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martes, 22 de abril de 2025

Una excepción y no un modelo

Existe una coincidencia significativa que surge del trabajo sobre los textos del psicoanálisis. Por un lado, la práctica analítica no puede sostenerse únicamente en el estudio de libros; Freud ya advertía sobre la necesidad del análisis del analista, no como una práctica meramente acumulativa, sino como un desasimiento que hace posible la escucha.

De manera análoga, la topología no puede aprenderse exclusivamente a través de los textos. Es imprescindible la manipulación para comprender lo que está en juego, pues la estructura del encadenamiento topológico contiene elementos radicalmente antiintuitivos.

El real que allí se presenta puede ser delimitado y demostrado en la medida en que el encadenamiento se inscribe en la escritura. Lo escrito soporta un real porque no hay otro acceso a lo imposible sino a través de la escritura.

Lacan se pregunta si esta escritura corresponde a un modelo matemático. En términos generales, un modelo matemático es una formalización que expresa relaciones entre distintos términos. Sin embargo, Lacan concluye que la cadena borromea no es un modelo matemático, no por su estructura formal, sino porque su lógica se basa en una excepción.

Esta excepción implica un desplazamiento fuera del plano. Mientras toda escritura supone una superficie (papel, pared, piso), la consistencia de la cuerda permite que la cadena borromea emerja en el espacio tridimensional. Aquí, la función de lo imaginario se vuelve esencial: garantiza la consistencia del nudo.

Posteriormente, en un momento lógico distinto, es necesaria la puesta en plano de la cadena (sobre una mesa, el suelo…), para poder leer las consecuencias del lazo. Sin embargo, este achatamiento no equivale al plano original, sino que es el resultado de la apuesta que estructura el trabajo.

Por lo tanto, la cadena borromea requiere dos operaciones fundamentales:

  1. Inmersión, que la extrae del plano inicial y la proyecta en el espacio.
  2. Aplanamiento, que permite su lectura en una nueva superficie.

jueves, 6 de marzo de 2025

La formación del analista: un saber hacer más allá de la técnica

La formación psicoanalítica no se reduce al aprendizaje de una técnica estándar o protocolizada aplicable en todos los casos. Más bien, se trata de un proceso de trabajo que implica una forma particular de hacer, donde la transmisión del saber no ocurre como una simple acumulación de conocimientos teóricos.

No se trata de un saber meramente intelectual o especulativo, sino de la construcción de un saber hacer. Freud ya señalaba que, aunque el psicoanálisis tiene reglas claras para sus inicios y finales, lo que ocurre en el transcurso del proceso está atravesado por la contingencia. Es precisamente esta contingencia la que permite que el psicoanálisis se practique sin estar sujeto a un modelo rígido.

En este sentido, la formación del analista se estructura en torno a su propio análisis, la supervisión de casos, el estudio teórico y los intercambios con otros colegas. A esto se suma un aspecto fundamental: la escritura como herramienta de elaboración y transmisión.

Este proceso formativo no solo implica estudio y lectura, sino también la capacidad de reformular, interrogar y combinar los conocimientos adquiridos de manera singular. La clave no está en la mera repetición de conceptos, sino en la producción de un pensamiento propio a partir de la experiencia analítica.

lunes, 24 de febrero de 2025

El estilo del analista y su devenir

La práctica del psicoanálisis no se reduce a un mero ejercicio profesional. De hecho, por su propia naturaleza, no puede considerarse simplemente como tal, ya que implica una serie de precondiciones y pasos necesarios para viabilizar el pasaje desde la posición de analizante a la de analista. Este proceso no es uniforme ni automático, sino que está sujeto a los vaivenes de la particularidad del sujeto que escucha en cada encuentro.

En los momentos iniciales de la formación, es común que surja el interrogante sobre cómo y a partir de qué un analista circula. Una de las cuestiones fundamentales en este recorrido es la existencia de un estilo propio del analista. Sin embargo, este estilo no se enuncia ni se define explícitamente; más bien, se construye a partir de lo que queda del trabajo del análisis. No es el analista quien lo genera de manera intencional, sino que emerge como un efecto del proceso analítico.

Este estilo no es un modo de ser, sino una manera de hacer con aquello que resultó del desasimiento. En este sentido, se podría establecer un paralelismo entre el devenir analista y el proceso de "hacerse un nombre". No obstante, confundir este nombre con el patronímico sería un exceso o, incluso, un simplismo.

El analista circula en función del nombre que se forja, pero este no designa un ser, sino un hacer. No se trata de lo que el analista es, sino de la incidencia de su deseo en el pasaje desde analizante a analista. Así, su nombre, al igual que su estilo, no es algo completamente enunciable, sino que ambos quedan entramados en la singularidad de aquello que restó del trabajo analítico, en lo que, por su propia naturaleza, resulta indecible.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

La formación del analista

 Hablar de formación del analista implica, de entrada, alejarse de la idea de que el analista es un producto acabado o un objetivo al que se llega. En este sentido, la temporalidad que acompaña la formación analítica está en sintonía con un devenir continuo, tal como lo plantea Lacan, y no sigue una trayectoria lineal orientada hacia un final definitivo.

El concepto de devenir introduce una visión del tiempo que se asemeja a lo asintótico, es decir, a un proceso interminable que siempre se aproxima pero nunca alcanza un punto final absoluto. Por lo tanto, la formación del analista es un proceso abierto, un trabajo continuo que, desde su inicio, no ofrece garantías de éxito. La formación está atravesada por múltiples contingencias, en tanto es imposible predecir con certeza el resultado final.

Sin embargo, la presencia de estas contingencias no elimina los lineamientos fundamentales propuestos por Freud y Lacan sobre cómo llevar adelante esta formación. Estos lineamientos se articulan en torno a tres pilares esenciales: el estudio teórico, la supervisión o control de los casos, y, sobre todo, el análisis personal.

La intersección de estos tres aspectos da lugar a un proceso de transformación: el pasaje del analizante al analista. Este tránsito se posibilita gracias a la puesta en marcha del deseo del analista como operador transferencial. En otras palabras, la función del analista solo se activa cuando el deseo del analista se vuelve operativo.

Esto redefine la concepción del saber en la formación analítica, alineándose con el cambio que Lacan traza entre su seminario Aún y el RSI: el paso del saber como simple elucubración intelectual al saber como habilidad práctica, un "saber hacer". En este sentido, se deja de ver el saber como acumulación de conocimientos eruditos y se lo considera en su capacidad de ser aplicado y manipulado efectivamente en la práctica analítica.

martes, 19 de noviembre de 2024

El análisis personal del analista: ¿Por qué es necesario?

 El psicoanálisis tiene una particularidad señalada por Freud: quien desee practicarlo debe haber pasado previamente por el propio dispositivo analítico. Esto no es común en otras disciplinas, lo que hace que el psicoanálisis no encaje del todo en la categoría de "profesión".

Actualmente, en ciertos sectores del psicoanálisis lacaniano se debate sobre la necesidad del análisis personal para quienes practican el psicoanálisis. Sin embargo, esta discusión no parece centrarse en conceptos teóricos, sino más bien en una crítica a la función del Otro. Sin embargo, esta postura podría implicar un riesgo en la orientación de la práctica.

La formación analítica exige pasar por un análisis personal, lo que sitúa a la transferencia como un elemento central en la formación del analista. La transferencia es el terreno donde se produce un "atravesamiento" del sujeto, un proceso que implica cuestionar aquello que actúa como anclaje para el mismo. En otras palabras, no puede haber formación analítica sin una interrogación profunda.

Esta interrogación permite la aparición del Sujeto Supuesto al Saber, aunque la transferencia va más allá de esta suposición de saber. La transferencia, en su dimensión temporal, se materializa a través de cortes, los cuales son esenciales para que se dé el paso del analizante al analista. Este proceso implica una separación del sujeto respecto a los lugares que ocupaba en relación con su Otro de origen. Por tanto, el analista no puede formarse sin experimentar una pérdida, que solo es posible a través de la transferencia, donde el analista actúa como objeto separador.

El psicoanálisis exige que quien desee practicarlo haya transitado previamente por un análisis, algo que no es requisito en otras disciplinas, como muchas especialidades médicas o la psicología. Esto responde a una cuestión central: para ocupar el lugar del analista, se necesita una relación particular con el saber, ya que la praxis analítica está profundamente vinculada con una estructura específica del saber.

Lacan introduce el matema del significante de una falta en el Otro, destacando que, en el psicoanálisis desde Freud, el saber no es solo desconocido, sino que también está marcado por una falla o inconsistencia. El análisis se centra en cuestionar y movilizar todo aquello que en la neurosis intenta tapar esta falla y dar consistencia a un Otro percibido como completo.

Por tanto, el análisis del futuro analista es necesario para conmover el vínculo con su Otro de origen y trabajar las instancias allí formadas, como el ideal, el fantasma, el síntoma e incluso la dimensión del yo. Sin este trabajo, no se puede dar lugar a esa falta esencial que subyace al deseo, ya que esta es inconsciente y escapa a la lógica consciente.

Estas rectificaciones subjetivas son fundamentales para lo que Lacan llama "acomodación" del analista. La acomodación implica que el analista adopte una posición que corresponda al sujeto que escucha, haciendo espacio para su singularidad. Esto requiere enfrentar lo imposible de saber, que también es lo imposible de escribir.

martes, 28 de noviembre de 2023

¿Qué escucha un analista?

En la pregunta sobre qué escucha un analista, habíamos visto la diferencia entre lógica y gramática.

Sigamos con eso...

"El analista no se detiene en el sentido del discurso, su escucha no está orientada a ello". Es indudable que hay en Lacan, prácticamente desde el principio, una aspiración a abordar las cuestiones que se juegan en un análisis en términos de estructura. En este sentido encontramos la formalización del concepto de discurso, que no coincide nunca con lo efectivamente pronunciado.

Considerado el discurso en estos términos entonces, donde a partir de la diferencia entre enunciado y enunciación el discurso no coincide con lo que efectivamente se pronuncia. es que bien vale la pregunta ¿qué es lo que entonces escucha un analista?

Podríamos decir, en principio, qué es aquello a lo que no le presta particularmente atención. El analista no se detiene en el sentido del discurso, su escucha no está orientada a ello.

Por el contrario, la escucha analítica se dirige a los significantes determinantes de la historia del sujeto. A partir de la atención flotante -o sea el hecho de que no le presta atención a nada del discurso sino que escucha en la superficie- el analista podrá ir aislando los significantes constitutivos de la posición del sujeto con los cuales irá armando la cadena significante, inconsciente (o sea el inconsciente como discurso del Otro).

¿De qué manera se le hace posible al analista escuchar estos términos significativos? Pues, ellos aparecen en momentos fecundos del discurso donde se produce una vacilación, una ruptura del sentido, una discontinuidad, donde aparece algo del orden de lo antigramatical, algo que esencialmente rompe con la coherencia que la significación le otorga al discurso corriente, o sea, al discurso del moi.

¿Qué hace posible a la escucha analítica?

La pregunta respecto de las condiciones de posibilidad de la escucha analítica implica interrogarse sobre la necesariedad del análisis del analista.

Llamativamente, hoy en día se puede leer en algunos ámbitos del psicoanálisis de orientación lacaniana, cierta idea, algunos planteos que discuten dicha necesariedad para practicar el análisis. Suponer que ese paso se podría eliminar equivale a desconocer la raíz freudiana del psicoanálisis.

En el planteo freudiano, él mismo señala esa condición afirmando que para que el analista pueda escuchar, se hace necesario que alguien le haya “interpretado los sueños”, o sea que haya sido escuchado, más allá del sentido de lo que dice.

Vamos un paso antes. ¿Qué es la escucha analítica?

Lo primero que podríamos decir es que no es una escucha ingenua. No es una que se dirija al sentido de lo que alguien intenta decir. La escucha analítica no se ocupa de poner orden en un discurso que quizás esté gobernado por la desorientación y el desorden. Tampoco es aquella que tendría como objetivo clarificar una verdad allí donde la neurosis es supuesta como una especie de ilusión que engaña al sujeto.

La escucha analítica es la posibilidad de un tiempo y un lugar para un sujeto. Habilita, acomodación del analista mediante, la posibilidad de que el sujeto advenga en el dispositivo, al sujeto más allá del moi, más allá también del analizante.

Si el Otro es quien sanciona el mensaje, también determina aquello que alguien puede o no escuchar, en el sentido de a lo que puede o no darle lugar. Por ello el análisis del analista es condición de la escucha, porque no sería posible esa escucha no ingenua si previamente no se hubieran conmovido ciertos determinantes históricos que lo condicionan como sujeto. Y de allí que Freud planteó que “a un punto ciego en el análisis del analista le corresponde un punto ciego en la escucha”.

¿Conocer o saber?
Existe una distancia entre el conocimiento y el saber. El conocimiento es algo propio del campo del moi, ligado a lo que en el planteo griego clásico sería la episteme. El saber, en cambio, es el conjunto de significantes que para cada sujeto se emplaza en el lugar del Otro.

Así, el saber constituye esa dimensión de la enunciación a partir de la cual se determina lo que el sujeto dice, e incluso la posibilidad de que al hablar en análisis, se diga más de lo que se quiere decir. A partir de esta diferencia, entre conocimiento y saber, es que se puede establecer un correlato del lado del analista.

La función del analista es la de escuchar. Y para poder llevar a cabo tamaña función, debe abandonar la aspiración a comprender.

Esto le hará posible entonces, a partir del recorte que produce en su escucha (en función de las discontinuidades, de las rupturas del sentido, de los desfallecimientos del sentido, de lo anti gramatical que aparece en el discurso) ir aislando los elementos con los cuales va a componer esa cadena que es el inconsciente como discurso del Otro.

Eso constituye una red, lo que indica su soporte topológico, pero ¿todo es significante ahí? No. En esa cadena, quedan incluidos ciertos puntos inerciales, del orden de una fijeza, de un punto de detención. Y es una manera muy interesante de retomar el problema del núcleo patógeno freudiano.

O sea que Lacan separa el sostén, lo articulado, la cadena significante, de algo que es inasimilable, intratable, lo que resiste al discurso. Algo que está en las antípodas de la resistencia subjetiva que fue uno de los resortes clínicos que Lacan más discutió desde los inicios de su enseñanza.

Preparando una supervisión...

Así como no hay una sola manera de analizarse, no hay un solo criterio que sea válido en todos los casos para poder pensar cómo se arma una supervisión.

En principio, es claro que la idea central es recortar del modo más riguroso y más preciso posible la pregunta, el obstáculo, la dificultad que se quiere supervisar.

En segundo lugar, hay que entender que la supervisión es un trabajo sobre un texto recortado por quien escucha al sujeto. Lo que se trabaja en la supervisión no es el texto del sujeto, sino que es el texto que el propio analista recorta a partir de su escucha. Esto ya implica una pérdida en el pasaje entre un texto y el otro. Así, lo que está concernido en la supervisión es el lugar desde el cual escucha quien acude a la supervisión.

Es importante entonces que esta escucha esté orientada a recortar en el discurso del sujeto los significantes que son determinantes. Este recorte casi sería equivalente a la distancia que hay entre el sueño del sujeto y lo que el sujeto dice del sueño en el análisis. El relato del sueño en el análisis no es el sueño. Hay una pérdida.

Lo interesante de la supervisión, leída en estos términos, es que implica la escucha del analista, la cual se hace efectiva en el modo en que recorta el material. ¿Qué partes privilegia? ¿Dónde se sitúan los puntos significativos del discurso?

martes, 3 de septiembre de 2019

El problema del primer psicoanalista: Una contradicción del psicoanálisis contemporáneo.


Una de las patas del trípode freudiano es el análisis personal y el psicólogo Félix Morales Montiel encuentra una contradicción en este punto:
(1) Para volverse psicoanalista es necesario haber pasado por la experiencia del análisis con un analista. 
(2) Freud* fue el primer psicoanalista. ---  
(3) Juntando (1) y (2): Para volverse psicoanalista es necesario que Freud haya pasado por la experiencia del análisis con un analista.  
(4) (3) implica que hubo al menos psicoanalista antes que Freud. 
(5) (2) y (4) son contradictorios. --- *También sirve para Fliess, o el que gusten.
Este planteo lo hace en base a una pregunta que él se hace por la necesidad del análisis con otro analista, muy difundido en el psicoanálisis contemporáneo. Si Freud pudo hacer un autoanálisis, no es necesario. La pregunta es por la necesidad, no por la conveniencia o la pertinencia; es decir, el análisis personal como obligatorio, como condición sine qua none.

Chemama nos recuerda que S. Freud tuvo que ser necesariamente su propio analista, pero insistió progresivamente en el carácter limitado de un autoanálisis y en el hecho de que en todo caso este era insuficiente para la formación de un analista. Es innegable, en cambio, que el trabajo del autoanálisis prosigue en el analista de modo más o menos regular luego del fin de su propia cura. El autoanálisis  implica el análisis del sujeto por él mismo, tomando del psicoanálisis las técnicas de la asociación libre y de la interpretación de los sueños.

Por otro lado, el psicoanalista es sobre todo una figura transferencial; en ese sentido, Freud tuvo su figura transferencial en Fliess. Claro, habría que ser Freud para poder llevar a cabo un análisis de esa forma. Hay quien dice que es por eso que con Freud no hay fin de análisis. No es así, el análisis Freudiano no puede tener fin por cuestiones estructurales.