En un primer intento de definición, Kierkegaard dice que la angustia
"es una determinación del espíritu que en sueña y pertenece, por tanto,
a la Psicologia" Es decir, se trata de una angustia psicológica, de una
nada que está en el espíritu y que sólo puede angustiar; ella rompe la
inmediatez, que hace aflorar el retorno hacia la interioridad subjetiva;
ya que la realidad del espíritu se presenta siempre como una forma que
incita su posibilidad, pero desaparece tan pronto como él echa mano de
ella. Así, diferencia la angustia del miedo y otros estados análogos, pues
éstos refiérense siempre a algo determinado, mientras que la angustia
es la realidad de la libertad como posibilidad antes de la posibilidad.
Esta indeterminación es precisamente angustia, pues se da antes de
escoger una de las innumerables posibilidades; es el momento previo
a la elección que está siempre abierta al hombre. La angustia es más
profunda que el temor, éste que el miedo y el miedo que el susto. La
angustia se produce cuando se desea lo que se teme; esta especie de
ambigüedad entre el temor y el querer se refleja en la tentación: quiero lo
que temo. El vértigo de la libertad como conciencia de las posibilidades
es la angustia. No son los animales los que se angustian, sino el ser
humano, que está determinado como espíritu.
Aunque sea sorprendente, la inocencia es también angustia. Ambas
se relacionan porque en la inocencia hay reposo y paz, o sea, el no
agitarse ni tener algo a que enfrentar es una nada que engendra angustia.
Hay, por tanto, una evidente tensión interna a la que se ve sometido el
espíritu del que la sufre. Sin embargo, esta angustia que se da en la
inocencia no es una culpa ni una pesada carga, no es un sufrimiento
irreconciliable con la felicidad de la inocencia; por ejemplo: en los niños
la angustia se encuentra como afán de aventuras y misterios. Aunque
le angustie, el niño no quiere verse privado de ella; la siente como una
dulce opresión.
Ahora bien, el objeto de la angustia es nada, habitualmente se dice
angustiarse de nada, hay una clara ambigüedad:
"Pues quien se hace culpable por angustia, es inocente: no fue
él mismo, sino la angustia, un poder extraño que hizo presa en él,
un poder que él no amaba, del cual, por el contrario, se apartaba
angustiado; y sin embargo es culpable: se había hundido en la
angustia, a la que amaba a la vez que temía."
Es solamente por una culpa que puede ser suprimida la inocencia.
Si uno no fuera inocente antes de tornarse culpable, nunca se tornaría
culpable. Pero el destino de la inocencia no es ser necesariamente
anulada; no comienza por no existir, "para llegar a la existencia sólo
siendo suprimida y sólo como aquello que era antes de haber sido
suprimido y está ahora suprimido». La inocencia es una cualidad o estado que puede existir y que se desea sólo cuando se ha perdido,
añadiéndose en este caso una nueva culpa: la de perder el tiempo en
deseos, aunque en ella hay también una satisfacción de sí misma.
Kierkegaard señala que el espíritu sintetiza lo corpóreo y lo psíquico
en el hombre; el ser humano no es animal en el estado de inocencia,
pues así nunca llegaría a ser hombre. El espíritu está inmediatamente
en acecho y soñando. Mientras está en acecho es de algún modo un
poder enemigo que obstaculiza la relación entre alma y cuerpo, relación
que trata de adquirir la existencia ideal por medio del espíritu. A su
vez, es también un poder amigo, porque pretende constituir justamente
la relación. ¿Cómo se vincula el hombre con este poder ambiguo? El
espíritu se angustia de sí mismo y mientras se tiene a sí mismo fuera de
sí no puede comprenderse ni liberarse.
El hombre es espíritu, por eso no puede ahogarse en lo vegetativo. De
la angustia no puede escapar porque la ama, pero tampoco propiamente
la ama porque la huye:
"Ahora está la inocencia en su ápice. Es ignorancia, pero no
una brutalidad anormal, sino una ignorancia determinada por
el espíritu, pero que es angustia precisamente porque es una
ignorancia de la nada. No hay ningún saber del bien y del mal,
sino que la realidad entera del saber proyectarse en la angustia
como la ingente nada de la ignorancia."
Cuando Dios le prohibe a Adán comer el fruto del árbol de la ciencia
del bien y del mal, le surge la angustia de la posibilidad de poder, es
decir, de la libertad. La prohibición despertó el deseo y así la ignorancia
se convirtió en un saber, puesto que si Adán experimentó el deseo de
usar la libertad tuvo que poseer un saber de ella.
Adán no sabe qué es eso que puede, únicamente cabe la posibilidad
de poder; y esto como una forma superior de la ignorancia y también
como una expresión superior de la angustia, porque este poder en
sentido superior es y no es. No solamente Dios prohibe, sino además
amenaza a Adán con una sanción: la muerte. Adán no entiende esto,
pero puede imaginarlo como algo espantoso, es un espanto que se
convierte en angustia. Así la inocencia es llevada hacia el extremo, ya
que es presa de la angustia tanto en su relación con lo prohibido como
con el castigo. No es culpable, pero hay en ella una angustia tal, que es
como si estuviese perdida.
Según Kierkegaard, la angustia revela en el hombre lo negativo de su
ser, y como su ser no es nada, el hombre se realiza cuando su existencia
alcanza la autenticidad; para esto debe elegirse a sí mismo entendiendo
por la libertad que para uno todo es posible. Así la angustia se hace
inseparable de la libertad y el pecado:
"La autonomía es para el hombre el pecado, porque significa la
rebelión contra Dios. De esto se desprende una primera paradoja
fundamental: el hombre es únicamente él mismo de verdad en la
elección de sí mismo y únicamente puede ser él mismo al elegírse
a sí mismo contra Dios, por estar contra Dios."
Como en una vorágine, el ser humano es lanzado en la angustia
casi sin oportunidad de detenerse; pues siendo reflexiva, es paralela a
la ruptura del contacto con el mundo. La angustia aísla a la persona
que la sufre, envolviéndola en una situación de la que puede ser muy
dificil salir, como una especie de circulo vicioso. Esta soledad acentúa la
misma angustia, ya que la persona se encierra más y más en sí misma,
evitando también la relación con otros. Por un pudor muy natural, el
angustiado se oculta a los demás, aunque arde en deseo de comunicar
su sufrimiento a alguien capaz de comprenderlo. El angustiado quiere y
necesita ayuda, pero a veces teme ver su dolor expuesto a un sentimiento ajeno de piedad:
¿Cuál es humanamente mi desdicha? Que poseo demasiado
pudor o interioridad, pues en cierto sentido ellos son una
misma cosa, puesto que el pudor oculta la interioridad. Puedo
soportar una pérdida aunque sea considerable, pero no puedo
prorrumpir en gritos; trato en lo posible de convertirlo en una cosa
insignificante. "
Sólo un espíritu muy sensible y refinado, un alma selecta, puede
rigurosamente penetrar la estricta realidad de la angustia. Ella se
esconde tras una puerta estrecha, que pocos son capaces de abrir. En
la angustia hay mucha impaciencia. El angustiado realiza un esfuerzo
enorme por acabar definitivamente con ella. Es una tarea que le agota
por el cansancio psíquico que experimenta y porque no ve resultados,
al menos inmediatamente. Esto mismo le causa mayor impaciencia. No
puede deshacerse de algo que le produce un estado habitual de tristeza
y melancolía. Con espanto siente que está solo en el mundo:
En la intimidad de cada hombre siempre existe la angustia de
estar solo en el mundo, olvidado y descuidado por Dios, en este
inmenso gobierno de millones y millones. Uno sofoca esa angustia
con la visión de tantos hombres como nos rodean, vinculados a
nosotros por la naturaleza o por amistad; pero la angustia persiste
y uno no osa pensar en lo que experimentaría si todo eso le fuera
arrebatado.
Para Kierkegaard, es la existencia entera lo que provoca angustia.
Quien toma conciencia de la vida, de su profundo significado, la
percibe irremediablemente como una gran carga; en ocasiones incluso
insoportable. La vida abruma a cada individuo que reflexiona sobre su
propia existencia, adquiriendo así una intensidad dramática no exenta
de lucha y de grandeza.
También, aunque no tan explícitamente, Kierkegaard da a entender
que quien sufre la angustia y la sabe asumir y superar alcanza una
madurez espiritual que le abre las puertas de la trascendencia. Es
natural que una vida plenamente humana esté atravesada por la
angustia, casi podría afirmarse que es una condición básica de ella,
haciéndola adquirir además un cierto carácter aventurero y dándole
una más valiosa significación.Toda la vida tiene así un atractivo que sin
la angustia nunca hubiese obtenido.
La angustia en su relación con el pecado original.
El pecado original es el primer pecado del hombre. Si bien el pecado
de Adán trajo el pecado al mundo, hay que decir, en rigor, que a través
del primer pecado entró la pecaminosidad en Adán. Su pecado se
diferencia del primer pecado de cualquier otro hombre porque trae como
consecuencia la pecaminosidad, en cambio, todo otro pecado tiene la
pecaminosidad como condición.
En la narración del Génesis es seducida primero la mujer y luego,
por intermedio de ésta, el varón. La mujer deriva del varón y desde la
perspectiva ética ella culmina en la procreación; por eso su deseo se
dirige hacia el hombre. También éste la desea a ella, pero en su caso no
hay una culminación de su vida en este deseo, salvo en caso de locura.
Siendo corporalmente más débil, la mujer siente más angustia que el
hombre porque es más sensible y porque la naturaleza femenina está
determinada esencialmente de modo espiritual.
Esto es importante porque, según Kierkegaard, con la caída viene el
pecado al mundo y se establece además la sexualidad, no pudiéndose
separar uno de otra. Evidentemente la sexualidad existía antes, pero
eran ignorantes de eso, puesto que en la inocencia Adán era como un
espíritu que estaba soñando. Cuando el espíritu se pone a sí mismo pone
la síntesis, pero para esto hay que penetrar primero en ella, cortándola
y lo sexual es el extremo de lo sensible. El hombre alcanza ese extremo
cuando el espíritu se hace real. Sin pecado no hay sexualidad y sin
sexualidad no hay historia.
La pecaminosidad trajo la sexualidad y el comienzo de la historia de
la especie. En el individuo el pecado original provoca la angustia como
consecuencia, aunque cuantitativamente diferente de la de Adán. Es
más honda la angustia en un hombre si éste es más original, porque
al ingresar en la historia de la especie necesita apropiarse del supuesto
de la pecaminosidad, construyendo su vida sobre esto y causando, de
algún modo, un mayor poder de la pecaminosidad:
La angustia no es una determinación de la necesidad, pero
tampoco de la libertad. Es una libertad sujeta: en ella no es
la libertad libre en sí misma, sino sujeta; pero no sujeta en la
necesidad, sino sujeta en sí misma. Si el pecado ha venido al
mundo necesariamente (lo que es una contradicción), no hay
angustia. Si el pecado ha venido al mundo por medio de un acto
de un abstracto liberum arbitrium (lo que no ha existido ni en el
mundo posterior ni en el comienzo del mismo, pues es un absurdo
del pensamiento), tampoco hay angustia".
El individuo posterior a Adán es una síntesis derivada en la que está
puesta la continuación de la especie; esto constituye el más o el menos
de angustia en este individuo.
Kierkegaard expresa que el pecado aparece en medio de la angustia,
pero genera una nueva angustia:
Por una parte, es la continuidad del pecado una angustiosa
posibilidad; por otra parte, la posibilidad de una salvación es una
nada que el individuo ama y teme a la vez, pues así se conduce en
todo tiempo la posibilidad con respecto a la individualidad. Sólo en
el momento en que la salvación es realmente puesta, sólo entonces
es superada la angustia."
La angustia que trae consigo el pecado tiene realidad cuando el
individuo mismo pone el pecado, aunque en la evolución cuantitativa de
la especie es sentido como un más o un menos. El ser humano se torna
culpable por angustia de sí mismo:
La angustia significa, pues, dos cosas: la angustia en medio de
la cual pone el individuo el pecado, por medio del salto cualitativo;
y la angustia que ha sobrevenido y sobreviene con el pecado y
que, por ende, entra también determinada cuantitativamente en el
mundo, cuantas veces pone el pecado un individuo.
En la misma relación de la angustia con el pecado, Kierkegaard
establece una distinción entre lo que llama "angustia objetiva" y
"angustia subjetiva". La angustia de la creación es una angustia
objetiva, pero no la produjo la creación, sino el pecado de Adán y todos
los otros pecados. Términos como anhelo, esperanza, etc., muestran que
la creación se encuentra en un estado imperfecto; y es precisamente la
angustia la expresión de semejante anhelo, pues ella denuncia el estado
del cual se anhela salir. El pecado adquiere significación para toda la
creación: "Por angustia objetiva entendemos, en cambio, el reflejo de esa
pecaminosidad de la generación en el mundo entero?»
La angustia subjetiva es "la angustia que surge en el individuo como
consecuencia de su pecado'>, es decir, se refiere a la angustia que
existe en la inocencia del individuo y que corresponde a la de Adán,
aunque por obra de la determinación cuantificativa de la generación es
cuantitativamente distinta de ella.
Cuanto más reflexivamente es posible poner la angustia, tanto más
fácilmente parece poder convertirse en culpa. Kierkegaard apunta
aquí a que hay una egoísta infinitud de la posibilidad que reside en la
angustia y que oprime al individuo posterior, en el cual la angustia es
más reflexiva.
Si bien son distintas, la sensibilidad puede significarla pecaminosidad,
hace de ella tal el pecado cuando es puesto. Por eso también mientras un
alma es más sensible al pecado, más se angustia. Según Kierkegaard, al
considerar que el espíritu constituye y sustenta a esa síntesis de alma y
cuerpo que es el hombre, puede agregarse entonces que la angustia es
el "momento" en la vida espiritual o individual. Simultáneamente a esto,
el ser humano es una síntesis de lo temporal y de lo eterno; esta síntesis
es el momento. Todo momento es un pasar instantáneo donde casi no
hay un presente. El momento existe cuando es puesto el espíritu.
El momento es un concepto ambiguo con el cual comienza la historia
y entran en contacto el tiempo y la eternidad. Alponer el momento existe
lo eterno, es una plenitud, considerado como lo eterno, pero un eterno
que a su vez es lo pasado y también lo futuro; en cuanto posibilidad de
lo eterno, se convierte en el individuo en angustia. A veces el pasado
anticipa el futuro o, dicho de otro modo, en la angustia de haberse
perdido la posibilidad antes de que haya existido. Más que angustiarnos
por el pasado nos angustiamos por lo futuro. Al angustiarme por una
desgracia pasada, lo que sucede es que me angustia que pueda repetirse,
o sea, hacerse futura. Siempre la angustia es el estado psicológico que
precede al pecado. Antes de cometerlo se da la angustia, pero no durante
el pecado ni tampoco después; lo que posteriormente puede darse es el
remordimiento o el arrepentimiento.
El arrepentimiento no puede abolir el pecado, solamente le sigue paso
a paso, pero siempre un momento después. Es la angustia en su más alto
nivel porque conserva el poder de apesadumbrarse. La consecuencia
arrastra consigo al individuo, pero la angustia va delante descubriendo
la consecuencia antes de que sobrevenga. Cuando triunfa el pecado,
"la angustia se arroja desesperada en los brazos del arrepentimíento.
El arrepentimiento interpreta la consecuencia del pecado como una
pena aflictiva y la perdición como la consecuencia del pecado. Se ve
perdido y arrastrado durante toda la vida hasta el lugar de la ejecución.
Este arrepentimiento, que se ha vuelto loco, se encuentra muy raras
veces en la vida y en naturalezas muy profundas y originales. Es un
arrepentimiento con mayor contracción, más natural e impotente.
Piensa Kierkegaard que para pasar al pecado tiene que darse un salto
cualitativo. En el pecado hay una realidad y podría decirse, por tanto,
que desaparece la posibilidad y la angustia, pero no es exactamente
así porque la realidad no es un puro momento único, así es que la
angustia vuelve relacionándose con lo puesto y con lo futuro, pero ahora
su objeto es algo determinado porque está puesta la diferencia entre el
bien y el mal, perdiendo su ambigüedad dialéctica. La diferencia entre
el bien y el mal se da cuando está puesto el pecado en el individuo. No
necesariamente el hombre tiene que pecar; su libertad es infinita y no
brota de nada.
En la angustia hay una escisión del deseo porque quiere consentir
la realidad del pecado no del todo, sino hasta cierto grado, e igualmente
quiere eliminar esa realidad del pecado hasta un cierto grado, pero no
del todo. La angustia disminuye o desaparece cuando a una persona le
es ya natural el pecado. Aunque desde la perspectiva ética el pecado no
es un estado, pues el estado es la última aproximación psicológica al
estado siguiente.
La falta de espíritu es más espantosa cuanto más elevado está
puesto el espíritu. Lo propio de la falta de espíritu es el extravío, la
desorientación. Pero la falta de espíritu es tan dichosa y satisfecha de
sí misma que no padece de angustia. Pero como en la falta de espíritu
hay un estancamiento y una idealidad caricaturizada, en el fondo es una falta de refinamiento del alma, la angustia está escondida y disfrazada
esperando; y así sobrecoge más que si se presenta sin máscaras.
Finalmente, Kierkegaard considera aquí la relación del pecado y de la
angustia con el cristianismo, el judaísmo y el paganismo. La conciencia
del pecado solamente ha sido puesta por el cristianismo, en cambio
la angustia del judaísmo es la angustia de la culpa. El sacrificio en
el judaísmo es algo de la misma naturaleza. El judío se refugia en el
sacrificio, pero esto no le sirve, su sacrificio resulta ambiguo, por eso
se repite.
Únicamente con el pecado queda puesta la reconciliación y no se
repite su sacrificio. El paganismo radica en el pecado y la angustia
porque es "una sensibilidad que tiene cierta relación con el espíritu,
pero sin que el espíritu esté puesto en su sentido más profundo, como
espíritu. Ahora bien, esta posibilidad es precisamente la angustia"
Ya vimos que el objeto de la angustia es la nada, ambas avanzan
paralelamente. La nada en la angustia del paganismo es el destino: "El
destino es, pues, la nada de la angustia'». El paganismo no puede evitar
relacionarse con el destino en la angustia, de otro modo no lo puede
hacer puesto que el destino en uno es lo necesario y en el próximo es
lo casual; esta es la tragedia del pagano: no puede acercarse más al
destino.
Dentro del cristianismo se encuentra la referencia pagana al destino,
en cambio, el judaísmo está sumido en la angustia. Si bien la culpa
es algo, es exacto que en tanto objeto de la angustia no es nada, ya
que tan pronto como está puesta la culpa, ha pasado la angustia y
existe el arrepentimiento. El individuo presa de la angustia persigue
paradójicamente la culpa y, sin embargo, le teme. La culpa tiene un
poder que fascina al espíritu.
En toda vida humana hay un trasfondo religioso. Cuando un espíritu
finito vuelve a Dios se ve a sí mismo como culpable, descubre en sí
la culpa. Al volverse hacia el interior describe también la culpa, teme ser culpable con su libertad. Teme llegar a ser culpable, pero no teme
reconocerse como tal. En el mismo grado que descubre la libertad, le
pasa la posibilidad de la angustia del pecado. La relación de la libertad
con la culpa es de angustia. La grandeza de un hombre sólo depende de
la energía de la relación con Dios en él mismo.