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miércoles, 23 de julio de 2025

Entre el 0 y el 1: letra, borde y denotación del sujeto

A partir del recorrido de Cantor, retomamos el valor de la letra como aquello que se instala en un borde —distinto del límite—: un borde que señala lo imposible de escribir. Este borde puede pensarse como el litoral que marca la zona de contacto (y fricción) entre lo real y lo simbólico, pero también entre lo real y el saber. Lo que ese litoral impide es la tautología, la repetición como identidad. La letra, en su singularidad, fractura la repetición idéntica.

La función de la letra es entonces designativa, y esta designación implica un salto, tal como lo plantea Cantor. No se trata de cualquier salto, sino de una operación que evidencia el límite mismo de una formalización: allí donde ya no se puede escribir más, la letra marca ese extremo. Esta marca deviene condición para dar cuenta lógicamente de lo que el significante de la falta en el Otro escribe. Así, el borde se articula con el deseo, con el goce (en tanto anomalía) y con el sujeto, en su forma subvertida.

Frente a este borde, sólo la letra puede designar. Y esa letra se configura como una unaridad: algo que porta una forma de unicidad sin ser ni “lo único” ni lo “unificado”. Es en este punto donde el rasgo unario adquiere toda su potencia.

Ese rasgo permite pensar las consecuencias de un vaciamiento de lo cualitativo. Ya no se trata de predicar, sino de enfrentar lo impredicable. Esta orientación cuestiona la suficiencia del enfoque atributivo de la sexuación: no lo descarta, pero muestra sus límites.

El problema se desplaza entonces hacia cómo considerar al sujeto más allá de lo cualitativo, y para eso es necesario llevarlo al campo de la denotación. La pregunta que se abre es:
¿Es la denotación el campo que abre la brecha entre lo particular y lo singular?

El significante, al operar en lo real, introduce allí una diferencia radical. Presuponemos ese real como homogéneo antes de la incidencia simbólica. En tanto efecto del significante, el sujeto no es entonces una interioridad, sino una discontinuidad en ese real.

Pero no se trata ya del sujeto alojado en la significación fálica, como en el esquema Rho. Este sujeto —el que se localiza entre el 0 y el 1— no es enumerable. Su lógica no es contable, ni responde a la consistencia de una serie. Es, más bien, el efecto lógico de una letra que bordea lo imposible.

miércoles, 9 de julio de 2025

¿Cuál es el soporte de una escritura?

 Luego de un primer abordaje por el cual el rasgo unario es considerado desde el sesgo de lo idealizante de la demanda, lo que justifica sus articulaciones al significante del Ideal, I(A), encontramos un giro que lo asocia a la función de la letra. Tomado desde esta perspectiva el rasgo se conecta con la operación de ese +1 al que vengo haciendo referencia desde hace unos días. Entonces el rasgo se asocia a la falta.

Ese +1 formaliza lo que no se escribe y que “no se sostiene más que de la escritura”, con lo cual el soporte de la escritura es la falta, aunque a esta altura quizás sea mucho más indicado hablar allí de una falla.

¿Para que se le hace necesario poner en juego esta dimensión de la escritura? Para poder abordar al inconsciente desde su estructura lenguajera, pero fundamentalmente por ser la consecuencia de un corte: la escritura se soporta de un corte que bien podría ser considerado desde la perspectiva del vaciamiento… y los términos vuelven a enlazarse. Esto, que parecería ser una redundancia es, en realidad, el índice de una lógica ínsita al planteo.

Se parte de una marca primera que es también llamada nominación real, a la altura del seminario 21. El efecto de esta primera incidencia es el vaciamiento antes aludido. Y la marca deviene aquello concernido en la repetición, a la par que instala la incompletitud e inconsistencia a nivel del universo de discurso. Freudianamente casi coincide con la imposibilidad del reencuentro.

Ahora, algo de eso se articula al significante, y ello por cuanto la marca queda borrada, punto de coincidencia con la inscripción del representante de la representación.

Dos campos se entraman: el de la marca y el de las consecuencias del borramiento. Y la repetición evidencia, cada vez, la distancia insalvable entre uno y otro.

miércoles, 2 de abril de 2025

El Seminario 19 y la reformulación del Uno en Lacan

El Seminario 19 de Lacan se distingue por su alto nivel de formalización y rigor lógico, consolidando un abordaje modal de la castración. Esta construcción teórica se apoya en una lógica cuantificacional que retoma los cuatro modos lógicos aristotélicos, integrándolos al entramado psicoanalítico.

En este contexto, Lacan revisita un problema filosófico clásico: el Uno. En “…ou pire”, su trabajo sobre el concepto del Uno se apoya en la lógica de Frege, particularmente en la idea de una génesis lógica de la serie numérica. Desde esta base, Lacan sitúa la necesidad de una existencia que funcione como condición de posibilidad para delimitar el campo del goce en el proceso de advenimiento del sujeto.

Uno de los aspectos más significativos de esta reformulación es la transformación del rasgo unario, concepto ya explorado en el Seminario 9. En aquel momento, el rasgo unario estaba vinculado con la demanda de amor, sosteniéndose en I(A), la imagen del Otro idealizado. Sin embargo, en “…ou pire”, Lacan da un giro crucial:

  1. Se mantiene la idea del rasgo como letra, pero ahora en un sentido que excede la lógica de la significación.
  2. Se introduce un cambio desde la lógica de clases a la lógica de conjuntos, lo que redefine el rasgo como uno que falta, en lugar de uno que representa.
  3. A partir de la teoría de Bourbaki, la letra adquiere un nuevo estatuto: no es un atributo, sino una designación que funda el conjunto.

Con esta reformulación, Lacan despoja al rasgo unario de su carga idealizante, desplazándolo del registro de la demanda a una lógica de la falta y la estructuración del goce.

martes, 1 de abril de 2025

Del rasgo unario a lo uniano: la evolución del Uno en Lacan

El concepto de rasgo unario ocupa un lugar central en la lectura lacaniana de Freud, apareciendo en diferentes momentos del desarrollo teórico de Lacan. Desde La identificación, el rasgo unario se vincula con la constitución del sujeto y la inscripción de marcas simbólicas.

Sin embargo, en el Seminario 19, este concepto sufre una transformación significativa. Se separa de su función inicial, asociada a la idealización de la demanda, y se reformula en un nuevo término: lo uniano. Este neologismo permite un abordaje distinto del Uno, diferenciándolo de su origen en la identificación freudiana.

Si bien el término se formaliza en el Seminario 19, ya en el Seminario 17 se observan antecedentes de este giro conceptual. Allí, Lacan reelabora la estructura del lenguaje y transforma el lugar del Nombre del Padre, desplazándolo del S₂ al S₁. Este movimiento prepara el camino para la formulación de lo uniano, una noción que rompe con cualquier perspectiva filosófica del Uno como totalidad o unificación.

En esta nueva concepción, el Uno no busca completarse en el Dos. Por el contrario, lo uniano señala lo inverosímil del Uno, en la medida en que funciona como el eslabón que evidencia la imposibilidad de la relación sexual. Con ello, Lacan marca una distancia fundamental entre la lógica tradicional del Uno y su función en el campo del goce y la sexuación.

domingo, 26 de enero de 2025

El nombre propio: Perspectivas históricas y psicoanalíticas

A lo largo de la historia, múltiples disciplinas han reflexionado sobre el concepto del nombre propio. La filosofía, la lógica, la antropología y los estudios etnográficos han aportado distintas perspectivas, mostrando que las elaboraciones sobre este tema incluso pueden derivarse de ciertos análisis lógicos.

En un principio, el nombre propio fue considerado principalmente desde su valor semántico, en línea con una visión epistémica propia de la Antigüedad y las lecturas naturalistas del lenguaje. Sin embargo, también se ha definido dentro de sistemas clasificatorios, como ocurre en ciertas elaboraciones antropológicas.

Curiosamente, el concepto de nombre propio está ausente en la obra de Freud y no aparece de forma consistente en los primeros desarrollos de Lacan, más allá de menciones esporádicas. No es hasta el seminario 9, “La identificación”, donde Lacan introduce un análisis detallado sobre este término. Antes de este seminario, el nombre propio se relacionaba más con el nombre común, acercándose a las ideas de Hegel.

El desafío que implica estudiar el nombre propio radica en su relación con el orden simbólico, ya que este término es esencialmente a-semántico. Esto lo hace intraducible, una característica que no puede subestimarse. Para Lacan, el nombre propio se comprende mejor cuando se separa de su carga semántica, circunscribiéndolo como una función asociada a la letra.

En “La identificación”, Lacan presenta un desarrollo innovador al tomar el concepto freudiano de rasgo unario y trasladarlo al registro de lo literal. De este modo, establece un vínculo entre la letra, el rasgo unario y el nombre propio, convirtiéndolo en un anclaje fundamental para el sujeto.

lunes, 30 de diciembre de 2024

El Representante de la Representación: Del Giro Freudo-Lacaniano a la Constitución del Sujeto

En el seminario 7, Lacan señala un momento crucial en la obra de Freud: el abandono de la noción de representación en su sentido filosófico tradicional, asociada a un sustrato último o referente fijo. Al “arrancar la representación de la tradición”, Freud introduce la falta de referente, describiéndola como un “cuerpo vacío, un espectro, un goce extenuado”. Este desplazamiento se vincula directamente con el aforismo de Lacan: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

Dentro de esta estructura, Lacan presenta el concepto de representante de la representación, que no debe confundirse con la traducción literal “representante representativo”. Esta última sugeriría un regreso a la tradición filosófica y a la búsqueda de un fundamento último para el sujeto, algo que Lacan critica abiertamente. Por el contrario, el representante de la representación pertenece al nivel más elemental de la estructura significante, trascendiendo lo efectivamente pronunciado y siendo definido como “lo que tiene la misma estructura que el significante”.

Este concepto puede ser entendido, en retrospectiva (aprés-coup), como precursor del rasgo unario que Lacan introduce en el seminario 9. Este rasgo, ligado a la letra como una marca significante que no se articula en cadena, sostiene lo efectivamente pronunciado. Ambos términos comparten una función común: operar en el nivel de la represión primaria. Así, el representante de la representación no solo anticipa la problemática del Uno, sino que permite a Lacan definir al sujeto como privación, como un -1, lo que reitera la ausencia de un referente para el nombre propio y del sujeto mismo.

Esta ausencia de referente tiene, para Lacan, un carácter estructurante, estrechamente vinculado al sujeto barrado. El seminario 7 representa un punto de inflexión en la obra lacaniana, marcando el paso de un real externo, característico de sus primeros seminarios, hacia un real interno a la experiencia analítica. Este cambio conceptual tuvo implicancias significativas en la concepción del sujeto y en la dirección de la cura.

En el seminario 11, Lacan redefine al representante de la representación como “el lugarteniente de la representación”, destacando su papel determinante en la estructura del inconsciente. Este concepto se formaliza como una estructura de corte que no solo marca, sino que constituye al cuerpo. Aquí se introduce una función topológica del borde, esencial para comprender tanto la constitución del sujeto como del cuerpo que lo sostiene. Este marco topológico, a su vez, redefine las relaciones entre el sujeto y su inscripción en el lenguaje, abriendo nuevas perspectivas en el campo del psicoanálisis.

viernes, 3 de septiembre de 2021

La subjetividad en peligro. Procesos identificatorios fallidos en neurosis y psicosis

El sábado 21/8/21, la Lic. Clemencia Baraldi dictó un Taller Clínico titulado "La subjetividad en peligro. Procesos identificatorios fallidos en Neurosis y Psicosis".

👇A continuación, los apuntes de la conferencia.👇

La construcción metapsicológica deviene de un apremio clinico. Es decir, nosotros teorizamos para entender la clínica y en el interjuego entre clínica y teoría, los profesionales debemos encontrarnos, en esta tarea imposible que es psicoanalizar.

Caso Francisco

Niño de 6 años, consultan los padres, con quien mantiene una primera entrevista para saber qué lugar ocupa el niño en la estructura discursiva familiar. No recibo niños sin padecimiento (ej., si los padres consultan porque no es el niño ideal para los padres) ni a niños cuyos padres no se comprometan a colaborar con el trabajo.

El primer obstáculo que se presenta es que Francisco no puede quedarse solo ni por un minuto. Uno de los padres siempre tiene que estar con él, sino se angustia de manera insoportable: llora, pega, se pega... La analista le dice al niño que el padre está en la sala de espera y que puede brir la puerta cada vez que lo desée. El niño entra y sale varias veces del consultorio.

La familia duerme y come, toda junta. El padre dejó de trabajar, de manera que toda la responsabilidad económica queda del lado de la madre. Francisco dice que juega y la analista le muestra los juguetes que considera que son adecuados para su edad. Él los rechaza, diciendo que son juguetes de bebé. L analista le invita a traer sus juguetes. El niño aparece con unos dinosaurios, que nombra correctamente. La analista le pregunta, entonces, a qué jugarán.

¿Cómo a qué jugamos? -pregunta el niño. -Este es el T-rex, este es braquiosaurio...

Francisco no puede entrar en ficción alguna. No juega. El padre se pregunta dónde está Francisco, cuál es su rasgo. Él dice que Francisco hace lo mismo que toda la familia. Hay un detalle de esta pregunta del padre, que es que él deja de trabajar al momento que nace su hijo. La pregunta paterna incumbe al hijo, pero también a la función.

¿Qué es jugar?

En Más allá del principio del placer (1920), Freud describe el fort-da, el primer juego del niño que observó en su nieto cuando él jugaba repetidas veces con un carretel, articulando un par de significantes: fort (afuera), da (adentro, vuelve). En determinado momento, Freud marca que el niño se mira al espejo y dice "El bebé oohh", el bebé se va.

El juego no es simplemente placer y Freud se pregunta por qué el niño juega a aquello que lo angustia: las idas y venidas de su madre, que para el niño son arbitrarias. El niño hace activo lo que sufre pasivamente, de manera que el niño logra domesticar lo traumático. Pasa a regular la presencia-ausencia y no simplemente padecerla. El jugar es una carta de ciudadanía para transitar la infancia.

Jugar no es lo mismo que nombrar o coleccionar juguetes. Los elementos que forman parte del juego son 4:

1) Recurencia: En el fort-da, vemos que el niño pasa largas horas haciendo que la madre vaya y vuelva.

2) Fabricación del juguete: El mejor juguete es aquel que el niño es capaz de fabricar, porque es la primer metáfora del sujeto. Cuando un niño logra esto, logró ingresar a la polisemia del lenguaje. De esta manera, un colador de fideos puede ser un casco, ó un palo de escoba un caballo; una sábana, una capa de super-héroe.

3) La organización de la ficción: El niño sabe que lo que hace no es la realidad, pero cree en esa ficción. De esa ficción, el niño debe poder entrar y salir. No hay ficción en un niño que pega la mesa con su sonajero.

4) Un par de significantes. En el fort-da, hay un fort para un da, o un da para un fort. Con Lacan diremos que entre ese par de significantes, S1 y S2, emerge el sujeto y se secreta ese objeto a. Este juego es el que permite luego decir luego "El bebé se va del espejo del Otro".

Cuando un niño puede reconocerse distinto del Otro sólo si se ha encontrado en el espejo. El estadío del espejo tiene que ver con esa posibilidad humana de reconocerse allí donde no est en el espejo. El niño a los 6-8 meses se reconoce en el espejo y gira su cabeza, esperando la sanción del Otro, que le devuelven la idea de que quien está allí, es él. El niño ahí confirma algo que ya intuye: él no es parte del cuerpo de la madre. Para esto, debe acontecer lo que llamamos segunda identificación.

La identificación

Este concepto recorre toda la obra de Freud, aunque en el capítulo 7 de Psicología de las masas y análisis del yo (1921) se lo trata muy especialmente. Freud propone a la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona, de la que se toma un rasgo.

Hay que diferenciar identificación de mímesis. La mímesis habla de un todo, como un camaleón que forma parte del paisaje. La identificación secundaria toma un rasgo y requiere del registro simbólico, anudado a lo real y a lo imaginario, para apropiarse de él.

¿Pero qué entendemos por primera identificación? Se trata de una identificación al padre primordial. Esto Freud lo dice posteriormente a 1921 en Psicología de las masas, El Yo y el ello es de 1923 y en la página 23 nos dice que esto nos reconduce a la génesis del ideal del yo, donde se esconde la identificación primera y de mayor valencia del individuo: la identificación con el padre de la prehistoria personal. ¡Prehistoria! Freud relaciona permanentemente la ontogénesis (los procesos de la subjetividad y de los procesos psíquicos) con la filogénesis (el proceso de hominización). Hay humanidad cuando se constiuye el lenguaje, que requiere de una prohibición como invariante de estructura. La prohibición de la que se trata es la del incesto, del que Freud da cuenta en la construcción del mito de Tótem y Tabú. En este mito, un macho dominante tomaba para sí a todas las mujeres. También está la figura del tótem, que suele ser un animal sagrado del que se rescata un rasgo. Por ejemplo, la bravura del león. A este animal, en ocasiones especiales, se lo mata y se lo devora, pensando que en esta incorporación se incorpora un rasgo de este animal. Los hermanos expulsados matan al hombre aliándose, y lo devoran, pero incorporan la renuncia a al menos una mujer, la madre, y a la idea de matar al padre. La muerte de este padre en manos de sus hijos, se constituye en significante que legaliza lo humano por el lenguaje.

El mito de Freud es interesante, donde no interesa si ocurrió o no, sino notar que mucho de lo que Freud dijo allí aparece mucho fantasmáticamente en la neurosis obsesiva y en sus rituales. En la neurosis obsesiva, la problemática del padre toma una consistencia muy interesante y digamos, al paso, que allí donde hubo un mito, lacan dijo que iba a convertirlo en una premisa lógica. En Ancore dice que porque hubo alguien que no ingresó en la lógica de la castración, es que ahora todos ingresamos, dando lugar a los matemas de la sexuación.

La primera identificación es mítica, anaobjetal, inaugural, indatable, necesita de un Otro primero para que se produzca. Se trata de un Otro simbólico que pueda armar cuerpo en el niño. Esto significa que quien desarrolla la función materna debe responsabilizarse desde su deseo que el niño "le llora" y debe calmar y poner palabras a eso que le pasa. En La negación, vemos que hay un primer acto psíquico en el niño por el cual él expulsa la cosa cuando incorpora el lenguaje, porque la madre le habla a alguien entronizado y deseado. Esto no depende de lo biológico, sino de lo simbólico, que si no está trae aparejado problemáticas muy complejas.

Entonces, en la primera identificación el niño recibe a través de la función materna la herencia filogenética de la humanidad. Lo que a la humanidad le llevó siglos construir, el niño lo recibe en pocos meses: recibe el lenguaje. Hoy ya se sabe todo esto a nivel neurológico. El lenguaje y las distintas lenguas generan cambios que organizan el cuerpo. La madre, hablando, organiza una serie pulsional -mirada, voz, boca, musculatura-, intrincándolas. En esta identificación, se incorpora la lengua materna.

La segunda identificación es a un rasgo que permite saber que yo no soy el otro. Hay fracasos en la segunda identificación, en donde un niño, en lugar de tomar un rasgo del padre, hace del padre. Camina y habla como él. Peor aún los niños que se mimetizan con un animal y hacen de ese animal. No es que juegan a ser un perro, sino que se han mimetizado con él en lo que es un fracaso de esta segunda identificación. De esta manera, la identificación exige del Otro, pero a la vez hay que salir de él tomando un rasgo. Por ejemplo, el nombre propio: nos lo han puesto, pero nos lo apropiamos para saber quiénes somos. En el estadío del espejo, el niño confirma lo que sabía anteriormente, de manera que se anudan los registros de manera tal que si uno se rompe, se desencadenan los otros.

Como Lacan proviene de la psiquiatría, nos deja el concepto de desencadenamento, irrupción de la psicosis, donde los registros dejan de funcionar como tal. En el espejo, donde el niño confirma imaginariamente -en su imagen-, lo que de alguna manera ya sabía en lo simbólico (su nombre, por ejemplo) y anudado a lo real, que es el registro que no correspone a la imagen ni del símbolo, pero que anudado a los otros dos permite acotar.

En la salida del estadío del espejo hay un anudamiento de la imagen (el niño se ve en el espejo), con lo simbólico (el niño se nombra, dice "yo") y de real, porque parte de su organismo no hace parte del yo. El yo es cuerpo, no es el organismo biológico. El cuerpo es pulsional, que responde a las representaciones del inconsciente.

Sin identificación secundaria (al rasgo) no hay ingreso ni salida del el estadío del espejo. Allí está el rasgo unario, que al niño lo vuelve Uno en una serie. Sobre ese rasgo unario se agregan una gran cantidad de identificaciones que van a permitir que Freud diga que el yo es un prcipitado de identificaciones, sedimentadas en esta primera identificación. Vamos a encontrar patologías pre-especulares, porque no ingresan o no salen del estadío del espejo, como los campos de las psicosis y el autismo.

La segunda es una identificación al rasgo y la tercera es una identificación al síntoma del Otro ó a su deseo. Esta tercera identificación no requiere de una relación previa. Freud la ilustra con las jóvenes donde una recibe la carta de su amado y se desmaya, haciendo que el resto de las jóvenes se desmayen, identificadas al problema de la que recibió la carta. Esto se ve frecuentemente en los fenómenos de masa.

Caso Horacio (adolescente)

Horacio se presenta mal vestido, mal higienziado, quejoso. Es traído por sus padres "por las dudas, por si algo se puede hacer". Las sesiones se inician entre sus reclamos y sus saltos. "Tengo que trabajar con albañiles", dice el niño, al que su padre arquitecto lo lleva a las obras.

El niño brinca del escritorio al piso y del piso al diván. "¿Es gracioso o no es gracioso?", pregunta el niño comulsivamente. La analista dice que él quiere caer en gracia, pero que no es lo mismo que la gracia se caiga. A veces, Horacio habla con voz de pito muy aguda; otras, con una voz de ultratumba que resuena como un trueno y es muy difícil de soportar. Es evidente que la adolescencia le cayó en el cuerpo sin poder soportarla. El adolescente en cuestión no puede especularizar ni simbolizar lo real de la pubertad.

¿Cómo simbolizar los cambios de voz, esquema corporal, disrupción libidinal sin resortes simbólicos que den consistencia? Una tarde, al finalizar una sesión, toma un papel del escritorio y lo devora masticándolo lentamente. La analista lo mira con benevolencia y le dice que él quiere llevarse algo de allí. Afirma con su cabeza y se retira con menos ansiedad que de costumbre. Otro día, ingiere una tarjeta con el nombre de la analista. ¿Se trata de la comida totémica? Sí y no. Sí, porque estamos ante una transferencia real en donde los acontecimientos son reales y no simplemente recuerdos de lo reprimido. En 1913 Freud sostuvo que la primera identificación es canivalística y que se trata de una incorporación. Y no, porque esta incorporación es un andamiaje que si bien permite muchas cosas, no repara lo no realizado en su momento.

Horacio empieza a venir con gusto y puede incluir voluntariamente una herramienta fundamental para el trabajo: la escritura. Trae un cuaderno y en el que consolida sus dichos y sus preocupaciones. Por ejemplo "Las personas sexuales son putas, los que se miran y se tocan son putos", "No me gustan las mujeres". Rechazo de una sexualidad que no puede ser abordada ni afectada.

En otro tramo de su tratamiento, aparece con un ratón real en una jaula. Saca el ratón de su jaula y ante el estupor de la analista, se lo introduce en la boca una y otra vez. ¿Un ratón? De todos los animales, produce rechazo por unanimidad. ¿Qué quiere decir Horacio en esta escena que muestra? Nuvamente él se lleva algo a la boca. De devorarlo, ¿Qué rasgo podría incorporar? La analista le dice que para hablar del ratón, será necesario que lo deje en el cuarto contigüo. Él acepta a regañadientes, pero esta prohibición lo remite nuevamente a la escritura, donde escribe "¿Cuándo serpa el día en que una mujer abrace y bese un ratón?"

Trabajar sobre la escritura es siempre un recurso muy importante en estos casos donde la incorporación de la lengua no ha quedado sellada por la emergencia de la letra propia. Hay un fallido de la primera identificación, porque la segunda no puedo sellar a la primera. La letra es litoral entre lo real y lo simbólico, es decir, sin ser puramente real ni simbólico, hay algo que él ya puede engarzar de estos dos registros.

En el campo de las estructuras holofraseadas -psicosis, por ejemplo-, la transferencia no navega por los ríos de la palabra y aún cuando esté presente, remar solo con ella sería como echar los bofes en el remo, cuando el navío está en la arena, omo señala Lacan. La operación analítica será realizada sobre su caligrafía.

¿Cuándo será el día que una mujer

abrace y bese un ratón?

Esta frase él la acepta y se constituye en un ahelo. Este pasaje de ratón a rato, es posibilitado por la estrctura. Si uno se manejara por el campo de la palabra, no podría producir esta operación por el fracaso de la primera identificación. Horacio se afirma en lo que está diciendo y se afirma, dice que sí le gustan las mujeres. Deja de huir cada vez que su padre ingresa en el hogar; incluso, puede armar una precaria historia de sí mismo, que permite una mpinima ubicación del momento del conflicto donde implosiona la estructura, cosa que sucede cuando lo real de cuerpo irrumpe en la adolescencia, sin que exista cobertura simbólica e imaginaria que lo acote.

Esta operación produce una baja en la ansiedad, una mejor convivencia. Horacio sigue utilizando la escritura, pero ¿es realmente eso una incorporación de la lengua, que no aconteció cuando era niño? Esta escritura es una suplencia. Hay una relación entre tiempos lógicos y tiempos cronológicos, por la cual en clínica de niños uno se pregunta qué tan temprano llegamos tarde. Nacemos anatómicamente superdotados, pero neurológicamente prematuros, maduración que termina a los 5 años de edad. Si ciertas zonas del cerebro no se irrigan en determinado momento, aparece el fenómeno del desgaste, por el cual ya no se irriga. La atención antes de los 5 años es más deseable que luego.

En el caso de Horacio, esta suplencia de incorporación permite una serie de mejorías, pero no lo saca de su psicosis. Un día una chica una chica lo invita a tomar café, y el no va porque "A mí no me gusta el café". O sea, café es solo café y no ingresa en la polisemia del lenguaje.

Si comparamos el primer caso con el segundo, podemos decir que ambos son dos trabajos pedidos por encargo. Está la dificultad de que no es el sujeto que consulta por su síntoma. En ninguno de los dos casos hay síntoma, en el sentido que el sujeto no relata algo de sí mismo que molesta y que genera transferencia, cosa que tampoco hay.

En el caso de Francisco, no podemos decir que esté loco. La analista le indicará al padre que intervenga ante la conducta del niño de pegarle a la madre y que la pareja parental duerma sin los hijos. De esta manera, Francisco dice "Hubo pelea en casa, pero esta vez yo no tuve la culpa", de manera que sale del todo conglomerado de su familia.

Con Francisco la analista se vale del dibujo, ya que él no puede jugar. No aparecen dibujos de personas, pero sí zombies, plantas, peces, lo que extiende el tiempo para que no tenga que salir a confirmar la presencia de la madre. Es un caso que se puede apostar a la neurosis. Comparado con el caso de Horacio, podemos decir que la maniobra en la trasnferencia de no leer lo que dice, sino la escena que monta y trabajar sobre la escritura, va a permitir una estabilización y una mejora en el padecimiento.

Son dos casos donde hay fallidos identificatorios, pero con estructuras diferentes. En ambos hay algo que el analista puede hacer.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Diccionario de psicoanálisis: ¿Qué es el rasgo unario?


El rasgo unario es un concepto introducido por J. Lacan, a partir de Freud, para designar al significante en su forma elemental y dar cuenta de la identificación simbólica del sujeto.

Según Freud, cuando el objeto se pierde, el investimiento que se dirigía a él es remplazado por una identificación que es «parcial, extremadamente limitada y que toma solamente un rasgo (al. einziger Zug) de la persona objeto» (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921). A partir de esta noción freudiana de identificación con un rasgo único, y apoyándose en la lingüística de F. de Saussure, Lacan elabora el concepto de rasgo unario.

Según Saussure, la lengua está constituida por elementos discretos, por unidades que sólo valen por su diferencia. En ese sentido, Lacan habla de «ese uno al que se reduce en último análisis la sucesión de los elementos significantes, el hecho de que ellos sean distintos y de que se sucedan». El rasgo unario es el significante en tanto es una unidad y en tanto su inscripción hace efectiva una huella, una marca. En cuanto a su función, está indicada por el sujeto «-ario», que evoca, por una parte, el conteo (este sufijo se emplea para formar sustantivos de valor numeral) y, por otra parte, la diferencia (Los lingüislas ha blan de «rasgos distintivos binarios>>, «terciarios>>).

Para explicar cómo entra en juego el rasgo unario, Lacan utiliza el siguiente ejemplo: ha observado en el museo de Saint-Germainen-Laye una costilla de animal prehistórico cubierta de una serie de marcas, de rasgos que supone han sido trazados por un cazador, representando cada uno de ellos un animal muerto. «El primer significante es la muesca, con la que por ejemplo queda marcado que el sujeto ha matado un animal, por lo cual no lo confundirá en la memoria cuando haya matado otros diez. No tendrá que acordarse de cuál es cuál, y los contará a partir de este rasgo unario» (semina- rio Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 1964).

Que cada animal, cualesquiera que sean sus particularidades, sea contado como una unidad, significa que el rasgo unario introduce un registro que se sitúa más allá de la apariencia sensible. En ese registro, que es el de lo simbólico, la diferencia y la identidad ya no se basan más en la apariencia, es decir, en lo imaginario. La identidad de los rasgos reside en que estos sean leídos como unos , por irregular que sea su trazado. En cuanto a la diferencia, es introducida por la seriación de los rasgos [o trazos]: los unos son diferentes porque no ocupan el mismo lugar. Esta diferencia del significante consigo mismo cuando se repite es considerada por Lacan como una de sus propiedades fundamentales. Ella hace que la repetición significante (el concepto freudiano de repetición) no sea un eterno retorno.

El rasgo unario, en tanto permite el conteo, es el soporte de la identificación del sujeto. El niño, efectivamente, no cuenta sólo objetos, se cuenta a sí mismo y muy pronto. «El sujeto, cuando opera con el lenguaje, se cuenta, esta es su posición primitiva>>. Está implicado «de una manera radicalmente constitutiva>> en una actividad inconciente de conteo (seminario La identificación). De este modo, si el niño se incluye en el número de sus hermanos diciendo, por ejemplo: «Tengo tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo», es porque «antes de toda formación de un sujeto, de un sujeto que piensa, que se sitúa, ello cuenta, está contado, y en lo contado ya está incluido el que cuenta>> (Los cuatro conceptos fundamentales ... ). Sólo en un segundo tiempo se reconoce como el que cuenta y que, por ello, puede descontarse. Estas operaciones, y particularmente su capacidad para descontarse, hacen que el sujeto se identifique como uno.

A modo de ejemplo de las relaciones entre el conteo y la identificación, podemos citar un pasaje de las Historias del buen Dios de R. M. Rilke. Una mujer termina así la carta dirigida al narrador: «Yo y cinco niños más, incluyéndome». El narrador le responde: «Yo que también soy uno, porque me incluyo».

El sujeto no es por lo tanto uno en el sentido en que el círculo o la esfera simbolizan la unificación, sino uno como el <<vulgar palito» que es el trazo. La unificación, desde el punto de vista psicoanalítico, es un fantasma, y la identificación no tiene nada que hacer con ella. Debe destacarse también que la elaboración del rasgo unario es concomitante del trabajo de Lacan sobre superficies de propiedades topológicas diferentes a las de la esfera: toro, cross-cap, etc.

(Seminario IX, 1961-62, «La identificación»).
La identificación con el rasgo unario es la identificación mayor. Freud, como se ha visto, muestra que el sujeto se identifica con un rasgo único del objeto perdido. Lacan agrega que, si el objeto es reducido a un rasgo, esto se debe a la intervención del significante. El rasgo unario por lo tanto no es solamente lo que subsiste del objeto, también es lo que lo ha «borrado» (a este respecto, es la encarnación del significante fálico, y también, por otra parte, su imagen). La identificación con el rasgo unario, que es entonces correlativa de la castración y del establecimiento del fantasma, constituye la columna vertebral del sujeto.

Identificado con el rasgo unario, el sujeto es un uno, idéntico en esto a todos los otros unos que han pasado por la castración, incluido con ellos en el mismo conjunto. Pero ha adquirido también la capacidad (de la que en general no se priva) de distinguirse de los otros haciendo valer su singularidad a través de un solo rasgo, de un rasgo cualquiera. Es el «narcisismo de la pequeña diferencia>> descrito por Freud.

El rasgo unario, jalón simbólico, sostiene la identificación imaginaria. Cierto que la imagen del cuerpo le es dada al niño en la experiencia del espejo, pero, para que pueda apropiársela. interiorizarla, es necesario que entre en juego el rasgo unario, lo que requiere que pueda ser captado en el campo del Otro. Lacan ilustra esta captación evocando el momento en que el niño que se mira en el espejo se vuelve hacia el adulto en busca de un signo que venga a autentificar su imagen. Este signo dado por el adulto funciona como un rasgo unario. A partir de él se constituirá el ideal del yo.

Fuente: Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis", p. 370. Amorrortu editores.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Diccionario de psicoanálisis. ¿Qué es la letra?

Para comprender el concepto de letra, debemos comenzar sabiendo que tanto en francés como en inglés, el término correspondiente significa las dos cosas: letra y carta. En el sentido de carácter o en el de misiva la letra es a la vez el soporte material del significante y lo que se distingue de él como lo real se distingue de lo simbólico.

Aunque la letra y la escritura no devienen términos psicoanalíticos sino con Lacan, ya existen en Freud numerosas referencias a la escritura, desde el Proyecto de psicología ( 1895) y las cartas [lettres] a Fliess hasta el texto titulado Nota sobre la «pizarra mágica» ( 1924).

La pizarra mágica ilustra la oposición entre el sistema percepción-conciencia y el inconciente. De un lado tenemos la hoja de celuloide, siempre dispuesta a recibir nuevas inscripciones o percepciones, y del otro la pizarra de cera, que guarda indefinidamente todas las huellas escritas, es decir, todas las huellas mnémicas. Esta utilización metafórica de la escritura no prejuzga en nada sobre el papel de la escritura concreta en el funcionamiento psíquico tal como Freud lo pone en evidencia. En primer lugar, en los mecanismos del sueño, que compara de buen grado con el rebus o la escritura egipcia, la imagen tiene valor de significante y no de significación. Si bien el jeroglífico es un dibujo simplificado, no está para representar allí por ejemplo un buitre o un instrumento agrícola. El dibujo es de hecho utilizado por su valor de letra, porque el nombre del objeto representado participa fonéticamente en la composición de un significante que no tiene nada que ver con un pájaro. Del mismo modo, en un sueño, [la imagen de] un águila se podrá leer como una liga. Si bien no se trata de la escritura alfabética usual, se trata de una escritura fonemática, ciertamente privada y fuertemente dependiente de la lengua del soñante. En ocasiones, el sueño no se priva de usar la escritura común, como en el sueño del Hombre de las Ratas, donde las letras «p, O> (para condolencias) [en el texto de Freud, en francés:pour condoléanced], se trasforman mientras escribe en <<p, t» (para felicitar) [ibid., pour féliciter].

En lo concerniente al lapsus calami, en el nivel de la interpretación Freud no lo distingue del lapsus linguae. Sin embargo, hay ejemplos que interesan específicamente a la escritura y no al fonema. Hay que concluir de ello que el inconciente sabe leer [afirmación de Lacan en el Seminario XX, 1972-73, «Aún»]. Numerosos ejemplos clínicos lo demuestran. En el Hombre de los Lobos, la letra V o W juega un papel central. Freud la encuentra en la V del reloj que marca la hora de la escena primaria, en la apertura de las piernas de las muchachas, en el batir de las alas de la mariposa o en las alas arrancadas de la avispa (Wespe), que el Hombre de los Lobos pronuncia «espe», castrándola de su W para encontrar allí las iniciales de su nombre, S. P., arriesgándose a verla resurgir en los lobos (Woife), a los que debe su sobrenombre. 

En el Hombre de las Ratas, Freud, como el Saussure de los anagramas, descompone la fórmula conjuratoria Glejisamen, que debía proteger a su bien-en Gisela y Samen (semen), donde la fusión de las letras realiza lo que estaba evitando.

Melanie Klein, partiendo de los análisis de niños, descubre tras las faltas de ortografia innumerables fantasmas sobre las letras, por ejemplo la imagen fálica vinculada a la letra i o a la cifra 1. Formula la hipótesis de que la escritura pictográfica, fundamento de nuestra escritura, volvería a encontrarse en los fantasmas inconcientes de cada uno. Esto ilustra la vertiente imaginaria de la letra.

LA CARTA ROBADA [lettre = carta/letra]. 
Para Lacan, el significante está en esencia soportado por la voz y se modula en la palabra. Si en La instancia de la letra en el inconciente ( 195 7; Escritos, 1966) Lacan se apoya en la letra y la escritura del algoritmo saussureano S / s, es para mostrar que en el significante hay una estructura localizada, la del fonema entendido como unidad diferencial. Esta estructura localizada de la palabra estaba predestinada a colarse en los caracteres de la escritura, y la escritura, como veremos, esperaba por su lado ser fonetizada. Por ejemplo, cuando Lacan, releyendo a Freud, dice que el sueño se aborda a la letra, precisa que entiende la estructura fonemática como estructura literante.

En el «Seminario sobre "La carta robada"» (1955; Escritos. 1966), Lacan se apoya en el cuento de Edgar Poe [«The purloined letter»] para demostrar el poder del significante. La letra es el sujeto verdadero del cuento y, sin que su contenido sea revelado nunca, regula las evoluciones de todos los personajes; la expresión «estar en posesión de una carta [letra]» revela entonces ser admirablemente ambigua. La letra escapa a la investigación minuciosa de la policía, cuyo error consiste en tomarla como un objeto de la realidad, una basura según el juego de palabras joyceano: a letter /a litter. En lo real, en efecto, nada está escondido; lo que está escondido es del orden de lo simbólico, como lo muestra el ejemplo del libro perdido
aunque presente en la biblioteca, simplemente porque no está en su sitio alfabético. es decir, simbólico. Esta carta/letra pone en cuestión el orden simbólico. la ley que el rey encarna; pero, de hecho, también lo constituye puesto que este orden se basa en la exclusión de una letra. Esto basta para situar la letra como objeto a y, más precisamente, como el falo mismo. En su Introducción al «Seminario sobre "La carta robada"» (Escritos), Lacan presenta la construcción formal de una cadena significante elemental. Esta cadena de letras da cuenta del automatismo de repetición freudiano, de la sobredeterminación simbólica en tanto se distingue de lo real y de la existencia de una represión primaria que funda la ley.

LETRA, RASGO UNARIO y NOMBRE PROPIO. 
Hay en Lacan una teoría de la génesis de la escritura, expuesta en el seminario La identificación (1961-62). La escritura no es primaria, es el producto del lenguaje, pero la escritura esperaba ser fonetizada. Así, las marcas distintivas sobre las cerámicas egipcias se volvieron signos de escritura. Lacan establece el lazo entre el einziger Zug, el «rasgo unario» freudiano, es decir, una de las tres formas de la identificación, la identificación con uno de los rasgos del objeto, y esta génesis de la escritura. En el pretendido ideograma [véase en dibujo], el rasgo es <<lo que resta de lo figurativo que es borrado, reprimido, rechazado». El rasgo retiene algo del objeto. su unidad, que hace uno.

Este resto por lo tanto es del orden del rasgo unario y puede desempeñar el papel de marca entrando en relación con la emisión vocal.

Por ejemplo, el carácter que en sumerio se dice <<an» y designa al cielo o dios es una representación deformada de un astro tomada por los acadios, que dicen cielo y dios de otra manera; tanto más funcionará este carácter entonces por su valor fonético «an». La toma en préstamo de un material de escritura a un pueblo extranjero favorece el proceso de fonetización. El nombre propio juega entonces un papel esencial. A causa de su afinidad con la marca, el nombre propio se conserva de una lengua a otra y permite descifrar una escritura desconocida. Hay un lazo privilegiado entre el nombre propio, el sujeto y el rasgo unario. El sujeto se nombra, y esta nominación equivale a la lectura del rasgo uno, pero enseguida se coagula en ese significante uno y se eclipsa, de tal manera que el sujeto se designa por el borramiento de este trazo, como una tachadura [rature, término que en francés se asocia fácilmente con rater: errar el blanco, verbo muy usado y popular, y con la división del sujeto por la barra -sujeto tachado-]. El corte a la vez simple y doble de la banda de Moebius le da a esto su soporte topológico.

LO REAL DE LA LETRA
En Lituraterre (1971), Lacan, tomando sin duda como interlocutor a Derrida, insiste en decir que la escritura no es de ningún modo primaria. La letra «haría de litoral entre goce y saber». Lacan sitúa así el significante del lado de lo simbólico y la escritura del lado de lo real; «es el surco del torrente del significado ... », es decir, de lo imaginario; la letra es una precipitación del significante. Hay en esta precipitación de la escritura una oposición entre la no identidad consigo del significante y la identidad consigo de la letra, un movimiento del sentido al sinsentido. Existe en el saber del inconciente un agujero que hace incompleto el goce, y Lacan uliliza la letra a para marcar la frontera de ese agujero. El sinsentido radical de la letra obedece a lo real. La letra, distinta del significante, es susceptible de marcar su límite, la intrusión del objeto a como radicalmente otro.

LA LETRA y EL INCONCIENTE
La escritura no es primaria, es el significanante el que es primero y el que condiciona el inconciente y, por lo lanto, la función de la letra. Hay que distinguir por una parte el río del del lenguaje. el significante y la estructura gramatical que participa del sentido, y, por otra parte, los aluviones que se depositan, el lnconciente, lugar de las representaciones de cosa, puro encadenamiento literal, al fin de cuentas, sinsentido radical que funciona fracias a la exclusión de la letra. El análisis es una lectura, las producciones del inconciente se prestan a esta lectura y el psicoanalista lee de una manera distinta en lo que dice el analizante con cierta intención. Por supuesto, esta lectura es equívoca con la ortografia. Pero esto supone entonces una escritura en el inconciente.

En cuanto al síntoma, «si puede ser leído, es porque ya está inscrito en un proceso de escritura», dice Lacan en «El psicoanálisis y su enseñanza» (1957; Escritos). Lo que es importante en un síntoma no es la significación «Sino su relación con una estructura significante que lo determina». Después definirá el síntoma como lo que no cesa de escribirse. El síntoma es una verdadera función matemática donde la letra inconciente hace oficio de argumento. El análisis es una lectura de este inconciente textual e insensato, una lectura que por lo tanto hace equívoco con la ortografía y que, por las cesuras que introduce, hace sentido hasta el extremo de descubrir su sinsentido radical. Esta dialéctica de la escritura y la lectura ha sido explotada por Lacan hasta en los títulos de sus seminarios: Les non-dupes errent o L'insu que sait de l'une bévue s'aile a mourre, que pueden leerse de múltiples maneras [por ejemplo, el primero: los no engañados yerran, o los nombres del padre; el segundo: lo no sabido que sabe de la equivocación «Se alea» (es el alero, el aleteo, el aleas) de la morra, o lo no sabido que sabe del Unbewuβt (inconciente) es el amor]. Del mismo modo, la escritura de los maternas intenta tocar un real de estructura y se ofrece a múltiples lecturas.

LA ESCRITURA NODAL
Con el nudo borromeo, en sus últimos seminarios, Lacan introduce una lectura nueva, precisamente la de los nudos, lo que invierte el sentido de la escritura. En efecto, el nudo borromeo es una verdadera escritura primaria, no una precipitación del significante sino un soporte del significante, puesto que lo simbólico viene a engancharse allí. Así, Lacan analiza la obra de Joyce, su escritura, como la reparación de un error en la escritura de su nudo borromeo.

Fuente: Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis" -. Amorrortu editores. p. 251 - 254

miércoles, 14 de octubre de 2020

¿Qué es el "objeto a" y cómo ubicarlo en la clínica?

En esta ocación, trabajermos sobre el objeto a, que Lacan "inventa" en base a cuestiones que ya venían siendo trabajadas por Freud.  Cuando Lacan fue expulsado de la Internacional de Psicoanálisis, él había viajado a Estocolmo para escribir sobre este invento donde se mezcla la gramática con la matemática. Tratando de explicar esto en la IPA, se niegan a traducirle cuando él se traba con el inglés, que no era su fuerte. Esto desencadenó su expulsión.

¿Por qué Lacan llega a este concepto? El objeto a empieza a generarse alrededor del seminario 10, donde lo trabaja, pero viene construyéndose a lo largo de la teoría. En el seminario 8 está el concepto de agalma como lo que causa del deseo y, un poco antes, lo que Freud decía acerca de que el objeto nunca podía ser captado en forma total, sino a través de un rasgo. Toda la pregunta gira alrededor de qué objeto desencadena la pulsión, qué objeto nos causa y qué relación tiene con el objeto perdido. Todas estas preguntas se funden en lo que Lacan llama objeto a.

El objeto a en la clínica 

En los ámbitos psicoanalíticos, se suele hablar del objeto a como algo raro y difícil de comprender en la clínica, pero se lo percibe con mucha facilidad. En Argentina suele hablarse del flechazo, del flash, como que la mirada del Otro deja encandilado al sujeto. Algo que lo toca en el cuerpo. Cuando hablamos del objeto a, vamos a estar hablando en dos niveles:

- Un agujero que une los tres registros.

- Un objeto que tiene materialidad, presencia y que golpea al cuerpo.

Por ejemplo, uno puede estar compenetrado en una tarea y de repente sentir que alguien nos mira, darse vuelta y efectivamente confirmar que nos estaban mirando. ¿Qué es eso? Uno habla de intuición, pero en realidad se trata del objeto a tiene materialidad, aunque incorpórea. 

Lacan trata de refundir la idea de un objeto perdido y la idea de lo que causa al sujeto en la mirada. Lacan dirá, como primer punto, tomando la idea de Freud que el sujeto elige un objeto. Se trataba de un objeto tangible y el psicoanálisis posfreudiano, en algun momento entra por esta vía y lo comprende por la vía de cierta materialización exacervada de que el sujeto se las venía con un objeto, por ejemplo el objeto de amor. Esto, efectivamente, puede encontrarse en algunas partes de la obra freudiana. 

La lectura que hace Lacan ubica que no es el todo del objeto lo que le interesa al sujeto, sino un rasgo. Eso es lo que Freud trabaja con los detalles de las identificaciones, poniendo especial importancia al rasgo unario. En definitiva, importa el rasgo. Lacan trabajará al objeto como objeto parcial, diciendo que lo que se produce allí es que algo desencadena la pulsión en el sujeto, pero se trata de algo dentro del objeto. Por ejemplo, podría ser el brillo o la transparencia de un objeto determinado...

Cuando el analista trabaja con sus pacientes, siempre debe preguntar por los detalles, que es donde se encuentra el objeto a. Cuando uno le pregunta a un paciente qué le llamó la atención de tal persona, por ejemplo, la descripción puede ser errante pero seguro que aparece el rasgo del objeto. 

Lacan inventa el objeto a para subvertir la idea de que el sujeto elige al objeto. Dirá que hay algo dentro de ese objeto, que es la madre, que construye a ese objeto. El sujeto se constituye como consecuencia del desprendimiento de ese objeto a, de ese rasgo que va a causar en él que busque en sus parejas retornar a ese objeto inicial. En este sentido, Lacan intenta diferenciarse de los postfreudianos y de la materialidad de un objeto al estilo "Un hombre busca una mujer". 

Si cuando hablamos del objeto a hablamos de un rasgo, ¿qué significa esto en la clínica? Se trata de un adjetivo. El analista tiene que buscar qué cosa adjetiva a ese objeto, qué características, qué rasgos. Cuando decimos a repetición que el inconsciente está estructurado como un lenguaje de manera repetida, se olvida qué es lo que podemos sacar de la gramática y cómo ubicar al sujeto en una frase. Al objeto a lo ubicmos con los adjetivos o en los adverbios de modo: ej: la piel blanquísima de la señora K en Dora. El brillo en la nariz del caso que aparece en El fetichismo. Lacan dice que es el objeto el que atrapa al sujeto.

En el hombre de las ratas, está su dilema al sacar y poner la piedra en el camino y la posibilidad de que la dama de sus pensamientos se cayera del carruaje. Ahí, el tema del objeto de elección no es la señora de sus pensamientos, sino la señora que cae. Freud utiliza tres tipos de verbos distintos para hablar del ver. Una de las formas verbales es la que incluye el paisaje. El objeto a en el caso del hombre de las ratas es esa mujer cayéndose por la piedra en el carruaje. Allí, como objeto de elección a futuro, ese objeto puede marcar que el sujeto elija "mujeres a punto de caer", mujeres a las que hay que salvar, que metafóricamente están cayendo. Cuando el analista puede pescar el objeto a, puede pescar el lugar al que el sujeto va a dirigir su deseo. 

Lo que importa es comprender el movimiento, lo cotidiano y la importancia que tiene el objeto a en las narraciones como aquello que desencadena la pulsión y que se convierte tanto en objeto a como causa (en este sentido tiene presencia) como objeto a resto. Es decir, el sujeto, por ingresar en lo simbólico y en el dominio del discurso, pierde algo que Lacan va a llamar objeto a. Tiene estos dos aspectos: el objeto a esto, como el que se identifica el suicida y el objeto a causa, en que justamente por estar vacío se un vacío a producir. Los registros real, imaginario y simbólico pueden moverse porque hay un agujero que los une y permite la circulación del deseo. 

Un caso...

Tomemos un ejemplo: Un varón veraneaba con sus padres y llegando de la playa a su casa antes de tiempo, ve a su madre teniendo relaciones con otra persona. Esta escena, cuando el paciente la cuenta, hay una mirada de una situación que le impacta y él no puede quitar la mirada de ahí. Hay algo que quiere esconderse y a la vez ver. Esto, en lo real, produce distintas articulaciones en el nudo borromeo. En lo simbólico, la relación con su madre que pasa a ser leída en términos temibles, que no se le puede creer, etc. En términos imaginarios, el sujeto pasa a estar en su adultez en situaciones de tres, en donde él va y viene, con situaciones que se ven, que no se ven... Ahí, el objeto a escenifica la relación entre estos tres, ubicada en el agujero del nudo, permitiendo el movimiento de los tres registros con su escenificación y consecuencias en términos simbólicos, imaginarios y la presencia en lo real. 

En la clínica, es importante pedir descripciones, pedir adjetivos, adverbios de modo, qué pasa con el agujero mirado. Esos son los fragmentos donde está atrapado el objeto a y el sujeto atrapado allí. Recuerden que es el objet a el que produce al sujeto.

martes, 7 de abril de 2020

Inhibición, síntoma y angustia en el Nudo de Borromeo.


El nudo borromeo es la última escritura de Lacan, que nos invita a pensar tanto los aspectos estructurales del sujeto, como distintos modos de intervenir en la clínica. La operatoria de distribución de goces que hacemos cotidianamente en la clínica, está de alguna manera escrita en el anudamiento borromeo.

El anudamiento borromeo es la estructura del sujeto y es equivalente al nombre del padre. El nudo tiene tres cuerdas: real, simbólico e imaginario. Estas cuerdas están anudadas de modo tal que no hay interpenetración entre ellas. Lo que se mantiene siempre a salvo es el agujero. Ese agujero, Lacan lo escribe como objeto a. Aclaremos de entrada que el objeto a no es ningún objeto, sino que es causa de deseo. Esa es la estructura del parletre, que está dividido, causado por un goce total perdido y esto se escribe ubicando que en el cruce de las 3 cuerdas no hay posiblidad de interpenetración.

Este nudo es para la neurosis, no para la psicosis. Es decir, podrá haber inhibición, síntoma y angustia, pero siempre está la posibilidad de recuperar el agujero. El nudo, una vez que se armó, es inquebrantable. Alguien puede estar deprimido o muy angustiado, pero tenemos la posibilidad de recuperar el agujero que le da sentido a la existencia.

¿Por qué el nudo borromeo es equivalente al nombre del padre y por qué decimos que es la estructura del sujeto? El Nombre del Padre es una función, es decir, no es un papá. Es una función que permite escribir en el sujeto la significación fálica. El niño escribe, con la operatoria del nombre del padre, que no está destinado a ser lo que sutura al Otro, sino lo que le falta al Otro. Esta falta, en la neurosis, no siempre está a cuenta del sujeto, por ejemplo cuando está inhibido, en síntoma o deprimido.

El sujeto tiene que ir, en sucesivas vueltas, descontándose de los sentidos que el Otro le propone para ir advirtiendo esta falta. El niño no está destinado a suturar ese agujero del Otro, abriéndole a ese Otro materno una hiancia incolmable. Esa es la significación fálica, que divide al Otro por un falo, que es un significante al que Lacan llamó por única vez símbolo. Que el Otro esté dividido por el significante significa que está atravesado por la falta inexorablemente, aunque el niño intente ocupar ese lugar. El Otro es deseante y por la operación del nombre del padre, desea algo más allá del niño. Si esto se inscribe, estamos en el terreno de la neurosis.

La inhibición, el síntoma y la angustia son astillamientos en la función y Lacan dirá que estos tres son suplencias espontáneas del sujeto del Nombre del Padre. Es decir, la angustia es nombre del padre, el síntoma es nombre del padre y la inhibición es nombre del padre en la estructura. Para nosotros, contrariamente al sentido común, vemos allí una suplencia del sujeto. Por supuesto, estas suplencias empobrecen al yo, lo que dará lugar a las intervenciones del analista.

El anudamiento borromeo equivale al nombre del padre y cada cuerda, a su vez, equivale al nombre del padre. La función del nombre del padre no tiene que ver con la autoridad ni la debilidad: la función es libidinal. Lacan aporta una novedad en el seminario RSI, respecto a esta función. Hasta ese momento, Lacan venía hablando del deseo materno, es decir, que el nombre del padre barra el deseo de la madre, donde esa x podrá ser o no, el niño.


DM
x

Si nos quedamos en este terreno donde el niño queda encerrado y no interviene el nombre del padre, estaríamos hablando de la psicosis. La operatoria del nombre del padre interviene sobre el deseo de la madre, pasándolo debajo de la barra de la represión. La madre ya no será esa boca del cocodrilo que se traga al niño y el resultado de esa operación será que el Otro quede dividido por el falo simbólico:




La posición libidinal no tiene que ver con los dichos, sino que se trata de una posición deseante. En el seminario RSI, a diferencia de lo que Lacan decía en el seminario V de las formaciones del inconsciente, agrega que el padre tiene derecho al respeto y al amor solo si está perversamente orientado, si hace de su mujer objeto a causa de su deseo. Detalla la función de la posición, donde está en juego la posición del padre en tanto deseante de la madre. Si un padre se orienta y hace de la madre objeto a causa de su deseo, interviene en que la madre pueda tener una relación de justos medios con sus niños-falo. Hasta ese momento, Lacan había ubicado la privación, frustración y prohibición, pero aquí habla de que esto es lo que le permite al niño llevarse los títulos en el bolsillo y no hacer síntomas para hacer el objeto tapón.

En el caso de los síntomas, el a no funciona como causa de deseo, sino que el sujeto está identificado al objeto. En el síntoma no está el clivaje que operó entre el niño y el objeto. La función del nombre del padre opera una pérdida de goce, un clivaje en el cuerpo del niño, en la medida de que el niño no es el objeto destinado a colmar al Otro. En la inhibición, el síntoma y la angustia, el vacío del objeto que permite desear otra cosa que el cuerpo de la madre está taponado. En lugar de tener un sujeto deseante de otra cosa que el Otro, su deseo se encuentra rebajado a la demanda del Otro. Esto nos da la fórmula del fantasma neurótico. Cuando el agujero de obtura, hay inhibición, síntoma y angustia, porque aunque ese vacío está escrito, no está disponible para el sujeto.

En el nudo borromeo no hay interpenetración quiere decir que el sujeto es real, es decir, no está enteramente representado por los significantes del Otro ni tampoco en los sentidos y las imágenes que el Otro proporciona. El sujeto es un resto que lo hace alteridad radical. Lacan recurre mucho a las matemáticas y va a decir que el a es un número irracional, tomando la raíz cuadrada de -1, que si lo operamos no entra en la escala numérica. Lacan dirá que ahí está el soporte del sujeto, en la medida que el sujeto no entra en la escala de los significantes o en los números de la escala del Otro. No está ahí, aunque está representado y alienado a ellos, lo cual hace que pueda también separarse.

El resto como a es el soporte del sujeto, es lo que escribe que el sujeto es real. Ahí va a intervenir el análisis, cuando ese sujeto está alienado a esos sentidos que lo hacen penar de más. Nosotros no intervenimos en todos los sentidos, ni intervenimos desde nuestro ideal. Solamente subrayamos esa dimensión donde el sujeto está identificado a sentidos que lo aplastan. La función de deseo del analista es hacer de soporte de ese a separador de esos sentidos que le impiden tener una relación con su deseo. En Los 4 discursos, Lacan dice que el analista hace semblante de a, y es separador en la medida que intenta recuperar un vacío, que está por estructura en cualquier neurosis, pero que no está disponible. Es un hueso, según Lacan, del sin-sentido, que tiene que ver con la cadena significante del Otro. Un niño arma su ideal respecto al sentido que le da el Otro. En la raiz está el significante unario, que permite ese margen de libertad que permite separarse. eso es tributario del nombre del padre.

Otra de las cuestiones que podemos ubicar acerca del Nombre del Padre en el anudamiento borromeo, es que infinitiza todos los sentidos. Lo esencial de un significante es su dimensión asemántica: si bien tienen un sentido que preexiste al sujeto y el niño recibe contínuamente demandas del Otro, la posibilidad que da la identificación al significante unario es que ningún significante del Otro lo nombre enteramente. Está la posibilidad de la clínica de la pregunta: “Me decís esto, ¿pero qué querés?”. El significante no significa nada hasta que otro significante le da su sentido. Por ejemplo,

-¿Has tomado un baño?
-¿que, falta uno?

Ahí, “tomado” no significa nada, hasta que otro S2 le da su sentido. El Otro puede venir con su demanda aplastante, pero el sujeto tiene esa hiancia que le provee la identificación al significante unario, que es ningún sentido, que permite interrogar “Me pides esto, ¿pero qué quieres?” En la inhibición, el síntoma y la angustia, esa interrogación está detenida. El sujeto está en impass y el analista intenta recuperar la interrogación. El paciente va a racionalizar y contarlo. El lenguaje de signos que funciona en la psicosis, no funciona en la neurosis, aunque esté en un impass. La identificación que constituye al sujeto es al significante unario, que es a cualquier significante, pero a que ningún sentido del Otro va a agotar al sujeto y siempre estará la posibilidad de restarse a ese sentido. Si no puede hacerlo espontáneamente, recurrirá a la inhibición, el síntoma y la angustia y el analista recuperará ahí el trazo mínimo en el nombre del padre en ese síntoma, es decir, lo que le permite no ser ese objeto que sutura al Otro.

En el síntoma, lo que encontramos es un intento fallido de recuperar el agujero. El analista va a intentar leer para que pueda no ser el que se ofrece a ser el objeto tapón, donde el vacío no funciona como causa de deseo. La identificación al sujeto es al “no ser” del objeto que completa al Otro. Por supuesto que siempre la función del nombre del padre es fallida y no podemos hablar nunca de un sepultamiento total del complejo de Edipo. Aunque el Otro esté dividido por el falo, se le va encima al niño igualmente.

El nudo está sostenido de tal forma que si se separa una cuerda, se deshace todo el nudo. El nudo se sostiene con 3 que arman un vacío. Clínicamente hablando, la interpenetración sería que entre el sujeto y el Otro haya encuentro: 4:2=2, resto 0, no hay sujeto. En la neurosis, 5:2=2 y hay un resto que es 1. Este 1 es un resto vivo, una reserva libidinal donde no habrá sentido del Otro que funcione como orden. Habrá mandatos superyoicos a los cuales el sujeto pueda obedecer, pero siempre habrán síntomas, sufrimiento, porque va a denunciar esa posición del objeto. El sujeto no sabe que en el síntoma está denunciando eso.

Cuando hay interpenetración, si se suelta una cuerda el nudo no se deshace. Si nosotros tenemos una esfera y la desinflamos, no queda un agujero. Pero en la figura que toma Lacan que es el toro, por más que lo desinflemos, el agujero central permanece.

Decíamos que el nudo borromeo es la estructura del sujeto, que es el nombre del padre y que el nudo permitía operar en relación a los goces mal distribuidos. ¿Pero qué quiere decir que es la estructura del sujeto?

La nominación de lo imaginario es la inhibición. Lo simbólico es lo propio del ser hablante, pero puede resultar en una metonimia infinita de significantes. Lo que lo detendría es justamente el sentido. Lo simbólico no puede responder al sujeto qué es y en algún punto es necesario que lo simbólico se detenga para construir la estructura neurótica. Lo imaginario permite cerrar la recta, porque lo imaginario actúa como límite mediante la construcción del narcisismo. Lo simbĺico no puede responder a qué soy, pero imaginariamente se puede responder a “Soy his majesty the baby”. Esto permite cerrar la cuerda de lo simbólico, deteniéndola.

El niño nace en pleno autoerotismo y el narcisismo lo unifica, diciéndole “Sos esto”. La primera nominación es imaginaria, según Lacan, es la constitución del yo, que se logra identificándose al ideal del Otro, a la imagen que el Otro le propone. Esto lo escribimos como i’a, que es una imagen a la cual el yo se identifica. Es el Uno unificante.

La segunda nominación es tributaria del nombre del padre. Es una función que ordena el campo de los significantes. Como vimos, el significante unario es cualquier significante, en el sentido que no significa nada. El significante unario permite descontarse del sentido del Otro y permite interrogar eso que viene como un sentido junto.

S1 - S2

Del sentido que viene del Otro, el sujeto puede extraer un significante y va a poder restarse de ese sentido, por ejemplo, preguntando: ¿Por qué querés que haga esto? Es decir, la función del nombre del padre hace que el sujeto no se aplaste. El significante unario no es ninguna palabra mágica, puede ser cualquier significante que permite descompletar el sentido del Otro. El sujeto se identifica en su constitución al significante unario, que es un significante que cancela todos los sentidos y el destino. En la psicosis, hay destino porque no está la inscripción del significante unario, así que no hay algo que le diga “no sos”.

Lacan habla de hacer un paso de sentido, un sin-sentido de lo que le viene del Otro. Esa operación, en la cuerda de lo simbólico, lo que hace es no se trate de un puro automatón de palabras a las cuales se obedece. Lo que descompleta al Otro es el significante unario, cancelando los sentidos y permitiendo que el sujeto no sea destino en el campo del Otro. Esto no siempre está disponible y el analista trata de recuperar el trazo unario, que apunta al vacío. El sujeto, en definitiva, no viene de ninguna sustancia, sino que es lo que un significante representa para otro. Si el significante representa, puede ser que represente otra cosa. En el caso de la hija que se queda cuidando a la madre enferma en la película Como agua para el chocolate, ¿Por qué me tengo que quedar a cuidarte? podría ser un significante unario. Esa interrogación cancela el sentido, identificando al sujeto al no ser, función tributaria del nombre del padre. Todo significante es una marca y un vacío, “un palote” de un vacío, como dice Lacan en el seminario de la identificación. Que un significante sea un vacío quiere decir que no significa nada, por lo tanto lo que Lacan dice como la maldición asumida sería “sos esto”, lo cual es imposible si está el rasgo unario.

Por otro lado, tiene que haber algún sentido para que el paciente no sufra de despersonalización.

La nominación de lo real tiene que ver con el agujero de la represión primaria. Es decir, esa hiancia en el aparato donde no hay un sentido total del Otro. hay una pérdida de sentido inicial en la constitución del sujeto. Se trata de una pérdida de goce total que funda el inconsciente. Lo real se anuda y hace agujero tanto en lo imaginario como en lo simbólico. Lo simbólico tiene un agujero propio que es el S1; lo imaginario detiene la deriva infinita, pero lo real hace agujero, a la vez, en lo imaginario y lo simbólico, diciendo que no hay posibilidad de goce total. Por eso decimos que el nudo es la estructura del parletre, porque se tiene que cerrar el infinito de lo simbólico.

Sentido, goce fálico y goce del Otro.
Empecemos por la cuerda de lo imaginario para ver la inhibición. Entre los cruces de la cuerda imaginaria y la simbólica, Lacan pone el sentido. Lo simbólico se detiene para armar un sentido, sino sería una recta infinita. Hay un punto de capitón que detiene y da sentido y eso es imaginario. Esto le da significación a la frase y por eso nos entendemos. Sino, viviríamos en una deriva significante imposible de significar.




Entre lo real y lo simbólico, Lacan pone el goce fálico. Lo real también es llamado por Lacan como aversión al sentido, porque lo real no tiene un sentido. Del goce, Lacan dice que es del orden de lo inútil: no tiene ninguna utilidad desde el discurso capitalista. El goce fálico tiene que ver con los orificios del cuerpo y Lacan dice que sin el goce sería vana la existencia. Lo que clínicamente llamamos depresión, que es una inhibición generalizada, implica que hay algo del goce fálico que no está funcionando. El goce fálico se llama así porque es fuera del cuerpo, en la palabra: es un goce atravesado por la castración. Se trata de un goce determinado por la discontinuidad de lo simbólico. No es un goce total, es tributario del nombre del padre. La satisfacción de la pulsión es parcial, porque ese goce total está perdido. Lo simbólico es prohibición del incesto, por lo cual ese goce va a ser siempre parcial. Esta parcialidad es lo que le permite al sujeto desear.

En el cruce entre lo real y lo imaginario, está velando ese agujero el goce del Otro. El Otro aquí se encuentra sin barrar, por lo cual, si miramos el nudo, vemos que lo simbólico no llegó. No hay un orden de parcialidad de goce y de la prohibición del incesto. Lacan dice “El Otro no existe”, pero en la clínica vemos una eficacia del goce del Otro. Cuando el sujeto se ofrece como objeto, hace que el otro exista. El Otro, en lugar de estar dividido, en estos casos pasa a ser un Otro absoluto al que hay que obedecer. El neurótico, en vez de gozar con algo más allá del cuerpo de la madre, se ofrece como objeto tapón. El neurótico se esfuerza por hacer consistir al Otro, ofreciéndose sacrificialmente. En este cruce, lo simbólico no está operando. En el goce del Otro, el sujeto desaparece como tal, porque está ofrecido sacrificialmente al Otro. En lugar de responder que la falta del Otro es un significante, que esa falta es vacía, se identifica a lo que sutura, en lugar de identificarse a lo que le falta. El a acá no funciona negativizado como causa de deseo, sino positivizado como tapón.

Clínica de la inhibición.
Lo imaginario avanza sobre lo simbólico y lo que vemos en la clínica es un sujeto inhibido. Vemos que hay un corrimiento dextrógiro, es decir, en sentido de las agujas del reloj. El sentido del Otro es constitutivo. En la inhibición, lo imaginario del sentido del Otro avanza de tal modo que tapona el deseo, que es la dimensión vivificante de lo simbólico.





La inhibición, según Lacan, es el síntoma puesto en el museo. La inhibición es muda, no hace pregunta. En la inhibición, el sujeto habla pero no sabe que algo dice en esa inhibición. El síntoma, al contrario, hace ruido, molesta, es egodistónico. En la inhibición hay detención del movimiento del sujeto y no hay pregunta.

Hay muchas cuestiones que se manifiestan entre la inhibición y el síntoma, pero en la inhibición lo que domina es la detención del movimiento, que es para defenderse de la angustia. En la impotencia sexual, el sujeto se defiende de lo sexual que se le vuelve incestuoso. La inhibición muchas veces es exitosa, vemos en el cuadro de Lacan del seminario X que es el punto de menor movimiento y menor dificultad, defendiéndose de la angustia y alejándose lo más posible del acto. El acto se posterga para protegerse de la angustia.

En la inhibición, el sentido del Otro aplasta, sin que lo simbólico pueda cancelarlo. Funciona má la dimensión del signo que la del significante (lo asemántico, el “eso no es eso”). El analista tendrá que ponerse como soporte de a separador de ese sentido, formulando preguntas. No es este un caso donde el paciente formule una pregunta. El analista activa la transferencia, tiene que hacer de la inhibición una cuestión de saber, entendiendo el saber como cadena de significantes. El analista debe construir cómo llegó el sujeto a esa inhibición, sea el caso de la impotencia, del no querer estudiar, etc. El analista ahí tiene que causar la transferencia, estando como soporte de a, como ese vacío separador que el sujeto inhibido no tiene disponible.

Vemos que muchas veces de la inhibición se sale mediante el acting out o el pasaje al acto. Se trata de intentos desesperados de un sujeto que no sabe de su deseo y encuentra esos recursos.

Ejemplo: Un paciente llega a la consulta a punto de recibirse de médico, faltándole 3 materias. Tenía muy buenas notas en toda la carrera, funcionaba excelente en el estudio y en otras áreas de la vida. Cuenta que al rendir, se le borró todo, se quedó sin ideas. Esto no le hace pregunta, pero viene porque lo manda su compañera de estudios al ver que él tomaba pastillas por estrés. Viene diciendo “qué paja contarte todo, en esto yo no creo, vengo porque mi amiga me dijo que viniera y porque me quiero recibir”. Viene sin ninguna pregunta.

Él dice que quería recuperar su memoria, dice que pensó que tenía un tumor en el cerebro y que sabía que la memoria podía perderse. La historia entre los 2 amigos era muy particular y ella era como una especie de padre que le decía que tenía que recibirse con él. El trabajo fue hacer palabra de esta mudez, para ver de qué se trata. Él contestaba con desgano, pero contestaba. Él cuenta, mediante preguntas, de qué quería recibirse, dónde hacer la residencia… Dice que cuando se reciba iba a hacer una especialidad. Cuenta que la madre decía que se iba a suicidar cuando él se recibiera, pero lo dice de tal forma sin advertir lo que estaba diciendo. Ahí el síntoma está puesto en un museo, no hay cuestión de un saber puesto en juego y el analista entonces debe operar ahí. Debe armar de esa inhibición, muda, un síntoma analítico.

El síntoma analítico implica una cuestión de saber acerca de ese sufrimiento, es decir, una cuestión de significantes. Tiene que instalarse una creencia, por parte del analizante e instalada en el analista por su deseo de analista, de que lo que está en juego ahí es una cuestión de significantes. En definitiva, un analista va a tratar de hacer un síntoma analítico de la inhibición. Sin síntoma anlítico no hay análisis: puede haber charlas, consuelo, psicoterapia… Pero no análisis. La intervención sobre esa cadena de significantes es lo que va a permitir un cambio sobre su goce.

¿Pero por qué se trata de una cuestión de significantes y no de sentido? El significante no significa nada hasta que un significante le da un sentido. Justamente, la posibilidad que tenemos de armar un síntoma analítico es darle a ese significante un nuevo sentido, que lo va a aportar el analista. Por ejemplo, “No me recibo porque se me anuló la cabeza, me falla la memoria”. El analista interviene sobre ese significante “me falla la memoria” aportándole otro significante. “Te falla la memoria porque no te querés recibir, porque vos creés lo que dice tu mamá de que se va a suicidar”. El síntoma analítico es una cuestión de significantes en la medida que si el significante tuviera un sentido fijo, no habría posibilidad de intervenir. El sentido lo aporta otro significante a ese primer significante, que puede ser cualquiera. Ese sentido cambia el goce.

En psicoanálisis, tratamos de morder lo real por ví de lo simbólico. De ese goce, intervenimos a través de lo simbólico. Por tratarse de significantes, tiene varios sentidos. Interviniendo de otro lugar sería desde el ideal “Tranquilizate y estudiá con tus compañeros”, dirigiéndonos al yo. En cambio, interviniendo desde el significante, nos dirigimos al sujeto. El sujeto va a estar representado entre un significante para otro, que es “tengo miedo de que mi mamá se suicide”. En ese punto puede hacer algo con eso, punto en el que pasa a ser un síntoma analítico. Es decir, una cuestión de significantes que al tomar otro sentido permite hacer algo con ellos, morder algún goce y abrir al goce fálico, al deseo.

El sentido en la inhibición es suelto, no remite a otra significación. Nosotros intervenimos recuperando la dimensión significante de lo simbólico. La inhibición es el nombre del padre en lo imaginario porque permite que una vez que se convierte en síntoma permite recuperar el vacío del a.

En la inhibición intervenimos abriendo la cuerda de lo imaginario. En el caso, él quería ser el hérore que salva a su madre y eso tiene un precio. Al abrir la cuerda de lo imaginario recuperamos la dimensión del “no sos”. La escritura que Lacan pone para esa apertura es -φ, que es la escritura de la castración imaginaria y que representa a la castración simbólica. Representa el “No sos el que está destinado a salvar a tu madre”. Cuando se abre una cuerda hacia el infinito, se recupera el agujero. Se trata de un movimiento levógiro. Todos los movimientos de las maniobras clínicas para recuperar el vacío del a son movimientos levógiros.

En la inhibición, se trata de recuperar la castración imaginaria: no sos el falo de tu madre y tu vida no está destinada a eso. En el caso, podría ser “Curá a tus pacientes, no a tu madre

El síntoma en el nudo borromeo
Cuando lo simbólico avanza sobre lo real, tenemos al síntoma. Se trata del síntoma analítico, que se termina de construir como tal (en una cuestión de significantes y de saber) en el encuentro con el analista. Para nosotros, no se trata del síntoma de la medicina “me pasa tal cosa, esto me molesta”.



La avanzada dextrógira de lo simbólico, es decir del significante sobre lo real del goce, da como respuesta un síntoma. Lo real no se puede cubrir por entero por lo simbólico, por el sentido, ni por lo imaginario. El sujeto arma hace un síntoma, que también es nombre del padre en la estructura, porque todo síntoma permite hacer algo con la angustia. En el síntoma, el sujeto no se queda mudo y chilla. El síntoma es la pequeña revolución que hace el neurótico para sostenerse como deseante. En cambio, la inhibición es silenciosa y quizá ni llegue a la consulta. Se trata de “los normales”, según Lacan, que son los que no tienen pregunta. En cambio, el neurótico quiere saber.

El síntoma hace ruido y es nombre del padre porque en el síntoma se liga la angustia. Por ejemplo, en el caso de Isabel. El síntoma se forma, según Freud, porque se reprime una idea que es inconciliable con el yo. Con lo cual, Freud propone que haciendo consciente esa idea irreconciliable con el yo se resuelve el síntoma. Freud avanza en la clínica y se topa con lo real, lo que vuelve siempre al mismo lugar, que es el goce. Descubre que con el levantamiento de la idea reprimida no alcanza.

Isabel de R. se había quedado cuidando a su padre enfermo. Era la enfermera del padre, soltera. Su hermana estaba casada con un señor. Isabel llega a la consulta de Freud con una parálisis en las piernas. Freud le dice que hable y ella le cuenta su historia, cómo empezó la parálisis y arma la cadena de significantes. El cuerpo para nosotros es psíquico y tenemos que ver qué significante se entrometió en él. Freud recupera ese significante y hace del síntoma una cuestión de saber. En este caso, el significante es stehen, que significa parado. Ella estaba parada cuando trajeron el cuerpo muerto del padre. Stehen, cuando vio la felicidad de su hermana agarrada de su cuñado. Stehen cuando vio que su hermana se estaba muriendo. Freud agrega que stehen cuando Isabel tuvo la idea de “Ahora que mi hermana se murió, me puedo casar con mi cuñado”. Esa idea, inconciliable con el yo, es la que quedó reprimida.

Hagamos un ejercicio clínico y ver qué pasa si uno le dice a un paciente que en realidad ella no puede dar un paso más porque está enamorada de su cuñado. Sería un encierro, quizá la paciente se suicida. Debemos ensayar otra apertura hacia el deseo, porque recordemos que el a está escrito, pero ese vacío no está disponible. ¿Cómo recuperar ese vacío? En la apertura de la cuerda de lo simbólico está el inconsciente.

El inconsciente permite operar otro sentido sobre este síntoma. Una lectura que podemos hacerle a Isabel sería que ella es una mujer y lo que desea es enamorarse de alguien, que hay muchos hombres en esta tierra y que puede estar con uno. Que no se paralice, que avance. En lugar de encerrarla en la interpretación del cuñado, podemos abrirla hacia otra cosa. El síntoma es Nombre del Padre porque denuncia que lo real está siendo obturado por lo simbólico, que en este caso le dice “Vos estás destinada a cuidar a tu padre”. Lo real chilla y hace una revolución en el neurótico. El nombre del padre, en lo simbólico, intenta recuperar el agujero de lo real, que le dice “Vos no sos la que está destinada a cuidar de tu padre ni la que se tiene que casar con tu cuñado”. La apertura de la cuerda simbólica recupera el agujero del inconsciente y el S1: no sos.

La angustia.
La avanzada de lo real sobre lo imaginario da como respuesta a la angustia. También es nombre del padre en la estructura, porque lo que avanza es algo sin simbolizar, algo que está entre lo real y lo imaginario, que es el goce del Otro. Hay una sensación que viene del interior del cuerpo, la angustia, que tiene equivalentes en taquicardia, sudoración, bulimia, etc.



La angustia es la sensación del deseo del Otro, en el sentido que concierne al sujeto en la medida que él podría colmar al Otro. La angustia está entre el deseo y el goce, advirtiéndole al sujeto que puede quedar como tapón del Otro. La angustia puede retroceder hacia la formación de síntomas, o puede pasar hacia el acto decidido: yo no soy.

El sujeto puede quedar tomado en un estado de angustia permanente. Ahí la angustia funciona como señal de un peligro para el sujeto de ser objeto del Otro. Es una señal en el yo que advierte al sujeto. La angustia no siempre llega a formar un síntoma, con lo cual tenemos ataques de pánico. Son casos donde lo que más predomina es lo real, lo desorganizado y no lo simbólico de la palabra.

Cuando aparece lo real, en la clínica debemos armar un sentido. No se trata de interpretar, sino dar un sentido que lo organice en este caos. La avanzada de lo real sobre el yo es brutal y lo simbólico no está poniendo sentido, entonces el analista debe hacerlo. La apertura de la cuerda real es ubicar el falo simbólico, que recupera el agujero en lo simbólico, la castración simbólica: no sos eso que quiere el Otro.