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lunes, 21 de julio de 2025

Del falo significante al objeto a: corte, velamiento e imparidad

La introducción del falo como significante —más allá del falo como significado o como significación— puede pensarse como una bisagra teórica y clínica que permite el pasaje desde el falo como objeto del deseo al objeto a como causa del deseo. Este giro exige una transformación radical en la concepción del deseo, en particular su pasaje desde el registro fantasmático hacia una genealogía estructural, es decir, hacia su inscripción como efecto de un corte.

Ese corte no es otra cosa que la operación que el significante ejerce sobre el cuerpo. El falo, en tanto significante, no remite a un órgano ni a un objeto imaginario, sino que se introduce como operador simbólico en la medida en que el Nombre del Padre lo pone en funcionamiento. Decir que le "da existencia" no implica que lo cree desde la nada, sino que lo instituye en la cadena como término diferencial, como significante de la privación.

Así, el Padre —en su función simbólica— entra como agente de la castración, instalando el falo significante como aquello que no está, que no se tiene, que no se es. Esa función privadora produce un lugar de falta que, lejos de cerrar el circuito, lo abre: es la falta la que funda el deseo.

Pero el falo es también el significante que designa al conjunto de los efectos de significado, aquello que delimita el campo de lo significable. En su texto La significación del falo, Lacan propone una tríada esclarecedora: significante-significado-significable, con la cual el cuerpo se desnaturaliza y se subjetiva en tanto cuerpo hablante. En otras palabras, el falo funciona como el significante-maestro del orden significante, lo que lo torna invisible: al operar en el conjunto, no puede ser parte de él sin anular su función.

Por eso, no representa el deseo, sino que designa su borde. No representa un objeto, sino marca el límite de la cadena significante: su función es la de un operador de velamiento, índice de una imparidad estructural que se anuda a lo castrativo.

Esa imparidad no se refiere a una asimetría empírica, sino a una imposibilidad lógica: el lenguaje no puede decir la relación sexual porque no hay un significante para la diferencia de los sexos que pueda establecer una relación en términos de cadena. Por eso, el falo es un significante que, al mismo tiempo que estructura el campo del deseo, denuncia su imposibilidad última: allí donde no hay significante para la relación, solo queda el deseo como deseo del Otro, y el goce como resto inasimilable.

El falo significante, entonces, es la razón del deseo, pero también es la marca de su imposibilidad de completarse, de inscribirse plenamente en lo simbólico. En ese punto preciso emerge el objeto a: no como representación ni significación, sino como causa —resto, excrecencia, torsión— del deseo. Se abre así una nueva lógica del sujeto: no ya el sujeto del sentido, sino el sujeto dividido, cortado por el significante, causado por un resto que no puede ser dicho, pero que insiste como goce.

lunes, 7 de julio de 2025

Del -1 al +1: la imposibilidad del todo y el lugar del sujeto

Cuando Lacan afirma que “no hay nada que contenga todo”, no enuncia simplemente un principio lógico, sino que formula una posición estructural respecto del campo del goce. Esta afirmación surge en un momento de su enseñanza en que busca una formalización adecuada a la anomalía que introduce el goce en el orden del lenguaje. Para ello, se apoya en herramientas de la teoría de conjuntos, en particular en aquellas que problematizan la cardinalidad y los infinitos no totalizables.

Nos encontramos entonces en un campo paradójico, donde la parte puede ser tan grande como el todo, y donde todo conjunto incluye al conjunto vacío. Esta inclusión implica algo crucial: la falta forma parte del conjunto, está inscripta en su interior. La existencia del conjunto vacío como elemento confirma que la incompletud no es un límite externo, sino una condición constitutiva del sistema.

A partir de esta lógica, la totalización se revela imposible, y con ello se abre para el sujeto un campo —que no por eso puede llamar “propio”— en el que es posible deslindarse del Otro. Pero esta posibilidad no basta. Es necesario un paso más allá: la pérdida más allá de la falta, una pérdida que no es sólo privación, sino que plantea la cuestión ética de la responsabilidad subjetiva:

¿Qué hace el sujeto con eso que lo mantiene a distancia del impasse del que, sin embargo, es solidario?

En este punto se produce, podríamos decir, un pasaje clave en la enseñanza de Lacan, que muchas veces queda inadvertido: el tránsito del -1 al +1.

El -1 puede entenderse desde la privación estructural. El sujeto se instituye como aquello que falta en la cadena del Otro, se cuenta como ausencia: no está representado, y ese lugar vacío entra en la cuenta. El -1 es entonces la falta estructural que articula al sujeto en su constitución.

En cambio, el +1 responde a otra lógica. Es el término no enumerable que aparece entre el 0 y el 1, tal como lo formaliza la diagonal de Cantor. Este +1 no representa un exceso cuantificable, sino la incidencia de lo que ex-siste al sistema, de aquello que no se incluye pero cuenta. Es un 1 que soporta la repetición, no porque se repita, sino porque marca lo que en el significante produce lo repitiente.

Este +1 es contable, pero no sumable: no se acumula, no se integra a una totalidad, no se ordena. No se trata del contenido de la repetición, sino de la estructura que la posibilita. Es el punto que escapa a la serie, pero que sostiene su insistencia.

En definitiva, Lacan no solo opera con lo que falta, sino también con lo que irrumpe como ex-sistencia: ese uno imposible de integrar, que sin embargo funda la estructura. El sujeto, entonces, ya no se define solo por la falta que lo atraviesa, sino por la posición que toma frente a ese imposible que lo excede.

miércoles, 26 de febrero de 2025

La castración como estructura y su incidencia en la sexualidad

En La significación del falo, Lacan plantea la castración como un proceso instituyente que opera en tres niveles distintos, más allá de sus posibles conexiones o superposiciones. Su función es estructural y constituyente, ya que su valor radica en la capacidad de anudar elementos esenciales de la subjetividad.

Un punto central en esta operación es su vínculo con el falo, tanto en su dimensión imaginaria como en su función simbólica como significante. Desde aquí, se derivan dos efectos fundamentales de la castración: por un lado, la castración como deuda simbólica y, por otro, la privación como falta en el Otro. A su vez, la castración está íntimamente relacionada con el síntoma, dado que este opera como un intento de obturación de la falta en el Otro.

La instalación de una posición inconsciente en el sujeto es posible solo a partir de la castración, y esta posición no está garantizada de antemano. Se trata de una posición a-sexuada, ya que la diferencia sexual "no cesa de no escribirse" en el inconsciente. Es precisamente esta estructura la que posibilita la identificación tipificante que "sexúa" al sujeto a través del semblante.

El segundo nivel se vincula con la relación con el partenaire. No se trata aquí de una respuesta de carácter biológico, sino de la capacidad del sujeto para responder al partenaire como un ser deseante.

El tercer nivel implica la posibilidad de asumir la función de madre o padre, es decir, la respuesta al niño como producto de la relación. Esta no se da en términos de una necesidad orgánica, sino a partir de la incidencia del deseo y la demanda, tanto del niño como hacia él.

Distinguir estos tres niveles por separado permite cuestionar cualquier concepción madurativa de la sexualidad. Así, la castración introduce una aporía lógica en la sexualidad: un desarreglo que no es contingente, sino esencial.

domingo, 16 de junio de 2024

La relación del padre con su hijo y su hija

La relación padre-hijo

El psicoanálisis hace del padre un significante, en tanto tal opera como nombre.

Con lo cual se hace posible separar la función paterna, asociada a la instauración de una versión de la ley de prohibición del incesto; del personaje que lo encarna.

En este sentido, la relación del niño con el padre no es, podríamos decir, una relación primaria. La relación primaria es siempre del niño, con independencia de su sexo, con su madre, quien funciona como el Otro primordial. Allí se constituye ese primer esbozo de cadena significante, y el primer vínculo libidinal.

Por ello es lógico entonces que, en la relación con el niño, el nombre del padre entre a jugar, en primer término, como un obstáculo.

En el contexto del retorno a Freud Lacan interroga la trama simbólica de esos vínculos primarios. A partir de lo cual retoma cierto planteo de Freud en cuanto a que los vínculos libidinales del niño con la madre, por un lado; y con el padre, por otro coexisten en paralelo.

Hasta que en un momento lógicamente posterior esa coexistencia da paso al conflicto.

Establecido el conflicto, lo que no es otra cosa que el desarrollo de la trama edípica, el padre devendrá en un obstáculo que hace de impedimento a cierta posición que el niño asume respecto del Otro materno.

Es la posición de objeto del niño como falo lo que queda en cuestión. Tal como la fórmula de la metáfora paterna la evidencia, el nombre del padre entra en relación con esa posición del niño a través del Deseo de la Madre.

La prohibición recae entonces sobre esa posición del niño respecto del cuerpo materno, prohibición que conmueve el goce en juego. O sea, no prohíbe el amor (¿por qué lo haría?), y tampoco el deseo, el cual se funda por la prohibición.

Sumariamente se determina en el niño una pérdida, de resultas de la cual se instalará en el sujeto no solo una posición sexuada con una lógica que la soporte, sino también, y esencialmente, un síntoma que le haga de sostén.

La relación padre-hija

Anteriormente mencionábamos esa particularidad, esa operación central que el psicoanálisis produce sobre el estatuto del padre, llevándolo en primer término a la dimensión de ser un significante que sustituye al Deseo de la Madre en la operación metafórica.

Finalmente, luego de un largo recorrido, será llevado a la dimensión del síntoma, hace del padre un síntoma el que, por supuesto, no se subsume en el síntoma clínico.

En el caso de la relación del padre como significante con la niña, podemos marcar una discrepancia respecto de lo que acontece con el niño. Diría que, a diferencia de lo que pasa con el niño, no se trata tanto del padre como obstáculo, rival, sino que el padre deviene un objeto concernido en una transferencia.

El padre aparece en este vínculo, y ya desde el planteo de Freud, como aquel horizonte hacia el cual la niña se dirige. Y ese dirigirse al padre se produce por cuanto la madre devino el primer agente de la privación.

Esa primera incidencia de la privación constituye una operación complicada, diría. De borde incluso, por lo que de ello podría precipitar como no dialectizable. Tomado en términos de la dialéctica fálica la niña no obtiene, en ese primer vínculo, aquello a lo que aspira.

A raíz de lo cual entonces en la niña se produce, y a diferencia del varón, un pasaje que conlleva un cambio de objeto: de la madre al padre. Esta transferencia se entrama en el anhelo de un encuentro esperado.

O sea que la niña se dirige al padre en función de una promesa. De una promesa que no va a llegar, no va a ser efectivamente satisfecha (aun cuando se la suple de un modo lógico) y que es importante en cuanto a las consecuencias que esto tiene respecto del campo del amor. Por ello, por la función del amor allí, es que Freud puede encontrar una respuesta al problema de la amenaza de castración en la niña.

martes, 7 de junio de 2022

Teoría de las psicosis: una introducción a la obra lacaniana.

 Para introducir la posición lacaniana sobre las psicosis debemos introducir algunos conceptos. La escuela lacaniana vuelve a Freud y hace una crítica al postfreudismo, en especial a la escuela inglesa y a los aportes estadounidenses. 

Del continuo que la escuela inglesa armó sobre la psicosis y la neurosis, uno podría pensar, según los aportes de Bion, que cualquiera tiene una parte neurótica y otra psicótica, de manera que existe la predominancia de uno sobre el otro. La idea de Lacan, desde el estructuralismo, es romper con esta idea continuista y suponer una oposición franca entre dos estructuras diferenciales: la neurosis y la psicosis. Cercana a la neurosis se encuentra la perversión. Para los años '70, con los nudos, algo de esto se disuelve un poco y no hay una separaciòn tan tajante entre estas figuras originariamente tomadas desde la psiquiatría.

En el seminario 3 ('55-56) Lacan plantea que en la psicosis hay un impedimento -no una regresión- y una detenciòn al ingreso franco al ingreso simbólico del lenguaje. No es que el psicótico no esté en el lenguaje, sino que está de una manera particular. Falta, en ese orden, un significante primordial: el Nombre-del-padre, que causa la ausencia de la significación fálica. Se trata de una significación que el neurótico sí está concernido. Veinte años después dirá que hay un "lapsus" en la continuidad de los registros real, simbólico e imaginario. En este punto, no se constituye un sujeto neurótico al punto de lo que está reprimido. En el seminario 3 plantea el inconsciente a cielo abierto, no un inconsciente reprimido u oculto.

Lacan se vale de determinados textos freudianos para hacer esta separación radical, dejando la represión para la neurosis; la forclusión para la psicosis. De manera que en la psicosis, de lo que se trata es de la forclusión de un significante primordial, asociado a la castración. Más tarde, cuando transforma esta cuestión a la lingüística llevando los fenómenos de condensación y desplazamiento hacia la metáfora y la metonimia, formaliza la matáfora y en particular, la metáfora paterna:


Todo lo que está por debajo de la barra está velado, inconsciente. El deseo de la madre no es conocido por el niño; si la metáfora funciona paterna en la madre, que es la portadora, hace que su deseo esté regulado por este elemento doctrinal.

En la cancelación de los términos "Deseo de la madre", surge la idea que si el nombre del padre está operando en la madre, prima el significante del Nombre-del-Padre y esto permite una regulación de los tiempos que posteriormente veremos, que tienen que ver con esta célula primera que se establece inicialmente entre la madre y el hijo, donde aparece un tercer elemento (la x), que supone que ese sujeto se acomoda a lo que cree que es el deseo de la madre. Eso es ser el falo imaginario de la madre.

Si el sujeto está regulado por el Nombre-del-padre, como vemos en la fórmula, tenemos una neurosis. Si esto falla, estamos en el campo de la psicosis.

En el seminario 4, Lacan propone un cuadro, donde aparecen permutados agentes, objetos y las formas en que esos objetos pueden faltar. Se trata del cuadro de las formas de falta del objeto.

Hay un padre real, que produce la castración sobre un objeto imaginario. Una madre simbòlica que produce una frustración sobre un objeto real; un padre imaginario que produce la privación de un objeto simbólico.

El primer Padre real es el padre existente, Lacan hace coincidir a este padre con el padre de la realidad, aunque más adelante le da otra vuelta. Este padre supone una castración simbólica sobre el niño, que implica un objeto imaginario, que es el falo imaginario. Es decir, le impide ser al niño el falo imaginario de su madre. Es lo que Lacan llama la verdadera castración, que es sobre el sujeto.

Abajo de todo dice que un Padre imaginario (para el niño es la imagen imaginarizada, fantasmatizada, del padre) es el que produce una privación (una especie de castración) en la madre, que es privada de ese niño. De ese modo instala algo de la ley sobre la madre. Por supuesto que esto fue instalado previamente en ella por su propio padre, ley que ahora ella porta. Es decir, no es el padre del niño el que actúa totalmente, sino que está mediatizado por la madre, que lleva en su palabra la ley y la presenta a ese niño. Si la madre se opone al uso de esa ley, estamos en el campo de la psicosis, porque es una madre que hace uso de su deseo sin ninguna orientación. El objeto es simbólico, porque a diferencia del objeto imaginario, se trata del falo simbólico ó la instalación de la metáfora paterna.

En la formulación intermedia, la de la frustración, corresponde al campo de la madre y no del padre. La madre simbólica (que no es la imaginaria ni la que está presente con el niño), en su posibilidad de no brindarse toda a ese bebé, siendo "suficientemente buena" -como diría Winnicott - y no satisfacer totalmente al niño, es capaz de abrir ese campo que diferencia a la demanda del deseo y frustra al bebé de un objeto real, que es el pecho. 

Para pensar la cuestión del Edipo en Lacan, en base a este cuadro, podemos establecer que en la primera líneas se instituye una forma de falta que tiene que ver con el tener. Ubicado en esta línea de ser o tener el falo, se abre la dimensión para pensar el tema de la distribución de los goces como Lacan las plantea en el seminario 20 y que tienen que ver cómo el goce es distribuido en el humano, que tiene que ver con una pérdida radical que ocurre con la entrada en el Edipo:


El cuadro tiene dos lugares, el del hombre y el de la mujer. En el primero, todo está regulado por la función fálica (en la neurosis) y en el otro no todo está dentro de la función fálica, pero a su vez, en base a un juicio tomado en la idea de Aristóteles del juicio contrario y juicio contradictorio, Lacan modifica las fórmulas de verdad de Aristóteles y produce esta nueva fórmula con un juicio contradictorio, donde las dos premisas se contradicen, pero pueden ser ambas verdaderas, a diferencia de Aristóteles. De esta manera, alguien puede no estar fuera dentro de la función fálica, pero sin embargo no lo está del todo. Esto queda homologado como el lugar de La Mujer. 

Lacan dice claramente que ningún hombre ni mujer están del todo en un lado de estas fórmulas. Nada impide que un hombre cruce hacia el otro lado por momentos o permanentemente y nada indica que una mujer esté solo del lado derecho, pese a que gran parte del saber de la mujer esté del lado izquierdo y acceder a ese "goce otro", que Lacan llama goce femenino. Goce que si pensamos en las formas de falta del cuadro, tiene que ver con la renuncia a las formas de gozar, que es lo que aqueja al neurótico y que implica una renuncia pulsional y que produce lo que Freud expone en El Malestar en la cultura.

Si la primera línea de la castración es lo que tiene que ver con la instalación del tener o ser. La posición femenina implica ser el falo (semblante) con todo sui cuerpo, mientras la posición masculina es tenerlo. El falo va más allá del pene, aunque el neurótico tiene siempre esta vertiente imaginaria y no termina de salir de eso. 

Para Lacan, la segunda línea abre al campo del poder, de lo posible y lo imposible. Aquí entramos en el campo del desdoblamiento entre la demanda y el deseo. 

El tercer elemento abre al campo del deber, del código, la ley, donde se instalan las dos posiciones solidarias con el primer campo.

En el seminario 5 (1957-58), en la clase 10, Lacan plantea que el Edipo está constituido en tres etapas o fases lógicas, no necesariamente temporales. El primer tiempo es pre edípico, pues en rigor el Edipo sería el segundo y tercer tiempo. En ese primer tiempo el niño se identifica con el deseo de la madre y constituye el falo imaginario de la madre. Es decir, se arma esa suerte de triángulo amoroso entre el niño, la madre y ese tercer elemento imaginario que mediatiza esa transferencia entre los dos. 

En un segundo tiempo, en lo que se llama la fase edípica real, se produce la castración de la madre, es decir, la privación de ese niño como falo. El padre imaginario priva a la madre de hacer del niño su falo. 

En un tercer tiempo, que podemos llamar post edípico, recae la castración sobre el niño. Es el padre real el que produce la castración, vehiculizada por la palabra y algunas fantasías de que el niño podría perder algo valioso. Se trata del momento de las protofantasías infantiles que Freud describe con la premisa fálica de que todos tienen y si no lo tiene es que lo perdió. 

En el campo del Edipo estamos en el campo de las neurosis, pero si algo fallara entre el segundo y el tercer tiempo, estamos en el campo de las psicosis. Habíamos dicho que el padre imaginario produce una privación en la madre de un objeto simbólico, que básicamente es el falo simbólico y que produce la castración en la madre y en el hijo. Si la castración no se efectiviza en el niño, entramos en el campo de la psicosis: hay un significante que no entró en el campo simbólico de ese niño. Se trata del significante del Nombre-del-padre, de la falta en el Otro, significante impar, fálico, que posibilita dar algún tipo de registro de la posibilidad de la falta en el Otro. ¡Pero qué implica la falta en el Otro? Que el sujeto no sea quien complete esa falta y que así pueda entrar en el campo del deseo. Como vimos acá, la posibilidad de estar falto de algo, según Sócrates, es lo que nos produce esa ansia de buscar lo que no se tiene.

El falo y el padre en los tres registros

El Nombre del padre es impar porque no tiene otro par significante y no entra en par con su significante complementario, por lo que queda por fuera de la batería significante, que es del Otro. Como el 0 en los números naturales, se trata de un elemento que debe ser creado para que los otros existan, de alguna manera este significante es el que permite armar ese universo simbólico como un equivalente a un cero. El cero es un número, pero a la vez es el representante de la nada, de la inexistencia. El significante del N del P representa la inexistencia, la falta. Es lo que motoriza lo simbólico y el deseo humano.

Dijimos que el padre imaginario es la imagen que alguien se hace de su padre, su imaginarización. Es el padre bueno, malo, jodedor, es el agente de la privación en la madre. Es el que termina moviendo la fantasmática del niño. El padre simbólico es equivalente a la función paterna, a la posición simbólica, es solamente un significante. Es la metáfora paterna, el nombre del Padre e incluso el padre muerto en Freud. Se trata de algo que ha instalado algún tipo de orden o legalidad.

Todo esto se basa en la idea de los tres registros: real, imaginario y simbólico. En la obra de Lacan hay tres momentos que se pueden pensar 

1) 1953 - 1963: Primacía de lo simbólico, por sobre lo imaginario y lo real. En el seminario 4 y 5, sobre todo en este último, lo simbólico está en la base de los otros dos registros. Toda la teorización del síntoma freudiano se basa en la ubicación de lo simbólico. Es la etapa del síntoma como metáfora.

(1959 - 63 período de transición) Lo real aparece como un límite al análisis, vinculado al objeto de la angustia.

2) 1964 - 1973: Primacía de lo real. Del seminario 11 "Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis" y el seminario 20 "Aún".

3) 1973: Equivalencia RSI. Lo real ya no tiene un lugar primordial como antes, sino que se establece con el anudamiento un lugar equivalente de los tres registros, donde ninguno tiene mayor jerarquía que el otro. Corresponde a los seminarios 22 y 23.

Freud buscó en la obra de Freud los conceptos necesarios para formalizar su teoría.

BEJAHUNG, como lo que posibilita el ingreso de los significantes y el ingreso de los primeros elementos de la lengua. Se trata de una afirmación primordial y la inscripción de los primeros significantes y representaciones en lo simbólico. La Behajung es la inscripción de los significantes que permiten el armado de lo simbólico. Aquí encontramos la VERDRÄNGUNG (represión primaria y la represión secundaria, que da origen a la neurosis. También encontramos a la VERLEUNGUNG, mecanismo que para lacan será para la perversión, pero que Freud lo describe en La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis. 

El AUSSTOSSUNG es una forma de repudio o rechazo primordial de significantes, que engendra a la psicosis. La AUSSTOSSUNG no debe ser confundida con la VERWERFUNG, aunque lacan a veces parece sugerir que estos dos conceptos son lo mismo. Esto fue estudiado por Soler Rabinovich. El AUSSTOSSUNG es un rechazo primordial que genera lo real por antonomasia, lo real totalmente por fuera de lo simbólico y lo imaginario, totalmente irrepresentable. Algunos autores lo llaman R1, ó real primario, real puro, lo perdido para siempre, la cosa en sí, el das ding, lo que jamás vio la luz de lo simbólico. 

A diferencia de la AUSSTOSSUNG, en la VERWERFUNG un significante asociado a la castración puede ser rechazado de lo simbólico hacia lo real, formando un real secundario, de manera que puede volver a tocar nuevamente lo simbólico y lo imaginario. Es decir, primero estuvo admitido en lo simbólico y luego fue rechazado. Tiene un estatuto diferente que el R1, por eso algunos autores lo llaman real secundario, R2, lo que fue inscripto originariamente pero luego perdido. es un real que tiene cierto anudamiento con lo simbólico. Por eso, lo que fue rechazado de lo simbólico puede volver desde lo real. 

Esta es la idea lacaniana de la diferencia entre lo que sería la neurosis y la psicosis. 
- En la neurosis encontramos un retorno de algo también expulsado, pero dentro del campo simbólico. Se trata de algo rechazado pero que habita en el inconsciente, mantenido dentro del mismo registro simbólico. Lo rechazado regresa sin cambiar de registro.

- En la psicosis, producto de la verwerfung, lo rechazado de lo simbólico retorna desde lo real. Acá encontramos el delirio y la alucinación, que proviene de un campo distinto y para el sujeto tiene una presencia totalmente distinta.

¿Pero por qué Lacan toma a la VERWERFUNG y no a la VERLEUNGUNG? Este último término fue el que Freud propuso para la psicosis y la perversión. En Neurosis y Psicosis, y La pérdida de la realidad en la neurosis y psicosis, esa es la posición de Freud.

Lacan tomó el texto de 1894 en Las Neuropsicosis de defensa, Freud había mencionado la psicosis alucinatoria o delirio de Meynert, Freud habla por primera vez de algo que puede ser rechazado o desestimado de la conciencia, algo que resulta insoportable (y no intolerable). Freud allí menciona un mecanismo radical. Además tomó el texto de 1895 El manuscrito H, donde Freud le escribe a Fliess. Donde habla sobre la paranoia, utiliza la idea del abuso del mecanismo de proyección, concepto que utiliza en el caso Schreber para justificar parte de lo que sucede en el caso.

En 1911, en el caso Schreber, mismo año que Breuler publica su trabajo sobre las esquizofrenias, Freud publica este caso de demencia precoz (hoy esquizofrenia), aunque se ocupa de los aspectos paranoides. Allí propone las 4 fórmulas de la negación para ver cómo aparecen los delirios persecutorios, erotómanos, celotípicos y de grandeza. De allí, Lacan tomó del punto 3 ("Del mecanismo paranoico") un punto en donde Freud vuelve otra vez un término que se tradujo como "cancelar" ó "abolir". El sintagma de que lo que se cancela desde adentro retorna desde afuera es uno de los puntos fundamentales que Lacan toma para pensar a la forclusión: un afuera que no tiene nada que ver con lo simbólico.

Si pensamos en la idea de cancelación, por ejemplo tachando una palabra, uno la tacha hasta que la palabra desaparece. Se trata de tapar aquello para intentar que deje de existir, ocultarlo de una manera mucho más eficaz que la negación o la represión. Para Freud es un mecanismo mucho más enérgico y eficaz que la represión que implica otro punto de retorno.

Del texto de 1918, en el caso del Hombre de los Lobos, Lacan toma la propuesta de Freud para pensar el dedo cortado: el rechazo ó supresión de una percepción. 

Esta distinción del campo simbólico del real nos permite hacer una distinción entre la verwerfung freudiana de la forclusión lacaniana. La verwerfung implica una supresión, repudio, anulación o rechazo de algo, pero la forclusión es un mecanismo más enérgico que la verwerfung freudiana. Solal Rabinovich, cuando trabaja este concepto de Lacan, supone que es una espcie de exilio de un significante. Es como omitir, quitar, "encerrar afuera": hacer que algo deje de existir borrando incluso las huellas de aquel procedimiento mismo que lo expulsó. ya no es solamente sacar algo haciendo un agujero en la hoja, sino hacer desaparecer la hoja para que no se note que en esa hoja hubo algo que se eliminó, no quedando constancia de que eso existió. Rabinovich dice ("Encerrados afuera. La preclusión, un concepto lacaniano"): 

"Funda con posterioridad el agujero que ella misma se encarga de sellar. Funda una nueva realidad, fuera del tiempo y el espacio, con un real fuera de lo simbólico. Arroja a un significante a las tinieblas exteriores y sella las mismas huellas de ese rechazo, haciendo después que las pistas se vuelvan inhallables".

De esta manera, se hace un paralelismo entre lo que Freud dijo que lo que fue rechazado vuelve desde afuera con la afirmación de Lacan en el seminario 3, de que lo rechazado en lo simbólico retorna desde lo real. 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Lo que el caso Dora nos enseñó sobre la histeria

La neurosis es fundamentalmente una pregunta a nivel del significante: ¿Qué es una mujer? Se trata de una pregunta tanto para el varón como para una mujer. Voy a tomar unos párrafos del historial de Dora para situarnos, en el trabajo fundamental que Freud nos transmite y que se basa en el análisis de dos sueños que transcurren durante el tratamiento. Voy a tomar el segundo de esos sueños, para luego anudarlos con conceptos que Lacan trabajó en el seminario de las psicosis, en relación a la histeria.

El caso Dora es un historial freudiano escrito en 1905. Es una muchacha adolescente, que en principio consulta el padre.

El círculo familiar de nuestra paciente, de 18 años, incluía, además de su persona, a sus padres y a un hermano un año y medio mayor que ella. La persona dominante era el padre, tanto por su inteligencia y sus rasgos de carácter como por las circunstancias de su vida, que proporcionaron el armazón en torno del cual se edificó la historia infantil y-patológica de la paciente. 

Vemos el papel fundamental del padre en la histeria.

En la época en que tomé a esta bajo tratamiento, el padre era un hombre que andaba por la segunda mitad de la cuarentena, de vivacidad y dotes nada comunes; un gran industrial, con una situación material muy holgada. La hija estaba apegada a el con particular ternura, [...]

Esta ternura se había acrecentado, además, por las numerosas y graves enfermedades que el padre padeció desde que ella cumplió su sexto año de vida. En esa época enfermó de tuberculosis, y ello ocasionó que la familia se trasladara a una pequeña ciudad de nuestras provincias meridionales, de benigno clima; la afección pulmonar mejoró allí con rapidez, pero, juzgándose imprescindible una convalecencia, ese sitio, que llamaré B., continuó siendo durante los diez años que siguieron el lugar de residencia casi principal tanto de los padres como de los niños. Cuando el padre ya estuvo sano, solía ausentarse temporariamente para visitar sus fábricas. [...]

Cuando la niña tenía alrededor de diez años, un desprendimiento de retina forzó al padre a una cura de oscuridad. Como consecuencia de esta enfermedad sufrió una disminución permanente de la visión. Pero la más seria dolencia le 18 sobrevino unos dos años después; consistió en un ataque de confusión, seguido por manifestaciones de parálisis y ligeras perturbaciones psíquicas. Un amigo del enfermo, cuyo papel habrá de ocuparnos todavía en lo que sigue [cf. pág. 27, K. 19], lo persuadió, habiendo él mejorado un poco, a que viajase con su médico a Viena para consultarme.[...]

Ahí lo atiende Freud, el padre mejora de una parálisis diabética. Continúa Freud, unos párrafos más abajo:

La muchacha, que se convirtió en mi paciente a los 18 años de edad, había depositado desde siempre sus simpatías en la familia paterna y, después de caer enferma, veía su modelo en la tía que acabo de mencionar. Tampoco era dudoso para mí que de esta familia le venían tanto sus dotes y su precocidad intelectual cuanto su disposición a enfermar. No conocí a la madre. De acuerdo con las comunicaciones del padre y de la muchacha, no pude menos que formarme esta idea: era una mujer de escasa cultura, pero sobre todo poco inteligente, que, tras la enfermedad de su marido y el consecuente distanciamiento, concentró todos sus intereses en la economía doméstica, y así ofrecía el cuadro de lo que puede llamarse la «psicosis del ama de casa». Carente de comprensión para los intereses más vivaces de sus hijos, ocupaba todo el día en hacer limpiar y en mantener limpios la vivienda, los muebles y los utensilios, a extremos que casi imposibilitaban su uso y su goce. [...]

La relación entre madre e hija era desde hacía años muy inamistosa. La hija no hacía caso a su madre, la criticaba duramente y se había sustraído por completo a su intluencia.* El único hermano de la muchacha, un año y medio mayor que ella, había sido en épocas anteriores el modelo al cual ambicionaba parecerse. Pero en los últimos años las relaciones entre ambos se habían vuelto más distantes. El joven procuraba sustraerse en todo lo posible a las disputas familiares; cuando se veía obligado a tomar partido, lo hacía del lado de la madre. Así, la usual atracción sexual había aproximado a padre e hija, por un lado, y a madre e hijo, por el otro. Nuestra paciente, a quien en lo sucesivo daré el nombre de «Dora»,'' presentaba ya a la edad de ocho años síntomas neuróticos. En esa época contrajo una disnea permanente, en la forma de ataques muy agudos, que le apareció por primera vez tras una pequeña excursión por las montañas, y fue atribuida por eso a un surmenage. Ese estado cedió poco a poco en el curso de unos seis meses, por obra del reposo y los cuidados que le prescribieron. [...]

La pequeña tuvo las habituales enfermedades infecciosas de la infancia sin que le dejaran secuelas. Según ella contó —¡con propósito simbolizante! [véase pág. 72, n. 29]—, su hermano solía contraer primero la enfermedad en grado leve, y ella le seguía con manifestaciones más serias. Hacia los doce años le aparecieron hemicranias, del tipo de una migraña, y ataques de tos nerviosa; al principio se presentaban siempre juntos, hasta que los dos síntomas se separaron y experimentaron un desarrollo diferente. La migraña se hizo cada vez más rara y hacia los dieciséis años había desaparecido. Los ataques de tussis nervosa, que se habían iniciado con un catarro común, perduraron todo el tiempo. Cuando entró en tratamiento conmigo, a los dieciocho años, tosía de nuevo de manera característica. El número de estos ataques no pudo precisarse, pero la duración de cada uno era de tres a cinco semanas, y en una ocasión se extendió por varios meses. Al menos en los últimos años, durante la primera mitad del ataque el síntoma más molesto era una afonía total. Desde tiempo atrás había diagnóstico firme: se trataba, de nuevo, de nerviosismo; los variados tratamientos usuales, incluidas la hidroterapia y la aplicación local de electricidad, no habían dado resultado. La niña, convertida entretanto en una señorita madura, muy independiente en sus juicios, solía burlarse de los esfuerzos de los médicos y, por último, renunció a su asistencia. Por lo demás, siempre se había mostrado renuente a consultar al médico, por más que no sentía rechazo hacia el facultativo de la familia. Todo intento de consultar a un nuevo médico provocaba su resistencia, y también a mí acudió movida sólo por la palabra autoritativa del padre. 

O sea que fue mandada, llevada por el padre al tratamiento.

La vi por primera vez a comienzos de un verano, cuando ella tenía dieciséis años; estaba aquejada de tos y afonía, y ya entonces le prescribí una cura psíquica de la que después se prescindió porque también este ataque, que había durado más que otros, desapareció espontáneamente.

Los signos principales de su enfermedad eran ahora una desazón y una alteración del carácter. 

Así es como ella se presenta.

Era evidente que no estaba satisfecha consigo misma ni con los suyos, enfrentaba hostilmente a su padre y no se entendía con su madre, que a toda costa quería atraerla a las tareas domésticas. Buscaba evitar el trato social; cuando el cansancio y la dispersión mental de que se quejaba se lo permitían, acudía a conferencias para damas y cultivaba estudios más serios. Un día los padres se horrorizaron al hallar sobre el escritorio de la muchacha, o en uno de sus cajones, una carta en la que se despedía de ellos porque ya no podía soportar más la vida. Es verdad que el padre, cuya penetración no era escasa, supuso que no estaba dominada por ningún designio serio de suicidarse. No obstante, quedó impresionado; y cuando un día, tras un ínfimo cambio de palabras entre padre e hija, esta sufrió un primer ataque de pérdida de conocimiento " (respecto del cual también persistió una amnesia), determinó, a pesar de la renuencia de ella, que debía ponerse bajo mi tratamiento. 

En el caso de mi paciente Dora, debí a la inteligencia del padre, ya destacada varias veces, el que no me hiciera falta buscar por mí mismo el anudamiento vital, al menos respecto de la conformación última de la enfermedad. Me informó que él y su familia habían trabado íntima amistad en B. con un matrimonio que residía allí desde hacía varios años. La señora K. lo había cuidado, durante su larga enfermedad, ganándose así un imperecedero derecho a su agradecimiento. El señor K. siempre se había mostrado muy amable hacia su hija Dora, salía de paseo con ella cuando estaba en B., le hacía pequeños obsequios, pero nadie había hallado algo reprochable en ello. Dora atendía a los dos hijitos del matrimonio K. de la manera más solícita, les hacía de madre, por así decir. Cuando padre e hija vinieron a verme en el verano, dos años atrás, estaban justamente a punto de viajar para encontrarse con el señor y la señora K. [...] Dora iba a permanecer varias semanas en casa de los K., mientras que el padre se había propuesto regresar a los pocos días. También el señor K. estuvo allí durante esos días. Pero cuando el padre estaba haciendo los preparativos para regresar, la muchacha declaró de pronto, con la mayor decisión, que viajaría con él, y así lo puso en práctica. Sólo algunos días después explicó su llamativa conducta contando a su madre, para que esta a su vez se lo trasmitiese al padre, que el señor K., durante una caminata, tras un viaje por el lago, había osado hacerle una propuesta amorosa.
[...]
«Yo no dudo—dijo el padre— de que ese suceso tiene la culpa de la desazón de Dora, de su irritabilidad y sus ideas suicidas. Me pide que rompa relaciones con el señor K., y en particular con la señora K., a quien antes directamente veneraba. Pero yo no puedo hacerlo, pues, en primer lugar, considero que el relato de Dora sobre el inmoral atrevimiento del hombre es una fantasía que a ella se le ha puesto; y en segundo lugar, me liga a la señora K. una sincera amistad y no quiero causarle ese pesar. La pobre señora es muy desdichada con su marido, de quien, por lo demás, no tengo muy buena opinión; ella misma ha sufrido mucho de los 24 nervios y tiene en mí su único apoyo. [...] Procure usted ahora ponerla en buen camino»
[...]
El trato con los K. había empezado antes de la enfermedad grave del padre; pero sólo se volvió íntimo cuando en el curso de esta última la joven señora se erigió oficialmente en su cuidadora, mientras que la madre se mantenía alejada del lecho del enfermo. [...] Las dos familias habían alquilado en común un pabellón del hotel, y un buen día la señora K. declaró que no podía continuar en la habitación que hasta ese momento había compartido con uno de sus hijos; pocos días después, el padre de Dora abandonó la suya y ambos ocuparon otras: estaban situadas en un extremo y sólo separadas por el pasillo; las que abandonaban no ofrecían igual garantía contra eventuales molestias. Cuando más tarde Dora hizo reproches a su padre a causa de la señora K., él solía decir que no concebía esa hostilidad, pues sus hijos más bien tenían todas las razones para estarle agradecidos. La madre, a quien Dora acudió para que le esclareciese ese punto oscuro, le comunicó que papá se sentía en esa época tan desdichado que quiso suicidarse en el bosque; la señora K., que lo sospechó, fue tras él y [...] 

...lo salvó. Dora era cómplice de esa situación: cuidaba a los niños, se encargaba de que ellos pudieran estar solos.

Sólo desde la aventura en el lago databan su claridad sobre eso y sus rigurosos reclamos al padre. 

Bueno, hasta aquí el historial, que lo pueden encontrar en el tomo VII de Amorrotu. Como se trata de un historial donde Freud estaba profundamente interesado en el tema de los sueños, es el trabaj de 2 sueños lo que dan su soporte a este historial. Tomemos el segundo sueño para trabajarlo un poco:

Ando paseando por una ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas} Después llego a una casa donde yo vivo, voy a p:i habitación y hallo una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá ha enfermado. «Ahora ha muerto, y Sí tú quieres^- puedes venir». Entonces me encamino hacia la estación ferroviaria [Bahnhof] y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está la estación?». Todas las veces recibo esta respuesta: «Cinco minutos». Veo después frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a un hombre a quien encuentro. Me dice: «Todavía dos horas y media».^ Me pide que lo deje acompañarme. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo alcanzarla. Ahí me sobreviene el sentimiento de angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que haber viajado, pero no sé nada de eso. . . . Me llego a la portería y pregunto al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde: «'La mamá y los otros ya están en el cementerio [Friedhof]».

Hasta quí el texto del sueño. Freud va trabajando el sueño con ella y surge en el decir de Dora:

Ella deambula sola por una dudad extraña, ve calles y plazas.

Freud ahí la interroga por la imagen y ella recuerda que un joven ingeniero le envió una cajita de postales. El deambular por calles extraña la lleva al recuerdo de la visita de un primo, al que llevó a conocer Viena. Freud descarta esto y espera asociaciones. Viene a la memoria de Dora una estadía en Drsde, donde deambuló como extranjera. 

Esa vez deambuló como extranjera, pero desde luego no dejó de visitar la famosa galería. Otro primo que estaba con ellos y conocía Dresde quiso hacer de guía en la recorrida por la galería. Pero ella lo rechazó y fue sola, deteniéndose ante las imágenes que le gustaban. Permaneció dos horas frente a la Sixtina, en una ensoñación calma y admirada. Cuando se le preguntó qué le había gustado tanto en el cuadro, no supo responder nada claro. Al final dijo: «La Madonna».*

[...] en esta primera parte del sueño ella se identifica con un joven. El deambula por el extranjero, se afana por alcanzar una meta, [...] una.. . estación ferroviaria, que por lo demás nos es lícito sustituir por una cajita [Pie de página: «Schachíel», la palabra que emplea Dora en su pregunta para «cajita», es un término peyorativo para «mujer».]

La pregunta a la madre por la llave, que está en sueño, junto a la cajita es metáfora de los genitales femeninos. Un bosque denso, vestíbulo. Freud ubica ahí fantasías de desfloración. En relación a la carta sobre la muerte del padre, Freud recuerda la carta de despedida que ella escribe a su padre, donde quiere horrorizarlo para que él, al temer por la vida de su hija, deje su relación con la sra. K. Esta hija quiere extorsionarlo. 

Freud plantea la manía de venganza. La histérica es maníaca, rencorosa, se pasa tejiendo historias de vengaza. Hasta aquí lo que tomaré del historial en Freud.

Por su parte, Lacan en el seminario III de la psicosis, dice que fundamentalmente la neurosis es una pregunta, una pregunta a nivel simbólico, en el plano del significante. No es una pregunta consciente, sino a nivel simbólico. Dora llega a una pregunta fundamental acerca de su sexo: ¿qué es ser una mujer, qué es un órgano femenino?

Lacan dice que Freud se equivoca por estar demasiado centrado en la relación de objeto. Cree en la muchacha para el muchacho y se pierde la duplicidad en la que está implicada Dora. Dora está identificada al sr. K como lugar de la potencia. Se da siempre la identificación al padre, pero en el caso de Dora es un padre impotente, muy enfermo. Por eso toma al sr. K en el lugar de la potencia paterna. Por eso Dora se identifica a él y la sra. K es el objeto que le interesa. No le interesa el sr. K, sino que se identifica con él. Dora está capturada en ese cuarteto: ella, su padre, el sr y la sra K. 

¿Qué es ser una mujer? es una pregunta que trae el sueño. No hay simbolización del sexo de la mujer, porque no hay simbolización de la vagina. Lo imaginario proporciona una ausencia donde del otro lado hay un símbolo muy prevalente, que es el falo. La turgencia, lo prevalente... En la realización del complejo de Edipo, la mujer toma el rodeo de la identificación al padre. Dora se identifica al sr. K porque él reprsenta el lugar de la potencia que su padre carece.

Su identificación al hombre portador del pene es una ocasión a aproximarse a esa definición que no alcanza. El pene le sirve de instrumento imaginario para aprehender lo que no logra simbolizar: el falo. Por eso, preguntarse qupe es una mujer y volverse mujer son dos cosas diferentes. Se pregunta porque no lo es. Preguntarse pqué es una mujer lo hace desde una posición de identificación al varón, el que lo tiene. Posición histérica: volverse mujer es un proceso de aceptación de la privación, análisis mediante. Ella está privada, no lo debe perder porque no lo tiene. Esa sería la posición femenina.

Proximamente veremos otros aspectos de la histeria y de la estructura.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Diccionario de Psicoanálisis: ¿Qué es la privación?

En psicoanálisis, la privación es la ausencia real de un objeto que, según el-sujeto lo entiende, es algo que le debe pertenecer, o que debe pertenecer a aquel a quien él percibe indebidamente despojado de ese objeto.

Si para el psicoanálisis un sentimiento de falta está ligado a todo deseo, esto no significa que toda falta sea real. En contrapartida hay efectivamente a veces falta real. El descubrimiento de la diferencia de los sexos por el niño pasa por el reconocimiento del hecho de que la madre no tiene pene, que está realmente privada de él.

Conviene sin embargo destacar que aun aquí interviene lo simbólico. Para Lacan, que presenta paralelamente castración, frustración y privación, el objeto de la privación es simbólico. Lo real, en efecto, es lo que es. Para que un objeto pueda faltar en lo real, hace falta que esté determinado simbólicamente como algo que debe estar allí presente. Así, un libro no falta en una biblioteca sino en tanto su sitio está previsto, determinado, por ejemplo, en un fichero.

La privación puede ser concebida como uno de los tiempos del Edipo. Si la madre parece apropiarse al principio del niño en lo que se presenta como una relación fusiona!, es necesario empero que sea privada de ello para que aquel pueda acceder a su propio deseo.

Esta privación es atribuida al padre, un padre que no se confunde ni con el padre real ni con el padre simbólico (o Nombre-del-Padre): proviene del padre imaginario.



El padre imaginario es con el que nos encontramos: a él se refiere toda la dialéctica de la agresividad, de las identificaciones, de la idealización. Si Lacan lo llama imaginario, es porque está integrado en la relación imaginaria, que constituye el soporte de las relaciones con el semejante. El padre imaginario es también el padre terrorífico que no tiene una relación alguna con ese que es el padre del niño. Es el que se imagina.

Fuentes: 
- Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis". Amorrortu editores. p. 328

lunes, 22 de enero de 2018

El color del dinero.

El equivalente general de las mercancías tiene, como tal, un valor de mercado. El que le confiere precisamente su intercambiabilidad con los diversos valores de uso, aquellos bienes de consumo que se ofrecen a nuestro apetito como objetos de satisfacción libidinal. En ese sentido, el dinero ocupa un lugar extremadamente privilegiado, el de un significante singular, único, el del significante del goce. Por esa razón, hay quienes en su momento creyeron poder identificarlo con Φ (Phi mayúscula), un símbolo que Lacan emplea durante dos años en su enseñanza, poco antes de forjar la escritura del objeto a. Una letra que, en calidad de semblante, intenta situar la articulación del registro simbólico con lo real. 

Pero, lo sabemos, el dinero posee también un valor propiamente simbólico, al que aludimos en psicoanálisis, por ejemplo, bajo la figura del “pago simbólico”. No me refiero a las piedritas con las que Françoise Dolto pretendía hacer pagar sus sesiones a los niñitos, lo que, pese a su imposición, a lo sumo pondríamos a cuenta de las reglas de un juego. Me refiero especialmente al reconocimiento de que el pago implica una cesión de goce, una privación consentida, confiriendo al pago un valor subjetivo singular. Los honorarios de un analista pueden ser cotizados como el precio razonable de un servicio profesional, pero sólo asumen carácter analítico al articularse a la referencia subjetiva de quien efectúa efectivamente el pago. Lo que delimita un rango de honorarios necesariamente variable en los distintos casos, y también, en cada caso, a lo largo del tiempo. Algo que, desde una lógica puramente mercantil, podría ser percibido como un gesto de arbitrariedad, aunque no se trate sino de apreciar las coordenadas que regulan su valor de don. 

Fuente: Mario Pujó, "El color del dinero"