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lunes, 30 de diciembre de 2024

El Representante de la Representación: Del Giro Freudo-Lacaniano a la Constitución del Sujeto

En el seminario 7, Lacan señala un momento crucial en la obra de Freud: el abandono de la noción de representación en su sentido filosófico tradicional, asociada a un sustrato último o referente fijo. Al “arrancar la representación de la tradición”, Freud introduce la falta de referente, describiéndola como un “cuerpo vacío, un espectro, un goce extenuado”. Este desplazamiento se vincula directamente con el aforismo de Lacan: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

Dentro de esta estructura, Lacan presenta el concepto de representante de la representación, que no debe confundirse con la traducción literal “representante representativo”. Esta última sugeriría un regreso a la tradición filosófica y a la búsqueda de un fundamento último para el sujeto, algo que Lacan critica abiertamente. Por el contrario, el representante de la representación pertenece al nivel más elemental de la estructura significante, trascendiendo lo efectivamente pronunciado y siendo definido como “lo que tiene la misma estructura que el significante”.

Este concepto puede ser entendido, en retrospectiva (aprés-coup), como precursor del rasgo unario que Lacan introduce en el seminario 9. Este rasgo, ligado a la letra como una marca significante que no se articula en cadena, sostiene lo efectivamente pronunciado. Ambos términos comparten una función común: operar en el nivel de la represión primaria. Así, el representante de la representación no solo anticipa la problemática del Uno, sino que permite a Lacan definir al sujeto como privación, como un -1, lo que reitera la ausencia de un referente para el nombre propio y del sujeto mismo.

Esta ausencia de referente tiene, para Lacan, un carácter estructurante, estrechamente vinculado al sujeto barrado. El seminario 7 representa un punto de inflexión en la obra lacaniana, marcando el paso de un real externo, característico de sus primeros seminarios, hacia un real interno a la experiencia analítica. Este cambio conceptual tuvo implicancias significativas en la concepción del sujeto y en la dirección de la cura.

En el seminario 11, Lacan redefine al representante de la representación como “el lugarteniente de la representación”, destacando su papel determinante en la estructura del inconsciente. Este concepto se formaliza como una estructura de corte que no solo marca, sino que constituye al cuerpo. Aquí se introduce una función topológica del borde, esencial para comprender tanto la constitución del sujeto como del cuerpo que lo sostiene. Este marco topológico, a su vez, redefine las relaciones entre el sujeto y su inscripción en el lenguaje, abriendo nuevas perspectivas en el campo del psicoanálisis.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Pulsión de muerte. Conferencia 1991 (Silvia Bleichmar)

Conferencia dictada por Silvia Bleichmar, el 27 de septiembre de 1991 en el marco de XIV Encuentro de discusión y IX Simposium organizado por la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados.
Le decía antes de empezar, a Luis Córdoba que sentía mucho entusiasmo de poder debatir este tema, tema controvertido en Psicoanálisis -ya parece que hubo controversias en las reuniones de ayer- tema que confronta problemas nodales de la teoría y la clínica freudiana y que implica además abordar una cierta audacia porque al enfrentarlo uno tiene que ir desplegando las contradicciones de la obra freudiana y al mismo tiempo replanteándose qué validez conserva hoy este concepto en nuestra práctica y en nuestra teoría. Hasta dónde el concepto de Pulsión de Muerte sigue teniendo algún tipo de raigambre en nuestro pensamiento cuando nos dirigimos al proceso de la cura y cuando abordamos los fenómenos resultantes o los obstáculos del proceso de la cura en el movimiento de teorizarlos.
De qué manera funciona el concepto de Pulsión de Muerte en la metapsicología de bolsillo de los analistas, como dice Laplanche. Cada psicoanalista tiene una metapsicología de bolsillo, un conjunto de conceptos con los cuales se aproxima a la clínica, con los que la piensa y que está permanentemente en el trasfondo de su procesamiento. Y de qué manera hay conceptos que implican tal vez elementos últimos a partir de los cuales parecerían no estar implicados directamente en los pequeños movimientos con los que vamos resolviendo nuestra tarea y que sin embargo, ofrecen un horizonte de fondo sobre el cual se van pensando.
Yo creo que el concepto de pulsión mismo es un concepto en discusión hoy en Psicoanálisis. Es un concepto en discusión desde varios ángulos. Desde los ordenamientos que se hicieron a partir de los años 60' aproximadamente en Francia, a partir de los 70' en Argentina, fue desgajándose cada vez más un claro intento por desbiologizar la pulsión y por ubicar una perspectiva para ella que la desprendiera definitivamente del instinto.
Es muy interesante... en el Coloquio de la Federación Europea de Psicoanálisis, al cual me voy a referir varias veces, Coloquio de 1984, Hanna Segal dijo que los ingleses debían revisar su traducción del concepto y que no podían seguir llamando instinto al Trieb freudiano sino que tenían que empezar a llamarlo pulsión, en el sentido en que fue planteado por los franceses. Modelo, si Uds. quieren, de pensamiento psicoanalítico en una psicoanalista consagrada que, después de años, se va replanteando hasta dónde siguen siendo válidos los postulados de los cuales partió.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Diccionario de psicoanálisis: ¿Qué es après-coup?


Posterioridad, posteriormente, con posterioridad
Al.: Nachträglichkeit (subst.), nachträglich (adj. y adv.).
Fr.: après-coup (subs. m., adj. y adv.).
Ing.: deffered action, deffered (adj.).
It.: posteriore (adj.), posteriormente (adv.).
Por.: posterioridade, posterior, posteriormente.

Palabra utilizada frecuentemente por Freud en relación con su concepción de la temporalidad y de la causalidad psíquicas: experiencias, impresiones y huellas mnémicas son modificadas ulteriormente en función de nuevas experiencias o del acceso a un nuevo grado de desarrollo.

Entonces pueden adquirir, a la par que un nuevo sentido, una eficacia psíquica.

La palabra nachträglich es de uso corriente en Freud, quien con frecuencia la subraya. También se encuentra muy a menudo la forma substantiva Nachträglichkeit, lo que viene a demostrar que, para Freud, esta noción de «posterioridad» forma parte de su aparato conceptual, aun cuando no la definiera ni diera de ella una teoría de conjunto. A J. Lacan corresponde el mérito de haber llamado la atención sobre la importancia de este término. Se observará que las traducciones de Freud, al no utilizar un equivalente único, no permiten darse cuenta de su frecuente utilización.

No intentamos proponer aquí una teoría de la posterioridad, sino sólo subrayar brevemente el sentido y el interés que presenta la concepción freudiana de la temporalidad y la causalidad psíquicas.

1.° Ante todo este concepto impide una interpretación sumaria que reduciría la concepción
psicoanalítica de la historia del sujeto a un determinismo lineal que tendría en cuenta, únicamente, la acción del pasado sobre el presente. Se suele reprochar al psicoanálisis el reducir el conjunto de las acciones y deseos humanos al pasado infantil; esta tendencia se habría ido agravando con la evolución del psicoanálisis; los analistas se remontarían cada vez más lejos: para ellos,  todo el destino del hombre estaría decidido desde los primeros meses de la vida, o incluso ya en la vida intrauterina...

Ahora bien, desde un principio Freud señaló que el individuo modifica con posterioridad los acontecimientos pasados, y que es esta modificación la que les confiere un sentido e incluso una eficacia o un poder patógeno. El 6-XII-1896 escribió a W. Fliess: «[...] trabajo sobre la hipótesis de que nuestro mecanismo psíquico se establece por estratificación: los materiales existentes en forma de huellas mnémicas experimentan de vez en cuando, en función de nuevas condiciones, una reorganización, una reinscripción».

2.° Tal idea podría conducir a pensar que todos los fenómenos que se encuentran en psicoanálisis se sitúan bajo el signo de la retroactividad, o incluso de la ilusión retroactiva. Así, Jung, habla de fantasmas retroactivos (Zurückphantasieren): según él, el adulto reinterpreta su pasado en sus fantasmas, que constituyen otras tantas expresiones simbólicas de sus problemas actuales. En esta concepción, la reinterpretación constituye para el individuo un medio de huir de las «exigencias de la realidad» presente, refugiándose en un pasado imaginario.

Desde otra perspectiva, el concepto de posterioridad podría evocar también una concepción de la temporalidad que ha sido puesta de relieve por la filosofía y recogida por las diversas tendencias del psicoanálisis existencial: la conciencia constituye su pasado y modifica constantemente el sentido de éste, en función de su «proyecto».

La concepción freudiana de la posterioridad aparece mucho más precisa. A nuestro modo de ver, lo que la define podría agruparse del siguiente modo:

1.° Lo que se elabora retroactivamente no es lo vivido en general, sino electivamente lo que, en el momento de ser vivido, no pudo integrarse plenamente en un contexto significativo. El prototipo de ello lo constituye el acontecimiento traumático.

2.° La modificación con posterioridad viene desencadenada por la aparición de acontecimientos y situaciones, o por una maduración orgánica, que permiten al sujeto alcanzar un nuevo tipo de significaciones y reelaborar sus experiencias anteriores.

3.° La evolución de la sexualidad favorece notablemente, por los desfasamientos temporales que implica en el ser humano, el fenómeno de la posterioridad.

Estos puntos de vista quedan ilustrados por numerosos textos en los que Freud utiliza la palabra nachträglich. Singularmente demostrativos son, a nuestro juicio, dos de estos textos.

En el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), estudiando la  represión histérica, Freud se pregunta por qué la represión afecta en forma electiva a la sexualidad. Basándose en un ejemplo, muestra cómo la represión supone dos acontecimientos claramente separados en la serie temporal. El primero en el tiempo está constituido por una escena sexual (seducción por un adulto), pero que entonces no tiene para el niño una significación sexual. El segundo presenta algunas analogías, que pueden ser superficiales, con el primero; pero esta vez, por haberse presentado entre tanto la pubertad, ya es posible la emoción sexual, emoción que el sujeto atribuirá conscientemente a este segundo acontecimiento, mientras que en realidad es provocada por el recuerdo del primero. El yo no puede utilizar aquí sus defensas normales (por ejemplo, evitación por medio de la atención) contra este afecto sexual displacentero: «La atención se dirige hacia las percepciones, por ser éstas las que habitualmente dan lugar a una liberación de displacer. Pero aquí es una huella mnémica y no una percepción la que, de forma imprevista, libera displacer, y el yo se da cuenta de ello demasiado tarde». El yo utiliza entonces la represión, modo de «defensa patológica», en el que actúa según el proceso primario.

Vemos, pues, que la represión halla aquí su condición general en el «retardo de la pubertad» que caracteriza, según Freud, la sexualidad humana: «Todo adolescente guarda huellas mnémicas que sólo pueden ser comprendidas por él al aparecer las sensaciones propiamente sexuales».
«La aparición tardía de la pubertad posibilita procesos primarios póstumos».

Desde este punto de vista, únicamente la segunda escena confiere a la primera su valor patógeno: «Se reprime un recuerdo que sólo posteriormente se volvió traumatizante». El concepto de posterioridad va también íntimamente ligado a la primera elaboración freudiana de la noción de defensa: la teoría de la seducción.

Podría objetarse que el descubrimiento de la sexualidad infantil, efectuado algún tiempo después por Freud, quita todo valor a esta concepción. La mejor respuesta a tal objeción se hallaría en Historia de una neurosis infantil, donde se invoca constantemente el mismo proceso de la posterioridad aunque desplazado a los primeros años de la infancia. Se encuentra en el núcleo del análisis que Freud da del sueño patógeno en sus relaciones con la escena originaria: el paciente no comprendió el coito «[...] hasta la época del sueño, a los 4 años, y no en la época en que lo observó. A la edad de un año y medio recogió las impresiones que posteriormente, en la época del sueño, pudo comprender, gracias a su desarrollo, a su excitación sexual y a su curiosidad sexual». El sueño, en la historia de esta neurosis infantil, es, como muestra Freud, el factor desencadenante de la fobia: «[...] el sueño confiere a la observación del coito una eficacia con posterioridad».

En 1917 Freud añadió dos extensas discusiones a la observación de Historia de una neurosis infantil, en las que muestra la conmoción que le produjo la tesis de Jung sobre el fantasma retroactivo. Admite que, siendo la escena originaria, en el análisis, el resultado de una reconstrucción, aquélla podría muy bien haber sido construida por el propio sujeto, si bien insiste en que la percepción debió proporcionar por lo menos indicios, aunque sólo fuera una cópula  entre canes... Pero, sobre todo, en el mismo momento en que parece transigir en cuanto al apoyo que puede proporcionar una base de realidad (que se muestra tan frágil a la investigación), introduce un concepto nuevo, el de las fantasías originarias, es decir, un más acá, una estructura que fundamenta en último término la fantasía, trascendiendo tanto lo vivido individual como lo imaginado (véase: Fantasías originarias).

Los textos comentados muestran que la concepción freudiana del Nachträglich no puede reducirse al concepto de «acción diferida», si se entiende por ésta un intervalo temporal variable, debido a un efecto de sumación, entre las excitaciones y la respuesta. La traducción, adoptada en ocasiones en la Standard Edition, de deferred action, podría autorizar una tal interpretación. Los editores de la S. E. se basan en un pasaje de los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), en el cual, refiriéndose a la llamada histeria de retención, Freud habla de «la eliminación con posterioridad de los traumas acumulados» durante un cierto período.

Aquí la noción de posterioridad podría interpretarse, en un primer análisis, como una descarga retardada, pero se observará que, para Freud, se trata de una verdadera elaboración, de un «trabajo de memoria», que no consiste en la simple descarga de una tensión acumulada, sino en un complicado conjunto de operaciones psicológicas: «Ella [la enferma] vuelve a recorrer diariamente cada una de sus expresiones, llora sobre ellas, se consuela de ellas, podríamos decir a satisfacción [...]». A nuestro modo de ver, resulta preferible explicar el concepto de abreacción por el de posterioridad, que reducir la noción de posterioridad a una teoría estrictamente económica de la abreacción.

Fuente: Psicopsi.com

miércoles, 30 de enero de 2019

Del nachträglich freudiano a la extimidad lacaniana.

por Lucas Leserre
Uno: La máquina del tiempo
Freud rompe con la filosofía kantiana al inventar un inconsciente que podríamos considerar como una máquina del tiempo, ya que el tiempo no es para él ni una categoría a-priori ni tampoco tiene representación en el inconsciente.

El tiempo es movimiento, el fluir del río heracliteano es la metáfora por excelencia del tiempo en su devenir constitutivo.

La máquina temporal que Freud construye se caracteriza por varios movimientos que la distinguen de toda otra idea sobre el tiempo. Uno de ellos es la “fijación” -siempre considerada por Freud en términos libidinales[1]-, es decir, esta máquina temporal inconsciente puede quedar fijada en algún estadio, en alguna escena, o la misma repetición de una acción (por ejemplo, el chupeteo en el caso Dora) puede dejar marcas de fijación, como así también lo puede hacer una enfermedad orgánica. Desmontemos la lógica freudiana: la pre-condición somática es “la intensa activación de esta zona erógena a temprana edad es, por tanto, la condición para la posterior solicitación somática”[2], a la cual, secundariamente, se le sueldan, “soldadura” dice Freud, los diversos sentidos que aportarán las fantasías -metáfora de lo que para Freud será posteriormente lo que constituirá el concepto límite entre lo psíquico y lo somático: la pulsión. Estas dos partes del síntoma histérico, dirá Freud, son como un odre viejo que se llena de vino nuevo. O, también, es como el cauce y el río, una vez que se abre un cauce es difícil que el río vaya por otro lado. Como vemos la metáfora del río se impone cuando se habla del tiempo[3].

Podríamos decir que la intuición de Freud fue directamente primero al núcleo, al nudo entre inconsciente-tiempo-cuerpo. Anticipa -en cierto modo- con su concepto de fijación al parlêtre lacaniano al “soldar” en el mismo movimiento temporal al inconsciente y al cuerpo -para Jaques-Alain Miller el término fijación designa la conexión del Uno y del goce planteada por Lacan al final de su enseñanza[4].

Otro de los movimientos de esto que hemos dado en llamar la máquina del tiempo es el famoso nachträglich freudiano. Este adjetivo de uso corriente en la obra de Freud con respecto a la temporalidad y a la causalidad (Nachträglichkeit es el sustantivo), fue destacado por Lacan (après coup en francés) quien le otorgó un valor conceptual. Traducido como “a posteriori” en español (en realidad es traducido de muchos modos, lo cual fue una de las razones por las que pasó desapercibido hasta Lacan), es utilizado por Freud en tanto “resignificación”, es decir, algo adquiere un sentido nuevo, algo que fue placentero en su momento, en su recuerdo puede devenir displacentero. Con esta misma modalidad temporal, que rompe con la dimensión lineal del tiempo, Freud da cuenta del origen de la conciencia de culpa en la humanidad, referido en su mito del asesinato del padre en su obra “Tótem y Tabú”: “Lo que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos lo prohibieron ahora en la situación psíquica de la «obediencia de efecto retardado {nachträglich}»”[5].

Muchos conceptos freudianos están construidos teniendo como base esta idea del tiempo ajeno a toda linealidad: 
  • el concepto de regresión, 
  • su noción de agieren
  • de compulsión a la repetición
  • sus desarrollos sobre la memoria: recuerdo encubridor, 
  • huella mnémica, etc.

Por su lado Lacan, en el momento en que su elaboración alcanza el mayor grado de significantización del goce, como lo expresa Jacques-Alain Miller, lleva al extremo lo que Freud elaboró como primario y secundario, y le otorga así un valor radical y fundamental a esta máquina del tiempo inconsciente, ya que la ubica como una de las tres propiedades de la “cadena significante”, es decir, la articulación mínima de dos significantes, S1 y S2 en su escrito “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” donde afirma: “la producción de una cadena significante […] toma como tal una realidad proporcional al tiempo”[6].

Al tener como fundamento de la experiencia analítica la “re-significación” freudiana produce una ruptura con la teoría clásica de la comunicación y su apotegma “el emisor recibe su propio mensaje en forma invertida”, otorgándole, en el mismo golpe, un peso fundamental a la acción del analista: “Así, es una puntuación afortunada la que da su sentido al discurso del sujeto. Por eso la suspensión de la sesión de la que la técnica actual hace un alto puramente cronométrico, y como tal indiferente a la trama del discurso, desempeña en él un papel de escansión que tiene todo el valor de una intervención para precipitar los momentos concluyentes”[7]. Así como unos años más tarde aparecerá, como dato fundamental de la dirección que importa en la experiencia analítica, el vector retrogrado de su grafo del deseo, aquel que engancha al pez en su nado vivo y que, situado en A, lugar del tesoro de los significantes, el analista resignificará el discurso del sujeto.

jueves, 10 de enero de 2019

Diccionario de Psicoanálisis: ¿Qué son el acting out y el pasaje al acto?

El acting out es un actuar que se da a descifrar a otro, especialmente al psicoanalista, en una destinación la mayor parte de las veces inconciente. El acting-out debe ser claramente distinguido del pasaje al acto.

Para S. Freud, el término Agieren intentaba recubrir los actos de un sujeto tanto fuera del análisis como en el análisis. Este término deja naturalmente planeando una ambigüedad, puesto que recubre dos significaciones: la de moverse, de actuar. de producir una acción; y la de reactualizar en la trasferencia una acción anterior. En este caso preciso, para Freud, el Agieren vendría en lugar de un <<acordarse>>: por lo tanto, más bien actuar que recordar, que poner en palabras. El inglés to act out respeta esta ambigüedad. En efecto, este término significa tanto representar una obra, un papel, darse a ver, mostrar. como actuar, tomar medidas de hecho.

Los psicoanalistas franceses han adoptado el término <<acting-out» adjuntándole por traducción y sinonimia el de «passage a l'acte>> [«pasaje al acto»], pero reteniendo únicamente del acto la dimensión de la interpretación a dar en la trasferencia.

Hasta entonces, el acting-out era definido habitualmente como un acto inconciente, cumplido por un sujeto fuera de sí, que se producía en lugar de un <<acordarse de». Este acto, siempre impulsivo, podía llegar hasta el asesinato o el suicidio. Sin embargo, tanto la justicia como la psiquiatría clásica se habían visto regularmente interrogadas por estas cuestiones de actos fuera de toda relación trasferencial, en los que se debía determinar una eventual responsabilidad civil.

A partir de allí, justamente, el psicoanálisis se ha planteado la pregunta: ¿qué es un acto para un sujeto?

J. Lacan, en su Seminario X (1962-63), <<La angustia», ha propuesto una conceptualización diferenciada entre el acto, el pasaje al acto y el acting-out, apoyándose en observaciones clínicas de Freud: Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora, 1905) y Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina (1920). En estos dos casos, los Agieren estaban situados en la vida de estas dos jóvenes aún antes de que una u otra hubiesen pensado en la posibilidad de un trabajo analítico.

¿Qué es entonces un acto? Para Lacan, un acto es siempre significante. El acto inaugura siempre un corte estructurante que permite a un sujeto reencontrarse, en el apres-coup, radicalmente trasformado, distinto del que había sido antes de este acto. La diferencia introducida por Lacan para distinguir acting-out y pasaje al acto puede ser ilustrada clínicamente. Todo el manejo de Dora con el señor K. era la mostración de que ella no ignoraba las relaciones que su padre mantenía con la señora K.. lo que precisamente su conducta trataba de ocultar.

En lo que concierne a la joven homosexual, todo el tiempo que ocupa en pasearse con su dama bajo las ventanas de la oficina de su padre o alrededor de su casa es un tiempo de acting-out con relación a la pareja parental: viene a mostrarles a la liviana advenediza de la que está prendada y que es causa de su deseo.

El acting-out es entonces una conducta sostenida por un sujeto y que se da a descifrar al otro a quien se dirige. Es una trasferencia. Aunque el sujeto no muestre nada, algo se muestra, fuera de toda rememoración posible y de todo levantamiento de una represión. El acting-out da a oír a otro que se ha vuelto sordo. Es una demanda de simbolización exigida en una trasferencia salvaje.

Para la joven homosexual, lo que su mostración devela es que habría deseado, como falo, un hijo del padre, en el momento en que, cuando tenía 13 años, un hermanito vino a agregarse a la familia, arrancándole el lugar privilegiado que ocupaba junto a su padre. En cuanto a Dora, haber sido la llave maestra para facilitar la relación entre su padre y la señora K. no le permitía en nada saber que era la señora K. el objeto causante de su deseo. El acting-out, buscando una verdad, mima lo que no puede decir, por defecto en la simbolización. El que actúa en un acting-out no habla en su nombre. No sabe que está mostrando, del mismo modo en que no puede reconocer el sentido de lo que devela. Es al otro al que se confía el cuidado de descifrar, de interpretar los guiones escénicos. Es el otro el que debe saber que callarse es metonímicamente un equivalente de morir.

Pero, ¿cómo podría ese otro descifrar el acting-out, puesto que él misrno no sabe que ya no sostiene el lugar donde el sujeto lo había instalado? ¿Cómo habría podido comprender fácilmente el padre de Dora que la complacencia de su hija se debía a que los dos tenían el rnisrno objeto causa de su deseo? Y aun cuando lo hubiera adivinado, ¿se lo habría podido decir a Dora? ¿De qué otro modo habría ella podido responder si no era por medio de una denegación o un pasaje al acto? Pues el acting-out, precisamente, es un rapto de locura destinado a evitar una angustia demasiado violenta. Es una puesta en escena tanto del rechazo de lo que podría ser el decir angustiante del otro corno del develamiento de lo que el otro no oye. Es la seña [y el signo] hecha a alguien de que un real falso viene en lugar de un imposible de decir. Durante un análisis, el acting-out es siempre signo de que la conducción de la cura está en una impasse, por causa del analista. Revela el desfallecimiento del analista, no forzosamente su incompetencia. Se impone cuando, por ejemplo, el analista, en vez de sostener su lugar, se comporta corno un amo [maitre; también: maestro] o hace una interpretación inadecuada, incluso demasiado ajustada o demasiado apresurada. El analista no puede más que otro interpretar el acting-out, pero puede, por medio de una modificación de su posición trasferencial, por lo tanto de su escucha, permitirle a su paciente orientarse de otra manera y superar esa conducta de mostración para insertarse nuevamente en un discurso. Pues que el acting-out sea sólo un falso real implica que el sujeto puede salir de él. Es un pasaje de ida y vuelta, salvo que lleve en su continuidad a un pasaje al acto, el que, la mayor parte de las veces, es una ida simple.

EL PASAJE AL ACTO. Para Dora, el pasaje al acto se sitúa en el momento mismo en que el señor K., al· hacerle la corte, le declara: «Mi mujer no es nada para rnÍ>>. En ese preciso momento, cuando nada permitía preverlo, ella lo abofetea y huye.

El pasaje al acto en la mujer homosexual es ese instante en el que, al cruzarse con la mirada colérica de su padre cuando hacía de servicial caballero de su dama, se arranca de su brazo y se precipita de lo alto de un parapeto, sobre unas vías muertas de ferrocarril. Se deja caer (al. Niederkommen), dice Freud. Su tentativa de suicidio consiste tanto en esta caída, este «dejar caer», corno en un «dar a luz [mettre bas = parir; literalmente: poner abajo], parir», los dos sentidos de niederkommen.

Este «dejarse caer» es el correlato esencial de todo pasaje al acto, precisa Lacan. Completa así el análisis hecho por Freud e indica que, partiendo de este pasaje al acto, cuando un sujeto se confronta radicalmente con lo que es como objeto para el Otro, reacciona de un modo impulsivo, con una angustia incontrolada e incontrolable, identificándose con este objeto que es para el Otro y dejándose caer. En el pasaje al acto, es siempre del lado del sujeto donde se marca este «dejarse caer», esta evasión fuera de la escena de su fantasma, sin que pueda darse cuenta de ello. Para un sujeto, esto se produce cuando se confronta con el develarniento intempestivo del objeto a que es para el Otro, y ocurre siempre en el momento de un gran embarazo y de una emoción extrema, cuando, para él, toda simbolización se ha vuelto imposible. Se eyecta así ofreciéndose al Otro, lugar vacío del significante, corno si ese Otro se encarnara para él imaginariamente y pudiera gozar de su muerte. El pasaje al acto es por consiguiente un actuar impulsivo inconciente y no un acto.

Contrariamente al acting-out, no se dirige a nadie y no espera ninguna interpretación, aun cuando sobrevenga durante una cura analítica.

El pasaje al acto es demanda de amor, de reconocimiento simbólico sobre un fondo de desesperación, demanda hecha por un sujeto que sólo puede vivirse corno un desecho a evacuar. Para la joven homosexual, su demanda era ser reconocida, vista por su padre de otra manera que corno homosexual, en una familia en la que su posición deseante estaba excluida. Rechazo por lo tanto de cierto estatuto en su vida familiar. Hay que destacar, por otra parte, que justamente a propósito de la joven homosexual Freud hace su único pasaje al acto frente a sus pacientes, con su decisión de detener el análisis de la joven para enviarla a una analista mujer.

El pasaje al acto se sitúa del lado de lo irrecuperable, de lo irreversible. Es siempre franqueamiento, traspaso de la escena, al encuentro de lo real, acción impulsiva cuya forma rnás típica es la defenestración. Es juego ciego y negación de sí; constituye la única posibilidad, puntual, para un sujeto, de inscribirse simbólicamente en lo real deshurnanizante. Con frecuencia, es el rechazo de una elección conciente y aceptada entre la castración y la muerte. Es rebelión apasionada contra la ineludible división del sujeto. Es victoria de la pulsión de muerte, triunfo del odio y del sadismo. Es también el precio pagado siempre demasiado caro para sostener inconcientemente una posición de dominio [maitrise], en el seno de la alienación más radical, puesto que el sujeto está incluso dispuesto a pagarla con su vida.

Fuente: Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis", p. 2-5. Amorrortu editores.