causa, hacia la especificidad de sus condiciones lógicas. Esta transformación se inscribe en el abordaje mismo del sujeto, tal como lo plantea Lacan, quien se ve llevado a precisar cuáles son las condiciones significantes que posibilitan el advenimiento del sujeto a la existencia.

Este movimiento de formalización se expresa claramente en el pasaje desde el esquema L a sus antecedentes lógicos: el esquema Rho y el L “simplificado”. Esta última denominación puede parecer irónica si no se advierte que la simplificación es respecto del esquema L tradicional. En efecto, en este esquema “simplificado” faltan los vectores direccionales, y lo que prima es su estructura combinatoria: el orden de los términos en su pura disposición.

Lacan, con esta operación, pone el acento en dos aspectos centrales. Por un lado, subraya el valor estructurante de una sintaxis, lo que desplaza el foco hacia la lógica combinatoria de los elementos. Por otro lado, muestra que el lugar del sujeto en el campo del Otro no se define solamente por un significante que lo represente, sino también por el plano imaginario que lo sostiene como fondo o plafond.

Uno de los aspectos más relevantes que emerge de esta formalización es la definición del Otro como lugar. Lacan se aleja aquí de una concepción euclidiana del espacio, para proponer en “La subversión del sujeto...” que el Otro debe pensarse como “sitio más bien que espacio”. Esta definición encierra una apuesta clave: disociar al Otro, en tanto lugar estructural, de sus imaginaciones especulares.

No obstante, esta distinción no anula el dato clínico de que, para operar, ese lugar requiere ser encarnado por alguien. Es en ese punto preciso donde la estructura se enlaza con la historia: la formalización lógica del Otro como sitio se intersecta con la inscripción empírica del Otro en la vida del sujeto.

jueves, 5 de junio de 2025

Dos concepciones del saber en relación a lo real

Si pensáramos lo simbólico como una operación que “coloniza” progresivamente lo real —tomando cada vez un campo más amplio de él—, nos ubicamos en una concepción del saber cercana a la propuesta de Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas. Allí, el saber se concibe como una serie de paradigmas que se suceden, cada uno superando e integrando al anterior. En este modelo, el saber avanza acumulativamente, y lo simbólico parece absorber paulatinamente lo real, reduciendo su opacidad a medida que progresa.

Sin embargo, existe otra perspectiva radicalmente distinta: pensar que lo simbólico, al incidir sobre lo real, no simplemente lo captura o lo traduce, sino que lo funda. Es decir, produce algo nuevo, algo que no existía antes, más allá de una mera nominación. Esta forma de concebir la relación entre saber y real se alinea con el gesto inaugural de Freud al fundar el psicoanálisis. Como lo subraya Lacan en Posición del inconsciente: “el inconsciente de antes de Freud no es pura y simplemente”.

Esta afirmación implica que es el acto freudiano, su posición, lo que da lugar a una existencia lógica inédita. No se trata de que Freud haya descubierto algo que ya estaba ahí esperando ser encontrado, sino que su intervención simbólica funda un nuevo orden de sentido. Es el Otro —como lugar estructurante— quien pone en acto la potencia creadora de lo simbólico, otorgando existencia a lo que antes no la tenía en términos lógicos.

Desde esta perspectiva, el saber —en particular el saber inconsciente— no se construye sobre la base de un progreso lineal, sino a partir de rupturas y discontinuidades. El inconsciente, como saber no sabido, obtiene su estatuto precisamente al quebrar la noción clásica de que todo saber, por definición, debe ser consciente o conocido.

miércoles, 4 de junio de 2025

El inconsciente y la letra: más allá de lo psíquico

Quisiera comenzar con una pregunta que, lejos de ser retórica, organiza todo este planteo: ¿es posible subsumir el inconsciente dentro del campo de lo psíquico? La respuesta, desde la lectura que propongo, es rotundamente no. Uno de los desarrollos que más claramente pone en evidencia esta imposibilidad se encuentra en los seminarios 20 al 22 de Lacan.

En esos seminarios, Lacan aborda el inconsciente desde el sesgo de la escritura, y desde allí puede afirmar que el inconsciente "converge entre lo modal y lo nodal". Según la RAE, "converger" implica coincidir en una misma posición frente a algo debatido, o también acercarse a un punto límite. En este marco, lo modal (las modalidades del decir) y lo nodal (los puntos de anudamiento estructural) funcionan como coordenadas donde se hace posible delimitar un fallo, una falla estructurante. De ahí que Lacan recurra a la escritura.

Lo escrito es definido por él como algo “peliagudo”, es decir, complejo, difícil de resolver. Incluso, siguiendo a María Moliner, algo apresurado o precipitado. Parte de esta dificultad radica en que un escrito no está hecho para ser leído, una idea que Lacan ya venía trabajando desde la publicación de sus Écrits. Si no es para leer, entonces ¿para qué es?

Para situar un lazo. Lo escrito sirve para ubicar al inconsciente como texto, como estructura de letra, dado a leer. Este lazo entre la letra y la escritura, que no está exento de complicaciones, funda el campo del decir en psicoanálisis. Apostar a llevar lo escrito al decir no es un mero juego formal: se trata de una apuesta clínica, una pregunta vigente en ese momento de la obra de Lacan: ¿es posible un decir que saque al sujeto de la necedad?

La necedad, en este contexto, no es una contingencia que sobreviene: el inconsciente la implica, porque arrastra consigo lo imposible de escribir. Por eso, la necedad no es simplemente ignorancia, sino una negativa a saber, un no querer saber de lo imposible, o incluso un no querer saber ese imposible.

Y frente a ese imposible, lo psíquico no puede más que aparecer como un entramado ficcional, solidario de lo que Lacan llamó, con una expresión bellísima, las ficciones de la mundanidad.

viernes, 30 de mayo de 2025

El síntoma como nombre del goce

Desde los primeros desarrollos de Freud, el síntoma se distingue de la inhibición. Mientras esta última se vincula con el yo (moi) y se inscribe en el registro imaginario, el síntoma no es un asunto del yo, sino la manifestación de un conflicto que involucra la satisfacción pulsional. Por eso, en el síntoma siempre hay algo del goce en juego.

Esta compleja relación entre el goce y el síntoma fue central en la enseñanza de Lacan, quien introdujo el concepto de nominación para abordarla. El síntoma no se limita a señalar una falla, sino que también intenta responder a ella, incluso si no lo logra. Es decir, el síntoma implica estructuralmente una falla, una falta de armonía entre el cuerpo y la satisfacción.

Freud ya lo anticipaba al describir al síntoma como “extraterritorial” respecto del yo: algo que no pertenece del todo, un elemento extraño. Lacan retoma esta idea para sostener que el síntoma anuda al cuerpo algo exterior, un goce que no le es natural. En esta insistencia por lo espacial –extraterritorialidad, exterioridad– se capta la dimensión de lo real: el síntoma es índice de lo que no anda.

Pero que el síntoma anude, no significa que civilice. El goce, en tanto exceso, ex-siste al cuerpo y al sentido. Y en ese sentido, el síntoma no se reduce a una categoría psicopatológica. No es un error del sistema, sino un modo en que el sujeto sostiene un lazo con lo real. De ahí que Lacan afirme que no hay sujeto sin síntoma, más allá de cualquier diagnóstico clínico.

¿Y la nominación? Entra en juego a través de la función del Nombre del Padre. No hay inconsciente sin esa operación simbólica que anuda, y es en ese punto donde se establece la consistencia estructural entre síntoma e inconsciente. Nominar el goce es una manera de amarrarlo, de darle una forma –aunque siempre parcial– a aquello que desborda al cuerpo.

martes, 27 de mayo de 2025

El análisis y la división del sujeto: hacia el atravesamiento del fantasma

Un análisis implica ir más allá de los velos del fantasma para situar la división del sujeto como su nudo fundamental. En este recorrido, la escisión subjetiva asume distintos estatutos: desde su dependencia del fading significante hasta lo real de su opacidad.

En Posición del inconsciente, Lacan plantea una serie de tesis sobre la relación entre el sujeto y el Otro. Allí, el inconsciente se define como un corte en acto entre ambos campos, lo que permite pensar su estructura en términos topológicos. Esto lleva a considerar tres aspectos cruciales: la relación entre el inconsciente y el cuerpo, los anudamientos que lo sostienen y su vínculo con la pulsión.

Dentro de este marco, el operador transferencial del deseo del analista resulta central en la cura, ya que permite la entrada en juego del objeto a en la transferencia. En un momento lógico posterior, el analista encarna este objeto, haciendo semblante del mismo. Dicho objeto, en la cura, remite a una posición subjetiva dentro del fantasma y se inscribe como consecuencia de un corte fundante en la constitución del sujeto.

La cuestión central que se plantea en este proceso es: ¿cómo se estructura un agujero? Esta pregunta articula la división del sujeto, la caída del objeto y la constitución de la estructura del fantasma. Así, el análisis transcurre a través de una serie de pasos que hacen posible el acceso al fantasma como respuesta al enigma del deseo del Otro, condición necesaria para su atravesamiento.

En este recorrido, la responsabilidad del analista es decisiva: debe acomodarse a la singularidad del sujeto en cada sesión, aún cuando pueda dar la impresión de tratarse del mismo cada vez. Es esta escucha atenta la que posibilita que el análisis conduzca al sujeto hasta el límite donde el deseo y su estructura pueden ser leídos en su dimensión más radical.

jueves, 22 de mayo de 2025

El inconsciente como conjunto abierto: del discurso del Otro a la imposibilidad de la escritura

En un primer momento, Lacan aborda el inconsciente desde su estructura lenguajera, es decir, como una red simbólica articulada que remite al aforismo central: el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Esta concepción permite pensar al inconsciente como lugar donde operan las leyes del significante, de la metáfora y de la metonimia.

En una segunda etapa, su lectura se desplaza: el inconsciente es pensado desde la lógica del discurso, ya no solo como estructura, sino como posición dentro de una historia. El discurso implica la presencia del Otro, y con él, la medida fálica, la sexuación, el goce y los lazos sociales. El inconsciente aparece así como efecto de discurso, sostenido por el campo del Otro.

Sin embargo, Lacan introduce luego una torsión conceptual: un regreso crítico a su punto de partida, para releer el inconsciente desde el lugar de la letra y la escritura, más allá del discurso. Surge entonces una pregunta clave: ¿qué vela el inconsciente como discurso del Otro? La respuesta es que, en tanto discurso, enmascara lo que del inconsciente ex-siste como imposible: su dimensión de letra, de cifra, de resto inasimilable.

Desde esta perspectiva, el inconsciente acarrea una imposibilidad de escritura que no puede ser contenida por el discurso. Para formalizar esta imposibilidad, Lacan se apoya en un recurso lógico: la teoría de conjuntos. Es allí donde conceptualiza la sexuación como partición disyunta, sin correspondencia biunívoca entre los conjuntos “hombre” y “mujer”. No puede establecerse una función de correspondencia entre ellos, lo cual se formaliza en su célebre enunciado:

No hay relación sexual.

Esta imposibilidad no es biológica, sino lógica: el significante no puede saberse ni totalizarse a sí mismo. Por eso, hombre y mujer no son esencias, sino significantes, valores sexuales dentro del discurso. Entre ellos, la proporción fracasa, y en el lugar donde no hay lazo posible, el fantasma y el síntoma operan como suplencias estructurales, anudamientos precarios que permiten a cada quien sostenerse frente a la falta.

Decir que no hay relación sexual significa que el significante es, por estructura, incompleto e inconsistente: no puede cerrarse sobre un universo pleno de sentido. No hay “todo” que lo organice sin resto. Por eso, el inconsciente se define como conjunto abierto, estructuralmente vinculado a lo femenino, en tanto modalidad del no-todo.

En contraste, el discurso del Otro propone ficciones totalizantes, ofreciendo una ilusión de completud que responde más a las demandas de la mundanidad que a la lógica del deseo.

lunes, 12 de mayo de 2025

La estructura del discurso y la repetición: del significante al goce

El psicoanálisis, como lo plantea Lacan, se inscribe entre los discursos posibles. En tanto estructura, el discurso excede el ámbito de la palabra: no se agota en el habla individual, sino que articula relaciones fundamentales que derivan de la estructura del lenguaje y que se rigen por la lógica de lo necesario. Esto implica que la castración no puede pensarse únicamente en términos de su operación dentro del complejo de Edipo. Más allá de este, la castración se revela como una función de nudo, soporte de una estructura subjetiva marcada por el efecto de desaparición (afánisis) que el significante impone al sujeto.

A partir de los seminarios XVI a XVIII, Lacan desplaza su elaboración hacia una lógica más formal. Las operaciones que describe ya no se reducen a la dinámica del significante tal como aparecía en el esquema Rho, sino que se inscriben en el horizonte de la escritura. En este marco, el conocido aforismo “el inconsciente es el discurso del Otro” adquiere una nueva dimensión: no se trata solamente de una secuencia significante, sino de una estructura que se sostiene por relaciones estables entre posiciones.

El discurso, en este sentido, es uno de los pilares del mundo, según afirma Lacan, porque ofrece relaciones constantes. Así, por ejemplo, en toda estructura discursiva:

  • El lugar del agente se sostiene sobre el de la verdad;

  • El lugar de la producción se articula con el del Otro.

Tomemos como caso paradigmático el discurso del Amo, al que Lacan asocia con el discurso del inconsciente. Allí, la intervención del S1 sobre el conjunto de S2 produce un doble efecto:

  1. Se genera un sujeto dividido, efecto del corte producido por el significante amo.

  2. Se produce un resto: el objeto a, irreductible y no simbolizable.

Este pasaje del Nombre del Padre desde el lugar de saber (S2) al lugar de mando (S1) permite pensar cómo la castración se inscribe como condición estructural. En el plano simbólico, el conjunto se instituye por la exclusión de un elemento; el sujeto mismo se inscribe como el lugar de esa exclusión, en la posición del conjunto vacío. Pero no se trata sólo de una lógica simbólica: también está en juego el cuerpo, comprometido en una economía política del goce.

Esta economía implica una repetición que excede al significante: lo que se repite es del orden del goce, y no se reduce a lo simbólico. Entonces, ¿qué es lo que se repite? No simplemente una cadena de significantes, sino una pérdida estructural, una imposibilidad fundamental que se hace cuerpo. Es la repetición de un goce imposible, el intento de suturar una falta que retorna siempre bajo una nueva forma.

sábado, 10 de mayo de 2025

El padre y la inconsistencia de la verdad

El sujeto es inseparable de una aporía estructural que afecta al Otro como campo y conjunto. Esta falla fundamental hace indispensable la presencia de un sostén, algo que venga a suplir aquello que carece de referente.

Este problema involucra los límites de lo significantizable, lo que lleva a Lacan a reformular su concepción del orden simbólico. Para ello, inicia un cuestionamiento al principio de identidad, siguiendo el camino abierto por Frege, con el fin de formalizar las condiciones lógicas del inicio, tanto de la serie significante como de la posibilidad misma de la existencia. Si se pone en duda el principio de identidad, es porque el sujeto hablante lo pierde al someterse al lenguaje, lo que lo obliga a identificarse. Así, surge una posible respuesta a la pregunta: ¿para qué se necesita un Padre?

Lacan mantiene una clara apoyatura freudiana, aunque sus herramientas conceptuales sean distintas. Freud ya había abordado esta cuestión al afirmar que el inconsciente admite la contradicción, lo que implica aceptar un orden insensato y la imposibilidad de una verdad absoluta.

Los recursos matemáticos y lógicos de Lacan le permiten situar esta contradicción en el centro de la paradoja de Russell, en la que ninguna respuesta es completamente adecuada.

La paradoja de Russell es una paradoja lógica descubierta por Bertrand Russell en 1901. Surge en el contexto de la teoría de conjuntos y plantea un problema sobre la auto-referencia en los conjuntos. Supongamos que existe un conjunto R definido como el conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos. La paradoja es que:

- Si se pertenece a sí mismo, por su propia definición, no debería estar en R.

- Pero si  R no se pertenece a sí mismo, entonces, según la definición de R, debería estar en R.

Esta paradoja mostró que la teoría de conjuntos desarrollada por Frege tenía problemas fundamentales, lo que llevó posteriormente a desarrollar sistemas más estrictos.

Lacan usa esta paradoja para mostrar que en el inconsciente hay una estructura similar: un punto de inconsistencia donde el sujeto no puede representarse completamente dentro del lenguaje. Es decir, el sujeto no puede ser al mismo tiempo el que se nombra y el que es nombrado sin generar un cortocircuito lógico. Esto cuestiona la idea de un Padre como garante absoluto de la verdad y la identidad.

¿Cómo se relaciona esto con el Nombre del Padre? Tanto Freud como Lacan, en sus primeros desarrollos, sitúan al Padre en el campo de la verdad, como su sostén y garantía de consistencia. Sin embargo, al cuestionar el principio de identidad, se abre una fisura en la verdad, que deja de ser absoluta y se vuelve no-toda. Esto impacta directamente en la operación paterna, que queda afectada por una insuficiencia estructural, más allá de cualquier contingencia histórica.

martes, 8 de abril de 2025

La escritura como borde: una lógica de la praxis analítica

Una de las controversias centrales en torno a la orientación de la práctica analítica gira en torno a cómo delimitar lo real, entendido como impasse. Se trata, en efecto, de una pregunta por su conceptualización. Lo real se define en su desajuste con lo simbólico, como una inconsistencia que adviene como borde, no como una sustancia previa o independiente. En este sentido, no se trata de un “antes” de lo simbólico —con lo cual se correría el riesgo de reducirlo a lo meramente biológico—, sino de un después, de un efecto topológico que emerge a partir del límite del campo simbólico.

Así, lo real se litoraliza: aparece como la franja que separa lo simbolizable de lo que escapa a toda simbolización. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis se distingue de otras terapéuticas, precisamente porque hace de ese límite su campo de intervención.

Es en este contexto que Lacan introduce la escritura como un recurso privilegiado. No como una técnica decorativa o metafórica, sino como una respuesta práctica a los límites del significante. Desde allí se hace posible una reelaboración de conceptos fundamentales: la interpretación, el síntoma, la transferencia, el inconsciente y el Nombre del Padre.

En el Seminario 18, Lacan se pregunta por la función de la escritura. La indagación no es abstracta: se apoya, entre otras cosas, en su lectura de la escritura china, donde el trazo cobra primacía sobre la significación. Lo que interesa no es tanto lo que el trazo quiere decir, sino su potencia de aislamiento, su capacidad de marcar un borde. Es esa función la que permite separar al rasgo de toda idealización, inscribiendo así un litoral entre el significante y lo que queda fuera de él.

En este punto, Lacan es contundente: “el discurso del analista no es sino la lógica de la acción”. La escritura, entonces, no remite al registro de lo dicho, sino a una operación que produce efectos en lo real. El discurso analítico se constituye como un artefacto, una construcción formal solidaria de lo escrito, más que de lo enunciado.

Ahora bien, la escritura no se opone a la palabra, sino que se desprende de ella como su consecuencia lógica. La palabra funda: inaugura al sujeto en su relación con la verdad. Pero esa verdad, para advenir, requiere no sólo de quien habla, sino de un Otro que la escuche, que la sostenga. El Otro no sólo interpreta: nombra. Reconoce, da lugar, acusa recibo. Es por esta función de la palabra que el significante se inscribe en el Otro como lugar.

De allí se desprende la escritura, en tanto precipitación de esa operación simbólica originaria. En el célebre pasaje de La instancia de la letra, Lacan define a la letra como la estructura localizada del significante. Localizada, es decir, encarnada en un espacio: el Otro. Por eso, la letra no es lo mismo que el significante. Es su borde, su soporte, su huella; allí donde el sujeto, dividido, encuentra un anclaje más allá de la cadena significante.

domingo, 6 de abril de 2025

El acceso a lo real: del significante a la escritura

El psicoanálisis se instituye como el discurso que posibilita el alojamiento del sujeto del inconsciente, efecto mismo de la palabra. Sin embargo, este ser hablante encierra una paradoja: aunque su existencia está ligada al lenguaje, hay en él algo que resiste su tramitación, algo que escapa a su influencia terapéutica.

La pregunta clínica que se impone entonces es: ¿cómo acceder a aquello del inconsciente que se enlaza con lo real?

Lacan traza un recorrido para abordar el orden simbólico desde distintos planos. En un primer momento, encuentra una referencia en la antropología estructural de Lévi-Strauss, pero posteriormente la abandona en favor de la lingüística de Saussure, lo que le permite trabajar con un orden simbólico desligado de cualquier referencia antropomórfica.

El concepto de significante que extrae de esta lingüística resulta un instrumento fecundo para explorar la frontera entre lo simbólico y lo imaginario. Sin embargo, pronto se revela insuficiente para dar cuenta de la aporía que se traza entre lo simbólico y lo real. Ante esta dificultad, Lacan introduce un nuevo movimiento teórico que le permite abordar lo real como imposible, recurriendo a la lógica de Gottlob Frege.

A partir de La identificación, Lacan encuentra en Frege una referencia clave para pensar el inicio de una serie: la serie numérica en Frege y la serie significante en Lacan, pero desconectada de su efecto de sentido. Este desplazamiento le permite trascender los impasses que el planteo mítico freudiano introducía, llegando incluso a definir dicho planteo como un enunciado de lo imposible.

La apuesta de Lacan es ir más allá del enunciado: mediante la escritura, intenta formalizar ese imposible que está en juego. Es decir, su propósito no es simplemente formular el mito, sino trazar una vía lógica que permita un acceso a lo real, más allá del fantasma.

viernes, 28 de marzo de 2025

El Inconsciente y su corte

El inconsciente, en su dimensión más radical, no se define por un atributo, ni siquiera por su negación. Más allá de las ficciones que buscan darle consistencia al Otro, Lacan lo aborda en su relación con lo real.

Freud introduce un corte fundamental al acuñar el inconsciente como concepto, delimitando así un campo clínico hasta entonces inexistente. Como señala Lacan: “El inconsciente de antes de Freud no es, pura y simplemente”. Esta operación de escritura redefine el territorio del psicoanálisis.

A su vez, el inconsciente puede entenderse como un efecto del lenguaje, un proceso de desnaturalización que posibilita la existencia de un cuerpo. En este sentido, el significante actúa como la causa material (Aristóteles) del inconsciente.

Lacan transita un camino que va desde la estructura del inconsciente como lenguaje, pasando por su emplazamiento en el discurso del Otro, hasta destacar su dimensión real: la sexualidad y la incidencia de la pulsión. De allí deriva la necesidad de un abordaje topológico del inconsciente, donde el tiempo se presenta en dos dimensiones: lógica y pulsátil, conjugando apertura y cierre. Esta dinámica establece las coordenadas de la transferencia, entendida como la temporalidad del corte.

Es este carácter del inconsciente el que distingue al psicoanálisis como “una terapéutica que no es como las demás”, tanto en sus medios como en sus fines. En el Seminario 11, Lacan formaliza el fin del análisis como un corte que rompe con las ilusiones del campo del ideal, dando lugar a una nueva comprensión del proceso analítico.

La discontinuidad del inconsciente: entre el amor y la pulsión

En la reelaboración del inconsciente freudiano y su expansión hacia el modelo lacaniano, Jacques Lacan establece una distancia —más que una oposición— entre el amor y la pulsión. A partir de ello, plantea un inconsciente que trasciende el amor, situándolo en la dimensión del discurso. El inconsciente, entendido como el discurso del Otro, se inscribe en el ámbito de la verdad y su correlato transferencial: el Sujeto supuesto al Saber.

Sin embargo, cuando se aborda el inconsciente más allá del amor, se revela su vínculo con lo real. En este nivel, emerge la necesidad de una demostración, ya que la palabra se muestra insuficiente ante la incidencia de un indecidible. Aquí, el correlato transferencial adopta la forma de la posición del analista como semblante del objeto a.

Independientemente de esta diferencia de perspectivas, el inconsciente se manifiesta como una discontinuidad, ya sea en forma de vacilación o de certeza. Esta discontinuidad contrasta con la idea del Uno como totalidad, ubicándose en el ámbito de lo discreto: un uno contable, resultado del corte, que imposibilita cualquier síntesis. Su fundamento radica en lo diferencial del rasgo unario.

En este contexto, la vacilación remite a la presencia y ausencia, es decir, al dominio de la historia y la diacronía. En cambio, la certeza se relaciona con una escritura de la falta, lo que permite a Lacan inscribir el inconsciente en la sincronía a través del “concepto de la falta”.

jueves, 27 de marzo de 2025

Causalidad y real

Desde sus primeras formulaciones, Lacan aborda el problema de la causalidad en psicoanálisis en diálogo con Freud. A lo largo de su desarrollo teórico, su enfoque lo lleva a articular la causa con el inconsciente, estableciendo un ensamblaje entre este último y lo real.

La inclusión de lo real en la causalidad psicoanalítica se debe a que la causa no implica un cierre ni una totalización. En cambio, se enlaza con la hiancia, una brecha ontológica que marca una discontinuidad esencial. De este modo, la causa no puede pensarse en términos de falta, ya que esta supone una estructura organizada alrededor de lo que podría completarse. En lugar de eso, la causa se vincula con lo que no hay, desafiando la idea de una relación lineal entre causa y efecto. Sin esta hiancia, la causa quedaría reducida al determinismo.

Desde esta perspectiva, la causa en psicoanálisis no responde a un principio de racionalidad, sino que está ligada a una vacilación del sentido, quedando asociada a la indeterminación. Como señala Lacan:

"El inconsciente nos muestra la hiancia por donde la neurosis empalma con un real; real que puede muy bien, por su parte, no estar determinado".

El inconsciente se estructura como un corte en acto, delimitando el campo del sujeto y el campo del Otro a través de la función topológica del borde. La neurosis, en este contexto, opera como una cicatriz, una sutura que cubre el corte con una estructura ficcional, tramando un relato que intenta dar cuenta de lo que no cesa de no escribirse.

Desde esta formulación, Lacan distingue dos dimensiones en la estructura del inconsciente:

  1. El entramado significante, que se articula con la verdad.
  2. Su ex-sistencia, es decir, aquello que queda sin realizarse, marcando la presencia de lo real en la estructura psíquica.

viernes, 7 de marzo de 2025

Lectura e inconsciente: ¿descubrimiento o creación?

¿Una lectura solo revela lo que ya estaba presente o puede, en cambio, dar lugar a algo que no tenía existencia previa? Este interrogante trasciende ampliamente cualquier dimensión meramente gnoseológica. Si la interpretación es una operación de lectura, entonces esta cuestión plantea el problema de la posibilidad de lo nuevo.

En Posición del inconsciente, Lacan aborda esta problemática a través de una serie de afirmaciones sobre el inconsciente. Una de ellas sostiene que el inconsciente es un concepto que se "forja" sobre un "rastro", en donde rastro y lenguaje quedan anudados en su dimensión topológica y escritural.

El lenguaje deja un rastro, una marca en el cachorro humano que, a partir de la latencia que determina, implica una pérdida fundante y un vaciamiento. Esta marca inicial, que aún no es un rasgo unario, constituye la impronta de la pérdida, estableciendo así al inconsciente como un efecto del lenguaje.

Esta afirmación podría parecer evidente, pero su verdadero alcance se revela con la siguiente tesis: “El inconsciente de antes de Freud no es pura y simplemente”. Es decir, la lectura freudiana no fue simplemente una interpretación más precisa de algo ya existente pero oculto, sino que fundó algo nuevo, alterando el régimen de causalidad. En este punto, la noción de "forjar" resulta clave: el rastro emerge del lenguaje, pero es a través del Otro que el inconsciente se constituye.

Por lo tanto, el inconsciente freudiano no es un descubrimiento de algo preexistente, sino el resultado de una lectura que no solo lo delimita, sino que también lo establece. No se trata de una mera descripción de lo ya dado, sino de una operación que modela y fragua.

viernes, 21 de febrero de 2025

Lo Traumático y el Inconsciente: La Huella de lo Irrepresentable

En el psicoanálisis, lo traumático se aborda a partir de la incidencia de lo económico en el sujeto hablante. Freud plantea la pregunta fundamental: ¿cómo retorna lo traumático? Hablar de trauma implica ya un intento de tramitación, que Diana Rabinovich vincula, en el contexto del Seminario 10 de Lacan, al significante de la falta en el Otro. Este significante escribe un componente económico despojado de cualidad y representación.

En "El hombre Moisés y la religión monoteísta", Freud afirma: Los traumas son vivencias en el cuerpo propio o bien percepciones sensoriales, las más de las veces de lo visto y oído…. Aquí se destacan dos elementos clave:

  1. El cuerpo como superficie donde irrumpe lo traumático.
  2. La asociación del trauma con restos pulsionales, específicamente vinculados a lo escópico y lo invocante.

Estos desarrollos determinan dos líneas sobre el estatuto del inconsciente:

  • Todo lo reprimido es inconsciente, situando el inconsciente en el plano de la existencia.
  • No todo lo inconsciente es reprimido, abriendo el sesgo hacia la ex-sistencia, donde el inconsciente conecta con lo real.

Freud establece un vínculo entre el inconsciente y el componente económico de lo traumático, mostrando que el inconsciente no se limita a lo representacional. A través del concepto de lo arcaico, Freud introduce un saber originario olvidado por el adulto. Para Lacan, este saber se inscribe como una huella o marca, donde el olvido es el efecto de un retorno al fundamento.

La pregunta de Freud se dirige hacia lo transmisible: ¿cómo se transmite aquello que carece de representación y no entra en el saber? En última instancia, este interrogante subyace al problema central de la formación del analista. Es decir, ¿cómo puede formarse alguien para operar en un campo definido por lo irrepresentable, por el trauma y sus efectos en el sujeto?

jueves, 16 de enero de 2025

Del abandono de la hipnosis a la praxis analítica: La construcción del inconsciente en Freud

Freud inicia su abordaje del psiquismo mediante la hipnosis, pero pronto encuentra un límite que lo obliga a dejarla de lado. Este abandono no fue un simple problema de profundidad, sino que respondió al descubrimiento de algo que la hipnosis no podía abordar.

Primero, Freud adopta el método catártico, hasta que finalmente establece la regla de la asociación libre, fundando así los principios que especifican el campo de la praxis analítica. La hipnosis, aunque insuficiente, le permitió explorar el sistema inconsciente en sus dimensiones descriptiva y dinámica, revelando que una idea puede ser eficaz incluso sin estar disponible para el pensamiento consciente.

El paso decisivo fue conceptualizar el inconsciente como un sistema con una organización tópica. Freud caracterizó progresivamente las reglas que gobiernan esta "otra escena", ordenada por el proceso primario que sobredetermina el discurso del analizante. Este proceso, a su vez, planteó un obstáculo que justificó, en retrospectiva, el abandono de la hipnosis.

En la praxis analítica, Freud descubrió dimensiones clínicas resistentes al lenguaje, un terreno donde lo económico cobra protagonismo. Este ámbito especifica lo traumático desde un sentido estructural, desvinculado de lo meramente vivencial. Lo traumático, según Lacan, se entrelaza con la sexualidad, en tanto la pulsión participa en su dinámica.

Así, el abandono de la hipnosis se puede interpretar como parte de una orientación de Freud hacia una perspectiva sincrónica. Esto situó la clínica no sólo en relación con el recuerdo, sino también, y fundamentalmente, frente a lo imposible de recordar.

miércoles, 15 de enero de 2025

La Función de Nudo en la Teoría Lacaniana: Castración, Significante y Posición Subjetiva

En la enseñanza de Lacan, el concepto de nudo no depende exclusivamente de lo borromeo. Más bien, se puede identificar una función de nudo que está intrínsecamente ligada a la serialidad de la cadena significante. Es decir, el nudo opera en el nivel del discurso y está articulado con la metáfora paterna como operación estructurante.

Esto se manifiesta claramente en el texto “La significación del falo”, donde se aborda el “complejo de castración inconsciente”. En este contexto, la castración se presenta como una función estructurante que trasciende las representaciones imaginarias, revelándose como un núcleo constitutivo de la posición subjetiva. Para Lacan, el falo, como significante, funciona como un punto de encrucijada dentro de este nudo.

El falo, en tanto significante, se activa a través de la operación de la castración, dejando de limitarse a la significación fálica como patrón de medida de los objetos. En cambio, establece una relación específica con el significante de una falta en el Otro. De este modo, la castración, como función de nudo, instala una posición subjetiva inconsciente que permite la identificación con el ideal del sexo.

En el inconsciente, el sujeto carece de una posición sexuada fija, ya que no se define ni como hombre ni como mujer. Por ello, hablar de “el sujeto” o “la sujeto” resulta impreciso desde esta perspectiva. Sobre este trasfondo, la castración opera como un mecanismo de tipificación mediante el cual el sujeto adopta semblantes que sostienen su posición sexuada. Esta posición, sin embargo, no es más que una respuesta y un arreglo frente a la anomalía velada por la castración.