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martes, 6 de mayo de 2025

Aportes de "El partenaire-síntoma" de Miller para el abordaje de las hipocondrías.

Jacques-Alain Miller no aborda directamente la hipocondría como entidad clínica, pero ofrece herramientas conceptuales que son muy fecundas para pensarla, sobre todo cuando la hipocondría es entendida como una fijación del goce en el cuerpo, sin mediación significante.

Miller retoma del Seminario 23 de Lacan (El sinthome) la idea de que el síntoma puede ser el modo singular en que un sujeto hace lazo con el Otro, incluso con su propio cuerpo.

En ese marco, plantea que el partenaire (que puede ser una persona, pero también el cuerpo mismo) puede ocupar la función de síntoma, es decir, de respuesta singular al goce que no se regula por el Otro del lenguaje.

En el caso hipocondríaco, el cuerpo aparece como partenaire-síntoma: un cuerpo que goza de sí mismo, fuera de la mediación simbólica, y que no responde al deseo del Otro, sino al goce del Uno (el goce autoerótico, real, no especular).

Una de las ideas centrales del curso es que, en la clínica contemporánea, el cuerpo aparece como soporte de un goce que no pasa por el significante. Este goce no se transmite por el Otro del lenguaje, sino que se experimenta como una inercia, como una perturbación interna, imposible de compartir.

El cuerpo no es el del espejo, sino el del Uno solo.

En la hipocondría, ese Uno se hace sentir como una perturbación localizada, sin sentido, insistente. El cuerpo “dice algo” pero no entra en la cadena significante. De allí la certeza dolorosa, y la ineficacia de los discursos médicos o de sentido.

Por otra parte, Miller desarrolla que en muchas formas clínicas contemporáneas (incluidas las formas hipocondríacas), hay una fragilidad del anudamiento entre los registros, particularmente entre lo simbólico y lo real. La no inscripción de una excepción deja el goce sin regulación, y el cuerpo se convierte en lugar de impacto.

En sujetos donde falta la metáfora paternael significante no hace tope al goce, que entonces invade el cuerpo sin mediación. Esto puede resultar en fenómenos como:

  • el dolor sin causa médica,

  • la sensación de enfermedad permanente,

  • la certeza delirante de padecer algo.

El hipocondríaco puede, entonces, ser un sujeto que no ha podido producir un sinthome que anude el goce a lo simbólico. O también: su hipocondría es su sinthome, su invención para tratar ese goce. 

Miller toma de Lacan la idea de que el sinthome es una invención singular que anuda lo real, lo simbólico y lo imaginario, especialmente cuando la metáfora paterna no ha operado o lo ha hecho de forma deficiente.

El sinthome es el cuarto nudo que hace posible un anudamiento estable.

En ciertos casos, la hipocondría puede leerse como una invención sinthomática: el sujeto localiza su angustia en el cuerpo, fija allí el goce, evita el derrumbe, y sostiene un cierto equilibrio subjetivo. De allí que en algunos casos, no conviene “curar” la hipocondría, sino entender cómo opera como sinthome estabilizador.

Consecuencias clínicas

Desde esta perspectiva, el tratamiento no apunta a “erradicar” el síntoma, sino a:

  • Acompañar una invención, quizás llevarla a otra forma más vivible;

  • Localizar el uso del cuerpo como partenaire-síntoma;

  • No forzar la simbolización, si ésta no es posible;

  • Fomentar una escritura, una elaboración que permita al sujeto sostener su goce de un modo más singular y menos mortificante.

En resumen

Aportes de Miller desde El partenaire-síntoma a la clínica de la hipocondría:

ConceptoAplicación a la hipocondría
El cuerpo como partenaire-síntomaEl cuerpo hipocondríaco es un modo de tratar el goce
Goce del UnoGoce que no pasa por el Otro; no se simboliza
Fragilidad del anudamientoInvasión del goce real en el cuerpo
SinthomeLa hipocondría puede operar como invención estabilizadora
No buscar sentidoNo se trata de interpretar el síntoma como metáfora

Ejemplo clínico: El caso de L.

L. es un varón de 38 años, diseñador gráfico freelance. Consulta por ansiedad e insomnio persistentes. Refiere estar “desgastado” por un dolor abdominal que los médicos no logran diagnosticar. Ha consultado a múltiples especialistas, se ha realizado estudios de todo tipo, sin resultados concluyentes. “Sé que algo tengo, el cuerpo me está diciendo algo que nadie puede oír”.

En la primera entrevista, predomina un relato centrado en su cuerpo: digestión, colon, hígado, dieta, acidez, etc. Las preguntas del analista son respondidas con largas descripciones físicas. No hay mención a la familia ni a vínculos significativos. Afirma que “no tiene con quién hablar” porque “nadie entiende lo que le pasa”.

Con el correr de las sesiones, se evidencia una certeza respecto al padecimiento, que no es delirante, pero que no cede a la argumentación ni al saber médico. “No estoy loco, pero estoy enfermo. El problema es que no lo ven”. Cada resultado negativo es vivido con angustia, como si confirmara su exclusión: “hasta mi cuerpo es invisible”.

En una sesión, cuenta que su madre fue hipocondríaca y que desde pequeño se ocupaba de consolarla. “A veces creo que estoy repitiendo eso... pero esto es distinto. Yo no estoy inventando, esto es real”. Se conmueve al hablar de ella. Fue criada sola por ella, y el padre “nunca estuvo”.

En otra sesión, aparece un recuerdo: su madre le decía, de niño, que él era “su medicina, lo único que la calmaba”. Al enunciar esto, hace silencio y su respiración se altera.

Hipótesis de lectura 

1. El cuerpo como partenaire-síntoma: En la experiencia de L., su cuerpo funciona como un partenaire, un otro que se impone con insistencia, que goza fuera del control de la palabra. No puede hablar de sí mismo sin hacerlo a través del cuerpo. El cuerpo, más que su pertenencia, es un lugar donde algo insiste y lo interroga.

2. Un goce fuera de sentido: El dolor de L. no puede ser articulado en términos significantes, lo que lo excluye del campo de la escucha médica y social. Eso refuerza su sensación de aislamiento. En este sentido, el goce está fijado en el cuerpo, no por simbolización, sino por una fallida mediación significante. 

3. Una invención sinthomática:  Podemos pensar que su hipocondría opera como una invención que lo estabiliza, que fija el goce y da una cierta consistencia a su existencia. La imposibilidad de simbolizar su lugar en el deseo de la madre —y la identificación con ella— lo lleva a hacerse síntoma para ella, y luego, para sí mismo.

4. Fragilidad del Nombre del Padre: La ausencia del padre y la inscripción imaginaria del hijo como “medicina” materna sugieren una falla de la metáfora paterna, lo que deja el goce sin marco simbólico, volviéndose invasivo.

Maniobras clínicas posibles

Desde una orientación lacaniana, las maniobras no buscarían “curar” el síntoma, sino:

  1. Acompañar la invención sin desmontarla de inmediato. El síntoma puede tener un valor estabilizador.

  2. Introducir cortes mínimos que habiliten un decir, sin forzar una simbolización imposible.

  3. Ubicar la dimensión de goce implicada, y no reducirla a lo imaginario o a la queja.

  4. Lentamente desplazar la certeza a una pregunta, sin imponer la falta, sino acompañando su aparición.

  5. Orientar hacia una formalización singular, una forma de escritura o de anudamiento nuevo.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Para una investigación sobre el goce autoerótico*

Jacques-Alain Miller (Paris, Francia)
Analista Miembro de la Escuela (AME) de la École de la Cause Freudienne (ECF). Miembro y Fundador de la Asociación Mundial
de Psicoanálisis (AMP)
Resumen: El texto ubica la especificidad del goce toxicomaníaco, goce que no pasa por el Otro y que tiene como característica el autoerotismo. El recurso a la droga es planteado como una saída para la angustia frente al deseo del Otro. Palabras clave: toxicomanía, goce, objeto droga. Abstract: The text shows the specificity of the jouissance of the drug addict, which does not pass through the Other and is characte- rized by self erotism. The resourse to the drug is proposed as a wayout for anxiety, in face of the desire of the Other. Keywords: Drug addiction, jouissance, object drug.
Me encuentro aquí en posición de agradecer a aquellos que han tenido a bien responder sin prejuzgar a la invitación que les llegó del Campo Freudiano del Departamento de psicoanálisis, por intermedio del GRETA. Podría atenerme a lo ya dicho en esta Jornada; y, si digo algunas palabras más, deberían ser sometidas a discusión como todo lo que ha sido dicho hasta ahora.
El falo en cuestión
Es cierto que este momento de cierre no es de ninguna manera un momento de concluir, que esta clausura no es una conclusión, que no es sino una puesta en suspenso, pues esta Jornada nos deja en suspenso.
Ahora bien, ¿qué es lo que permite concluir, de una manera general? Siempre una articulación lógica, y esto vale también para la clínica psicoanalítica, en la medida en que ella se articula (si es freudiana) con las funciones de una categoría que nos viene indiscutiblemente de Freud –incluso si ha esperado a Lacan para ser formalizada–, a saber: el falo. Porque el psicoanálisis no atañe al sujeto sino en tanto que éste se relaciona con esa categoría, en tanto se inscribe en la función fálica según modalidades diversas.
Esta categoría está claramente articulada en Freud, puesto que él distingue, aparte del registro del fin sexual, el del problema sexual, es decir, del problema de la castración en tanto concierne a un saber, un conocimiento (el término es de Freud) sobre el sexo. Tratándose de la toxicomanía, esta categoría freudiana de falo, ¿aparece o no como operatoria?
Hay allí una dificultad. Su signo es que, comúnmente, en la cura del toxicómano, se habla del destete y no de la castración. ¿Creemos poder efectuar esta operación de renuncia a la droga por la palabra, o bien el destete de la –o de las– sustancias tóxicas es la condición, la condición previa a la cura por la palabra?
La segunda opción es la que nos ha presentado M. Olievenstein. Desde el punto de vista del Campo Freudiano ¿no podemos decir, en efecto, que el recurso a la sustancia tóxica es precisamente utilizado para cerrarle al sujeto el acceso al problema sexual?
Un real que insiste
Es cierto que la toxicomanía le impone la modestia al psicoanalista. Y me parece que la mayor parte de los psicoanalistas que han asistido a esta Jornada vinieron para aprender de aquellos que, más regularmente que ellos, han tratado toxicómanos.
Si Lacan invitaba a los psicoanalistas a no retroceder frente a las psicosis, es justamente porque el psicótico es demandante con respecto al psicoanálisis. ¿Pero lo es el toxicómano? Y si lo fuera, ¿no sería más bien el analista el que retrocedería frente a la toxicomanía? En efecto, la toxicomanía presenta al analista un síntoma sobre el cual los efectos de verdad de la palabra pueden aparecer sin asidero, un síntoma, pues, que obliga a desunir las estructuras de ficción de la verdad y un real que resiste o que insiste.