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miércoles, 23 de abril de 2025

Haciendo con lo imposible

 El psicoanálisis, tras abordar durante décadas las dificultades del ser hablante con la sexualidad, resumió sus hallazgos en la proposición “no hay relación sexual”. Siempre se supo que eso nunca anda del todo bien, ahora lo formulamos diciendo que la relación sexual es imposible, tan imposible como no mentir, no creer y no morir. El entendimiento de este imposible permite no confundirlo con impotencia. Sin desarrollar ahora el punto, se trata de una imposibilidad de carácter lógico discursivo, de sumisión a una coerción lógica en un campo de significantes.

Habrá que considerar que la proposición “no hay relación sexual” afirma un absoluto, pero uno que no implica padecer de todo, siempre y sin límites. La imposibilidad lógica de la relación sexual no es todo lo que importa entender, si lo fuera sería tan insoportable como un dolor extremo que no cesa y del cual, como sabemos, no puede durar más que un tiempo acotado. Sólo en la imaginería del infierno los dolores pueden ser eternos e ilimitados.

Para arreglarse con lo imposible están los síntomas, las inhibiciones, las genialidades, la estupidez, las perversiones y el crimen, también el amor cortés, las leyes y la arbitrariedad, el machismo y el feminismo como salidas maníacas de la impotencia, y sigue la lista, tan heteróclita como la clasificación de los animales en esa enciclopedia china que refiere Borges en “El idioma analítico de John Wilkins" . Ningún remedio es suficiente y, cuando falla del todo, se inventa otro.

sábado, 20 de agosto de 2022

Horror al acto

La expresión “horror al acto” se utiliza para referir un aspecto de la relación fantasmática del psicoanalista con su práctica. Se asocia al resquemor ante la posibilidad de incidir más de lo deseable sobre la vida del paciente contribuyendo a su alienación o haciéndole más difícil salir de ella.

Este escrúpulo suele vincularse a la idea de que la interpretación alimenta al síntoma con significaciones, cuando la práctica del análisis debería contribuir a alivianarlo de ellas. Puede derivarse de allí un énfasis en intervenciones de corte en el discurso en detrimento de la interpretación, inclinando a la vez a acortar la duración de las sesiones. En forma correlativa disminuye el trabajo dedicado al entendimiento de la historia del paciente, que se observa especialmente en la extendida inclinación a abandonar la construcción.

El horror al acto puede combinarse con una excesiva valoración de intervenciones genéricamente referidas con el término “acto”, tendientes a producir cortes (interrupciones o suspensiones) en las inercias de la dialéctica discursiva. Se piensa que de este modo se evita que el psicoanálisis se confunda con prácticas como las de los chamanes. Ciertamente, la piedra angular de la eficacia analítica no reside en la incidencia de significaciones articuladas, como sucede en las prácticas chamánicas descritas por Lévi-Strauss, sino en algo cuya clave central la ofrece el significante cualquiera de la transferencia (Sq), que se presenta desarticulado porque su articulación es inconsciente.

Precisamente, la cura psicoanalítica se diferencia de la sugestión en que se parte de la percatación de que el poder de las palabras del analista es limitado por el inconsciente mismo, y de que su alcance depende de que éste, el inconsciente, se reabra tras cerrarse. Para esto resulta necesario el análisis de la transferencia, que no consiste en llevar las asociaciones hacía “ideas” sobre el analista sino hacia lo reprimido, por eso transferido.

El horror al acto, expresando horror a lo inconsciente, puede acompañar la convicción de que se han pronunciado palabras que conmovieron en el paciente el núcleo de su ser, "kern unseres wessen", cuando quizás sólo afectaron alguna consistencia de su yo.

Fuente: Courel, Raul "Horror al acto".

martes, 23 de noviembre de 2021

La pregunta por el padre del nombre y la filiación

Es frecuente que en algún momento el analizante se pregunte acerca de quién eligió y quién le puso el nombre de pila, el que carga de buena o de mala gana. De la pregunta por el padre del nombre se puede ir a la pregunta por la filiación, es decir: por la persona de la que se cree proceder. La respuesta a esta última requiere recurrir al apellido (en francés: le nom du père), que denomina el concepto psicoanalítico en esta materia. Se responde con el apellido, hasta desembocar en la cuestión del padre del nombre.

La pregunta que se presenta es qué será en el futuro del apellido, el que se agrega al nombre de pila para identificar esa procedencia, sea del padre, de la madre, del tío o de quién hizo la crianza. No alcanza del todo el nombre del pueblo o el del clan de origen. En otros contextos, en la cultura quechua, el nombre “Amaru”, por ejemplo, que no es vacío de sentido porque significa “culebra de gran tamaño”, podía no necesitar el agregado de un apellido para identificar con precisión a alguien, hoy no es el caso. No alcanza el nombre “Atahualpa”, que significa “ave de la fortuna”; su uso es tan extendido que requiere de alguna otra palabra para evitar confusiones. Tampoco son suficientes sintagmas descriptivos, poéticos u otros, como el agregado al nombre de la protagonista de un libro de Lucy M. Montgomery, que disfrutaba mi hija, titulado “Anne la de Tejados Verdes”. Las cuestiones de la filiación no dejan ahí de incidir en la historia, aun de manera tácita.

A veces sucede que el apellido, que refiere filiación, sea reemplazado por elección ya sea por otro o por algún complemento cargado de significaciones de otro costal. La función que el cambio tendrá en cada caso queda por verse.

Cabe notar también que en el marco de la revuelta contra el autoritarismo patriarcal la cuestión de la filiación se mantiene intocada, nadie propone eliminar el apellido o reemplazarlo por un número. En la práctica analítica la distinción entre padre biológico y padre reconocido por la ley positiva rara vez no es materia de trabajo, siempre sobre el trasfondo, advertido por Freud, de la caída de la fantasía de descender de padres todopoderosos.

La pregunta acerca de qué será en el futuro de la función que cumple el apellido va más allá de las referidas al patriarcado y a algunas otras.

domingo, 4 de julio de 2021

El equívoco entre significante y letra

Una desagregación del título del clásico escrito de 1953 puede formularse así: “Función del habla, la escritura, la escucha y la lectura y campo del lenguaje en psicoanálisis”.

La distinción lingüística entre habla y lenguaje fue profundizada por el psicoanálisis, primero por Freud, después por Lacan y por sus continuadores. La distinción y relación entre el significante y la letra (cf. La instancia de la letra…), entre el habla y la escritura (cf. Lituraterre) y la topologización nodal del lenguaje (cf. L’étourdit y últimos seminarios), son hitos claves. Sucede que en la experiencia psicoanalítica es crucial advertir que el significante sólo puede ser escuchado, no puede ser leído sino como letra.

La letra, en efecto, es lo que se lee, no lo que se escucha. Lacan se ocupó de subrayar que lo que se escucha es el significante. Que la letra no se escucha tiene implicaciones, supone que no tiene necesidad de estar ajustada a la índole lineal, de palabras sucesivas, no simultáneas, del habla. Esta posibilidad de la letra de admitir en su índole la simultaneidad, la no diacronía, lo que no puede ser escuchado, invita a estudiar consecuencias del equívoco que consiste en tomar la letra como si fuera un significante.

Entre los problemas que se derivan de ello está que se tomen las letras de los textos escritos por Lacan, por Freud o por cualquiera como “sus” significantes, es decir: “de” Lacan, “de” Freud o “de” tal otro. En efecto, si bien las letras escritas por ellos permanecen iguales a sí mismas, sus nacimientos como significantes, siempre singulares, imposibilitado cada uno de ellos de significarse a sí mismo, quedan perdidos e inaccesibles en el pasado, en el discurso concreto actual operan como significantes del lector. El equívoco que aquí se produce incide en que el estudio de la obra de Lacan, de Freud o de otros se deslice hacia exégesis varias de las letras sostenidas por sacerdotes que encuentran en ellas claves para dirigir, por encima o desde el margen, los trabajos interpretativos en las prácticas.

Cuando la letra visible del Otro es tomada como voz se hace superyó. Sin análisis de ello (sin su lectura) el sujeto, fijado en posición de ser hablado por otro (Otro), enloquece (cf. Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”). Esto debido a que de inicio el sujeto, en posición de demanda y de deseante del Otro, está predispuesto a ser hablado por él. Por eso el psicoanálisis, desde su fundación, es congruente con la proposición siguiente: “en el corazón de la dialéctica del ser está el desconocimiento esencial de la locura” (Lacan, ídem.).

La locura es una posibilidad siempre abierta en la esencia del hombre, que concierne al riesgo de sucumbir “al atractivo de las identificaciones” (ídem.). Es preciso contemplar esta posibilidad en la distribución del lazo social en dos lados, por ejemplo: entre amo y esclavo. En la consideración de Hegel ambos lo son recíprocamente, uno respecto al otro, pero lo son, destaquemos, en tanto uno habla y el Otro escucha: amo es quien habla, esclavo es quien escucha. Si se tiene en cuenta la reflexión psicoanalítica no hay otra definición acabada de la reciprocidad entre estos dos términos (cf. S10, clase 2). El concepto es congruente con que en la masa o grupo el líder es tal encarnando al objeto como voz y mirada.

Respecto a la voz, el líder gobierna las voluntades en la dirección que da a sus palabras, asentándose en la fascinación de la voz/mirada, coherente con la avidez del sujeto por la voz/palabra del otro/Otro. Aquí se encuentra la razón primera de la función del locutor, una de las claves del ordenamiento discursivo global en nuestro tiempo, desde ya no sólo en él.

martes, 1 de junio de 2021

La importancia de la transferencia

Haber advertido que la salida de los padecimientos anímicos que Freud denominaba neurosis implicaba operaciones discursivas en transferencia resume el salto que da el psicoanálisis en el hacer de los hombres con los hombres. En efecto, el tratamiento analítico requiere, sine qua non, el entendimiento de la transferencia, que es la vía insoslayable para lo que llamamos atravesamiento del fantasma. No son dos procesos paralelos entre los cuales uno da cuenta del otro sino dos dimensiones que integran una misma materia.

La transferencia no se reduce fenomenológicamente al cerrado de la boca. Cuando el analizante se topa con la llamada “presencia del analista” puede también callar hablando. El silencio no es sólo mudez sino palabras que silencian otras. Esto significa, por ejemplo, que al avanzar en la cura dirá cosas molestas para el oído del analista. El “quedarse en blanco” del paciente no es lo más incómodo para aquél porque todavía no pone a prueba sus dificultades para cargar con el significante cualquiera que la transferencia le adjudica.

Que la cura no pueda realizarse sino en transferencia implica que no habrá manera de que el analista no se encuentre embretado en las fantasmagorías del analizante y que deba, por lo tanto, salir de ahí no solo sino con ese otro que aquí viene a ser un partenaire. De este modo, el analista tiene que vérselas con problemas que le depara el Otro sin saber del todo en qué ni cómo lo involucran. No lo sabe porque está en juego la índole radicalmente inconsciente del deseo. Este concepto medular está implicado en la fundamental observación de Lacan de que mientras la transferencia lleva la demanda hacia la identificación el deseo del analista ha de llevarla a la pulsión .*
Raúl Courel (2020) "Importancia de la transferencia"
Nota:
*. Cf. Lacan, Seminario 11, Paidós, p.281.

martes, 4 de mayo de 2021

La idealización del objeto a

 El objeto “a”, el que causa el deseo y que en los escritos psicoanalíticos es reconocido como una letra[1], no está para ser idealizado. Aquello que causa el deseo carece en esencia de cualquier atributo ideal, aunque posee el atractivo del objeto de la pulsión, que retiene al sujeto dando vueltas alrededor de algunas cositas, haciéndole creer que avanza en línea recta. Siendo el objeto “a” tan mencionado en las verbas psicoanalíticas es fácil que su uso sea visto como la manera “ideal” de entender el deseo inconsciente.

Es notable que algo que no sería más que un resto, una sobra, algo caído y ni eso tenga el poder de hacer hablar y escribir libros, de hacer decir esto y aquello, de mover montañas, etc. Lo más descartado, inútil, basura o roña llega a ser el centro de todas las potencias, incluyendo la vocación del máximo Bien, como prueba la idea de que Jesús de Nazareth habría terminado siendo un don nadie si no hubiera sido arrojado fuera de la sociedad como el peor deshecho. Semejante importancia ha llevado incluso a que sea visto en el cielo[2].

El objeto "a" es una invención de escritura a la que conduce el ejercicio riguroso del psicoanálisis, riguroso en dos fases: una en tanto práctica de la cura y otra como la escritura destinada a enseñarla y a inscribirla en la teoría psicoanalítica y en la historia del pensamiento en general. La primera fase no es posible sin que el analista se mantenga en una posición distinta a la del Ideal para conducir al analizante hacia la pulsión, no hacia la identificación. En correspondencia, en la segunda fase no podría escribirse lo contrario. Nada, entonces, de objeto "a" en el cielo marcando un rumbo.

No obstante, la puesta del objeto "a" en el cielo, su idealización, se promueve cuando el reconocimiento de su función se confunde con una reacción en espejo a la idealización de la ciencia que enseña la permanencia renovada del positivismo. La idealización del objeto "a" es un paso que sigue a la del positivismo lógico, cuyos fundamentos el Círculo de Viena supo impulsar.
Raúl Courel (2020) "Idealización del objeto a"
Notas:
[1] Cf. Lacan, S10, Paidós, p.98.
[2] Referencia a la expresión “el objeto a ocupa un lugar en el cénit social”, usada por J.A. Miller (tomada de Lacan en Radiofonía) en su conferencia “Una fantasía”, en el IV Congreso de la AMP (2004), Comandatuba, Bahia. Brasil.

martes, 13 de abril de 2021

Dos notas breves sobre técnica

1. La utilidad de las técnicas.
¿Qué quieren decir tanto Freud como Lacan cuando precaven respecto a que las técnicas que a ellos les son útiles no necesariamente serán útiles a otros? No se trataba de recursos protrépticos sino de una concepción de la relación entre la ciencia, la razón y el vínculo social, en la que la ciencia y la razón operan “dentro” del vínculo, no en su exterior. Efectivamente, Freud llevó su ciencia a las consultas médicas en tanto ellas implicaban lazos sociales. Abordó a sus pacientes, examinándolos, estudiándolos, en la dialéctica vincular de las consultas. No llevó el consultorio al laboratorio sino el laboratorio al consultorio, que nunca dejó de ser consultorio. No eliminó la conversación reemplazándola por el interrogatorio, no practicó un diálogo dentro de un examen sino un examen dentro de un diálogo. Lacan y otros también.

Lo referido es inherente al concepto de que el psicoanálisis se lleva a cabo al calor del amor de transferencia, que supone la posibilidad del analista de hacer y sostener el lazo social, no cualquiera sino el analítico.

El hacer concreto en la experiencia (por ejemplo: la interpretación) no se deriva de manera inferencial de los conceptos de la teoría. El lugar decisivo que Freud dio al inconsciente del analista en el registro del inconsciente del paciente(1) y la función clave del deseo inconsciente, también del analista, señalada por Lacan(2) , implican algunas imposibilidades. Por una parte, la imposibilidad de que el ejercicio técnico sea reducible a una aplicación deducida de teoría alguna, científica o no. En segundo lugar, si bien el psicoanálisis es un análisis de razón, es imposible sin inscribirse en el movimiento de la ciencia en tanto lógico-matemático. En tercer lugar: siendo la operación analítica un tipo de lazo social, es imposible que éste se sostenga sin dilucidar la transferencia.

2. Amor a la técnica.
En el ejercicio de una técnica habitualmente se desconoce que hay amor a ella. Se desconoce la función de este amor en la práctica de una técnica o manera de hacer, incluso que el hombre puede amarla como se ama a sí mismo.
La adhesión a una técnica o a una manera de hacer, o a los dogmas, cumple, entonces, una función de sostén imaginario que queda fuera de atención y del cálculo de sus implicaciones.
Además: no hay tecnificación positivista sin amor a la técnica.

Raúl Courel, "Dos notas Breves sobre Técnica"

Notas:
1. e.g. Freud (1912). “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, OC, Vol.12, Amorrortu, p.115.
2. e.g. Lacan, J. (1964). El Seminario. Libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Ed. Paidós, 1987, p.281, passim.

domingo, 21 de febrero de 2021

El rico

El rico acumula riqueza, de lo contrario no sería rico. Acumula no por malo sino para no dar.

No dar es un acto de afirmación, eso descubrió el psicoanálisis estudiando el comienzo de la neurosis obsesiva: la madre insiste que sí y el chico insiste en que no.
De ahí en más guarda la caca toda la vida para después, para eso debe gastar lo menos posible. Cuanto más gasta más lejos queda su satisfacción de la que da guardar.
Para darse este gusto es importante que lo guardado sea heredado y que los herederos hagan crecer la heredad, de este modo se asegura de que el no dar nunca deje de ser no dar.

Hay que educar para eso.

El rico obsesivo hace de la defensa de la propiedad privada y de la defensa de la herencia una sola defensa.

El rico se da gustos de manera intermitente. Esos gustos son preferentemente caros, si son baratos carecen de interés. Es una manera de dar valor a la caca, y querer tener mucha más.

“Hacé lo que te digo”, dice el padre. “No quiero”, dice el hijo. Ambos con el mismo ceño fruncido, caras de culo.

Ambos cada tanto son magnánimos, sonrientes, para no dar el brazo a torcer sólo por un rato, breve.
Te compro y no te pago (1). Si te pago te doy, te doy y no tengo.
Te tengo, o te pierdo.
Para no perderte no te doy.
Guardo, guarda que guardo.
Nota:
1. De Lacan: “la riqueza es la propiedad del rico, (...) lo compra todo, (...) no paga, (...) sumando regularmente plusvalía” (Lacan, 1969-1970, S17, p.87).

Fuente: Raúl Courel (2020) "Pasatiempo de cuarentena"

jueves, 11 de febrero de 2021

El falo no es el pene y el sujeto no tiene sexo

En un párrafo de un artículo periodístico titulado “Lo femenino es cosa de mujeres... y de hombres” se lee: “La ficción del padre como principio organizador del mundo está en proceso de evaporación” . Si se lo toma al pie de la letra va bien, es del padre “la ficción”. Queda la pregunta acerca de qué es el padre, un significante que al inscribirse en el discurso concreto se hace letra fija, sirviendo de apoyo firme a las interpretaciones (significados) que más gustan en cada época y que, por eso, cambian. El psicoanálisis, a menos que derive en antropología, no hace tesis sobre patriarcados, avunculados o matriarcados, aunque el analista no se ahorre su estudio y sus reflexiones sean, como es deseable, atendidas sin prejuicios en esas disciplinas.

Para entrar en la cuestión del padre por la huella que abrió Freud y en la que avanzó Lacan en un tiempo más cercano al actual hay que partir no del padre sino de la piedra angular que es el fantasma de castración. Es notable que no se extraigan todas las consecuencias del concepto tan básico implicado en la proposición “el falo no es el pene”. Esta diferencia es sine qua non para la práctica del psicoanálisis, es decir: para entender que el sujeto no tiene sexo.

Sólo el falo imaginario (phi minúscula) puede representar el poder, el falo simbólico (que se escribe Phi mayúscula) no es el poder, ni fuerza, ni macho, ni falta de hembra ni negativizable. Hay una notablemente extendida confusión sobre este tema que no se puede apoyar sobre Freud ni sobre Lacan.

lunes, 1 de febrero de 2021

¿Hay devaluación del Nombre del Padre?


Es frecuente el uso en el psicoanálisis de expresiones como “resquebrajamiento del Nombre del Padre”, “devaluación del Nombre del Padre”, “falta de la función paterna”, “pluralización del nombre del padre” y otras que sirven de apoyo tanto a la idea como a la sensación de que la moral del mundo se degrada cada vez más. No faltan analistas que añoran épocas en que los hombres habrían sido más hombres y los padres más padres.

Se suele dar por hecho que esto se generaliza en la sociedad contemporánea y que es con eso con lo que tenemos que vérnosla en la clínica. Se producen nuevas formulaciones teóricas que operan como confirmaciones y sus reiteraciones generalizadas acaban por hacer difícil ponerlas en duda.

La idea de que los padres actuales son bastante flojos de mando ¿es básicamente “psicológica” o básicamente “sociológica”? Aun aceptando que sean ambas y que se corresponden y complementan mutuamente, ¿va de suyo que ello acarrea la necesidad de cambios teóricos o técnicos en el psicoanálisis?

La repetición de conceptos puede volverse aforística si faltan registros y lecturas de prácticas analíticas efectivamente llevadas a cabo dando sustento a las nuevas teorizaciones. A falta de ello, no es seguro que las novedades no sean sólo apreciaciones de orden antropológico social o sociológico, o primeras impresiones que cuadran al simple y extendido sentido común.

Convendría no pasar por alto que el tal sentido común recibe un fuerte fogonéo mediático, decididamente político, que impulsa la idea de que entre los problemas principales de este mundo está la falta de respeto a la autoridad.

Fuente: Raúl Courel (2020) "Padre"

lunes, 18 de enero de 2021

Cortes de sesión: ¿Apuro por concluir?

La razón que algunos psicoanalistas dan acerca de la conveniencia de acortar la duración de las sesiones suele ser que el analizante habla demasiado por el mero gusto de hablar y que pierde el tiempo. No va de suyo que esta manera de valorar el hablar no sea una consecuencia de la extensión que ha tomado en la civilización de la ciencia y el capital la idea de que hablar mucho de cualquier cosa sin evaluar su importancia carece de utilidad.

Puesto que hablar es con tanta frecuencia pérdida de tiempo y dinero, algunos se proponen cortar tanto goce inútil como manera de valorizar el habla, aumentando, por añadidura, el valor económico del tiempo que se emplea en ello. La cuestión es, sin embargo, que si bien la conclusión de la sesión abre para el analizante un nuevo tiempo de comprender, su momento se reduce al resultado lógico del tiempo de comprender del analista, puesto que es él quien lo decide. El analista, no obstante, no está eximido de dar razones de los pasos habidos en su tiempo de comprender que, como se sabe, requiere de tiempos ineludibles de suspensión en el proceso lógico que conduce a la precipitación del momento de concluir (cf. E, 1945, p.198).

Fuente: Raúl Courel (2020) "El apuro por concluir"

lunes, 11 de enero de 2021

Dos notas breves sobre la función del matema en psicoanálisis

1. Tensión del matema.

La función del matema en el psicoanálisis está sometida a una tensión entre dos polos. Por un lado, responde a la idea de una formulación matemáticamente bien acabada que posibilitaría una transmisión integral, necesariamente liberada de equívocos y, por lo tanto, translingüística. Por otro lado, y a la vez, debe mantener una proximidad con las funciones metonímica y metafórica del lenguaje en el habla, implicada en la recomendación de Lacan de ejercitarse en una “matemática dialéctica” (“La cosa freudiana”, p.404 ). Es que su función debe corresponderse con que el psicoanálisis es una experiencia que se ubica entre el habla y la escritura, o entre la letra y el significante (ídem., p.461).

El siguiente esquema resume esta “tensión”:

matemática – verdad formal – letra <<<matema>>> significante – dialéctica

La psicosis social en el psicoanálisis es el desconocimiento generalizado, “socializado”, de esta tensión y otras homólogas, que replican el inherente al narcisismo. Eso está en el fondo cuando Lacan señala su “no hay progreso”.

La tensión referida se encuentra también en la lectura que el psicoanálisis hace de lo que llamamos “el sentido”. Son “tensiones” que van de la mano de las equivocidades inherentes al ejercicio del lenguaje, no son eliminables salvo excluyendo el inconsciente.

El uso que hacemos del término “sentido” está en tensión entre dos polos: uno es el lograr un saber hacer con el síntoma, el otro resulta del tipo de bla-bla que lo alimenta.

La cuestión interesa a qué entendemos cuando decimos que el “sentido alimenta el síntoma” (cf. La 3ª, p.84). Sucede que depende de quién y de cuándo.

El sentido que alimenta el síntoma no es obligadamente el sentido que se elabora en el bla-bla. La satisfacción del bla-bla no es sinónimo de habla vacía.

2. Matemática y delirio. Matemas y neologismos.
¿En qué del hacer matemático se reconocería la “rúbrica del delirio” que Lacan advierte en la “intuición delirante” y en la “fórmula”? (cf. L, S3, p. 53).

Eso concierne al compromiso del matemático en el asunto. Hay “intuición delirante” si la matemática funciona para él como una “lengua fundamental” que satisface la función de ofrecerle una certidumbre como la que encontraba Schreber en el fondo de su experiencia psicótica. “La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un carácter inundante, que lo colma”, observaba Lacan (S3, p.53). La fórmula matemática guarda de la fórmula psicótica el vacío de significación, precisamente en el punto en que no remite a otra cosa que a sí misma (cf. ídem).

Las letras matemáticas, los matemas de los escritos científicos matemáticos, considerando las funciones $ y a, son neologismos que por sí solos no hacen lazo social; para hacerlo han de entrar en discurso como significantes y haciendo metáforas que el sujeto requiere para hacer sociedad. De estas razones no se desprende que la matemática pueda ofrecer una salida de la psicosis social.

Decía Lacan en La Tercera: “sólo hay un síntoma social: cada individuo es realmente un proletario, es decir, no tiene ningún discurso con qué hacer lazo social” (L, 1974, p.86).

Fuente: Raúl Courel.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Fiestas privadas, fiestas públicas

Hay fiestas de todo tipo, laya y propósito. Están las de “aniversario”, siempre motivo de alegría y regocijo, en el otro extremo de las solemnes fiestas “de precepto”. Hay fiestas de mucha participación y alboroto como las de fin de año, y las que se reducen sólo a dejar de trabajar, como las empobrecidas “fiestas patrias”. Las “fiestas de guardar”, en cambio, crean obligaciones; por ejemplo, de oír misa.

En otras épocas estaban las “fiestas de armas", combates de unos caballeros con otros para mostrar valor y destreza, pero el rey Don Juan el IIº las suspendió porque de tanta diversión morían unos cuantos.

Hay fiestas, además, para los sentidos, como lo es para los ojos la belleza de una mujer y para el paladar los manjares de un banquete, por eso llamado “festín”. No falta tampoco la fiesta que es halago u obsequio para la voluntad de alguna, como en el galanteo, llamado “festejo”, que nos aproxima a los asuntos del amor. Mientras tanto, en fiestas como las “de toros” se trata de agradar a muchos, o a todos, de manera que, destinadas al regocijo popular, ofrecen un ejemplo del antiquísimo empeño de los gobernantes en entretener al pueblo. Allí debe intervenir la autoridad, puesto que la fiesta pública requiere la venia del mandamás, sin la cual no podría realizarse porque sería desorden.

La fiesta llamada “privada” puede ir desde algunos deleites perversos en la intimidad hasta aquellos de la “farándula”, en los que lo público y lo privado parecen buscarse mutuamente. A estas últimas, llenas de gentes a las que se atribuye poca mesura y liviandad en los hábitos y en las palabras, se las suele considerar el lugar natural de los mayores excesos. ¡Gracias a las fiestas de la farándula es posible creer que siempre hay más excesos en la casa ajena que en la propia!

El término “farándula”, por otra parte, viene del alemán “fahrender”, errante, y desde un comienzo designa un grupo de cómicos. Puesto que tenían que vivir del arte de representar, debían ser hábiles para llamar la atención. De allí que Cervantes expresara que “...desde muchacho fui aficionado à la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula”. Se ve que en lo farandulero no pueda faltar el artificio capaz de engañar, por eso Ricardo de la Vega reclamaba: “Vas a decirme la verdad sin filfas. Ni embustes, ni camelos, ni farándulas”. Es claro, lo hablador y trapacero nubla la exigencia de lo verdadero.

El abanico de lo festivo, yendo del frenesí colectivo al agasajo calmo, de lo insolente a lo que glorifica y de lo resumido a lo franco, no deja hacer del exceso su característica esencial. Una fiesta, cualquiera sea su pelo, sitúa la ocasión de tiempo y lugar en que la diversión, gozo o celebración resultan justificados. Ya sea por pacto solidario o compromiso sacro, complicidad mafiosa o legitimidad estatal, la fiesta convierte conductas que fuera de ella serían consideradas “excesos” en actos placenteros que compartimos con nuestros semejantes. La fiesta, en fin, hace del pecado virtud.

Nota:
Escrito por Raúl Courel. Se publicó primeramente en La Maga, Año 5, N° 256, 31/12/1996, con el título de “El pecado y la virtud. La fiesta y sus excesos”, después en La Nación, Sección Opinión, 17/12/2003, pág.21.

viernes, 11 de diciembre de 2020

Tratamientos breves

Muchos pacientes esperan, como es lógico, que un tratamiento psicoterapéutico sea no sólo eficaz sino breve. El análisis, sin embargo, ha mostrado que los padecimientos del sujeto habitualmente fueron gestados y consolidados a lo largo de muchos años, por lo que difícilmente puedan superarse sin un trabajo suficientemente detenido (Cf. F, vol.12, pp.130-131). Es frecuente, no obstante, que el solo hecho de recibir atención produzca bienestares anímicos que pueden confundirse con mejoras ciertas. Es conveniente que quien consulta tanto a un analista como a quien sea que ofrece atención psicoterapéutica pueda hacer una ponderación realista de los problemas que enfrenta y de lo que deberá hacer para resolverlos.

La difusión que tiene en las sociedades contemporáneas el recurrir a psicólogos, etc., ha “popularizado” una serie de prácticas que aun siendo distintas entre sí suelen considerarse afines. La vigencia de criterios excesivamente economicistas ha alimentado la propagación de sistemas de atención psicoterapéutica de bajo costo, por lo que el tiempo, en tanto su significación es reducida a la de una equivalencia del dinero, se pretende breve.

A este respecto, cabe recordar la conveniencia de que antes de comenzar un tratamiento propiamente psicoanalítico se ha de “introducir al paciente en una primera ubicación de su posición en lo real” (L, E, Siglo XXI, p.569). El criterio no es menos fundamental cuando se dispone de un tiempo limitado para su atención. Importa aclarar que no se trata de imponer conceptos acerca de qué es la realidad sino de disponer de ideas claras de las cuáles partir (que seguramente serán enriquecidas, ajustadas o corregidas) acerca de los padecimientos y cuestiones que llevaron a la consulta. Lacan llamó a esto, siguiendo a Freud, “sistematización de los síntomas” (idem.).

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Sobre “síntoma” y “sinthome”

¿Hay sólo “síntoma” o hay “síntoma” y “sinthome”? ¿Qué enseñan estas diferentes escrituras?


El síntoma, además de una función que llamamos metafórica, ¿cumple un papel de sostén del sujeto en sociedad, llamándose entonces “sinthome”?, en este caso, ¿se trata solamente de subrayar otra función del viejo síntoma?

¿En qué se recubren y en qué no las referencias de los términos “síntoma” y “sinthome”?

Si la palabra “sinthome” designa una función otra que la designada por la palabra “síntoma”, ¿por qué no usar una palabra diferente? Uno se ve llevado a suponer que, aunque involucre algo nuevo, no excluye del todo ser el síntoma clásico: una formación del inconsciente legible como metáfora, en el fondo de la cual el análisis aprehenderá un fantasma.

Supongamos provisoriamente, aunque dista de ser el punto al que llegaremos en esta breve nota, que de esto se trata y que lo llamado “sinthome” no excluye seguir siendo síntoma. En este caso, nosotros, en castellano, podríamos quedarnos con la misma palabra “síntoma” sin decir “sinthome”, ni “sínthoma”, como a veces se hace. No hace falta correr a tomar el neologismo de Lacan como un concepto de la teoría. Es que el uso de la palabra “symptôme” en francés no implica lo mismo que el de la palabra “síntoma” en castellano. Nosotros no necesitamos agregarle la letra “h” porque no tuvimos la necesidad de advertir que la concepción moderna del síntoma en Francia se había vestido de griego escribiendo “symptôme” con “y”.

Cabe considerar que el viejo síntoma no es ajeno a la religiosidad, por lo que hace falta detenerse en cómo entender que Lacan traiga a colación que en Francia se escribía “sinthome” antes de que Rabelais, médico, buscara salir, usando el griego, de la latinización que imponía la iglesia romana (1). Como en nuestro caso el vocabulario de la medicina se mantuvo más latino, queda más a la vista el espíritu católico que hacia el siglo XV había regido el mundo durante más de mil años. De aquí que el uso por el francés Lacan de la palabra “sinthome” (que además es homófona de “Saint Thomas”) lleve a focalizar una función religiosa.

Finalmente, el síntoma es un hecho de lenguaje que se lee como metáfora, que involucra a Dios/Padre en la operación que lo subtiende que llamamos metáfora paterna. Pero, ¿cuál es el alcance que cabe dar a la religiosidad como una función inherente al síntoma, qué cuestiones de fondo se abren aquí? Nuevamente: ¿hasta dónde coinciden y hasta dónde divergen “síntoma” y “sinthome”?

La idea de un anudamiento de la estructura que se hace no con la función paterna sino con el llamado “sinthome”, que se escribe como reparación de una relación no borromea entre simbólico, real e imaginario, aparece en Lacan a propósito de Joyce. Supone que éste inventa su propia generación porque la de su padre no es suficiente. No tiene por qué ser psicótico, como tampoco tiene por qué serlo un “self made man” nacido de todas las miserias. Que tuvieran que procurarse los medios para arreglarse solos, y lograran hacerlo, prueba que funcionaron no fuera sino dentro de discurso.

Crecer sin amparos paternos o divinos y sin deudas correspondientes no hace necesariamente una sociabilidad prescindente de religiosidad y de función paterna. La neurosis obsesiva enseña con frecuencia el ideal de hacerse solo y no deberle nada a nadie. Es la locura del obsesivo que se cree ateo y juega a ser un Gran Padre, sin que se trate ya del dios que se encarna en el hijo del hombre sino de éste haciéndose Dios, como un Akenatón contemporáneo identificado con él.

Tal vez para enriquecer los debates sobre síntoma y sinthome habría que advertir cuánto el psicoanálisis se queda en una conversación entre cristianos.

Fuente: Raúl Courel (2019) "Sobre "síntoma y sinthome"


Nota:

1. Cf. Lacan, S23, Paidós, p.160.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Un tecnicismo del significante

Se practica a veces un tecnicismo del significante que consiste en una particular modalidad de atención flotante que desestima razonar sobre aquello que se cree comprender para prestar atención sólo a los equívocos, lapsus y olvidos, al modo de un “escáner”, dando lugar sólo a operaciones de recombinación de fonemas parecidas a construcciones de anagramas y desestimando reflexiones explicativas del tipo que fueran. De allí se pasa con cierta facilidad a la asignación acrítica de un valor positivo a entender poco, hipostasiando formulaciones de Lacan que, separadas de sus reales inscripciones discursivas que hacen a sus condiciones de producción, pierden sus pertinencias conceptuales. Se afirma de este modo una especie de asepsia técnica que reduce la práctica del análisis a un procedimiento para alivianarse de comprensiones cualesquiera, identificadas desde su definición con extravíos respecto a la dirección esperable de la cura analítica, todo más pertinente a las condiciones discursivas de hace más de medio siglo que a las actuales (tal vez estuvieran muy necesitados aquellos analistas analizantes de que fuera Lacan quien les parara la pelota).


Pero el tema de qué hace el psicoanálisis en materia de sentidos (no deja de trabajar en este campo) no es soslayable. S1 es un “significante que sólo se escribe porque se escribe sin ningún efecto de sentido”(1) , subrayo entonces: aquello que en la cura llamamos trabajo analítico, elaboración, durcharbeiten, working through, no podría avanzar sin producir vacíos de sentido, cosa posible a partir de que “el fonema nunca tiene sentido” (2) . Este “sinsentido”, sin embargo, no se libra del problema de que es preciso que el pensamiento le atribuya ese “sin sentido”, dándole el sentido de que no lo tiene. La estructura paradójica de esta formulación está ya implicada en la proposición “el ser es, el no ser no es”, tras lo cual (por razones a considerar en otro momento) el pensamiento analítico acabaría confundiéndose con una ontología.

Freud daba por hecho que, al fin de cuentas, no se topaba con otra cosa que con “apariencias de ser”. El concepto está presente cuando señalaba la orientación del análisis hacia el kern unseres wessen. Este núcleo del ser, si lo fuera, no sería sino apariencia o semblant (3). Este núcleo, se puede decir, está intrínsecamente ávido de ser, de aparecer siendo.

Notas:
1. Lacan, J. (1974). La tercera. Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Ed. Manantial, 1988, p.83.
2. Idem., p.93.
3. Idem., p. 80.


Fuente: Raúl Courel (2013/11/15), "Un tecnicismo el significante"

miércoles, 14 de octubre de 2020

Técnica

No hay que sorprenderse de que la práctica analítica sea “encuadrada” por el espíritu cientificista positivista experimental. Que sea experimental asegura que el experimentador se mantenga como variable independiente. La función analítica puede de este modo ser acotada en términos de pertinencias técnicas, cuestión que requiere una consideración nada ligera.

Técnicas puede haber muchas, pero no infinitas ni cualquieras. No hay tantas técnicas como significantes cualquieras. Tampoco el problema técnico es reducible a la singularidad del analista.
Es una técnica admisible el acortamiento de la sesión, como también lo es su alargamiento. Las técnicas ocupan el lugar que les da Lacan en La dirección de la cura….
No hay tampoco primacía técnica de atender al retruécano, la atención flotante no es un escáner de lapsus ni olvidos.

La transferencia no se deja circunscribir en un conjunto cerrado, ni es una relación de variables dentro del amor o el odio al analista.

No se trata de que el psicoanálisis sea “sucio”, apelando a una presentación que bien puede evocar una fantasía anal. Tampoco es una sofística. No se trata de tomar distancia de un pensar claro que se pretenda verdadero, incluso certero. Se trata de que el psicoanálisis no puede dejar de ser vínculo social. En este aspecto sucede algo nuevo: no hay una nueva matemática ni una nueva filosofía, hay un nuevo vínculo social.

La técnica se especifica por su función en el discurso. La función discursiva de las “sesiones cortas” no es la misma hoy que en 1953.

¿Podría producirse una “matemática dialéctica”? Tal “matemática dialéctica” no sería una nueva matemática (ahorrémonos un debate escolástico con el positivismo lógico), tal vez pueda ser una nueva dialéctica.
¿Sería su método una mayéutica? No, porque que haya analista significa que, en un lugar homólogo al de Sócrates, hace otra cosa que la que hace el filósofo, en el siguiente punto: no conduce a una palabra sostenible como verdadera. Hay una diferencia no soslayable entre palabra verdadera y habla verdadera.

¿Dónde se encuentra un analista?

Fuente: Raúl Courel (2013/12/04), "Técnica".

lunes, 14 de septiembre de 2020

La amistad.


Por Raúl Courel
Se ha escrito mucho sobre el amor y no poco sobre la amistad. Hay épocas en las que nos ocupan más las vicisitudes del amor y de su opuesto el odio, y otras en las que lo hacen más las de la amistad y las del suyo que es la enemistad.

La amistad es, junto al amor, el sentimiento más celebrado; el novelista noruego Tage Aurell, por ejemplo, decía que “la única pasión sin un resabio de peste es la amistad". Es lógico que se la busque y se le canten loas, tanto bien se espera de ella que a veces se siente que no alcanza lo humano para darle existencia, de donde la expresión que reza: “un verdadero amigo es un regalo de Dios".

Simone de Beauvoir estaba en desacuerdo con esa idea cuando señalaba que "la amistad nunca viene dada, sino que debe conquistarse indefinidamente". Tenía razón, es prudente no comprometer demasiado a Dios en estas cosas, se empieza recurriendo a él para lo bueno y se acaba usándolo para lo contrario, como es el caso de las guerras, que son lo más opuesto a la amistad que podamos imaginar. "Todas las guerras son santas", escribía Jean Anouilh, agregando: “os desafío a que encontréis un beligerante que no crea tener el cielo de su parte".

De entre las muchas agudezas que se han dicho sobre la enemistad es para recordar una de Juan Goytisolo: "no critiques a tus enemigos, que a lo mejor aprenden". Es una recomendación que procura, sin demasiado éxito, que la pasión del odio no invada demasiado las divisiones y discrepancias. También invita a considerar que no es conveniente sostener una amistad a cualquier costo, como suele suceder en el amor cuando desestima lo malo que está a la vista. “La amistad del canalla es más peligrosa que su desprecio”, decía José Ramón de la Morena.

Es difícil que entre la multitud de sentencias y aforismos sobre la amistad no sea habitual la referencia a sus límites, algunas son extremadamente escépticas, como la de Evelyn Waugh, en su novela “La odisea de Gilbert Pinfold”, cuando dice: “No creo que la amistad entre el hombre y el perro fuera duradera si la carne del perro fuera comestible”. No me parece, la carne de perro es comestible, de modo que es probable que gracias a la amistad que tenemos con el perro no sea frecuente que hagamos con él salchichas ni hamburguesas.

Los alcances limitados de la amistad se destacan comúnmente en la política, que, como reconocía el español Francisco Fernández Ordóñez, “no es terreno propicio para la amistad”. A su vez, el inglés Anthony Sampson bromeaba: “En el mundo del petróleo las amistades son grasientas". La imagen de una mugre pringosa para referir que la política no es campo fértil para una amistad verdadera es convincente, a menos que se siga a rajatablas el criterio de Bertolt Brecht cuando decía: "porque no me fío de él, somos amigos". Pero no sólo en la política la amistad puede ser engañosa, como se ve en esta divertida observación atribuida al actor alemán Georg Thomalia: "para conseguir una buena biblioteca particular se necesitan dos cosas: un amplio círculo de amigos y una mala memoria".

Es cierto también que el amor da bastante para la comedia, mientras la amistad se presta mejor a la tragedia, por eso la traición en el amor es ocasión de escándalos virulentos pero pasajeros, mientras en la amistad es la fuente de dolores acotados pero de consecuencias perennes. La idea es congruente con la observación de Jorge Luis Borges de que las relaciones de amistad, a diferencia de lo que pasa en las amorosas, no necesitan de la presencia para mantenerse siempre iguales. También notaba que, a diferencia de lo que sucede entre los amantes, "un amigo no es otro yo”, agregando que “si así fuera, sería muy monótono". Cuadra con ello este consejo de José Narosky: "al amigo no lo busques perfecto. Búscalo amigo".

Comparando al amor con la amistad se advierte que ésta es más proclive que aquél a ser para siempre, debido a lo cual es habitual el temor del amado a dejar de serlo. Por eso no tenía razón Anita Loos, la autora de “Los caballeros las prefieren rubias”, cuando decía que “los diamantes son los mejores amigos de las mujeres” porque reflejan una visceral preferencia femenina por el lujo y el dinero. No es así, el verdadero atractivo de la piedra preciosa es su duración, que queda a la luz en la conocida publicidad: “un diamante es para siempre”. A veces no se ve.

viernes, 24 de julio de 2020

Sugestión y transferencia.

El equívoco sobre la transferencia del post-freudismo requirió poner la experiencia en dirección al inconsciente sacándola de la alienación imaginaria en el ideal del analista. Los pacientes tenían que dejar de mirarse a sí mismos en el espejo montado del otro y buscar en sus asociaciones las claves de su propia colaboración en sus padecimientos, obteniendo el alivio que da no el cumplimiento de sus ilusiones sino el descubrir las posibilidades del pensar cuando éste no queda fijado a lo que Freud llamó teorías sexuales infantiles. Ese movimiento, hecho por Lacan, fue decantándose en algunas precisiones entre las que se cuenta la distinción entre transferencia e intersubjetividad.

La intersubjetividad (concepto de Husserl), aunque había sido situada en relación al hacer del sujeto en el campo del Otro, simbólico, no daba cuenta de la índole de la disparidad que se reconocía en el amor de transferencia, bien ilustrada por Platón en la relación entre erastés y eromenos (1). El concepto no sólo no aportaba más luz que la comprobación de Freud de que el tratamiento sólo puede avanzar al calor del amor de transferencia, tampoco ayudaba a operar sobre el carácter resistencial de este último. Era indispensable advertir en toda su dimensión que la transferencia no sólo impulsaba la cura sino que también la obstaculizaba, en el sentido preciso que le dio su definición como cierre del inconsciente (2).

Congruente con que la estructura del amor es la misma que la de la sugestión y la hipnosis, la expresión “el psicoanálisis se realiza en transferencia” significa que en el lugar donde operan la sugestión y la hipnosis el psicoanalista lee transferencias. La operación de Lacan fue subrayar la de Freud, que demostró que sin esta lectura no hay psicoanálisis sino sólo sugestión e hipnosis, que son también los mecanismos propios de la masa.

Una vez remarcada la diferencia entre el lazo social psicoanalítico y el de la masa, era esperable que los psicoanalistas estuvieran más alertas sobre las trampas de la sugestión; sin embargo, el efecto de verdad producido no evitó el atiborramiento de sus espacios de enseñanza (seminarios) por parte de sus pacientes, que corrían a participar de esa masa ávida por escucharlo. Sabiendo que la abstinencia de verborragia por parte del psicoanalista hace posible al psicoanalizante llenar ese silencio comprometiéndose con sus propias palabras, no podía escapársele el acting-out que implicaba ir a buscar las suyas para pensarse ahí donde él no estaba en posición de interpretarlo.

Como se sabe, la interpretación sólo es eficaz en sentido psicoanalítico si opera en transferencia, es decir: en presencia del psicoanalista, no del profesor, disertante o conferencista. El concepto no es más que el de Freud cuando advertía que sin trabajar con las transferencias la cura no podría producirse, “pues, en definitiva”, según escribía, “nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie”(3). El mismo Lacan así lo entendía cuando destacaba que “la presencia del analista (…) debe incluirse en el concepto de inconsciente” (4).

Del modo señalado, el lacanismo, que había conducido a situar la transferencia en su función propia permitiendo salir del impasse de una sugestión no interpretada, terminó derivando en otra sugestión tampoco interpretada.

Tal vez Lacan, percatado de que las reflexiones que requerían sus disertaciones se convertían en el contexto de las sesiones en chácharas huecas, encontró conveniente acortar al extremo sus duraciones. Pero éste tema requiere otras consideraciones que no haremos aquí.

Notas:
1. cf. Lacan, 1960, S.VIII, p.11 y ss.
2. Lacan, 1964, S.XI, p.149.
3. Freud, 1912, vol.XII, p.105.
4. Lacan, S.XI, p.133.

Fuente: Raúl Courel (2016), "Sugestión y transferencia".

miércoles, 10 de junio de 2020

Mito y fantasma.


Si el analista está obsesionado con no alimentar de sentido al síntoma puede que se incline a callar en demasía, es decir: no cuando su silencio es condición de posibilidad de la apertura del inconsciente sino cuando éste se cierra, situación en la que la interpretación es indispensable. Algunos piensan que haciendo de la asepsia de sentido una regla evitan contribuir al extravío del analizante en mitificaciones. Éstas, no obstante, son necesariamente inherentes al derrotero de la asociación libre.
El llegar del neurótico mediante el análisis a aprehender el fantasma que sostiene su deseo requiere que el mito familiar que lo habita deje de serle ajeno. Logra así ponerse a un paso de una revisión más decisiva de su posición al respecto. La travesía del fantasma es aquí concomitante de esta elaboración. La caída del mito del padre, su fracaso como resolución de la cura, puede suceder una vez que el analizante, no el analista, pasa por él en transferencia.

Raúl Courel.
(2016/05/19).