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sábado, 30 de agosto de 2025

El sujeto en el corte: de la sorpresa a la lógica del significante

Afirmar que no hay sujeto sin corte implica reconocer que la sorpresa le es inherente. Pasmo, desconcierto, extrañeza o incluso confusión no son accidentes, sino testimonios de ese corte que lo constituye, tornándolo solidario de lo inesperado y de lo incalculable.

Situar al sujeto en el corte equivale a desplazarlo desde el estatuto de mero efecto hacia el de discontinuidad en lo real. Y este desplazamiento exige, necesariamente, una reformulación del lugar del significante.

Mientras que la lingüística considera al significante como el término decisivo para la producción de significación, el psicoanálisis se orienta de otro modo: revela la verdad de la relación entre significante y sujeto, porque muestra cómo las vacilaciones del sentido constituyen el punto axial sobre el que se sostiene el discurso. En esta perspectiva, el discurso se apoya menos en lo que transmite como sentido, y más en las discontinuidades que delinean el lugar del sujeto.

Con este gesto, Lacan inaugura una teoría del significante distinta a la de la lingüística. Para esta última, el discurso se ordena en función de la producción de sentido, es decir, bajo un sesgo semántico. Para el psicoanálisis, en cambio, el discurso se organiza por la función lógica del significante, situada más allá de la semántica: primero en relación con la sintaxis, más tarde con la escritura.

Estos dos estatutos del significante, sin los cuales el concepto de sujeto resulta inabordable, conllevan también dos modos divergentes de pensar la significancia. Una vía entiende su horizonte como efecto de sentido; la otra, en cambio, como la implicación de un cuerpo en una economía política del goce.

No obstante, ambas dimensiones pueden anudarse. Al carecer de un significante que lo nombre, el sujeto se aloja en la significación, lo cual queda formalizado en el esquema Rho. Aunque conviene señalar que, en ese momento de la enseñanza, el pasaje del sujeto como efecto a la discontinuidad todavía no se había consumado.

viernes, 29 de agosto de 2025

El sujeto como efecto del corte en la cadena significante

Si no hay inconsciente sin lógica —dejando provisoriamente de lado la cuestión de si existe sin el cuerpo, lo que abriría el problema de la superficie—, este se instituye como cadena significante desplegada en el escenario del Otro. En este marco, Lacan precipita la pregunta: “¿Qué clase de sujeto podemos concebirle?”

Esa pregunta puede situarse en el campo conceptual y temporal que se abre entre los escritos La instancia de la letra… y Subversión del sujeto…. Allí se dibuja la posición del sujeto a partir de dos imposibilidades fundamentales:

  • No hay nadie que pueda decir je en la enunciación.

  • No existe en el enunciado un significante que represente al sujeto de la enunciación.

De este modo, solo queda un shifter, que señala y designa el lugar desde el cual se habla, sin por ello representar al sujeto ni significarlo.

De aquí se sigue que un sujeto será lo que un significante representa para otro significante. Esta oposición funda el intervalo en el que el sujeto puede advenir, bajo la forma de corte o discontinuidad. La formalización del par significante expone así la división del sujeto: entre uno y otro, se revela indeterminado y solidario de lo interdicto, con todo el equívoco que ello implica. Surge entonces la pregunta: ¿qué debe permanecer prohibido para que el objeto ofrecido al deseo del Otro deje paso a la emergencia de un sujeto dividido?

Si el sujeto habita en el intervalo, se vuelve crucial interrogar: ¿Quién habla? cuando alguien toma la palabra. El sujeto no es nunca el agente de la cadena, sino apenas su efecto. Yendo aún más lejos: si se entiende la barra del algoritmo como escritura del corte, el sujeto aparece como significante tachado, inscripción de lo que no hay. Dicho de otro modo: no hay sujeto sin corte.

miércoles, 27 de agosto de 2025

La aparición del sujeto: entre el corte y la vacilación

Una de las mayores complejidades del estatuto del sujeto en psicoanálisis radica en su carácter inaprehensible: no puede ser dicho plenamente. Si no se dice, sino que está entramado e incluso “interesado” en el discurso, surge la pregunta: ¿cómo aparece entonces?

Más allá de las distintas modalidades con que se lo ha pensado, hay un rasgo constante: el sujeto se hace presente en el corte, en la discontinuidad del discurso. En esa consistencia con el inconsciente, adviene en las vacilaciones del sentido, en la sorpresa, en aquello que irrumpe sin estar previsto.

Su aparición encuentra soporte en las formaciones del inconsciente. Ellas introducen la vacilación, interrogan lo que se cree saber y se inscriben en una temporalidad singular, que Lacan no pocas veces compara con la fugacidad del relámpago.

En ese marco, los momentos fecundos son los de la “palabra verdadera”, en oposición a la “palabra vacía”. Esta última carece de implicación subjetiva porque no sorprende ni interroga; la primera, en cambio, se alcanza en el tropiezo, en lo que hace tropezar al sentido.

Así, el sujeto tomado en la dimensión de la palabra queda asociado a la verdad: “lo que pasó por el Otro”. Pero, al mismo tiempo, con su correlato mentiroso. De allí que Lacan afirme tempranamente que la verdad atrapa al error por el cuello de la equivocación.

La serie de términos que se despliega —error, vacilación, tropiezo, equívoco, discontinuidad— constituye el sostén mismo del inconsciente en lo que éste tiene de no realizado. Esta perspectiva, sin embargo, tarda en visibilizarse, pues queda inicialmente velada por la confianza en una palabra garantizada por el Otro. Una garantía que pronto se resquebraja, porque sin esa vacilación del Otro no hay lugar para el sujeto.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Del lapsus al nudo: escritura, falla y saber en el Seminario 21

En el Seminario 21, Les non-dupes errent, Lacan introduce, a nivel de la estructura borromea, la idea de un lapsus como localización de una falla en el anudamiento. Este gesto —que puede leerse como un homenaje a Freud, quien colocó al lapsus en el corazón del inconsciente— implica también una distancia decisiva respecto de la concepción freudiana. El lapsus no solo revela lo reprimido: en Lacan, escribe la inexistencia de un lazo, el punto exacto donde no hay relación.

Para arribar a esta concepción, Lacan primero introduce una distinción crucial entre que algo falte y que algo no haya. Esa diferencia abre el paso para localizar el "no hay" —por ejemplo, el "no hay relación sexual"— a partir del lapsus. Se trata, entonces, de un acontecimiento que señala la ruptura, que marca un agujero en la trama del nudo, allí donde lo simbólico, lo imaginario y lo real no logran anudarse adecuadamente.

En este marco, el decir se presenta como un corte fundante, un acto que ex-siste al dicho, el cual, en cambio, ciñe, organiza, produce al sujeto como efecto. Si el decir abre, el dicho cierra: es un “corte cerrado” que configura el lazo. Desde esta perspectiva, no hay sujeto sin nudo, y es por eso que Lacan propondrá que el nudo de cuatro (cuando se incluye el síntoma como cuarto anillo) es el soporte mismo del sujeto.

Pero de la diferencia entre decir y dicho se desprende algo más: no toda nominación implica a un sujeto de derecho, en el sentido trabajado en La lógica del fantasma. Una nominación puede operar sin sujeción subjetiva, sin anudamiento efectivo. Es decir: puede haber nombre sin sujeto, palabra sin cuerpo.

Esta compleja elaboración topológica es el resultado de un largo recorrido en la enseñanza de Lacan, que desde hace tiempo se interroga: ¿cómo salir de la metáfora? Frente al límite de la metáfora —que pertenece al campo del sentido y, por tanto, no alcanza a lo real—, se hace necesaria una topología, no como teoría abstracta, sino como escritura misma de la estructura. Una escritura que no explica, sino que permite maniobrar.

Aquí aparece una distinción clave para la práctica: entre la elucubración y la manipulación. La primera pertenece al registro del saber supuesto; la segunda, a la operación clínica. Así, la topología no solo piensa la estructura: la interviene. Y lo hace allí donde el lapsus, lejos de ser un desliz, se vuelve brújula para el analista, índice de una falla que, por no cerrarse, hace hablar.

domingo, 27 de julio de 2025

Efectos clínicos del borramiento: la hiancia como condición de escucha

Si el borramiento es la operación lógica que permite el surgimiento del significante —y por lo tanto la constitución del sujeto—, cabe preguntarse: ¿cómo se vuelve este un dato clínicamente perceptible? Dicho de otro modo: ¿dónde se escucha en la práctica analítica el efecto de esa operación sincrónica?

Lacan desarrolla esta dimensión a través de distintas figuras del corte y la simbolización, que articulan el surgimiento del sujeto con su imposibilidad de representación plena. Ya en el Seminario 6, se detiene en la particularidad de la negación en francés, especialmente en la función del ne, que él denomina “la huella del sujeto de la enunciación”; es decir, el indicio de un sujeto que no puede aparecer como tal en el enunciado.

Esta “huella” tachada del sujeto se torna audible allí donde se produce una vacilación del sentido. El lenguaje, cuando falla en su intento de significar, deja entrever un agujero: es lo real que irrumpe en el lugar mismo donde el sentido colapsa. Desde esta perspectiva, el efecto de sentido opera como obturación de ese agujero, lo que le confiere su valor fantasmático.

Este agujero no es simplemente un vacío, sino una hiancia estructural, solidaria del lugar del sujeto en el campo del Otro. Es un vacío que remite tanto a la falta de referente como a las anomalías propias del goce. Se escucha en los momentos de tropiezo del decir, en los lapsus, en los silencios densos, en las vacilaciones que señalan que algo no puede ser dicho sin pérdida.

La lógica se vuelve necesaria para abordar estos fenómenos, porque la gramática, por sí sola, no alcanza para situarlos. La hiancia exige una lectura más allá del sentido, en una lógica que articule las series del decir: verdad, mentira, discurso, palabra. Frente a ellas, se abre una disyunción fundamental: no-saber / hiancia.

Esta disyunción muestra la necesidad del pasaje de la gramática a la lógica para captar aquello que en el discurso hace presente la división subjetiva. Allí donde el sentido desfallece, se revela el punto de falla del significante, y con ello, el lugar mismo desde donde se constituye el sujeto como efecto.

martes, 15 de julio de 2025

Del sin sentido al fantasma: estrategias del sujeto ante la caída del Otro

Cuando se hace foco en la contingencia, el efecto del significante se revela inseparable del sin sentido, noción clave en la concepción lacaniana del orden simbólico. La idea de significancia fue introducida por Lacan para señalar que el significante, por su mera articulación, produce significación. Sin embargo, también advierte que ese mismo significante, por su ambigüedad constitutiva, puede significar más de una cosa e incluso engañar. Es decir, el sentido no es garantía sino efecto, y su proliferación se sostiene sobre un fondo de opacidad.

Este sin sentido no es un accidente, sino algo inherente al funcionamiento mismo del significante. El sujeto queda así atrapado en esta lógica, especialmente cuando el Otro —en tanto garante de verdad y consistencia— vacila o se desmorona. Es precisamente en este punto donde Lacan ubica la función del fantasma y del objeto a que lo sostiene.

Allí donde el sin sentido abre un abismo, el fantasma aporta una ficción que estabiliza. El objeto, en tanto soporte imaginario del fantasma, ofrece un anclaje que rescata al sujeto del fading. Como dice Lacan en el Seminario 6:

...en el fantasma, el objeto es el soporte imaginario de esa relación de corte en que el sujeto ha de sostenerse dentro de ese nivel, lo cual nos induce a una fenomenología del corte”.

El objeto funciona entonces como soporte ficcional, anudando al sujeto en una posición desde la cual puede situarse a orillas del inconsciente. Es en este borde —que no es interior ni exterior— donde opera la nominación como acto que delimita un lugar posible para el sujeto, aún cuando este no pueda ser plenamente nombrado. La nominación, así entendida, no clausura la falta, sino que la inscribe como corte, marcando un punto de inscripción que hace posible el alojamiento subjetivo.

En este marco, el fantasma se constituye como una especie de campamento simbólico desde el cual el sujeto se resguarda ante la caída del Otro y la irrupción pulsional que dicha caída trae consigo. Funciona como una matriz de sentido que permite elaborar estrategias defensivas frente a la angustia estructural y a la inconsistencia del Otro.

miércoles, 9 de julio de 2025

¿Cuál es el soporte de una escritura?

 Luego de un primer abordaje por el cual el rasgo unario es considerado desde el sesgo de lo idealizante de la demanda, lo que justifica sus articulaciones al significante del Ideal, I(A), encontramos un giro que lo asocia a la función de la letra. Tomado desde esta perspectiva el rasgo se conecta con la operación de ese +1 al que vengo haciendo referencia desde hace unos días. Entonces el rasgo se asocia a la falta.

Ese +1 formaliza lo que no se escribe y que “no se sostiene más que de la escritura”, con lo cual el soporte de la escritura es la falta, aunque a esta altura quizás sea mucho más indicado hablar allí de una falla.

¿Para que se le hace necesario poner en juego esta dimensión de la escritura? Para poder abordar al inconsciente desde su estructura lenguajera, pero fundamentalmente por ser la consecuencia de un corte: la escritura se soporta de un corte que bien podría ser considerado desde la perspectiva del vaciamiento… y los términos vuelven a enlazarse. Esto, que parecería ser una redundancia es, en realidad, el índice de una lógica ínsita al planteo.

Se parte de una marca primera que es también llamada nominación real, a la altura del seminario 21. El efecto de esta primera incidencia es el vaciamiento antes aludido. Y la marca deviene aquello concernido en la repetición, a la par que instala la incompletitud e inconsistencia a nivel del universo de discurso. Freudianamente casi coincide con la imposibilidad del reencuentro.

Ahora, algo de eso se articula al significante, y ello por cuanto la marca queda borrada, punto de coincidencia con la inscripción del representante de la representación.

Dos campos se entraman: el de la marca y el de las consecuencias del borramiento. Y la repetición evidencia, cada vez, la distancia insalvable entre uno y otro.

lunes, 30 de junio de 2025

Las respuestas al impàsse sexual

El paso de la lógica a la topología, que Lacan opera a lo largo de su enseñanza, constituye una respuesta específica al impasse sexual, al no hay relación sexual. No se trata de que la lógica lo rechace —al contrario, lo circunscribe, lo delimita—, tal como se puede ver en los desarrollos de Encore y L’étourdit, donde Lacan subraya la función del matema como herramienta precisa para la transmisión. La lógica permite formalizar un real sin ley, a través de operaciones de cuantificación, función y negación.

Pero es con la topología que Lacan logra abrir un campo operatorio más amplio. Allí no solo se delimita el real, sino que se pueden producir cortes que modifican el anudamiento entre simbólico, imaginario y real —los tres registros que no se encadenan naturalmente, sino en función de una práctica. El nudo de tres agujeros ya no responde a una estructura fija, sino a un trabajo de intervención sobre los modos en que estos registros se anudan o se sueltan.

A diferencia de la topología matemática —centrada casi exclusivamente en la deducción de teoremas mediante pura escritura formal—, la topología lacaniana no puede prescindir del imaginario. Esto no solo porque sus construcciones (como el toro, la banda de Moebius o el nudo borromeo) requieren una dimensión visual, sino porque la operación que allí se juega involucra al cuerpo del sujeto: un cuerpo atravesado por el lenguaje, por la imagen y por el goce.

La lógica lacaniana, en tanto, opera un recorte de lo real sobre el fondo de una gramática modal que produce “ficciones de la mundanidad”: modos de recubrir, mediante entramados simbólico-imaginarios, la ausencia estructural que Lacan formaliza como el axioma de especificación (no hay x tal que...).

El giro topológico, sin embargo, no propone otra ficción, sino una fixión: una formalización que no vela el agujero con una historia, sino que lo inscribe a partir del borde mismo. Esta fixión se ubica más allá del fantasma, más allá de las narrativas que el sujeto construye para tapar la imposibilidad de la relación sexual. Es una operación que apunta no a suplir, sino a tratar el agujero, permitiendo nuevas maneras de habitar el goce, el cuerpo y el lazo.

sábado, 31 de mayo de 2025

La escritura como salida de la metáfora: una necesidad clínica y topológica

¿Qué vuelve necesaria la dimensión de lo escrito en psicoanálisis? La pregunta se inscribe en el campo clínico: ¿cómo salir de la metáfora? Esta interrogación no es meramente teórica, sino que se plantea a partir de los efectos de la praxis, en tanto apunta a cómo el análisis puede abrir al analizante una vía de salida respecto de cierta necedad subjetiva. Para abordar esta dificultad, Lacan introduce un tratamiento topológico —más precisamente, nodal— del problema, que busca pensar la eficacia del acto analítico.

La transferencia, al instalarse con el Sujeto Supuesto Saber, habilita la entrada en análisis. Pero en esa entrada se juega también una demanda que apunta, aunque de modo encubierto, a restablecer la consistencia del Otro. En este sentido, el analizante busca en el análisis una forma de seguir durmiendo: mantener el sostén fantasmático de un pensamiento cosmológico, estructurado por la lógica de la metáfora.

Sin embargo, es el deseo del analista lo que introduce una torsión en esta escena: la transferencia se subvierte, se torna solidaria del corte. Allí donde el analizante espera una estructura esférica —cerrada, plena, consistente— el analista introduce un acto que revela, en cambio, la presencia de un Cross-cap: una estructura topológica que rompe con la imaginaria redondez del fantasma.

El objeto a, precipitado como efecto del corte, aparece en este marco sin imagen especular posible. Su figura, desde esta perspectiva topológica, se encarna en el gorro cruzado. Esta precipitación produce una marca: un límite que denuncia la imposibilidad de la unidad o totalización, propias del pensamiento esférico.

¿Qué justifica esta compleja operación, que puede resultar oscura o incluso inasible? La clave está en una afirmación radical de Lacan: la estructura es lo real. Y si lo real escapa a la metáfora, se impone entonces la necesidad de una escritura topológica, de una formalización que no representa, sino que produce.

En este punto, y como destaca Carlos Ruíz, la topología lacaniana no se presenta como teoría, sino como una práctica: una manipulación, más que una elaboración conceptual. No se trata de entender, sino de operar —y eso exige una escritura que esté a la altura del corte que produce el acto analítico.

lunes, 19 de mayo de 2025

Corte y cuerpo a-esférico: del borde topológico a la superficie sexuada

En la enseñanza de Lacan, el corte se presenta como una operación fundante: no solo introduce una discontinuidad, sino que establece la superficie corporal misma. Este corte inaugural delimita el borde del cuerpo, lo separa, lo instituye como campo distinto del organismo biológico.

Este planteo se articula con la perspectiva topológica del lenguaje, desarrollada a partir del seminario La identificación. En este marco, el cuerpo ya no queda reducido a una imagen especular, a una forma cerrada y narcisista, sino que se configura como efecto de la inscripción significante, es decir, como el resultado de operaciones estructurales que inciden sobre lo real del cuerpo.

Este viraje implica dejar atrás las referencias métricas y euclidianas del espacio clásico. Al introducir herramientas topológicas, Lacan puede trabajar con los agujeros, con los cortes, con las superficies que ya no se definen por su volumen ni por su límite externo, sino por la manera en que el significante modula lo que queda dentro y fuera.

En este pasaje, el cuerpo se vuelve a-esférico: ya no puede pensarse como una esfera cerrada, continua, sin bordes. El término a-esférico señala varias cuestiones:

  • Que no hay cuerpo sin corte: el cuerpo se constituye como efecto de una pérdida, de una caída inaugural.

  • Que ese corte lo separa del Otro, pero a la vez lo inscribe en su campo.

  • Que el cuerpo no puede representar la completud: no es totalidad, sino borde.

En este sentido, el cuerpo del hablante se organiza a partir de bordes, y no por una interioridad cerrada. Esto impide pensar la oposición tajante entre adentro y afuera. Lacan se sirve de superficies no euclidianas —como la banda de Möbius o la botella de Klein— para representar esta estructura. Ambas muestran cómo una superficie puede hacer continuo lo que parecía opuesto: interior y exterior, derecho y revés, uno y otro.

No obstante, la banda de Möbius es la que permite con mayor precisión formalizar este punto. A diferencia de la botella de Klein, la banda de Möbius:

  • Tiene un solo borde, lo que permite pensar al cuerpo como bordeado por el significante.

  • Es una superficie no cerrada, lo que se ajusta mejor a la estructura del cuerpo sexuado: abierto, atravesado, sin clausura posible.

Así, desde la lógica del corte hasta las superficies topológicas, Lacan propone una teoría del cuerpo que ya no se piensa desde la biología ni desde la imagen, sino desde la inscripción simbólica y la lógica del goce.

viernes, 28 de marzo de 2025

El corte, la escritura y la pérdida del ser

No basta con reconocer la importancia clínica del corte, tanto en su dimensión fundante como en sus efectos interpretativos. Por ello, Lacan se embarca en la búsqueda de un recurso que posibilite su escritura.

En un primer momento, plantea un abordaje lógico del problema a través de las fórmulas del fantasma y la pulsión. Destaca aquí el valor del losange, un operador que permite escribir un borde al articular lógicamente las operaciones de alienación y separación.



Dentro de esta lógica, Lacan introduce una reflexión novedosa sobre la función del vel (o). En términos lógicos, el vel es una conjunción disyuntiva, es decir, una elección mediada por un “o” que puede adoptar dos formas:

  1. Elección exclusiva: Se elige entre una opción u otra, perdiendo necesariamente uno de los términos.

  2. Elección inclusiva: Ambas opciones pueden darse, aunque no simultáneamente.

Sin embargo, Lacan introduce una tercera posibilidad: el vel alienante. En este caso, la elección opera como una reunión, en la que uno de los términos se conserva porque el otro ya está perdido.

Así, la decisión fundamental es entre ser o sentido. Pero el ser ya ha sido perdido por efecto del significante, por lo que el sujeto solo puede optar entre conservar el sentido o perderlo todo. Sin embargo, el sentido que se mantiene siempre estará atravesado por el sinsentido que constituye el inconsciente.

En este proceso, el sujeto no puede sino devenir dividido, un ser en falta que nunca logra su propia síntesis. Con el losange, Lacan logra escribir lo que se pierde en el devenir del sujeto, conectándolo con la libido freudiana, pero reconsiderada topológicamente en términos de lo ultraplano.

En este marco, la pregunta inevitable es: ¿qué es el cuerpo aquí?

El Inconsciente y su corte

El inconsciente, en su dimensión más radical, no se define por un atributo, ni siquiera por su negación. Más allá de las ficciones que buscan darle consistencia al Otro, Lacan lo aborda en su relación con lo real.

Freud introduce un corte fundamental al acuñar el inconsciente como concepto, delimitando así un campo clínico hasta entonces inexistente. Como señala Lacan: “El inconsciente de antes de Freud no es, pura y simplemente”. Esta operación de escritura redefine el territorio del psicoanálisis.

A su vez, el inconsciente puede entenderse como un efecto del lenguaje, un proceso de desnaturalización que posibilita la existencia de un cuerpo. En este sentido, el significante actúa como la causa material (Aristóteles) del inconsciente.

Lacan transita un camino que va desde la estructura del inconsciente como lenguaje, pasando por su emplazamiento en el discurso del Otro, hasta destacar su dimensión real: la sexualidad y la incidencia de la pulsión. De allí deriva la necesidad de un abordaje topológico del inconsciente, donde el tiempo se presenta en dos dimensiones: lógica y pulsátil, conjugando apertura y cierre. Esta dinámica establece las coordenadas de la transferencia, entendida como la temporalidad del corte.

Es este carácter del inconsciente el que distingue al psicoanálisis como “una terapéutica que no es como las demás”, tanto en sus medios como en sus fines. En el Seminario 11, Lacan formaliza el fin del análisis como un corte que rompe con las ilusiones del campo del ideal, dando lugar a una nueva comprensión del proceso analítico.

jueves, 27 de marzo de 2025

Causalidad y real

Desde sus primeras formulaciones, Lacan aborda el problema de la causalidad en psicoanálisis en diálogo con Freud. A lo largo de su desarrollo teórico, su enfoque lo lleva a articular la causa con el inconsciente, estableciendo un ensamblaje entre este último y lo real.

La inclusión de lo real en la causalidad psicoanalítica se debe a que la causa no implica un cierre ni una totalización. En cambio, se enlaza con la hiancia, una brecha ontológica que marca una discontinuidad esencial. De este modo, la causa no puede pensarse en términos de falta, ya que esta supone una estructura organizada alrededor de lo que podría completarse. En lugar de eso, la causa se vincula con lo que no hay, desafiando la idea de una relación lineal entre causa y efecto. Sin esta hiancia, la causa quedaría reducida al determinismo.

Desde esta perspectiva, la causa en psicoanálisis no responde a un principio de racionalidad, sino que está ligada a una vacilación del sentido, quedando asociada a la indeterminación. Como señala Lacan:

"El inconsciente nos muestra la hiancia por donde la neurosis empalma con un real; real que puede muy bien, por su parte, no estar determinado".

El inconsciente se estructura como un corte en acto, delimitando el campo del sujeto y el campo del Otro a través de la función topológica del borde. La neurosis, en este contexto, opera como una cicatriz, una sutura que cubre el corte con una estructura ficcional, tramando un relato que intenta dar cuenta de lo que no cesa de no escribirse.

Desde esta formulación, Lacan distingue dos dimensiones en la estructura del inconsciente:

  1. El entramado significante, que se articula con la verdad.
  2. Su ex-sistencia, es decir, aquello que queda sin realizarse, marcando la presencia de lo real en la estructura psíquica.

miércoles, 26 de marzo de 2025

La causa en psicoanálisis: entre la síncopa y lo inaprehensible

En psicoanálisis, la noción de causa se introduce a través de una síncopa, un corte que afecta la posición del objeto. María Moliner, en su diccionario, señala que el término "síncopa" proviene de una raíz etimológica asociada al acortamiento, al acto de cortar. En gramática, esto se vincula con el apócope, una reducción que modifica la estructura de una palabra.

Lacan, al abordar la causa, la vincula al “corte significante” que marca el cuerpo, refiriéndose a ella como una "tripa causal", una metáfora que resalta su relación con lo vivo, con lo que escapa a la mortificación impuesta por el significante. Esta idea subraya que la causa es, en esencia, inaprehensible, ya que se sostiene en la pérdida del objeto.

Aunque ciertos entramados discursivos permiten situar la causa, esta permanece fuera del alcance tanto de la razón simbólica como del conocimiento imaginario. Lacan la diferencia del "Nous anaxagórico", el principio filosófico griego que concebía la causa como un elemento elevado y organizador del universo. Mientras que en el pensamiento mítico la causa final estructura el sentido, en psicoanálisis la causa del deseo se liga a la estructura en términos de una necesariedad no garantizada, una formulación aparentemente paradójica.

El deseo se estructura en el fantasma, proceso que implica una síncopa del objeto, haciéndolo desaparecer u ocultándose tras la trama significante. Ante la falta de una causa final, el sujeto se posiciona desde la certeza: el "sujeto de la certeza" es aquel dividido por la causa, un punto en el que no hay vacilación subjetiva, lo que permite su abordaje. Esta certeza, sin embargo, no es la de la causa final mítica, sino el índice de lo real en juego, diferenciándose de la sombra de certeza que aquella ofrece.

El Objeto "a" y su dimensión real

Situar el objeto a más allá de la concepción euclidiana del espacio permite precisar su función en la causalidad psicoanalítica. Esta línea de trabajo lleva a Lacan, en su Seminario 13, a plantearlo en su dimensión real, en correlación con la subversión del sujeto. En dicho seminario, Lacan desarrolla una extensa indagación sobre el lugar del objeto en la ciencia, subrayando que la aparición de esta última implica una transformación del pensamiento: un desplazamiento de la esencia de las cosas hacia su existencia como significantes.

Desde su formulación inicial, el objeto a adquiere un valor clave en el psicoanálisis. Lacan lo denomina “la letra a”, lo que no es casual, pues la misma letra ya figuraba en el esquema L, vinculada al eje imaginario y a la imagen del cuerpo en relación con el Otro, que sostiene la función del espejo.

Sin embargo, en La angustia, esta concepción experimenta un cambio fundamental. La imagen especular se desplaza al i(a), que encubre su valor agalmático, mientras que la letra a pasa a señalar un resto inasimilable, oculto tras lo que se inviste libidinalmente. Aquí, la angustia se configura como un corte que interrumpe el velo que disimula dicho resto.

Como afecto, la angustia es correlativa a lo que resta, y en tanto signo, indica la posición del objeto a dentro de una estructura. Precisamente, su presencia requiere un marco, lo que justifica la afirmación de que la angustia no solo tiene estructura, sino que su existencia misma está condicionada por ella.

El marco también nos permite comprender cómo opera el semblante en relación con el objeto, especialmente cuando este es considerado desde su borde. En este sentido, la afirmación lacaniana: (a la letra a) la designamos con una letra, no es un simple juego de notación, sino una manera de destacar su relación esencial con el corte y el borde, elementos constitutivos de su estatuto en el discurso analítico.

martes, 25 de marzo de 2025

El sujeto como causa del deseo del Otro

En La significación del falo, Lacan deja en claro que no basta con concebir al sujeto como objeto del deseo del Otro; es necesario además que el sujeto cause ese deseo. Este planteo introduce una paradoja fundamental: un efecto que actúa como causa.

La pregunta que emerge es: ¿desde qué lugar se puede causar el deseo del Otro? Aquí no solo entra en juego el fantasma, sino también el inconsciente, en tanto está estructuralmente ligado a la causa y, por ende, a lo no sabido.

En este punto, la demanda se convierte en un concepto clave. En el ámbito clínico, cuando el Otro colma la demanda de manera "falsa", surge la angustia, ya que se clausura el vacío estructurante del no saber. Lacan, en su exploración sobre la causación del sujeto, aborda la demanda a través de los matemas y las fórmulas algebraicas. En este marco, adquiere relevancia la fórmula de la pulsión, que establece un vínculo entre el sujeto y el corte introducido por la demanda:

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El camino hacia esta formalización transita por el fantasma neurótico, dado que en la neurosis la demanda es utilizada precisamente como estrategia para evitar el deseo. De este modo, Lacan sitúa la pulsión en el registro de los efectos del significante, destacando la función del corte como estructurante de un borde.

Si el fantasma es el soporte del deseo, surge entonces una pregunta crucial: ¿qué relación topológica se establece entre el deseo y la pulsión en el cuerpo?

Aquí, la noción de fractura corporal cobra importancia. El cuerpo, en tanto sede del corte, se articula con la fragmentación pulsional, cuya imagen especular ofrece una ilusión de unidad. Este proceso se encuentra en el corazón del estadio del espejo, donde la anticipación de una completud ilusoria se inscribe retroactivamente sobre un cuerpo que, en su realidad pulsional, se experimenta como troceado.

En esta dialéctica entre la ilusión de totalidad y la fractura estructural se produce una inversión topológica, comparable a la acción de dar vuelta un guante, que en la imagen especular parece operar como un paso de lo exterior a lo interior.

miércoles, 19 de marzo de 2025

La paradoja de la conciencia moral y la renuncia al goce

Lo real se vincula estrechamente con un concepto clave: la paradoja. Esta no solo funciona como un soporte lógico para delimitar los impasses, sino que también mantiene una relación intrínseca con el problema del goce y lo real. Lacan, en este contexto, introduce la idea de una paradoja propia de la conciencia moral.

La paradoja establece una separación entre la conciencia moral y el campo de la contradicción, distanciándola de la simple oposición significante. En ella, se revela la incidencia de lo real y, al mismo tiempo, el fracaso de la represión. Este fracaso señala la participación de la pulsión en la conciencia moral y permite afirmar, en palabras de Lacan, que el Trieb se perfila más allá del ejercicio del inconsciente.

Antes de llegar a estas formulaciones, es necesario considerar la sublimación y su papel en el trabajo analítico. Lacan descarta la sublimación como horizonte del análisis precisamente porque ahí se evidencia un límite, algo que no puede ser sublimado. Se trata de un resto, un desecho, un núcleo irresuelto que permanece más allá del principio del placer. Por ello, la interpretación analítica debe abordarse desde la perspectiva del corte.

La paradoja de la conciencia moral también pone en juego la operación de la ley y la cuestión de la renuncia al goce. Cuanto más renuncia el sujeto, más implacable se vuelve la instancia moral (superyó). Esto nos lleva a interrogarnos sobre la renuncia misma: ¿qué implica renunciar? ¿Cómo se hace efectiva?

La paradoja señala que la renuncia, lejos de producir un corte definitivo, no alcanza sus consecuencias esperadas, ya que la lógica del deseo introduce un movimiento inverso: es en el mandato moral donde se juega el goce que se pretende abandonar. En otras palabras, cuanto mayor es la renuncia, mayor es la ferocidad de la instancia moral.

domingo, 2 de marzo de 2025

La transferencia como temporalidad del corte

La transferencia puede ser abordada desde diversas perspectivas, pero una de sus dimensiones más fundamentales es la temporalidad. No solo constituye un campo inseparable del significante—y, por ende, del Otro más allá del otro—sino que también se define por un tiempo específico, lo que permite denominarla la temporalidad del corte. Este corte, con resonancias tanto topológicas como quirúrgicas, se sitúa en un punto preciso: allí donde el deseo y el goce se entrelazan fantasmáticamente.

Sin embargo, este corte no ocurre de manera inmediata, sino que requiere un tiempo singular, determinado por el propio ritmo del sujeto. Es decir, es el tiempo del sujeto el que rige el desarrollo de la transferencia, y el analista no puede forzarlo ni precipitarlo, sino que debe asumir una actitud de paciencia.

Lacan, en el Seminario 1, hace una aclaración clave sobre el concepto de resistencia, señalando que lo que los analistas de su época llamaban resistencia no era más que un estado del sujeto: el punto al que había llegado, aquello que era capaz de registrar o leer en ese momento. En este sentido, no es posible llevar a un sujeto más allá de donde él mismo pueda ir, no solo en términos de deseo, sino en función del momento estructural en el que se encuentra.

En L’Étourdit, Lacan sostiene que el análisis consiste en un tiempo de trabajo sobre las vueltas dichas. Estas vueltas implican una repetición en la transferencia, donde el discurso retorna una y otra vez sobre el mismo punto, hasta que el equívoco permite aislar una cifra de goce y abrir la posibilidad de una reescritura. Es en este juego entre repetición y diferencia donde puede emerger algo nuevo en el sujeto.

jueves, 6 de febrero de 2025

El Tiempo en Psicoanálisis: Entre el Corte y la Transferencia

El concepto de tiempo en psicoanálisis resulta complejo, esquivo y difícil de definir con precisión. En la práctica analítica, es una dimensión central del trabajo clínico y, debido a sus características, solo es posible delinearlo o delimitarlo. Esto hace del tiempo un concepto estrechamente relacionado con la noción de corte y borde.

Siguiendo los tres registros de Lacan, es posible identificar tres estatutos del tiempo:

  1. El Tiempo en el Registro Imaginario
    En el campo imaginario, el tiempo se manifiesta como la prisa o la postergación que frecuentemente afectan al sujeto. Estas manifestaciones responden a una lógica subjetiva de anticipación o dilación.

  2. El Tiempo en el Registro Simbólico
    En el ámbito simbólico, el tiempo adquiere una dimensión más medible, aunque no se limita al tiempo cronológico de los relojes. En este registro, el tiempo se vincula con las coordenadas de la estructura simbólica que organizan la experiencia del sujeto.

  3. El Tiempo en el Registro de lo Real
    Este tercer estatuto, uno de los aportes más relevantes de Lacan, vincula el tiempo con lo real y con la noción de corte. Este tiempo es específico del acto analítico, caracterizado por su carácter incalculable e imprevisible. Aquí, el tiempo de trabajo de un sujeto no puede establecerse de manera fija o anticipada, ya que depende del "tiempo de comprender" propio de cada uno.

La transferencia, en este contexto, juega un papel fundamental. No solo se entiende como el lugar donde ocurre la operación analítica, sino también como una temporalidad específica: el tiempo necesario para que el sujeto logre un desasimiento de sus fijaciones. En este sentido, Lacan destaca que "la resistencia es del analista", al subrayar que el tiempo de la transferencia no puede forzarse ni acelerarse sin comprometer la eficacia del análisis.

Así, el tiempo en psicoanálisis, especialmente en su relación con el corte, es inseparable de la transferencia y de la lógica del trabajo subjetivo, mostrando su carácter singular y no medible en términos convencionales.

miércoles, 22 de enero de 2025

El objeto como producto del corte

El punto donde el deseo se pone en acto y la nominación demuestra su límite revela la paradoja estructural del sujeto en psicoanálisis. Este límite, que Lacan denomina lo imposible de nombrar, define al sujeto como un punto de falta significante que afecta al Otro y, al mismo tiempo, señala la imposibilidad de que el sujeto se aloje completamente en la cadena significante.

El sujeto en el intervalo: lugar del corte

El sujeto, al no poder nombrarse, queda situado en lo que Lacan describe como el intervalo, el espacio del corte. Este intervalo no es simplemente un vacío o una ausencia; es el lugar donde el sujeto "habita" debido a su naturaleza evanescente, o fading, como efecto de la estructura significante. El intento del sujeto de ubicarse en la cadena es siempre fallido, ya que sólo está presente en los cortes de ésta, en los espacios donde el significante no logra fijar completamente su posición.

En el Seminario 6, Lacan describe este fenómeno de manera precisa: "Cada vez que quiere apresarse, nunca está allí más que en un intervalo". Esta frase subraya cómo el sujeto no tiene una consistencia ontológica propia; su ser está siempre en suspenso, sostenido únicamente en su relación con los significantes que lo representan.

El objeto a como soporte del sujeto

Para Lacan, el sujeto requiere de un anclaje que lo rescate de su evanescencia. Este anclaje se encuentra en el objeto a, una creación de la operación de corte. Este objeto, alojado en el fantasma, actúa como un soporte privilegiado que permite al sujeto sostenerse frente a la síncopa significante.

El objeto a, aunque inicialmente ubicado en lo imaginario, no se reduce a una cosa del mundo. En "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano," Lacan establece que este objeto es el resultado de una operación de corte que lo separa de la realidad circundante. Es el residuo, el resto, aquello que no puede ser asimilado completamente por el significante, y precisamente por ello se convierte en el pivote del deseo.

Nominación, corte y el borde de lo imposible

La nominación introduce un corte fundamental que define el borde entre lo posible y lo imposible de decir. Este borde no sólo delimita al sujeto como un vacío en la cadena significante, sino que también señala el límite del lenguaje mismo. La imposibilidad de nombrar al sujeto no es una falla, sino una característica estructural que define su relación con el Otro y con su propio deseo.

Al final, el sujeto no puede estar en la cadena, sólo en los intervalos; y lo que lo salva de esta condición evanescente es el objeto a, un soporte que emerge de la operación de corte y que constituye el eje alrededor del cual gira su relación con el deseo y el fantasma. Este planteo, desarrollado extensamente en Lacan, establece la base para diferenciar al objeto a de cualquier cosa del mundo, configurándolo como un elemento único en la economía del deseo.