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martes, 8 de julio de 2025

La castración más allá de la falta fálica

Una de las preguntas centrales que Lacan se plantea en el Seminario La angustia es la de la naturaleza de la castración. En ese contexto, propone una reformulación profunda, que consiste en desvincular la castración de sus metaforizaciones tradicionales, especialmente de su asociación exclusiva con la falta fálica (−φ). Al hacer esto, Lacan no niega la dimensión simbólica de la castración, sino que la relee desde el corte como operación estructural.

Un primer paso en esta reelaboración se da al diferenciar el −φ del objeto a. Mientras que el primero remite a una pérdida representable en el campo simbólico, el objeto a es concebido como producto de un corte real, no simbolizable, pero determinante en la constitución subjetiva. Castración, entonces, no se reduce a la falta fálica, sino que se vincula a una pérdida más radical, anterior a toda dialéctica de la posesión o el intercambio.

Esta distinción permite separar al objeto a del campo de los objetos libidinales compartibles, tales como:

  • Los objetos del estadio del espejo,

  • Los objetos del tránsito infantil,

  • Los objetos de amor u objetos del deseo del otro.

Estos últimos se sitúan en el registro imaginario, son contables, intercambiables y dialécticos: pueden ser amados, competidos, poseídos o perdidos. En cambio, el objeto a es de otro orden: no representa algo que se tiene o se pierde, sino una huella estructural de la pérdida misma, un resto irreductible que condensa la separación estructural entre el sujeto y el goce.

Lacan formaliza al objeto a en sus distintas modalidades —el pecho, el excremento (escíbalo), la mirada, la voz, el falo— como formas específicas de pérdida, es decir, recortes. El término alemán que usa es Verlust: pérdida, merma, daño. Este recorte no es imaginario, sino real, y anticipa la lectura que hará en Aún, donde la castración se liga a la anomalía del campo del goce y a la imposibilidad de formalizar la relación sexual.

Ahora bien, el objeto a no sólo se presenta como resto del corte, sino también como soporte del engalanamiento: ese punto que, aunque oculto, sostiene el brillo con el que el sujeto se presenta al deseo del Otro. Es aquello que el yo inviste como consistencia real, y que permite al sujeto sostener su lugar en el fantasma. Así, recorte y engalanamiento se convierten en coordenadas fundamentales, que delimitan un campo donde se entrelazan lo imaginario y lo real, y donde se juega el pasaje de la inhibición a la angustia.

En este marco, el −φ funciona como señal que captura la relación con el objeto de amor, pero también puede ser señal de angustia, marcando una reversibilidad estructural entre deseo y pérdida. Aquí se engarzan dos dimensiones cruciales: las perturbaciones de la vida amorosa y el campo de la transferencia.

En transferencia, el analista es investido como Sujeto Supuesto Saber, pero el trabajo analítico requiere una torsión de esa investidura para hacer posible que surja el objeto a como posición del sujeto en el fantasma. Esta orientación implica llevar al sujeto al límite, más allá del complejo de castración freudiano, que sigue anclado a la metáfora paterna.

En este punto, Lacan establece una diferencia crucial: pensar la castración como falta o como falla. La falta puede representarse; la falla es lo imposible de simbolizar, aquello que resiste toda traducción significante. Frente a eso, la pregunta que se abre es: ¿cómo hacer analizable ese imposible?

La respuesta no apunta a un saber cerrado o a una técnica, sino a una orientación, una lógica del borde. Y es esta orientación la que lleva a Lacan hacia el abordaje topológico, indispensable para tratar lo real como impasse, como punto de imposibilidad para el significante.

miércoles, 25 de junio de 2025

Angustia entre señal y acontecimiento: el borde como diferencia clínica

El cierre del seminario La angustia introduce una diferencia clínica crucial que permite a Lacan tensionar dos dimensiones distintas de la angustia. Por un lado, retoma la concepción freudiana de la angustia como señal frente al peligro; pero, por otro, despliega una dimensión más radical, a la que denomina “el concepto de la angustia”, en la que se aloja algo del orden de lo traumático, aunque articulado a una lógica distinta.

La noción de concepto en este punto abre la pregunta por el borde, entendiendo que un concepto se delimita por lo que logra inscribirse, por lo que puede decirse. Pensar la angustia en este nivel implica entonces despegarla del límite simbólico-imaginario para situarla en un campo más fundamental: el borde que roza lo real, allí donde el sujeto se constituye.

En la última clase del seminario, Lacan contrapone la angustia-señal con la situación traumática. La señal se liga a la noción de peligro, en este caso relacionada con el objeto a en tanto cesible. Pero esto nos lleva a una pregunta esencial: ¿cuál es ese peligro?

Freud plantea un “peligro vital”, una amenaza a la integridad yoica

Lacan, en cambio, asocia el peligro a la constitución del sujeto mismo, ya que el objeto a —como resto de la división subjetiva— entra en juego como lo que debe cederse para que el sujeto advenga. Pero hay una temporalidad lógica en esta operación: el peligro se localiza antes de la cesión, en un tiempo lógico anterior al acto constitutivo.

Desde esta perspectiva, la angustia no es simplemente reacción a una amenaza, sino señal de aquello del deseo del Otro que no puede ser despejado ni representado. Es lo que escapa a la inscripción fálica, al marco significante. Es en ese punto que el sujeto queda sin coordenadas, confrontado a la pregunta sin respuesta: ¿qué soy ahí?

La angustia se vuelve entonces el índice de ese lugar sin medida, donde el deseo pierde su contención simbólica y se revela en su dimensión más voraz, fuera de límite.

jueves, 5 de junio de 2025

Angustia crónica, difusa o petrificada: ¿Qué es el sinthome-angustia?

El "sinthome" se entiende como un elemento que permite enlazar los tres registros de lo subjetivo: lo imaginario, lo simbólico y lo real. Es un elemento que estabiliza la estructura subjetiva del individuo.

La Angustia en Lacan, no es una afecto más, sino el único afecto que no engaña. Señala un punto de fricción entre el sujeto y lo real del goce, un momento en que el sujeto pierde sus referencias simbólicas e imaginarias. La angustia puede ser una forma en que se manifiesta el "sinthome", indicando que el sujeto está experimentando una ruptura o desestabilización de su estructura subjetiva. En este contexto, la angustia no es simplemente un sentimiento, sino que se convierte en una forma de "nombrar" la experiencia de desamparo o falta de estabilidad.

Cuando ese sinthome se manifiesta predominantemente como angustia crónica, difusa o petrificada, se habla de sinthome-angustia.

Caso clínico:

Lucía, 34 años. Consulta por “angustia en el pecho” constante, desde hace años. Dice que no tiene motivo, pero siente un nudo que no la deja respirar del todo. No hay fobia ni ataque de pánico, pero sí una presencia corporal densa, que se intensifica cuando tiene que hablar en público o cuando se le exige una decisión afectiva.

A lo largo del análisis se evidencia una frágil relación con la palabra: se traba, le cuesta nombrar lo que siente, a menudo dice "es como si no pudiera decir lo que pasa, pero el cuerpo lo dice por mí".

En su historia infantil, se encuentra un entorno familiar en el que hablar estaba prohibido: el padre “callado y severo”, la madre “nerviosa, pero muda”.

Lucía no logra significar su angustia, no tiene un síntoma clásico (como una fobia o una formación del inconsciente). Pero ese afecto en el cuerpo opera como su sinthome: la angustia misma es su modo de anudar.

En este caso, el sinthome no es algo que se interprete, sino que debe ser sostenido en transferencia para que Lucía pueda inventar otra forma de decir lo que antes sólo se soportaba en el cuerpo.

¿Cuál es la particularidad de anudamiento del sinthome-angustia?

En la versión clásica, el sinthome une RSI. La angustia, en este sentido, se convierte en una de las posibles manifestaciones de este "sinthome", ya que es una forma en la que el sujeto puede experimentar la ruptura o desestabilización de su estructura subjetiva. 

También podemos pensar que en estos casos el cuerpo (como sede del goce) reemplaza o condensa el sinthome, haciendo de la angustia una forma de anudamiento. ¿De qué manera? Sin un cuarto nudo que anude al RSI, la angustia queda suelta, no anudada, y aparece como afecto intrusivo, paralizante o sin inscripción simbólica. El sinthome-angustia aparece como una zona de condensación de goce en el cuerpo. Aunque no simbolizado, permite estabilizar el sujeto, anudando Real, Simbólico e Imaginario a través de ese modo singular.

Este tipo de esquema ayuda mucho a pensar casos donde el cuerpo “habla” (no por la vía significante, sino en lo que Freud llamó "síntomas de la angustia") sin que el sujeto sepa lo que dice —y donde el trabajo analítico apunta a que esa angustia deje de ser pura irrupción y pueda ser bordeada como sinthome.

lunes, 26 de mayo de 2025

Niños y Niñas Imparables - Cuerpo, Juego e Hiperactividad

 La Angustia Infantil: Una Ausencia Imperdonable en los Manuales DiagnósticosEl Olvido de la Angustia en la Infancia

A pesar de los avances en la psicología y la psiquiatría, los manuales diagnósticos actuales siguen omitiendo un aspecto central en la subjetividad infantil: la angustia. En su lugar, se enfocan únicamente en conductas que, al compararse con un ideal de “normalidad”, son catalogadas como alteradas, sin reconocer la verdad subjetiva que subyace en ellas.

El Psicoanálisis y la Angustia en los Niños

Desde su origen, el psicoanálisis ha situado la angustia como un elemento esencial en la constitución psíquica de la infancia. Un caso emblemático es el de Juanito, donde Freud mostró cómo la angustia se manifiesta en los niños. Una de sus formas privilegiadas de expresión es el cuerpo y, en muchas ocasiones, la acción.

El Movimiento como Expresión del Sufrimiento

Como clínicos, es crucial comprender que cuando un niño o niña se mueve en exceso y parece incapaz de regular sus acciones, nos está comunicando su sufrimiento. Ese movimiento desbordado es un llamado a descubrir la causa subyacente, en lugar de apresurarse a etiquetarlo bajo un diagnóstico rígido.

Las Series Complementarias de Freud: Un Enfoque Clínico Integral

Freud sostenía que los conflictos psíquicos resultan de la interacción entre factores internos (psíquicos) y externos (familia, ambiente). Dependiendo de la intensidad de cada uno, el otro factor puede cobrar mayor relevancia, lo que exige un abordaje clínico que contemple ambas dimensiones.

Las Causas del Movimiento Excesivo en la Infancia

El exceso de movimiento en los niños puede responder a diversas causas, entre ellas:

  • Dificultades en la estructuración del aparato psíquico: Cuando la envoltura yoica primaria no logra contener la fuerza pulsional, el niño se mueve en exceso para regular esa energía desbordante.
  • Fallas en la construcción de representaciones simbólicas: La falta de actividad ligadora en el aparato psíquico lleva a que el movimiento intente suplirla sin éxito.
  • Duelos y cambios significativos: Pérdidas, mudanzas o cambios escolares pueden generar angustia, que se manifiesta a través de la hiperactividad como una forma de negar la ausencia.
  • Ansiedad ante la muerte propia o de seres queridos: La angustia por la finitud puede expresarse en un movimiento incesante como defensa frente a lo innombrable.
  • Abuso o violencia: En estos casos, la descarga motriz excesiva puede ser la única vía que encuentra el niño para expresar un secreto traumático que lo atormenta.
  • Falta de sostén parental o social: La ausencia de figuras protectoras genera una sensación de desamparo, y la hiperactividad se convierte en un grito de auxilio dirigido a quienes no logran percibir su malestar.

Un Aparato Psíquico con Potencial

La infancia, por fortuna, cuenta con la plasticidad necesaria para abrirse a nuevas oportunidades. La intervención clínica, siempre enmarcada en la escena lúdica, tiene la tarea de reactivar procesos psíquicos que han quedado suspendidos.

Más allá de una etiqueta diagnóstica, lo esencial es preguntarse: ¿qué es lo que este niño o niña nos está diciendo con su angustia? La verdadera intervención ética radica en darle voz a ese sufrimiento y abrir un espacio donde pueda ser elaborado.

jueves, 15 de mayo de 2025

La angustia, ¿Por qué nos orienta en la clínica?

 “El analista dirige la cura, no la vida del paciente” - Fernando Ulloa

La angustia es un afecto que orienta al analista en la cura. Le señala, nada más ni nada menos, como está situada la subjetividad del paciente en relación al sufrimiento que padece. 

¿Qué nos muestra un paciente cuando se angustia? 
Cuando el paciente está angustiado, nos muestra -sin saberlo- que se encuentra ante una puerta de entrada (un umbral) que, si decide atravesar, lo ubicará frente a su posición deseante: su falta. 

La Angustia Traumática
La Crisis de Angustia es experimentada de manera traumática, porque el sujeto -en el tiempo en donde se produce- no posee representaciones psíquicas que lo orienten en su posición subjetiva con respecto a sus Otros Significativos y a su lugar en el mundo.

La angustia se presentifica frente a un “Umbral”: ¿Que hay de un lado y qué hay del otro del “Umbral”? 


“Cuando falta la falta”
De un lado del umbral, tenemos al sujeto ubicado frente a un Otro significativo (padres, hermanos, parejas, autoridades), como siendo aquel que fantásticamente cubre la falta del Otro -ideal del yo-: En este punto -inexorablemente- aparece la angustia relacionada a la encerrona incestuosa. 

Será esta posición la que va a ser leída por el analista, transferencia mediante. Muy importante resulta siempre recordar que el armado del vínculo transferencial será una condición indispensable e insustituible para la interpretación que se le dirigirá al paciente. 


El acto del sujeto 
Del otro lado del umbral (a condición de cruzarlo), tendremos el acto del sujeto: separarse como objeto que cubre la falta del Otro, recuperando, así, su condición deseante: Es un acto liberador, relacionado a la salida de la encerrona incestuosa. 

La salida del encierro -fantasmatico- incestuoso, implicará angustia porque como neuroticos -inconscientemente-, nos resistimos a dejar de ser ese objeto maravilloso o degradado (segun cada historia) que suponemos que al otro le falta, aunque esto nos ocasione sufrimiento. 


¿Cuál es la posición -inconsciente- del sujeto neurótico, que está en la base de su sufrimiento? 
La posición inconsciente del sujeto neurótico es la renegación de la castración
Esto quiere decir que, por un lado, la prohibicion del incesto (Nombre del Padre) está inscripta en su estructura. Como tal, es aceptada. Y, también quiere decir, que por otro lado, el sujeto, sin embargo, la desmiente. 


¿Qué fijación produce la desmentida? ¿Qué movimiento produce la angustia? 

La desmentida de la castración, lo que produce es una fijación: fijación a un objeto (de la pulsión) ofrecido a manera de tapón del Deseo del Otro, lo que conlleva a una pérdida de la libertad deseante. 

La angustia le señala al sujeto la oportunidad de producir un movimiento de caída de su fijación como objeto: Ganancia de la libertad deseante. 


Intervenciones del analista ante la angustia cuando falta la falta 
El analista, orientado en la dificultad característica, propia de la neurosis, que es asumir la castración del Otro, podrá descifrar e interpretar -en la singularidad de cada caso- dónde el sujeto está atrapado. Hará una lectura -desde los enunciados y la enunciación- de la “encerrona trágica”, al decir de Fernando Ulloa. 

¿Qué es lo que siempre le hará notar -intervenciones mediante- el analista al paciente? 
El analista, al decir de Ulloa, dirige la cura pero nunca la vida del paciente. 
En la dirección de la cura, el analista debe (a través de sus intervenciones) apostar, reconocer y sobre todo hacerle notar al sujeto su posición deseante -cada vez que, por causa de su neurosis, se enrede los pies-. Al respecto, Fernando Ulloa nos dice: 
La única subversión que el psicoanálisis propone es la del sujeto cuando asume su deseo.” 

miércoles, 7 de mayo de 2025

La pluralización del Nombre del Padre y el paso hacia lo real

La única clase del que habría sido el Seminario 11 de Lacan, interrumpido tras su ruptura con la IPA, marca un punto de inflexión en su enseñanza: la pluralización del Nombre del Padre. Este giro teórico sienta las bases para su posterior conceptualización del Padre como suplencia, que años más tarde se articulará en la noción de síntoma.

Uno de los vectores que orientan este cambio es la angustia, entendida no solo como afecto, sino como un impasse en lo simbólico. Lacan avanza hacia una teorización que va más allá de la metáfora paterna, orientándose hacia lo real. Si lo real se manifiesta en la clínica como aquello que resiste la simbolización, y el Nombre del Padre es el significante que estructura el campo simbólico, entonces surge una pregunta clave: ¿cómo entramar lo real dentro de la operación del Nombre del Padre?

Aquí se establece una oposición fundamental:

  • El significante, que engaña.
  • Lo real, que no engaña.

Esta distinción se vincula con una reformulación del concepto de objeto a. Producto de un corte, el objeto a se subjetiva a través de la angustia, un afecto que introduce un agujero en la inteligibilidad, ya que pertenece al orden de lo que no se comprende.

En este contexto, Lacan pone en tensión el determinismo y la causalidad. Desde sus primeras formulaciones, la pregunta sobre la causalidad en psicoanálisis lo ha acompañado. Sin embargo, en la transición entre los Seminarios 10 y 11, la causalidad ya no se reduce únicamente a la causa del deseo, sino que también incluye al significante como causa material del inconsciente.

Lo novedoso de este planteo es que entre la causa y su efecto se abre un intervalo, una hiancia, lo que introduce una paradoja central: que haya causa no garantiza que el efecto se realice.

Quizás por esta razón, al final del seminario La angustia, Lacan se detiene en una pregunta fundamental: ¿qué es el deseo del Padre?.

jueves, 1 de mayo de 2025

El deseo como desarreglo: del tormento a la ética del psicoanálisis

El hecho de que el deseo conlleve un más allá del principio del placer lo aparta radicalmente del registro de lo temperado o armónico. En este marco, no resulta extraño que Lacan pueda afirmar que el deseo atormenta al sujeto. No lo hace porque lo condene al sufrimiento sin tregua, sino porque implica una agitación anímica constante, provocada por la falta de un complemento, por una carencia estructural que lo expone al desamparo y a la angustia.

Por eso Lacan no duda en referirse al deseo como “la cosa freudiana”, poniendo en juego la noción de Das Ding como núcleo real del aparato psíquico. Al situarlo allí, el deseo se aproxima a lo real, y se vuelve indisociable de la angustia, que Lacan definirá como la señal del deseo.

En consecuencia, hablar del deseo implica un efecto del significante, pero no solo eso: también conlleva una torsión de la percepción del objeto. Lo que el deseo hace visible no es un objeto elevado o idealizado, sino más bien una degradación, una caída del objeto al rango de resto, de lo envilecido, de lo que ya no puede ser dignificado. La experiencia amorosa lo evidencia: no hay en el deseo garantía de elevación, sino más bien una relación del sujeto con su falta, que lo empuja hacia una búsqueda perpetua de lo que no puede hallarse.

Desde la perspectiva clásica, el deseo podía vincularse al hedonismo: una búsqueda del Bien, donde cualquier perturbación era un accidente contingente. Pero en Freud, esta lógica se subvierte: el deseo ya no es hedonista, y el malestar no es accidental, sino estructural. Entonces, ¿en qué consiste el Bien del sujeto?

La conmoción en la noción de Bien es clave: Lacan afirmará que el deseo introduce un desarreglo, una anomalía constitutiva. No hay para el sujeto un Bien preestablecido al que pueda aspirar como fin armónico. Lo que habría de ocupar ese lugar —el objeto del deseo— no satisface el principio del placer, ni cierra la falta. Esta alteración del vínculo con el Bien es el fundamento para la construcción de una ética propia del psicoanálisis.

Si el Bien no existe como entidad garantizada, si el placer no basta para regular el deseo, entonces ¿qué comanda el acto del sujeto? Esta pregunta no apunta a una respuesta normativa, sino que instala una orientación ética: no hay acción subjetiva verdadera que no confronte la falta, que no asuma el real del deseo y su incompletud estructural.

martes, 29 de abril de 2025

Niños hiper estimulados: consecuencias clínicas

FuenteAndrew J. Smart (2014) "EL ARTE Y LA CIENCIA DE NO HACER NADA" 

Cuando los niños empiezan la escuela (y cada vez más, antes de iniciar su escolaridad), los padres llenan sus vidas con una inacabable serie de actividades: deportes, clases de música de iniciación temprana, escuela de chino con inmersión en la lengua extranjera, campamentos de verano, tareas de voluntariado en organizaciones caritativas, clases de equitación, teatro, preparación para olimpíadas matemáticas y talleres de ciencias. Cierta clase de padres parece experimentar un temor ubicuo y profundo de que sus hijos puedan disponer de tiempo para no hacer nada y ser niños. Los padres se ven en la necesidad de trabajar cada vez más horas, a veces por el mismo salario. Obligamos a nuestros hijos a soportar un bombardeo interminable de actividades que ofician de padres sustitutos, como una manera de convencernos de que todavía participamos en la vida de nuestros hijos de algún modo significativo. 

Podemos recibir el informe de los maestros o de los entrenadores y profesores acerca de los avances de nuestros hijos, sin haberlos visto jamás llevar a cabo la actividad en la que los inscribimos. Después de todo, tenemos cosas más importantes que hacer, como trabajar. No debería sorprendernos que a medida que las «citas de juego» hayan reemplazado la actividad de pasar el rato con amigos y jugando al aire libre, los índices de angustia y depresión infantil se hayan disparado por las nubes, así como la obesidad infantil. 

Es posible que la actual generación de niños sea la primera que tenga menor esperanza de vida que la generación anterior. Más allá del volumen de datos epidemiológicos y clínicos que esperemos ver para convencernos de que esta posibilidad es real, la causa subyacente es bastante sencilla: los niños que no pasan varias horas todos los días corriendo al aire libre, compartiendo con amigos, sin hacer nada en especial y, en cambio, destinan cada instante del día a tareas y clases inducidas por sus padres, a verse con sus amigos con horario, comer alimentos procesados y jugar a los videojuegos para explorar sus mundos virtuales, aumentan de peso y se deprimen.

Existen cientos de libros y artículos de revistas acerca de la administración del tiempo infantil, con títulos como Organización-, Administración del tiempo y habilidades de estudio para niños-, Tarde, perdido y sin preparación: guía parapadres sobre cómo ayudar a sus hijos con las funciones ejecutivas-, y ¡Organiza a tu hijo! 

Para esos padres y estudiantes obsesionados con el éxito para los cuales la manipulación farmacológica innecesaria con medicación para el tdah derivada de las anfetaminas no es financiera ni moralmente problemática, existen, en apariencia, muchísimos médicos que no le huyen al dopaje académico y estarán dispuestos a recetar medicamentos para tratar el tdah a estudiantes a quienes no se les ha diagnosticado el trastorno, para que puedan lograr una concentración artificial agudísima y aplastar a sus competidores en sus exámenes. 

Esos médicos en nada se diferencian, desde el punto de vista ético, de los oscuros médicos del submundo del doping que suelen encontrarse en los deportes profesionales. Y sostendría que es la misma cultura de «ganar a cualquier precio» la que alimenta el deseo de usar cualquier medio necesario para lograr resultados en pruebas que, en esencia, nada significan.

Obligar a un niño a ser un miniadulto hiperorganizado, estimulado farmacéuticamente, a una edad temprana anula la sensación de control sobre su propio mundo de ese niño. La depresión y la angustia se encuentran fuertemente correlacionadas con la sensación de falta de control de la propia vida de un individuo.

(...)

Rilke describió el ingreso a la escuela como el ingreso a la cautividad. Los padres modernos están más obsesionados con las actividades orientadas a promover el desarrollo que, en teoría, mejoran las probabilidades de que sus hijos alcancen el éxito aun antes de que empiece la escuela, un éxito que se define en función de títulos obtenidos, sueldos futuros y distinciones. 

En el poema «Biografía imaginaria», Rilke describe el horror de empezar la escuela; mi experiencia personal incluyó el llanto, en el momento en que mi madre me dejó en la fila junto a otros niños aparentemente felices frente a la puerta del jardín de infantes: 

Primero una infancia sin lindes y sin 

renuncia ni meta. Oh delicia inconsciente. 

De pronto miedo, barreras, escuela, vasallaje y 

caída en la tentación y la pérdida.

jueves, 27 de marzo de 2025

La lógica del fantasma en el seminario 14

En el Seminario 14, Lacan introduce un abordaje particular del fantasma que permite hablar de una lógica del fantasma. En este momento de su enseñanza, se produce una formalización que busca establecer una lógica capaz de orientar lo real.

El losange que aparece en su fórmula captura lo esencial de esta construcción, plasmando relaciones lógicas de inclusión y exclusión. Al mismo tiempo, introduce una dimensión espacial, al indicar la mayor o menor distancia entre la posición del sujeto dividido y la del objeto a. Esta distancia, imposible de medir en términos convencionales, encuentra en la angustia un índice privilegiado.

Si tomamos en cuenta estas referencias lógicas, el losange cumple la función de delimitar un borde.

El problema fundamental que plantea esta lógica del fantasma radica en la existencia del sujeto, precisamente allí donde carece de un ser. Más aún, podríamos hablar de su ex-sistencia, término que enfatiza la incidencia de lo real en la división subjetiva. En este punto, Lacan introduce una distinción que tiene consecuencias diagnósticas y que remite a la cuestión planteada al final de De una cuestión preliminar…: la diferencia entre una existencia de hecho y una existencia de derecho.

La existencia de hecho es aquella que resulta de la preexistencia del lenguaje: hay sujeto en la medida en que hay un ser hablante. Aquí, la inscripción en el Otro cobra todo su peso estructural, más allá de la distinción entre neurosis y psicosis.

Por otro lado, la existencia de derecho o lógica introduce la dimensión del significante, la ley y la estructura del inconsciente como discurso del Otro. Este estatuto no se sostiene sin un vaciamiento previo, reafirmando así la lógica del fantasma como una articulación que hace posible la subjetividad en su división.

miércoles, 26 de marzo de 2025

El Objeto "a" y su dimensión real

Situar el objeto a más allá de la concepción euclidiana del espacio permite precisar su función en la causalidad psicoanalítica. Esta línea de trabajo lleva a Lacan, en su Seminario 13, a plantearlo en su dimensión real, en correlación con la subversión del sujeto. En dicho seminario, Lacan desarrolla una extensa indagación sobre el lugar del objeto en la ciencia, subrayando que la aparición de esta última implica una transformación del pensamiento: un desplazamiento de la esencia de las cosas hacia su existencia como significantes.

Desde su formulación inicial, el objeto a adquiere un valor clave en el psicoanálisis. Lacan lo denomina “la letra a”, lo que no es casual, pues la misma letra ya figuraba en el esquema L, vinculada al eje imaginario y a la imagen del cuerpo en relación con el Otro, que sostiene la función del espejo.

Sin embargo, en La angustia, esta concepción experimenta un cambio fundamental. La imagen especular se desplaza al i(a), que encubre su valor agalmático, mientras que la letra a pasa a señalar un resto inasimilable, oculto tras lo que se inviste libidinalmente. Aquí, la angustia se configura como un corte que interrumpe el velo que disimula dicho resto.

Como afecto, la angustia es correlativa a lo que resta, y en tanto signo, indica la posición del objeto a dentro de una estructura. Precisamente, su presencia requiere un marco, lo que justifica la afirmación de que la angustia no solo tiene estructura, sino que su existencia misma está condicionada por ella.

El marco también nos permite comprender cómo opera el semblante en relación con el objeto, especialmente cuando este es considerado desde su borde. En este sentido, la afirmación lacaniana: (a la letra a) la designamos con una letra, no es un simple juego de notación, sino una manera de destacar su relación esencial con el corte y el borde, elementos constitutivos de su estatuto en el discurso analítico.

martes, 25 de marzo de 2025

El sujeto como causa del deseo del Otro

En La significación del falo, Lacan deja en claro que no basta con concebir al sujeto como objeto del deseo del Otro; es necesario además que el sujeto cause ese deseo. Este planteo introduce una paradoja fundamental: un efecto que actúa como causa.

La pregunta que emerge es: ¿desde qué lugar se puede causar el deseo del Otro? Aquí no solo entra en juego el fantasma, sino también el inconsciente, en tanto está estructuralmente ligado a la causa y, por ende, a lo no sabido.

En este punto, la demanda se convierte en un concepto clave. En el ámbito clínico, cuando el Otro colma la demanda de manera "falsa", surge la angustia, ya que se clausura el vacío estructurante del no saber. Lacan, en su exploración sobre la causación del sujeto, aborda la demanda a través de los matemas y las fórmulas algebraicas. En este marco, adquiere relevancia la fórmula de la pulsión, que establece un vínculo entre el sujeto y el corte introducido por la demanda:

$◊D

El camino hacia esta formalización transita por el fantasma neurótico, dado que en la neurosis la demanda es utilizada precisamente como estrategia para evitar el deseo. De este modo, Lacan sitúa la pulsión en el registro de los efectos del significante, destacando la función del corte como estructurante de un borde.

Si el fantasma es el soporte del deseo, surge entonces una pregunta crucial: ¿qué relación topológica se establece entre el deseo y la pulsión en el cuerpo?

Aquí, la noción de fractura corporal cobra importancia. El cuerpo, en tanto sede del corte, se articula con la fragmentación pulsional, cuya imagen especular ofrece una ilusión de unidad. Este proceso se encuentra en el corazón del estadio del espejo, donde la anticipación de una completud ilusoria se inscribe retroactivamente sobre un cuerpo que, en su realidad pulsional, se experimenta como troceado.

En esta dialéctica entre la ilusión de totalidad y la fractura estructural se produce una inversión topológica, comparable a la acción de dar vuelta un guante, que en la imagen especular parece operar como un paso de lo exterior a lo interior.

La Angustia y el objeto que la concierne

La cuestión del lugar de la angustia nos remite directamente a la naturaleza del objeto que la suscita: ¿cuál es su estatuto? ¿de dónde proviene? Plantear la pregunta en estos términos implica reconsiderar no solo la espacialidad en su sentido clásico, sino también la estructura simbólica que sostiene dicho lugar.

Lacan introduce la noción de campo del lenguaje como una instancia preexistente que rodea y transforma al niño desde su entrada en lo simbólico, desnaturalizándolo. Sin embargo, el concepto de campo también adquiere otro matiz cuando se lo aborda desde una perspectiva matemática: una estructura de relaciones simbólicas desprovistas de sentido intrínseco.

El objeto de la angustia es un punto central en la teorización lacaniana y se define en función de dos coordenadas fundamentales: la subversión del sujeto y la dialéctica del deseo. Es decir, se sitúa en el cruce entre el sujeto dividido y aquello que, en su estructura, resulta imposible de dialectizar.

Desde esta perspectiva, Lacan describe este objeto a como lo separado, lo que resta, lo cortado, lo parcial, lo inasimilable, lo irreductible. La angustia se hace clínicamente evidente en el momento en que el velo que encubre este objeto pierde estabilidad, permitiendo su irrupción.

Este velo, sin embargo, también puede pensarse en términos de la imagen especular, la cual, en su función ilusoria, cumple un rol falaz: seduce con una apariencia engañosa. De ahí que el i(a) como imagen sostenga su existencia en la falta, evocando algo que, en última instancia, no está allí.

jueves, 13 de marzo de 2025

La presencia del Otro y la opacidad del deseo

En la relación de demanda que se establece con el niño, el Otro incide de manera esencial, pero lo hace en dos dimensiones diferenciadas. Por un lado, su impacto se produce a partir de la alternancia de su presencia y ausencia, configurando así una primera estructura simbólica que remite al Fort-Da freudiano.

Sin embargo, Lacan introduce otra dimensión del Otro, que comienza a delinear en sus reflexiones sobre la angustia en el seminario La Identificación. Aquí, la presencia del Otro no se inscribe en la alternancia del Fort-Da, sino que se manifiesta en lo intervalar, en un espacio donde su presencia se torna inquietante. Es precisamente en este punto donde surge la angustia, pues esta aparece cuando falta la falta.

La angustia, en este sentido, funciona como una señal del deseo. Pero esto plantea una pregunta crucial: ¿qué es el deseo en este nivel, más allá de sus respuestas convencionales?

En el psicoanálisis, al igual que en Hegel, el deseo es el deseo del Otro. Sin embargo, a diferencia del planteo hegeliano, en el psicoanálisis el deseo conlleva una opacidad constitutiva, vinculada a un punto de no saber.

Esta opacidad radica en el hecho de que el deseo del Otro me concierne y me involucra, pero precisamente en la medida en que no lo sé. Más aún, el Otro tampoco sabe, lo que lo imposibilita para responder por su propio deseo. En este sentido, Lacan remite al sueño freudiano del padre muerto: el padre que no sabe.

Esta opacidad introduce un giro en la concepción del deseo. En la medida en que el niño es deseante del deseo del Otro, no solo se constituye en objeto, sino que es un objeto. Ya no basta con ser o no ser el falo para la madre; lo decisivo es ser o no ser la causa de su deseo. Y es precisamente en la causa donde se introduce la imposibilidad que afecta al saber, de allí que el objeto a se constituya como el resto de la cosa sabida.

miércoles, 5 de marzo de 2025

El borde entre dolor y la satisfacción

El vínculo entre el deseo y la máscara no puede reducirse a una simple relación de ocultamiento y revelación, ni responder a la lógica de lo interior frente a lo exterior. Se trata, más bien, de una conexión que rompe con la noción tradicional de espacio euclidiano y nos obliga a pensar en términos topológicos, donde la estructura del deseo se muestra excéntrica respecto a la satisfacción.

Desde esta perspectiva, el deseo no se inscribe en un centro fijo, sino en un movimiento desplazado, lo que nos lleva a preguntarnos si su lógica responde a la de una superficie unilátera, con torsiones o interpenetraciones que imposibilitan una lectura lineal. En esta dinámica, algo queda siempre por desear, y es en ese resto donde Lacan sitúa el “dolor de existir”, trazando un límite entre el sufrimiento y la satisfacción.

Esta reflexión encuentra su base en la distinción freudiana entre la experiencia de satisfacción y la experiencia de dolor, ambas generadoras de un excedente: el deseo y la angustia. La clínica muestra que el deseo se acompaña de una dificultad estructural, mientras que la angustia señala el borde que lo delimita, introduciendo la dimensión del peligro que el propio deseo puede implicar.

Lacan avanza en este camino al situar las dos funciones del objeto a: como causa de deseo y como plus de goce. Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿bajo qué condiciones una satisfacción puede volverse inseparable del dolor? Pero ya no se trata solo del dolor de existir…

martes, 25 de febrero de 2025

El punto de no saber y su incidencia clínica

El psicoanálisis revela que el Otro, en tanto sede del significante y del saber que al sujeto le ha sido adjudicado, no es absoluto ni completo, sino que está marcado por una falta, una inconsistencia estructural. Esta carencia del Otro establece una correlación fundamental entre la angustia y el punto de no saber que lo afecta.

¿Qué hace relevante esta dimensión de no saber? El sujeto, definido por su relación con los significantes, se enfrenta a una imposibilidad: el Otro carece del significante que podría nombrarlo plenamente o conferirle una identidad cerrada. De aquí se desprende una segunda correlación esencial: la relación íntima entre el sujeto y la falta significante.

Podemos situar distintos momentos en este proceso. Inicialmente, el sujeto se presenta dividido en el concepto, pero aún no en su formalización matemática. Solo después de la escritura del matema del sujeto barrado aparece el matema del Otro barrado, a partir de su significantización en el grafo. Este movimiento teórico y clínico permite un desplazamiento del problema: de los elementos aislados a la estructura del conjunto. Es el pasaje que introduce lo que no entra en la verdad, aquello que la inconsiste y la vuelve no-toda.

En este marco, otro campo de la praxis analítica cobra relevancia: aquello que, por no estar atrapado en el significante, queda fuera de la verdad. Aquí es donde el punto de no saber adquiere toda su potencia y valor clínico. Su impacto se evidencia allí donde la angustia emerge como signo de lo real y como señal del deseo.

Si la angustia es el afecto que no engaña, entonces se convierte en una brújula para el analista. Da cuenta de que el psicoanálisis no es una práctica orientada al conocimiento en términos epistemológicos, como advierte Lacan en Subversión del sujeto…, sino una praxis ligada al acto, un hacer en torno al punto de no saber.

sábado, 8 de febrero de 2025

El fantasma y sus vías: Deseo, perversiones y la defensa contra la angustia

El análisis clínico de la angustia nos conduce inevitablemente al trabajo sobre la estructura del fantasma. Este se configura como el espacio del Heim freudiano: un territorio donde lo ficcional, lo familiar y lo articulado se entrelazan. Sin embargo, el fantasma no se agota en estas categorías; hay algo más profundo que merece ser abordado.

Dos Vías para Abordar el Fantasma

En este contexto, dos enfoques se entrelazan alrededor de un eje común: el deseo como deseo del Otro. Estas vías permiten explorar las diversas dimensiones del fantasma.

  1. El Fantasma como Axioma
    Una primera perspectiva aborda el fantasma desde su estructura apodíctica, donde su fórmula expresa algo incondicionalmente cierto y válido. Aquí, el fantasma trasciende su función de escena para responder desde lo axiomático al desarreglo estructural del sujeto. Este soporte organiza aquello que falta, remeda lo imposible, y así se convierte en el terreno que soporta una coherencia simbólica.

  2. El Fantasma y la Perversión
    La segunda vía lo analiza desde la perversión, donde se invierte el orden de los términos en la fórmula: el objeto a toma el rol central al dividir al sujeto mediante su inaccesibilidad. Este objeto no solo induce la división sino que también revela su carácter ilusorio, ya que opera como un postizo que promete un goce inalcanzable.

    En la perversión, el sujeto aparenta ser agente de una escena, pero en realidad actúa como un objeto al servicio del goce del Otro. Este goce, aunque paradojalmente declarado inexistente, constituye el núcleo de la operación perversa. Aquí se ubica aquello que Freud describe como lo “positivo” de la perversión: un aspecto que la neurosis denuncia como su negativo. Mientras que la perversión preserva la función del Otro como incuestionable, en la neurosis, lo velado y lo engañoso predominan, situando la experiencia subjetiva en el terreno de lo negativo.

El Fantasma: Anclaje y Defensa

Independientemente de la vía, el fantasma se presenta como un anclaje indispensable para el sujeto frente al deseo del Otro. Este soporte, de naturaleza pulsional, contiene elementos que tanto lo defienden de la angustia como lo mantienen a distancia del goce del Otro. En este sentido, lo "perverso" del goce neurótico radica en la ambigüedad de defenderse de un exceso de goce mientras al mismo tiempo lo busca en formas indirectas.

El fantasma, por tanto, no solo estructura el deseo sino que también actúa como un refugio que articula la relación del sujeto con aquello que falta en el Otro, destacando su papel fundamental en la dinámica clínica y subjetiva.

viernes, 10 de enero de 2025

¿Qué es hacer "hablar a la angustia"?

La angustia se erige como un afecto fundamental en la práctica analítica, un verdadero "afecto prínceps". Su valor decisivo radica en que, a diferencia de otros afectos, es el único que no engaña. Este carácter único convierte a la angustia en una brújula clínica, al hacer evidente aquello que no puede ser tramitado por el significante, es decir, lo que permanece fuera del campo del saber.

En este sentido, la angustia pone en juego un borde: el límite de lo imposible de saber. Es a la vez signo del deseo e índice de lo real, ya que testimonia aquello que queda en los márgenes del entramado significante, lo que no ha sido negativizado. En este entramado, la angustia evidencia puntos inerciales, cruces que dan cuenta de lo no alcanzado.

Como efecto que no engaña, la angustia señala la imposibilidad de integrar completamente ciertos elementos en el orden simbólico. Por ello, puede definirse como la "única subjetivización del objeto a". A través de la fórmula del fantasma en el grafo lacaniano, la angustia da testimonio de cómo, en el nivel del sujeto, se presenta algo que lo involucra como objeto: el sujeto deseante del deseo del Otro, quien, al desear dicho deseo, también se constituye como objeto.

¿Cómo Hacer Hablar a la Angustia?

Hacer hablar a la angustia implica permitir que esta testifique sobre la posición deseante del sujeto. Se trata de interrogar el lugar desde donde el sujeto desea, en qué escena, con qué trama y bajo qué ropajes el deseo del Otro se convierte en causa.

Pero hacer hablar a la angustia no solo apunta a desentrañar su lógica, sino también a llevar la trama de esa escena hasta sus últimas consecuencias. Esto significa abrir para el sujeto una posibilidad de elección que trasciende lo psicológico y entra en el terreno de la ética, pues concierne al deseo y a la asunción de su posición en relación con este.

De este modo, la práctica analítica no solo aborda la angustia como un síntoma o un afecto, sino como un operador esencial que orienta el trabajo ético del análisis y posibilita una apertura hacia el deseo.

jueves, 9 de enero de 2025

La Angustia: Entre el deseo y lo real en la clínica psicoanalítica

La angustia ocupa un lugar central y determinante en la clínica analítica. Durante un análisis, la dirección de la cura genera en el sujeto momentos de angustia, pues lo confronta con su posición de deseo y su vínculo con el Otro.

El deseo, carente de una respuesta última o un referente definitivo, genera angustia en el sujeto debido a su carácter de falta y las pérdidas que implica. En este sentido, Lacan define a la angustia como un afecto, un efecto del significante, pero con una particularidad crucial: es el único afecto que no engaña. Así, la angustia actúa como un signo de lo real en el sujeto.

Es un testimonio de aquello que no ha sido significantizado ni negativizado, lo que lleva a que su retorno tome la forma de lo que se presenta, no de lo que se representa. Por un lado, la angustia señala el deseo y es la única subjetivación posible del objeto a. Por otro lado, es un signo de lo real que enlaza al deseo con lo imposible, alejándolo de cualquier concepción hedonista al articularse con el más allá del principio del placer.

La Angustia: ¿Entre el Espejo y el Cuadro?

En su Seminario 10, Lacan sostiene que “hay una estructura de la angustia”, planteando la necesidad de considerar su marco estructural. Esto implica apartarla de una perspectiva fenomenológica o de su asociación con la espera, tal como propuso Freud. Lacan redefine la angustia como un corte, una noción que exige el uso de la topología para escribir ese límite y deslindar lo que escapa al significante.

La angustia, en tanto testimonio de un “vicio de estructura”, revela una falta o falla que el símbolo no logra suplir. Sin embargo, este imposible es también lo que otorga a la angustia su fecundidad, ya que abre un margen para el sujeto.

El espacio de la angustia puede entenderse a través de la tensión entre el espejo y el cuadro. El espejo, vinculado a lo especular y lo geométrico, cumple una función de velo. En contraste, el cuadro implica un recorte topológico relacionado con la mirada, lo que permite abordar la angustia desde el lugar del corte, más allá de lo especular.

Así, la angustia no solo es un punto de encuentro entre el deseo y lo real, sino que delimita un espacio en el que el sujeto puede situarse frente a lo irreductible, abriendo posibilidades de significación y margen de acción en el proceso analítico.

viernes, 27 de diciembre de 2024

Suicidio: Interrogantes sobre el Pasaje al Acto y la Angustia

Lacan aborda el suicidio desde un ángulo que interroga tanto su lógica como su estructura clínica, en especial en relación con el pasaje al acto. En su análisis, el suicidio se presenta como una caída de la escena en la que el sujeto pierde su lugar, cayendo como un resto. Esta idea introduce una serie de interrogantes sobre la relación entre el suicidio y el acto, así como sobre las implicancias de la angustia en estos momentos críticos.

El Pasaje al Acto y la Caída de la Escena

Lacan plantea que el pasaje al acto no necesariamente lleva siempre al suicidio, aunque la relación entre ambos es clara: el suicidio puede ser entendido como un pasaje al acto extremo, pero no todo pasaje al acto culmina en un suicidio. La caída de la escena representa el momento en el que el sujeto pierde su lugar y desaparece de la situación simbólica, despojado de su lugar en el Otro.

Esta caída genera interrogantes sobre el rol de la angustia en este proceso. La angustia se presenta como un fenómeno que interviene en el momento del pasaje al acto. Así, surge la pregunta: ¿la angustia es una condición para detener el pasaje al acto suicida? En este contexto, ¿puede la angustia restituir al sujeto un lugar en la escena, o por el contrario, la intensificación de la angustia puede llevar a una caída aún más profunda?

El Suicidio como Acto Fallido

Lacan también se refiere al suicidio en el contexto del acto. El suicidio podría ser considerado un "acto logrado" desde una perspectiva fenomenológica, pero inmediatamente surge una paradoja: ¿quién puede dar cuenta de un acto tan definitivo como el suicidio? Si el acto se realiza en un momento en que el sujeto ya ha perdido su lugar, entonces, ¿es realmente posible llamarlo un "acto" logrado?

Esta contradicción resalta la idea central de Lacan de que todo acto es, en última instancia, un acto fallido. Un acto nunca está completamente realizado, ya que siempre hay algo de lo real que lo desborda. En el caso del suicidio, el "acto logrado" se convierte en un acto fallido precisamente porque el sujeto que lo lleva a cabo ha perdido su lugar en la escena simbólica, quedando fuera de alcance de cualquier intento de significación.

La Angustia y el Suicidio

La pregunta fundamental que Lacan deja abierta es si la aparición de la angustia podría funcionar como una condición para evitar el suicidio. ¿Puede la angustia ser una señal que haga posible la restitución de un lugar para el sujeto en la escena simbólica? Si es así, ¿depende esta restitución de la magnitud de la angustia, o hay algo más que interviene en este proceso?

La angustia, en este contexto, aparece como una forma de confrontar lo real, un real que escapa a la simbolización y que marca la caída de la escena. La angustia puede ser vista como un modo de acercarse al real, pero también puede ser lo que impide al sujeto abandonar la escena, restableciendo, aunque sea brevemente, la posibilidad de un lugar en la estructura simbólica.

Conclusión

Lacan nos invita a pensar el suicidio no solo como un acto final, sino como un fallo del acto en el que lo real se impone, desbordando tanto la escena simbólica como la representación del sujeto. La angustia juega un papel clave en este proceso, pero su relación con el suicidio sigue siendo ambigua: puede ser un condicionante para evitar el acto o bien la puerta de entrada a lo real que hace posible el vacío del suicidio. La estructura del suicidio sigue siendo un terreno fértil para explorar las tensiones entre lo simbólico, lo imaginario y lo real, y Lacan nos deja con una serie de preguntas que siguen siendo pertinentes para la clínica contemporánea.

viernes, 20 de diciembre de 2024

Inhibición, Síntoma y Angustia: Los Pilares de la Clínica Analítica

El tríptico Inhibición, síntoma y angustia, además de titular una obra fundamental de Freud, condensa las coordenadas esenciales de la clínica psicoanalítica. Todo aquello que en la práctica analítica pertenece al ámbito clínico puede ser entendido a través de esta estructura tripartita, que funciona como el fundamento del edificio teórico y práctico construido por Freud tras años de elaboración.

Lacan, a su vez, retoma este tríptico y lo articula con su propia teoría de los tres registros: lo imaginario, lo simbólico y lo real. En esta integración, Lacan reinterpreta inhibición, síntoma y angustia como tres modos de la nominación, inscribiéndolos en la estructura de la cadena borromea. Para Lacan, esta cadena no es solo un modelo conceptual, sino una escritura que da forma a la estructura misma del sujeto.

Así, los tres conceptos freudianos se corresponden con tres tipos de nominación:

  • Inhibición como una nominación imaginaria.
  • Síntoma como una nominación simbólica.
  • Angustia como una nominación real.

Además, esta articulación permite a Lacan revisitar el problema de la identificación en psicoanálisis, mostrando que las identificaciones también se estructuran en una tríada. Estas son:

  1. Identificación primaria, ligada al real del Otro, donde se juega el vínculo amoroso con la figura del Padre.
  2. Identificación sintomática, asociada al simbólico del Otro, en la que el rasgo funciona como sostén del sujeto.
  3. Identificación histérica, vinculada al imaginario del Otro, que pone en relación el deseo y la mediación.

Esta correspondencia entre las propuestas freudianas y lacanianas no solo refuerza la conexión entre ambos, sino que también permite una comprensión más profunda de los modos en los que el sujeto se inscribe en el campo del deseo, el goce y el lenguaje. El tríptico Inhibición, síntoma y angustia sigue siendo, por tanto, un eje central para pensar la clínica psicoanalítica y sus fundamentos.