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martes, 29 de abril de 2025

Leemos "El Arte Y La Ciencia De No Hacer Nada [2014]" de Smart, A. J.

Andrew J. Smart describe, desde un planteamiento científico, las características y partes que conforman el sistema nervioso del ser humano para sostener que el cerebro permanece activo cuando no está concentrado en una tarea específica y bulle una actividad cuando se supone que está en reposo. A partir de estos descubrimientos, Smart nos dice que la multiactividad es perjudicial para el cerebro, que, por el contrario, necesita estar ocioso para ser creativo. Y recurre a citas y anécdotas sobre la vida de personajes como Newton o Rilke, que realizaron algunos de sus mayores descubrimientos y creaciones cuando estaban descansando. Un libro oportuno en una sociedad adicta al trabajo y en la que cada vez queda menos espacio para "no hacer nada". 

Este libro trata sobre el ocio. El ocio es una de las actividades más importantes de la vida; me he decidido a compartir mis ideas sobre el tema, con la esperanza de convencer a otras personas, a pesar de que en el mundo entero el horario laboral está en crecimiento y de que todos los libros sobre administración del tiempo que se ofrecen en el mercado aseguran que se puede, y se debe, «hacer más». El mensaje de este libro es, precisamente, el opuesto. Sobre la base de los datos disponibles, las neurociencias argumentan que el cerebro necesita descansar. Si bien como resultado de la evolución, el cerebro humano se encuentra exquisitamente preparado para la actividad intensa, para poder funcionar con normalidad también necesita estar ocioso, y buena parte del tiempo, según parece.

Un fragmento:

¿Cómo fue que adquirimos la convicción de que el ocio es puro mal? En los Estados Unidos, el ocio fue siempre objeto de temor. Los puritanos creían que trabajar con empeño era la única manera de servir a Dios. En la Europa del siglo xvi, donde tiene sus raíces el puritanismo, Calvino y Lutero tenían la convicción de que Dios había ordenado el trabajo continuo e instaban a los fieles a elegir un trabajo y trabajar «como si fuera el puesto de un centinela, sin abandonarlo a la ligera». Incluso alentaban el trabajo forzoso de pobres y desocupados como un modo de mantenerlos «en la senda de la vida justa». En la época de Lutero, Europa empezaba a urbanizarse y la población se multiplicaba con rapidez. Como resultado, creció el hacinamiento, el desempleo y la inflación. La pobreza urbana se multiplicó de manera explosiva en sitios como Londres, Venecia y Ámsterdam. Incapaces de comprender el funcionamiento de la macroeconomía, fanáticos como Lutero vieron a las nuevas masas pobres urbanas como «holgazanes indolentes» cuyo pecado original de la holgazanería debía castigarse con trabajo arduo. 

Podemos rastrear las raíces de nuestra obsesión actual con el trabajo y la eficacia a la equivocada idea luterana de que la pobreza es producto de la holgazanería, en lugar de pensarla como resultado de complejas circunstancias socioeconómicas. La holgazanería se consideró un mal. Si Lutero hubiera estudiado sociología, tendríamos más de dos semanas de vacaciones al año. Sería como atribuir la crisis financiera a la holgazanería de los banqueros. En E.E.U.U. las vacaciones no son un derecho establecido sino que un beneficio que negocia cada empleador. El estatuto federal Fair Labor Standards Act, de 1938, regula un sinfín de aspectos laborales pero no hay ninguna mención al tiempo libre remunerado ni a las licencias remuneradas por enfermedades. [N. del. E] 

Las consecuencias de la furibunda filosofía antiocio de Lutero, en especial en los Estados Unidos, se evidencian en nuestras absurdamente cortas vacaciones y nuestra ética del trabajo compulsivo. (Los Estados Unidos no están solos en esta obsesión: los japoneses han acuñado el término «karoshi», que significa «muerte por exceso de trabajo»).

La extensión del horario laboral también resulta sorprendente, en particular si se considera la reciente explosión de libros y seminarios sobre administración del tiempo y sobre «cómo organizarse con eficacia» que se observa en el mercado. En Amazon, encontré más de noventa y cinco mil libros sobre administración del tiempo.

(...)

Si esos libros cumplen su objetivo de volvernos más eficaces, ¿por qué tenemos que trabajar más horas?¿Por qué todas las investigaciones indican que estamos más estresados, tenemos peores relaciones familiares, pesamos más y somos menos felices porque trabajamos demasiado?¿No resulta extraño que mientras la industria de la administración del tiempo vende más libros, la cantidad de horas de trabajo aumente? Para citar a Bertrand Russell, «¿es posible imaginar algo más descabellado?»

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Mitos y verdades de la libertad financiera.

La riqueza se puede medir según la cantidad de efectivo que tengamos en nuestra cuenta bancaria, pero según los expertos ser financieramente libre está más conectado a nuestros gastos.

Muchas personas consideran que ser financieramente libres significa tener mucho dinero, sin embargo no es la cantidad de dinero lo que te asegura esa libertad, como tampoco tener un sueldo fijo, comida, una casa, o ahorros para el momento del retiro. Hoy explicaremos qué significa y si es posible conseguir la tan anhelada ‘libertad financiera’ , un término del que muchos hablan, pero pocos realmente entienden.

La riqueza se puede medir según la cantidad de efectivo que tengamos en nuestra cuenta bancaria, pero ser financieramente libre está más relacionado a nuestros gastos. “Más allá de lo que usualmente la gente cree, la libertad financiera tiene que ver con una saludable relación con el dinero, con un equilibrio económico sostenido en el tiempo, y no tanto con una suma fija de dinero a la que hay que alcanzar para finalmente ‘ser libres’”, sostuvo Ezequiel Starobinsky. “La libertad financiera entendida como ‘llegar al millón de dólares’ o cosas por el estilo son un mito, porque hay gente de muchísimo más dinero que es totalmente esclava del dinero que tiene”, agregó.

Para el broker Ramiro Marra, en la teoría "la ‘Libertad Financiera’ consiste en poder sostener un estándar de vida sin necesidad de tener un trabajo formal o tradicional. En la práctica es solo un mito utilizado por ciertas empresas para jugar con la esperanza de los que están descontentos con su trabajo. No implica ser millonario o tener grandes lujos. Asimismo la libertad financiera trae aparejada un bienestar mayor al individuo ya que por supuesto disfrutara de tiempo libre extra”.

¿Realidad o mito?
La libertad financiera es tener mucho dinero para poder gastar en lo que te dé la gana. (Mito) 
Para Marra, “hay que ver en qué tengo ganas de gastar antes de ver cuánto tengo para gastar, porque si no es correr la zanahoria. Es más importante poner presupuestos y metas que gestionar capital”.

Por su parte, Santiago Llul señaló que “no significa tener dinero para no tener que preocuparse por los gastos, es mantener un delicado equilibrio entre el ingreso y el egreso. Al tener mayor ingreso podría destinarse a mayor inversión y por ende mayor rentabilidad. Es importante tener en cuenta la inversión en uno mismo y postergar las compras innecesarias”.

Solo la gente rica o la gente experta en finanzas pueden alcanzar la libertad financiera. (Mito) 
La gente rica o experta tiene más facilidades para tener ese ideal. Claramente cuanto menos plata tenemos de capital menos posibilitad tenemos para alcanzar la 'libertad financiera'. Hay que destacar que solo un grupo de personas creen estar cerca de la libertad financiera, los que reciben herencias, pero esos tienen grandes riesgos de utilizar capital en algún momento y de no tener las mismas consideraciones que tuvieron sus antecesores y no terminar dándole nada a sus herederos. Fuera de dar un mal ejemplo de 'no trabajar' a sus hijos”, planteó Ramiro Marra. Para Llul, “solo la gente que se lo propone lo logra, puede ser asesorada por expertos en finanzas o expertos en diferentes áreas que generen esos ingresos pasivos”.

Cuando alcance la libertad financiera me dedicaré a no hacer nada. (Mito)
Es un mito total. Excepto que uno quiera gastarse su capital, pero el tener un gran capital requiere dedicación para su administración. Si alguien cree que cobrar 10 alquileres por mes no trae problemas y ocupa tiempo es solo porque no los tiene”, indicó Marra.

Según Llul, “Eso es una decisión de vida, el hombre tiende a necesitar estar en actividad, por un equilibrio sano mental y físico. Cuando estamos mucho tiempo sin trabajar nos sobra el tiempo y nos falta el dinero, es un equilibrio similar”.

Cómo se construye la riqueza que necesitamos: qué evitar y qué empezar a poner en acción

Ramiro Marra planteó que “la principal riqueza que se puede construir en un individuo es la de la conducta, si uno no sabe para qué quiere el dinero ni porque lo gasta nunca va a ser rico porque está perdido. No es un concepto de auto ayuda sino contable, si uno administra su presupuesto, que es tanto ingresos, egresos, inversiones y objetivos seguramente va a llegar ser rico”. “Sin una administración adecuada del capital es más fácil que una persona con dinero termine siendo pobre que una con dinero termine siendo rica”, apuntó.

Según planteó Santiago Llul, “la riqueza se construye desde muy chico a través de la educación financiera, por lo que hay que entender que el ahorro y la planificación financiera es necesaria”. “Controlar los gastos innecesarios y superfluos y entender que la plata debe generar más plata a través de instrumentos de inversión o productivos”, agregó. Según Llul, “la riqueza como vimos anteriormente es un tema más filosófico que monetario, es construir la posibilidad de evitar una de las preocupaciones más importantes de los individuos: ‘el dinero’. Pero también debemos entender las diferentes etapas de la vida de cada uno de nosotros y recurrir a las herramientas más propicias para cada etapa”.

La riqueza no es opulencia, no es banalidad, no es frivolidad. Uno es rico cuando puede darle a los suyos lo que necesitan y eso genera una gran satisfacción, unas vacaciones, un regalo, un juguete, una viviendaTodas estos proyectos son de largo plazo, es mejor empezar ahora y entender que el dinero puede trabajar para nosotros”, concluyó. 

Para Ezequiel Starobinsky, “hay gente que con mucho menos tiene una relación saludable con el dinero, porque entiende que el dinero es un medio que debería dar libertad y no un fin en sí mismo”. “Cuando equivocadamente pensamos que el dinero es un fin en sí mismo reducimos, curiosamente, los grados de libertad que el dinero entendido como un medio nos brinda”, consideró. En ese contexto, detalló que ‘La libertad financiera´ se va dando en el tiempo cuando, combinadamente, uno cumple las siguientes premisas:

1) Conectarse con un sentimiento de abundancia de las cosas que uno ya tiene en la actualidad, y no con una emoción de carencia por las cosas que nos faltan. 

2) Establecerse en un saludable equilibrio (sostenido en el tiempo) entre ingresos y gastos. No gastar dinero que uno no tiene es clave, y sólo endeudarse para adquirir activos que se valorizarán en el tiempo o proyectos de inversión con alta probabilidad de éxito. Endeudarse para gastos de placer es disfrutar hoy a costa de resignar libertad mañana.

3) En la medida que uno pueda, tener cierto nivel de ahorro mensual, por muy pequeño que sea. En finanzas, muchas pequeñas monedas hacen una gran moneda. Con algo de administración del capital buscar ganarle a la inflación en dólares, o como mínimo resguardar el poder adquisitivo del ahorro.

4) Cuando uno se va estableciendo económica y profesionalmente, buscar trabajar en cosas que nos desafíen, que nos gusten y que el salario se transforme en un componente más en la ecuación, pero no el único componente. Trabajar con pasión en lo que nos guste y que sea útil para los demás atrae necesariamente al dinero.

“La libertad financiera se alcanza cuando uno mejora sostenidamente en los cuatro puntos anteriores. Habrá quienes alcanzan esa libertad con un pequeño capital, y otros que no lo pueden hacer ni con varios millones”, insistió.

En ese sentido aconsejó que “en lo práctico, uno debería pensar en ahorrar a largo plazo un capital que, invertido a una tasa de bajo riesgo (4% o 5% en dólares) nos genere una renta que nos ayude a tener más libertad laboral. Por ejemplo, alguien que consigue vivir en casa propia y ahorrar u$s 100 mil adicionales, tendrá una renta pasiva de aproximadamente $ 20 mil mensuales (a tipo de cambio de hoy), que será mucho o poco relativo al nivel de gastos de cada uno”. “´No es rico quien mucho tiene, si no aquél que poco necesita´ es una frase conocida, pero que en la vorágine consumista en la que vivimos, se torna fácil olvidar”, concluyó Starobinsky.

Fuente: SILVANA SALDISURI (17/4/2019) “Libertad financiera: mitos y verdades” - El Cronista.

miércoles, 11 de marzo de 2020

El valor de ser mediocre.

Fuente: Wu, Tim (20/12/2018),  "El valor de ser mediocre", New York Times

Siempre quedo sorprendido por cuántas personas me dicen que no tienen ningún pasatiempo. Podría parecer algo insignificante, pero (aunque suene grandilocuente) para mí es una señal de una civilización en decadencia. Después de todo, la idea del ocio es un logro ganado a pulso, pues presupone que hemos rebasado las exigencias básicas de la supervivencia. Sin embargo, aquí en Estados Unidos, el país más rico en la historia, parece que nos hemos olvidado de la importancia de hacer las cosas por el simple hecho de que disfrutamos hacerlas.

Sí, lo sé: es que todos estamos tan ocupados. Entre el trabajo y la familia y las obligaciones sociales, ¿cómo esperan que tengamos tiempo?

Pero he aquí una razón más profunda que se me ha ocurrido de por qué la gente no tiene pasatiempos: nos da miedo no hacerlos bien. Más bien: nos intimida la expectativa —que ya es un sello distintivo de nuestra época, tan intensamente pública y enfocada en el desempeño— de que debemos ser talentosos hasta en las actividades que realizamos en nuestro tiempo libre. Nuestros “pasatiempos” (lo considero un término anacrónico para lo que hacemos) se han vuelto demasiado serios, demasiado rigurosos; ahora se tratan de una oportunidad para sentir ansiedad sobre si en realidad eres la persona que dices ser.

Los requerimientos de la excelencia están en guerra con lo que llamamos libertad.

Si te gusta correr, ya no es suficiente con que des un par de vueltas a la manzana: ahora hay que entrenar para los maratones. Si te gusta pintar, ya no lo haces nada más para disfrutar de una agradable tarde solo contigo, con tus acuarelas y con unos lirios de agua, sino que ahora debes buscar que exhiban tus obras en una galería, o al menos intentar hacerte de una cantidad “respetable” de seguidores en las redes sociales. Cuando tu identidad está ligada a tu forma de entretenimiento —eres un yogui, un surfista, un escalador—, más te vale hacerlo bien porque si no es así, ¿quién eres entonces?

Aquí lo que hemos perdido es la afición tranquila a tener un talento modesto, a hacer algo por el simple hecho de que lo disfrutas y no porque lo haces bien. No habría que enfatizar que los pasatiempos deben ser una actividad distinta al trabajo remunerado. No obstante, valores ajenos como “la búsqueda de la excelencia” se han insertado y han corrompido lo que solía ser el terreno del ocio, así que ya no hay lugar para el verdadero aficionado.

La población —al menos la de Estados Unidos— parece estar dividida entre los aficionados semiprofesionales (algunos tan dedicados como los atletas olímpicos) y aquellos que se retraen en el ocio pasivo en las pantallas, la marca distintiva de nuestros tiempos tecnológicos.

No niego que se puede obtener mucho sentido al practicar una actividad a nivel profesional y no miro con desdén a quien decida dedicar su vida entera a una pasión o talento innato. Hay experiencias muy profundas que traen consigo el dominio de un arte. Pero también hay una alegría pura y verdadera, un grato deleite, casi infantil, que surge al aprender y simplemente esmerarnos en lo que practicamos. En retrospectiva, se darán cuenta de que los mejores años de sus clases de buceo o de carpintería, por dar algunos ejemplos, fueron cuando apenas se iniciaban, cuando sentían exaltación tan solo por hacerlo.

Aunque pocas veces nos percatamos de ello, los requerimientos de la excelencia están en guerra con lo que llamamos libertad.

Permitirte hacer únicamente aquello en lo que sobresales es atraparte en una jaula cuyos barrotes no están hechos de acero, sino de tus propios prejuicios. Sobre todo en el caso de las actividades físicas, pero también en muchas otras cosas, la mayoría de nosotros seremos verdaderamente excelentes solo en aquello que hayamos comenzado a practicar en la adolescencia. ¿Qué pasa si decides aprender a surfear a los 40 años, como yo? ¿Qué pasa si cuando tienes 60 decides aprender italiano? La expectativa de alcanzar la excelencia puede ser abrumadora.

Se supone que la libertad y la igualdad deben facilitar la búsqueda de la felicidad. Sería muy triste si solo protegiéramos los medios e ignoráramos el fin. Una democracia, cuando funciona como es debido, permite que los hombres y las mujeres se conviertan en personas libres; sin embargo, depende de nosotros, como individuos, si usamos esa oportunidad para encontrar un propósito, alegría y satisfacción.

Si sospechas que esto parece una elaborada súplica para que la gente deje de trabajar tanto, lo es.

De cualquier manera, quisiera expresarme en términos mayúsculos: la promesa de nuestra civilización, el objetivo de todos nuestros esfuerzos y avances tecnológicos, es rescatarnos de la lucha por la supervivencia y darnos tiempo para quehaceres más nobles. Sin embargo, exigir la excelencia en todas nuestras actividades puede menoscabar eso; puede ser un peligro para la libertad o puede incluso destruirla. Nos despoja de una de las mayores recompensas de la vida: el sencillo placer de hacer algo solo porque lo disfrutamos profundamente.