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domingo, 8 de diciembre de 2024

Reflexiones sobre los obstáculos y los impases en la transferencia

En publicaciones recientes, hemos destacado la importancia de la transferencia en la práctica analítica. No solo es el motor que impulsa la cura, sino también el campo donde los obstáculos a la palabra emergen y se trabajan, configurando un espacio central en la praxis psicoanalítica.

Sin embargo, es crucial distinguir entre dos tipos de dificultades inherentes a este proceso: los obstáculos y los impases. Ambos son inherentes al campo transferencial, pero su naturaleza y manejo clínico difieren.

Los obstáculos en la transferencia

  1. Falta de implicación subjetiva
    Uno de los obstáculos más frecuentes surge cuando el malestar que motiva la consulta no se presenta al sujeto como una cuestión que lo implique. En estos casos, observamos una predominancia de posiciones yoicas, que obstaculizan la posibilidad de formular preguntas y explorar la división subjetiva. Esta dificultad puede manifestarse como una demanda de soluciones concretas o como una resistencia a indagar en los conflictos subyacentes.

  2. Falta de adecuación del analista
    Otra dificultad radica en el analista mismo, cuando no logra "acomodarse", según el término lacaniano, a la posición que le corresponde en la transferencia. Esto implica la incapacidad de leer la demanda del sujeto en su singularidad, lo que puede desviar o interrumpir el proceso analítico.

Los impases en la cura

A diferencia de los obstáculos, los impases no son contingencias que puedan sortearse fácilmente. Se relacionan con los límites estructurales del lenguaje y con lo que Lacan describe como "lo que el significante no cesa de no escribir".

  1. El límite de la escritura y el goce
    Los impases se vinculan a la imposibilidad de simbolizar ciertos aspectos del goce, lo que plantea una dificultad estructural en la cura. Este límite es invariante y constituye un real que no puede ser atravesado, solo bordeado.

  2. Las respuestas subjetivas al impase
    Las consecuencias de estos límites varían según las respuestas que el sujeto ha construido frente a lo imposible de simbolizar. Aquí, el trabajo analítico se orienta a explorar y resignificar esas respuestas, abriendo posibilidades para nuevas formas de relación con el deseo y el goce.

La transferencia como marco de trabajo

La transferencia, en tanto motor y obstáculo, plantea una clínica del límite y la pregunta. Distinguir entre obstáculos e impases permite un abordaje más preciso y adaptado a las particularidades de cada cura, reafirmando que el trabajo analítico no busca borrar los límites, sino darles un lugar donde puedan ser interrogados y resignificados.

martes, 11 de junio de 2024

El pasaje del motivo de consulta a la demanda de análisis ¿Cómo lograrlo?

 EL MOTIVO DE CONSULTA ¿Un pedido?

El paciente se presenta a la consulta con una queja por su sufrimiento  psíquico, formulándole un pedido al analista: dejar de sufrir por aquello que relata (sus inhibiciones, sus síntomas o sus angustias).

EL MOTIVO DE CONSULTA ¿Por qué es un gran puente y una oportunidad?

El analista le otorgará un gran valor a la decisión del paciente de consultar porque, para hacerlo, tuvo necesariamente que vencer múltiples resistencias. Así, la consulta es el puente y la “gran oportunidad” de comenzar un tratamiento orientado a “no sufrir de más”, tal como lo expresa J. Lacan.

Intervenciones del analista

El analista escuchará el paciente en su queja y en su sufrimiento con mucho cuidado y respeto. Intentará hacer una lectura que separe dos series  psíquicas:

* La consciente, a la que se refiere la queja.

* La inconsciente y fantasmática del sujeto en aquello que le produce sufrimiento. Posición masoquista, sádica, superyoica o compulsiva.

¿QUE LE DONA EL ANALISTA AL PACIENTE?

Cuándo el analista puede leer la posición subjetiva que el paciente desconoce, por ser inconsciente, y que halla su satisfacción pulsional en el sufrimiento, procederá a donarle su acto de lectura intentando que el sujeto se implique en eso que le pasa y que lo hace padecer.

LA LECTURA DEL ANALISTA ¿Qué gran puerta abre?

Cuándo el sujeto advierte que el mismo está implicado en aquello por lo que sufre  -a través de la lectura donada por el analista- comienza a tener idea de que existe “la otra escena” (inconsciente, fantasmática).


EL PASAJE DEL PEDIDO A LA DEMANDA DE ANÁLISIS ¿Cómo se produce?

Cuando el analista le dona al paciente su lectura acerca de la posición e implicación subjetiva en aquello de lo cual sufre, se produce el pasaje del motivo de consulta a la demanda de análisis. El sujeto se da cuenta que él también, y no sólo el analista, tendrá que hacer su propio trabajo subjetivo en la cura.

LAS PRIMERAS ENTREVISTAS ¿Cómo el analista logra leer el plano inconsciente?

El analista lee principalmente la enunciación del paciente, es decir, su posición inconsciente. Esta lectura se realiza sobre los pequeños detalles: las contradicciones, lo que para el paciente tiene poco valor o importancia, los tropiezos que parecen insignificantes. Y también operará una lectura sobre las clásicas formaciones del inconsciente: lapsus, fallidos, olvidos, ausencias.

lunes, 23 de noviembre de 2020

¿Cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas?

Todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas.“ — Jorge Luis Borges («Deutsches Requiem», de El Aleph)

El psicoanálisis busca ubicar algo de la propia implicancia en lo que nos sucede, para salir de ese estado pasivo como meros expectadores de nuestra vida.

Tomar las riendas y apelar a una responsabilidad consciente demanda mucho esfuerzo y tiempo analítico pero los resultados del paso por este espacio son extremadamente satisfactorios. Ya que nos habilita a reposicionarnos desde la perspectiva de la propia libertad.

Has pensado... ¿cual es tu propia parte en el desorden del que te quejas?

miércoles, 22 de abril de 2020

No hay clínica de lo real, sino por añadidura.

Fuente: Dvoskin, Hugo (2010) "No hay clínica de lo real, sino por añadidura" - Imago Agenda.

“Sabía de la angustia con que el analfabeto se atiene a
 esquemas invariables (…) de la energía que cuesta ocultar
 su condición de analfabeto”.
 Michael, en El lector 

1. El texto “La detención de las asociaciones” concluía con una frase que me acompaña desde hace un tiempo “¿acaso lo real lacaniano sea el nombre de la pulsión de vida freudiana?”.1 Esta frase pone en cuestión la supuesta y obvia relación entre goce parasitario y pulsión de muerte. 

El psicoanálisis padece sin discontinuidad la pérdida de lo sexual como núcleo del conflicto intrapsíquico. Si la Cultura logró absorber el término libido que Freud había vuelto a la vida, para asimilarlo al de energía psíquica… los psicoanalistas acompañaron ese movimiento que vaciaba a la clínica de piedra fundante. Asimismo, Freud promovió a partir de 1915 reformulaciones sobre el modelo pulsional que cobraron un armado coherente con “El problema económico del masoquismo”.2 Freud logra resolver no sin paradojas que la vida sexual, lejos de apuntar a un descenso de la energía, requiera de un recorrido que tiende a aumentarlo. Esta exigencia es consistente con lo que habitualmente denominamos placer preliminar. A esta problemática tan delicada, los psicoanalistas, fascinados con la palabra “muerte” que forma parte del concepto pulsión de muerte, transformaron este concepto en una tendencia hacia la propia ruina y la asociaron con el masoquismo. Sin embargo, ya desde lo energético la pulsión de muerte queda muy lejos del masoquismo. Mientras la pulsión de muerte tiende a la mínima tensión, el masoquismo sólo puede pensarse como un aumento desmedido de la misma en los límites del propio aparato. La pulsión de muerte, fuerza conservadora que administra la energía para poder recorrer los mismos caminos que la Cultura y los significantes ofrecen, conduce a la muerte por sus derroteros lentos y seguros. La sexualidad, el masoquismo, la pulsión de vida van a la búsqueda insaciable que hace zozobrar a aquellos caminos predeterminados y que encuentra la muerte sólo a veces y en cortocircuito. 

Pero la psicología que todo lo puede y todo lo explica logró por esa vía hacer pie en nuestra práctica. Con frases tales como tendencias masoquistas, mucha pulsión de muerte, la persona se boicotea, un ello indómito o en la versión más sofisticada del lacanismo un exceso de goce se pretendía y se pretende dar cuenta de las dificultades en la cura y explicar sin más los límites de la práctica. La psicología logra imponer su lógica de “Dr. Jekyll and Mr. Hyde”: un diablo habita en el cuerpo del ser humano y se trataría de sacarlo, dominarlo o “acotarlo” en la actual terminología. Planteado de esta manera, los problemas de la dirección de la práctica quedan del lado del analizante y en cada una de esas explicaciones domina, aun cuando no se lo explicite, el componente genético o congénito. La exigencia de implicación con que se machaca al sujeto excluye al analista y se disuelve en la biología. Si la biología no alcanza, el analizante debe ceder algo. Si además se “empecina” en no hacerlo, corre el serio riesgo de que sobre sus hombros recaiga el peso de sentirse o ser acusado de alguna de las formas de miseria que se le adjudican a quien se queda con su ruinoso goce. 

2.Paciente: “Ahora entiendo, dejé mi anterior análisis porque allí había algo que me resultaba expulsivo. Con relación a ese tema me decía cosas que me hacían doler. Me insistía, a veces en forma agresiva, con que tenía que dejar esa relación”. 
Analista: “¿Por qué dirás ‘me resultaba expulsivo’ y no simplemente que había sordera de parte de él, que había algo que no se escuchaba?

“Me resultaba expulsivo” queda en una zona intermedia, la responsabilidad cae mucho más del lado del analizante que del analista. Refiere probablemente a una toma de posición del analista que supuestamente el analizante no tolera y que justamente coincide con la imposibilidad de dejar “esa relación”. Por efecto de ese análisis, con sutileza, el paciente había aceptado el lugar que el analista le proponía: culpable por no soportar los avatares de la cura, miserable por no dejar su goce. La sordera, ausente hasta ahora en el discurso, se trasforma en un significante antónimo3 a expulsivo porque pone el asunto en las antípodas al señalar que no se trata de hacer ceder un goce sino de escuchar un deseo más allá de los sinsabores que esta relación generaba al paciente. Situado el deseo, éste tendrá su precio, el cual eventualmente, podría ser excesivo. Pero eso se refiere a otro tiempo del análisis, allí cuando ese deseo haya quedado situado y pueda encontrar vías alternativas si se encontrara con imposibilidades. El analizante ofrece su versión ligeramente melancolizada de aquellas intervenciones en las que su anterior analista simplemente no leía el deseo que se anudaba a aquella satisfacción. A la pregunta que el analista no tuvo “¿qué deseo se juega ahí?”, al paciente le había llegado una respuesta que se transformaba en una demanda y en una exigencia: que abandone cierto goce. Aunque quizás sea obvio, no es innecesario agregar que lo que está en juego ahí es la suposición de que ese goce le hace mal, un goce perjudicial. Le hace mal, se perjudica, masoquismo, goce, pulsión de muerte, ceder, una línea de ideas sin fisuras que llevan al sujeto hacia el punto melancólico y culpabilizado. Podría acaso formularse que el deseo del paciente era un real del analista, la x incomprensible que le lleva a exigirle que abandone la relación. La sordera del analista era un real del paciente que si bien no le impidió dejar ese tratamiento, lo empuja hacia una implicación donde no la hay, la de querer perjudicarse.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Problema de la entrada en análisis.

Por Alba Flesler
   
Los problemas para entrar al análisis no parecen específicos de nuestra actualidad. Ya sea que se susciten en el sujeto que consulta o en el analista que lo recibe, han ido tomando diferentes formas en cada época. Las causas que los promueven suelen ser de estructura pero se ven favorecidas especialmente en determinados momentos históricos. 

En los orígenes del psicoanálisis, los problemas del inicio, provenientes del consultante en cuestión, eran relevados en un ‘período de prueba’ necesario para todo comienzo, según advierte Freud. 

Sin duda que sus problemas, los de Freud, no eran exactamente los nuestros, pero que los tuviera, también él, se muestra revelador de, al menos, algunos ítems que considerados problemáticos, serían trascendentes a la época u ocasión. 
¿Qué problemas podrían, con frecuencia, entorpecer la entrada en análisis? 

Los problemas parecen presentarse no sólo para quien hace un llamado a causa de su malestar sino también para los psicoanalistas mismos, de quienes depende, en gran medida, el acto de apertura inicial. 

El analista, es él, quien en principio puede abrir o cerrar la puerta de entrada a un análisis. Él puede, según su punto de vista, su perspectiva al abordar el malestar, al considerar el sufrimiento o el síntoma con el cual alguien se acerca, atender al sujeto; pero también puede olvidarlo, puede objetivar su síntoma y psicoterapizarlo. Aún utilizando para su apreciación la más excelsa jerga psicoanalítica, puede hacer psicoterapia. 

martes, 4 de septiembre de 2018

6 reglas de Freud para la clínica psicoanalítica

En “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico” (1912), Freud nos propone, a partir de su experiencia clínica de años, una serie de reglas técnicas que nos sirven para ir bordeando la posición del analista en el dispositivo analítico.


Antes de que nos apuremos a tomarlas como una receta, Freud nos advierte que creó estas reglas a su medida: “esta técnica ha resultado adecuada a mi individualidad”.
Por lo tanto, no nos dejó dogmas, sino técnicas de trabajo para el analista, puestas a prueba en la clínica y entrelazadas con una teoría en construcción. Y nos invita a cada uno a ponerlas a prueba.

1. El analista debe sostener la “atención flotante”

En oposición a la asociación libre planteada a los pacientes, la atención flotante consiste en prestar la misma atención a cuanto uno escucha de un paciente, no privilegiar ningún elemento de su discurso y abandonarse a las propias “memorias inconscientes”. El analista, así, debe dejarse sorprender.
Con frecuencia escuchamos cosas al comienzo de la cura y mucho tiempo después encontramos su significación.
La atención flotante implica para el analista la supresión de prejuicios, inclinaciones personales, ideales, y estar dispuesto a escuchar. Esto también nos permite leer nuestra escucha, interrogarnos de qué modo escuchamos.
¿Cómo evita el analista la influencia de sus prejuicios, de sus pensamientos conscientes y de su fantasma sobre la atención de los pacientes? Para eso Freud aconseja el análisis del analista.
La regla de la atención flotante la debemos tomar como una regla ideal. En la práctica se enfrenta con exigencias y dificultades, pero su fin último sería una comunicación de inconsciente a inconsciente.

2. No tomar nota en forma extensa

Esto perturba la atención. Freud, él mismo nos dice, toma notas después de terminado el trabajo, de aquello que su memoria logró registrar.

3. No tomar notas exhaustivas pensando en un material clínico para publicar

Aquí Freud coloca un punto que hace a la transmisión: si el lector le da crédito al analista, no depende de datos exhaustivos sobre el material clínico.
Si creemos en el inconsciente, la selección que hace un analista para la presentación o publicación tiene un valor en esa relación paciente-analista, y esto alcanza para hacer transmisión.

4. El analista debe estar en condiciones de servirse de su inconsciente como instrumento del análisis

Aquí nos habla de “puntos ciegos”, según la expresión de Wilhelm Stekel. Se refiere a puntos no atravesados por el analista en su propio análisis que se convierten en obstáculo para el trabajo.
5. Poner en suspenso toda actitud pedagógica
Esta ambición por parte del analista, nos dice Freud, es inadecuada. ¿A qué se llama actitud pedagógica? A hacer correcciones; por ejemplo, interceder para que un niño deje de dormir con sus padres. En resumen, se refiere a tener actitud de educador, indicando lo que el paciente debería decir o hacer en una determinada situación.
Freud habla de “ambición”. Yo lo pensaría en términos de los ideales del analista, el sostener que hay una forma correcta y no poder escuchar las razones de lo que el paciente trae (razones, desde luego, inconscientes).

6. Sostener que el paciente diga todo cuanto surge en la sesión, que no censure pensamientos

Esta, dice Freud, es la regla fundamental.
Es frecuente el caso de pacientes que “practican el arte de escaparse a lo intelectual en el tratamiento, y reflexionan sobre su estado”. De esta forma, no se implican y, por lo tanto, no logran interrogarse.
Escaparse a lo intelectual puede ser racionalizar. Frente a las intervenciones, un paciente podría responder: “muy interesante, muy interesante”, y no implicarse subjetivamente.
El analizante se implica subjetivamente, por ejemplo, mediante una pregunta sobre lo que se trabaja o angustia, algo que lo toca, precisamente, en su subjetividad.
Fiel a su época, Freud termina diciendo que tiene la esperanza de que la experiencia nos lleve a un acuerdo sobre una técnica para el tratamiento de neuróticos.
Para nosotros, lo importante de estas reglas está en hacerlas jugar en los distintos tiempos de nuestra formación. Que la experiencia clínica y la construcción de conceptos les hagan decir la verdadera riqueza que tienen en cada tiempo de nuestra clínica.