lunes, 31 de marzo de 2025

Escritura y topología: la configuración de las tres dimensiones en la cadena borromea

Toda escritura requiere de una superficie donde pueda materializarse, lo que la vincula de manera inseparable con las dimensiones del espacio. En este sentido, las tres dimensiones—lo imaginario, lo simbólico y lo real—se entrelazan de manera particular, determinando la naturaleza de su conexión.

Lacan introduce un esbozo de topología cuaternaria en Aún, donde describe la progresión de las dimensiones: un punto, al cortar una línea, define la línea como unidimensional; una línea, al cortar una superficie, otorga dos dimensiones a esta última; y una superficie, al cortar el espacio, lo configura como tridimensional. A partir de aquí, Lacan señala que al llegar a tres dimensiones, inevitablemente se presenta una cuarta, aquella que no se cuenta explícitamente pero que es constitutiva del sistema.

Si bien esta lógica aún requería mayor elaboración para su plena articulación con la cadena borromea, el objetivo inicial de Lacan era precisar la estructura de dicha cadena como el anudamiento de las tres dimensiones mencionadas. Estas, en su conjunto, conforman una escritura que no sigue las reglas del espacio euclidiano.

Sin embargo, desde …ou pire, Lacan advierte la necesidad de “aplanar” esta estructura, permitiendo su inmersión en el espacio y su manipulación. Este proceso de puesta en plano resalta la relevancia que lo imaginario adquiere en este esquema.

Las tres dimensiones se estructuran a partir de la consistencia de la cuerda: cada una es un redondel de cuerda o nudo trivial que, al anudarse, forma una cadena particular. En lugar de cortarse entre sí como en el espacio euclidiano, se enlazan mediante un juego de pasajes por encima o por debajo unas de otras. En este contexto, el toro se vuelve fundamental, ya que su estructura permite el anudamiento: sin el agujero que porta, la conexión entre los elementos no sería posible.

La función fantasmática de la repetición

Allí donde la complementariedad del goce sexual es imposible, el fantasma surge como una satisfacción supletoria. Lacan, en su esfuerzo por formalizar esta imposibilidad, retoma el concepto freudiano de Lustgewinn (ganancia de goce) para explicar cómo el fantasma opera como un plus que compensa dicha carencia.

Esta ganancia de goce está íntimamente ligada al recorte significante y a la repetición, lo que lleva a una cuestión fundamental: ¿cuál es la función del fantasma en la repetición?

Por un lado, esta repetición puede transformarse en un exceso, una carga que sobrepasa al sujeto y que, en algunos casos, lo lleva a consultar a un psicoanalista. Es en este punto donde el psicoanálisis interviene: mediante el equívoco y el malentendido propios del significante, se puede desmontar la fijeza del fantasma y su rol en sostener lo imposible de la relación sexual.

Sin embargo, hay otra dimensión de la repetición que escapa a lo que puede conmoverse por la interpretación. Se trata de la repetición estructural, aquella que responde a lo que el significante “no cesa de no escribir”, es decir, a lo que persiste más allá del principio de contradicción.

Lacan se sumerge en esta problemática entre los Seminarios 14 y 15, trabajando con las tablas lógicas de verdad para encontrar una lógica que pueda abordar lo real. Desde esta perspectiva, el fantasma no es una simple formación del inconsciente, sino una escritura en sentido lógico, una articulación que sostiene dos dimensiones simultáneas:

  • Un valor de verdad, al inscribirse en la estructura del sujeto.

  • Un valor de goce, al operar como soporte de una economía política del goce, distribuyendo y fijando el exceso de satisfacción.

En este sentido, el fantasma no solo organiza el deseo, sino que también captura y obtura el goce, delimitando los modos en que el sujeto se engancha a su repetición.

El objeto del deseo y su lugar en el fantasma

El "Che vuoi?" del grafo lacaniano es la pregunta fundamental que interroga la posición del niño en el deseo del Otro. No se trata simplemente de un "¿qué quiere de mí?" en términos de un anhelo consciente, sino de un cuestionamiento más profundo: ¿bajo qué forma (como objeto a) el sujeto se constituyó como causa del deseo del Otro?

Este tránsito hacia la causa del deseo rompe con la noción de una infinitud del deseo tal como fue planteada en La instancia de la letra en el inconsciente..., donde se afirmaba que el deseo es siempre de otra cosa. Si el deseo nunca se satisface del todo, ¿qué lo detiene?

Aquí entra en juego la función del objeto a en el fantasma, pues proporciona un punto de fijación, un anclaje que permite orientar el deseo y darle consistencia. Es precisamente en esta posición de objeto donde se manifiesta la opacidad del deseo: el sujeto no sabe qué es para el Otro, y en esa incertidumbre se juega su relación con el deseo.

Un aspecto central de esta conceptualización del objeto es que desde el inicio está separado de las cosas del mundo. Esto permite plantear una pregunta crucial: ¿de dónde proviene este objeto?

Desde el comienzo, el objeto a supone un recorte respecto al cuerpo del niño, ya que es con su cuerpo que el niño se convierte en falo para responder al deseo materno. En este sentido, el objeto a es el precio que el sujeto paga en su paso por la castración, el costo que implica devenir un sujeto dividido.

Más adelante, en El Seminario 10: La angustia, Lacan reformula este objeto como el resto de la división subjetiva, un irracional simbólico que testimonia lo que no puede ser capturado completamente por el significante. Se trata de un resto viviente, una parte del cuerpo que sostiene al sujeto en su evanescencia, señalando lo que del ser escapa a la negativización y persiste como una marca irreductible de su existencia.

Síntoma y carácter

 Introducción.

Freud introduce el carácter como un obstáculo al trabajo interpretativo. En este sentido, parece ofrecerse como una alternativa a la clínica del síntoma. El encuentro con el carácter como resistencia, ha conducido a varios autores post freudianos hacia la organización de una clínica que separa el trabajo con el síntoma del análisis del carácter. En este sentido, tal como se trabajó en el Anuario de Investigaciones XXI, W. Reich propone abordar primero, en una “fase introductoria” el carácter y no interpretar los síntomas hasta tanto no se haya vencido la “coraza caracterológica” (Reich 1949)1.

El presente trabajo se propone examinar los conceptos: síntoma y carácter, en la obra freudiana, con el objetivo de indagar un aspecto del carácter susceptible a la interpretación propuesto por Freud en sus desarrollos; y, por otro lado, reflexionar sobre la relación entre el núcleo del síntoma refractario a la interpretación y el concepto de rasgo de carácter.

Acerca del síntoma.
El síntoma se introduce en la obra de Freud junto con la idea de trauma psíquico. Una vivencia sexual prematura y traumática, será la causa de estos fenómenos conversivos que han fascinado en primer lugar a Charcot y luego, por transferencia, al fundador del psicoanálisis. Lo que motiva, en este primer tiempo, la clínica freudiana, es la pasión por el origen, la búsqueda del recuerdo patógeno que justifique la presencia del síntoma. Es en esta exploración, que Freud se encuentra con una novedad, así lo expresa él mismo, y es que hay ciertos síntomas que remplazan expresiones verbales. La mirada penetrante de la abuela de Cäcilie, se traduce en un dolor en el entrecejo. La angustia de “no entrar con el pie derecho”, se transforma en fuertes dolores en el talón derecho. A partir de estas “referencias simbólicas”, Freud concluye que “existe un propósito de expresar el estado psíquico mediante uno corporal, para lo cual el uso lingüístico ofrece los puentes” (Freud 1893, 35).

Estas “simbolizaciones”, introducen la idea del síntoma como portador de un sentido. Pero además, estas expresiones equívocas que impactan el cuerpo, ponen al descubierto el quiebre entre la palabra y lo que ella pueda significar. En este sentido, Freud comienza a escuchar el síntoma como una metáfora.

Mientras que el síntoma conversivo lleva a la conceptualización del cuerpo para el psicoanálisis, un cuerpo afectado por la palabra; la sintomatología de la neurosis obsesiva, revela algo que “no se puede solucionar” y que en efecto, se constituye en un primer límite a la interpretación. Se trata de la compulsión (Zwang) que “no puede ser resuelta por la actividad psíquica…” (Freud 1896, 174), que se transfiere de un síntoma a otro hasta llevar al obsesivo a una “existencia extravagante con innumerables síntomas…” (Freud 1896). Esta dimensión, anticipa lo que más adelante será examinado como la satisfacción pulsional que soporta el síntoma.

En 1900, el síntoma se reordena dentro de las formaciones del inconsciente junto con el fallido, el lapsus, los sueños y el chiste. Luego de definir la función que realiza el “trabajo del sueño” a partir de los operadores: condensación y desplazamiento, Freud afirma que existe una “plena identidad entre las peculiaridades del trabajo del sueño y la actividad psíquica que desemboca en los síntomas psiconeuróticos” (Freud 1900, 587).

Sin embargo, el síntoma presenta una particularidad que lo diferencia del resto de las formaciones del inconsciente: su permanencia en el tiempo.

No es casual, que algunos años después, en Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud introduzca el concepto de pulsión. En este texto comienza a trazarse una nueva perspectiva que considera el síntoma como una satisfacción sustitutiva. Contemporáneo a este escrito, es el caso Dora donde en el epílogo, señala que “la sexualidad no interviene meramente como un deus ex machina (…) sino que presta la fuerza impulsora para cada síntoma singular” (Freud 1905, 100).

En este sentido, señala que el síntoma es el retorno de esos modos parciales de satisfacción pulsional, que han hallado en “incitaciones vivenciadas (experiencia de seducción)” el material para su fijación. Concluye de un modo radical, señalando que “los síntomas son la práctica sexual de los enfermos” (Freud 1905, 148).

En la 19ª Conferencia, se pregunta por el sentido de los síntomas y responde que “…sirven a la satisfacción sexual (…), son un sustituto de esa satisfacción que les falta en la vida” (Freud 1916-17, 273). En efecto, si tal como lo enseña el psicoanálisis, hay una privación que alcanza a todo ser hablante, se deduce cómo el síntoma comienza a asumir un estatuto necesario.

En la 23ª Conferencia agrega que la modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene en sí mucho de extraño ya que se vuelca en una sensación de sufrimiento. Y agrega que el síntoma “repite la modalidad de satisfacción de la temprana infancia” (Freud 1916-17, 333). Es entonces cuando introduce el concepto de fijación: “…La experiencia analítica nos obliga sin más a suponer que unas vivencias puramente contingentes de la infancia son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido” (Freud 1916-17, 329).

La fijación viene a responder por la persistencia del síntoma. A diferencia de su vertiente simbólica, en la cual el desplazamiento de la libido opera otorgándole una envoltura descifrable, aquí se trata de la detención del movimiento libidinal en torno a un objeto de la pulsión.

Freud comienza a ubicar el problema de la satisfacción en la cura, y en efecto señala que la eliminación de los síntomas no es todavía la curación de la enfermedad dado que “tras eliminarlos resta la capacidad para formar nuevos síntomas” (Freud 1916-17, 326).

Acerca del carácter
El carácter es un concepto que Freud ha vinculado con la pulsión en más de una oportunidad. En La predisposición a la neurosis obsesiva señala que “en el campo del desarrollo del carácter, tropezamos con las mismas fuerzas pulsionales cuyo juego hemos descubierto en la neurosis” (Freud 1913, 343). Pero agrega, que en el carácter falta el fracaso de la represión y el retorno de lo reprimido; allí operan la formación reactiva y la sublimación.
En Tres ensayos de teoría sexual señala que “el carácter de un hombre, está construido en buena parte con el material de las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar unas mociones perversas, reconocidas como inaplicables” (Freud 1905, 218).
En De guerra y muerte. Temas de actualidad, menciona que luego de superados los destinos pulsionales “…se perfila lo que se llama el carácter de un hombre…” (Freud 1915, 283).
Estas primeras reflexiones acompañan la idea del carácter como efecto de las primeras defensas que pone en juego el ser, que recién devendrá sujeto en la deriva pulsional. En este sentido, Freud ubica en Pulsiones y destinos de pulsión dos destinos pulsionales previos a la represión: “la transformación en lo contrario” y la “vuelta hacia la persona propia”. ¿Habrá alguna relación entre estos modos en que se inscribe la pulsión y la constitución del carácter?
En esta línea de investigación, Harari señala que el carácter se revela mucho menos “un modo o tipo habitual de reaccionar”, tal como fue conceptualizado por la mayoría de los autores postfreudianos, “que un precipitado, quizás contradictorio, de la historia pulsional de un sujeto” (Harari 1988, 30). Esta última perspectiva del carácter como portador de la historia libidinal de un sujeto, lo convierte en un concepto interesante para indagar en el marco de la práctica analítica. Precisamente porque pulsión y carácter se vinculan muy íntimamente.

Retomando la perspectiva freudiana, donde la fijación se produce a partir de vivencias contingentes de la infancia. Es interesante que en el caso del Hombre de las ratas surja, como efecto de una escena infantil determinante en relación a su sintomatología, además, la constitución de un rasgo de carácter que lo acompaña durante toda su vida. Freud señala que luego de haber recibido del padre una reprimenda, “por angustia ante la magnitud de su propia ira se volvió cobarde desde entonces” (Freud 1909, 161). Es decir, que al “quedar preso de una ira terrible” y además, agrega Freud, al no contar con palabras para insultar al padre, se constituye un rasgo de carácter. Se observa entonces, el contiguo entre la pulsión y el carácter, que se origina además, allí donde todavía no se cuenta con el lenguaje para tramitar lo traumático de la escena: la exigencia pulsional.

En Carácter y erotismo anal los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas, o bien formaciones reactivas contra ellas”. (Freud, 1908, 158).

Una vez más, aparece la referencia a la pulsión, pero esta vez, haciendo uso de la noción de rasgo de carácter, se introduce la novedad del rasgo que permanece por ser una “continuación inalterada de las pulsiones originarias”.

Esta perspectiva, será retomada hacia el final para vincularla con los desarrollos que realiza Freud sobre el síntoma en Inhibición, síntoma y angustia.

Donde el carácter se acerca al síntoma.
En Carácter y erotismo anal, la fijación, como momento lógico de detención de la pulsión da cuenta de la persistencia de una satisfacción y de su vinculación con los denominados rasgos de carácter.

El texto comienza indicando cómo durante la tarea analítica se “tropieza” con los rasgos de carácter de ciertas personas que sobresalen por ser ordenadas, ahorrativas y pertinaces. Es decir que de entrada, una vez más, Freud está ubicando el carácter como un obstáculo al trabajo analítico. Pero también, inmediatamente, establece una relación entre los mencionados rasgos de carácter y el erotismo anal.

Aclara que ni siquiera para él “es muy transparente la necesidad íntima de ese nexo” (Freud 1908, 156), sin embargo, agrega que fue la experiencia acumulada aquello que lo condujo a establecerlo.

En efecto, intenta crear un marco teórico que justifique el vínculo entre la fijación a la fase sádico - anal, que también denomina “resalto erógeno hipernítido de la zona anal”, y los rasgos de carácter mencionados.

Hacia el final del texto expone una idea interesante y es que aquellas personas que en su vida madura conservan una aptitud erógena de la zona anal, v. gr. los homosexuales, poseen una “modelación particular del carácter anal” (Freud 1908, 158).

Esta idea será retomada por Reich en Análisis del carácter señalar que en el caso del “carácter neurótico”, los rasgos de carácter que obstaculizan la capacidad social y sexual surgen por una estasis libidinal. En cambio, ocurre lo contrario en el caso del “carácter genital” donde “se alterna entre la tensión libidinal y la adecuada gratificación libidinal; esto es, posee una economía libidinal ordenada” (Reich 1967, 187). De allí surge la orientación del tratamiento que propone Reich y que consiste en lograr la satisfacción orgástica, aquella que en palabras del autor representa una “sana economía libidinal” (Reich 1967, 196).

En cambio Freud, comienza a explicar el nexo entre la zona erógena anal y los rasgos de carácter, a partir de un abordaje simbólico. Señala que se trata de una relación del tipo Mammon = ilumanman, que significa que el oro es la caca del infierno (doctrina de la antigua babilonia). Y agrega que “si la neurosis obedece al uso lingüístico toma aquí como en otras partes las palabras en su sentido originario, pleno de significación; y donde parece dar expresión figural a una palabra, en la generalidad de los casos no hace sino restablecer a esta su antiguo significado” (Freud 1908, 157). Entonces, es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre conoció y lo menos valioso, aquello que desecha de sí, haya llevado a esta identificación condicionada entre el oro y la caca2.

En el texto Sobre la trasposición de la pulsión, en particular del erotismo anal retoma lo trabajado en Carácter y erotismo anal, y dice haber descuidado en ese entonces la apreciación teórica. En efecto, formula una serie de preguntas sobre las mociones pulsionales anal-eróticas:
¿Cuál fue su destino, luego que perdieron su significatividad para la vida sexual tras el establecimiento de la organización genital definitiva?” ¿Son reprimidas, sublimadas o se trasponen en cualidades del carácter? “¿O hallan acogida en la nueva conformación de la sexualidad regida por el primado de los genitales?” (Freud 1917, 117).

Como punto de partida, retomando de algún modo el abordaje simbólico que propuso en 1908, menciona que en las producciones del inconsciente - en las fantasías, en los síntomas -, los conceptos caca (dinero, regalo), hijo y pene se distinguen con dificultad y son tratados como equivalentes. Es decir que se sustituyen sin reparo unos por otros.

Menciona que la equivalencia simbólica se aprecia mejor en el vínculo entre “hijo” y “pene” ya que ambos, tanto en el lenguaje simbólico de los sueños como en el lenguaje cotidiano, pueden ser sustituidos por un símbolo común, el “pequeño”.

Así, va desarrollando el modo en que, a partir de ciertas equivalencias inconscientes, las investiduras libidinosas transfieren su carga. Un ejemplo es cómo la trasposición de un monto de investidura aplicado al intestino se extiende al hijo, “un testimonio lingüístico de esta identidad entre hijo y caca es el giro recibir de regalo un hijo” (Freud 1917, 120).

En resumen, Freud va mostrando cómo se producen las diversas trasposiciones: una parte del interés por la caca se traslada al interés por el dinero, y otra al deseo de un hijo. Es interesante que frente a la pregunta por el destino de las mociones pulsionales anal-eróticas surjan los denominados “sustitutos psíquicos” (Freud 1917).

En este sentido, Fabián Fajnwaks señala que entonces “un rasgo de carácter puede, de esta manera recibir una carga pulsional a partir de una equivalencia o de una identidad inconciente” (Fajnwaks 2002, 232).

Podría pensarse entonces que Freud no descarta la posibilidad de interpretar las formaciones reactivas cernidas en el carácter del mismo modo que se interpretan las trasposiciones: siguiendo el recorrido de las identidades inconscientes se desemboca en la satisfacción pulsional que las sustenta (Fajnwaks 2002).

En este sentido, Freud parece estar exhibiendo un aspecto sintomático de la formación reactiva, que podría ser susceptible a la interpretación.

Lo que queda como pregunta es cuál es el destino de aquellas mociones pulsionales que, como señala Freud, “han sido desposeídas de su significación en la vida sexual”, es decir que no ingresarían en la perspectiva de las equivalencias simbólicas mencionadas.

Donde el síntoma se acera al carácter.
En Inhibición, síntoma y angustia, el síntoma se define como un “indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es el resultado del proceso represivo” (Freud 1925, 87). La represión muda un placer en displacer, se produce, dice Freud, una “degradación a síntoma del decurso de la satisfacción” (Freud 1925, 91). Por un lado, esta definición del síntoma introduce como novedad la referencia al mecanismo de la represión, ya no como la sustitución de una representación por otra sino como aquello que convierte la satisfacción de la pulsión en displacer. Por otro lado, surge muy fuertemente un acercamiento entre el síntoma y la pulsión. En este sentido, la “degradación a síntoma del decurso de la satisfacción”, donde el síntoma se presenta como un devenir de la pulsión, puede vincularse con la perspectiva del carácter antes mencionada, donde los rasgos de carácter que permanecen son “continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias”.

Ambas referencias dan cuenta de cómo se produce la fijación de la pulsión, que asume la forma de un rasgo de carácter, o bien constituye el núcleo del síntoma, alrededor del cual, se tejera un sentido inconsciente que le ofrecerá un texto a esa modalidad se satisfacción.

En este sentido, Miller señala que existe una diferencia entre el síntoma y el carácter, pero cuando se toma la perspectiva de la satisfacción, “ambos son modalidades de la satisfacción de la pulsión (Miller 2011, 119).

En 1925 Freud introduce la referencia al síntoma como extraterritorial, como un “cuerpo extraño”. De este modo, ubica cómo en el núcleo del síntoma habita una satisfacción pulsional, que es anómala y discordante. ¿Puede pensarse lo mismo en relación al carácter?

Es habitual ubicar los rasgos de carácter en sintonía con el yo. En este sentido, el carácter no se presenta como un cuerpo extraño para el sujeto, por el contrario, los rasgos son concientes y se acompañan de argumentos que justifican una modalidad de satisfacción que el sujeto se resiste a abandonar. Freud lo enuncia del siguiente modo:
Las formaciones de sistemas de los neuróticos obsesivos halagan su amor propio con el espejismo de que ellos, como unos hombres particularmente puros o escrupulosos, serían mejores que otros…” (Freud 1926, 95).

De un modo similar, lo sitúa en Algunos tipos de carácter dilucidados por la experiencia analítica, cuando señala que el trabajo analítico requiere de una renuncia a cierta satisfacción pulsional y que se tropieza con individuos que argumentan haber sufrido demasiado, que no quieren renunciar a una “ganancia de placer fácil e inmediata” (Freud, 1916, 319) arguyendo que son “excepciones y piensan seguir siéndolo” (Freud 1916, 320).

Ambas referencias dan cuenta de la satisfacción narcisista que sostiene el “yo soy así” y la no renuncia a dejar de serlo.

Sin embargo, es diversa la perspectiva del carácter que Freud insinúa en un caso clínico que presenta en Moisés y la religión monoteísta. Luego de analizar la neurosis infantil de un joven, y su relación con los síntomas de la neurosis adulta, señala que frente a la muerte del padre le salen a relucir, “como el núcleo de su ser”, unos rasgos de carácter que volvían difícil su trato con el mundo. “Era la copia fiel del padre” (Freud 1939, 77). El estatuto que Freud le otorga a estos rasgos, vinculándolos con el núcleo del ser del sujeto, difiere de la dimensión del carácter mencionada anteriormente. Aquí, los rasgos de carácter que irrumpen, lo hacen desde cierta exterioridad; Freud hace referencia a esta cuestión señalando que se trata de un “retorno de lo reprimido”, proceso que hasta ahora nunca había estado vinculado con el carácter. El análisis de este caso, revela además, la relación que existe entre los rasgos de carácter con la identificación. Perspectiva que quedará pendiente para un próximo artículo.

Reflexiones finales.
El carácter se presenta en la experiencia analítica como “más inasequible y menos transparente que los procesos neuróticos” (Freud 1913, 343). Pero no por ello, imposible de ser abordado mediante el dispositivo analítico. Hay un aspecto sintomático de la formación reactiva que parece ser susceptible a la interpretación. Sin embargo, hay del carácter lo que se constituye en un verdadero límite, allí donde las pulsiones inalteradas fijan un modo de satisfacción que resiste y que se muestra como uno de los mayores obstáculos que se oponen a la cura (Freud 1937). En este sentido, el rasgo de carácter se vuelve un concepto cercano al de síntoma. Surge entonces la pregunta sobre el vínculo entre ambos conceptos. ¿Podría ser el rasgo de carácter lo que habita en el núcleo del síntoma? Si se considera posible esta idea, el rasgo de carácter como modalidad de satisfacción, efecto de las primeras fijaciones, quedaría articulado a los “restos sintomáticos” (Freud 1937), que nombran en Freud una dimensión de lo imposible.

1 Este tema ha sido trabajado en el artículo “La problemática del carácter: Un contrapunto entre S. Freud y W. Reich”, donde aparecen los dos períodos del tratamiento propuestos por Reich: la “fase introductoria”, donde el autor propone analizar el carácter; y el “proceso de curación propiamente de dicho” que corresponde al momento en el cual se realiza la interpretación de los síntomas.

2 Con esta idea, un par de años después, escribe Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas (1910) y cita al lingüista Abel que se detiene en el hecho de que la lengua egipcia posee un elevado número de palabras que poseen dos significados a la vez, cada uno de los cuales designa lo contrario.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1- Fajnwaks, F. (2002) El problema del carácter en la obra de Freud. In: Cuadernos de Psicoanálisis, n. 26, (EOL: CD - 26).         [ Links ]

2- Freud, S. (1893) “Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, III.

3- Freud, S. (1896) “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, III, 157-185.

4- Freud, S. (1896) “Manuscrito K. Las neurosis de defensa”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, I, 260-269.

5- Freud, S. (1900) “La interpretación de los sueños”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, V.

6- Freud, S. (1905) “Tres ensayos de teoría sexual”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, VII.

7- Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, Epílogo. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, VII, 98-109.

8- Freud, S. (1908) “Carácter y erotismo anal”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, IX, 149-159.

9- Freud, S. (1909) “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, X, 119-194.

10- Freud, S. (1910) “Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas” OC, Vol. XI Amorrortu, Buenos Aires.

11- Freud, S. (1913) “La predisposición a la neurosis obsesiva. Contribución al problema de la elección de neurosis”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XII, 329-345.

12- Freud, S. (1915) “Pulsiones y destinos de pulsión”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XIV.

13- Freud, S. (1915) “De guerra y muerte. Temas de actualidad”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XIV.

14- Freud, S. (1916) “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XIV. Bs. As. 1976.

15- Freud, S. (1916-17) “19ª Conferencia. Resistencia y represión”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVI.

16- Freud, S. (1916-17) “23ª Conferencia. Los caminos de la formación de síntoma”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVI.

17- Freud, S. (1917) “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XVII.

18- Freud, S. (1926) “Inhibición, síntoma y angustia”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XX, 71-165.

19- Freud, S. (1933) “Análisis terminable e interminable” En Obras Completas. Amorrortu. Tomo XXIII. Bs. As. 1976.

20- Freud, S. (1939) “Moisés y la religión monoteísta”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2001, XXIII, 1-133.

21- Harari, R. (1988) La repetición de un fracaso. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.  

22- Miller, J.-A. (2011) La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 2011.  

23- Reich, W. (1949) Análisis del carácter. Buenos Aires, Paidós, 1991. 

Fecha de recepción: 18/05/15
Fecha de aceptación: 25/09/15

domingo, 30 de marzo de 2025

La relación que no puede el artificio de la sexuación: entre la necesidad lógica y la imposibilidad de la relación

La necesidad lógica es un principio del discurso que no cesa de manifestarse. Cuando se traslada al ámbito de la sexuación, implica que el sujeto solo puede acceder al cuerpo del otro mediante algún tipo de artificio. Dado que la relación no ocurre de manera natural, este artificio adquiere diversas formas, estatutos y modalidades según el contexto.

Este recurso opera precisamente en el lugar donde la relación no se inscribe, actuando como una solución ante la imposibilidad estructural. En este sentido, el concepto de castración es extraído del plano anecdótico para situarse en una imposibilidad de escritura que, a su vez, permite delimitar una anomalía en el campo del goce.

Dado que la relación sexual no puede escribirse en términos de una correspondencia uno a uno, el lenguaje solo proporciona una única Bedeutung (significación). De esta manera, la única relación posible es lógica y se sostiene a través del mencionado artificio, que inevitablemente lleva consigo las marcas del significante.

Desde una perspectiva modal, esta imposibilidad se refleja en la incompatibilidad entre dos conjuntos cuyos elementos no pueden ser emparejados de manera exacta. Existe en ellos una inconmensurabilidad que escapa a cualquier medición y, por lo tanto, resulta imposible de cuantificar.

Si no hay relación sexual en términos simbólicos, solo queda la relación sexuada, la cual se estructura a través de la suplencia. Así, se establece un vínculo fundamental entre el artificio, la suplencia y la sexuación.

En última instancia, la sexuación se ubica en el punto donde el sujeto carece de un sexo propio. Esta premisa conlleva una reformulación crucial del estatuto del síntoma, al situarlo en el marco de la función matemática f(x), que si bien es inscribible, no es completamente decible.

sábado, 29 de marzo de 2025

El significante del ideal y su función fundante

En el grafo lacaniano, el Ideal es el punto donde culmina un vector que parte del síntoma y en el cual se establece una identificación. Esta identificación actúa como soporte del entramado significante esencial para la constitución del sujeto y del deseo. Se sitúa en relación con la operación del Otro, que no solo provee el objeto de satisfacción (el pecho) sino también la “signatura”: una marca que encarna la función de lo simbólico como causa material del inconsciente.

Este planteo permite diferenciar dos niveles del significante. Por un lado, su articulación genera significación, lo que se inscribe bajo la lógica de la significancia y la cadena significante. Por otro, existe un sesgo lógico del significante, que implica su operatoria desconectada del efecto de sentido. Este aspecto se hace evidente en el Seminario 3, donde Lacan introduce el concepto de “acuse de recibo”, señalando la inscripción que el significante deja en el sujeto, sin relación con la significación.

En esta línea, la barra del algoritmo lacaniano se sostiene en la medida en que esta dimensión pone en juego la acefalía propia del significante. Lacan ya había abordado la comunicación en el Seminario 1 como una de las formas en que opera la nominación. Concebirla como inscripción revela la estrecha relación entre el Ideal del yo y la identificación primaria, ya que implica una escritura, un acta fundante.

Así, el significante del Ideal opera en el sujeto como un acto creador, dotado de un valor instituyente. Al referirnos a este significante privilegiado, nos situamos en el ámbito de las operaciones primordiales que constituyen al sujeto del inconsciente. Específicamente, este significante es clave en la instauración de la demanda dentro de la relación entre el sujeto y el Otro, y sin demanda, no hay posibilidad de deseo.

viernes, 28 de marzo de 2025

El significante y su paradoja

Uno de los fundamentos del pensamiento lacaniano es la preexistencia de la estructura del lenguaje. Sin embargo, esto introduce una paradoja esencial: aunque el significante ya existe, debe también emerger en el sujeto.

Para abordar esta paradoja, Lacan propone una temporalidad triple, estructurada en tres momentos lógicos que se organizan a partir de dos operaciones fundamentales:

  1. Primer tiempo: la marca.
    En este estadio inicial, el lenguaje deja una huella, un trazo que aún no es un significante, pero que comparte con él una característica esencial: puede ser borrado. Este borramiento es una operación significante, pues permite la aparición del significado.

  2. Segundo tiempo: el lugar.
    Cuando la marca es borrada, queda su lugar. Aquí emerge una dimensión topológica clave: el lugar del Otro, que antecede y espera al sujeto.

  3. Tercer tiempo: la emergencia del significante.
    El significante surge cuando ocupa un lugar en el Otro. De este modo, la paradoja se reafirma: el significante es producto del borramiento, pero al mismo tiempo, el borramiento es en sí mismo una operación significante.

Desde esta perspectiva, si entendemos el borramiento como una forma de vaciamiento, podemos definir el significante como aquello que tiene la consistencia de un vacío. No posee sustancia ni significado propio, sino que se enlaza con otros significantes en una cadena, formando anillos que constituyen el entramado simbólico del sujeto.