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jueves, 7 de agosto de 2025

El inconsciente como contador: entre el decir, la verdad y el corte

Para Lacan, el inconsciente se comporta como un contador, en tanto no cesa de escribir, y lo hace bajo la forma del síntoma. Esta escritura no es cualquier inscripción: repite una y otra vez una verdad estructural que no puede formularse de modo directo —que no hay relación sexual. En L’etourdit, Lacan retoma esta imposibilidad, señalando que de la relación sexual no hay escritura, salvo aquella que se tramita a través de la función fálica.

A lo largo del texto, se advierte un movimiento pendular entre el decir y la verdad, donde el primero sostiene y condiciona a la segunda. Es en esta articulación que Lacan delimita, desde Freud, el campo de la verdad como solidario de la lógica atributiva propia de la función fálica. Esta lógica, que se despliega en la dichomansión —el juego serial del tener o no tener el falo—, lleva en su interior la marca de la contradicción estructural.

Frente a esta lógica atributiva, Lacan contrapone el decir como condición de posibilidad de la verdad, una verdad que ex-siste, es decir, que se sitúa fuera del saber completo del Otro. Pero no cualquier discurso puede producir ese efecto de ex-sistencia. Para que ello ocurra, el discurso debe fallar en sus propios términos: debe incompletarse, indecidirse, indemostrarse, debe dejar inconsistente al Otro como lugar de garantía total.

Cuando estas operaciones se realizan, se produce el matema del significante de la falta en el Otro, que indica una aporía estructural, no como ausencia de un significante puntual, sino como un punto límite que afecta al Otro como conjunto. Este giro tiene consecuencias directas sobre la dirección de la cura, que ya no apunta a completar un saber, sino a operar sobre esa falla estructural.

Es aquí donde Lacan introduce una elaboración topológica del decir, al concebirlo no sólo como enunciado o enunciación, sino como acto de corte. Este corte no es metafórico, sino una operación consistente sobre el agujero, una forma de razonar el vacío desde la lógica y el espacio. A través de esta formalización, el decir adquiere una dimensión operativa, capaz de aislar y bordear lo que en el campo del Otro no se puede decir.

martes, 29 de julio de 2025

¿Puedes perderme? La cuenta del sujeto entre la falla y el significante

 ¿Puedes perderme? es la pregunta que el niño dirige al Otro en el momento en que el significante, mediante la operación de alienación, lo aloja al precio de una petrificación subjetiva. Lacan encuentra en la literatura —en particular en El diablo enamorado— un modo privilegiado de ilustrar esta interrogación que constituye la matriz del “Che vuoi?”, pregunta que no solo apunta al deseo del Otro, sino que también habilita la operación de la separación. Este movimiento introduce un redoblamiento de la falta: la falta del sujeto (como efecto de la alienación) es redoblada por la falta en el deseo del Otro, y este doble borde delimita una relación topológica entre sujeto y significante.

Sabemos que el sujeto, en términos lacanianos, es lo que un significante representa para otro significante. Esto implica una serie lógica: el primer significante (S1) va al lugar del representante, pero debido a la falla estructural del conjunto significante, este movimiento debe completarse con un segundo significante (S2), que introduce la dimensión del saber. Así se abre el intervalo entre significantes que permite el advenimiento del sujeto como efecto de significación.

Sin embargo, este efecto no está exento de equívocos. Podríamos afirmar, siguiendo esta vía, que el sujeto es el efecto de sentido que se produce cuando el Otro significa el llanto o la palabra del niño. En este sentido, el sujeto no preexiste a la significación, sino que se constituye como división en el seno de la demanda.

Ahora bien, ¿es el sujeto solo un efecto de sentido? ¿No hay, además, un intervalo —una hiancia— entre causa y efecto, que se abre precisamente por la falla estructural del lenguaje y por el deseo que introduce el Otro?

Lacan se vale aquí de dos referencias fundamentales para repensar al sujeto en su relación con el lenguaje: por un lado, la función del trazo, y por otro, la lógica fregeana, especialmente en lo que concierne a la distinción entre Sinn (sentido) y Bedeutung (referente). Esta bifurcación permite asociar el campo del lenguaje con la cuestión de la cuenta: ¿qué es contar? ¿Cómo se cuenta un sujeto?

Contar implica la posibilidad de ser incluido en una serie. Pero si el referente falta —y esto es lo que ocurre en el campo del Otro—, debe haber algo que opere en su lugar, una marca, un significante, un trazo, que permita que el sujeto entre en la cuenta del Otro, es decir, cuente para él. Esa operación no garantiza sentido, pero ofrece una inscripción: una forma mínima de existencia simbólica.

Así, el sujeto se constituye no sólo como efecto de sentido, sino como efecto de una falla: una falta que no se reduce a lo que no está, sino que estructura lo posible. Entre el deseo del Otro y el lugar que el sujeto ocupa, entre el trazo que borra y la lógica que cuenta, se juega la existencia misma del sujeto como tal.

lunes, 28 de julio de 2025

De la falta a la falla: condiciones topológicas del sujeto en el Seminario 12

En la Clase 2 del Seminario 12, Lacan abre el trabajo con una pregunta: “¿Cómo vamos a trabajar?” No se trata sólo de una interrogación metodológica respecto del seminario actual, sino de una puesta en cuestión que remite a toda su enseñanza previa: ¿desde dónde, con qué conceptos, y hacia qué dirección abordar la relación entre sujeto y lenguaje?

Lacan retoma aquí una preocupación que atraviesa su enseñanza: el estatuto del lenguaje como estructura. Pero con un giro preciso: estamos frente a una interrogación topológica, en la cual se introduce una torsión fundamental en el modo de pensar lo simbólico. El pasaje que propone es el que va de la falta hacia la falla.

🔹 Falta: función significante de lo que no está

Del lado de la falta, el problema no se reduce a una carencia empírica dentro de un conjunto de significantes. No se trata de un significante que “falta” como tal, sino de una función: la función de la falta como tal, aquello que introduce negatividad en el campo del Otro y posibilita la aparición del sujeto. De allí la conocida paradoja: el conjunto está completo en la misma medida en que le falta un elemento. Ese elemento no es otro que el que vendría a nombrar al sujeto: su exclusión lo funda.

🔹 Falla: imperfección estructural

Pero Lacan ahora complejiza este esquema. Propone pensar no ya una falta que constituye el campo del Otro como sistema simbólico cerrado, sino una falla inherente al propio sistema. No es un elemento externo al conjunto el que se sustrae, sino una imperfección constitutiva del conjunto mismo. Es decir, el significante no sólo organiza el campo simbólico a partir de una falta, sino que está él mismo afectado por una falla. Y esta falla no es contingente: es consustancial al lugar del sujeto.

🔹 Entre sincronicidad y diacronía

Aunque el lenguaje preexiste al sujeto en tanto estructura sincrónica, Lacan subraya aquí que su eficacia subjetivante exige la introducción de la diacronía. Esto supone la entrada del valor y la historia: el sujeto adviene en la medida en que la falla es tramitada como falta, es decir, se simboliza. Esta operación hace posible que el sujeto pueda recibir un valor dentro del campo del Otro, valor que lo torna visible —y deseable—.

🔹 El deseo del Otro: ¿puedes perderme?

Si el sujeto es un ser estructuralmente en falta, sólo puede instalarse en el lazo con el Otro en la medida en que esa falta es investida, alojada en el deseo del Otro. De allí el interrogante que Lacan recoge en el grafo del deseo: “¿Puedes perderme?”. No es una pregunta banal, sino el modo en que el sujeto interroga su posición como objeto en la economía deseante del Otro.

Esta pregunta se traduce en el célebre che vuoi?: ¿qué quiere el Otro de mí?, ¿qué soy yo para ese deseo? El valor de verdad del sujeto depende, entonces, de la posición desde la cual causó el deseo del Otro. No es sin esa causa que el sujeto puede constituirse.

viernes, 11 de julio de 2025

Sexuación, goce y la discordancia entre campos: implicancias para el sujeto

Abordar la sexuación desde la distancia entre dos campos exige pensar la relación del sujeto con el goce como estructuralmente problemática, determinada por una discrepancia constitutiva. Uno de los interrogantes más fecundos que se abre en este marco es: ¿cómo incide esta discordancia en la existencia del sujeto? Solo formular esta pregunta ya implica suponer que la división subjetiva no se agota en el fading significante.

En La lógica del fantasma, Lacan señala: “…[hay] cierto impasse, el que manifiesta las faltas del sujeto –y no son equívocas–…”. El plural de “faltas” resulta especialmente sugerente. Más allá de la posible ambigüedad en la traducción, este plural permite pensar una dualidad de la falta, correlativa de la oposición entre los campos que estructura la sexuación.

Por un lado, encontramos la falta en ser, una noción ya presente en los primeros desarrollos de Lacan, y asociada a la incidencia del significante sobre el sujeto. Desde esta perspectiva, en el terreno de la sexuación, Lacan afirma que una mujer busca al hombre en tanto significante, subrayando así el papel estructural del semblante.

Por otro lado, se esboza una falta de otro orden: un ser en falta, cuya modalidad se vincula con lo real a través de la posición femenina. Esta posición no se define por una carencia, sino por una inexistencia: la de un ser que no puede universalizarse. Esto conlleva consecuencias fundamentales para la teoría del semblante y para la lógica del goce.

Desde aquí, se abre también una vía para repensar el estatuto de la repetición. ¿Qué señala la repetición sino lo irreductible del “no hay relación sexual”? Es decir, aquello que funda tanto el dispositivo analítico como la escena transferencial. Y es precisamente el analista, en su posición —o en sus posiciones—, quien encarna esta falla estructural. Su cuerpo, sostenido en la abstinencia, pone en acto el corte radical que inscribe la discordancia entre los campos de goce. Este corte no es solo estructurante, sino condición de posibilidad del acto analítico mismo.

miércoles, 9 de julio de 2025

¿Cuál es el soporte de una escritura?

 Luego de un primer abordaje por el cual el rasgo unario es considerado desde el sesgo de lo idealizante de la demanda, lo que justifica sus articulaciones al significante del Ideal, I(A), encontramos un giro que lo asocia a la función de la letra. Tomado desde esta perspectiva el rasgo se conecta con la operación de ese +1 al que vengo haciendo referencia desde hace unos días. Entonces el rasgo se asocia a la falta.

Ese +1 formaliza lo que no se escribe y que “no se sostiene más que de la escritura”, con lo cual el soporte de la escritura es la falta, aunque a esta altura quizás sea mucho más indicado hablar allí de una falla.

¿Para que se le hace necesario poner en juego esta dimensión de la escritura? Para poder abordar al inconsciente desde su estructura lenguajera, pero fundamentalmente por ser la consecuencia de un corte: la escritura se soporta de un corte que bien podría ser considerado desde la perspectiva del vaciamiento… y los términos vuelven a enlazarse. Esto, que parecería ser una redundancia es, en realidad, el índice de una lógica ínsita al planteo.

Se parte de una marca primera que es también llamada nominación real, a la altura del seminario 21. El efecto de esta primera incidencia es el vaciamiento antes aludido. Y la marca deviene aquello concernido en la repetición, a la par que instala la incompletitud e inconsistencia a nivel del universo de discurso. Freudianamente casi coincide con la imposibilidad del reencuentro.

Ahora, algo de eso se articula al significante, y ello por cuanto la marca queda borrada, punto de coincidencia con la inscripción del representante de la representación.

Dos campos se entraman: el de la marca y el de las consecuencias del borramiento. Y la repetición evidencia, cada vez, la distancia insalvable entre uno y otro.

martes, 8 de julio de 2025

La castración más allá de la falta fálica

Una de las preguntas centrales que Lacan se plantea en el Seminario La angustia es la de la naturaleza de la castración. En ese contexto, propone una reformulación profunda, que consiste en desvincular la castración de sus metaforizaciones tradicionales, especialmente de su asociación exclusiva con la falta fálica (−φ). Al hacer esto, Lacan no niega la dimensión simbólica de la castración, sino que la relee desde el corte como operación estructural.

Un primer paso en esta reelaboración se da al diferenciar el −φ del objeto a. Mientras que el primero remite a una pérdida representable en el campo simbólico, el objeto a es concebido como producto de un corte real, no simbolizable, pero determinante en la constitución subjetiva. Castración, entonces, no se reduce a la falta fálica, sino que se vincula a una pérdida más radical, anterior a toda dialéctica de la posesión o el intercambio.

Esta distinción permite separar al objeto a del campo de los objetos libidinales compartibles, tales como:

  • Los objetos del estadio del espejo,

  • Los objetos del tránsito infantil,

  • Los objetos de amor u objetos del deseo del otro.

Estos últimos se sitúan en el registro imaginario, son contables, intercambiables y dialécticos: pueden ser amados, competidos, poseídos o perdidos. En cambio, el objeto a es de otro orden: no representa algo que se tiene o se pierde, sino una huella estructural de la pérdida misma, un resto irreductible que condensa la separación estructural entre el sujeto y el goce.

Lacan formaliza al objeto a en sus distintas modalidades —el pecho, el excremento (escíbalo), la mirada, la voz, el falo— como formas específicas de pérdida, es decir, recortes. El término alemán que usa es Verlust: pérdida, merma, daño. Este recorte no es imaginario, sino real, y anticipa la lectura que hará en Aún, donde la castración se liga a la anomalía del campo del goce y a la imposibilidad de formalizar la relación sexual.

Ahora bien, el objeto a no sólo se presenta como resto del corte, sino también como soporte del engalanamiento: ese punto que, aunque oculto, sostiene el brillo con el que el sujeto se presenta al deseo del Otro. Es aquello que el yo inviste como consistencia real, y que permite al sujeto sostener su lugar en el fantasma. Así, recorte y engalanamiento se convierten en coordenadas fundamentales, que delimitan un campo donde se entrelazan lo imaginario y lo real, y donde se juega el pasaje de la inhibición a la angustia.

En este marco, el −φ funciona como señal que captura la relación con el objeto de amor, pero también puede ser señal de angustia, marcando una reversibilidad estructural entre deseo y pérdida. Aquí se engarzan dos dimensiones cruciales: las perturbaciones de la vida amorosa y el campo de la transferencia.

En transferencia, el analista es investido como Sujeto Supuesto Saber, pero el trabajo analítico requiere una torsión de esa investidura para hacer posible que surja el objeto a como posición del sujeto en el fantasma. Esta orientación implica llevar al sujeto al límite, más allá del complejo de castración freudiano, que sigue anclado a la metáfora paterna.

En este punto, Lacan establece una diferencia crucial: pensar la castración como falta o como falla. La falta puede representarse; la falla es lo imposible de simbolizar, aquello que resiste toda traducción significante. Frente a eso, la pregunta que se abre es: ¿cómo hacer analizable ese imposible?

La respuesta no apunta a un saber cerrado o a una técnica, sino a una orientación, una lógica del borde. Y es esta orientación la que lleva a Lacan hacia el abordaje topológico, indispensable para tratar lo real como impasse, como punto de imposibilidad para el significante.

lunes, 7 de julio de 2025

Del -1 al +1: la imposibilidad del todo y el lugar del sujeto

Cuando Lacan afirma que “no hay nada que contenga todo”, no enuncia simplemente un principio lógico, sino que formula una posición estructural respecto del campo del goce. Esta afirmación surge en un momento de su enseñanza en que busca una formalización adecuada a la anomalía que introduce el goce en el orden del lenguaje. Para ello, se apoya en herramientas de la teoría de conjuntos, en particular en aquellas que problematizan la cardinalidad y los infinitos no totalizables.

Nos encontramos entonces en un campo paradójico, donde la parte puede ser tan grande como el todo, y donde todo conjunto incluye al conjunto vacío. Esta inclusión implica algo crucial: la falta forma parte del conjunto, está inscripta en su interior. La existencia del conjunto vacío como elemento confirma que la incompletud no es un límite externo, sino una condición constitutiva del sistema.

A partir de esta lógica, la totalización se revela imposible, y con ello se abre para el sujeto un campo —que no por eso puede llamar “propio”— en el que es posible deslindarse del Otro. Pero esta posibilidad no basta. Es necesario un paso más allá: la pérdida más allá de la falta, una pérdida que no es sólo privación, sino que plantea la cuestión ética de la responsabilidad subjetiva:

¿Qué hace el sujeto con eso que lo mantiene a distancia del impasse del que, sin embargo, es solidario?

En este punto se produce, podríamos decir, un pasaje clave en la enseñanza de Lacan, que muchas veces queda inadvertido: el tránsito del -1 al +1.

El -1 puede entenderse desde la privación estructural. El sujeto se instituye como aquello que falta en la cadena del Otro, se cuenta como ausencia: no está representado, y ese lugar vacío entra en la cuenta. El -1 es entonces la falta estructural que articula al sujeto en su constitución.

En cambio, el +1 responde a otra lógica. Es el término no enumerable que aparece entre el 0 y el 1, tal como lo formaliza la diagonal de Cantor. Este +1 no representa un exceso cuantificable, sino la incidencia de lo que ex-siste al sistema, de aquello que no se incluye pero cuenta. Es un 1 que soporta la repetición, no porque se repita, sino porque marca lo que en el significante produce lo repitiente.

Este +1 es contable, pero no sumable: no se acumula, no se integra a una totalidad, no se ordena. No se trata del contenido de la repetición, sino de la estructura que la posibilita. Es el punto que escapa a la serie, pero que sostiene su insistencia.

En definitiva, Lacan no solo opera con lo que falta, sino también con lo que irrumpe como ex-sistencia: ese uno imposible de integrar, que sin embargo funda la estructura. El sujeto, entonces, ya no se define solo por la falta que lo atraviesa, sino por la posición que toma frente a ese imposible que lo excede.

sábado, 28 de junio de 2025

El Ideal del Yo como límite simbólico: entre demanda de amor e imposibilidad estructural

El significante del Ideal del Yo —que Freud define como punto de identificación normativa y que Lacan resignifica como Ideal del Otro— cumple una función central en la economía subjetiva: se instituye como el significante de la demanda en tanto demanda de amor. Es decir, representa la posición desde la cual el niño se ofrece como objeto amado del Otro, sostenido en la ilusión de poder colmar su falta, de completarlo. Por eso, en este nivel de la experiencia, el Otro aparece aún no barrado: el niño fantasea con ser capaz de satisfacer el deseo del Otro, sin aún confrontarse con su opacidad estructural.

Sin embargo, Lacan conceptualiza este Ideal de distintos modos a lo largo de su enseñanza. Ya en el Seminario 1, antes de formalizar la noción del Nombre del Padre, lo presenta como el significante que introduce cierta terceridad, y con ello, una función de pacificación simbólica, contrastable con el empuje exigente y mortificante del superyó. Esta función apaciguadora es posible porque el Ideal marca un límite en la serie identificatoria, una suerte de punto de anclaje que detiene la deriva imaginaria del yo.

En el esquema Rho, Lacan ubica inicialmente el significante del niño deseado (N), pero luego desplaza esa función al I(A), el Ideal del Yo. Este desplazamiento es clave: señala el pasaje del niño en tanto falo del deseo materno a una posición mediada por el Ideal, el cual encarna las insignias fálicas que provienen de la operación del Nombre del Padre. Este tránsito implica que la identidad del niño ya no se construye solo en la captura especular, sino en el marco de un orden simbólico que introduce la castración como límite.

Lacan llega incluso a definir el I(A) como un límite estructural, y aunque no lo explicita como tal en términos matemáticos, la analogía con la función de límite de una serie resulta fecunda. Aplicando esta lectura, el I(A) se sitúa como el punto hacia el cual tiende la serie de identificaciones —no en tanto término alcanzable, sino como horizonte regulador.

En la neurosis, esta serie se revela divergente, ya que está fundada sobre la falta estructural del Otro barrado. La demanda de amor se articula con una imposibilidad de cierre: no hay significante que colme completamente el deseo del Otro. El I(A) cumple allí su función: ofrece una identificación idealizada que sostiene al sujeto, aun cuando lo hace sobre una ficción de cierre —una suerte de parodia de completud. Es, entonces, un significante que vela la falta, pero que también la organiza.

miércoles, 18 de junio de 2025

El lapsus nodal y la escritura del "No hay"

Uno de los aspectos fundamentales en la elaboración de Lacan respecto del campo de lo que denomina “lo escrito” radica en la distancia que introduce entre la concepción freudiana del Edipo y su propia reformulación. A esto se suma, como un paso más allá, la centralidad que otorga a la castración, ya presente desde su texto “La significación del falo”.

Este desplazamiento implica una reconsideración de la falta como causa en el sujeto hablante. En términos breves: no es lo mismo que algo falte a que simplemente no haya. Esta distinción cobra un peso decisivo en el plano de la lógica nodal, en tanto que el lapsus del nudo, en el seno de la estructura, inscribe ese “No hay” como una localización específica.

Es sugestivo e interesante que Lacan utilice el término “lapsus”, cargado de resonancias freudianas. No obstante, la diferencia entre ambos usos es notable. Mientras que el lapsus en Freud aparece en el encadenamiento significante como un efecto del discurso, el lapsus nodal en Lacan se sitúa como una falla estructural, previa a cualquier articulación discursiva. Se trata de una inconsistencia en el anudamiento de los tres registros —Real, Simbólico e Imaginario—, lo que le confiere un estatuto lógico anterior al discurso.

Este lapsus, tal como lo trabaja Lacan, señala el punto preciso donde el lazo falla, donde no hay relación. De esta manera, inscribe la imposibilidad formulada por el axioma lacaniano: “No hay relación sexual”. Ese “No hay”, más allá de la noción de falta, se transforma en el sostén del concepto de héteros, según la orientación lacaniana.

Este héteros puede ser escrito en términos proposicionales como un no-todo, y desde una lógica modal, como contingente. Desde esta perspectiva, se justifica la inclusión de esa letra fundamental en el campo del no-todo: el significante de una falta en el Otro.

jueves, 29 de mayo de 2025

Deseo, falta y el desamparo estructural del sujeto

El deseo estructura la condición humana. Esto implica que dicha condición se define por la falta de un objeto que pueda complementar al sujeto —una falta constitutiva que Lacan interroga en El deseo y su interpretación, donde, retomando a Spinoza, se pregunta sorprendentemente: ¿cuál es la esencia del hombre?

Ese lugar fundante del deseo en la estructura subjetiva está íntimamente ligado a la muerte, tal como la concibe el psicoanálisis. No se trata aquí de la muerte biológica, sino de la muerte como efecto del significante: por un lado, la mortificación que implica el ingreso al lenguaje, y por otro, la finitud estructural que introduce la castración simbólica.

En este recorrido hay un punto decisivo: el pasaje desde una concepción del deseo como infinitud hacia su anclaje en el fantasma. Este anclaje implica una fijación del deseo en relación con el objeto a, que en el fantasma ocupa un lugar preciso. El deseo, entonces, lejos de ser ilimitado, se estructura en torno a un límite.

A partir de esto, toda tentativa de "transgredir" ese límite implica no una liberación del deseo, sino una confrontación con el goce, que opera más allá del deseo. Es decir, un exceso que no puede simbolizarse y que confronta al sujeto con su punto de imposibilidad.

Desde esta perspectiva, el deseo se manifiesta en dos vertientes: por un lado, en su presencia real, como empuje sin objeto; por otro, como deseo sostenido en el fantasma, que cumple una función defensiva al proteger al sujeto del desamparo estructural. La práctica analítica se dirige justamente a desmantelar estas defensas, exponiendo al sujeto a ese vacío, allí donde sus coartadas simbólicas dejan de sostenerlo.

En ese punto crucial —donde se articulan inhibición, síntoma y fantasma—, la neurosis sostiene la ficción de un Otro completo, garante de sentido. Pero el análisis lleva al sujeto a la experiencia de que ese Otro no existe. No hay Otro que garantice, sino más bien lo que “hay” es nadie. Este “hay nadie” no tiene cualidades; es la forma en que se hace presente la incidencia traumática de un quantum económico, imposible de asimilar. El matema del Otro barrado es la escritura formal de este vacío estructural.

sábado, 17 de mayo de 2025

Del no-todo a la negación discordancial: existencia, falla y lógica en Lacan

Lacan introduce una separación radical entre existencia y esencia. Mientras la esencia remite a una identidad plena que falta estructuralmente en el sujeto hablante, la existencia se presenta como inscripción modal, efecto de un decir. Allí donde la esencia no está, se inscribe una existencia contingente, inaugural, ligada al acto y a la imposibilidad. En palabras del propio Lacan:

…si se afirma la existencia, el no-todo se produce. En torno a este ‘existe’ debe girar nuestro avance”.

Esta afirmación marca el pasaje a una lógica que no se apoya en el universal, sino en la excepción: es esta la que funda, delimita y a la vez revela un resto que escapa a la función —en este caso, la función fálica. El no-todo no es ausencia sino operación: una lógica de la falla, tratada como contingencia, donde el S1 del Nombre del Padre introduce una marca que no cierra el conjunto, sino que lo desborda.

Este movimiento implica, por parte de Lacan, una distancia respecto de Aristóteles, aunque no un rechazo. Lacan se apoya en la arquitectura lógica del estagirita para trascenderla y construir un dispositivo formal propio: las fórmulas de la sexuación. En ese marco, establece tres registros fundamentales para el tratamiento lógico del goce y la diferencia sexual:

  1. Los prosdiorismos (modalidades lógicas del juicio: necesario, posible, imposible, contingente).

  2. El campo de la modalidad, como régimen formal de lo que puede afirmarse o no afirmarse.

  3. La negación, núcleo estructurante de su propuesta, que adquiere en Lacan un valor fundante.

Lo novedoso en la propuesta lacaniana es la reformulación de la negación desde una lógica no-semántica. Lacan diferencia entre dos formas de negación:

  • La negación forclusiva, que produce contradicción y remite a la exclusión radical.

  • La negación discordancial, que no instala una oposición binaria, sino una imposibilidad de decidir entre verdadero y falso. Esta última se vincula directamente con el no-todo, ya que no se trata de una totalidad incompleta, sino de una lógica que no puede cerrarse ni fundarse en lo universal.

En suma, Lacan elabora una lógica que se aleja de la sustancia y la esencia para sostenerse en el vacío, la excepción y lo contingente. Es en esa falla estructural donde se juega la sexuación, la posición del sujeto y la política del deseo.

jueves, 15 de mayo de 2025

Dos modos de incidencia de la castración

En el Seminario 18, Lacan lleva a cabo un paso del mito a la estructura, una transición que responde a una necesidad lógica extraída del mito freudiano. En este movimiento, el "Padre feroz y tiránico" del mito es elevado a la categoría de la excepción: un elemento que no está afectado por la castración.

A partir de esta reformulación, Lacan establece una diferencia fundamental entre dos mitos en Freud:

  1. El Edipo, que surge del discurso histérico y está marcado por la insatisfacción.
  2. Tótem y Tabú, que responde a una inconsistencia lógica.
Edipo: La Ley en el Comienzo

El mito de Edipo es solidario con la tragedia y se estructura como un proceso en el cual el falo se transfiere del Padre al hijo (independientemente de su sexo). Sin embargo, esta transferencia nunca se cumple del todo, lo que subraya la separación entre sujeto y goce.

En este esquema:

  • La ley está en el origen y traza una vía de acceso al goce.
  • Pero esta vía se frustra, lo que da lugar a la insatisfacción.
  • El asesinato del Padre es el desenlace, pero el sujeto inicialmente no es consciente de él.
Tótem y Tabú: La Ley como Segunda

El mito de Tótem y Tabú, en cambio, parte de una inconsistencia:

  • El goce está en el origen y es exclusivo del Padre.
  • La ley aparece después, como una consecuencia de esa exclusión del goce.
  • El Padre goza, pero no transmite, estableciendo así un obstáculo estructural.

Esta duplicidad define dos formas de la operación de la castración:

  1. Desde lo discursivo: la palabra, la metáfora y la posibilidad de parodiar el goce.
  2. Desde lo lenguajero: el punto donde el lenguaje se revela insuficiente para resolver la anomalía del goce.

En términos semánticos, esta distinción se vincula con los dos niveles del lenguaje:

  • Connotación (lo que puede metaforizar y articular el goce).
  • Denotación (el punto en que el lenguaje no alcanza a capturar lo real del goce).

Así, en este tránsito del mito a la estructura, Lacan redefine la función del Nombre del Padre, no ya como un elemento mítico, sino como un operador lógico que organiza la relación del sujeto con la falta y el goce.

viernes, 9 de mayo de 2025

¿Cuál es la falta del padre?

Desde la realización del sujeto a través de la palabra hasta la concepción del inconsciente como lo no realizado, Lacan teje una lógica de la hiancia causal. Este problema, de orden lógico, tiene profundas implicaciones clínicas, llevándolo a reformular la operación del Padre y a modificar la definición del sujeto en su búsqueda de lo real de su división.

Inicialmente, Lacan aborda esta cuestión a partir de Hegel y su dialéctica. En Hegel, la existencia del sujeto implica lo universal, pero se particulariza al cuestionar la sustancia como un dato dado. Así, lo universal de lo humano se juega en la particularidad de cada existencia.

Esta perspectiva hegeliana, central en los primeros desarrollos de Lacan, se inscribe dentro de una lógica filosófica, vinculada a la temporalidad del concepto de Espíritu. Sin embargo, con el tiempo, Lacan encuentra un límite en esta lógica, al que denomina el “déficit intrínseco de la lógica de la predicación”. Este déficit le impide incidir sobre ese real que la clínica analítica revela.

Para abordar este obstáculo, Lacan introduce la repetición, diferenciando su dimensión simbólica de su dimensión real. La repetición demuestra que no todo es dialectizable y que existe un punto de hiancia irreductible en el sujeto.

Aquí entra en juego Kierkegaard, quien formula mejor esta problemática. En su planteo, la repetición no es un simple retorno a lo mismo ni una reminiscencia platónica; más bien, introduce la idea de que el pecado, la falta del Padre, es una hiancia irreductible.

¿Qué significa la falta del Padre? En principio, es a través de una lógica de base matemática que Lacan logra precisar este problema. Este camino justifica su paso del Nombre del Padre como significante a concebirlo como un término numeral, específicamente un ordinal.

miércoles, 30 de abril de 2025

El campo analítico y el anudamiento del sujeto en la cadena significante

El campo analítico se define como el territorio de una praxis, no como una teoría abstracta ni una técnica estandarizada. Sus coordenadas se sostienen a partir de un tratamiento específico del significante, concebido no en su valor semántico (de sentido), sino en su función lógica y estructural.

Desde esta perspectiva, el significante no representa algo, sino que estructura un lugar: el del sujeto. Así, el sujeto no se define como una identidad estable, sino como un efecto de la cadena significante, es decir, de una secuencia donde lo que se despliega es lo intervalar, la lógica de la diferencia, y sobre todo, de la falta.

Lacan lo formula con claridad al inicio de su construcción del grafo del deseo:

…[el grafo] nos servirá para presentar dónde se sitúa el deseo en relación con un sujeto definido a través de su articulación con el significante.”

Uno de los puntos estructurantes de dicho grafo es el llamado punto de capitón (point de capiton), que cumple una función decisiva en los vínculos entre el significante y el significado. Se trata de una operación de anudamiento, gracias a la cual se detiene el deslizamiento indefinido de la significación. Es decir, esos puntos sirven como nudos, que estabilizan provisoriamente el sentido y permiten que el sujeto haga pie en el campo del Otro.

Este punto de capitón o punto de “basta” puede pensarse desde dos perspectivas complementarias: diacrónica y sincrónica.

  • En su dimensión diacrónica, el punto de basta se sitúa a nivel de la frase, como ese término final que cierra el campo de la significación. Allí actúa como una puntuación simbólica, que da forma y sentido retroactivo a lo dicho, y remite directamente a la función del Otro como garante del sentido.

  • Desde una perspectiva sincrónica, en cambio, su función es menos visible, más próxima al campo del lenguaje. Aquí se trata de una atribución originaria, un momento en que se efectúa una sustitución simbólica entre la necesidad y el significante. Lacan retoma este mecanismo de la formulación freudiana de “La negación”, y lo reinterpreta más adelante en términos de nominación: un acto por el cual algo recibe existencia simbólica al ser nombrado.

En suma, lo que el grafo y el punto de capitón ponen en juego no es solo un esquema técnico, sino una lógica del sujeto: el modo en que éste puede inscribirse en el campo del Otro, encontrar un punto de anclaje en una cadena que, por estructura, lo excede.

domingo, 27 de abril de 2025

La docta ignorancia y el lugar del sujeto: entre saber, falta y falo

Las pasiones fundamentales que agitan al ser hablante —el amor, el odio y la ignorancia— encuentran su raíz en la heteronomía que estructura al sujeto: es el Otro el que funda, desde el lenguaje, su existencia dividida. Sin embargo, entre estas pasiones, la ignorancia ocupa un lugar singular, pues es la que mejor da cuenta de la relación estructural del sujeto con el no saber, tal como lo implica el inconsciente.

Lacan sitúa la estructura de la interpretación a partir de esta ignorancia fundamental. Es decir: solo hay interpretación allí donde lo real se presenta como impasse de la palabra, como aquello que el discurso no puede absorber ni simbolizar plenamente.

A esto se refiere Lacan cuando, retomando a Nicolás de Cusa, habla de docta ignorancia. No se trata aquí de un desconocimiento de contenido, sino de un agujero estructural en el saber mismo, aquello que el significante no cesa de no escribir. Esta ignorancia es consustancial al sujeto dividido, al sujeto subvertido que la praxis analítica toma como su eje.

Si el sujeto sólo puede ser contado en el campo del Otro como falta, entonces es necesario que algo haga de apoyo simbólico para que esa inscripción —ese contar con el Otro— sea posible. Es en ese punto donde entra en juego la función del falo.

Inicialmente, el falo opera en el plano imaginario: como significado de las idas y vueltas del deseo materno, o como medida de valor que vuelve a los objetos sustituibles, según la lógica de la significación fálica, producto de la metáfora paterna. Sin embargo, Lacan propone un desplazamiento: el falo también debe pensarse como significante de la falta en el Otro.

En esta nueva vertiente, el falo deja de ser una referencia imaginaria y se convierte en:

  • Primero, significante del deseo, es decir, aquello que marca la imposibilidad de su plena satisfacción.

  • Luego, significante del goce faltante, indicando que no hay objeto que colme esa falta, porque el goce está estructuralmente fuera del campo del Otro.

Así, la interpretación analítica se orienta por esta conjunción: un sujeto dividido, una falta estructural en el saber, y un significante (el falo) que opera como mediador de lo imposible. Es desde esa docta ignorancia —saberse ignorante de lo que no puede saberse— que se sostiene la posibilidad de una escucha que no explica, sino que hace lugar al deseo.

miércoles, 9 de abril de 2025

La presencia real del deseo

Lacan postula un campo más allá de las construcciones fantasmáticas, al que denomina “la presencia real del deseo”. Este concepto remite a la dimensión innombrable del deseo, más allá de las respuestas ilusorias que intentan encubrir lo que en realidad no existe.

La delimitación de este campo coincide con la formulación del significante fálico, que actúa como un puente entre la noción inicial del falo en su vertiente imaginaria y la posterior conceptualización del objeto a como causa del deseo.

El falo, en su función significante, no solo señala un vacío sino que marca la falta estructural que define al deseo. Su presencia está poblada por fantasmas que dependen de la operación de la significación fálica. En este sentido, el falo no es simplemente un signo de ausencia, sino de una falta constitutiva, una falla en el sistema del significante.

Es precisamente este punto de falla el que evidencia la inconsistencia y la imposibilidad de completitud del conjunto significante. Lacan vincula este aspecto con lo traumático de la barradura del Otro, término que él mismo vacía de contenido cualitativo para elevarlo a un nivel económico. Esta falta es angustiante porque plantea un enigma sin resolución posible.

Esa imposibilidad se vuelve evidente en la experiencia del sujeto, quien enfrenta el hecho de que ninguna respuesta puede suprimir el vacío fundamental que lo habita. En este sentido, la pregunta infantil sobre el deseo del Otro introduce una subversión que revela la fragilidad de cualquier garantía absoluta.

Desde una perspectiva freudiana, esta estructura remite al concepto de desamparo. La introducción del significante fálico busca señalar que el Otro, en su dimensión deseante, no posee el saber absoluto sobre el deseo, y por lo tanto, no puede ofrecer una certeza definitiva.

viernes, 28 de marzo de 2025

La discontinuidad del inconsciente: entre el amor y la pulsión

En la reelaboración del inconsciente freudiano y su expansión hacia el modelo lacaniano, Jacques Lacan establece una distancia —más que una oposición— entre el amor y la pulsión. A partir de ello, plantea un inconsciente que trasciende el amor, situándolo en la dimensión del discurso. El inconsciente, entendido como el discurso del Otro, se inscribe en el ámbito de la verdad y su correlato transferencial: el Sujeto supuesto al Saber.

Sin embargo, cuando se aborda el inconsciente más allá del amor, se revela su vínculo con lo real. En este nivel, emerge la necesidad de una demostración, ya que la palabra se muestra insuficiente ante la incidencia de un indecidible. Aquí, el correlato transferencial adopta la forma de la posición del analista como semblante del objeto a.

Independientemente de esta diferencia de perspectivas, el inconsciente se manifiesta como una discontinuidad, ya sea en forma de vacilación o de certeza. Esta discontinuidad contrasta con la idea del Uno como totalidad, ubicándose en el ámbito de lo discreto: un uno contable, resultado del corte, que imposibilita cualquier síntesis. Su fundamento radica en lo diferencial del rasgo unario.

En este contexto, la vacilación remite a la presencia y ausencia, es decir, al dominio de la historia y la diacronía. En cambio, la certeza se relaciona con una escritura de la falta, lo que permite a Lacan inscribir el inconsciente en la sincronía a través del “concepto de la falta”.

martes, 25 de marzo de 2025

El sujeto de la certeza y el final del análisis

El Seminario 11 introduce una idea que, a primera vista, parece contradictoria dentro del desarrollo de Lacan: la noción del sujeto de la certeza. Esta formulación se enmarca dentro de coordenadas cartesianas y no anula lo previamente elaborado sobre el sujeto dividido y evanescente.

Diferenciar al sujeto de la certeza del sujeto del fading es crucial. Mientras que el segundo se diluye en la significación y es solidario del esquema Rho, el primero plantea un punto de afirmación. No se trata de la desaparición del fading ni de la negación de la evanescencia, sino de la introducción de una nueva problemática: la del sujeto en el final del análisis.

El inicio del análisis está marcado por la vacilación del sujeto ante el saber: no sabe, y por ello supone un saber en el Otro, estableciendo la transferencia. En cambio, la certeza en el final del análisis señala un recorte que no queda negativizado ni sometido al equívoco significante. Este punto inamovible es correlativo de la destitución del sujeto y de su rectificación, lo que implica una pérdida más que una modulación.

Así, el sujeto de la certeza lleva a Lacan a reformular la subversión del sujeto y a plantear no solo la realidad de su división, sino también su estatuto no ontológico. Esta perspectiva resuena con una nueva manera de pensar el inconsciente, donde el énfasis ya no está en la falta sino en la falla.

El pasaje de la falta a la falla es un tránsito clave dentro del pensamiento lacaniano. Este desplazamiento otorga un nuevo valor a la función del deseo, entendido como una función lógica que habilita el desasimiento y su posibilidad misma.

lunes, 24 de marzo de 2025

La estructura del sujeto: división, vaciamiento y sostén topológico

En el Seminario 12, Lacan afirma que "hay una estructura del sujeto", vinculándola con el concepto freudiano de Spaltung (división). Esta división no solo define el lugar donde el sujeto se constituye, sino que también señala un vaciamiento fundante que le es inherente.

A medida que avanza su enseñanza, especialmente en el seminario siguiente, Lacan enfatiza que el sujeto del psicoanálisis no puede ser pensado fuera de los efectos de la ciencia. La emergencia del discurso científico introduce una reformulación del estatuto del objeto en relación con la posición del sujeto.

Aquí resulta crucial la referencia a Alexandre Koyré, quien plantea que el vaciamiento cartesiano fue una condición necesaria para el surgimiento de la ciencia. De esta operación cartesiana derivan dos efectos clave: por un lado, un rechazo del saber; por otro, una separación de la verdad como fundamento del conocimiento.

El sujeto, atrapado en esta escisión entre saber y verdad, queda dividido y, en consecuencia, requiere un punto de sostén. Es en el Seminario 12 donde Lacan logra situar dicho sostén en términos topológicos: la banda de Möebius. Esta estructura da cuenta de la subversión del sujeto y elimina cualquier vestigio de un enfoque humanista que lo asocie con una esencia fija o con un sentido preestablecido.

En última instancia, lo que define al sujeto como humano no es una identidad esencial, sino la falta de complemento que lo atraviesa estructuralmente. Separarlo de cualquier sustancia o verdad totalizadora impide la ilusión de que el saber pueda capturarlo completamente.

Este planteo puede entenderse como un rizo, un retorno a una idea de base: el sujeto es ex-céntrico, es decir, ex-siste fuera de sí. En ese desplazamiento, se configura un núcleo opaco e irresoluble, un punto de inconsistencia e incompletitud que escapa a toda captura simbólica.

domingo, 23 de marzo de 2025

El sujeto como falta significante: Entre la sincronía y la diacronía

Definir al sujeto como la falta significante implica situarlo en oposición a cualquier noción de consistencia ontológica. Desde una perspectiva estructural, su existencia es efecto de la separación entre el significante y el sentido, dos órdenes heterogéneos que solo se articulan de manera contingente.

El significante, en su materialidad y función activa, es lo que permite la posibilidad misma de la existencia del sujeto. Es a partir de esta estructura que se funda el campo de la verdad en el hablante. Sin embargo, la verdad no es una entidad dada ni evidente; su constitución requiere de la mediación del Otro, quien marca al sujeto desde el origen.

Este planteo integra dos dimensiones fundamentales: la sincronía y la diacronía.

Desde el punto de vista sincrónico, el significante preexiste al sujeto y funciona en un campo estructuralmente acefálico, sin referencia a ningún agente particular. En este nivel, el lenguaje se presenta como un sistema autónomo, despojado de cualquier dimensión semántica. Es en este orden donde Lacan señala la ausencia de una garantía trascendental, cuestionando incluso la figura de Dios como supuesto garante del sentido.

Por otro lado, la dimensión diacrónica es igualmente esencial. Para que pueda hablarse de un sujeto, más allá de cualquier diferencia diagnóstica, es necesario que alguien con "nombre y apellido" ocupe el lugar del Otro y sostenga una falsa garantía.

La interpretación psicoanalítica revela que el sujeto es efecto de esta falsedad: no sabe lo que dice, y el Otro, lejos de ser completo, es en sí mismo una instancia deseante. En ese vacío estructural, el sujeto adviene, precisamente porque falta el significante que podría conferirle identidad.