El filósofo y profesor estadounidense, Noam Chomsky, pierde la capacidad de hablar y escribir a los 95 años, esto le obliga a ceder el trono de la palabra, en la que expuso la verdad sobre los sistemas globales algunos de sus dichos más famosos: - “No existe un país pobre. ¡Sólo existe un sistema fallido en la gestión de los recursos!”
viernes, 20 de junio de 2025
Frases geniales de Noam Chomsky
jueves, 12 de junio de 2025
¿A qué jugaban los niños en la época colonial?
martes, 3 de junio de 2025
Una breve historia de la reglamentación del consumo de sustancias
sábado, 19 de abril de 2025
El síntoma y la función del Nombre del Padre
Hace unos días mencionamos el desarrollo de Lacan en el que el Nombre del Padre adquiere la función de síntoma. No se trata aquí del síntoma clínico en el sentido tradicional, sino de su papel como aquello que suple la falta de saber.
Este planteamiento se inscribe en el contexto del campo del no-todo, donde el síntoma encuentra su única garantía en esa misma falta, generando una paradoja. Desde esta perspectiva, el síntoma define lo que es una mujer para quien se encuentra "estorbado por el falo", sin que la diferencia genital juegue un papel determinante.
Si el síntoma tiene la función de anudar allí donde se inscribe la no-relación, es decir, en el vacío que deja el nudo, su coherencia con el inconsciente es evidente. Desde la óptica freudiana, podríamos decir que el síntoma es la forma en que el sujeto anuda la prohibición del incesto, funcionando como agente de la castración a través del Nombre del Padre.
Es en un segundo tiempo cuando aparece el Padre del Nombre, donde la castración adquiere una lógica propia. Esta es la nominación simbólica, que funda tanto el lugar como la función del nombre propio. Como consecuencia, la estructura del anudamiento incorpora una orientación que hace posible la temporalidad y da inicio a la historia del sujeto.
jueves, 3 de abril de 2025
Modos clínicos de la repetición
La repetición no solo es un concepto fundamental del psicoanálisis, sino también una realidad clínica ineludible. Sin embargo, no se trata de un fenómeno homogéneo, sino que presenta dos dimensiones claramente diferenciadas.
Por un lado, encontramos la repetición ligada a la historia, lo que Lacan denomina retorno significante. En este nivel, la repetición opera como un entramado ficcional que estructura la historia del sujeto, sosteniendo sus creencias y organizando su discurso. Aquí, la repetición está vinculada a la verdad, pues reitera los significantes que han marcado la subjetividad.
Por otro lado, existe una repetición que encuentra su límite en lo real. Esta dimensión involucra el cuerpo y la satisfacción, o más precisamente, aquello que se contenta en el sujeto más allá de lo simbólico. Mientras la primera forma de repetición se inscribe en el discurso, esta segunda se asocia al funcionamiento del fantasma, donde la pulsión se fija. Se trata de una repetición que escapa al orden significante, es decir, no solo de lo imposible de pensar, sino también de lo imposible de escribir.
Desde esta perspectiva, la repetición no es solo una estructura simbólica, sino que implica un punto de dystichia (desencuentro, tropiezo), un tropiezo inevitable en la experiencia subjetiva. Es precisamente aquí donde interviene el deseo del analista, al enfrentarse con un analizante que busca una explicación desde los significantes de su historia.
Esta distinción no solo se aplica a la práctica clínica, sino también a la evolución misma del psicoanálisis. Se parte de un momento inicial marcado por cierto optimismo, con el deseo de la histérica como paradigma y su correlato en la impotencia del Padre. Luego, en un segundo momento, se confronta un tope en lo real que emerge en la repetición. Es en este punto donde Lacan sitúa un margen de libertad, paradójicamente vinculado al malogro que conlleva el desencuentro.
martes, 24 de diciembre de 2024
La temporalidad del inconsciente y la reescritura de la historia
La temporalidad del inconsciente se aparta por completo de cualquier lógica cronológica lineal, lo que lleva a Lacan a cuestionar la naturaleza misma del acto de recordar. En este sentido, la historia del sujeto no se limita a un pasado estático; más bien, el recuerdo adquiere una dimensión actualizada en la transferencia. Lacan introduce aquí el término “restitución”, que alude a la reactualización de los significantes de la historia subjetiva, ya que la historia misma es uno de los nombres del Otro.
Esta visión encuentra su raíz en las reflexiones de Freud, especialmente en “Construcciones en psicoanálisis” y “Análisis terminable e interminable”, donde interroga el modo en que se constituye la verdad histórica del sujeto. Esta problemática ya era evidente en el historial del Hombre de los Lobos, donde Freud observa que la verdad del análisis no puede depender exclusivamente del recuerdo.
El recuerdo, por lo tanto, no cubre la totalidad de la experiencia analítica. Cuando los recuerdos son insuficientes o parciales, lo decisivo se desplaza hacia la convicción subjetiva del sujeto, al modo en que queda implicado por lo que emerge. Es esa convicción, y no una objetividad histórica, la que otorga valor a los materiales significantes.
Desde esta perspectiva, el proceso psicoanalítico se orienta hacia la reconstrucción más que al mero acto de recordar. Como afirma Lacan: “Se trata menos de recordar que de reescribir la historia”. La historia, entonces, no se fija en el pasado, sino que se resignifica en el presente mediante la emergencia de una palabra verdadera en el análisis.
La palabra verdadera y la reescritura
La palabra verdadera, tal como la concibe Freud, no se define por su objetividad biográfica, sino por el contexto discursivo en el que surge. En esta línea, el sueño representa para Freud la vía regia de acceso al inconsciente, donde la verdad aparece reconfigurada por el significante.
El problema de la escritura
La idea de reescritura plantea una cuestión fundamental: si existe una reescritura, es porque hubo una escritura previa. Esa primera escritura, propia del Otro, puede pensarse como una simbolización inicial. El proceso analítico, entonces, no destruye la escritura original, sino que la reformula, permitiendo la emergencia de nuevos sentidos que transforman la posición del sujeto frente a su historia.
En definitiva, la historia del sujeto no es estática ni definitiva; se despliega en el campo del lenguaje y se reescribe constantemente en el proceso analítico, donde la temporalidad del inconsciente cobra su dimensión más auténtica: la de una actualización constante.
viernes, 3 de marzo de 2023
La clínica de los adolescentes y el horizonte de una época: principales eventos.
martes, 13 de diciembre de 2022
El hombre sin pasado no tiene futuro
jueves, 5 de mayo de 2022
¡Hable con ella! El chichisbeo y el cortejo español del siglo XVIII
Entrada anterior: Amor y sexo en la Edad Media
Por Lucas Vazquez Topssian
Un frecuente motivo de consulta en la clínica de parejas actual se relaciona con las dificultades en la comunicación entre los miembros de una pareja. Hoy en día consideramos normal y hasta deseable que una pareja hable, pero lo cierto es que esta conducta es históricamente reciente. Según se viene exponiendo, salvo unas pocas excepciones, históricamente hubo muy pocos temas de conversación en común entre un hombre y una mujer, que solían vivir en ámbitos separados.
En el siglo XVIII aparecen el chichisbeo en Italia y el cortejo en España. En el chichisbeo, el marido consentía que caballeros jóvenes y apuestos acompañaran a las damas de la alta sociedad a diversos espacios públicos como fiestas, actos sociales, estrenos teatrales y óperas. El cicisbei le hacía compañía, escuchaba las confidencias y, sobre todo, atendía a su señora en aquello que ésta requiriera. Jamás debía hacer demostraciones públicas de afecto y en los actos, estos hombres se sentaban por detrás de la mujer.
Las mujeres de clases altas, de esta manera, tenían un marido y por otro lado un cortejante. Con el cortejante salían, hablaban, pero con el esposo no. A su vez, el marido podía ser cortejante de otra mujer. Al comienzo, esta institución fue muy resistida, pero un interés económico la volvió muy conveniente: la industria del calzado, la ropa de mujeres prosperó muchísimo. La ópera y otros entretenimientos fueron espacios muy favorecidos por este fenómeno. Estas mujeres, criadas en su casa, tenían profesores para que aprendieran a mantener una charla.
Estas instituciones, no obstante, vieron su final a fines del siglo, cuando la pretendida distancia entre las damas y sus cortejantes se volvió demasiado estrecha.
El amor romántico
Mientras que en siglo XVIII la ilustración transcurría a las luces del conocimiento y la razón, con notables filósofos como Kant, David Hume, Adam Smith, el final de ese siglo y el comienzo del siglo XIX, trae al romanticismo, que le da especial importancia a los sentimientos. Mientras el yo del siglo XVIII estaba subyugado a la universalidad de la razón, la fantasía y los sentimientos le dan una nueva autonomía. En ese sentido el romanticismo también es una reacción al racionalismo de Descartes. El movimiento se extendió por toda Europa y enalteció valores como lo diferente, la originalidad, lo inacabado, lo subjetivo, la libertad individual.
Entre todas las producciones del romanticismo, aparece la idea de amor romántico. La idea del amor libre en contra de las reglas del matrimonio (sobre todo el matrimonio arreglado) es romántica. El amor romántico idealiza al amor, que está por encima de todos los demás sentimientos y del deseo sexual. Se trata de un amor para toda la vida, exclusivo, incondicional, sacrificial, de súbito inicio, complementario, simbiótico y totalizante. Es una concepción que nos recuerda al mito de los andróginos partidos a la mitad por Zeus, que Platón relata en El Banquete, donde el ser humano actual, “no es más que una mitad de ser humano, que ha sido separada de su todo como se divide una hoja en dos”.
En la literatura romántica, que es basta en su producción, lo imposible se juega por fuera de la relación y no en el entre dos. La relación se transforma en imposible, ya sea por una enfermedad, la diferencia de clase o cualquier otra circunstancia externa que impide la anhelada unión. Nunca se trata de que algo sea imposible en la pareja. Las heroínas literarias como Julieta, Melibea, la Dama de las Camelias, entre muchas otras protagonizan estas historias tremendamente sufrientes.
Conclusiones
El recorrido realizado muestra, al menos de manera parcial, las distintas coloraturas del narcisismo, el sexo y el amor a través de distintas épocas, de manera que los significantes epocales fueron definiendo determinados modos de relacionarse con el semejante. Algunos han quedado en el recuerdo de la historia; otros, perduran hasta el día de hoy.
Queda pendiente un análisis del amor en la época actual, la del post-capitalismo. Con las transformaciones del mercado capitalista se ha modificado el equilibrio de fuerzas entre hombres y mujeres y este hecho merece un desarrollo más profundo. Brevemente, se puede decir que el discurso capitalista forcluye los temas del amor y decreta que todo es posible, que todo se puede conseguir y tener. El sujeto, para el discurso capitalista, es considerado un objeto a consumir y a consumirse. Hay un empuje al goce absoluto y a la consumición de objetos. Lacan anticipó esto en El reverso del psicoanálisis, indicando que el mundo se estaba transformando en un mundo de letosas y gadgets. Nos encontramos con una falta de deseo sexual en parejas jóvenes, un afán de tenencia material, apresuramientos que no permiten llegar a un acto verdadero, donde el sujeto (como efecto) se pierde es pos de un consumo, muchas veces, pobremente limitado.
Lacan dijo que el psicoanalista que no podía leer los significantes epocales pierde su rumbo. Todo este trabajo ha sido un intento de puntuar los significantes epocales que se toman como naturales. ¿Qué sería lo esencial del amor para el analista? Que estos agregados ideológicos estuvieran en suspenso. Con Lacan podemos decir que el amor, en su forma mínima, se trata de una demanda presencia pero también la ausencia. Hay una reflexión de la filósofa María Zambrano, que fue la primera mujer que recibió el premio Cervantes en 1988. En el discurso de agradecimiento, ella dice que Cervantes:
Encontró así la identidad de la persona amada. Y aquella mujer, Aldonza, tenía más realidad que ninguna de las que había visto y entrevisto; era arisca, irreductible, exenta; nunca se ausentaba; diríase que estaba privada de algo tan común a todos los seres y cosas como la ausencia.
Por eso necesitó inventar a Dulcinea, inventar la posibilidad de la ausencia.
Cervantes conoció, pues, la inexistencia del amor: la inexistencia del amor en forma de mujer inexistente. No podía ser suya ni de nadie; sólo tenía que aparecer, que mostrarse, que ser llevada a la inexistencia del arte, lugar donde se es revelado sin ser poseído, en un remedo humano de la comunión.
Bibliografía:
Davidson, James (2009) “The Greeks and Greek Love: A Bold New Exploration of the Ancient World”. Ed. Hardcover – Deckle Edge
Platón, “El Banquete”
Aristófanes (1999) “Las Tesmoforias. Introducción, traducción y notas de Luis M. Macía Aparicio.” Ed. Ediciones clásicas
Borges, Jorge Luis (1990) “Borges Oral” Ed. Alianza
Di Pietro, Alfredo (2005) “Derecho Privado Romano” (2° Edición) Ed. Depalma
Griffin, Susana (2007) “Las Cortesanas” Ed. Byblos
Verdú, Rafael (2021) Artículo: “Jarchas mozárabes, los incómodos versos románticos que cuestionan el origen del castellano desde Córdoba”, publicado en ABCcórdoba
Kamen, Henry (2011) “La Inquisición Española. Una revisión histórica” (3ª edición).)
Bosch Carrera, María Dolores (1991). “Chichisbeo y cortejo, los antecedentes neoclásicos de una moda romántica”.
Pilar Sanpedro (2005) “El mito del amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja”
Archivo RTVe (2014) “Discurso María Zambrano, Premio Cervantes 1988” disponible en https://www.rtve.es/rtve/20141021/discurso-maria-zambrano-premio-cervantes-1988/1033544.shtml
Freud, Sigmund (1912) Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor, II)
Freud, Sigmund (1914) “Introducción al narcisismo”
miércoles, 4 de mayo de 2022
Amor y sexo en la Edad Media
Entrada anterior: Las relaciones amorosas en la antigua Roma
Por Lucas Vazquez Topssian
En la Europa del siglo IV se venía dando un hecho político, social, económico, lingüístico, religioso muy importante que culminó en el S. V, que fue la caída de Roma. No podemos acercarnos a filósofos como San Agustín sin tener en cuenta el contexto de la caída del imperio romano, que ya había dado muestras de su debilidad. En el siglo IV Constantino se convierte al cristianismo impulsado por su madre y en la época posterior, con Teodosio, se decretó que la religión oficial del imperio fuera el cristianismo, ideología que mantuvo unida a la edad media.
El principio que nace a partir del cristianismo al decir “Todos somos iguales ante los ojos de Dios”, trae consecuencias sociales. Por empezar, la esclavitud comenzará a estar mal vista y progresivamente abolida, en contraposición con posturas como la de Aristóteles, que decía que el esclavo lo era por naturaleza y era concebido como un animal que habla. El lugar del hombre medieval también es diferente al de la antigüedad o al de la modernidad. Que Dios se encuentre en el fundamento, reordena al kosmos, poniendo al hombre por debajo de Dios habitando el mundo, pero por encima de la naturaleza. En esta lógica, no hay ninguna duda que Dios es el amo del hombre y el hombre es el amo de la naturaleza. La naturaleza sirve al hombre y el hombre sirve a Dios.
Durante la Edad Media se desarrollará una serie de de regulaciones jurídicas respecto al matrimonio, dando lugar a lo que hoy en día llamamos “derecho matrimonial”, obra que desde un principio se halló en el Derecho canónico. Toda esta legislación canónica, basada en los textos evangélicos y neotestamentarios, pasará a ser parte de la doctrina cristiana.
Otra de las novedades medievales es la idea del matrimonio indisoluble, en su concepto de sacramento. El concubinato pasa a ser condenado. San Agustín dijo “Audilia, amados míos, que son competentes, les digo: No cometan fornicación, puede, porque les basta con sus esposas; y si no tenéis esposas, que fueran concubinas, no tengáis, sin embargo, trato con vosotros”. Entre las numerosas obras de San Agustín, encontramos La bondad del matrimonio y El matrimonio y la concupiscencia. Allí él se refiere a temas como la indisolubilidad del matrimonio, la infidelidad, la virginidad, y la concupiscencia, entre otros temas.
A partir de la Reforma Protestante, el matrimonio se irá lentamente laicizando, en la medida en que los Estados avanzaron sostenidamente, creando una legislación que reguló prácticamente todos los aspectos personales y patrimoniales de la vida matrimonial. Esto está arraigado a tal punto que la sociedad actual argentina festejó la Ley de divorcio vincular de 1987 o la Ley de matrimonio igualitario del 2010, pero no suelen haber planteos de por qué, en primera instancia, las relaciones entre las personas tienen que tener una regulación estatal.
La consecuencia de esta institucionalización de la vida amorosa tuvo sus consecuencias. Durante varios siglos, en las culturas europeas se creyó no solamente que la mujer debía llegar al matrimonio, sino que debía hacerlo bajo ciertas condiciones: ser casta; en caso de no serlo, ser lo suficientemente discreta para proteger su reputación. Por supuesto, esta exigencia era menos importante para las clases trabajadoras que para la aristocracia.
En cuanto al amor, el orden cristiano tuvo efectos en la poesía también: aparece la figura del enamorado esclavo del amor. A la amada se le canta como si fuera Dios que duró hasta el siglo XV y XVI. Entre finales del siglo XI y principios del XII aparece un fenómeno literario curioso: las jarchas mozárabes. Según Paulo Azzone, las jarchas reflejan el mundo de la Andalucía en tiempos islámicos, cuando las tres lenguas, culturas y religiones se compenetraban. Las jarchas son la forma más antigua de la poesía romántica que se conoce. Plantean siempre el sufrimiento por la ausencia del habib (amado) desde la voz de una mujer y están escritas en un castellano arcaico. Por ejemplo, «¡Tant' amare, habib, / tant amare! / Enfermeron olios nidios, /e dolen tan male» («¡Tanto amar, tanto amar, amado, tanto amar! Enfermaron [mis] ojos brillantes y duelen tanto»).
En el siglo XIV, en el Renacimiento de fines de la Edad Media, aparece el concepto de cortesana, como evolución feminizada de la palabra cortigiano (palaciego), continuando el legado de las antiguas hetarias que ya estaban presentes en Grecia y en Roma. Por ejemplo, la Afrodita de Cnido de Praxíteles fue inspirada en la hetaria Friné, su amante.
Las cortesanas eran de las pocas mujeres que podían compartir espacios con nobles, intelectuales y artistas. A pesar de que ellas eran mantenidas y exhibidas, a medida que su popularidad crecía también lo hacía su independencia económica. Pese a que actualmente las grandes cortesanas ya no existen, aún conservamos sus virtudes en lo que hoy son las celebridades: la belleza, la gracia, la fascinación, entre otras. Según Griffin, esta independencia fue lo que sirvió de modelo para que la visión feminista tomara la idea de que la paridad económica era posible. Según Simone de Beauvoir, las cortesanas crearon para sí mismas “una situación casi equivalente a la del hombre [...] libre en su comportamiento y conversación”, alcanzando “la más rara libertad intelectual”.
La figura de las cortesanas es muy notable, pero este colectivo era una excepción al lugar que ocuparon las mujeres durante siglos. Una mujer podía tener riquezas, pero casi nunca le pertenecían. Era raro que una mujer fuera económicamente independiente y en consecuencia, estaban controladas por aquellos que controlaban el dinero. Incluso entre las mujeres de clase alta, la educación era incompleta. Éstas últimas sabían bordar, cantar, tocar el piano o bailar, pero eran ajenas a la historia, a la literatura o a la política, temas reservados para los hombres de la familia. Para estas mujeres, los destinos eran muy pocos: ser institutriz, ingresar en un convento o prepararse para tener un marido.
Por supuesto, a través de los siglos de la historia europea, la gran mayoría de las mujeres tuvo que trabajar. Las familias campesinas dependían tanto del trabajo de las mujeres como el de los niños para ganarse la vida. Sus trabajos eran más bien domésticos, como lavar ropa, la costura, el tejido o el empleo en casas. La industria de la confección dio lugar a las grisettes (palabra que derivaba del uniforme gris que usaban) y que hasta el siglo XX también tuvo la acepción de “mujer fácil”.
El siglo XV, último siglo de la Edad Media occidental, es también el inicio de una era de represión (la caza de brujas por parte de la Inquisición). En 1478, en lo que fue la Inquisición Española, fueron muy numerosos los procesos iniciados por bigamia, algo frecuente en una sociedad en la que no existía el divorcio. En el caso de los hombres, la pena solía ser de cinco años de galeras y era un delito frecuente entre las mujeres. Los tribunales civiles también condenaron a la homosexualidad y otros delitos sexuales considerados por el derecho canónico como contra naturam, donde se incluía el bestialismo y el coito anal. Entre los delitos de bigamia o de brujería, nuevamente, las mujeres fueron confinadas hacia el interior de sus casas.
martes, 3 de mayo de 2022
Las relaciones amorosas en la antigua Roma
Entrada anterior: El sexo y amor en la antigua Grecia.
Por Lucas Vazquez Topssian
Cuando los romanos invadieron Grecia en el siglo II a.C., el amor heterosexual estaba establecido. Los romanos absorbieron la cultura griega prácticamente en su totalidad: los banquetes intelectuales solo para hombres, la educación del gimnasio para sus hijos, el arte y la arquitectura. No obstante, se remitieron a Roma un nuevo ideal de amor heterosexual romántico y las mujeres dejaron de ser reclusas concebidas para procrear, lo que para los hombres abrió a la posibilidad de conquistar a las ciudadanas romanas.
En contraste con el miedo a la sexualidad femenina de los atenienses, los romanos tenían manuales de sexualidad femenina donde el hombre debía buscar el orgasmo femenino. En El arte de amar, Ovidio da indicaciones sobre este punto. Con los romanos, se comienza a imponer la novedosa idea de que las parejas pueden formarse en base al amor y al compañerismo, más que en el sentido de propiedad. Y esto no será sin problemas.
El matrimonio romano era muy diferente al del derecho moderno, pues este último fue inspirado en motivos cristianos. Por empezar, para los romanos el matrimonio no era una relación jurídica, sino un hecho (res facti), aunque efectivamente podía producir consecuencias jurídicas, por ejemplo, la obligación de devolver la dote de un matrimonio no realizado. Todo lo relacionado con la celebración estaba regulado por las costumbres (mores) y no por el ius. Jurídicamente, bastaba con el consentimiento probado por amigos o vecinos.
Modestino definía al matrimonio como la unión (coniunctio) del macho y la hembra y consorcio (consortium) de toda la vida, comunicación del derecho divino y humano. Lo interesante es que el coniunctio aparece vinculado al iugum, al yugo, un aparato que une a los bueyes y los liga para la labor agrícola. Consortium viene de sors (suerte), que era una tablilla de madera presentadas a los oráculos. Justiniano le dio al matrimonio una definición más espiritual: matrimonio es la unión del varón (vir) y la mujer (mulier) que contiene la costumbre indivisa de la vida.
El matrimonio romano fue siempre monogámico. Sócrates habla de una extraña ley atribuida a Valentiniano, en donde este emperador deseaba casarse con la bella Justina y donde admiraba la poligamia. Esta mención es una excepción a lo que sucedía, pues en Roma el matrimonio tenía un carácter monogámico. Los casos de bigamia se interpretaban como que el matrimonio posterior anulaba al anterior y la misma no fue considerada un delito sino hasta avanzada la época posclásica. Hasta entonces, siendo el matrimonio una res facti, simplemente se consideraba que quien se volvía a casar era porque el primer afecto marital (maritalis affectio) había terminado. No obstante, si un hombre tenía dos uxores al mismo tiempo y creaba incerteza social, por el Edicto del Pretor podía ser considerado infame.
Para casarse, la mujer debía ser núbil, es decir, tener doce años de edad; el varón debía tener al menos catorce años. No todos tenían derecho a contraer matrimonio legítimo (conubium). A los latinos y a los peregrinos, les tenía que ser concedido. No se le permitió a los esclavos, a los bárbaros, a ciertos condenados, a los enfermos mentales (furiousus ó furiosa) ni a los castrados. Los castrados eran los que no podían engendrar natural ó fácilmente, o los castrados artificialmente.
En Roma, se solía comprometer a las hijas a un futuro casamiento, de la mano del pater de la mujer con el joven que se quisiera casar con ella. No obstante, el consentimiento era libre.
Los detalles del rito nupcial son muy interesantes, pues muchos siguen permaneciendo hasta el día de hoy. En la víspera, la novia preparaba su túnica blanca, que debía llegar hasta los pies, atada con el nudo de Hércules. Su cara era recubierta por un velo anaranjado (flameum nuptiale). La novia, rodeada de los suyos, esperaba al prometido, que acudía con sus familiares y amigos. El pater de la novia ofrecía un sacrificio y una matrona (pronuba) juntaba las manos derechas de los contrayentes, oficiando como madrina. Le sigue un banquete. En cierto momento, todos comienzan a levantarse de sus triclinios y la novia se refugia púdicamente en los brazos de su madre o de la pronuba. El novio procede a arrancarla del seno materno y se organiza el cortejo nupcial, que se dirige a la casa del novio.
Los efectos personales del matrimonio dependían de si estaba acompañado por la manus o no. Un matrimonio cum manus ubicaba jurídicamente a la esposa en el mismo lugar que una hija, donde sus hijos serán sus hermanos. Si el marido también era alieni iuris, la mujer pasaba a ser nieta del pater de éste.
En la época clásica el matrimonio era sin manu, de manera que la mujer aún casada seguía estando bajo la patria potestad de su pater. El marido jamás es un tutor legítimo de su propia mujer, en caso de faltar el pater, éste le designaba un tutor.
En cuanto a la infidelidad, en Roma había un trato desigual. Ésta era reprimida en el caso de la mujer, pero no del marido. Durante la República, el marido podía dar muerte a la mujer sorprendida en adulterio, pero no a la inversa. Constantino pronunció la pena de muerte contra la mujer adúltera y Justiniano, en cambio, la hacía azotar y la enviaba a un monasterio, excepto que el marido la perdonara. Si la mujer abandonaba el hogar, el pretor le entregaba los interdictos para obligarla a volver.
El matrimonio romano también podía disolverse por diversos motivos: por la muerte de uno de los cónyuges, por cautividad de uno de los cónyuges en poder del enemigo, por destierro o por impedimento sobreviniente, como ser el caso de que el Pater de uno adopatara a su yerno, de manera que la pareja pasaran a ser hermanos agnados. Las uniones con familiares en primer y segundo grado estaban prohibidas.
El matrimonio también podía disolverse por divorcio, que simplemente ocurría cuando cesaba la affectio maritalis, ya que como se expuso, el matrimonio era una res facti. De manera que el divorcio se producía por la voluntad de uno (repudium) ó de ambos (divortium).
El concubinato en Roma y su comparación con el chino
El concubinato es una comunidad de vida sexual duradera entre un hombre y una mujer, pero que es distinta al matrimonio. Es decir, es distinto a una mera relación sexual transitoria. Tampoco se engloba en las uniones de pareja que conocemos hoy.
Si el concubinato actualmente nos parece algo tan ajeno y lejano, es porque los emperadores cristianos tuvieron que referirse a él, ante la desaprobación de la Iglesia. En el año 336, Constantino negó a los concubinos la posibilidad de la sucesión patrimonial, aunque les dio la posibilidad de legitimar sus hijos mediante el matrimonio. El cristianismo instauró la idea de que el concubinato era una unión inferior a las nupcias.
Para Ulpiano, la única diferencia entre el concubinato y el matrimonio era la dignitas de la mujer. En Roma no existía un tratamiento jurídico del concubinato; como el caso del matrimonio, estaba regulado por las costumbres. Un senador, por ejemplo, podía unirse con mujeres de baja condición social por concubinato, ante la prohibición de matrimonio. En Roma, un hombre sólo podía tener una concubina; al casado se le prohibía tal unión.
Fue a partir de que San Agustín sostuviera que no era lícito para un hombre tener concubinas, que finalmente esta práctica fue prohibida (la pena era la excomunión) en la 8° reunión del concilio de Trento, a mediados del 1500.
Sin embargo, en otros lugares fuera de Europa, la situación tomó cauces diferentes. Tomemos, como ejemplo intencionado, el caso del concubinato de la República Popular China, donde el concubinato podía convivir simultáneamente con el matrimonio. Se trata de una institución milenaria, prohibida en la actualidad, aunque desde 1970 volvió a resurgir con fuerza entre empresarios y personas millonarias.
A la luz de los debates sociales actuales sobre fenómenos como el llamado poliamor o parejas abiertas, nos interesa este análisis, pues el tema dista de ser algo novedoso. La concubina china (kuei mei), nuevamente, no es prostituta ni una "dama de compañía" y en esta costumbre, si un hombre abandona a su esposa para irse con una concubina, se lo culpa de bigamia. El concubinato es una institución específica. Nos dice Richard Wilhelm, sobre las concubinas:
En China la monogamia es una regla. Cada hombre tiene solamente una esposa oficial. Esta unión, que concierne menos a los dos contrayentes que a la institución familiar, es contraída siguiendo una estricta observación de las formas. Sin embargo, el hombre está autorizado a escuchar las tiernas inclinaciones personales, y es el más gracioso deber de una buena esposa de prestarle ayuda en estas ocasiones. La relación que se establece así se ornamenta de belleza y de claridad. La joven muchacha que, elegida por el hombre, entra en una familia se somete modestamente a la dueña de casa como una hermana menor. Se trata, bien entendido, de cuestiones delicadas y espinosas, que necesitan de mucho tacto de una parte y otra. Sin embargo, si las circunstancias son favorables, una solución se aporta así a un problema que la civilización europea no pudo resolver.
El problema que la civilización europea no pudo resolver es qué hacer con las tiernas inclinaciones personales de los hombres, de las que hoy sabemos que también existen en las mujeres. En la clínica, se sabe sobre los fenómenos que leemos en "La degradación de la vida erótica" de Freud: en un hombre con una conducta amorosa "plenamente normal", puede dejar de confluir la corriente tierna y sensual de la libido. haciéndolo amar allí donde no desea y deseando a quien no ama. Continúa Wilhelm:
Es sobreentendido que en la China una mujer puede no corresponder completamente al ideal, como en consonancia, el común de las parejas europeas no corresponde con el ideal europeo de matrimonio.
Es decir, al no pretender ser la única, la mujer china no se ve compelida por el ideal de tener que complacer totalmente al marido. Esto es contrario a las posiciones que sostienen la complementariedad en el amor, como en el amor romántico. Entonces, ¿el concubinato resuelve así sin más la no complementariedad en una pareja? No, el arreglo del concubinato no garantiza que no aparezcan cuestiones delicadas ni espinosas. Sobre esto, se agrega:
Una muchacha a quien llevan a una familia, sin que sea la esposa principal debe conducirse con mucha circunspección y reserva. No debe decidir de suplantar a la dueña de casa porque ello significaría el desorden y la situación devendría insostenible.
Es decir, está previamente delimitado el lugar de cada una, que es diferente. No se trata de múltiples esposas con un mismo status. La bigamia en China se daba en casos excepcionales, como la presunción de muerte de un hombre en una guerra, que en realidad estaba vivo y que terminaba casándose con otra mujer. En el caso del concubinato, el sistema funciona si la concubina respeta su lugar, que es distinto que el de la esposa. En esta institución, se trataba de mujeres que no lograban encontrar marido y que podían encontrar refugio aceptando el rol de concubinas.
Los príncipes de la antigüedad instituían un orden de presencia muy estricto entre las damas del palacio que estaban subordinadas a la reina como las hermanas más jóvenes a la mayor. Además, ellas pertenecían frecuentemente a la familia de la reina que las presentaba ella misma a su esposo.
El sentido es que una muchacha joven que, de acuerdo con la esposa principal, hace su entrada en una familia, no fichará la igualdad de rango con la dueña de casa, sino que se eclipsará modestamente ante ella. Sin embargo, si ella comprende la manera como ella debe adaptarse al conjunto de la situación, ella recibirá un lugar del cual ella estará completamente satisfecha y se refugiará en el amor del esposo a quien ella de hijos.
Es decir, el concubinato dista mucho de hacer lo que cada uno quiere en los términos de pareja e implica una cesión de cada parte implicada. Y aunque los lugares estén bien delimitados, tampoco los problemas tardan en aparecer.