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sábado, 28 de junio de 2025

El Ideal del Yo como límite simbólico: entre demanda de amor e imposibilidad estructural

El significante del Ideal del Yo —que Freud define como punto de identificación normativa y que Lacan resignifica como Ideal del Otro— cumple una función central en la economía subjetiva: se instituye como el significante de la demanda en tanto demanda de amor. Es decir, representa la posición desde la cual el niño se ofrece como objeto amado del Otro, sostenido en la ilusión de poder colmar su falta, de completarlo. Por eso, en este nivel de la experiencia, el Otro aparece aún no barrado: el niño fantasea con ser capaz de satisfacer el deseo del Otro, sin aún confrontarse con su opacidad estructural.

Sin embargo, Lacan conceptualiza este Ideal de distintos modos a lo largo de su enseñanza. Ya en el Seminario 1, antes de formalizar la noción del Nombre del Padre, lo presenta como el significante que introduce cierta terceridad, y con ello, una función de pacificación simbólica, contrastable con el empuje exigente y mortificante del superyó. Esta función apaciguadora es posible porque el Ideal marca un límite en la serie identificatoria, una suerte de punto de anclaje que detiene la deriva imaginaria del yo.

En el esquema Rho, Lacan ubica inicialmente el significante del niño deseado (N), pero luego desplaza esa función al I(A), el Ideal del Yo. Este desplazamiento es clave: señala el pasaje del niño en tanto falo del deseo materno a una posición mediada por el Ideal, el cual encarna las insignias fálicas que provienen de la operación del Nombre del Padre. Este tránsito implica que la identidad del niño ya no se construye solo en la captura especular, sino en el marco de un orden simbólico que introduce la castración como límite.

Lacan llega incluso a definir el I(A) como un límite estructural, y aunque no lo explicita como tal en términos matemáticos, la analogía con la función de límite de una serie resulta fecunda. Aplicando esta lectura, el I(A) se sitúa como el punto hacia el cual tiende la serie de identificaciones —no en tanto término alcanzable, sino como horizonte regulador.

En la neurosis, esta serie se revela divergente, ya que está fundada sobre la falta estructural del Otro barrado. La demanda de amor se articula con una imposibilidad de cierre: no hay significante que colme completamente el deseo del Otro. El I(A) cumple allí su función: ofrece una identificación idealizada que sostiene al sujeto, aun cuando lo hace sobre una ficción de cierre —una suerte de parodia de completud. Es, entonces, un significante que vela la falta, pero que también la organiza.

viernes, 27 de junio de 2025

El cuerpo como falo y el moi como inscripción: la lógica significante en el Edipo

Uno de los aportes fundamentales de Lacan al releer el Edipo freudiano consiste en haberlo situado dentro de una lógica del significante. Este desplazamiento permite trascender el plano anecdótico o narrativo del complejo edípico, para pensarlo como un conjunto de operaciones simbólicas estructurantes del sujeto.

En este marco, es posible ubicar cómo la constitución de la primera imagen del cuerpo no se produce simplemente en relación al cuerpo materno, sino en vínculo con el significante del Deseo de la Madre. Si bien el cuerpo de la madre está presente en esta escena inaugural, su función está subordinada a la incidencia significante que lo estructura y lo sobredetermina.

El niño, entonces, se hace falo del deseo del Otro con su cuerpo: esa es la experiencia inaugural que da lugar a una imagen especular investida por el deseo materno. Pero este hacerse-falo nunca es pleno: el acceso a esa posición es siempre ilusorio y asintótico, y se realiza únicamente mediante una identificación imaginaria. En ese margen que queda —en ese "no todo"— se abre la posibilidad para que emerja una identificación que funde el moi, el yo especular.

Este desplazamiento representa ya un avance hacia el campo del Nombre del Padre, dado que lo que vincula ambas operaciones es la función del significante del Ideal del yo (I(A)). Este Ideal actúa como soporte de las identificaciones imaginarias del moi, pero también como inscripción de las insignias fálicas que provienen de la función paterna. En este sentido, el I(A) es el punto de articulación entre el orden imaginario y el simbólico.

La constitución de la imagen del cuerpo y la del moi no pueden pensarse en términos cronológicos o lineales: son dos operaciones paralelas, estructuralmente entrelazadas. Son dos caras de la misma moneda subjetiva. Esta idea ya se vislumbra en Freud, cuando en El yo y el ello plantea que el yo es, ante todo, un yo corporal: una proyección del yo sobre la superficie del cuerpo, donde el límite entre lo físico y lo psíquico no puede fijarse con nitidez.

miércoles, 25 de junio de 2025

Del esquema L al esquema Rho: la letra, la terceridad y la constitución del sujeto

El esquema L simplificado puede pensarse como un punto de articulación entre ese mismo esquema y el posterior esquema Rho. Este pasaje no es lineal, sino que implica una retroacción lógica: desde los efectos discursivos de la palabra —las formaciones del inconsciente— hacia las condiciones materiales que las sobredeterminan. Se trata de un movimiento que va del enunciado a la enunciación, de los efectos a sus causas estructurales: en concreto, a la inscripción de la letra en el inconsciente como instancia fundante.

Sin embargo, esto no implica que el esquema L y el Rho sean equivalentes. El esquema Rho introduce una complejidad suplementaria, ya que enlaza dos dimensiones fundamentales: el estadio del espejo y el campo del Edipo. En ese sentido, el Rho no solo prolonga la formalización anterior, sino que la enriquece al articular el registro imaginario del yo con el orden simbólico del deseo del Otro.

El punto de partida de este nuevo entramado es la relación primaria del niño con la madre. Pero lejos de concebirse como un lazo dual o simbiosis, Lacan afirma que esa relación es de entrada ternaria. Desde el inicio, está mediada por una instancia simbólica: el falo como significante. Así, no es la necesidad satisfecha por un objeto lo que funda el vínculo madre-hijo, sino el hecho de que la madre significa al niño desde su lugar como Otro primordial.

Esto inaugura el campo de la demanda, pero también del deseo de la madre, que excede toda demanda. Aquí se aloja tanto la posibilidad de constitución subjetiva, como el riesgo estructural de quedar fijado como objeto de ese deseo opaco. La fecundidad de esta situación radica en la ambigüedad que el niño debe tramitar: alojarse como sujeto en una estructura significante, sin quedar reducido a mero objeto del Otro.

Es crucial señalar que todo esto opera en el orden del significante. El deseo de la madre está estructurado como tal, y la posición del niño no es menos significante, más allá de que su lugar pueda encarnarse como objeto. Esta dimensión simbólica —tercerizada desde el inicio por el falo— es la que posibilita la constitución del sujeto, pero también delimita su impasse: la dificultad de dialectizar una posición que lo precede y lo captura.

lunes, 12 de mayo de 2025

Del mito a la estructura: La reconfiguración del Nombre del Padre

Entre los seminarios 16 y 18, Lacan lleva a cabo una reformulación de la estructura del discurso, lo que permite el paso de una concepción singular a una pluralidad estructurada: los cuatro discursos. Esta reconfiguración tiene un impacto significativo en su abordaje de la función paterna, desplazándola del orden serial del significante hacia una lógica primero modal y posteriormente nodal.

El Giro del Seminario 17: De S₂ a S₁. En el seminario 17, Lacan desarrolla un cambio clave que permite este desplazamiento: sitúa el Nombre del Padre no ya como un S₂, sino como un S₁.

Este movimiento implica un cambio fundamental en su operación:

  • Como S₂, el Nombre del Padre operaba en la metáfora paterna, elidiendo el significante del Deseo de la Madre.
  • Como S₁, en cambio, se convierte en el agente de la castración.

Si bien Lacan ya había planteado esta función en el seminario 4, en ese entonces aún dejaba un vacío en la tabla de las formas de la falta de objeto, pues el lugar del agente no estaba claramente definido. La dificultad radicaba en precisar la función del Padre, que se situaba en un punto intermedio entre castración y privación.

Del Mito a la Estructura: La Castración como Agente

En la clase 8 del seminario 17, Lacan retoma esta cuestión que había quedado sin resolver en su planteo inicial. Su respuesta se construye en un paso del mito a la estructura, lo que le permite sortear los impasses en la conceptualización de la función paterna.

Este cambio tiene un impacto crucial:

  1. El Nombre del Padre deja de ser una instancia puramente discursiva y pasa a operar dentro del orden del lenguaje.
  2. Su función se define ya no como un elemento de la narrativa mítica, sino como un agente estructural de la castración.

Este tránsito del mito a la estructura es el que permite situar la función del Padre en un plano que ya no depende de una historia o de una sucesión de significantes, sino que se inscribe en la lógica misma del lenguaje y la estructura del sujeto.

martes, 6 de mayo de 2025

El nombre del padre y la constitución del fantasma

Si tuviéramos que sintetizar el valor fundante del Nombre del Padre en los primeros desarrollos de Lacan, podríamos decir que funciona como un punto de capitón para el deseo inconsciente. Es decir, establece un nudo estructural que ancla la relación del sujeto con el deseo del Otro.

Esta función es esencial porque permite liberar al niño de la posición de súbdito, en la que inicialmente queda atrapado en la primera simbolización. Sin embargo, la operación del Nombre del Padre no implica una desaparición total del goce, sino que deja un resto. Lacan alude a esto en La lógica del fantasma, cuando señala que en la relación con el cuerpo del Otro, el niño “se lleva” algo.

Este planteo articula la operación del Nombre del Padre con la constitución del fantasma, a través del mecanismo de la separación. En este proceso, el Nombre del Padre une deseo y ley, estableciéndolos como dos caras de una misma moneda. Al mismo tiempo, la separación se vuelve efectiva porque el niño no se aparta simplemente del Otro, sino que se lleva consigo un objeto. Se aliena al significante, pero al mismo tiempo, se separa con el objeto.

Este punto es crucial: el niño se separa, pero no del todo. Aquí emerge la incidencia del objeto a, que no está incluido en la metáfora paterna, ya que esta opera mediante una sustitución significante, mientras que el objeto a no es un significante.

Esta evolución en el pensamiento de Lacan responde a un límite clínico: el falo no es suficiente para explicar las relaciones de deseo, demanda y goce entre el niño y el Otro. Esto plantea un interrogante central: ¿cómo se articula esta problemática con la pluralización del Nombre del Padre?

domingo, 4 de mayo de 2025

La metáfora paterna: un dispositivo significante

La primera elaboración lacaniana del Complejo de Edipo freudiano adquiere la forma de una operación significante específica: la metáfora. Pero, ¿por qué Lacan lo formaliza precisamente como una metáfora?

Para responder a esto, es clave recordar que Lacan ya venía explorando el proceso primario a partir de conceptos extraídos de la lingüística, en particular los tropos de la metonimia y la metáfora. Mientras que la metonimia señala el campo de la conexión significante, la metáfora opera en el terreno de la sustitución.

Si el Nombre del Padre se estructura como una metáfora, es porque este significante opera sobre un campo previamente constituido. Dicho campo se delinea en el Seminario 4, donde Lacan establece que la relación del niño con el significante de la Madre como Otro primordial configura el primer esbozo de una cadena significante. Esta estructura emerge a partir de la alternancia entre presencia y ausencia materna, en un movimiento de vaivén que introduce una organización simbólica.

En primer lugar, es el Otro —la madre— quien se simboliza a través de esta dinámica de presencia-ausencia. Este juego habilita en el niño una pregunta fundamental: ¿qué desea la madre? O mejor aún, ¿qué otra cosa desea? En la medida en que este ir y venir introduce la dimensión del más allá, el deseo se pone en relación con "otra cosa".

Este vínculo es esencial para comprender la fórmula con la que Lacan estructura la operación del Nombre del Padre. En dicha proporción, el vaivén materno introduce un significado que llega al niño desde el Otro, expresado en la fórmula como "significado al sujeto". Aquí hay un matiz clave: el falo aparece en esta fase como un significado, pero aún no como una significación plena, ya que su estatuto depende del deseo caprichoso del significante del Deseo de la Madre.

Para el niño, este significado le ofrece una posibilidad: ser significado dentro de la estructura simbólica, en la medida en que el significante lo sitúa en una posición de falta en ser. Sin embargo, este proceso conlleva una dificultad: el niño queda atrapado en una posición de súbdito o objeto del deseo materno, incapaz de dialectizar su lugar en la estructura.

sábado, 3 de mayo de 2025

El nombre del padre: más allá de la imagen y la autoridad

Si se lee directamente la obra de Lacan, sin recurrir a las explicaciones más difundidas, se advierte la importancia de no confundir el significante Nombre del Padre (NP) con una representación imaginaria del padre, sea cual sea su forma. La idea de que lo imaginario debe evitarse a toda costa y que, para ello, es necesario un líder fuerte que se imponga, es precisamente lo que la metáfora paterna impide afirmar. Desde el inicio, el NP es un significante, no el padre de carne y hueso que amenaza, protege o es moralmente valorado.

Una enseñanza clave que deja la conceptualización de la metáfora paterna es que la función fálica no opera porque haya existido un "Gran Padre eficaz". Creer eso lleva a la idea de que la humanidad está condenada a buscar eternamente a un líder supremo que la gobierne. Sin embargo, el psicoanálisis no concluye que lo mejor sea encontrar a alguien digno de ser seguido, aunque esta cuestión no excluye las razones políticas que llevan a hacerlo; más bien, invita a reflexionar sobre ello.

Reconocer que el NP es un significante y no un escudo de familia representa un hito en la historia del pensamiento. La formulación de la metáfora paterna, hecha por Lacan a partir del Complejo de Edipo freudiano, permite comprender la función esencial de este: la capacidad de hacer metáforas. Es precisamente esta operación la que posibilita la salida de la paranoia y del pensamiento rígido que, en su extremo, desemboca tanto en el asesinato como en la obsesión por hallar un Gran Padre a quien seguir hasta la muerte.

En este sentido, tanto "padre" como "falo" son significantes. Así como el padre no es simplemente el jefe de familia, el falo no se reduce a una referencia anatómica. Desde la perspectiva del psicoanálisis, la metáfora paterna enseña el funcionamiento puramente discursivo del significante del padre (NP). En esta lógica, la función del Nombre del Padre radica en ocupar un lugar vacío: el del Deseo de la Madre (DM), que, en sí mismo, es innombrable. Su esencia radica en que es un deseo de nada que pueda ser completamente nombrado.

Por ello, no es lo mismo servirse del Nombre del Padre que servirse del padre. Esta distinción es clave para comprender la ilusión de aquellos que creen que, eliminado un líder, desaparece el poder. La diferencia entre ley social o positiva y ley del lenguaje también es crucial: sobre esta última no se puede legislar, ya que no es establecida por ningún padre. Stalin ya lo señalaba al afirmar que el lenguaje no es una superestructura; no podemos modificar el lenguaje de la misma forma en que cambiamos una ley social.

Del mismo modo, el Complejo de Edipo no es una superestructura ni un epifenómeno de procesos culturales, ni el psicoanálisis es una rama de la antropología. Los mitos tampoco son meras construcciones superestructurales. En este sentido, el Edipo (y no solo la metáfora paterna) no es algo de lo que se pueda salir como si se tratara de una dictadura neoliberal. Y, si bien un régimen económico neoliberal puede funcionar hoy en clave dictatorial —sin necesidad de botas, con el simple control del voto electrónico—, el funcionamiento del discurso es ineludible.

Podemos librarnos de los gobernantes que tenemos —sean niños bien, empresarios corruptos o burócratas incompetentes—, pero no de la necesidad de funcionar discursivamente dentro de la sociedad. Para ello, es indispensable articular significantes que permitan lidiar con aquello inaccesible que es el Deseo de la Madre (DM). En este sentido, aunque nadie está obligado a soportar el gobierno de un líder incapaz, sí lo está a hablar con sus semejantes —hermanos, compañeros, conciudadanos— para no quedar reducido a la nada o convertido en un mero adorno de mamá o papá, lo cual, al final, es lo mismo.

jueves, 10 de abril de 2025

El Nombre del Padre y la constitución del sujeto

El psicoanálisis parte de la premisa de que el sujeto no es dado, sino que debe advenir, lo que plantea la cuestión de cuáles son las operaciones y condiciones significantes necesarias para que este arribo a la existencia sea posible.

El nacimiento del sujeto no se limita a su inscripción en el campo del Otro, aunque este primer momento, ligado a la incidencia del Deseo de la Madre, es fundamental. Sin embargo, más allá de esta primera inscripción, Lacan reintroduce la función esencial del Nombre del Padre, en oposición a las corrientes psicoanalíticas de su tiempo que lo habían relegado.

Es crucial distinguir que el Nombre del Padre no se refiere al padre biológico ni a una figura imaginaria, sino que se trata de un significante dentro del complejo. Este significante introduce una polarización, funcionando como una medida común que ordena la relación del sujeto con el deseo y permite la asunción de una posición sexuada.

Por esta razón, Lacan define el Nombre del Padre como la vía de acceso al Otro sexo, ya que su función es ordenar, regular y normativizar la relación con la alteridad.

Desde esta perspectiva, el Padre tiene una anterioridad lógica en la constitución del síntoma, ya que su función no solo responde a la castración, sino que también proporciona un anclaje para el sujeto. La sexualidad humana, en este sentido, está estructuralmente sintomatizada, lo que implica que el síntoma juega un papel central en la relación con el partenaire.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Lo que pone en funcionamiento el deseo de la madre

Freud ubica la operación del Otro materno como un momento inicial y fundamental, decisivo por su carácter inaugural. La relación entre el niño y ese Otro primordial, responsable de los primeros cuidados y acciones significativas, se constituye en la base de “todas las motivaciones morales”, según Freud. Este vínculo primario tiene un valor fundacional en cuanto a la relación del niño con la demanda, el deseo y la pulsión.

Lacan retoma esta problemática desde la perspectiva del significante. Con ello, articula la operación materna junto con la función del Nombre del Padre en lo que denomina la metáfora paterna.

Esta metáfora, concebida como anterior y condición para la formación de la sintomática descrita en La instancia de la letra, representa la operación que organiza y regula la relación del niño con el Otro.

Un conjunto de tiempos lógicos ilustra su impacto. En un primer momento, el niño ingresa al campo del Otro. En un segundo momento, desde su posición como objeto, se configura la posibilidad de su subjetivación, es decir, las condiciones bajo las cuales el niño se reconoce como sujeto.

¿Cuál es entonces la relevancia fundamental del Deseo de la Madre?

Primero, es clave subrayar que se trata de una función significante, lo que la distingue de la madre en su dimensión biológica. El Deseo de la Madre opera como un primer organizador. A través de su presencia y ausencia, introduce en el niño la pregunta por el deseo: ¿qué desea la madre más allá del niño?

Esta pregunta, que el Deseo de la Madre posibilita, está intrínsecamente ligada a una respuesta estructural: la madre desea el falo. Este doble movimiento abre, por un lado, un espacio donde el niño puede alojarse, y por otro, señala un término con el cual identificarse.

Este proceso instala una coordenada esencial para que el niño pueda orientarse frente al deseo del Otro y asumir una posición. Sin embargo, ¿qué sucede cuando esta operación falla? ¿Qué formas de desorientación emergen y qué consecuencias se derivan de su mal funcionamiento? Estas preguntas plantean los desafíos de una interrupción en esta lógica fundante.

sábado, 19 de octubre de 2024

La relación madre-hijo y madre-hija

La madre y su hijo 

En el primer planteo que Lacan lleva a cabo sobre la relación del niño con el deseo de la madre resalta que no es la relación del niño con la madre, sino con su deseo.

Una de las primeras cuestiones que señala respecto de esa escena es que la inclusión del niño allí es en función de su posición de falo, o sea que depende de quedar investido o engalanado con esas vestiduras que le dan brillo.

Esto habilita la posibilidad de una dialéctica donde el Otro, el cual se define como sede del significante, aloja el deseo de la madre como significante. Por su ir y venir, su presencia-ausencia, el deseo de la madre abre una brecha donde el niño es posible de ser demandado y, a partir de ello, significado.

En un primer momento lógico el niño es tomado como significante, N = niño deseado, tal el planteo del esquema Rho. No es aún el sujeto, sino una anterioridad lógica: como significante el niño ocupa el lugar que prefigura la función del I(A).

Allí se entrama lo imaginario, en consonancia con ese significado al sujeto donde se escribe esa tríada imaginaria donde la relación de la madre con el niño queda mediada por el falo.

En la medida en que el niño recibe ese significado desde el Otro (formulado en la metáfora paterna) se pone en funcionamiento el falo como significado imaginario de sus idas y vueltas.

Esta dialéctica, primordial o primaria, establece el campo donde, operación de la ley mediante (la metáfora paterna leída desde el resultado, su lado derecho), se pondrán en funcionamiento tanto la significación fálica, atributo con el cual el sujeto podrá asumir una posición sexuada; y el falo significante como objeto de la privación del Otro.

La relación madre-hija

Anteriormente planteábamos una serie de ideas y lecturas sobre la dialéctica que se establece entre el niño y el deseo de la madre. Es de especial importancia que esa dialéctica se juega con independencia de la diferencia sexual, la que en ese primer momento todavía no cuenta.

Más allá de esto, a la altura del seminario 5, Lacan puede plasmar una diferencia en cuanto al modo de atravesar el entramado edípico en el niño y en la niña. Pero fundamentalmente la distancia cuenta en la operación de la castración.

Dice Lacan que, en la niña, en ese tránsito, algo queda abierto. Hay una paradoja. La paradoja concierne a la posición fálica y allí Lacan introduce una palabra que es el eje de la paradoja: la decepción.

Esta decepción desencadena en la niña la entrada al campo edípico propiamente dicho en la medida del fracaso de esa relación con la madre como Otro primordial.
Se produce (demuestra) entonces un obstáculo que es inherente a ese cambio de objeto por el cual la niña se dirige de la madre al padre. Transferencia que queda soportada en un término no menos complejo: la esperanza.

Se trata de una esperanza, respecto de un acceso que no se produce. No casualmente es una situación equivalente a la que Freud refiere respecto del asesinato primordial y el acceso al goce.

Un punto final donde se aúna la paradoja con el obstáculo: ¿en qué medida la salida atributiva fálica del Edipo de la niña habilita u obstaculiza el camino a lo femenino? Este interrogante llevará a Lacan a tener que reformular no sólo la lógica de la sexuación, sino también el estatuto del padre.

lunes, 2 de septiembre de 2024

¿Qué es el estrago materno?

 La locución francesa que refiere a este efecto en el sujeto es la palabra “ravage”. La cual alude no solo a la devastación y a la destrucción, sino también de un modo muy interesante al par, que consiste tanto en hacerse amar como hacer sufrir.

No pocas veces en el planteo de Lacan el estrago materno está asociado a la suposición de una cierta deficiencia en cuanto a la mediación de la ley paterna, del significante del nombre del padre en relación con el deseo de la madre. Pero  pareciera que hay un sesgo de alguna manera un tanto más estructural o sincrónico del estrago materno.

El deseo de la madre como el significante que opera esa subjetivación primordial conlleva la introducción de un deseo, al que se califica de caprichoso. Caprichoso aquí no significa desde luego que no tenga ninguna atadura con la ley, cuestión que queda demostrada por la introducción del falo como respuesta. Esa tríada entre el niño, la madre y el falo ya implica el funcionamiento de la ley, aun cuando el niño sólo capte el resultado. Y esta es la clave del asunto.

El falo aquí, en la subjetivación primordial, es definido como el significado imaginario de las idas y vueltas de la madre. Y el capricho es entonces la connotación de que es el deseo mismo de la madre lo que dicta la ley, con las dificultades en cuanto a las posibilidades del niño de dialectizar esa posición, para no quedar a merced de dicho capricho. La ley entonces ya opera, pero en el Otro, y el niño, con su cuerpo, asume la posición de falo para responder a dicho deseo.

La posibilidad del desasimiento es la introducción del significante del nombre del padre que incide doblemente: sobre el deseo de la madre y sobre la posición misma del niño para que éste no quede “al servicio sexual de la madre”, uno de los nombres del estrago.

El estrago materno
Hay una coincidencia en los planteos tanto de Freud como de Lacan respecto del valor primario de la operación de la madre. La madre es, para cualquier niño con independencia de la diferencia sexual, ese Otro primordial, esencial, el cual constituye el primer esbozo de la cadena significante a partir de los vaivenes de su presencia-ausencia.

A partir de esa alternancia es quien introduce la posibilidad de esa pregunta, fundamental, respecto del más allá del niño, la que habilita una interrogación respecto del deseo; y que será la puerta de entrada a una identificación que, en el niño, es constituyente de su posición.

Me refiero a ese primer emplazamiento del sujeto, soportado en su identificación al falo imaginario como respuesta a la pregunta por el deseo. Esta identificación lo sitúa en una escena que es, a su vez, y fundamentalmente, una relación de deseo.

Pero también, si de relación de deseo se trata, es necesario decir que este Otro habilita la posibilidad de un deseo a partir de la modalidad de funcionamiento de la demanda. Es, entonces, también, el primer Otro del amor.

A partir de ese vaivén que introduce hace jugar ese signo del amor, que es el indicador de su presencia más allá de poder o no procurar el objeto de satisfacción, el cual por lo demás, es inaccesible, entendido en términos de una satisfacción total. Pero Lacan señala, más allá de esto, que la incidencia del Otro materno deja en el niño un estrago.

Este estrago, incidencia corporal de la relación con la madre, es la consecuencia de ese algo sin medida que juega en ese lazo, más allá de la operatoria de la medida fálica. Pero también, y correlativamente, de ese primer modo de la ley, caprichosa, que no se sostiene de algo más allá.

El estrago entonces se puede pensar como restando de las vueltas de la demanda. Es consustancial a la posición del niño como objeto a, para la madre, de allí entonces que deba ser considerado como un efecto estructural de la relación madre-niño.

viernes, 18 de diciembre de 2020

¿Qué es eso que falta para que haya deseo de la madre?

Lic. Lucas Vazquez Topssian

Quizá la maternidad sea una de las actividades humanas más performadas, idealizadas, sobredimensionada y subestimadas al mismo tiempo. ¿Basta con decir que la maternidad es deseada?

Se da por sentado que quien tiene un hijo es porque quiere y quien no lo tiene, es porque no quiere, como si el contexto no pusiera determinaciones de ningún tipo. La maternidad, ciertamente, puede ser una imposición: es el sistema que determina que las mujeres deseen ser madres. También la maternidad puede ser deseada, aunque podemos preguntarnos ¿Qué deseo no es socialmente construído? 

Se piensa a la maternidad en términos evolutivos, en tanto la maternidad implica la constinuación de la especie y de las próximas generaciones. La familia aquí es tomada como natural, cuando también puede pensarse como un dispositivo de control que mantiene el status quo.

La maternidad como reaseguro contra la vejez: ¿Quién te va a cuidar cuando seas viejita? Buda decía que el hombre engendra hijos y, justamente, es la causa de la vejez y la muerte. Para Buda, si el hombre se diera cuento del sufrimiento que trae al mundo, desistiría de la procreación y podría detener el desarrollo de vejez y muerte. Es decir, se convoca al mundo a una persona cuya suerte no puede ser prevista por su madre/padre, aún sabiendo que está expuesto a múltiples amenazas de terribles sufrimientos y a la muerte, habitualmente traumática.

Colmar la falta con un hijo

En psicoanálisis se ha hablado generosamente sobre del deseo de la madre, que supone una falta que el parent (quien sea) porta y que intenta colmarla con el niño. ¿Quién dedicaría ese enorme esfuerzo que implica cuidar a un hijo si no le hiciera falta? No hay sorpresa alguna en decir que que maternar, en el sistema actual, implica una franca desigualdad. Ni bien es madre, gran parte de la sociedad le suelta la mano a esa persona, creyendo que la madre es una figura omnipotente. Maternar implica una triple jornada laboral, trabajo emocional y de cuidados gratuito, la imposibilidad social de renunciar a ella, violencia obstétrica, entre otras cosas.

También se ha dicho que un hijo adquiere el valor de falo, es decir, el equivalente a un objeto que promete una satisfacción plena (que no existe) y que en varias culturas los representan con erecciones tales como obeliscos, tótems, palos de Beltane o directamente penes... Es incorrecto decir que lo que una mujer quiere es vía su hijo es un pene. El hijo, para una madre, es un objeto lleno de promesas. Tarde caerá en el engaño de que esto no es así y probablemente lo intente algunas veces más hasta convencerse de que toda satisfacción es parcial.

Ahora, es absurdo decir que el deseo de la madre sea exclusivo de las mujeres, pues cualquiera sabe que muchos hombres también tienen el deseo de tener hijos, incluso tratándose de una pareja de varones. Los psicoanalistas resolvieron la cuestión hablando de función materna y paterna, cualquiera sea quien las desempeñe. En los consultorios frecuentemente escuchamos sobre hombres que anhelan tener hijos, pero sus parejas no quieren.

Hay una cuestión de la que se suele leer bastante poco y es acerca de qué consiste exactamente esta falta que permite el deseo de la madre, digámosle deseo del parent, generalmente tratada como un mero agujero a llenar donde previamente no hay nada. En psicoanálisis, estamos acostumbradoss a los conjuntos vacíos, al das ding, a los intervalos desfallecientes, etc. Lo cierto es que nadie que no pueda tener un hijo viene al consultorio diciendo "No puedo colmar imaginariamente mi falta", por la que nos interesa situar algunas de estas cuestiones.

Con la ética negativa de Julio Cabrera, por proponer un autor, podemos  preguntar de qué se trata esa falta inicial del parentdesgastes, dolor físico, desánimo y falta de voluntad, cansancio, falta de fuerzas, sensación de falta de sentido, desmotivacióntedio y depresión. Para Cabrera, se trata de una situación estructural en la que nos encontramos desde siempre, a la que además se le agrega el destino decreciente (o “menguante”): todos comenzamos a acabar desde el mero surgimiento, siguiendo una dirección única e irreversible de desgaste y declive.

Julio Cabrera dice que el ser humano crea valores positivos para defenderse de todo lo anterior, siendo estos valores reactivos y paliativos. El ser humano se defiende de la estructura terminal de su ser. Afirma no todos consiguen soportar esa lucha precipitada, lo que lleva a consecuencias como el  suicidiosenfermedades nerviosas de mayor o menor gravedad o comportamiento agresivo. El autor dice que mediante su propio mérito, el ser humano puede tornar sus circunstancias más agradables, pero afirma que también es problemático procrear a alguien para que intente volver su vida agradable al luchar contra la resistencia de la situación difícil y opresiva que le damos al generarlo.

Para Cabrera, el propio ser de alguien es fabricado y usado, colocado en una situación dañosa de manera no-consensual y unilateral, premeditada o debido a negligencias; siempre vinculado a intereses (o desintereses) de otros humanos y no del humano creado. Además de su gestación, el proceso continúa en el proceso de educación del niño/a, donde será moldeada/o de acuerdo con las preferencias de los padres para su satisfacción. De esta manera, una persona puede ser creada para el bien de sus padres o de otras personas, pero que es imposible crear a alguien por su propio bien.

En este sentido, una de las críticas a las políticas natalistas más conocida es la de  la creación de seres humanos como meros medios o instrumentos para conseguir distintos fines, ya sean militares, económicos, políticos o étnicos.

lunes, 24 de agosto de 2020

La función materna en psicoanálisis: indicaciones para la clínica

La madre es un concepto que se suele dar por sabido. Pensamos en la madre, en la función materna, en la posición femenina, y damos por sentado que todos estamos hablando de lo mismo. Incluso, cuando se habla de la función paterna, todos estamos de acuerdo en qué se trata -la función de separación entre el niño y la madre- ¿Pero cuál es esa función materna?

Una indicación importante para la clínica es hacer caer el prejuicio el de "Madre hay una sola", que es la biológica y que es necesariamente una mujer cisgénero. La dirección a la cura varía si el analista está prefijado en ubicar que la madre es la madre biológica. Esto provoca en el paciente cierta dificultad para elaborar el duelo de esa madre que no ha funcionado como tal. Hay que poder elaborar el duelo con la persona que corresponde. Esto es especialmente importante en el caso de pacientes que han sido adoptados. Muchos analistas dan por sentado que la relación entre el hijo y su madre biológica es la relación de la que hablamos cuando hablamos de función materna. El niño, para que la progenitora funcione como madre, necesita elegir y adoptar a ese niño.

El analista debe ubicar quién ha ocupado la función materna en la historia del sujeto. Una madre biológica puede no hacer función materna con su hijo, aunque la sociedad la señale como madre. La función materna implica incluir al sujeto en su deseo y que lo invita libidinalmente. En la clínica, debemos preguntarnos quién se preocupaba por nuestro paciente durante su vida, Esa persona es la que hace la función materna. 

En familias con padres o madres del mismo sexo, las funciones están claramente diferenciadas. Lo que importa en la constitución del aparato psíquico es que haya dos operaciones: 

- Función materna, aquel que toma al niño en su deseo.

- Función paterna, que ubica un punto de expulsión a la exogamia. 

El interjuego entre estas dos funciones va a producir, en relación a la ley como terceridad, la constitución subjetiva como tal- El sujeto necesita de la función materna y no todo depende de una única experiencia. Hay una madre que funciona como tal, ya sea un hombre o una mujer, pero esa función debe ser duelada por el sujeto.

También suele haber confusiones relacionadas con la mujer y la posición femenina. Freud, siendo del siglo XIX, va poniendo el punto en la pasividad o la actividad. Cuando Freud dice que el sujeto queda ubicado activa o pasivamente frente aotro de manera ambivalente en lo afectivo, hay que ubicar que la posición femenina no es propia exclusivamente de mujeres. 

En el nudo borromeo, hay un aspecto simbólico y otro real: este último permite ubicar posición femenina. Pasar de la cuestión edípica a la mujer en lo real. Lacan dice que La Mujer no existe, sino que hay mujeres. Los hombres, aunque estén ordenados al goce fálico, tampoco están bajo un mismo modelo. 

En lo imaginario del nudo, la madre pasa por la cuestión ilusoria, del estadío del espejo, de "his majesty the baby". Implica al niño como prolongación de la madre, que puede verse en cuestiones de amor y también polarizarse hacia la agresividad.

En lo simbólico, Lacan dice que el papel de la madre es su deseo. Aquí encontramos al Edipo, la sujeción al deseo de la madre, la ecuacón que produce la significación fálica, donde el niño pasa de ser el falo a querer tenerlo. 

Si la madre está sujeta a la ley de su padre y no a una ley caprichosa y sinte que su hijo es una prolongación fálica de si misma, puede ocurrir que la madre qiera taponar su falta con el hijo o también puede desinvestir a su hijo por querer investir otros aspectos de la vida. Alquí estamos hablando solamente de lo simbólico.

¿Qué pasa en lo real? El nudo borromeo de la madre se conecta con el registro simbólico del hijo. De esta manera, va a leer lo real de ella como marca simbolica en el hijo. Este es el encadenamiento generacional. Si en lo real de una mujer u hombre en la posición femenina ubicamos que esa nada inicial (que después en lo simbóĺico se torna un agujero de la castración) que no estaba inscripta, allí se produce los que Peirce llama el potencial.En la posición femenina, en lo real, hablamos de una nada a la fundación: a fundar un potencial que es imposible de decir por una lado; por el otro, algo que no cesa de no inscribirse pero que no toma al niño (eso es simbólico). En lo real, el goce femenino se basta a si mismo, es un punto en el cual la madre se satisface en la producción misma de su agujero.

Eso que es imposible de decir es tomado por el registro simbólico del hijo, que lee en su madre y decodifica desde si. Lo real está perdido y no cesa de no inscribirse. 

domingo, 2 de agosto de 2020

El deseo de la madre

El primer objeto simbolizado del niño es la madre, y su presencia o ausencia se convertirá en el signo del deseo al que el Sujeto aferrará su propio deseo. También es el que hará de él un niño deseado o no deseado. El término niño deseado corresponde a la constitución de la madre en cuanto sede del deseo, símbolo del niño deseado.

El niño no se encuentra solo delante de la madre, sino que delante de la madre está el significante de su deseo: el falo. De ahí resultan todos los accidentes, los tropiezos, que vamos a encontrar en la evolución del niño.

Alrededor de la sexualidad femenina podemos ubicar que la cuestión de la satisfacción se presenta compleja. La mujer puede obtener satisfacción completa sin que intervenga la satisfacción genital.

La satisfacción femenina puede realizarse por completo en la relación maternal: en todas las etapas de la función de la reproducción, en la gestación, en el amamantamiento y en el mantenimiento de la posición materna.

Entre la madre y la mujer hay una separación. El hijo fálico, o sea aquel niño que es todo para la madre, puede a veces taponar, hacer callar la exigencia femenina, en relación al hombre. Así se ve en los casos en que la maternidad modifica la posición erótica de la madre.

Por lo tanto, la satisfacción vinculada al acto genital, el orgasmo, es algo totalmente distinto, y está vinculado con la dialéctica de la privación fálica.

La satisfacción que se encuentra más allá de la relación genital es de otro orden.

Hay siempre en esta relación madre-hijo algo que está más acá y más allá de la equivalencia fálica (algo no tomado por lo simbólico, el goce).

Lo que está más acá, es decir, del lado de la perversión, en la relación madre-hijo, es la posición de resto que el niño tiene más acá de su equivalencia fálica.

En el discurso analítico se trata de ubicar en la relación hijo-madre la enorme dificultad que es para una mujer un niño. También lo que hay en esto de rasgo de locura.

Lo que anuda a la madre con el hijo no está solamente del lado del bien. Esto nos da una pista sobre el deseo criminal, el deseo de muerte de un hijo. Que toda madre quiera a su hijo es un ideal del amor materno.

¿Cuál es el valor del amor de una madre para la humanización de su hijo? La humanización del pequeño hombre pasará por un deseo que no sea anónimo. ¿Qué quiere decir esto? Para el niño, la dedicación materna vale más cuando la madre no es toda de él y es necesario que su amor de mujer sea referible a un nombre. Solamente bajo esta condición el niño podrá ser inscripto en un deseo particularizado, un deseo anudado al deseo entre ellos.

El deseo de la madre como función realiza anticipadamente el sostén narcisístico.

El deseo del padre será promotor de una operación nominante que hace efectivo el enlace con lo real. Nominando enlaza ese real que un hijo representa.

“Deseo de los padres” es una operación que tendrá por condición que los padres, transmisores como tales de la ley del deseo entre ellos y por el hijo, al mismo tiempo pongan a resguardo sus goces.

Deseo de los padres entre ellos y deseo de los padres por un hijo guardan entre sí una lógica balanceada entre el deseo, el amor y el goce.

Es frecuente que después del nacimiento de un hijo los padres digan que ha disminuido el deseo entre ellos. ¿Qué consecuencias trae esto para el niño? Si consideramos la sexualidad femenina, vemos que hay un desplazamiento de la mujer a la madre y lo vemos en la clínica, en la que escuchamos un discurso que va de la sexualidad a hablar del niño, a quejarse del trabajo que da, a quedar solo en ese tema como si no existiera nada más.

Como nos dice Freud, la niña es la que toma al padre como objeto y espera un hijo de él. Ese objeto tiene carácter de imposible por la privación. Sólo es posible por las equivalencias simbólicas.

La equivalencia simbólica se puede lograr, pero lleva una marca para la niña, fue pedida al padre y le fue privada. Hay una dimensión más allá de la equivalencia que se pueda lograr, esto interroga el lugar del hijo para esa mujer. Por eso siempre es una cuestión clínica importante cuál ha sido el lugar de su propio padre.

Un padre merece respeto cuando hace de una mujer objeto a, causa de deseo. Su condición de hacer de una mujer objeto de su deseo lo muestra, en tanto deseante, como trasmisor en acto de un goce que le falta y desea encontrar en el cuerpo de una mujer. Es esperable que esa mujer causa acepte hacerle hijos y que él, lo quiera o no, asuma el cuidado paterno de ellos.

La clínica muestra que optar por una mujer que lo acepte, en el doble sentido de la palabra, no está al alcance de todo hombre. Un padre no es cualquiera, es un modelo de la función paterna. Ser padre es asunto de deseo, y hacer de la mujer una madre podría complicar en algunos casos la relación con la mujer; para el hombre está siempre presente la tentación de hacerse hijo de su mujer.

Esta configuración hombre-niño es distinta de la posición paterna, y la obstaculiza, al poner a ese hombre en posición de rivalidad fraterna con sus propios hijos.

Aceptarse como padre implica un efecto de separación que permite a un hombre dejar un poco su mujer a otros, al menos a esos otros que son los hijos. El cuidado del padre no es redoblar los cuidados maternos, ni compartir los cuidados. Es un cuidado simbólico, función separadora de su presencia afirmada ante la madre.

lunes, 18 de mayo de 2020

La metáfora paterna.


Fuente: Clase de Daniel Zimmerman del 27/09/2012, cátedra "Psicoanálisis II" - UMSA.

Si planteamos la estructura de la metáfora, tal como Lacan la plantea, como aquella operación entre significantes en los cuales uno viene a sustituir al otro, para producir en ese logro, un efecto de creación o poesía, que no nos limitábamos a la creación artística o a la poesía propiamente dicha, sino que todo lo que pudiera producir eso que escribíamos así…

… Podría entrar dentro. Para fijar ideas, lo que está en el numerador y en el denominador se simplifica ($), queda es significante no develando la x, sino produciendo ese efecto de creación o efecto poético.

¿Qué es la metáfora paterna? Es una metáfora que justamente tiene como significante implicado nada menos que uno de esos significantes que Lacan llama “significantes primordiales”. Los significantes primordiales se inscriben en el psiquismo del sujeto para producir efectos de sustitución de significaciones (no cualquiera, son cruciales para el sostenimiento como sujeto) Esto ocurre en un tiempo no cronológico, sino lógico.

Cuando usamos la palabra “sujeto”, le agregamos toda la dimensión que le empezamos a otorgar desde que la escribimos en el Esquema L. No es individuo, no es la persona, sino una dimensión que tiene que ver con el deseo, con el inconsciente.

Entonces decimos que la metáfora paterna es la que en el Nombre del Padre, viene a sustituir el deseo de la madre. Lacan escribe:


En vez de escribir X acá, Lacan escribe “Significado para el sujeto”. Es en la misma dirección en el que iría una X, es decir, un significante está ligado a un significado, pero justamente ese significado, para el sujeto, siempre va a quedar enigmático. No se trata de develar el significado en relación a la madre.

Entonces decimos que esta metáfora, en la medida que es eficaz, produce una significación, como cualquier otra metáfora. Pero no es una significación cualquiera, sino que Lacan escribe así:
Esto quiere decir, en principio, que podemos nombrar esta significación. En la medida que se produce la sustitución del nombre del padre sobre el deseo de la madre, se constituye la significación fálica. Así se llama esto que acabo de dibujar. O sea, en la medida que el significante del nombre del padre se inscriba y acierte en la operación de sustituir al otro significante, está vigente la significación fálica. El nombre del padre produce una significación entre el Otro y el falo.

En la medida que sea  inscripto el nombre del padre, se puede producir con éxito la operación por la cual el niño deja de ser el falo de la mamá. Ese es todo el drama del caso Juanito.

¿Qué pasa en la psicosis? Se trata de concebir una situación subjetiva que por un accidente en esa inscripción primordial tal como el nombre del padre, se ha producido un accidente que llamamos forclusión: ese significante no se inscribe. Dice que Lacán que allí donde debería haber estado un significante, no hay más que un “agujero” en la significación fálica.

La falla primordial en la psicosis, según la teoría lacaniana, consiste en la forclusión del nombre del padre con el consiguiente fracaso de la metáfora paterna. El fracaso está en la operación de sustitución de ese significante al deseo de la madre que impide la consolidación o la vigencia de la significación fálica. En cambio, en las neurosis hay inscripción del nombre del padre.

En la psicosis, el sujeto queda preso del deseo de la madre. El significado permanece enigmático. Lacan dice que esto puede manifestarse o no en la medida que una situación ponga a prueba la vigencia de esta estructura.

Cuando el Presidente Schreber es nombrado presidente del Senado, para sostenerse en ese lugar como sujeto, precisa de tener constituida la significación fálica. En ese momento, se pone en manifiesto que esa significación tropieza. Resultado, se desencadena la psicosis: delirio y alucinación.

La función del significante del nombre del padre: ser el significante del Otro como lugar de la ley.
En la psicosis, en la medida que el significante del nombre del padre no está inscripto, el Otro queda excluido como lugar de la ley (representada por el padre) . No es que no hay Otro, sino que queda excluido en el lugar de la ley. Entonces, si habíamos privilegiado en la neurosis todo lo que se producía en el eje simbólico ( \ ) y el Otro queda excluido del lugar de la ley, se trastorna todo el eje simbólico y todo queda reducido a la relación especular entre yo y el otro.

Esta estructura discursiva, que aparece en primer plano y que involucra al yo y al otro (relación especular), es el delirio.

En el delirio de Screber, cuando él siente que Paul Flechsig (su médico hipnotizador) lo persigue:
Flechsig es el “otro semejante que quiere algo de mí”. El delirio, desde esta perspectiva, aparece como una reacción imaginaria resultado de la imposibilidad de respuesta en un nivel simbólico (\). Ante la imposibilidad de responder a una circunstancia simbólicamente, se produce una reacción en cadena a nivel imaginario, ya no entre el sujeto y el Otro, sino entre el yo y el otro. También pasa cuando alguien dice dice “mi esposa me quiere envenenar”, “Fulanito me mira todo el tiempo”, etc. Esto lo van a encontrar en el seminario 3 de Lacan, donde cita el caso Schreber, donde ve a la psicosis desde esta manera.

Hay una cuestión polémica sobre si hay sujeto o no en la psicosis. Uno podría decir que no hay sujeto, y yo no estaría tan en desacuerdo. Pero decir así nomás que “no hay sujeto” sería decir que no hay posibilidad de que el psicótico hable, o que le contemos un chiste y no se pueda reír. Pero frente a una producción delirante o una alucinación, no hay posibilidad de promover asociaciones y puede ser peligroso. Puede ser que la psicosis no esté desencadenada y que surja en el tratamiento en el diván. Por eso hay que ir con cuidado cuando hay incertidumbre respecto a la estructura. Porque nuestra intervención  puede llevarlo al borde mismo del agujero. Yo no puedo preguntarle a Schreber qué asocia con Flechsig, porque en la medida que está restringido a lo imaginario y excluye lo simbólico, no hay posibilidad de asociar como en un neurótico. Sí podemos decir que no hay sujeto de efecto entre un significante y otro. Ese sujeto que aparece en el chiste, en el fallido, ese sujeto que aparece en el juego significante, no aparece. No aparece porque en ese momento, está el agujero en ese lugar.

A la hora de atender a un sujeto con psicosis, Lacan dice que no se trata de considerarlo como un sujeto más allá del lenguaje, sino de una palabra más allá del sujeto. Y ahí pueden meter todos los neologismos. La palabra es una vía por la que nunca vamos a llegar al sujeto. Así como el tropiezo de “Venga el abrazo suegro”, por la sustitución putear – tutear, por un sueño, por un síntoma histérico que puede ser una parálisis, una ceguera, etc llegamos al sujeto, la psicosis nos confronta con una palabra que no alcanza la dimensión de sujeto, que tajea al sujeto. Por eso la advertencia, no sabemos si esa palabra conduce o no a un posible sujeto. Hay que pensar en otras intervenciones.

viernes, 30 de agosto de 2019

Los tiempos del narcisismo en la infancia y las intervenciones del analista.


Apuntes de la conferencia dictada por Alba Flesler, el 8/08/2018.

El tema de los tiempos es a lo que dedico mi investigación, en cada uno de los conceptos del psicoanálisis. Y como se trata de clínica, también propuse las intervenciones del analista. ¿Qué plural es ese de las intervenciones del analista? ¿Hay tantas intervenciones como analistas? Solemos escuchar que cada uno tiene su estilo. Esta problemática se planteó durante la historia del psicoanálisis previamente y se resolvió por la vía de una técnica, por la cual se pautaron reglas técnicas, por ejemplo, el uso del diván, los 50 minutos, tantas entrevistas en el análisis con niños, la caja de juegos para algunos analistas, etc. Reglas.

Lacan le dedicó su enseñanza mucho tiempo y esfuerzo a tratar de darle a las respuestas que se daba a las preguntas que nos hacíamos, una connotación lógica. Él quiso que las respuestas que damos a lo real sean respuestas de cientificidad. Que no respondamos desde la opinión, desde la intuición o desde la ideología. Es decir, que podamos responder y debatir en el estatuto científico y no nos amedrentemos cuando leemos en los artículos de divulgación que se habla, por ejemplo, de las voces renombradas de científicos de Harvard y Yale como voces de la ciencia. Lacan intentó, a través de la lógica, buscar respuestas que le permitieran al psicoanálisis debatir los problemas de la época desde una perspectiva que lo autorice a responder científicamente. 

La pregunta de qué plural es válida para pensar, en nuestra práctica, si estamos dentro o fuera del psicoanálisis. Si contamos con la lógica de las intervenciones, vamos a estar en libertad y autorización para nuestras intervenciones. Pero para eso tenemos que respondernos qué plural es y pensar si responde, por ejemplo, a una lógica de lo infinitesimal, si es una serie que comienza y no termina, si tiene un doble, si es una serie, responde a la secuencia de intervenciones, si tiene un límite, etc. Son todos conceptos de la lógica. Para responder desde el psicoanálisis, vamos a tratar de situar algunos de los conceptos escenciales que tenemos que manejar para poder respondernos. Y uno de los conceptos fundamentales para colocar al psicoanálisis como una disciplina científica es tener claramente delimitado el objeto al cual el psicoanálisis se dirige: el sujeto. No es la persona, la personalidad, la conducta ni el organismo.

El objeto del psicoanálisis es el sujeto. El planteo del sujeto es subversivo y hacia él dirigimos las intervenciones. Si no sabemos cómo está constituido el sujeto, nuestras intervenciones quedan desorientadas. El sujeto está constituído por un organismo, aunque eso no es el sujeto. Lo real del cuerpo forma parte de la constitución de un sujeto, pero no se reduce de ninguna manera a un cerebro. No podemos escuchar que en en el cerebro hay atracciones varias o que en el cerebro ya viene tal cosa. El cerebro corresponde a lo real del sujeto, como así también su cuerpo orgánico. El sujeto está constituído por él, pero es un real no puro. El sujeto es un real que está anudado a lo simbólico y a lo imaginario: a lo simbólico del lenguaje que trastoca lo real del organismo, a lo imaginario de la representación de ese organismo en la que se asume como cuerpo ese organismo. Diríamos que con Lacan, el sujeto no va a ser reducido a ninguno de los 3 registros: es uno hecho de los 3, real, simbólico e imaginario.

Ese sujeto, al que se van a dirigir las intervenciones del analista, se constituye en tiempos. Esta es otra cuestión importante a tener en cuenta, porque podemos debatir con el vitalismo, la creencia que hay una naturalidad en la constitución. Para nosotros el sujeto se constituye en tiempos dependientes de operaciones. nada será natural en la constitución y si dijimos que lo real del organismo, anudado a lo simbólico y a lo imaginario se trastoca, entonces es difícil reducir las orientaciones del sujeto a los directivos de la nosología cerebral. Los tiempos del sujeto no corresponden a la edad ni se constituyen con los años. Son tiempos de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario. Cada uno de estos 3, que constituyen a nuestro sujeto del psicoanálisis, que no es el sujeto de la filosofía, ni el sujeto gramatical, es el sujeto de la estructura R-S-I. Depende de operaciones que nos van a permitir ubicar cada uno de estos tiempos. Insisto en lo siguiente: no son tiempo que promocionen naturalmente. No son tiempos evolutivos, sino tiempos que se van a efectuar si las operaciones que lo promueven ocurren. Es decir, que si dependen contingentemente de operaciones, también pueden fallar y podemos encontrarnos entonces con que el tiempo del calendario pasa y los tiempos del sujeto no. Es importante ubicarlo para las intervenciones. Son tiempos necesarios de operaciones, pero contingentes en su realización, es decir, fallan y dan como consecuencias destiempos, contratiempos, detenimientos en los tiempos. Para formalizar las intervenciones del analista, es importante que el analista delimite qué tiempo tiene ese sujeto. Incluso un adulto, puede estar en un tiempo y no en otro.

¿Qué tiempo de simbólico? No es lo mismo el tiempo del lenguaje, que el tiempo de la palabra: alguien puede cursar la operación relativo al lenguaje y no estar en el tiempo de la palabra. O bien puede alcanzar la operación que permite la efectuación del sujero de la palabra, pero no articularse en discurso. Son tiempos del dicho a muy grosso modo, porque los tiempos son mucho más finos. 

Tiempos de lo real. Hay goces que corresponden a determinado tiempo del sujeto y que no se redistribuyen. Bien puede ocurrir que pasen los años y se siga, como decimos, de pasar a besar unos labios a seguir chupándose el dedo. Hay adultos con tiempos de fixierung, de fijación, porque falló la progresión de los tiempos.

Tiempos del narcisismo y de la constitución del cuerpo. El cuerpo no se reduce al organismo, es el cuerpo del sujeto. Cuando nosotros nos ocupamos del cuerpo, nos interesa el cuerpo R-S-I. Tomamos en cuenta, por supuesto, lo real de ese cuerpo, pero anudado a lo que el lenguaje y lo imaginario imprimió y enlazó de ese real. 

Lo que nosotros vamos a ver son los tiempos del narcisismo de la infancia y quisiera pasar al lugar que ocupa el tiempo del narcisismo en los tiempos del sujeto, para poder pensar en las intervenciones del analista, respecto de los tiempos de constitución del narcisismo, de recreación del narcisismo y de falla en la constitución del narcisismo y recreación de los tiempos y cómo intervenimos.

Situemos los tiempos del narcisismo en la infancia para diferenciarlos. Ustedes conocen el mito de Narciso, que tiene distintas versiones. La versión de Ovidio plantea que era un joven muy hermoso, hijo de un dios y una ninfa, que al consultar a Tiresias por el destino de ese niño, dice que va a llegar a viejo si no se contempla a sí mismo. Narciso estaba en el bosque y una de las ninfas que habían tratado de ganar su favor, Eco, trató de seducirlo y al no lograr hacerlo se consumió hasta quedar solamente su voz. Eco pidió venganza a némesis y le llegó la venganza cuando él se inclinó a beber agua en el bosque y quedó fascinado con esa imagen y muere. Hay otras versiones, como la de Pausanias, que plantea que en realidad Narciso era un joven que había tenido una hermana gemela que había perdido y entonces creyó verla en las aguas. Todas las versiones van a lo mismo, que es lo tanático de la fascinación que él encuentra respecto a esa imagen que él encuentra respecto a esa imagen que lo lleva a la muerte, al tratar de unirse a esa imagen mediante el beso.

Damos por supuesto y natural que alguien se fascine y se contemple, pero no es natural. Alguien puede no percibirse en esa imagen, no ver esa imagen, ¿de qué depende? No solamente del cerebro. Lacan cuando intentó formalizar apelando a las leyes reflectivas de la óptica con el Estadío del Espejo la conformación de una imagen y de la imagen corporal, partió justamente del córtex, es decir, él en ningún momento niega que haya una fundamentación ligada a lo orgánico, pero lo que el sujeto va a percibir no corresponde a lo real, como muestra lacan con las leyes de la óptica. Esto es muy interesante hoy en los debates con los legisladores, que plantean la importancia del DNI que tiene que estar dado por la autopercepción. ¿Qué hace que alguien se perciba?

El 1° tiempo de constitución del narcisismo es de anticipación. No se trata de ninguna connotación natural la que nos lleva a percibirnos nena, nene, grande, chico, alto, bajo, gordo, flaco. Lo que vamos a percibir comienza en un tiempo de anticipación con una distorsión perceptiva, porque Lacan llamó a eso deseo de la madre. En el primer tiempo, el Otro anticipa al sujeto. Una embarazada, en el momento que se está produciendo en su propio cuerpo una división celular, ella no dice “Tengo un blastómero en la panza”. O “me encuentro sintiendo la mórula”. Ella dice “Estoy embarazada, voy a tener un bebé” y si no se pone a tejer, le compra ropita y lo imagina cubriendo lo real de su cuerpo con una imagen. Esa imagen es cobertura imaginaria de un real. No solo cubre lo real anticipando a ese sujeto: le pone un nombre. Es decir, anuda lo real e imaginario a lo simbólico, anticipando un cuerpo separado del cuerpo propio. esta operación de cobertura imaginaria de lo real la lleva a que anticipe R-S-I del sujeto. Pero como todos lo hemos escuchado, muchas embarazadas no anticipan un bebé cuando se está produciendo el real de la división celular. De esta operación depende que funcione el deseo de la madre. 

Entonces, cuando nosotros decimos y coincidimos que no se es madre naturalmente, que no se trata solo de dar vida, sino de anticipar un sujeto, no hacemos ideología. Estamos planteando desde la lógica del psicoanálisis, que un hijo para ser hijo depende de que funcione esta operación deseo de la madre. Y de ella, entonces, se extrae como consecuencia nada más ni nada menos que la constitución del sostén narcisista, porque es ella la que va a imaginar unificado lo que es una división. Ella cubre la vida de subjetividad. Los que trabajan en reproducción asistida, la ciencia, va a poder crear vida, pero lo que no van a poder constituir es un sujeto. Podemos tener vida sin sujeto. Para que haya sujeto, es preciso que funcione esta operación. Una mujer puede enjendrar vida, pero solo el deseo de la madre puede enjendrar sujeto. El organismo depende de la unión del óvulo y el espermatozoide, pero el cuerpo del sujeto depende de que el deseo de la madre funcione como operación. Es una operación inconsciente y esto hay que ubicarlo para el discurso de la época: no es lo mismo el deseo que querer algo. Querer tener un hijo no es el deseo de la madre se sostiene de lo que llamamos fantasma materno y tiene que ver con cubrir una falta. Solo se desea un hijo si un hijo hace falta. Entonces, es necesario pensar que esta operación se tiene que dar para entender por qué un viviente que nace prematuro, que su cuerpo está en estado de prematuración, que no coordina aún los movimientos, que no tiene la presión suficiente para sostenerse, que la mielinización de su sistema nervioso central está inacabada, sin embargo, se identifica a una imagen unificada de su cuerpo, se ve integrado, se ve como uno y además siente júblilo por esa imagen que cree que es él. La percepción se sostiene de la mirada del Otro. Es imposible pensar que podemos ser abstinentes que no le vamos a transmitir nada a los niños para que sean libres. Transmitirles eso es también transmitirle marcas, porque el Otro recubre y realiza esta operación porque su deseo es deseo de falo. El falo es el objeto que imaginariamente le cubre la falta y el narcisismo se sostiene de esta operación necesaria pero profundamente contingente, que hace que se cubra imaginariamente una falta en el Otro.

La madre va a desear ese falo si en ella funciona una operación. Si se va a cubrir una falta imaginariamente, es porque algo falta. Y eso que falta es la función fálica. Lacan llamó función fálica a cuando en la madre funciona una lógica de incompletud. Cada vez que opere esa incompletud en la madre, la falta está operando. Ella la va a recubrir proponiéndole a ese viviente que sea el falo. Gracias a que el viviente lo toma, va a tener una ganancia: ese cuerpo incoordinado se le va a presentar como uno. además, si se da esa operación va a tener sensibilidad. No alcanza con que funcione la fisiología de la piel, para tener sensibilidad, es necesario que se haya constituído ese cuerpo imaginario del sujeto. He tenido muchas oportunidades de diagnosticar la falla de esta operación y con gran pena ver sujetos graves que se quemaban con cigarrillos para poder sentir. 

De la constitución imaginaria del cuerpo depende: 

- La sensibilidad. 
- La percepción de esa imagen tomada como propia, ya que nos vemos como el Otro nos propuso que nos veamos. 
- La percepción del espacio. La dimensión del espacio no depende de la geografía, depende de la percepción que se establece en ese tiempo de constitución de la imagen especular. 
- La posibilidad de estar erguidos y de ponerse de pie depende de que el Otro nos haya propuesto que seamos ese falo imaginario. Gracias a la constitución del narcisismo, el cuerpo se va a parar. 

El cuerpo como superficie. Si esa operación se realiza, el cuerpo se constituye y se constituye desconociendo lo real del organismo. Solo reconoce la superficie y esto es muy importante, porque a la hora de la relación con los demás, tener la unificación de la imagen hace que por ejemplo tengamos la tranquilidad de que tenemos intimidad, de que el Otro no conoce nuestros pensamientos, que nos atraviesa con la mirada. La relación con el Otro también depende de la constitución de esta imagen en tiempos muy tempranos. 

Así como planteé que hay fallas en la constitución de la imagen, el tiempo que le sigue es qué pasa si esta imagen no se mueve. La imagen puede no moverse. El tiempo de constitución de la imagen es un tiempo de coagulación: es cuasi fotográfico, nos reconocemos ahí y pasamos a decir “soy yo”. Es notable que quien queda coagulado en estos tiempos, muchas veces pasan los años y uno puede decir que tiene una imagen aniñada. Durezas corporales, gente que queda en la identidad a esa imagen y no pueden moverse de allí. Es también notorio que sigan vistiéndose como hace mucho, o en casos más graves, no pudiendo quitarse la ropa que le da consistencia al cuerpo. Ser el falo es un tiempo que puede quedar detenido. ¿De qué depende entonces que se pueda pasar a otro tiempo del narcisismo, donde la imagen se mueve, donde es posible aceptar soy y no soy? Donde es posible reconocerse aunque uno parezca diferente, como cuando nos vemos en la foto de un documento que nos sacaron hace muchos años. Uno puede decir “soy yo”, pero ya no soy esta. 

¿Qué es lo que permite que no se desarme la imagen y que tenga movilidad? Lo que lo permite es que en el Otro, ese que sostuvo con la mirada la imagen del sujeto, vuelva a funcionar la función fálica, es decir, que busque el falo más allá del niño. O dicho en términos de Lacan, que el falo sea matáfora de amor por lo que buscará en otro cuerpo, como en el del padre. Es decir, que la madre pueda tomar al niño como metáfora. Metáfora es un concepto fuerte de Lacan, que quiere decir sustitución. Es decir, que lo pueda sustituir, que en la madre funcione la incompletud y que la madre no sienta que ese niño es parte de ella y no lo deje para nada. La madre de Juanito no lo dejaba ni ir al baño, se desvestía delante de él, lo llevaba a todas partes, entonces el niño ahí funciona como metonimia de su deseo de falo, es decir, lo toma como parte de su cuerpo. En ese caso es muy difícil que la imagen del sujeto pueda hacer juego. es decir, que tolere ser y a veces no ser el abanderado de la escuela, ser el centro de la escena y a veces no ser. Que el mundo sea acorde a su percepción pero que también pueda estar la percepción de otro. 

Para poder enlazar el narcisismo a la castración, es necesario que además de funcionar el intervalo en el Otro (lógica de incompletud) también entre la función nominante del padre. Es decir que cuando se mueve el espejito, tenga letra para sostenerme fuera de ese lugar y no pensar que si no estoy en la focalización de la mirada en el centro de la escena, me voy a caer al abismo. La dureza corporal se pierde cuando el Otro pestanea y mira más allá del niño, cuando da lugar a que aparezca en esa imagen un menos, que le falte algo a esa imagen, un resto. Lacan dijo que si el falo lo escribimos con la letra griega φ (falo imaginario), se trata que aparezca un -φ, un resto en esa imagen, que el niño no sea la suma de las notas ideales del narcisismo de los padres. Hoy veíamos un material clínico donde la madre decía “Es igual a mi”. A la nena le costaba encontrar salida, porque estaba muy ausente, entonces cada vez que aparecía el menos en alguna escena, alguien que no la llamaba, se derrumbaba. Para pasar del ser al tener, es preciso que haya letra legitimante que sostenga el narcisismo con la mancha. Es decir, con lo que falta en la imagen, con lo que no entra en el brillo del falo imaginario que el Otro deseó para ese niño que lo complete. La ganancia de este nuevo tiempo del narcisismo es una imagen que se mueve. Se puede empezar a jugar a personajes, porque se trata de un niño que no es idéntico a si mismo. “Dale que era…” no es soy. La dureza del primer tiempo, la falta de letra para hacer el pasaje rigidiza el juego en niños y adultos, que se vuelven captados por la severidad del superyó, como dice Freud. Se vuelven serios, no juegan más. Jugar distintos roles se trata de que la imagen haga juego. Y la imagen del espejo se mueve si se dan estas 2 operaciones. Y nuevamente, no es natural. 

Gracias a esta letra, podemos decir que sin letra el narcisismo se rigidiza. El yo puede llegar a hacerse egoísta. Es decir, el ego es la falla del narcisismo. Es la dureza que viene para reparar la falla en la constitución, la intolerancia con la diferencia, lo insoportable de la relación al Otro. Todos están hablando de la falla en la movilidad del tiempo del narcisismo. Sin letra, entonces, queda una pobreza en la constitución, porque el que no juega se aburre. Y con letra, se va delimitando el objeto que le hace falta. Es decir, en lugar de estar de objeto para el narcisismo, de objeto para la mirada del Otro, se va extractando un objeto que le hace falta. Por eso, gracias a la recreación de los tiempos, en lugar de fascinarse con la propia imagen, se va a buscar el objeto en el cuerpo del partenaire. La posibilidad de búsqueda del objeto, de la elección de objeto se hace en tiempos, porque dependen de la pérdida sucesiva del lugar de objeto en la que el sujeto se constituye. Pasaje, entonces, de los tiempos del narcisismo en la infancia del ser al tener y a la búsqueda del objeto en el cuerpo del partenaire. Si el narcisismo perdura, puede ser una elección narcisista, buscándose un igual. 

Si los tiempos se recrean, se va a poder constituir lo que Lacan llama el semblant, que no es la apariencia. Lo que Lacan llama el semblant, es la cobertura imaginaria de un pedazo de real, anudado simbólicamente. Para hacer semblant, es preciso tener letra. Si uno se cree que es psicoanalista todo el tiempo, hacen como hacían en la técnica antigua, que se vestían con el mismo traje todos los días para no introducir variables en la escena analítica y no saludar al paciente si se los encuentra en el cine. Para hacer semblant, dice Lacan en el seminario XX, ustedes no son el semblant. Si se colocan en ese lugar, pueden hacer que se presente la presencia del objeto. Solo se puede hacer presencia del objeto si se constituye el semblant.

¿Y las intervenciones? Vamos a decir que delimitamos las fallas, nos encontramos con las fallas de las primeras operaciones, o nos encontramos con las fallas en la movilidad del narcisismo. Ahora, entonces, ¿qué plural es ese? No es un plural infinito ni es un plural de una serie que hace a cada quien. Es una plural que hace a una lógica. Si el sujeto es R-S-I, y los tiempos son tiempos son tiempos de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario, cuando el analista delimita qué tiempo está comprometido, interviene en lo real, en lo simbólico o en lo imaginario. Puede intervenir en los 3 registros. No interviene solo en lo real, solo en lo simbólico o solo en lo imaginario, porque sería desconocer la estructura del sujeto. Y se autoriza a realizar las intervenciones -con este plural- porque todas ellas aportan al acto analítico. Y el acto analítico, dijo Lacan, es el que efectúa sujeto. Es decir que nosotros apuntamos con el acto analítico a la efectuación del sujeto, por eso intervenimos en los 3 registros sin decir que estamos fuera del psicoanálisis, sin decir que estamos fuera del campo de la palabra, o solo en el corte de lo real y que vade retro intervenir en lo imaginario. Veamos 2 casos para ver las fallas en los tiempos de constitución.

Caso clínico 1. Un niño cuya falla se dio en el primer tiempo del deseo de la madre. La madre de este niño estaba de duelo cuando quedó embarazada y rechazó profundamente el embarazo. Se veía gorda, se arrancaba la ropa y tuvo un rechazo por el hijo. El padre, que nunca había querido tener hijos y que aceptó tenerlo para satisfacer a la mujer, consideraba que los hijos destruyen la pareja, porque uno no tiene tiempo al tener que ocuparse de ellos. 

Traen al niño a la consulta porque no quería ir a la escuela. Él salía corriendo cada vez que se iba a encontrar con algún chico. Es decir, no toleraba la presencia de otro chico y salía corriendo. Fue difícil que entrara al consultorio, pero avanzando un poquito y habiendo tolerado lo que yo llamo el tiempo de expulsión del objeto (literalmente destrozó los objetos que tiraba en el consultorio). No podía jugar y el cuerpo no se sostenía por carecer de consistencia imaginaria. En un determinado momento yo le decía que los chicos juegan a determinadas cosas en el consultorio y él me preguntaba ¿Vos cómo sabés como juegan los chicos? Yo le contaba que atendía chicos y que los chicos esto, lo otro… Ahí se empezó a mostrar interesado en lo que los chicos le gustaba hacer, como pintar. Él me dijo que quería pintar. Agarra la pintura, pero en lugar de pintar, me dice pintame. 
- ¿Qué te pinte?
- Pintame así tengo manos.

Ese fue el inicio de la reparación. Yo lo pinté y cuando las tuvo pintadas, ahí empezaba con el cuerpo a dejar marcas en el consultorio y poco a poco fue empezando, con el cuerpo pintado, con el cuerpo cubierto, con el cuerpo vestido, a jugar y pasó con bloques a repetir un juego, que era “mirame”. Él se subía a los bloques, hacía equilibrio y se sostenía en mi mirada. Intervención que apunta en lo real a reparar la consistencia imaginaria de un cuerpo que no se podía constituir. Gracias a esa unificación sostenida en transferencia en lo real de la ella, pudo ir a la escuela. Jugaba al tenis, no jugaba a juegos grupales porque muchos juegos le eran intrusivos a la falla en la constitución imaginaria y tuvo un amigo. La intervención fue sostener ese cuerpo, que podía tener sostén en la mirada del Otro. 

Caso clínico 2. Una nena cuya madre sí la había sostenido con su deseo de falo en los tiempos primeros, y efectivamente cuando llegó era una nena que tampoco podía jugar. Era preciosa, una muñequita, uno llegaba a la sala de espera y la encontraba durita, sentadita. Pero no se movía la imagen. Eso era algo realmente imposible. Un día viene con una muñeca a pilas que tenía un control remoto y me lo muestra: 1, 2, 3. Otra vez, 1, 2 y 3. Entonces, miro a la muñequita esa que hacía 1, 2 y 3 y le hablo. 

- Hola, ¿a qué querés jugar?
- Es una muñeca.
Y yo le sigo hablando a la muñeca. 
- ¿A qué sabés jugar? 
Ella movía el control, 1, 2, 3; 1, 2, 3. Yo le seguía hablando a la muñeca. 
- ¡Pobrecita! ¡Solamente te movés cuando te mueven! ¿No podés jugar a algo que te guste? 
1,2,3…. 1,2,3… 
- Porque acá los chicos vienen, juegan a muchas cosas… 
- ¿A qué juegan? (pregunta la dueña del control) 

Le cuento que juegan a diferentes cosas y que también eligen pintar. Por supuesto, a la sesión siguiente vino vestida con un delantal hermosísimo hasta el cuello. Empieza a pintar inmaculadamente y de repente se le cae el pincel y entonces yo juego con la mancha. Son intervenciones tendientes a mover la imagen coagulada del cuerpo. No son intervenciones en lo real, aunque esté jugando. Son entre lo simbólico y lo imaginario. Todas apuntan a destrabar los tiempos del sujeto, no solo con los niños, sino con los adultos también. Son intervenciones en lo real, en lo simbólico y en lo imaginario. En ese sentido acuerdo con Winnicott, que decía que el analista tiene que ser juguetón; pero no jugar para divertirse, sino para poner en juego la modalidad del objeto, para que el sujeto no quede coagulado y se pueda mover.

Pregunta: En las 2 intervenciones se produce algo a partir de comentarle a los niños que van otros niños a jugar.
A.F.: En el primer caso, es para incluirlo en la serie de los niños. En el caso de la otra nena, aunque le hablo de los otros niños, es para descoagular el lugar de muñeca que ella tenía. Acá hay otro, porque en el contexto, ella estaba muy habituada a ser el centro de la mirada de su madre, de sus abuelos, etc., entonces decirle que habían otros niños, es un recurso para decirle que no sos el único falo acá. 

Pregunta: ¿Por qué el primer niño no quería ir a la escuela?
A.F.: Hay una falla en la inclusión en la demanda del Otro. Su cuerpo, al no estar constituído por esta consistencia imaginaria, lo real siempre le es muy amenazante. La constitución que tenemos desde lo imaginario es lo que nos permite estar vestidos ante los goces que el Otro presenta. Y encontrarse con otros niños o con otras personas, implica encontrarse siempre con los goces que las otras personas portan, por eso en muchas situaciones, cuando hay fragilidad en la constitución imaginaria, hay dificultades en la relación con los otros. Hoy estábamos viendo con una paciente que es adulta que ella siempre percibió de su abuela y su madre de que no había un lugar más seguro que la propia casa. La calle está llena de peligros, que si te miran, que si te hablan… Ella encontró un trabajo para hacerlo en su casa, todo lo hacía ahí y un día le entran a robar estando ella en la casa. En ese momento, les dije que gracias a ellos vas a poder cuestionar lo que tu abuela decía. 

En el caso de este chiquito, encontrarse con estos otros cuerpos, al no tener una buena consistencia, era muy peligroso. Es la penetración del goce más allá de lo imaginario, que puede destrozar la poca o frágil consistencia imaginaria. Él ni siquiera agarraba el lápiz, era un cuerpo muy frágil. 

Pregunta: ¿Qué eficacia tiene tiene lo restitutivo de los tiempos? ¿Es temporal o permanente? 
A.F.: Los tiempos que fallaron, fallaron. El análisis no devuelve al tiempo anterior, lo que hace es reparar la falla. No es lo mismo hacer una reparación que pretender devolverle la operación que la madre no hizo. No somos mejor madre que la madre. Si trabajamos con n ios, nunca debemos creernos súper-padres. Se trata de una reparación que trata de abrir vías colaterales para los goces. Se arman reparaciones, pero los tiempos que fallaron, fallaron. Y la estructura que precipitó, a mi entender, precipita tempranamente como dice Freud. No hay cambio de estructura. El niño del caso terminó muy bien su análisis con una buena reparación cobertora, siempre y cuando no se violente su límite. Los padres tenían muy en claro qué cosas no tenían que hacer para no violentar el límite de la estructura y el niño también, como cualquiera, que encontrándose con los límites de su estructura, sabe qué la repara y qué la daña. Eso es un análisis.

Respecto de lo ganado en un análisis, no se pierde. El encuentro con un analista es un antes y un después, si hubo análisis. Esto no quiere decir que no haya reales de la vida que conmuevan. porque los análisis no previenen los reales de la vida, sino que da herramientas para responder a eso. Por eso digo, nada indica que ante un nuevo real, alguien pueda requerir una nueva vuelta de análisis. 

Los niños, cuando son graves, como un chico que cada tanto me viene a ver. Él ya siendo un hombre sigue guardando la llave de su casa, y yo creo que el análisis es eso, una llave guardada que el sujeto se lleva. En el caso de él, la llave es real por su gravedad. 

Pregunta: (pregunta por los miedos de los niños).
A.F.: Freud dice que los miedos de los niños son algo que pasan al crecer. Vos me recordás que a veces no pasan. No hay que decirle a las madres que pasan, porque pasan si pasan, ¿y si no pasan? Pasan a síntomas peores. Entonces, hay fobias que son propias de los tiempos de constitución y tienen que ver con que lo simbólico se va constituyendo en tiempos. Entonces, hasta que se pueda encontrar un buen delimitador del espacio para los goces, los niños recurren a los objetos fóbicos delimitadores del espacio. Esto es típico de ciertos tiempos del sujeto. Si no pasan, es que hay algo de lo pulsional incestuoso que no está delimitado. Esto puede ser por falta de letra del lado de la función paterna, o porque la madre no dona el intervalo, reteniendo al niño como falo. Entonces, el espacio no termina de delimitarse y la oscuridad son como los monstruos, es algo de lo pulsional puesto ahí. Muchas veces vemos esto en los adolescentes que les encantan las películas de terror, dicen que no tienen miedo, se trata de conjurar esos goces que no encuentran una delimitación o un marco. Pero la oscuridad también es la oscuridad de significantes, como el caso del niño que iba con la tía por el bosque y pide que le hable. Los nombres se delimitan con el espacio prohibido y el espacio permitido y la fobia es una de las manifestaciones que aniñan a alguien. Los fóbicos adultos se empobrecen mucho en su vida y en el lazo social.

Pregunta: ¿Asociás la letra a la función del padre?
A.F.: Si. Lacan dice que la operación paterna son las nominaciones. Las nominaciones, para Lacan, no son lo significantes. La nominación es el borde real de la letra, porque establece bordes entre lo real y lo simbólico. Lacan va a plantear que el nombre es lo que enlaza lo real. El significante tiene otra lógica, en cambio la letra permite legitimar un determinado goce. No es lo mismo decir “mi hijo” que “este chico” al viviente que nació. Con hijo, se inscribe una delimitación de goces. Si es el hijo, con la madre no. Si es el hijo, hay ciertas obligaciones, etc. Entonces, el nombre tiene eficacia sobre lo real, es más del orden de la letra.