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miércoles, 3 de septiembre de 2025

Inmixión de Otredad: el sujeto entre saber y verdad

Lacan introduce un término decisivo para situar al sujeto subvertido: “inmixión” de Otredad. Este neologismo, que aparece en el discurso de Baltimore, expresa la imposibilidad de pensar al sujeto sin la concomitancia del Otro. La palabra misma, mezcla entre francés e inglés, conserva en castellano el carácter de invención, como si llevara inscrita la torsión que busca nombrar.

La inmixión marca la imposibilidad de separar al sujeto del Otro, y en esa dificultad se juega el valor del margen de libertad que un análisis podría habilitar. Al mismo tiempo, establece una diferencia crucial: el sujeto no puede confundirse con el individuo.

Así concebido, el sujeto queda dividido entre saber y verdad, y en el Seminario 12 Lacan encuentra en superficies uniláteras —la banda de Möbius y el cross-cap— soportes topológicos acordes con esa subversión.

En continuidad con la lectura de Koyré, se afirma que el sujeto del inconsciente es también el sujeto expulsado por la ciencia: el sujeto cartesiano. Por ello, el psicoanálisis sólo pudo surgir después del siglo XVII, en el mismo momento en que la ciencia moderna reconfiguraba la noción de sujeto.

Pero Lacan avanza un paso más: este vaciamiento propio de la subversión elimina cualquier sesgo humanista en la concepción del sujeto. De allí su rechazo a ubicar al psicoanálisis dentro de las “ciencias humanas”.

¿Qué implica este borramiento de toda perspectiva humanista? Que el sujeto queda despojado de sustancia, identidad o inmanencia alguna que pudiera darle consistencia ontológica. Y este punto no es menor en la praxis: incide directamente en el modo de pensar la transferencia y la posición del analista en la dirección de la cura. Quizás sea en este marco que Lacan exhorta al analista a “acomodarse”: ajustarse a la lógica del sujeto dividido y no a la ilusión de un individuo pleno.

viernes, 13 de junio de 2025

Estructuración simbólica y anudamiento preliminar en Lacan

Uno de los conceptos clave en los primeros desarrollos de Lacan sobre el orden simbólico es el de estructuración, tal como aparece en el Seminario 1. A partir de él, Lacan comienza a desplegar cómo la incidencia de la palabra determina la manera en que los tres registros —Real, Simbólico e Imaginario— se organizan de forma singular en cada sujeto.

Aunque aún estamos lejos de la formalización de la cadena borromea, ya es posible advertir en estos primeros momentos de su enseñanza que el lenguaje no solo introduce una disyunción respecto a lo natural, sino que anuda y estructura los registros en su relación mutua. El simbólico se presenta como soporte del imaginario, al tiempo que lo diferencia del real; el imaginario, por su parte, opera como mediador entre el simbólico y el real. Si bien esta función aún no puede llamarse “borromea”, ya se perfila una lógica de anudamiento que encuentra en la palabra su principio operativo. En esta “situación simbólica” podemos ubicar, entonces, una operación estructurante que delimita y enlaza.

A esta altura, el registro de lo real permanece todavía en gran medida confundido con lo imaginario, lo que refuerza la importancia del orden simbólico como aquel que introduce una organización diferenciadora. Lo simbólico impone así un borde y una distancia que permiten que algo de lo imaginario se ordene. En este punto, Lacan subraya la dificultad particular que el ser humano presenta en la acomodación de lo imaginario, especialmente en relación con la sexualidad. Esta se presenta como un campo desajustado, dislocado del funcionamiento orgánico, sin guía instintiva.

Por eso, es justamente el significante —la palabra— el que viene a efectuar un ordenamiento, posibilitando la significación y ofreciendo una orientación. Aquí se anticipa lo que más adelante tomará la forma de la función paterna, particularmente en el Seminario 3, donde el padre es concebido como aquel significante capaz de introducir una dirección al deseo, especialmente en su relación con el partenaire.

La sexualidad, entonces, no puede pensarse como una mera función biológica. Implica un cuerpo libidinizado, un cuerpo marcado por la palabra, que se construye como tal a través de una pérdida y una falta de instinto. Allí donde el organismo no alcanza, lo simbólico ordena, pero también produce síntoma. Es decir, introduce una vía de sentido, aunque esa vía esté siempre atravesada por lo imposible.

martes, 27 de mayo de 2025

El análisis y la división del sujeto: hacia el atravesamiento del fantasma

Un análisis implica ir más allá de los velos del fantasma para situar la división del sujeto como su nudo fundamental. En este recorrido, la escisión subjetiva asume distintos estatutos: desde su dependencia del fading significante hasta lo real de su opacidad.

En Posición del inconsciente, Lacan plantea una serie de tesis sobre la relación entre el sujeto y el Otro. Allí, el inconsciente se define como un corte en acto entre ambos campos, lo que permite pensar su estructura en términos topológicos. Esto lleva a considerar tres aspectos cruciales: la relación entre el inconsciente y el cuerpo, los anudamientos que lo sostienen y su vínculo con la pulsión.

Dentro de este marco, el operador transferencial del deseo del analista resulta central en la cura, ya que permite la entrada en juego del objeto a en la transferencia. En un momento lógico posterior, el analista encarna este objeto, haciendo semblante del mismo. Dicho objeto, en la cura, remite a una posición subjetiva dentro del fantasma y se inscribe como consecuencia de un corte fundante en la constitución del sujeto.

La cuestión central que se plantea en este proceso es: ¿cómo se estructura un agujero? Esta pregunta articula la división del sujeto, la caída del objeto y la constitución de la estructura del fantasma. Así, el análisis transcurre a través de una serie de pasos que hacen posible el acceso al fantasma como respuesta al enigma del deseo del Otro, condición necesaria para su atravesamiento.

En este recorrido, la responsabilidad del analista es decisiva: debe acomodarse a la singularidad del sujeto en cada sesión, aún cuando pueda dar la impresión de tratarse del mismo cada vez. Es esta escucha atenta la que posibilita que el análisis conduzca al sujeto hasta el límite donde el deseo y su estructura pueden ser leídos en su dimensión más radical.

martes, 19 de noviembre de 2024

El análisis personal del analista: ¿Por qué es necesario?

 El psicoanálisis tiene una particularidad señalada por Freud: quien desee practicarlo debe haber pasado previamente por el propio dispositivo analítico. Esto no es común en otras disciplinas, lo que hace que el psicoanálisis no encaje del todo en la categoría de "profesión".

Actualmente, en ciertos sectores del psicoanálisis lacaniano se debate sobre la necesidad del análisis personal para quienes practican el psicoanálisis. Sin embargo, esta discusión no parece centrarse en conceptos teóricos, sino más bien en una crítica a la función del Otro. Sin embargo, esta postura podría implicar un riesgo en la orientación de la práctica.

La formación analítica exige pasar por un análisis personal, lo que sitúa a la transferencia como un elemento central en la formación del analista. La transferencia es el terreno donde se produce un "atravesamiento" del sujeto, un proceso que implica cuestionar aquello que actúa como anclaje para el mismo. En otras palabras, no puede haber formación analítica sin una interrogación profunda.

Esta interrogación permite la aparición del Sujeto Supuesto al Saber, aunque la transferencia va más allá de esta suposición de saber. La transferencia, en su dimensión temporal, se materializa a través de cortes, los cuales son esenciales para que se dé el paso del analizante al analista. Este proceso implica una separación del sujeto respecto a los lugares que ocupaba en relación con su Otro de origen. Por tanto, el analista no puede formarse sin experimentar una pérdida, que solo es posible a través de la transferencia, donde el analista actúa como objeto separador.

El psicoanálisis exige que quien desee practicarlo haya transitado previamente por un análisis, algo que no es requisito en otras disciplinas, como muchas especialidades médicas o la psicología. Esto responde a una cuestión central: para ocupar el lugar del analista, se necesita una relación particular con el saber, ya que la praxis analítica está profundamente vinculada con una estructura específica del saber.

Lacan introduce el matema del significante de una falta en el Otro, destacando que, en el psicoanálisis desde Freud, el saber no es solo desconocido, sino que también está marcado por una falla o inconsistencia. El análisis se centra en cuestionar y movilizar todo aquello que en la neurosis intenta tapar esta falla y dar consistencia a un Otro percibido como completo.

Por tanto, el análisis del futuro analista es necesario para conmover el vínculo con su Otro de origen y trabajar las instancias allí formadas, como el ideal, el fantasma, el síntoma e incluso la dimensión del yo. Sin este trabajo, no se puede dar lugar a esa falta esencial que subyace al deseo, ya que esta es inconsciente y escapa a la lógica consciente.

Estas rectificaciones subjetivas son fundamentales para lo que Lacan llama "acomodación" del analista. La acomodación implica que el analista adopte una posición que corresponda al sujeto que escucha, haciendo espacio para su singularidad. Esto requiere enfrentar lo imposible de saber, que también es lo imposible de escribir.

jueves, 29 de agosto de 2024

¿Cómo pensar las intervenciones?

 La práctica del psicoanálisis acarrea una dificultad que le es inherente, y que no se reduce a los primeros tiempos de la práctica. Sería incluso riesgoso que alguien pudiera suponer, después de unos años de trabajo, que ya no está alcanzado por esta dificultad.

Este escollo responde a la circunstancia de que el psicoanálisis carece de una técnica, lo que tantas veces dijimos: que no consiste en un procedimiento protocolizado que pudiera repetirse por igual en todos los casos.

Frente a la falta de ello, lo que se abre es la tripartición entre una táctica, una estrategia y una política. La táctica es que el analista es libre en cuanto a la manera de pensar sus intervenciones, la modalidad de ellas. Es menos libre en la estrategia porque conlleva su posición en la transferencia y eso no es electivo. El analista debe dejarse tomar por el lugar que el discurso le señala en la transferencia, acomodación requerida para permitir el análisis del sujeto.

Y no es en lo más mínimo libre en la en la política, porque la política remite a la ética. Y se trata del lugar del deseo en la cura.

A partir de entonces de esto es que puede resultar interesante preguntarnos cómo considerar una intervención posible, resaltando el término posible, o sea algo que está en las antípodas de lo ideal, de lo perfecto o acabado.

Pensar una intervención debiera apuntar a considerar también el momento de la formación, o sea lo que es posible para ese analista en ese momento, para evitar las identificaciones imaginarias. Por eso hablar de una intervención posible conlleva la idea de que no hay una sola manera de intervenir, sino que cada analista debe encontrar un modo que le sea propicio, siempre y cuando respete la orientación del análisis delineada desde la política.

Un tema interesante es cómo un inducir un efecto de división en la demanda, o sea apuntar a que la intervención haga oleaje, en el sentido de propiciar la interrogación, más a que a dar una explicación o coagular un sentido.

viernes, 9 de agosto de 2024

La escucha en las primeras entrevistas

 La escucha analítica es una operación de lectura. En tanto tal se dirige más allá de lo que el sujeto efectivamente dice cuando habla. Entonces se orienta al texto, el cual se puede ir delineando a partir de un recorte en el transcurso del trabajo, el de los significantes fundamentales de la posición del sujeto.

Habiendo situado esta coordenada estructural de la escucha del analista también sería importante destacar que ésta puede, eventualmente, revestir determinadas particularidades dependiendo de qué momento del análisis se tratase.

En el caso de las primeras entrevistas, ¿hay cierta especificidad?

Es un momento de partida, donde se juegan los primeros movimientos de lo que va a ser el campo transferencial, y donde, incluso y con ese fin, podríamos decir el analista se puede prestar a ser un poco más locuaz.

Diría que, en este primer tiempo, fundamentalmente, lo que el analista hace en primer lugar, es intentar, en el discurso del sujeto, diferenciar aquello que pertenece al registro simbólico de aquello que pertenece al registro imaginario. Esto no constituye técnica alguna, sino que instala cierto prisma para pensar ese tiempo primero.

De seguir esta propuesta, el analista apunta a escuchar en qué medida puede o no haber una pregunta que quede asociada al motivo de consulta; ¿es posible delimitar el lugar de algún síntoma que motorice la consulta del sujeto?

Fundamentalmente, me parece, también es importante poder situar a que Otro se dirige el sujeto cuando habla. Porque eso le va a indicar al analista, le va a dar una coordenada para poder situarse en la transferencia.

O sea, las primeras entrevistas son ese tiempo primero de intentar poner en forma los modos en que el sujeto intenta responder al obstáculo, al problema, incluso el penar de más que al sujeto lo trae a la consulta; porque será a través de las respuesta que se hará posible arribar a la pregunta.

El analista "en" el discurso del paciente

Anteriormente nos ocupamos de la escucha analítica en las primeras entrevistas de un análisis, en las cuales quien consulta habla de lo que cree que es el motivo de su consulta.

Se trata de los primeros desarrollos de esa demanda de aquel que quiere ser escuchado y mencionamos como un punto importante, que el analista pueda leer a qué Otro se dirige el sujeto. Desde luego que esto, y no pocas veces, no está clarificado de entrada, pero la importancia de situarlo responde a que le da una pauta al analista para la posición que debe asumir en la transferencia.

Es este asumir, la acomodación a la que Lacan refiere, lo que justifica el título de este posteo, donde se destaca que el analista ocupa un lugar “en” el discurso del paciente, lugar que encarna, y no detenta.

El analista es una función, definida así forma parte del discurso del inconsciente, y ello en la medida en que el inconsciente como discurso se dirige al analista. Esto significa que el inconsciente llama a la interpretación. En esta senda entonces el inconsciente es solidario de una palabra, la cual llama una respuesta, convoca a un oyente, y el analista es esencialmente un oyente.

Ser oyente es su función prínceps, la cual prescribe que no se trata de significar, dar sentido o traducir.

La encrucijada transferencial es poder dar con una posición acorde al sujeto que está escuchando, cada vez podríamos decir. Y para ello cobra un valor significativo ese delinear al Otro a quien el analizante le habla.

Estructuralmente ese Otro es la alteridad de la que depende el mensaje. El analista, en el discurso del sujeto, toma el relevo de ese Otro que detenta ese poder discrecional, el oyente que significó el mensaje, pero a condición de no usar dicho poder.

¿Qué se juega en la primera entrevista?
La primera entrevista en la consulta con un analista es el momento de donde alguien puede plantear el motivo de su consulta, el cual algunas veces puede ser bastante claro; en otras, en cambio, puede ser bastante difuso, incluso para el propio sujeto. Me refiero a esas consultas donde quien lo hace no sabe muy bien cuál es el motivo que lo trajo.

Algunas otras veces será el analista quien pueda situar, a partir de su escucha, que lo que alguien plantea como motivo de consulta, en realidad esconde otra cuestión, inconsciente para el paciente, y que en realidad es lo que está comandando la consulta.

Un punto importante respecto de esta primera entrevista es interrogar la temporalidad de esta. Si se trata de un padecimiento que en el sujeto lleva un tiempo, entonces ¿por qué la consulta se produce en ese momento, por qué no se produjo antes o qué la precipitó en ese momento?

Eso nos va a permitir situar quizás, algo que pudiese haber operado de desencadenante o eventualmente algo que en el sujeto cobró tal magnitud que afectó su lazo social, cuestión que está en general involucrada en la consulta a un analista.

Pero más estructuralmente, podría decir que la primera entrevista es el momento donde se juegan cuestiones importantes, muchas de las cuales constituyen el campo de lo que se va a trabajar en el análisis después. Pero, por supuesto, no hay manera de saberlas en ese primer momento, sino que el analista solo podrá leerlas retroactivamente a partir del despliegue del discurso, el cual requiere tiempo para ser llevado a cabo. Pero fundamentalmente esa puesta al trabajo exige la transferencia, la cual implica que el analista acomoda su posición con relación a lo que allí leyó.

viernes, 17 de mayo de 2024

La estructura de la interpretación

 Para sacarla del campo de la mera doxa, podemos afirmar que en psicoanálisis hay una estructura de la interpretación.

La interpretación como forma paradigmática de la intervención del analista está sometida a una serie de condiciones, más que parámetros. Podría decir que la interpretación se delimita a partir de una serie de coordenadas bien precisas, por ejemplo, la interpretación en psicoanálisis es correlativa de un concepto de saber agujereado, o sea que interpretar no habilita al analista a creerse el agente o poseedor de un saber.

Por el contrario, la interpretación exige del lado del analista esa acomodación referida por Lacan. Un modo de tal acomodación podría ser el servirse de la cita del discurso del sujeto instalando, allí donde hay una afirmación, algo del orden de un interrogante. En este sentido podríamos decir que interpretar es inducir un efecto de división en la demanda del sujeto.

O sea que interpretar se separa de cualquier perspectiva que implicara en el sujeto una traducción. El analista no traduce en términos conscientes el discurso inconsciente del sujeto. Interpretar no es develar sentidos, o ponerle palabras a aquello que el sujeto quiso decir, algo como una elucidación.

La interpretación analítica, en cambio, es algo que se dirige a la posición del sujeto, en una escena, respecto del deseo como deseo del Otro. Aquí el término relación es fundamental: hay relación allí donde se inscribe la inexistencia de una esencia o identidad. La interpretación se dirige entonces a esa relación, la cual lo implica al sujeto “interesado” en una escena en la cual cumple un papel. Interpretar entonces concierne a una interrogación dirigida al sujeto acerca de su papel en aquello de lo que se queja.