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martes, 5 de junio de 2018

Errores frecuentes en el abordaje del superyó.

El superyó es heredero no sólo del complejo de Edipo, sino también del narcisismo infantil: en su función de Ideal del Yo, así como yo debes ser, se ofrece como una fantasía de perfección, es decir, de ausencia total de sexualidad objetal. El ideal es siempre un ideal inalcanzable, si se alcanza deja de ser un ideal. En Psicología de las masas está dicho claramente: la satisfacción elimina la idealización. Es decir, la frustración es condición de la idealización.

El superyo genera formaciones reactivas o conductas suicidas en pos de un ideal que demanda el sacrificio de la propia vida. En efecto: El mismo superyó es una formación reactiva, y la conducta suicida ocurre en la posición melancólica del yo que retira la libido de si mismo y se entrega al superyó. Si el precio es la vida propia, el crimen del que se le acusa es haber matado a alguien.


El superyó que ayuda a la convivencia social. 
No es así. El superyó es un imperativo categórico que impulsa a borrar las deferencias (empezando por las sexuales, y luego todo lo que sigue), sostén del fanatismo narcisista, ni siquiera evita el incesto y el parricidio pues al reprimirlos impide al yo controlar esos impulsos que afloraran en ciertas circunstancias ya fuera del control de la posibilidad de desestimación por el juicio de parte del yo. La convivencia social no es fruto del imperativo superyoico sino del convenio fraterno. La ley, tan mentada, se crea como un convenio entre hermanos, que por supuesto albergarán el deseo de pasar por encima de ella y ser seres excepcionales y retornar al narcisismo de His Majesty, y tener preferencias.

El superyó (ideal del yo) lleva a cabo el juicio de realidad.
Otro error común. En Psicología de las Masas lo enuncia así y lo corrige en El yo y el ello, debido al reconocimiento de que es el Yo, por su particular ubicación, el que lógicamente lleva a cabo dicha función. Además, siendo el superyó condición de la represión, si actúa de este modo, aleja de la realidad, pues al imponer al yo la eliminación de representaciones preconscientes, como dichas representaciones están indisolublemente unidas a un fragmento de la realidad, al ser reprimidas simultáneamente se deja de percibir una parte de la realidad.

El superyó como una instancia protectora, bondadosa.
Apoyándose en una única oportunidad en que Freud alude a esa función, en el artículo El Humor, el cual es una manifestación del período de reubicación de la nueva teoría estructural, que incluye la idea de que en la psicosis triunfa el Ello, muchos analistas (la misma Melanie Klein y muchos posteriormente hasta hoy mismo) han intentado seguir esa línea. Pero ni antes ni después aparece ni por asomo una "actitud" de ese tipo de parte de la instancia psíquica nacida de lo traumático del final del complejo de Edipo y que está destinada a reaccionar contra la actividad de agredir y amar. Veamos, por ejemplo, la posición terminante en las Nuevas Lecciones de Introducción: el superyó sólo prohíbe y castiga.
El humor no se debe a un costado benigno del superyó sino que es una actitud del yo de no amilanarse ante el superyó, aunque no negando el efecto de sus prohibiciones e idealizaciones, es decir, no entrando en una manía.

miércoles, 23 de mayo de 2018

¿Cuál es la diferencia entre el contrato fraterno y el superyó?

El convenio o contrato fraterno es adecuado al fin. Por ejemplo, los semáforos son adecuados al fin. Pero si una persona actualiza regresivamente ante los semáforos su conflicto infantil y las prohibiciones del complejo de Edipo, entrará en conflicto cada vez que enfrente un semáforo. El contrato fraterno no es condición de la represión. Cualquier deseo infantil que accede a la conciencia puede ser sometido al juicio de hacerlo o no hacerlo, pero el yo domina la situación. Si uno es consciente de esos deseos en última instancia, si prefiere renunciar a ellos porque no le conviene, por temor conciente, por amor a los padres, etc., sentirá frustración, lo que no ocurre con la represión que sigue al mandato superyoico: en ese caso, si retorna el deseo no será en forma consciente, sino como síntoma o inhibición, es decir, el yo estará invadido por el conflicto pero no podrá dominarlo.

El contrato fraterno ya se ve en la infancia cuando un niño quiere entrar a jugar en un grupo de chicos. Le transmiten las reglas de juego, y su aceptación o no influirá en la integración al grupo. Nadie puede negar el origen en el conflicto con el padre de esas reglas de juego, pero ya no son condición de la represión. 

Dice en Tótem y Tabú: ... la prohibición del incesto, tenía también un poderoso fundamento práctico. La necesidad sexual no une a los varones, sino que provoca desavenencias entre ellos. Si los hermanos se habían unido para avasallar al padre, ellos eran rivales entre sí respecto de las mujeres. Cada uno habría querido tenerlas todas para sí, como el padre, y en la lucha de todos contra todos se habría ido a pique la nueva organización. Ya no existía ningún hiperpoderoso que pudiera asumir con éxito el papel del padre. Por eso a los hermanos, si querían vivir juntos, no les quedó otra alternativa que erigir -acaso tras superar graves querellas - la prohibición del incesto, con la cual todos al mismo tiempo renunciaban a las mujeres por ellos anheladas y por causa de las cuales, sobre todo, habían eliminado al padre. Así salvaron la organización que los había hecho fuertes y que podía descansar sobre sentimientos y quehaceres homosexuales, tal vez establecidos entre ellos en la época del destierro.