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martes, 25 de febrero de 2025

La ubicación del malestar en el trabajo analítico

El ingreso del sujeto en la cultura lleva consigo un malestar inevitable, pues supone su captura por el lenguaje, lo que lo convierte en una experiencia irreductible. Freud denominó esta condición el “dolor de existir”.

Sin embargo, en ocasiones, este malestar adquiere una connotación distinta: puede intensificarse, extenderse más allá de lo esperable o adquirir una temporalidad particular. En estos casos, se transforma en un sufrimiento excesivo, un “penar de más”, que da lugar a lo que se conoce como la “miseria neurótica” y puede motivar la formulación de una demanda analítica.

Ante la presencia de tal demanda, uno de los primeros desafíos del trabajo clínico es identificar dónde se sitúa ese malestar. ¿Cómo se presenta? A veces, el malestar se experimenta de manera difusa, sin una referencia clara a eventos específicos. Otras veces, está vinculado a situaciones concretas del presente o del pasado de quien consulta.

Cuando el malestar se encuentra localizado, es crucial interrogar los elementos que configuran esa escena y que podrían estar actuando como puntos de fijación del sufrimiento. En cualquier caso, el trabajo analítico en sus primeras etapas debe orientarse a situar el emplazamiento del malestar, explorando los vínculos que establece y el Otro al que se dirige.

Delimitar estos aspectos es esencial, pues permite desplegar un proceso de historización en el que el malestar se enlaza a una cadena de significaciones, abriendo así la posibilidad de un trabajo analítico efectivo.

martes, 2 de julio de 2024

¿Cómo se elige a un analista? y... ¿Elige un analista?

 La elección de un analista, en el momento en el que un sujeto quiera comenzar un análisis, la decisión de dirigirse a tal o cual analista, es un una cuestión que merece algunas interrogaciones.

Hay diferentes maneras de acceder a un analista. Se puede hacerlo a través de la sugerencia de algún otro a quien se le consulta o se le pregunta si puede dar el nombre de alguien con quien comenzar un análisis; o el analista puede ser fruto de un encuentro la más de las veces azaroso, en distintos ámbitos en los cuales se haya leído o escuchado a un analista sostener sus lecturas o los interrogantes que pone en juego en su práctica.

En principio se puede elegir un analista a partir de una inicial suposición de saber, la cual después deberá volverse operativa en el inicio de las entrevistas y la puesta en forma de la transferencia. Y este punto ya conlleva una vuelta respecto de ese encuentro inicial, algo más debe pasar.

Pero hay aún una dimensión mucho más opaca, si se quiere, en la elección de un analista, algo que no que no está, en principio, en el primer plano. Incluso es algo que esta entramado, disfrazado o velado detrás de esa suposición de saber.

Nos referimos a la cuestión de que el analista de un sujeto (que por supuesto no reducimos a quien lo encarna) implica un lazo que presupone la puesta en juego de algún rasgo o algún matiz.

Se trata de una singularidad que conecta con el Otro del sujeto. Con lo cual entonces, en la elección de un analista hay aquello que es posible de decir, de articular y significar; y hay también de lo que escapa la palabra, de lo que es reacio a ella. Y quizá se juega en esto una cuestión fundamental de un análisis: ¿cómo transmitir lo mas singular que allí pasa? Precisamente porque eso lo implica al analista.

La elección del analista.
Cuando alguien decide consultar por un padecimiento que lo aqueja, puede acceder a un analista a través de distintos modos. Puede llegar a uno porque lo conoce por alguna circunstancia de la vida o algún lugar por el que transita. Se puede también llegar a un analista a través de la recomendación de alguien; incluso, eventualmente es posible acceder a un analista a través de una consulta en un seguro médico o en un hospital.

En cualquier caso, el punto relevante de la pregunta: ¿porque se elige un analista? es el verbo elegir. ¿Qué quiere decir elegir a un analista?

¿Significa decidir acudir a la primer consulta o significa decidir quedarse?
Planteo estos interrogantes porque lo que me interesa remarcar, es que elegir a un analista es la decisión (no del todo voluntaria, ni del todo consciente) de quedarse en un análisis con determinado analista para emprender un trabajo.

A partir de ello entonces, y retroactivamente, en el trabajo mismo quizás se podrá dar cuenta de que la elección de ese analista no fue azarosa.

Sino que el sujeto pudo encontrar allí un determinado estilo, un cierto rasgo, algo que en ese analista hace resonancia de alguna cuestión de su historia o de su propio padecimiento. En ese punto, la persona que encarna al analista en cuestión no es más que el vehículo o el sostén de algo que pertenece a la historia del sujeto, y que la más de las veces es totalmente inconsciente hasta que el trabajo lo vuelve evidente, no en el sentido de lo que se ve, sino de la posibilidad de caer en la cuenta.

Y es relevante hablar de cuenta tratándose, quizás, de un cierto rasgo. Porque lo discreto del rasgo conlleva lo contable, y fue a través de ello que el sujeto entró en la cuenta del Otro. Es lógico entonces que algo de esto se juega en el vínculo con el analista, dado que el trabajo del análisis conlleva la transferencia y ésta no es algo que se pueda establecer con cualquiera, a diestra y siniestra.

¿Hay elección del lado del analista?
Hay dos dimensiones por las cuales me parece que se podría tomar esto. El analista elige en el punto en el cual es quien decide la modalidad y la temporalidad de sus intervenciones. Es cierto que estas están condicionadas por el discurso del sujeto y por el lugar que el analista le toca ocupar en la transferencia.

Sin embargo, hay algo del orden de una cierta elección que se juega en la modalidad de un estilo, en un cierto tiempo de intervenir. Hay diferentes maneras de practicar el psicoanálisis y se juega, en ese punto, algo del orden de una elección. Incluso porque podría pensarse esta elección asociada al estilo como la consecuencia del análisis del analista.

Pero también hay otra cuestión, mucho más delicada si se quiere. Es el hecho de que el analista elige si da o no lugar a la demanda que recibe. O sea, el analista recibe una demanda asociada a un cierto padecimiento, una demanda de escucha, la cual podrá eventualmente transformarse en una demanda de análisis.

Este punto es importante porque el analista decide si da lugar o no, o sea, decide si hace posible o no la entrada al dispositivo. Queremos decir con esto que el analista no está obligado a acoger todas las demandas. La pregunta es, ¿qué lectura llevó a cabo un analista que le haría factible decidir no dar lugar a una demanda?

jueves, 13 de junio de 2024

El análisis "por encargo"

 Sabemos que la consulta a un analista está comandada, de un modo más o menos claro, por alguna demanda. En ella se puede jugar alguna circunstancia perentoria o contingente de la vida del sujeto.

También nos encontramos frente a aquellos casos, no poco frecuentes, en los cuales alguien consulta, pero no porque se sienta afectado o aquejado por algún malestar o alguna pregunta que no puede resolver, sino que esa demanda en realidad no es del sujeto, sino de alguien de su entorno, que podría ser un familiar más o menos directo, como los propios padres e incluso el partenaire del sujeto. A eso nos referimos con esto que llamamos un análisis por encargo.

En un primer momento el trabajo apuntará a ir delimitando en qué medida esa demanda que no es de quien consulta, pudiera dar paso a un interrogante o algún pedido de tratamiento, la puesta en interrogación de algún malestar que pudiera justificar que el sujeto requiriera ser escuchado.


De no producirse ese pasaje se impide la puesta en forma del dispositivo analítico. Precisamente porque el hecho de que la demanda no sea de aquel que consulta viene a evidenciar que el malestar asociado a la posibilidad de la interrogación está en otro lado. O sea que quien consulta no lo hace por un malestar que lo divide, que en todo caso lo afecta por el no saber y el cual le conlleva, quizás, hasta un penal de más, sino que consulta como modo de responder a esa demanda.

La demanda en psicoanálisis no coincide con el pedido, la reclamación de un objeto determinado, sino que es el vehículo a través del cual se formula una pregunta, articulada, que se dirige al Otro. Entendida así es el plafond a la par que el vehículo del deseo, el cual no admite el anonimato ni la suplantación.

miércoles, 12 de junio de 2024

Presentaciones no sintomáticas en la clínica

 El síntoma es una respuesta que el sujeto recibe del Otro frente a la demanda dirigida a ese lugar, y es esencial para el advenimiento del sujeto.

El síntoma conlleva entonces una estructura formal, la cual está constituida a partir de los significantes que bañaron la existencia del sujeto, en tanto y en cuanto le llegan desde ese Otro lugar, donde se fundará su verdad.

Es con este síntoma que el sujeto se hace con una respuesta frente a la pregunta que le dirige al Otro atinente a su existencia y a su lugar en el deseo. Tomado así, el síntoma despeja en el sujeto un interrogante, funcionando de tapón, de obturador de la castración del Otro.

Con lo cual, si esta función de respuesta del síntoma vacilara, podrían suscitarse en el sujeto un interrogante que podría llevar, eventualmente, a una consulta analítica. ¿Qué encontramos en aquellos casos en los cuales el síntoma no forma parte de la consulta?

Una presentación mas cercana a la dimensión del fantasma que del plafond sintomático. Esto justifica la dominancia de lo irruptivo, eso de difícil tramitación simbólica, y ello en la medida en que lo problemático es allí el lugar del sujeto.

Quizás un punto central de estas modalidades de presentación es la ausencia de pregunta, teniendo en cuenta que sujeto y pregunta se requieren, y son indisociables.

Una hipótesis que esbozamos es que la ausencia de pregunta es la consecuencia de algo que no opera a nivel del Otro. El cual por un lado puede haberse retirado de su función nominativa, a la par que no hace de vehículo a la demanda de amor, sin el cual el deseo no se pone en juego.

Esto trae consecuencias en cuanto al alojamiento del sujeto y a la constitución del síntoma. Se trata de algo que hace de obstáculo a la presencia-ausencia que abre un espacio que habilita la pregunta, como dijimos, solidaria del sujeto. Esta operatoria hace posible el plafond ficcional del que el síntoma participa, sin el cual el sujeto queda a merced de la irrupción económica.

Las presentaciones no sintomáticas en la clínica

Un sujeto, en la medida en que no es un significante, no pertenece al campo del Otro, razón por la cual entonces debe incluirse. Y se incluye a partir de algún síntoma (es una de las posibilidades), de algo que le haga de sostén y que le permita, identificación mediante, hacer algún lazo con algo en el Otro.

El síntoma es un correlato en el sujeto del modo en que quedó alojado en el campo del Otro, y tiene un paralelismo con la puesta en juego del deseo por parte del Otro. O sea que el síntoma es el testimonio de que, demanda mediante, el sujeto entró en relación con el deseo como deseo del Otro y de algún modo encontró una manera de situarse allí.

Pero encontramos no pocas veces, y cada vez más frecuentemente en nuestra contemporaneidad clínica, que hay presentaciones no sintomáticas en la praxis analítica. Queremos decir sujetos cuyo cuadro clínico está dominado por un quantum económico de difícil tramitación y que acarrea en el sujeto un padecimiento mayúsculo, desmesurado que afecta su tránsito por la vida.

Puntualmente con relación al trabajo analítico estas presentaciones dificultan y a veces imposibilitan la puesta en forma de una pregunta, la cual es condición de posibilidad del trabajo del análisis.

Entendemos que estas presentaciones no sintomáticas son la consecuencia de una deficiencia en el alojamiento del sujeto en el deseo del Otro y, por ende, en el armado del síntoma. Nos parece que el punto de interrogación debería recaer acerca del modo en que ha operado, un paso antes, la demanda como demanda de amor, teniendo en cuenta esencialmente que esta demanda de amor es el vehículo a partir del cual el sujeto puede entrar en conexión con el deseo del Otro.

martes, 11 de junio de 2024

El pasaje del motivo de consulta a la demanda de análisis ¿Cómo lograrlo?

 EL MOTIVO DE CONSULTA ¿Un pedido?

El paciente se presenta a la consulta con una queja por su sufrimiento  psíquico, formulándole un pedido al analista: dejar de sufrir por aquello que relata (sus inhibiciones, sus síntomas o sus angustias).

EL MOTIVO DE CONSULTA ¿Por qué es un gran puente y una oportunidad?

El analista le otorgará un gran valor a la decisión del paciente de consultar porque, para hacerlo, tuvo necesariamente que vencer múltiples resistencias. Así, la consulta es el puente y la “gran oportunidad” de comenzar un tratamiento orientado a “no sufrir de más”, tal como lo expresa J. Lacan.

Intervenciones del analista

El analista escuchará el paciente en su queja y en su sufrimiento con mucho cuidado y respeto. Intentará hacer una lectura que separe dos series  psíquicas:

* La consciente, a la que se refiere la queja.

* La inconsciente y fantasmática del sujeto en aquello que le produce sufrimiento. Posición masoquista, sádica, superyoica o compulsiva.

¿QUE LE DONA EL ANALISTA AL PACIENTE?

Cuándo el analista puede leer la posición subjetiva que el paciente desconoce, por ser inconsciente, y que halla su satisfacción pulsional en el sufrimiento, procederá a donarle su acto de lectura intentando que el sujeto se implique en eso que le pasa y que lo hace padecer.

LA LECTURA DEL ANALISTA ¿Qué gran puerta abre?

Cuándo el sujeto advierte que el mismo está implicado en aquello por lo que sufre  -a través de la lectura donada por el analista- comienza a tener idea de que existe “la otra escena” (inconsciente, fantasmática).


EL PASAJE DEL PEDIDO A LA DEMANDA DE ANÁLISIS ¿Cómo se produce?

Cuando el analista le dona al paciente su lectura acerca de la posición e implicación subjetiva en aquello de lo cual sufre, se produce el pasaje del motivo de consulta a la demanda de análisis. El sujeto se da cuenta que él también, y no sólo el analista, tendrá que hacer su propio trabajo subjetivo en la cura.

LAS PRIMERAS ENTREVISTAS ¿Cómo el analista logra leer el plano inconsciente?

El analista lee principalmente la enunciación del paciente, es decir, su posición inconsciente. Esta lectura se realiza sobre los pequeños detalles: las contradicciones, lo que para el paciente tiene poco valor o importancia, los tropiezos que parecen insignificantes. Y también operará una lectura sobre las clásicas formaciones del inconsciente: lapsus, fallidos, olvidos, ausencias.

lunes, 1 de enero de 2024

Desde la consulta al analista al inicio de un análisis

 ¿Podemos afirmar que la consulta de un sujeto a un analista está comandada lisa y simplemente por el malestar?

La entrada en la cultura conlleva una renuncia pulsional, ya que por el hecho de habitar la cultura y de estar inmersos en el campo del lenguaje, el sujeto padece de un déficit en cuanto al campo de su satisfacción.

Sin embargo, esta entrada ofrece remedos. Allí donde la captura por el lenguaje conlleva una pérdida, la estructura misma ofrece compensaciones a través de los ideales propios de la cultura o sus compensaciones sublimatorias, en las cuales cada sujeto podrá encontrar un modo de satisfacción.

Todo lo que queda dentro de este campo podría quedar subsumido en el dolor de existir. El solo hecho de existir produce en el sujeto un malestar y en la medida en la cual el sujeto responde a ese malestar con una satisfacción supletoria (el marco del fantasma) hay en el neurótico una recuperación vía un plus, vía un excedente.

Así como el solo hecho del malestar concomitante con el dolor de existir es propio de la naturaleza humana, la satisfacción o el plus que el sujeto encuentra en el fantasma tiene una función, defensiva diríamos. Y si ella vacila en cuanto a su función de pantalla, podría entonces cobrar la forma de un penar de más.

El sujeto, en este sentido, consulta un analista no simplemente porque sufre, sino porque está afectado por un penar de más, por un excedente en cuanto al dolor. Y esto responde al hecho de que aquella satisfacción supletoria con la cual el sujeto mantiene a distancia la castración del Otro queda afectada en su función y se transforma, entonces, en un penar de más y podrá a partir de ahí motorizar una consulta, una demanda.

Freud dijo que el análisis funciona, de alguna manera, al modo del juego de ajedrez, donde los inicios y los finales están reglados y todo lo que sucede en el medio está marcado por la contingencia, que depende de la particularidad de cada sujeto. Un análisis nunca puede ser igual a otro.

En ese sentido, entonces el inicio de un análisis debe ser demostrado y, en principio, no coincide con el comienzo de las entrevistas, ni con el llamado telefónico a un analista o tampoco con una entrevista donde eventualmente quien padece puede hablar de ese sufrimiento que lo lleva a la consulta.

El inicio de un análisis, desde la perspectiva de Freud, implica la instalación de la neurosis de transferencia, que es una neurosis artificial, ordenada en función de los significantes que comandan la neurosis de ese sujeto, pero que tiene como novedad una vinculación al analista. La neurosis de transferencia incluye al analista y el inicio de un análisis conlleva la instalación, ahora desde el planteo de Lacan, del Sujeto Supuesto Saber.

En la medida en que el sujeto está inmerso en el campo del lenguaje, toda palabra implica al Otro, por cuanto llama a una respuesta, convoca al oyente. En tanto y en cuanto la transferencia, o sea la suposición de saber, se haya instalado, la palabra del analista será tomada, entonces y necesariamente, como proveniente de ese lugar del Otro.

Esto es necesario, más no suficiente. Para poder pensar el inicio de un análisis se hace indispensable que el sujeto (no el moi) quede “implicado” en la pregunta o demanda que se le dirige al analista. Finalmente entonces, el inicio del análisis implica una reformulación de la demanda. Allí donde hubo un pedido de ser escuchado, la demanda analítica formula una pregunta, que no siempre toma una estructura gramatical interrogativa en el discurso corriente, pero que involucra al sujeto en aquello que le pasa.


jueves, 11 de agosto de 2022

Cuando el pedido no es una demanda: intervenciones clínicas

El pedido es una demanda en el sentido genérico, pero no es una demanda en el sentido analítico. Un paciente va a un servicio por una demanda espontánea, en la mayoría de los casos, y se encuentra con una terapéutica orientada desde el psicoanálisis, generando una tensión en el campo sintomático. El paciente pide una terapéutica al Hospital, pero que muchas veces no está orientada en el análisis.

¿Cómo pensar estos pedidos sin demanda y cómo se cruzan con nuestras concepciones teóricas? ¿Cómo intervenir?

Pensemos en una neurosis o psicosis funcionales. Por ejemplo, hay neurosis obsesivas que nunca llegan a la consultan porque trasladan todo su bagaje de funcionalidad al carácter o a la forma de ser. Entonces, dicen "Siempre fui así, soy así, las cosas son así", son personas que quizá pidan algo, pero nunca una demanda de conmover a ese ser. En las psicosis funcionales, vamos a encontrar que muchos fenómenos adosables a un trastorno mental son justamente lo que les permite funcionar. 

Luego tenemos "los mandados sin demanda" En tanto funcionan, no demandan. Pero, empujados por el discurso de la ciencia, nosotros tenemos que producir alguna maniobra preliminar para ver si es posible un tratamiento. ¿Es posible intervenir sobre el pedido e incidir sobre la no demanda?

El encuentro de dos discursos. Por un lado está el que el analista sostiene y es en el que se formó. Y por otro lado está el discurso del patjhos, de aquel que padece y que consulta, por el motivo que sea, pero no piden ni un análisis ni una psicoterapia orientada desde esa perspectiva. Cada vez aparecen más cuestionamientos a la formación psicoanalítica, sumado a los profesionales que se interesan cada vez más por la orientación cognitivo conductual. Esto, lejos de ser un problema, abre al juego y a la oferta. La hegemonía de la psiquiatría dio paso a la hegemonía del psicoanálisis de orientación lacaniana, que tampoco fue la felicidad de los prados: como en toda hegemonía, genera exclusiones y segregaciones, además de otros problemas éticos. Actualmente estamos ante una tercera etapa, que es la caída de la hegemonía del discurso analítico y la aparición de dispositivos integrados, que enriquece el intercambio.

Pensemos en los vectores de la demanda terapéutica y la demanda analítica:

La S central se refiere al síntoma. El analista que trabaja en una institución se ve interpelado entre la demanda terapéutica y la analítica. 

La dimensión analítica apunta al síntoma, ordenando los trastornos, los malestares y el pathos en tanto pueda darle forma a un síntoma. El síntoma no solo porta una solución de compromiso, sino que también porta una demanda de carácter inconsciente. 

La dimensión terapéutica se centra en ser una respuestas al pathos. No solo a la patología, sino al pathos de los goces, intentando dar una respuesta terapéutica a eso. Quien sostiene esta idea, apunta a curar o normalizar el pathos. 

Nosotros sabemos que los goces, en tanto no son goces del cuerpo como imaginario, solo permiten hacer operaciones sobre el cuerpo real o el simbólico, pero no agota a lo real, que sigue estando allí. Lo que si se puede es cambiar la posición del sujeto a lo largo de un tratamiento frente a lo real y por ende, a algunos goces que se pueden acotar. Acotamiento no es agotamiento, sin embargo. El discurso psiquiátrico sostiene que los goces se pueden agotar; el psicoanálisis va por el lado del acotamiento. Por ejemplo, para la psiquiatría el delirio, en tanto pathos, puede ser agotado, aunque ningún médico sostiene en la práctica que una psicosis pueda ser "curada". No hay posibilidad de estado anterior al pathos. 

La dimensión analítica encuentra al agente tensionado por esos dos vectores no simétricos. La dimensión analítica es un vector ético que tracciona e interpela a la dimensión terapéutica a su eje ético: la ética del bien decir, una ética sostenida en el deseo y en un trabajo o acotamiento de los goces, orientado desde el síntoma. Toda intervención, toda relación con el pathos ó el paciente (transferencia), toda economía que acontezca en el cuerpo (RSI), debe estar al servicio de una política: el síntoma.

Táctica, estrategia y economía están al servicio de ser orientados desde la política del síntoma. Si uno decide mantener la política del psicoanálisis en una institución, el analista también hace síntoma, porque la dimensión terapéutica, que para el psicoanálisis llega por añadidura de la dimensión analítica, en este campo de la salud pública, la dimensión terapéutica es el sentido de esa fundación, además que el paciente lo pide. raramente un paciente viene a analizarse, sino que demanda una terapéutica. De manera que el analista no solo debe saber hacer con su síntoma, sino también con su ética.

De lo que se trata es de sostener una terapéutica, pero como subraya Lacan en Variantes de la cura tipo, una terapéutica que no es como las demás. 

En este esquema superior vemos la TÁCTICA, que son las intervenciones, al servicio de una ESTRATEGIA (que es la transferencia), con un vector ÉTICO  que regula los dispositivos, que es la ECONOMÍA. Por último, la función del analista se ordena bajo una política.

Podemos pensar en un campo de pedidos sin demanda. Siguiendo a Lacan en Saber y verdad, penúltimo de los Escritos 2, hay una permanente tensión entre saber y verdad, dos campos heterogéneos que por eso separamos:

La división entre saber y verdad nos sirve para saber de qué tipo de pedidos se trata: hay pedidos que vienen del campo del saber, como el discurso médico, el psicológico y el discurso tóxico. El discurso tóxico es un saber que tiene el consumidor, que rivaliza con el saber del médico y psicológico y definitivamente rechaza el saber analítico. El consumidor adicto es un desconfiado del inconsciente. El adicto rechaza cualquier planteo diferente al de la palabra, un rechazo casi forclusivo de querer saber. Esto genera agotamiento en quienes intentan mantener una terapéutica centrada en el psicoanálisis en los pacientes con patologías de consumo.

Otras demandas que vienen como pedido de tratamiento que vienen del campo del saber son las demandas sociales, escolares. Las demandas médico-psicológica son las demandas del orden de la interconsulta, como los médicos clínicos con pacientes que no le responden a la terapéutica, el psiquiatra que deriva porque no le funciona la medicación. 

Los pedidos del campo de la verdad son el pathos del paciente. También las demandas familiares, el pathos de la familia, de la pareja, de los hijos, sea cual sea el pedido. 

Para pasar del campo del pedido a la demanda es necesaria una operación preliminar, que podemos llamar, siguiendo a Badiou, una operación de forzamiento. Badiou, en Lógica del acontecimiento, habla del forzamiento, que no es obligar, sino forzar el carácter de la neutralidad. El analista tiene dos principios: neutralidad y abstinencia. Cuando no hay pedido, hay una paradoja. Debe poner en suspenso la neutralidad: no todo es lo mismo. Muchas veces el analista debe recortar, señalar, denotar que ahí hay algo. Cuando el sujeto ve que su discurso de saber, su discurso tóxico o su hábito no le funcionan del todo, cuando el sujeto viene a quejarse que quiere sacarse de encima una pareja, un síntoma, un hábito... hay algo de decepción en relación al estado anterior. El analista debe subrayar que hay algo del no-todo del saber: algo tiene que fallar en el orden del saber y en la verdad.

Si logramos este forzamiento como maniobra preliminar, pasamos de un pedido terapéutico a quizás algo del orden de la demanda. Cuando el sujeto toca el agujero del "no todo" (centro de la imagen), se da cuenta que el no todo del discurso tóxico o el no-todo del discurso de la familia continúa siendo funcional, abriendo un horizonte de dos salidas posibles.

En general, los pedidos del campo del saber van hacia el campo de la verdad, al estilo consciente. Por ejemplo, un médico que hizo todos los protocolos y su paciente sigue teniendo úlcera. El saber pide verdad y la verdad ¡Pide saber! ¿Cómo romper ese circuito cerrado? Con la operación de forzamiento que vimos, suspendiendo la neutralidad, pero sin suspender la abstinencia. Esto es, no mostrar el deseo personal de "yo quiero que te trates". Solo debería subrayar algo así como "Esto que me decís, que siempre hiciste X cosa y ahora no te funciona, es clave".

Si el sujeto logra meterse en el agujero del no-todo, puede abrir a la dimensión de la demanda. En el campo de la demanda se invierte la ecuación, aparece el campo de "OTRA VERDAD", que es la verdad del pathos y no la verdad de la forma de ser. estamos en el territorio del campo pulsional. El saber del discurso de la ciencia, el saber de la psicología, deviene "OTRO SABER", un saber no-todo que es parte del campo de lo inconsciente. 

En la demanda no hay saber/verdad, sino un saber no-todo y una verdad no-toda. Si eso acontece, hay espacio para el trabajo analítico... creo. No es una hipótesis científica ni una creencia religiosa, sino una conjetura de trabajo. Hacemos existir al inconsciente en tanto somos lectores, pero esa es una operación de forzamiento. Muchas veces esta operación no podrá realizarse, como vimos en Psicoanálisis y Medicina. Muchas veces la demanda consciente del sujeto no coincide con la demanda inconsciente. A veces, quien pide una terapéutica, lo que pide es que lo confirmemos en su condición de enfermo. A veces piden que le quitemos el pathos y otra veces ni siquiera eso: quiere que le confirmemos que no está enfermo, que no es pathos. La diferencia entre demanda consciente e inconsciente quedará para otra entrada.

viernes, 24 de diciembre de 2021

Entrevistas con madres y padres. ¿Por qué es un encuentro revelador?

La clínica con niños siempre viene acompañada de padres, madres ó aquellos adultos significativos para la crianza del niño. ¿Se trata únicamente de juntar datos a la manera de una anamnesis ó tiene otro sentido en la clínica psicoanalítica? El taller clínico "Entrevistas con madres y padres. ¿Por qué es un encuentro revelador? " fue dictado por la Lic. Victoria Alvarez, 30 de octubre de 2021. A continuación, los apuntes de la misma.

La importancia que el analista le dé el analista a los padres dependerá de cómo se piense al niño y a su padecer. En el desarrollo del psicoanálisis con niños hubo diferentes posturas sobre el lugar de los padres en la cura.

Melanie Klein consideraba que el conflicto era interno en el niño y que no hacía falta entrevistar a los padres. Se lograba la cura a partir de jugar con el niño.

Arminda Aberastury, en Argentina, también usaba la técnica del juego. Ella entrevistaba a los padres con preguntas sumamente pautadas, sin un intercambio necesario. Ella armó grupos de orientación a padres y este dispositivo fue replicado en otros hospitales.

Anna Freud consideraba que el paciente era el niño y que había que trabajar con él al modo del adulto. Usaba interpretaciones, sin juego.

Maud Mannoni, ya con una lectura lacaniana del síntoma del niño, solo trabajaba con los padres.

En el texto de Freud de 1920 sobre la joven homosexual, él se refiere a la situación ideal de comienzo de un análisis, que no era su caso. 

El médico que debía tomar sobre sí el tratamiento analítico de la muchacha tenía varias razones para sentirse desasosegado. No estaba frente a la situación que el análisis demanda, y la única en la cual él puede demostrar su eficacia. Esta situación, cómo es sabido, en la plenitud de sus notas ideales, presenta el siguiente aspecto: alguien, en lo demás dueño de sí mismo, sufre de un conflicto interior al que por sí solo no puede poner fin; acude entonces al analista, le formula su queja y le solicita su auxilio.

Esta es la situación ideal. Más adelante, dice:
Las situaciones que se apartan de estas son más o menos desfavorables para el análisis, y agregan nuevas dificultades a las intrínsecas del caso.

Es el caso de los padres que demandan que su hijo se cure.
El médico puede lograr, sí, el restablecimiento del hijo, pero tras la curación él emprende su propio camino más decididamente, y los padres quedan más insatisfechos que antes. En suma, no es indiferente que un individuo llegue al análisis por anhelo propio o lo haga porque otros lo llevaron; que él mismo desee cambiar o sólo quieran ese cambio sus allegados, las personas que lo aman o de quienes debiera esperarse ese amor.

En la conferencia 34, de 1932, Freud dice algo más optimista:
Se demostró que el niño es un objeto muy favorable para la terapia analítica; los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego, es preciso modificar en gran medida la técnica de tratamiento elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no tolera mucho los métodos de la asociación libre, y la trasferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes.

Y luego, la famosa frase que muchos analistas de niños conocen:
Cuando los padres se erigen en portadores de la resistencia, a menudo peligra la meta del análisis o este mismo, y por eso suele ser necesario aunar al análisis del niño algún influjo analítico sobre sus progenitores.

Lacan, en el año '49, nombra distintos aspectos de la formación del analista para el análisis con niños y la flexibilización de la técnica. En Dos notas sobre el niño, Lacan propone que el síntoma del niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. La respuesta es ante algo, nosotros podemos pensarlo en tanto defensa. Jorge Fukelman, un analista argentino, planteaba esto como el retorno de lo reprimido de los padres, que se manifiesta en las articulaciones significantes que rondan la vida. Esto a veces puede ser claramente advertido, otras más difícilmente y a veces no se puede ubicar a qué responden.

Lo sintomático familiar puede ubicarse en un acontecimiento traumático fácilmente ubicable ó puede tener que ver con la neurosis de los padres, que pueden dejar al niño en lugar de testigo, de sostendor de estos malestares.

¿Qué función cumplen los padres en el psiquismo de los niños y su problemática? Las funciones maternas y paternas pueden estar encarnadas en distintos adultos significativos para la vida de ese niño, como los abuelos, los tíos, etc.

El cachorro humano tiene una dependencia vital con el Otro. Para sobrevivir, tiene que haber otro que lo cuide como en muchos animales, pero para constituirse como un ser hablante, sujeto del inconsciente ó sujeto deseante, tiene que encontrar en el Otro cuidado, sostén y alojamiento en su deseo. El niño tiene que encontrarse siendo algo significativo para alguien. 

El niño llega al mundo con una historia que lo antecede. Esperablemente, este niño es alojado en una trama de deseos familiares y sobre él recaerán identificaciones inconscientes que se pondrán en juego, por parte de los padres, para cada hijo. De esta manera, cada hijo tiene "sus padres", aunque sean los mismos entre los hermanos. En los primeros momentos, que son fundantes, el niño es hablado, demandado con palabras y significantes que dan cuenta del lugar que ocupan para el Otro y para la familia.

Lacan, en la conferencia de Ginebra sobre el síntoma, dice que los padres modelan al sujeto y que no es indiferente la manera en que le ha sido instilado (echar gota por gota dentro de algo) el modo de hablar. Lo que se dice y cómo se dice es absolutamente primordial. Dice Anne Dufourmantelle:
La impotencia fundamental de nuestras primeras semanas de vida, donde enteramente consagrados al Otro, nosotros esperamos de él, de ella, una caricia, una palabra, un gesto, un signo al menos que nos enganche a la vida, al amor, al deseo. 

Sin ese enganche al Otro a la vida, el sujeto irá errando buscando algo de ese lugar. Pero acá ubicamos lo imprescidible de esta función del Otro y su alojamiento. Serán palabras, entonces, las que lo irán nombrando, devenidas luego en significantes y que le dan al sujeto un lugar en el mundo. Le dan un ser.

El analista debe estar advertido cómo los padres nombran a su hijo: el salvador, el primero, el del medio... Significantes que son propiciatorios del deseo y la subjetividad.

El sujeto se identifica a esos significantes que vienen del Otro. En el curso de la infancia, este Otro tiene presencia real, como veíamos con Freud. Es decir, está ahí en la vida real del niño y tiene una injerencia real. La problemática del niño tiene que ver con el modo propio de arreglárselas con la demanda del Otro, por donde se vehiculiza su deseo. 

Un caso
Niña a punto de cumplir 5 años, sus padres consultan porque se hacía pis encima. Los padres dicen que creen que la niña nunca dejó los pañales. A los dos años y medio, era enero y la nena los llamaba para ir al baño, pero pocas veces avisaba y se hacía pis encima. La madre llevaba mudas de ropa por las dudas.
En seguida, en la entrevista surge un acontecimiento traumático que los padres vivieron dos meses antes de ese enero. Estando la niña en casa de los abuelos, la policía entró violentamente a hacer un allanamiento rompiendo puertas, ventanas, golpeando a algunos adultos y deteniendo al padre. El padre fue detenido por 30 días y como la madre se tuvo que ocupar de esa cuestión, la nena quedó al cuidado de unos familiares. El padre fue sobreseído rápidamente porque todo había sido una confusión.
Después del sobreseimiento, plantearon irse del país, pero el tema quedó ahí y que "seguimos con nuestras cosas como si nada hubiera pasado". En todo ese tiempo, a la nena le dijeron que el padre fue a comprar caramelos y juguetes y que ya iba a venir. La nena recordaba el hecho y se le armaba un lío de quién era el bueno, el malo, la policía que era buena, pero que entró y era mala... La nena, un tiempo después, dejó de preguntar. Esta marca en el cuerpo de la niña denuncia que no todo estaba como si nada hubiera pasado.
Jugando, la niña pudo elaborar esta cuestión y con los padres se pudo hacer enrar en el discurso esto traumático que había quedado por fuera. La cuestión era seguir, no como si nada hubiera pasado, sino advertidos de esta manera.

¿Qué revela la entrevista a padres?
Lo que interesa de la entrevista cpn los padres es ubicar en su discurso el lugar que ese hijo ocupó y ocupa en el deseo de cada uno de ellos. La escucha tiene que estar orientada a esas marcas con las que ese hijo fue hablado, los ideales que se han puesto sobre éste. 
¿Cómo lo cuentan? 
¿Qué contradicciones? 
¿Qué mitos familiares? 
Hay que restar atención a los enriedos en que los padres se ven envueltos cuando tienen que resolver cuestiones con los hijos y que tienen que ver con los ideales de los padres puestos sobre este niño.

La escucha es la que guía a las intervenciones del analista. Habrá que ubicar aquello que la estructura de lo familiar ante lo que el síntoma del niño responde.

Qué preguntar y escuchar en las entrevistas a padres
El analista primero escucha el motivo de consulta y de qué se trata la demanda, si es que la hay. Por ejemplo, pueden mandarlos de la escuela y que los padres no tengan una demanda. Debemos preguntarnos ¿Quién sostiene esa demanda? No todos los que participan de las entrevistas tienen las mismas intenciones ni demandas. 

En lo que nos cuentan los padres, hay que fijarse quién padece. Muchas veces los padres consultan y no queda tan claro si hay un padecimiento, sino que se trata de consultas que tienen que ver con separaciones recientes y la consulta es más bien preventiva. Quizás, en esos casos, los que sufren son más bien los adultos y no tanto el niño.

También hay que situar por qué la consulta es en ese momento, qué precipitó el llamado. ¿Qué genera en los padres lo que le pasa al niño? Puede ser enojo, fastidio, miedo...

Nos interesa cómo fue la llegada del niño a su familia. Debemos historizar su existencia, los hitos de su desarrollo. No son los datos que nos interesan, sino cómo fue que la familia lo vivió.

Podemos indagar en qué hipótesis tienen los padres acerca de lo que le pasa a su hijo. Allí aparecen un montón de cosas que tienen que ver con la implicancia que tienen los padres con el síntoma de su hijo y cuál es su posición.

Debemos prestar atención a cómo es nombrado el niño, qué palabras usan para definirlo. Toda esta información nos da la pauta de qué lugar ocupa ese niño o niña en el discurso de sus padres. 

En estas entrevistas, se da la instalación de la transferencia. Los niños son traídos al análisis por sus padres ó adulto responsable, pero eso no significa que necesariamente ellos participen de la cura. Hay tres modos en que los padres se pueden ubicar respecto a cómo los padres llegan a la consulta:

La llegada al modo de lo simbólico es el modo ideal. Son padres que llegan interrogados por lo que le pasa al niño. Ubican en la consulta que hay un saber que ellos no tienen y que el analista tiene (según ellos). Suponen que el analista va a poder acompañarlos y ayudarlos y a él le dirigen preguntas propias, escuchan y se quedan pensando. 

Hay un modo más imaginario de presentarse, son los padres que consultan para arreglar lo que no funciona en su hijo. Ponen el saber en el lugar del analista, pero no tienen una interrogación. Demandan un alivio. Lo que el analista aquí tiene que hacer es enlazar esta presentación a la pregunta.

Finalmente, hay un modo real de presentación, que son los padres enviados por el médico, la escuela... Vienen sin demanda, sin interrogación, muchas veces mostrando el fastidio que sienten por estar ahí. Esta presentación es importante de tener en cuenta, porque no siempre que los padres traen a un niño en consulta quiere decir que estén siendo parte de la cura. Aquí el analista debe hacer que los padres tengan un interrogante propio, alojando este modo de presentarse.

En estas consultas, los padres vienen porque no hay coincidencia con lo que los padres esperaban de ese niño. Se trata de una desproporción estructural que introduce el lenguaje al tocarnos el cuerpo. Algo queda perdido en el ingreso al mismo y ya nada encajará perfectamente. No hay objeto mítico de la satisfacción, porque la falta es estructural. El encuentro y la aceptación de esta diferencia, entre lo que se espera y lo que se encuentra en el hijo, es el trabajo principal de los padres y se hace por amor, renunciando al narcisismo propio en pos de la subjetividad del hijo.

El analista debe dar lugar a la diferencia que ese hijo porta, que es el sostén de la singularidad del niño. Esta diferencia implica que el niño no está tomado del todo por los significantes del Otro. Es cierto que no siempre vamos a lograr esta disponibilidad tan ideal que decimos de los padres y las madres. El analista debe ser paciente, tomar esa presentación y trabajar con ella. A veces tenemos que trabajar con padres que no coinciden con nuestro ideal, por lo que hay que ver qué padre y qué madre y con qué historias llegan a la consulta.

La posición del analista frente a la entrevista a padres no es la de analizarlos. Tampoco es la función del analista ser un dispenser de saberes y consejos. Esto no quiere decir que el analista no deba dar indicaciones precisas, que se dan según la lógica del caso y de los significantes en juego. 

Las intervenciones del analista deben favorecer el despliegue subjetivo de ese niño, a través del jugar y leer el modo singular en que se presenta el síntoma, propiciar que algo se inscriba y se reordene de otro modo menos padeciente y con los padres, acompañar la lectura que se va haciendo del síntoma y lo que nos muestra. La idea es que ellos se posicionen en un lugar más amable con la diferencia. También, que los significantes se puedan articular a la cadena.

El análisis con niños busca que éste se pueda ubicar de otro modo respecto de la demanda del otro que lo hace padecer. A veces esto se modifica en las mismas entrevistas con los padres. Si esto no es suficiente, también el analista trabaja con el niño. 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

¿Cómo amar a una mujer? La “perversión” de la joven homosexual de Freud


Por Luciano Lutereau

Luego de la reciente aparición de la biografía titulada Sidonie Csillag, la “joven homosexual” de Freud–1 escrita por dos periodistas y publicada originalmente en alemán–, y a pesar de que dicho libro apenas recoja en unas pocas páginas la impronta del tratamiento con Freud, el informe de la “joven homosexual” –según un nombre que se debe a Lacan, dado que Freud no llama a la paciente de ese modo en ningún momento– ha producido una notable repercusión en la bibliografía psicoanalítica.

En este artículo2 avanzaremos con el propósito de realizar una lectura detallada del artículo “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” en función de tres preguntas específicas y articuladas: a) en relación al modo de presentación de la paciente, ¿por qué Freud la toma en tratamiento?; b) ¿puede afirmarse de modo concluyente que Freud la trata cómo una neurótica? c) en tal caso, ¿qué elementos dificultan concluir el tipo clínico en juego?

La iniciación del tratamiento
Una muchacha de dieciocho es traída a la consulta por su padre luego de un intento de suicido, en el cual la joven intentara arrojarse a las vías de un tren. El incidente ocurre después de un episodio en que, caminando por el centro de la ciudad junto a una cocotte a la que cortejara –“la pésima fama de la dama era directamente una condición de amor”–,3 ambas mujeres se encuentran repentinamente con el padre de la más joven, quien lanza una mirada furiosa a su hija. Luego de advertir el parentesco entre la joven y el hombre que acababan de cruzar, la cocotte propone dar término a la relación y la muchacha corre a precipitarse en las vías del tren. Freud consigna este episodio, al menos, de dos maneras distintas: a) en primer lugar, propone que los paseos de la joven con su amada tienen el propósito de “desafiar”4 al padre –incluso llega a concebir la consolidación de la homosexualidad, en este caso, como modo de “venganza”5 respecto del padre–; b) en segundo lugar, Freud destaca la indiferencia con que la muchacha se pasea por las calles.6

En este punto, una primera pregunta que se desprende es la siguiente: dado que el primer aspecto es el que sirve de hilo conductor del caso, ¿de qué modo fundamenta Freud la “intencionalidad” de los paseos de la muchacha? Para Freud la conducta de la joven se presenta con cierta “artificialidad” en la medida en que su elección de partenaires está comandada porque “nunca eran mujeres a las que se reputase de homosexuales y que así le habrían ofrecido la perspectiva de una satisfacción”.7 De este modo, cancelada la posibilidad de contacto sexual, el interés de la joven por las mujeres es interpretado por Freud como una conducta “dirigida” al padre.

El hecho capital –para Freud– que subtiende la venganza respecto del padre se encuentra hacia los dieciséis años, cuando un nuevo embarazo de la madre frustró la expectativa de recibir un niño del padre. Por lo tanto, “sublevada y amargada dio la espalda al padre, y aun al varón en general”.8

Una de las primeras cuestiones que Freud consigna, de acuerdo a este modo de presentación es que la muchacha “no estaba frente a la situación que el análisis demanda.9 Esta situación es caracterizada por Freud según una triple condición: a) alguien dueño de sí mismo sufre un conflicto interior; b) se queja respecto de ese conflicto; c) solicita auxilio a otra persona. Refiere estos tres aspectos como “notas ideales”10 para el inicio de un tratamiento. No obstante, no cabría considerarlos como excluyentes, dado que inmediatamente menciona el caso de dos circunstancias en las que cumpliéndose dichos requisitos no se presentan casos favorables al psicoanálisis: el “contratista”11 y el “donante piadoso”12. Por lo tanto, el cumplimiento de estos rasgos no era para Freud una condición suficiente para la iniciación de un tratamiento. La circunstancia específica por la cual la joven homosexual es la siguiente:

“… los motivos genuinos de la muchacha, sobre los cuales tal vez podía apoyarse el tratamiento analítico. No intentó engañarme aseverando que le era de urgente necesidad ser emancipada de su homosexualidad […] agregó, por el bien de sus padres quería someterse honradamente al ensayo terapéutico, pues le pesaba mucho causarles una pena así.”13

En función de esta referencia, puede considerarse que Freud habría tomado en tratamiento a la joven homosexual, no por la presencia de un conflicto psíquico –ni por la participación de una queja y un pedido a otro, coordenadas características de la neurosis–, sino por el cumplimiento de un rasgo propio de la formulación de la regla fundamental. En “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913), Freud había afirmado que la relativa confianza o desconfianza que el paciente tuviera respecto del tratamiento era un factor prescindible –incluso asevera que los pacientes más confiados son aquellos que abandonan la cura al primer obstáculo–, ya que el único aspecto determinante era el cumplimiento de la regla de asociación libre. Esta última es parafraseada, en la última parte del artículo, no sólo por sus condiciones de no omisión y no sistematicidad, sino como una “promesa de sinceridad”14. Por lo tanto, la honestidad de la muchacha, que confesara abiertamente que su elección amorosa no era en modo alguno conflictiva, o bien, que no padecía de ningún conflicto con un aspecto de su sexualidad, junto con el pesar que ocasionalmente estuviese produciendo en sus padres –tópico que, luego, Freud resignifica a partir de la actualización transferencial de la venganza hacia el padre– son el asidero para ensayar la prueba del tratamiento. No obstante, cabe destacar, desde un comienzo, que el ingreso de la joven homosexual al dispositivo no se circunscribe según los modos de presentación habituales de las neurosis.

La naturaleza de la mostración
Dos preguntas podrían formularse a partir de las consideraciones precedentes: a) teniendo en cuenta las repetidas ocasiones en que Freud afirma que no se trataba de una muchacha “enferma”15, que “en modo alguno era neurótica”16, “ni aportó al análisis síntoma histérico”,17 ¿qué estatuto diferencial otorgarle al desafío dirigido al padre?; b) destacando el carácter “mostrativo” de la conducta de la joven homosexual, ¿cómo especificar el tipo de acto en cuestión, o bien delimitar la diferencia entre la “perversión transitoria” de un acting out y el acto propiamente perverso?

Respecto de la primera cuestión –el desafío dirigido al padre–, el caso no presenta elementos explícitos que permitan reconducirlo al acting out típico de una histérica. Sin embargo, Freud no traza explícitamente esta distinción. Por lo tanto, cabría preguntarse: ¿qué indicios clínicos permiten diferenciar el desafío histérico de una modalidad de desafío propia de la homosexualidad femenina?

A propósito del segundo aspecto mencionado, ¿qué versión del padre es la que se pone en juego en la conducta desafiante? Dicho de otro modo, en aquello que se le muestra al padre, ¿qué es lo que se busca enseñar? Mientras que el acting out típico de la neurosis se encuentra enmarcado en una pauta general de desconocimiento –en lo fenoménico, más o menos extraño para quien lo realiza–, aquí la escena se presenta sin tales velos subjetivos. La pregunta anterior, entonces, podría formularse del modo siguiente: ¿cuál es la especificidad la mostración en la homosexualidad femenina?

La historia infantil
Es la segunda sección de “Sobre la psicogénesis…” la que propone una descripción de la historia infantil de la joven homosexual. Se afirma allí, por ejemplo, que “la comparación de los genitales de su hermano con los propios, ocurrida al comienzo del período de latencia (hacia los cinco años o algo antes), le dejó una fuerte impresión”.18 Sin embargo, Freud no consigna en qué podría haber consistido esa impresión. Para el caso, bien podría haberse tratado de cualquiera de los destinos que, años más tarde, consignaría en su trabajo sobre la feminidad. Por lo tanto, cabe desprender de este aspecto tres consideraciones: a) en primer lugar, si bien Freud afirma que la joven había atravesado sus años infantiles con la actitud normal del complejo de Edipo, no hay indicios clínicos consignados que refrenden esa afirmación teórica; b) en segundo lugar, la ecuación niño-falo, que ocupa un lugar destacado en la génesis de la homosexualidad femenina, no se encuentra fundamentada en la historia infantil, sino, como se indicará a continuación, en la pubertad; c) en tercer lugar, el papel de sexualidad en la infancia no es relevado más allá de la afirmación de que “hubo muy pocos indicios de onanismo de la primera infancia”.19 Podría consignarse como un elemento que dificulta el esclarecimiento diagnóstico el hecho de no encontrar, en el caso de la joven homosexual, una neurosis infantil ni una historia del síntoma, ni una vinculación con el ejercicio o el impacto de la sexualidad en la infancia, elementos que permitirían hablar de una neurosis adulta soportada en el modelo de un conflicto temprano.

Un segundo elemento a considerarse encuentra en la atención al modo específico en que Freud afirma la ecuación niño-falo en el caso. La “inferencia” es presentada en los términos siguientes:

Entre los trece y catorce años manifestó una predilección tierna y, a juicio de todos, exagerada por un niñito que aún no había cumplido los tres años y a quien podía ver de manera regular en un parque infantil. Tan a pecho se tomó a ese niño que de ahí nació una larga relación amistosa con los padres del pequeño. De ese hecho puede inferirse que en esa época estaba dominada por un fuerte deseo de ser madre ella misma y tener un hijo.”20 (las cursivas son nuestras)

En primer lugar, cabría interrogar no sólo qué tipo de razonamiento es el que se presupone en este pasaje conclusivo, dado que es evidente –según un postulado lógico elemental– que de un hecho no puede inferirse nada, o bien cualquier cosa, y que el vínculo deductivo (aunque éste no parece que sea el caso) es una relación entre preposiciones y no entre hechos. En segundo lugar, podría compararse el corolario de esta ilación, que redunda en la interpretación fálica del deseo de recibir un hijo del padre, con otro procedimiento inferencial utilizado por Freud, aunque ésta vez en el caso Dora:

Como las acusaciones contra el padre se repetían con fatigante monotonía, y al hacerlas ella tosía continuamente, tuve que pensar que ese síntoma podía tener un significado referido al padre.21

En esta mención puede notarse nuevamente un mecanismo inferencial, cuyo fundamento es bastante distinto del anterior. En este caso, Freud aplica un principio que ya había esclarecido en La interpretación de los sueños, i.e., la contigüidad inmediata de dos elementos indica una relación intrínseca entre ambos,22 o bien –según la expresión freudiana en el caso Dora– “una conexión interna, pero todavía oculta, se da a conocer por la contigüidad, por la vecindad temporal de las ocurrencias, exactamente como en la escritura una a y una b puestas una al lado de la otra significan que ha querido formarse con ellas la sílaba ab”23. Del análisis comparativo de esta inferencia, fundamentada claramente de un modo teórico por Freud, y la interpretación fálica del deseo de un hijo a partir del mero interés por un niño –como si eso fuera de suyo–se desprende un nuevo punto que dificulta la lectura del caso de la joven homosexual desde la perspectiva del uso que hace la neurosis del falo.

En este punto, podríamos añadir también que, dado que la muchacha había asistido al nacimiento de otro de sus hermanos cuando se encontraba en la antesala del período de latencia, y esto no produjo “influjo particular alguno sobre su desarrollo”,24 no queda claro cuál sería el motivo para insistir en el alcance del nacimiento del hermano. Nuevamente, la justificación parecería encontrarse en un procedimiento argumentativo. Freud destaca la coincidencia en el tiempo del embarazo de la madre con el interés por las mujeres, y afirma el vínculo entre ambos elementos del modo siguiente:

La trama que habré de revelar en lo que sigue no es producto de unos dones combinatorios que yo tendría; me fue sugerida por un material analítico tan digno de confianza que puedo reclamar para ella una certeza objetiva. En particular decidieron en su favor una serie de sueños imbricados, de fácil interpretación.25

No obstante, dichos sueños (y su interpretación en el curso del tratamiento) no se encuentran consignados en el artículo de Freud –a diferencia del análisis pormenorizado de los sueños que se formula en el caso Dora–.

Un tipo clínico insondable
A partir de los puntos anteriores –i.e., a) la ausencia de una neurosis infantil que pueda ser reconducida al fundamento de un padecimiento sintomático actual; b) el carácter aparentemente injustificado del procedimiento inferencial que concluye un deseo de recibir un hijo del padre en la pubertad y de la correlación en la coincidencia del embarazo de la madre con el interés por la mujeres (cuando, incluso, puede advertirse un enamoramiento por una maestra en la infancia y, por lo tanto, destacar en el mismo caso episodios que problematicen el intento de sostener férreamente la correlación mencionada); c) la falta de elaboración explícita de formaciones del inconsciente como cometido del tratamiento–, puede cernirse la dificultad para concluir sobre el tipo clínico que subyace al caso de la joven homosexual.

Podríamos, quizá, proponer la siguiente hipótesis clínica: en función de los “motivos genuinos” por los que es tomada en tratamiento, junto con el carácter “artificial” de su conducta mostrativa dirigida al padre, es posible que Freud haya considerado que, inicialmente, se tratara de la actuación en una neurosis. Esta hipótesis sólo podría sostenerse si se ofreciera, al mismo tiempo, una hipótesis en relación al motivo de la derivación con que el tratamiento concluye.

Podría postularse un primer punto de aproximación al caso de la joven de la homosexual de Freud: cuestionar la lectura de una identificación viril en la posición masculina que la muchacha actualiza con la cocotte. La noción de identificación viril denota un tipo de identificación imaginara constituida como respuesta a la pregunta qué es ser una mujer para un hombre. Desde una perspectiva freudiana, el caso paradigmático para dar cuenta de este aspecto es el de Dora, que en su relación con la señora K. se encuentra identificada con el señor K siendo la afonía un síntoma que soporta una coordenada simbólica de aparición del padecimiento. En el caso de la joven homosexual, en cambio, no puede encontrarse la presencia de un soporte imaginario de este tenor. La relación entre la muchacha y la cocotte es descrita en los siguientes términos:

Si esta muchacha bella y bien formada exhibía la alta talla del padre y, en su rostro, rasgos más marcados que los suaves de las niñas, quizás en eso puedan discernirse indicios de una virilidad somática. A un ser viril podían atribuirse también algunas de sus cualidades intelectuales, como su tajante inteligencia y la fría claridad de su pensamiento cuando no la dominaba su pasión. […] Más importante, sin duda, es que en su conducta hacia su objeto de amor había adoptado el todo el tipo masculino, vale decir, la humildad y la enorme sobreestimación sexual que es propia del varón amante, la renuncia a toda satisfacción narcisista. […] Por tanto, no sólo había elegido un objeto femenino; también había adoptado hacia él una actitud masculina.”26

Nuevamente, en una descripción comparativa con el caso de Dora, cabe destacar que la virilidad de la joven homosexual se atribuye, según Freud, a una condición somática más que a una identificación imaginaria. En segundo lugar, a propósito de su actitud hacia sus objetos amorosos, destaca que la joven amaba con las condiciones de un amor masculino. Entonces, este aspecto no debería confundirse con una identificación viril en ningún sentido. Dora, de quien Freud consideraba que estaba enamorada del señor K., no adoptó nunca una posición masculina –en los términos en que Freud la describe– para dirigirse a su objeto amoroso. Dora recibía copiosos regalos del señor K., era el objeto de numerosas atenciones, y como una forma de identificación viril podría pensarse la fantasía que enlazaba dichos acontecimientos con la vida marital que unía al señor K. con su esposa. En el seminario 8 Lacan destaca claramente que la identificación viril nada tiene que ver con la adopción de una actitud masculina.27

Ahora bien, si el “modo masculino de amar” no puede ser reconducido a la virilización de la histeria, cabría interrogar con mayor detenimiento sus condiciones como hilo conductor que pudiera servir a los fines de trazar, positivamente, una aproximación estructural. La descripción freudiana del tipo masculino del amor se expresa en los siguientes términos:

Su humillación y su tierna falta de pretensiones […] su felicidad cuando le era permitido acompañar a la dama un poquito más y besarle la mano […] su peregrinación a los lugares donde la amada había residido alguna vez…28

Asociada por Freud a un tipo de elección de objeto en el varón –estudiado en su trabajo de 1910 dedicado a la degradación de la vida amorosa–, cabría destacar no sólo el aspecto que mienta la condición del objeto, sino también la posición del sujeto. Para la joven homosexual, la pésima reputación de las amadas era un rasgo destacado, “sus primeras exaltaciones estuvieron dirigidas a mujeres que no tenían fama de una moralidad particularmente acendrada […] la pésima fama de la ‘dama’ era directamente para ella una condición de amor”.29 En relación a este último punto, es que también podría apreciarse cierta dimensión del carácter mostrativo de la joven homosexual. Antes que a la dama, sería al padre a quien se buscaría enseñar cómo amar a una mujer. La relación entre el amor puro de la muchacha y el carácter degradado de la cocotte es explicitado por Freud del siguiente modo:

…proclamaba, de esa su amada divina, que, siendo ella de origen aristocrático y viéndose llevada a su posición presente sólo por unas condiciones familiares adversas, conservaba también en esto su dignidad íntegra.30

Enseñarle al padre cómo se trata a una mujer, incluso a aquella mujer que el padre jamás consideraría. Demostrarle al padre que ahí donde él no puede apreciarlo, y advierte no más que una cocotte, en realidad puede encontrarse una dama. Este último aspecto es valioso para entrever los matices del desafío que enlaza a la muchacha con su padre. Si bien varios casos freudianos podrían ser leídos a la luz de un desquite del Otro (en el caso de Dora y el “Hombre de la ratas” las fantasías de venganza están en un primer plano), no en todos ellos este elemento tiene el mismo valor. El desafío de la joven homosexual, a diferencia del de Dora –quien, por ejemplo, se entregara al dispositivo analítico para, luego de la interpretación del segundo sueño, anunciar que no volvería–, consistió en mostrar descaradamente un modo de idealización del partenaire al que ella se sometía con devoción.

Como un último punto, cabe destacar las referencias freudianas al mecanismo que responde por la génesis de la homosexualidad. Promediando la segunda sección del artículo, Freud se pregunta lo siguiente:

¿Cómo se entiende que la muchacha, justamente por el nacimiento de un hijo tardío, cuando ella misma ya era madura y tenía fuertes deseos propios, se viera movida a volcar su ternura apasionada sobre la que alumbro a ese niño, su misma madre, y a darle expresión subrogada de esta? Según todo lo que se sabe de otros lado, se habría debido esperar lo contrario.31 (cursiva añadida)

Para atisbar el sentido de la frase subrayada podría pensarse, una vez más, en el caso Dora. El desengaño con el señor K. no hizo más que dirigirla al padre y a la denuncia de que éste querría entregarla en función su relación con la señora K. En el caso de la joven homosexual, luego del desengaño del padre, a partir del embarazo de la madre, sólo hubiese podido esperarse que recrudeciera su queja respecto del padre. Por lo tanto, podría conjeturarse que, en la mención anterior, Freud está indicando explícitamente que el mecanismo en cuestión –“dar la espalda al padre”,32 “hacerse a un lado”–33 no denota una operación típica de la neurosis. Una indicación indirecta, esta vez, también puede encontrarse en la afirmación siguiente: “Y esto no acontece sólo bajo las condiciones de la neurosis, donde estamos familiarizados con el fenómeno; parece ser lo corriente. En nuestro caso, una muchacha…”.34 El sentido adversativo entre una frase y aquella que la continúa podría considerarse ejemplar.A propósito de la terminación del tratamiento, con la sugerencia de Freud de una derivación a una analista mujer, se destaca la fundamentación siguiente:

En realidad trasfirió a mí esa radical desautorización del varón que la dominaba desde su engaño por el padre. Al encono contra el varón le resulta fácil, por lo general, cebarse en el médico. […] Interrumpí, entonces, tan pronto hube reconocido la actitud de la muchacha hacia su padre, y aconsejé que si se atribuía valor al ensayo terapéutico se lo prosiguiese con una médica.35

En este punto, no sólo cabría interrogar la dificultad de Freud para ubicarse en la transferencia en otro lugar que no sea la posición del padre. Lacan36 ya ha destacado oportunamente este aspecto. Además es relevante tomar nota de que la derivación se justifica en función de una posición reticente al dispositivo analítico. Es en función de esta indicación que Lacan pudo también afirmar que la homosexualidad femenina “balbucea37 el discurso analítico. La disputa del saber supuesto con el analista –cabe destacar que la joven homosexual rechazaba las intervenciones de Freud degradándolas al lugar de comentarios “interesantes” –38 redunda en la asunción de un saber sobre el goce. Por eso, podría conjeturarse, si Freud recomienda la continuación del tratamiento con una analista mujer, esto podría deberse a dos cuestiones: a) con una analista mujer el desafío perdería el término obligado de su mostración (el varón) y algún aspecto egodistónico de esa forma de gozar podría ser esclarecida; b) Freud habría modificado su consideración inicial acerca del caso. Si, en un primer momento, podría haber considerado que se trataba de la actuación de una histérica –ya hemos advertido, en otro apartado, el valor que se otorgaba a que no hubiera habido consumación de un acto sexual–, sobre el final de artículo pareciera que Freud se hubiese disuadido de esa impresión original. Lo que inicialmente se mostraba como un acting era luego el núcleo mismo de la transferencia. De este modo, el caso podría ser entrevisto en función de los movimientos que lleva, en la iniciación del tratamiento, la construcción de una “hipótesis diagnóstica”:39 lo que al comienzo era leído negativamente –la falta de comercio sexual, dado que “su castidad genital, si es lícito decirlo así, permanecía incólume” –40 era luego interpretado positivamente como una condición fija y excluyente de un amor puro –cuando la joven “insistía, una y otra vez, en la pureza de su amor y en su disgusto físico por el comercio sexual”–.41 La clínica freudiana se presenta, al igual que en sus otros historiales, como una lectura de los obstáculos, como un rectificación de las presentaciones inmediatas. Después de todo, ¿no era el fundador mismo del psicoanálisis, aquél que consideró que la sexualidad no es sinónimo de genitalidad, el que inicialmente creyó difícil que una muchacha pudiera gozar más que de unos pocos “besos y abrazos”?42

1 Cf. Rieder, I; Voigt, D. (2000) Sidonie Csillag, la “joven homosexual” de Freud. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2004.
2 Este texto responde a una interlocución con Lujan Iuale y Santiago Thompson, con quienes hemos publicado Posiciones perversas en la infancia (Buenos Aires, Letra Viva, 2012), libro que inició una deriva de investigación que se plasmará en un segundo libro sobre homosexualidad femenina, cuyo título será: Sentir de otro modo. Amor, deseo y goce en la homosexualidad femenina (Letra Viva, en edición). La publicación se enmarca en un proyecto de investigación con sede en la UCES.
3 Freud, S. (1920). “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”. En Obras Completas, Vol. XVIII. Buenos Aires, Amorrortu, 1993, p. 154.
4 Ibíd., p. 152.
5 “…el padre debía enterarse en ocasiones de sus tratos con la dama; de lo contrario perdería la satisfacción de la venganza, que era la más acuciante para ella”. (Ibíd., p.153.)
6 Freud, S. (1920). Op. Cit., p. 155.
7 Ibíd., p. 154.
8 Ibíd., p. 151.
9 Ibíd., p. 143.
10 Ibíd.
11 Ibíd.
12 Ibíd., p. 144.
13 Ibíd., p. 147.
14 Cf. Ibíd., p. 136.
15 Ibíd., p. 144.
16 Ibíd., p. 151.
17 Ibíd., p. 149.
18 Ibíd., p. 148.
19 Ibíd.
20 Ibíd., p. 149.
21 Freud, S. (1905). “Fragmento de análisis de un caso de histeria”. En Obras Completas, Vol. VII (pp. 1-108). Buenos Aires: Amorrortu, 1993, p. 42.
22 “En un psicoanálisis se aprende a reinterpretar la proximidad temporal como una trama objetiva; dos pensamientos en apariencia inconexos, que se siguen inmediatamente uno al otro, pertenecen a una unidad que ha de descubrirse, así como una a y una b que yo escribo una junto a la otra deben pronunciarse como una sílaba, ab” (Freud 1900, 257).
23 Freud, S. (1905). Op. Cit., p. 35.
24 Freud, S. (1920). Op. Cit., p. 149.
25 Ibíd.
26 Ibíd., p. 148.
27 Cf. Lacan, J. (1960-61). El seminario 8: La transferencia. Buenos Aires: Paidós, 2004, p. 281.
28 Freud, S. (1920). Op. Cit., p. 153.
29 Ibíd., p. 154.
30 Ibíd., pp. 146-147.
31 Ibíd., p. 150.
32 Ibíd., p. 151.
33 Ibíd., p. 152.
34 Ibíd., p. 159.
35 Ibíd., p. 157.
36 Cf. Lacan, J. (1964). El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2007.
37 “La homosexual no está de ningún modo ausente de lo que le queda de goce. Lo repito, eso le torna fácil el discurso del amor. Pero es claro que eso la excluye del discurso psicoanalítico, que ella no puede más que balbucear a duras penas.” (Lacan, 1971, 18).
38 Freud, S. (1920). Op. Cit., p. 156.
39 Freud, S. (1913). ”Sobre la iniciación del tratamiento”. En Obras Completas, Vol. XII (pp. 121-144). Buenos Aires: Amorrortu, p. 126.
40 Freud, S. (1920). Op. Cit., p. 146.
41 Ibíd., p. 151.
42 Ibíd., p. 146.

Fuente: Por Luciano Lutereau "¿Cómo amar a una mujer? La “perversión” de la joven homosexual de Freud" - Imago Agenda