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lunes, 30 de marzo de 2020

La esquizofrenia en el psicoanálisis actual de orientación lacaniana


Fuente: Herreros, Gerardo (1998) "La esquizofrenia en el psicoanálisis actual de orientación lacaniana" Conferencia brindada en el Congreso de Psiquiatría Jornadas Atlánticas. - Revista Acheronta.

Las producciones más recientes sobre la temática de un cuerpo sin órganos, son un modo de aclarar algo que se llama esquizofrenia. En ella el lenguaje no logra hincarse en el cuerpo, es decir, que no es que el cuerpo esté sin órganos, hay al menos uno que es el lenguaje, porque si hay algo en lo que nada el esquizofrénico es en ese manejo enloquecido del lenguaje, pero simplemente no logra que se hinque sobre su cuerpo.
J. Lacan

Mi idea es poder sentar las bases, aunque mínimas, necesarias e imprescindibles para pensar la conceptualización de la psicosis en general y de la esquizofrenia en particular, para el psicoanálisis hoy, ya que en el cálculo que hice de mi interlocutor, es decir de Uds, supuse a un psiquiatra, porque que tiene que ver con el nombre de este Congreso, Congreso Argentino de Psiquiatría y no todos los psiquiatras son psicoanalistas.

Históricamente Uds conocen al menos el análisis que hace Freud del texto de un psícótico, Schreber, paciente de Fleschig y que Lacan en principio, realizó su tesis sobre un caso de "paranoia de autocastigo" y durante toda su enseñanza realizó presentaciones de enfermos con pacientes psicóticos e hizo un gran esfuerzo por avanzar en un tratamiento posible de las psicosis, situando así una de las tantas diferencias entre Freud y Lacan.

Si bien Uds. Saben que los psicoanalistas lacanianos trabajamos con el concepto general de estructura clínica y que estas son a grandes rasgos dos grupos: aquellas en las que se inscribió en el sujeto la castración, en términos freudianos, o donde se operó una ley regulatoria, metáfora paterna de Lacan y entonces tenemos las neurosis y las perversiones, y aquellas en las que no, psicosis; no es menos cierto que tanto Freud como Lacan, realizaron articulaciones en torno a la esquizofrenia.


Ahora bien, es lo mismo hablar de esquizofrenia para el psicoanálisis que para la psiquiatría?.

La respuesta es que en parte sí, y en parte no. El punto en que coinciden psiquiatría y psicoanálisis, podemos situarlo psicopatológica e históricamente. Como sabemos, el concepto de esquizofrenia es tomado por el psicoanálisis del campo de la psiquiatría. Pero ¿de qué psiquiatría y de qué manera?.

De la psiquiatría clínica de fines de siglo pasado y comienzos de este. Es decir de la época clásica y clínica de la psiquiatría dónde se prestaba atención a la semiología y fundamentalmente al discurso del paciente. La Psiquiatría de grandes clínicos como Kraepelin, Seglás, Serieux, Griessinger, Clereambault, etc, Que le dedicaban tiempo al paciente y al discurso de estos.

El término esquizofrenia, es posterior al psicoanálisis, a diferencia del de paranoia y data de 1911, año fundamental para la psicopatología en tanto tres obras, la de Bleuler "Demencia precoz o el grupo de las esquizofrenias", el texto de Schreber de Freud y el de la libido de Jung, entre estos tres hombres se fijará el concepto, si bien a Freud nunca le gustó y propuso cambiarle el nombre, sin mucho éxito. Y vieron como fue, esquizofenia quedó y paranoia desapareció de los manuales.

Originalmente la esquizofrenia será la demencia precoz de Kraepelín más el aporte -entre ellos el nombre- de Bleuler, psiquiatra profundamente influenciado por Freud de quien toma parte de sus conceptos a travéz de Jung. Discípulo de Bleuler en la escuela de Zurich, le escribe a Freud " Ud. Sabe que Bleuler está totalmente convertido".

Sin embargo, si bien Bleuler toma conceptos freudianos fundamentales como la Spaltung, existe una salvedad fundamental, la desexualización de sus aportes. Para citar un ejemplo, la transformación del autoerotismo freudiano, típico de la esquizofrenia en relación a los fenómenos corporales, en el autismo de Bleuler, donde justamente el eros es lo eliminado. Es decir, cualquier referencia sexual, tan alterada en el campo de las psicosis, es eliminada del concepto de esquizofrenia para la psiquiatría, maniobra de resistencia al psicoanálisis, por asimilación o integración, diría.

Pero este marco de articulación entre la psiquiatría clásica y el psicoanálisis, es muy diferente del de parte de la psiquiatría actual más cerca de la neurobiología y de los manuales internacionales actuales, donde ya sólo se habla de trastornos y que creo se clasifica en relación a una direccción del tratamiento centrada en los psicofármacos, más que a la clínica o los mecanismos de producción de las psicosis.

Es decir, a pesar de que Lacan recomienda la no ignorancia de la semiología psiquiátrica y de ciertas coincidencias con la psiquiatría clásica, en tanto semiología, hay profundos puntos de divergencia en torno a la llamada esquizofrenia.

viernes, 8 de noviembre de 2019

El nombre propio y el propio nombre.

 Por Stella Maris Rivadero

La hipótesis del inconciente, como subraya Freud, sólo puede sostenerse si se supone el Nombre del Padre. Suponer el Nombre del Padre, ciertamente es Dios. Por eso si el psicoanálisis prospera, prueba además que se puede prescindir del Nombre del Padre, se puede prescindir de él a condición de utilizarlo”.1

Para el psicoanálisis ¿qué se entiende por nombre propio?: ¿el nombre y el apellido? ¿el nombre? ¿el apellido? ¿el sobrenombre o apodo? Podemos interrogar qué se hace con el nombre propio, en el caso por caso. Cada uno de ellos tendrá los matices de la singularidad, de acuerdo al modo en que se tejió el anudamiento de Real, Simbólico e Imaginario, teniendo en cuenta que Real, Simbólico e Imaginario son los verdaderos Nombres del Padre.
La definición de nombre propio que figura en los diccionarios dice: “el que se aplica a una cosa determinada para distinguirla de las demás de su especie, una palabra para designar las cosas particulares”.
Con el nombre propio podemos hacer muchas elucubraciones imaginarias, pero para el psicoanálisis el nombre propio no representa al sujeto. Aquel que se identifica plenamente al nombre olvida que es un nombre elegido por el Otro o los Otros que conlleva un sentido, un deseo, un goce y un enigma en juego. 

El nombre es del Otro, es una ilusión que sea propio. Es un nombre impropio en tanto cada uno se llama como lo llamaron.
En el Registro Civil, se inscribe un nombre que no siempre coincide con el nombre con el que el sujeto se reconoce y además existe un nombre que se hace. Por otro lado existen los variados modos de ser nombrado por los otros; nominación donde el sujeto se reconoce, a expensas de su nombre propio. No siempre ese nombre reconoce al sujeto que se nombra desde el Nombre del Padre, cuya función radical es nominante, es darle nombre a las cosas.


El nombre propio puede ser un emblema imaginario que no se sostenga anudado borromeicamente, es el blasón cuya tarjeta de presentación carece de presencia aunque tenga prestancia fálica. Si el sujeto sólo se identifica a esa apariencia no pagará el precio de la castración simbólica sino el caro precio de la castración imaginaria que lo dejará en la impotencia o en la impostura.
Nos hemos preguntado leyendo a Fernando Pessoa, por qué y para qué necesitó a sus heterónimos: Alberto Caeiro, Alvaro de Campos, Ricardo Reis, ¿estos heterónimos eran intentos fallidos de tener un nombre propio allí, donde del Nombre del Padre no podía servirse para poder vivir alguna forma de vida digna? Recordemos su vida gris de empleado, de cama en cama, escribiendo en los mismos bares de su Lisboa natal. Cuando le preguntaban el porqué de sus heterónimos, nunca podía decir demasiado, sólo que le eran necesarios y que aparecían.

En la elección de un nombre van a primar, por parte de los progenitores las racionalizaciones como asimismo aquello que es inconsciente para un sujeto. Por otro lado, para quién y para qué se elige un nombre: para satisfacer a una u otra rama familiar, para obtener una reinvindicación del propio nombre, para suponer un reemplazante de alguien que ya no está, para pagar las deudas impagas, para seguir una tradición familiar o religiosa. Las determinaciones pueden ser múltiples y las arborizaciones imaginarias también. 

Suele suceder que alguien busque el origen o significado del nombre, las etimologías verdaderas o falsas de un apellido, como si eso determinara un destino. Habrá aquéllos que se harán cargo o padecerán la marca del origen o harán de esa marca recibida, heredada, no elegida, una diferencia para no quedar reducidos a ese origen, etimología o significado del nombre.
Ciertos nombres no consuenan con el colectivo social pero para los padres en un tiempo son la expresión de su deseo o anhelo, mas obligan en el curso de una vida a cargar con el peso peyorativo o discordante de ese nombre de pila.
El peso del nombre en lo transgeneracional, depende de la carga libidinal que tenga ese nombre y de acuerdo con la trayectoria de ese otro en la historia familiar por eso, no es lo mismo portar el nombre de una abuela “loca” que el de una abuela “ilustre”, pero tanto uno como otro pueden tener efectos sintomáticos o inhibitorios para el sujeto.
El nombre propio puede significar la ignominia, la vergüenza, el orgullo.

Dalí cuenta en sus memorias el peso que tenía para él llamarse Salvador igual que su hermano muerto, se hizo un nombre con su pintura para ser reconocido aún después de su muerte. 
Un analizante varón intentaba siempre agradar a los demás, obediente, dependiente de la mirada de los otros, sin poder parar de trabajar. Casado con una mujer que no lo ama, que lo maltrata, aún pagando con la postergación de su deseo, con su cuerpo doliente y sufriente, cuyo apellido representa “lo más rancio de la oligarquía argentina”, para algunos y para otros “lo más distinguido”, dice: “en la facultad y en algunos ambientes de trabajo tenían problemas conmigo” y cuando se escucha, se asombra, diciendo: “no era conmigo, sino con lo que representa mi apellido para algunos”. Agrega, “mi madre se casó con mi padre por el apellido aunque él era vago y mujeriego, cuando yo tenía cuatro años lo echó de casa, sobre mí siempre pesó la idea de si iba a heredar la vagancia de mi padre”, advirtiendo no sin dolor y angustia si en su matrimonio no se repite el hecho de ser elegido por el brillo de su apellido ya que con esa alianza matrimonial su mujer accedía a un lugar social que no le era facilitado por su propio apellido. Asocia que renunció a la mujer que deseaba y amaba y que también lo amaba, porque a ella no le atraían los lustres de los apellidos y se da cuenta que su trabajar en demasía está al servicio de no quedar bajo la impronta del “vago” como su padre. Para un hombre el apellido tiene un peso diferente que para una mujer, dado que es lo que tiene para transmitir y donar, no sólo a sus propios hijos.
Será tarea del análisis apropiarse de su apellido para que pase a ser un nombre común. 

En el seminario de “La Identificación”, Lacan sitúa la cuestión del ideograma, la marca, el trazo unario, el jeroglífico y la letra para introducir el Nombre del Padre. Para él podría situarse entre la identificación en el segundo tiempo, regresiva a un rasgo del Otro, del padre. El Nombre del Padre es la función del Ideal del Yo y la identificación primaria. Anterior pues para Lacan el significante de la falta en Otro tiene que ser el falo, que simboliza la castración en tanto el rasgo unario es el antecedente necesario para ubicar el falo simbolizando la castración.

Allí se puede leer cómo el Ideal del Yo se apoya en la identificación inaugural del sujeto con el rasgo. Este rasgo único situado en ese lugar primordial tiende a repetirse, lugar donde se perdió el objeto, sitio donde el sujeto siempre quiere volver, intento, por supuesto, fallido e imposible, porque ese rasgo está allí como marca de la falta y permite la articulación de la cadena significante.
La operación de nominación puede detener el valor infinito de remisión de la cadena significante, función del Nombre del Padre, que es Padre del Nombre.
Lo que distingue el Nombre del Padre es su singularidad, lo que en él hace una diferencia, de allí su relación al rasgo unario como soporte. “Debido al nudo Borromeo, di otro soporte al rasgo unario. No es lo mismo el padre del nombre que el padre que nombra”.2

Por la repetición va a haber siempre un deslizamiento entre el Ideal del Yo y la identificación al rasgo.
Otro ejemplo que sólo mencionaremos brevemente es el nombre de James Joyce quien en su afán de ser leído por más de trescientos años intenta con su escritura hacerse un nombre intentando compensar la carencia de quien faltó a la cita, en tanto padre ¿no es en él el nombre propio algo extraño? ¿No hay allí un intento de anudar aunque no sea al modo borromeico dicho error de anudamiento? Se pregunta Lacan, ¿no hay algo como una compensación por esta dimisión paterna, por esta Verwerfung de hecho de que Joyce se haya sentido imperiosamente llamado. Es la palabra que resulta de un montón de cosas que escribió.3
Encontramos esa falta de nombre que lo nombre, de padre nominante, de ese significante capaz de dar un sentido al deseo de la madre. Operación fallida del nombre del padre que deja en la posición de ser nombrado para.
El nombre del Padre es ese significante en la estructura significante que, producido por una Bejahung, viene a nombrar la falta en el Otro, pero no es más que un nombre que se sustituye a la falta del nombre.
El Nombre del Padre es el responsable de la castración en tanto se trata de la constitución de la estructura con la incorporación de lo asemántico S1, el significante sin sentido, el rasgo unario, la letra, el fonema. Esto pone límite al campo de la significación y sitúa el punto donde fracasa el saber del Otro. Este significante, puro sin sentido sostiene la ley para el sujeto, ley que no es otra más que la ley del lenguaje, lo que hace que la estructura que así se constituya, sea la estructura del lenguaje. Ley del malentendido entonces, ley del equívoco, el S1 cuestiona el saber en nombre de la verdad. Lugar del significante Amo, el Nombre propio debe poder llegar a ese lugar en algún momento, que no es cualquiera. Para no quedar bajo los efectos de la pregnancia imaginaria, hacerse cargo del nombre propio implica un trabajo de elaboración y un duelo que implica dejar de estar identificado a los sentidos del Otro.
Un S1 es el lugar desde donde se interroga el deseo del Otro en el intervalo encontrado en los significantes de la demanda.

El nombre propio hace todo lo posible por volverse más que el S1, el significante Amo, que se dirige al S2 lugar donde se articula lo relativo al saber, se trata al nombre propio como a un nombre común.
Si del Nombre del Padre hay que servirse, ¿qué implica apropiarse y servirse del nombre propio? Para no quedar bajo los efectos de la pregnancia imaginaria, hacerse cargo del nombre propio implica un trabajo de elaboración y un duelo para no quedar como objeto identificado al sentido del Otro, sino para hacer de él, algo propio, no traducible, su marca registrada. Lograr un decir menos tonto que no tenga la impronta del Otro. 
Si el camino del análisis es arribar a un “eso no es eso” que el Otro quería, en su transcurso el nombre será vaciado de las significaciones y del peso del Otro, y se diluirán las configuraciones imaginarias que se tejieron alrededor de ese nombre con sus particularidades.

Separarse del nombre propio elegido por el Otro, bajo el sentido del otro representa un enigma y un desafío para el sujeto. 
El Padre del Nombre es así aquél que, entre otras cosas, permite que el Nombre Propio pueda llegar a funcionar como un Nombre Propio, como un S1. Pero en este mismo movimiento, este Padre del Nombre sostiene la inscripción del falo en lo imaginario de la imagen del yo, cava en lo imaginario ese agujero que es el Yo.
El Nombre propio si opera como tal, es una nominación válida a nivel del anudamiento de lo Imaginario a los demás registros.
____________________
1. Lacan, Jacques: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006.
2. Ibid.
3. Ibid.

Fuente: Imago agenda

martes, 14 de mayo de 2019

Yo, ego, si mismo: consecuencias clínicas.


Notas de la conferencia dictada por Isidoro Vegh, el 10/04/2018.

El tema del título comenzó con un seminario y luego derivó en un libro. El tema para este año es el narcisismo. 

En la historia del psicoanálisis, Jaques Lacan se animó a decir que los psicoanalistas habían desviado el camino que Freud había iniciado. Él se propuso, entonces, a hacer un retorno a él. ¿Pero qué pasó? Esto se venía gestando desde mucho antes, con su texto llamado “La cosa Freudiana”, cerca de los ‘70, pero había comenzado antes. En 1936, en la Alemania nazi, se hace el Congreso Internacional de Psicoanálisis. Allí concurre un joven Lacan y presenta la primera versión de lo que luego se convirtió en un clásico: el estadío del espejo y la constitución del yo. En ese mismo congreso, Heinz Hartmann presentó las primeras tesis de lo que fue el libro “La psicología del yo y el problema de la adaptación”, junto a otros analistas de la psicología del yo, que inauguró lo que en la historia del psicoanálisis se conoce como ego-psychology. 

¿Por qué Lacan  planteó el retorno a Freud y cuál era la diferencia de que ya se estaba dando en 1936, con todavía Freud vivo? ¿Qué planteaba la ego-psychology y en qué se basaban? Ciertamente, si nos dijeran que se basaron en unas frases de Freud se algunos de sus textos, no podemos negar que algo de verdad hay. Voy a leer del clásico de Freud El yo y el ello esta frase:
Es fácil inteligir que el yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de P-Cc: por así decir, es una continuación de la diferenciación de superficies.
Es decir, un yo que tendría como función acercarnos a lo que todos conocemos como principio de realidad. Dice también Freud:
Además, se empeña en hacer valer sobre el ello el influjo del mundo exterior, así como sus propósitos propios; se afana por remplazar el principio de placer, que rige irrestrictamente en el ello, por el principio de realidad.
Es curioso que se tradujera la frase pre-socrática de Freud “Donde ello estaba, que el yo advenga”. ¿Y para qué? Sigo con Freud todavía, que dice:
Para el yo, la percepción cumple el papel que en el ello corresponde a la pulsión. El yo es el representante [reprásentieren] de lo que puede llamarse razón y prudencia, por oposición al ello, que contiene las pasiones.
Con lo que les acabo de leer, Heinz Hartmann se autorizó a proponer en su libro “La psicología del yo y el problema de la adaptación”, que
No toda adaptación al ambiente, no todo proceso de aprendizaje y maduración implica un conflicto. Me refiero al desarrollo libre sin conflictos de la percepción, la intención, la comprensión del objeto, el pensamiento, el lenguaje, los fenómenos del recuerdo, la productividad, hasta las bien conocidas fases del desarrollo motor, la precisión, el gateo, la marcha, y hasta los procesos de maduración y aprendizaje implícitos en todos esos aspectos y muchos otros.
Todo esto, él lo resume diciendo que se trata de reconocer que hay un yo libre de conflictos. Libre de conflictos quiere decir que está libre de influencias sin control. Dice que tenemos que aclarar esto si suponemos que la adaptación, refiriéndonos principalmente al hombre, están analizadas tanto en sus aspectos amplios como en sus aspectos sutiles, por un lado por --- del hombre y su maduración de sus órganos. Pone el ojo sobre aquellas acciones controladas por el yo que se oponen a los trastornos en forma activa y mejoran las relaciones de la persona con ella misma.

Suelo decir que estos psicoanalistas como Hartmann, Lowenstein (que fue analista de Lacan por 6 años), cuando tuvieron que huir del nacismo y se fueron a Estados Unidos, es evidente que encontraron el ámbito adecuado para estas teorías. En un lugar donde el capitalismo llegó al extremo de su desarrollo, son bienvenidos quienes puedan proponer algo diferente a ese psicoanálisis que dice que si cometemos un lapsus no sabemos por qué lo decimos porque tiene una determinación inconsciente, o que cuando elegimos una pareja en el amor es como dice nuestra tía: “es una lotería”. En cambio, es mejor poder decir que cuando alguien firma una escritura, sabe lo que está haciendo. O que cuando firman un cheque, saben lo que están haciendo. Lacan no solamente se la tuvo que ver con la ego-psychology, también con los seguidores de Melanie Klein, psicoanalista que él valoraba. 

¿Qué hizo Lacan con esta frase de Freud que antes leímos? Porque esa frase está. Hizo lo que yo llamo la práctica del pliegue: se fue al texto primigenio donde Freud presentó el narcisismo, que en castellano lo conocemos como “Introducción al narcisismo”, cuya traducción exacta sería “Para introducir al narcisismo”. En este texto anterior, encontró frases distintas. Por un lado, con su honestidad habitual, Freud dice:

El término narcisismo proviene de la descripción clínica y fue escogido por P. Näcke en 1899 para designar aquella conducta por la cual un individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual;

Supongo que acá todos se analizan… Díganme, cuando ustedes están en el acto sexual, ¿cómo les va con la adaptación? Porque si lo piensan bien desde el principio de realidad, darse un beso es intercambiar gérmenes. ¿Ustedes se relacionan con su pareja desde el principio de la adaptación? Además, ¿cómo lo hacen? ¿Sin jueguitos, sin un chiche? Acá Freud nos está diciendo que tiene que ver con el propio cuerpo como uno trata al partenaire. Vamos a ir más adelante:

Manifiestamente se buscan a sí mismos como objeto de amor, exhiben el tipo de elección de objeto que ha de llamarse narcisista.

Volvamos otra vez a lo que dicen nuestras tías… ¿El amor se establece como en el Tinder, con listas de coincidencias? ¿O nos dice que el amor es ciego? Esto es lo que dicen las tías. ¿Por qué vamos a creer que es menos ciego cuando tenemos por objeto de amor al propio yo? Esto le ayuda a Lacan a proponer, en el estadío del espejo en su segunda versión después de la guerra (1949) en Zurich, que la función del yo es una función de desconocimiento. Recuerden que para Hartmann el yo accede al principio de realidad. Mientras Hartmann habla de la adaptación del yo, Lacan habla de la subversión del sujeto. Ya Descartes, algunos siglos antes, en su Discurso del Método y en lo que se llama la duda hiperbólica, había cuestionado la certeza del saber consciente. Había cuestionado el saber que había recibidos de los jesuitas de su tiempo, había cuestionado la certeza sensible. El buscaba una verdad y hasta intentó con las matemáticas y se le ocurrió la idea del genio maligno, que le haría creer que 2 más 2 es 4, cuando podría ser 5 y ahí llegó a una conclusión, el cogito famoso: la única certeza que tengo es que todo este tiempo estuve dudando, y a eso lo llamó pensar. Es decir, que la única certeza es que todo el tiempo el sujeto estuvo pensando. Es decir, que ya desde Descartes se cuestionaba este yo del principio de realidad. Es decir, volvía a hacer entrar por la ventana lo que Freud sacó por la puerta: la psicología de la consciencia.

Ahora bien, ¿qué hacemos con esta frase de Freud? ¿Elegimos unas y desechamos otras? Por otro lado, cuando uno cruza la calle, ¿no está atento al semáforo para prevenir un accidente? ¿No podemos decir que eso es un principio de realidad? Tiene razón. ¿Cómo resolver esta contradicción entre este yo de la adaptación y este yo que se ama a sí mismo con la misma forma que cualquier amor?

¿Han tenido ustedes la oportunidad de atender niños que no se pueden mantener erguidos? ¿Qué les pasa a esos niños? Cuando el análisis avanza, porque hay un lugar donde se los puede acoger, y mediante las intervenciones a los padres algo cambia y el niño empieza a erguirse. Hay un yo que se gesta a partir del amor y del deseo del Otro. Se trata de un yo que yo llamo un yo pasional, que va a ser es condición de eso que describe Hartmann, lo que llamamos un yo instrumental. Cuando uno no es correspondido por ese otro que nos gusta, ¿no sucede que nos resulta difícil levantarnos de la cama? No tenemos ganas de bañarnos, las damas no quieren maquillarse, los caballeros no quieren afeitarse, ¿qué pasa? Estamos bajo el sentimiento de que el Otro no nos ama. Al revés, cuando surge un nuevo amor, ¿vieron cómo se les nota al amigo o amiga que está en eso? Por más que lo quiera ocultar, se nota. 

Entonces, vimos este yo pasional y este yo instrumental. Yo le diría a Hartman “Mire, lo que escribe usted está bien, pero lee mal a Freud, porque en ‘El Yo y el Ello’ no dice ‘el señorío del yo’, sino ‘los vasallajes del yo’. La función de síntesis no quiere decir que el yo la logre, sino que aspira a ella, pero no la logra porque está tironeado por el ello, por el superyó, por lo que irrumpe de lo real... ¿por qué jamás 2 personas se van a poder poner totalmente de acuerdo? Porque no hay una sola que esté de acuerdo consigo misma en todo, salvo que sea decididamente paranoico. 

Entonces, no es que desechemos esta descripción de la realidad, pero es una realidad que está marcada desde el amor y entonces decimos con Lacan que la realidad, esa que nos hace adaptarnos al mundo, es una realidad que se sostiene del fantasma de cada uno. ¿Cómo puede ser que vivamos en el mismo país en donde haya versiones tan contrarias de lo que sucede? Eso es porque nuestra relación con la realidad no funciona mediante una percepción acética, única y no marcada por el amor, por el deseo, por el fantasma. 

EGO. Lacan, en los últimos seminarios, en Le Sinthome, que no debe confundirse con el síntoma, trabaja sobre la vida y la obra de Joyce. Jung dijo una frase que estaba bastante bien: su arte le permitió a Joyce nadar allí donde su hija se ahogó en la esquizofrenia. 

En Retrato del Artista Adolescente, Joyce cuenta cosas que si las comparamos con su biografía, vemos que es una novela bastante autobiográfica. Cuenta la profunda tristeza con la que regresó de la ciudad de Cork, donde había ido con su padre para que él se desprendiera de una de las últimas propiedades que había heredado, para pagar las deudas. Él asistió a ver con tristeza ver a su padre en ese momento tan trágico, donde la familia tenía que mudarse sistemáticamente a barrios cada vez más humildes porque el padre no pagaba el alquiler. Venía el alguacil y los desalojaban por la fuerza. Él lo dice en la novela, “mi padre es un monigote, es un quebrado”. Joyce intenta ir por el camino de la culpa que su madre cristiana le había inculcado, que era el camino del seminario. Él decide que eso no era para él y después concluye. Y dice que será “el artista”, cosa que a Lacan no se le escapó, porque no dijo “seré un artista”. ¿Qué significó para él dedicarse al arte? Les voy a leer algo que a Lacan le sirvió para hacer el diagnóstico. Lacan trabajó la psicosis 3 veces con intervalo de 20 años. 

La primera vez fue cuando presentó su tesis sobre la paranoia en el caso Aimée, donde hizo su diagnóstico a partir del episodio de pasaje al acto donde acuchilla a la actriz famosa, que ocupaba el lugar del ideal. 

La segunda vez es cuando él trabaja el caso Schreber, con ese cuerpo leproso que Schreber escribe en sus memorias, mucho de lo que Lacan describe en el Estadío del Espejo como la fragmentación yoica, la pérdida de unidad. 

En cuanto a Joyce, nunca dijo que era psicótico, no iba a decir eso del gran novelista del S. XX, pero para los que conocen la teoría lacaniana, hay una frase que nos dice bastante: Joyce sufría de una verwerfung de hecho del Nombre del Padre.

Voy a leer del Retrato de un Artista Adolescente donde Joyce cuenta de un modo maravilloso esa pérdida de lo imaginario. Dice:
Y ahora, mientras recitaba el Confiteor entre las risas indulgentes de los otros dos y mientras las escenas de este ultrajante episodio pasaban incisivas y rápidas por su imaginación, se preguntaba por qué no guardaba mala voluntad a aquellos que le habían atormentado.
Resulta que en la clase él había dicho algunas frases donde se desprendía que no era católico, aunque el colegio lo era. Los compañeros lo burlaban cuando salía de la clase y le preguntan quién es el mejor literato y él dice lord Byron. Ellos le responden que es otro. Y este personaje, que sería lo que encarna la vida real de Joyce, insiste que es lord Byron. Los compañeros le empiezan a pegar, lo acorralan contra un alambre de púas hasta que consigue liberarse y escucha como los otros se van riendo y él se queda con la bronca y el dolor de esa escena, pero no habiendo transado ni desdicho de lo que él pensaba. Entonces, recordando aquella escena, dice:
No había olvidado en lo más mínimo su cobardía y su crueldad, pero la evocación del cuadro no le excitaba al enojo. A causa de esto, todas las descripciones de amores y de odios violentos que había encontrado en los libros le habían parecido fantásticas. Y aun aquella noche, al regresar vacilante hacia casa a lo largo del camino de Jone, había sentido que había una fuerza oculta que le iba quitando la capa de odio acumulado en un momento con la misma facilidad con la que se desprende la suave piel de un fruto maduro.
Me parece una maravillosa descripción del desprendimiento del anillo imaginario. Ustedes saben que Lacan utilizó diversas formas matemáticas para intentar crear una formalización de lo que su experiencia clínica le presentaba. Básicamente esas fórmulas son 3:

  • La de los grafos.
  • La topología de superficie.
  • La topología nodal.
En esta estructura nodal, conocida como Nudo Borromeo, que en realidad es una cadena, se trata de 3 anillos anudados de tal modo que ninguno penetra al otro, sin embargo, hacen una sola cadena. Si se corta uno, los otros 2 también se liberan. A esos anillos les puso letras y nombres: real, simbólico e imaginario. Ese es el paradigma de Lacan y el horizonte al que hasta ahora hemos llegado en el psicoanálisis. Lo que nos dice es que cuando hay psicosis, el diagnóstico Lacan lo hace -con Schreber, con Joyce- por la pérdida del anillo imaginario. 

Esa pérdida del anillo imaginario, de haber persistido, lo hubiera dejado a Joyce nadando en la psicosis. Joyce armó un cuarto anillo que se llama sinthome. Ese sinthome fue su escritura. Nora, su mujer, contaba que cuando Joyce escribió su última novela, que la hizo durar 17 años. La escribió de noche y era el único momento en que reía. ¿Qué es lo que le permitió ese 4to anillo llamado sinthome? Ustedes se darán cuenta que a diferencia del síntoma, no hay que quitarlo, porque el sinthome es un remedio para la estructura. Esto le permitió a Joyce una dimensión imaginaria que Lacan llamó ego.

¿Qué caracteriza a este ego? Es una restitución imaginaria, pero con la característica propia de lo que es una restitución. Se presenta en la clínica como es, no acepta ser interrogado. Sus amigos literatos, que le abrieron el camino en París, contaban que él podía seguir consejos de cómo difundir sus libros, pero si le llegaban a proponer cambiar un renglón de su libro, se enardecía. ¿Por qué? Porque es como si se estuviera por caer el techo o a derrumbar la casa y apresuradamente construimos una columna que la sostenga. Se imaginarán que no vamos a dejar que nadie se acerque a esa columna, tocarla puede significar un derrumbe. ¿Se entiende por qué se llama a sí mismo EL artista? No acepta otra cosa, eso no quita crédito a su talento en la literatura y a que innovó la escritura del S. XX. 

Ego quiere decir algo de la dimensión imaginaria, pero que es una restitución. Tenemos una versión menor de eso que se llama rasgo de carácter. Esto puede estar en cualquier  neurótico. Es una reparación de algún lugar con una defensa rígida que trata de controlar donde no hay un yo bien anudado. Se suele decir que son egosintónicos, y en un análisis solo conviene abordarlas cuando está muy avanzado. Porque si un sujeto responde con un rasgo de carácter, es porque no tiene letra mejor para responder al apremio de la pulsión, a la afrenta del superyó o a la afrenta de la realidad. Entonces, no se puede tocar antes de tiempo.

EL SÍ MISMO. Hace años escribí un libro que lo titulé El prójimo, enlaces y desenlaces del goce. Tomando la historia de Joyce, me atrevo a decir que es verdad que su escritura fue esencial para que su él no se ahogara como su hija en la esquizofrenia. Pero también fue esencial aquellos que lo acompañaron, como Elliot, su mujer, la secretaria, la directora de París… Todos aquellos que valoraron su escritura y lo sostuvieron en tiempos difíciles. Es decir, también le funcionaron de sinthome todos ellos. Y también le funcionó de sinthome su mujer Nora. Con solo leer las cartas que él intercambiaba con Nora, descubrimos que ella era lo contrario de ese ascetismo extremo que representaba. Nora era la pelirroja irlandesa desfachatada que en plena reunión le toca el pene. 

Es decir que ese sinthome, ese cuarto anillo, que yo digo que cuarto, quinto y sexto, van al mismo lugar y se alternan, aparecen como necesarios cuando hay estructura psicótica. ¿Y en la neurosis? Lacan nunca termina de cortar el bacalao. En el seminario del sinthome, él dice que el sinthome es la relación entre el hombre y la mujer. No podemos pensar que Lacan piensa que todo hombre que se acuesta con una mujer y toda mujer que se acuesta con un hombre es un psicótico. Es decir, a mi entender, el sinthome también puede funcionar en la relación de un neurótico. Por ejemplo, para muchos de ustedes y para mi, la práctica de psicoanálisis nos funciona como sinthome. Esto quiere decir que es un cuarto anillo que va por la cuerda simbólica. ¿Y cómo la remedia? 

Hago un pequeño desvío: Freud se enojaba con la máxima cristiana que dice amarás a tu prójimo como a tí mismo. En realidad esta máxima estaba mucho antes que el cristianismo, en el judaísmo. Freud se preguntaba ¿cómo voy a amar al prójimo como a mí mismo si es indiferente a mis pesares, no festeja mis alegrías, si puede trata de utilizarme…? Lacan le responde que Freud confundió el sí mismo con el yo y que no son lo mismo. Lacan deja este tema ahí, pero no del todo, porque una de las razones por la que lo expulsan de la IPA es cuando se anima a romper con la estructura corporativa de esta institución. Aún hoy, si uno quiere pertenecer a ella, tiene que analizarse con un analista de la IPA. Lacan dijo “El analista no se autoriza sino de sí mismo”. ¿Podemos creer que Lacan propuso que el yo fuera el que autorice a alguien a sostener una práctica analítica? Sería absurdo, después de lo que escribió en el Estadío del Espejo. ¿No será entonces que ese “sí mismo” alude a algo diferente? Entonces lo propongo: Lacan dice que el autoriza no se autoriza sino de sí mismo y agregó, para que nadie creyera que era una postura yoica, “y algunos otros”. Ahí es donde yo coloco el acento. Amarás a tu prójimo como a ti mismo no quiere decir que vamos a seguir la propuesta cristiana del sacrificio. No voy a hacer caridad sacrificándome: busco al prójimo porque necesito de él. Es exactamente al revés. 

¿Y para qué sirve el prójimo como sinthome? Sirve para remediar una falla y para reencontrarme con la falta. Lacan a veces da como sinónimo falta y falla, pero yo me animo a decirle a Lacan que ahí se equivoca. Para nosotros la falla en la estructura es cuando falta la falta. ¿Por qué? Porque lo que el psicoanálisis nos enseña es que lo que le da gusto a la vida es el deseo. La ética del psicoanálisis es una ética del deseo. Por supuesto, que el deseo cuando avanza implica goces. No es un deseo para quedarse solo en el deseo. Entonces, cuando decimos que el sinthome, el prójimo, una mujer para un hombre.

Entonces, decíamos que el sinthome remedia la falla para hacer que el sujeto se reencuentre con la falta. Hoy nos encontramos con algunos que se dicen deudores de Lacan que nos dicen en versión “Ultimísimo Lacan” que como el deseo nunca se satisface totalmente, lo único que puede hacer es provocar tristeza. ¿Qué es de lo que se está escapando? De que si hay algo que nos enseña la Bella Carnicera, el clásico historial freudiano que Lacan retoma, es que lo que más teme el neurótico es quedarse sin deseo. El buen gourmet no come como un bulímico, sino que se dice que se levantan de la mesa con apetito. Y si uno tiene una relación sexual, al rato tiene ganas de tener otra relación. ¿Esto es una prueba del fracaso de la relación sexual, o es el hecho de que la falta sigue existiendo? ¿Qué es lo que rechazan los que no aceptan esta ética del deseo? Es lo que Freud nombraba castración. La aceptación de la falta es lo que nos permite no quedar identificados a un narcisismo extremo, enfrentar y soportar de mejor modo lo real y también aceptar que nadie tiene todo el saber. Cuesta entender la magnitud de lo que Freud nos propone cuando toma justo antes de su muerte la idea del monoteísmo. Freud dice que el monoteísmo, que se inicia con el pueblo judío, fue un escándalo en la historia de la civilización. En Egipto, por ejemplo, se encuentra la división entre la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos. Esto es porque el Faraón era un dios. Con los judíos, se les ofreció una negociación muy sencilla: dejarlos vivir a cambio de poner una estatua del faraón en su sinagoga porque él era un dios. Para los judíos, Dios es único. Si solo hay un dios -monoteísmo- nadie en la Tierra puede decir “yo soy Dios”. Es otro modo de introducir en la cultura y en la civilización esa dimensión de la falta. Un fin de análisis, entre otras cosas, implica llevar al analizante a sostener como verdad ese encuentro con el vacío de sí mismo, que es un vacío creador. 

Quisiera leer 2 poemas que dicen a su manera esta dimensión del vacío del sí mismo, que no es ni del yo ni el ego. 
A QUIEN LEYERESi las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.
Fuente: Jorge Luis Borges, “Fervor de Buenos Aires”.

Él se reconoce como un pasavoz del poema, esto es una prueba de la importancia que tiene. Vamos a otro texto, fragmentos de una poesía que está en la tapa del seminario Encore de la edición francesa, que es de Santa Teresa, la mística católica. También está la escultura de David.
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El poema de Santa Teresa dice:
Vivo sin vivir en míy tan alta vida esperoque muero porque no muero.
En la escultura de David se ve bien que está Eros apuntándole con la flecha. Ella está en el goce místico del encuentro con Dios.
Aquella vida de arriba,que es la vida verdadera,hasta que esta vida muera,no se goza estando viva:muerte, no me seas esquiva;viva muriendo primero,que muero porque no muero. 
Vida, ¿qué puedo yo darlea mi Dios que vive en mí,si no es el perderte a ti,para merecer ganarle?Quiero muriendo alcanzarle,pues tanto a mi Amado quiero,que muero porque no muero.
Todo esto marca lo contrario a una exacerbación yoica. Lacan hablará de lo que se llamará la segunda muerte, que es otro modo de marcar que lo esencial de la estructura que nos constituye es ese vacío, esa falta que llamamos signo. 

Pregunta: En relación a la falla de la estructura, ¿se trata de una falla simbólica?
I.V.: Puede haber distintas fallas. Dijimos que puede haber fallas en la constitución yoica, por ejemplo, a veces tenemos pacientes neuróticos y pueden sufrir de eso que ahora es la enfermedad más común del planeta que es la depresión. Dice la OMS que es la enfermedad más abundante del planeta y es una mezcla de fatiga, aburrimiento y ausencia de deseo. Y a veces descubrimos que en el tiempo de la constitución pasional del yo, por ejemplo, la mamá justo tuvo que sufrir la pérdida de su propia madre: estaba en duelo, estaba triste, y entonces no podía hacerse cargo de su bebé en cosas como cantarle una canción de cuna, hablarle, etc. Es decir, ante el fallecimiento del otro, eso deja una marca y una falla en esa constitución imaginaria. 

A veces se trata de otra falla. Por ejemplo, en estos tiempos se piensa que ejercer la autoridad es lo mismo que ser autoritario. A veces nos encontramos con padres que nos consultan porque no se autorizan a intervenir. No decir que si o que no cuando hay que hacerlo, produce fallas en lo simbólico. Por ejemplo, produce ciertas relaciones con el goce que no se van a lograr. Una vez yo recibí a un hombre que me dijo “Yo no creo en el psicoanálisis, mi mujer y mi hija me obligaron. Yo soy dueño de una empresa enorme y creía que podía con todo”. Se larga a llorar desconsoladamente a partir de que se le acababa de morir su hijo de 28 años en un accidente de tránsito. Después de una previa, el chico se le ocurrió manejar a 200 km/h por una avenida sin cinturón de seguridad. El padre, con más lágrimas todavía, dijo que nunca usaba cinturón de seguridad. ¿Es autoritario que el padre le diga al hijo que solo le da el auto si se pone el cinturón de seguridad? Vivimos en tiempos donde esta desorientación abunda.

En el 2001, todos estábamos en la misma sartén, con diferencias pero todos con gente cercana que la estaba pasando mal, sufriendo problemas económicos. Los psicoanalistas de aquella época vimos como hubo respuestas diferentes. Un paciente tuvo un infarto. Otro, que se quedó sin trabajo, le hizo un monumento a Cavallo, porque no tuvo más remedio que dejar su neurosis obsesiva y se decidió a poner su negocio. La vida le cambió. Es decir, distintos modos en que el sujeto puede responder ante la irrupción de lo real. 

Muchas veces vienen los pacientes y me dicen que lo que digo es difícil. Les respondo que a lo fácil no me dedico, solo a lo difícil. Es un chiste, pero quiere decir que como yo no leo la realidad desde donde él la lee, no veo la misma dificultad. Esto va en contra de esa lectura acética que Hartmann nos dice respecto de la realidad. 

Pregunta: ¿Dónde estaría posicionado el self winnicottiano?
I.V.: Es interesante, porque yo no dije que Hartmann es un pelotudo y se equivocó. Dije que él señalaba algo que tiene otra parte que también tenemos que reconocer. No alcanza con repetir como loros a Lacan diciendo “El yo es una función de desconocimiento”. Pero el yo utilitario es subsidiario del yo pasional. Con Winnicott encontramos intervenciones que son extraordinarias dirigidas hacia el sujeto. En cambio, hay otras donde apunta al yo. Heinz Kohut, en Los dos análisis del señor Z, tiene intervenciones que apuntan al sujeto. Con esto, trato de decir que los desarrollos de Lacan han llevado al psicoanálisis a lo más lejos posible. Pero esto no nos impide reconocer lo genial que hay en otros autores, como por ejemplo la teoría del self y del falso self, cómo lo que es el self verdadero se tiene que dar cuando el analista debe generar un espacio de confianza. Él se pregunta qué es la confianza. Para que el paciente tenga confianza de que el analista no lo va a intervenir desde su propio goce, que se va a atener a lo que se llama el deseo del analista, que va a poner en juego su propia castración. Entonces es posible que el analista se anime a decir eso que viene del inconsciente y será lo que llamamos el self verdadero, es decir que no oculte con sus angustias imaginarias lo que es verdaderamente la fuente de su padecimiento. En eso Winnicott es admirable.

Pregunta: [pregunta por el rasgo de carácter]
I.V.: Se suele llamar rasgo de carácter a las respuestas reiteradas del sujeto que obviamente, para lectura de todos los demás son sintomáticas pero que el sujeto nos las reconoce como tal. Por eso se suele decir que un progreso en el rasgo de carácter es conseguir que se convierta en síntoma. Cuando se convierte en síntoma quiere decir que el sujeto comienza a reconocer que él tiene algo que ver y que su respuesta es una respuesta equivocada, pero que fue necesaria en algún momento. Por ejemplo, una analizante cuenta que ella se separó y se hizo cargo de sus 3 hijos. El marido no se hacía cargo de nada y ella decía que se la arreglaba sola. Desde la primer entrevista era evidente que venía a pedir ayuda porque no podía más y ella estaba acostumbrada a “yo me las arreglo sola, no puedo esperar nada de nadie”. Sobre ese rasgo de carácter trabajamos y lógicamente, yo le dije que ese rasgo de carácter le sirvió para sobrevivir, ¿pero es capaz de hacer otra cosa? porque ese rasgo de carácter paga un precio, que es no poder estar con otro. 

miércoles, 5 de julio de 2017

Qué hacer y que no en el tratamiento de las psicosis.


Fuente: Rúpolo Héctor, “Clínica Psicoanalítica de las psicosis”, Cap. 11

Abordaremos una serie de recomendaciones que estimamos especialmente pertinentes para aquellos analistas que, contando con una cierta experiencia en lo que concierne a las neurosis, se acercan por primera vez al tratamiento psicoanalítico de un paciente psicótico.

Tomaremos como punto de partida aquello que, a título de contraindicaciones, tendría que resultar suficientemente despejado en el terreno de las psicosis en lo que hace a:
1) la palabra y el sujeto;
2) la. regla fundamental;
3) la transferencia;
4) el objeto.

1) La palabra y el sujeto
En este terreno, comenzaremos por afirmar que en un psicoanálisis de pacientes psicóticos resulta totalmente contraproducente intervenir a la manera en que se lo hace cuando se trata de una neurosis.
En efecto, en un psicoanálisis tradicional, el lugar privilegiado para la intervención del analista es el de las Formaciones del Inconsciente —actos fallidos, sueños, olvidos, síntomas, etc. El analista está a la espera de ellas, hace asociar al paciente y sobre esta base produce su interpretación.
Algo muy diferente ocurre con estas Formaciones cuando se trata de un paciente psicótico. Es decir, si nos cuenta un sueño, no debemos hacerlo asociar, ni siquiera señalar un juego de palabras.
¿Por qué? Debido al lazo directo e indisoluble que dichas formaciones guardan con la castración, cuya operación sabemos que no se produjo en las psicosis, ni está reprimida como en el caso de las neurosis, de modo que nuestra intervención en ese plano nos conduciría directamente a ese agujero en lo Simbólico. Algo susceptible de producir efectos iatrogénicos, tales como pasajes al acto o acting-out.
En efecto, imposibilitado como se encuentra de responder en el terreno del significante, de la palabra que lo represente como sujeto, el psicótico lo hará en el campo de lo Real o de lo Imaginario. En el primer caso, podemos encontrarnos con un pasaje al acto —una automutilación o un acto de violencia hacia otro. En el segundo, presenciaremos la emergencia de alucinaciones, de nuevos delirios, etc. La validez de esta recomendación clínica no tendría que impedir, sin embargo, la investigación de dichas Formaciones en el terreno de las psicosis, en la medida en que los psicóticos sueñan, producen fallidos y tienen síntomas. Como ya lo señaláramos, las abordaremos a título de Formaciones elementales, que convendrá situar según una perspectiva topológica que aportaremos más adelante.

2) La regla fundamental.
Se desprende de lo que venimos de exponer, que no la enunciamos al paciente psicótico tal como lo hacemos en el caso de las neurosis.

3) La transferencia
La diferencia en este plano reside en que el analista no tendría que sostener un lugar de Sujeto supuesto Saber. En efecto, en las psicosis el saber del Otro reduce al sujeto a objeto de Goce del Otro.

4) El objeto
El analista debe evitar por todos los medios que el paciente aparezca ubicado en el lugar de objeto de goce. ¿Qué quiere decir esto? Para explicarlo debemos considerar la singularidad de cada paciente; esa será la perspectiva que nos indicará, en cada oportunidad, de qué manera se perfila corno objeto de Goce de ese Otro que a menudo aparece encarnado en las voces. Precisamente, de lo que se trata, de un modo general es de no orientar nuestra intervención en el sentido que esas voces dictan.

Una vez planteadas las contraindicaciones, abordaremos ahora aquello que consideramos apropiado para un tratamiento psicoanalítico de las psicosis en lo que concierne a:

1) La importancia que en él reviste la palabra.;
2) La regla fundamental;
3) La especificidad de la transferencia;
4) La. posible ubicación del objeto en el paciente.
1) La importancia de la palabra en el tratamiento

Considerarnos que el descubrimiento esencial del psicoanálisis en este plano, reside en el hecho de que las psicosis pueden ser tratadas por medio de la palabra, es decir, que en su abordaje no tenemos por qué apartarnos un ápice de aquello que constituye el fundamento mismo de la práctica analítica.
Esta afirmación puede llegar a parecer obvia o demasiado general, pero creemos que nos acerca a un punto esencial que descubrimos en la clínica, esto es, que el psicótico habla —y habla duro.
Es conocida la comparación que desde largo tiempo rige entre los niños y los locos. Si bien la estructura del aparato psíquico no puede fundarla, la perspectiva fenoménica abunda en su favor.
Tomemos, por ejemplo, la consideración acerca de la verdad: se dice que tanto uno como otro se acercarían a ella más que el hombre "normal", o bien que dicen la verdad sin saberlo.
Por nuestra parte apuntaremos que el problema del loco es que está demasiado cerca de la verdad, hasta llegar a ser "absorbido" por ella y perder toda chance de contar un espacio propio; en el plano social, sólo le queda el de la marginación.
Si tomamos como referencia la afirmación lacaniana según la cual "La verdad habla", podremos situar la necesaria relación entre verdad y habla. Pero como sabemos, el hablar puede ser ejercido en el sentido del engaño, en tanto se puede hablar para decir mentiras. Así, para el psicoanálisis, no hay verdad sin mentira.
Una limita a la otra.
Podemos recordar aquí el sueño de la paciente de Freud, que le demostraba lo errado de su teoría de la interpretación de los sueños, argumentando que en su sueño no se realizaba deseo alguno.
La interpretación de Freud apuntó entonces, precisamente, a ese deseo de la paciente: el de que el sueño no fuera una realización de deseos.
Así, la vía que había tornado el sueño de decir la verdad era la del engaño y en este sentido, el inconsciente puede mentir; pero la única verdad que no puede ser suprimida por la mentira, ya que también ella depende de la palabra, "es que habla".
Esto no significa que todo cuanto dice el loco es verdad. A veces —gracias a Dios— no es el caso. Pero ocurre que, para él, la verdad es un todo, esto es, no la dice a medias corno nosotros podemos hacerlo -y por consiguiente recibe los efectos, en el plano personal y social, de lo que representa estar en contacto con esta verdad que es un todo.

2) La regla fundamental
Consideramos que el psicoanálisis puede aportar algo nuevo al tratamiento de las psicosis y esa novedad reside en que al paciente psicótico se le permita hablar, lo cual supone que haya una escucha. Ahora bien, el tipo de escucha que requieren las psicosis difiere de aquél que sostiene el tratamiento de las neurosis, cuyo eje es la regla fundamental: el paciente debe decir todo lo que se le va ocurriendo.
Algo diferente ocurre con las psicosis; la regla que regirá en ese campo el tratamiento psicoanalítico no remitirá a la asociación libre. La enunciamos así:

“Al paciente psicótico le decirnos que su palabra vale, que nos importa lo que él dice, y por sobre toda otra cosa, que esperamos que él se someta a este valor que le darnos a la palabra. A su vez, nosotros nos someteremos a esta misma regla."

Se puede apreciar que, desde el vamos, hay una diferencia fundamental entre una y otra regla. En efecto, en el caso del paciente neurótico, no la compartimos con él. Nuestra función es otra que la de asociar libremente: debemos sostener esa asociación a lo largo de todo el análisis, hasta su finalización. De modo que, si en uno y otro caso el trabajo del analista será el de sostener que el paciente hable, la enunciación de la regla no es la misma. Decimos "enunciación" para señalar que no se trata de aquello que se dice —plano del enunciado—, sino de la posición en la que queda ubicado el sujeto después de emitir su palabra. El psicoanálisis no se ocupa, en efecto, de las proposiciones que estudia la lógica, sino de aquello que, una vez emitido -el mensaje-, permite situar a quien lo enuncia. Alguien que no siempre es fácil de ubicar. Así, podríamos afirmar que estamos diciendo toda la verdad, y sin embargo engañar, como también enunciar que mentimos para ocultar la verdad que hay en juego. En todos los casos, el sujeto del que se ocupa el psicoanálisis, si bien tiene una relación intrínseca con la palabra, no se identifica con el enunciado de ella, al menos que este enunciado, a modo de fallido, diga la verdad.

3) La especificidad de la transferencia
Generalmente, en la medida en que un analista ocupa un lugar de prescindencia y sólo demanda que el paciente vuelva, se sitúa corno objeto causa del deseo de éste. El paciente aparece entonces en el análisis bajo los efectos de esa causa, que hace que el análisis funcione. De otro modo, ¿cómo hacer para que este sujeto, que goza de estar enfermo, pueda sustraerse a ese goce? El único medio es la transferencia.
El paciente psicótico, en cambio, no nos va a desear como objeto, incapacitado como está para situarse en el lugar del sujeto deseante. Por consiguiente, la ubicación del analista no será la misma, su lugar en la transferencia será otro.
Reportándonos a la regla fundamental que enunciáramos anteriormente, veremos que, en este caso, la transferencia buscará igualar a los sujetos en juego; esto supone que el analista tenga presente en todo momento que un vínculo de estas características existe en función de contribuir a la cura del paciente.
Se trata de un tipo de relación que podríamos designar con un término de tradición aristotélica: la amistad. Desde una perspectiva freudiana, la inscribiríamos en la línea de las pulsiones inhibidas en su fin.
Vamos a considerar la amistad a partir de la virtud, tal como lo hace Aristóteles en la "Ética a Nicómaco", donde define tres tipos, según esté basada en el placer, el interés o la virtud. Esta última se establece en función de la igualdad de los amigos en virtud: ambos quieren para el otro lo bueno —y lo mejor. Aristóteles sostiene que la amistad basada en la virtud comprende también las otras dos, ya que en ella se dan el interés mutuo y el placer de sostener dicha amistad. Tiene, además, la cualidad de ser permanente, si bien la virtud como tal no lo es.
También señala que es rara y requiere de tiempo y trato —no puede darse de un momento a otro. Asimismo, las muestras de afecto y confianza entre los amigos se fundan en una aceptación mutua; esa confianza no da lugar a las calumnias que puedan provenir de otros, pues el vínculo supone fidelidad.
¿Acaso no es esto lo que debemos lograr con un paciente, para que nos crea más a nosotros que a las calumnias que representan esas voces interiores, aun cuando tomen la forma de consejos? ¿No es este el tipo de vínculo que debemos lograr para hacer viable la operación contra ese discurso, cuerpo extraño dentro del psicótico que lo hace objeto de su goce y se abusa de él? Aristóteles agrega algo muy importante cuando hace la diferencia entre la amistad y el cariño. Este último, dice, también puede darse respecto de una cosa inanimada, en tanto la amistad, como vínculo recíproco, implica elección —y la elección deriva de una disposición, que él denomina de carácter.
Estamos, así, en lo más elaborado que podemos conseguir respecto de las psicosis: un vínculo en el cual emerja la confianza hacia nosotros, pero que la implicará también de nuestra parte. Consideramos que no habrá desarrollo de transferencia en las psicosis si no existe esta posibilidad de elección, precisamente porque un amigo —y un analista— la suponen: uno y otro resultan de ella.
Aristóteles agrega que este tipo de amistad hace crecer la justicia, pues los amigos se dan recíprocamente y el vínculo que los une tiene la misma extensión para ambos. Trayéndola a nuestro campo, diremos de esta dimensión de la amistad que el psicótico podría construir en una transferencia semejante, en la medida en que se logre, hace reinar la ley entre aquellos que la cultivan. Pese a todas las diferencias que venimos señalando, cada vez que reflexionamos sobre las características distintivas de un tratamiento y otro, según se trate de cuadros neuróticos o psicóticos, vuelve a surgir el fin común que ambos persiguen: habilitar la palabra del paciente, sostener la escucha analítica, apelar a la ley de prohibición del incesto, etc.
Ocurre que, si bien cuando se le da la ocasión de hablar el psicótico dice —y dice mucho—, una de las cosas que dice es que su palabra no lo representa. Quizá por esa razón lo sorprende que nosotros digamos que sí, que para nosotros sí lo representa. Pero esto no basta. Es necesario aún que, en determinados momentos, hagamos valer esa palabra que nos dijo fuera del análisis. Señalamos así la necesidad de que el analista, en alguna circunstancia, asuma la representación del sujeto en el Real social.
Nos encontramos aquí con una operación de naturaleza distinta, ya que esta representación de su palabra supone que tendremos que enunciar, de la manera que se nos ofrezca, lo que el sujeto no puede decir.

4) La posible ubicación del objeto en el paciente
Como ya lo mencionamos, buscaremos no colocar al paciente en el lugar de objeto. Sin embargo, él insistirá, por su parte, con esa posición, en la medida que allí está anclada su historia: precisamente, no ha podido dejar de ser un puro objeto para el Otro.
¿Cómo ponerle coto a su pedido? Creo que no basta con la relación que vayamos creando, a medida que hacemos que su palabra lo represente. También tendremos que ubicar, a partir de allí, algo que sitúe el estatuto del objeto para él, ese objeto de particular interés designable para todo ser humano, psicótico o no.
La poesía, la pintura, la música, la ciencia, la religión, cualquier actividad que implique un objeto, puede ser el lugar apropiado para dar cuenta de un objeto del sujeto, aquél capaz de sustraerlo del estatuto de objeto de las voces en el que está instalado. Así, Lacan nos muestra cómo Joyce, gracias a la escritura, no queda adherido por completo a su estructura psicótica. Podríamos evocar también a Kafka, quien encontró por esa vía un modo de hacer un poco más llevadera su torturada vida. En cuanto a Schreber, parece ser que las voces dejaban de torturarlo cuando tocaba el piano. En muchas pacientes mujeres hemos encontrado que una actividad como el tejido, o alguna otra similar que supone "anudar" algo, les permite un cierto avance.
Pero no debemos dejar de lado que el descubrimiento de esa actividad que puede operar como estabilizador, de freno al Otro absoluto, se produce a partir de la escucha analítica. Esta mediación de la escucha es imprescindible para regular esa actividad estabilizadora. Recuerdo un paciente que deliraba siempre con el que llamaba "factor F", el factor femenino según él, si bien en su delirio decía también que era el de la Física, disciplina que no había podido abordar porque su madre no lo había dejado consagrarse a esos estudios.
Nuestra intervención consistió en escuchar lo que este paciente nos decía. A partir de allí, nos relató más adelante que se había visto necesitado de ir a la Ciudad Universitaria, para recorrer las instalaciones. Hacía decenas de años que no había pisado la universidad, en obediencia a la prohibición materna, según la cual se iba a volver loco si estudiaba...
Estas intervenciones que residen en la escucha, integradas en un tratamiento, pueden abrir la vía para aquello que, perteneciendo a la esfera propia del sujeto, resulta desconectado de ella por el Goce del Otro.
Ahora bien, si en esta escucha consiste el novedoso descubrimiento del psicoanálisis en el campo de las psicosis, tendremos que dar cuenta de cuál es el espacio que le corresponde, algo que sólo podremos hacer situando la palabra, diferente según los casos.