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viernes, 4 de diciembre de 2020

La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura

Como analistas nos preocupamos y nos ocupamos, en los distintos tiempos de una cura, ante el avance arrollador del Superyó que inviste contra el Yo, y que deja al sujeto en una encerrona trágica, apresado y torturado, cediendo en su deseo. En las neurosis graves, cuyo acontecer cotidiano está acompañado, por este padecer superyoico, en cada paso -aún en el más nimio-. Así como en las interrupciones de tratamiento, en la reacción terapéutica negativa, en algunas adicciones transitorias, encontramos los signos de los efectos apabullantes del mandato.

He aquí algunos de los ejemplos de este combate desigual. Arrecian en aquellas estructuras que tienen una debilidad en relación con el amparo del Otro. La falta de amor del Otro es compensada por la interiorización del Superyó, en efecto, da un borde y un anudamiento falso. En los tiempos del desamparo, el Superyó da un acompañamiento.

Partiremos de la paradoja "así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser", que encierra al sujeto en una disyuntiva que lo aprisiona, atormentándolo sin resto para poder detectar la impronta de su deseo.

Nos preguntamos: ¿cómo operar cuando la voz y la mirada del analista pueden sorpresivamente tomar la coloratura superyoica? ¿Cómo intervenir para que el analista no se haga eco de las resistencias cuando las mismas amenazan con hacer detener la cura?

Sabemos que uno de los obstáculos mayores al avance de la cura es la obediencia al mandato. Aún cuando el sujeto puede avanzar en el camino de su creación, el sueño pesadillesco puede seguir aprisionándolo. Se trata de sueños ominosos fabricados para la satisfacción del Superyó.

Dejaremos planteadas las preguntas y daremos algunas pinceladas acerca del concepto de Superyó. El Superyó es lo más paradojal con lo que nos encontramos en la clínica. Pues, por un lado, enuncia un mandato "así como el padre debes ser" y, por otro lado, dice "así como el padre no debes ser, ya que muchas cosas le están reservadas". Goza. El goce es mandato del Otro, arrincona al sujeto cuando espera y desespera su goce en la hora del Otro.

La incidencia del Superyó en el tratamiento analítico, representa el mayor obstáculo al éxito terapéutico. Leemos en Inhibición, síntoma y angustia que la culpa y la necesidad de castigo, dos de las principales consecuencias de la demanda superyoica, “desafían todo movimiento hacia el éxito y por lo tanto toda curación por medio del análisis” (1). Freud advirtió que el analizante, sin saberlo, opone fuertes resistencias para quedar liberado del padecimiento y se esfuerza por permanecer apresado en la celda de la neurosis como si necesitara seguir pagando indefinidamente sus culpas. Freud sostuvo que hay una razón de estructura, un obstáculo interno en la relación del sujeto con el cumplimiento de sus deseos. Freud escribió a su amigo Romain Rolland: “En aquel momento, sobre la Acrópolis, pude preguntar a mi hermano: recuerdas cómo en nuestra juventud hacíamos día tras día el mismo camino, desde la calle hasta la escuela, y después, cada domingo, íbamos siempre al Prater… y ahora estamos en Atenas de pie sobre la Acrópolis ¡Realmente hemos llegado lejos!...(2) Tiene que haber sido que haber llegado tan lejos se mezclaba con un sentimiento de culpa; hay ahí algo inmerecido prohibido. Está articulado a la crítica infantil al padre, con el menosprecio que se reveló a la sobreestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y como si continuara prohibido querer superar al padre”(3).

Para Freud, el Superyó es el heredero del padre edípico, aquel que tuvo a su cargo erigir una barrera a la satisfacción de las tempranas pulsiones incestuosas del niño. .

La estructura de la neurosis se sostiene en la medida que el sujeto se somete a los deseos del Otro como mandamientos externos, imponiéndose renuncias y sacrificios.

El mito de Tótem y Tabú, donde Freud aborda la génesis del Superyó, propone que los hijos se sometan retrospectivamente a las privaciones que antes imponía el padre –ya muerto- con la ilusión de conservarlo vivo. ¿Con qué objeto o beneficio? Porque el tirano cumplía a su vez la función de preservar a sus hijos del “desamparo”. En su teoría, el desamparo es el paradigma de aquello temido que se encuentra detrás de toda manifestación de la angustia de castración.

La articulación mayor que el mito freudiano pone en relieve con relación a la función del Superyó es que la fórmula universal “Padre, hágase tu voluntad” tiene como contracara: “así nosotros estaremos protegidos de la castración”. En otros términos, el Superyó constituye un poderoso refugio narcisista del Yo. Por hacer peligrar la estructura narcisista, las pulsiones son reprimidas y perduran en el inconsciente despertando angustia cada vez que se aproximan al objeto de satisfacción.

Los dos polos del conflicto quedan repartidos, por un lado, entre las exigencias del ser del sujeto que asignamos con Lacan al campo del goce fálico y, por el otro, en la pulsación de lo reprimido inconsciente por realizar. Éste es un goce necesariamente traumático, ya que se alcanza “más allá” del amparo paterno. El goce prohibido no conviene al narcisismo porque deja al ser sin la garantía del Superyó.

Lacan solo utilizó el término Superyó durante la primera época de su enseñanza, aproximadamente hasta fines de la década del ´60. Luego, casi no volvió a mencionarlo. Fue retomado por Lacan al modo del gran Otro y permitió un avance teórico y clínico cuando planteó la estructura del fantasma primordial que es la respuesta que el sujeto se da, sin ninguna certeza, a la inquietante pregunta acerca del deseo del Otro, pregunta y respuesta necesaria para su acontecer como sujeto.

Posteriormente en el seminario XX Aun nos dice: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo de goce: ¡Goza!” (4).

El Superyó presentado inicialmente como una barrera al goce, ahora es instrumento ordenador del goce. Freud denominó “masoquismo moral”, designando de ese modo al goce que obtiene el Yo por ser tomado como objeto de las crueldades del Superyó.

En el masoquismo perverso, la víctima es quien organiza las reglas del juego armado para lucro de su propio goce. Aquél que juega el rol de amo es creación de la puesta en escena del sujeto masoquista. Lo ubica en ese lugar para creer que es el Otro el que goza. Afirma que el Otro goza en la medida en que el sujeto, hecho objeto para ser gozado, lo completa reintegrándole el goce que le falta. El masoquista teje con hilos maliciosos la creencia que es un resto, un desecho, él labora para darle consistencia al goce del Otro, acatando sus imperativos órdenes alcanza un goce que reniega de la castración. Es la “víctima” quien al hacerse tratar como una herramienta por el imaginado victimario, demanda al Otro que le ordene gozar.

El objeto utilizado para taponar la castración del Otro, es la voz. La voz de la conciencia moral, la voz del Superyó es fundamentalmente una cadena significante degradada al estatuto de una voz imperativa. Ante la caída del discurso del Otro, la voz se instituye como objeto perdido. Una vez restituida al Otro, para restaurar su completud impera el goce. La predominancia del goce fálico implica la renuncia al Otro goce. Esta correlación también funciona al revés: de avanzar en la realización subjetiva del Otro goce, se promueve un estrechamiento del campo del goce fálico. El análisis progresa en esta última vía.

¿Por qué el sujeto teme perder el Superyó? Por eso me atengo a la conjetura de que la angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración y que la situación frente a la cual el Yo reacciona (con angustia) es a la de ser abandonado por el Superyó protector –por los poderes del destino- con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros.(5)

De todas las formas típicas de la angustia descriptas por Freud, la que finalmente alcanzó mayor relevancia en su obra es el temor a la pérdida del Superyó. La verdad de la angustia no se pone en evidencia ante el temor al castigo del Superyó, sino, más allá, ante la posibilidad de quedarse sin el déspota. La presentificación de un vacío en el lugar del Otro releva el término último de la angustia de castración. La angustia “ante la pérdida del Superyó”, descripta por Freud, es traducida por Lacan como angustia ante “la castración en el Otro”. Constituye la roca viva de todo análisis. Es hacia esta encrucijada final que conduce el análisis y es también el escollo ante el cual se detienen la mayoría de ellos.

En algunos analizantes el Superyó no arrecia en cualquier tiempo, solo recrudece, acompañando a la angustia, cuando se está en tiempo de pasaje a otra posición, cuando se intenta dejar un enclave de goce, cuando el sujeto brega por suspender un goce mortífero para adquirir otro más ligado a la pulsión de vida. En tanto lo ordenado es el goce del Otro, lo que queda censurado es el Otro goce. Goce ante el cual retrocede el neurótico en sus actos, lo que incrementa la necesidad del sujeto por satisfacerlo vía pulsional y sintomática.

Recordemos que la angustia guía la dirección de la cura en tanto ella señaliza el lugar donde el sujeto se encuentra atrapado en una fijación gozosa pero también ilumina hacia donde se dirige el deseo, con lo cual todo acto verdadero va a implicar el pasaje por la angustia.

La culpa es un sentimiento y aparece como efecto de cierto enunciado vigente, referido a la instancia del Superyó. Es una respuesta del sujeto para taponar la falta del Otro soportada con un plus de satisfacción a pesar del sufrimiento. Esta culpabilidad es una confesión invertida de que un goce legítimo insensatamente prohibido sigue aún vigente.

En El Yo y el Ello Freud explicita los enunciados paradójicos con que el Superyó martiriza al Yo:
El Superyó debe su posición particular dentro del Yo, o respecto de él, a un factor que se ha de apreciar desde dos lados: primero, es la identificación inicial, ocurrida cuando el Yo era todavía endeble, y el segundo: es el heredero del complejo de Edipo y, por tanto, introdujo en el Yo los objetos más grandiosos (...)

El Yo debe servir a tres amos y sufrir la amenaza de tres peligros por parte del mundo exterior, de la libido, del Ello y de la severidad del Superyó, no podríamos precisar qué es lo que el Yo teme del peligro exterior y del peligro libidinal del Ello (6).

El niño recibe de sus progenitories las normas, la guía, las reprimendas y luego incorpora eso como una ley que no puede ser simbolizada enteramente.

Coincidimos con Freud en que la conducta del ideal del Yo de alguna manera determina la gravedad de las neurosis y que el sentimiento de culpa halla su satisfacción en la enfermedad; no quiere renunciar fácilmente al castigo de padecer; en términos lacanianos, no quiere renunciar al goce masoquista. Este doble mandamiento de ser y no ser el padre, revela el origen paterno del Superyó. Así como el Nombre del Padre liga deseo y ley, el Superyó anuda padre y pulsión, en tanto la función paterna normativa sería encauzar el deseo. Aquí el padre manda a gozar hasta morir.

Ante el jefe de la horda primitiva, los hijos se reunieron, no retrocedieron, y llevaron a cabo un acto, asesinándolo. La paradoja reside en que ese padre muerto simbolizado será el sostén del retorno de un orden. A partir de la interiorización del padre muerto un lazo social se establece, los hijos renuncian a un goce, el de la madre, y a cambio, las demás mujeres se tornarán posibles y elegibles. El amor al padre transformado en sentimiento de culpa, hace que su palabra se convierta en ley.

El Superyó como abogado del Ello es un resto vivo de padre, que por no terminar de morir, no cesa de no escribirse. No todo en el Padre es nombre, hay del padre un resto que pesa como sombría identificación al modo melancólico, "la sombra del objeto cae sobre el Yo" -y pulsa insistiendo por un goce encore-. Entonces, no todo el Padre, ése que opera antes del Edipo se deja matar.

Respecto de los dos objetos pulsionales -voz y mirada- Lacan equipara al Superyó con la pulsión invocante, en tanto resto de voz que no puede pasar al significante. Y en cuanto a la mirada, se transforma en resto perseguidor cuando no se puede articular como mancha en el espacio de lo visible.

La clínica nos enseña que no siempre el Otro -el Otro primordial- acepta al niño real, es decir al niño con su mancha, con su –ф, reserva libidinal que escapa al campo del Otro, porque el Otro muchas veces mira en el fondo del espejo al niño ideal y obtiene una imagen virtual para su propia satisfacción. Entonces ¿qué implica mirar al niño real? El Superyó es un imperativo ciego porque no ve, no puede reconocer al Yo cuando no aparece configurado como la imagen de su ideal.

Si la integración del objeto como causa de deseo no está lograda, se hace más posible que el resto se transforme en imperativo superyoico y que el Yo esté bajo su servidumbre, intentando suturar la falta del Otro sin fallas, en una posición de suficiencia absoluta.

Podemos pensar dos tiempos de la eficacia del Superyó: el tiempo de la inhibición y el síntoma y el tiempo del acto, donde se configura en una formación del inconsciente. Es en el segundo tiempo de identificación, donde no se cumple el tiempo de la faz metafórica del padre, feudo que no termina de conquistar el Yo, que no dispone de la libido necesaria para jugar con el objeto y se ofrece el todo entero en tanto desecho.

El Superyó desconoce el punto de inconsistencia de la ley, eso que Lacan llamaba "lo no comprendido". Pero es un desconocimiento que transforma a ese punto de inconsistencia en un mando insensato que no se puede dejar de obedecer, aún cuando no se pueda cumplir, porque renegó de su dimensión de ficción y apareció como algo confirmado.

Es importante ubicar la cara más cruel del Superyó en aquellos enunciados en donde la dimensión de pedido estaba borrada, renegada, al presentarse como simple comprobación. Esto permite que quien está alienado en esos enunciados pueda preguntar quién lo dijo y qué deseo anidaba en ese decir. Novela familiar, desasimiento de la autoridad de los padres como única autoridad.

Si la eficacia de la operatoria analítica pone coto a la invasión superyoica, el sujeto podrá disponer del a como causa, previo paso por la angustia, en tanto hoja de ruta que señaliza el enclave donde el sujeto se encuentra amarrado al goce, aunque también ilumina la economía deseante.

En este sentido, "el Superyó, enraizado él mismo en el objeto invocante y escópico, utilizando la fuerza del trazo unario cuando éste se desliga de su función de señalizar el vacío, brega sin descanso para que ese mismo objeto en el que él se origina no sea pasado a la función de causa del deseo y creación" (7).

En su vano intento de obedecer, el sujeto, preso del Superyó permanece condenado al goce, alejado de su deseo, imposibilitado de sublimar y crear. El analista operará para que el Superyó pueda ser desoído, interviniendo también en la historia de los padres donde la potencia deletérea de sus propios Superyó los arrasó y complicó su función de padres, situación que no pueden sino repetir con sus hijos.

Permitamos que la clínica nos enseñe. Es el momento de una analizante que -intentando encontrar un lugar diferente para el apellido que porta, apellido teñido de ignominia social y denostado por el discurso injuriante de su madre- trata desesperadamente dejar de lado las voces superyoicas, con una mixtura de enunciados maternos asociados a lo no dicho por su padre acerca de los teneres fálicos. Podríamos sintetizarlo en una frase que la comanda: "no se debe tener", sentencia que dominó gran parte de su vida y que la llevó cual destino a abortar hijos, proyectos, bienes económicos.

En medio de una tormenta transferencial, marcada por un franco tono hostil, desafiante frente a lo que ella supone la plenitud de su analista, amenaza con interrumpir su análisis, una vez más abortando y abandonando esto que ella llama como el primer análisis que conmueve la estructura. Su cuerpo sufre y su cabeza es atormentada por la voz. Ante las maniobras del analista para intentar que la cura prosiga, se recorta una escena donde ella junto con algunos colegas se embarca en un proyecto laboral de cierta envergadura que le permitiría disfrutar de una vida económica más holgada. En dicha escena ella es ubicada como la líder del grupo. De pronto aparece la angustia, que señaliza el enclave de goce pero a su vez marca la luz del deseo, y también aparece la voz que la tortura "vos nunca vas a poder tener nada". Ella lo asocia con las dificultades de su madre para poder responsabilizarse por su función y se sorprende diciendo que como ella siempre se siente culpable de todo, no puede calcular cuándo el otro tiene su propia responsabilidad; pero esto también desdibuja su propia responsabilidad y en consecuencia abandona y se abandona. Esta situación la lleva a una queja permanente.

Escuchemos, ahora, otra analizante, digna hija de un padre a quien su propio padre no le había donado el apellido, un doble apellido que le hubiera permitido estar ubicado en otra clase social diferente a la de su madre. Este padre había trasmitido la prescindencia casi absoluta de cualquier tener fálico. No podía tomar nada que tuviera brillo ni permitirse cierto disfrute y cierta dimensión lúdica para su vida. Todo era obligación, había que ser buen alumno, pero que eso no se notara; había que trabajar duro y honestamente, pero no se podía disfrutar de los logros laborales y/o económicos. Asimismo, tampoco se permitía las necesarias vacaciones anuales, dejando vacante su lugar, privándose y privando de su compañía a su familia que veraneaba sin él.

La analizante, después de largos años de análisis ha podido disfrutar de aquello que estaba insensatamente prohibido pero a su vez idealizado en la familia. Continúa soñando pesadillescamente con que pierde sus recursos, le arrebatan, la engañan. Sueños donde la mirada de los otros, la mirada amorosa se transforma rápidamente en un ojo ciego y en una voz acusadora. Estos tormentosos sueños no la dejan descansar tranquila y es ahí donde aún el Superyó insiste demandando obediencia debida.

Pero la diferencia aparece cuando en su vida cotidiana ella puede permitirse, como mencionaba anteriormente, disfrutar de lo aún prohibido e idealizado a la vez. Lo que aparecía como obediencia ciega y pulsional al mandato se transformó en escritura en el sueño ominoso para seguir soñando, hasta que otros sueños más ligados a la función de escritura de su deseo advengan.

Notas
(1) Freud, Sigmund, Inhibición, síntoma y angustia, Vol. XX, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1979.
(2) Freud, Sigmund, Carta a Romain Rolland: Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis, en Obras Completas, Vol. XXII, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
(3) Ibid.
(4) Lacan, Jacques. Seminario XX: Aún, Clase 1; Del Goce, España, Editorial Paidós, 1981.
(5) Sigmund, Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras Completas, Vol. XX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979.
(6) Freud, Sigmund, Los vasallajes del Yo, en El Yo y el Ello, en Obras Completas, Volumen XIX, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
(7) Ibid.

Fuente: Stella Maris Rivadero (mayo 2019) "La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura" Revista Fort-da n° 13

lunes, 22 de junio de 2020

Angustia, pasaje al acto y acting out.

Notas de la clase de Stella Maris Rivadero, del 11/10/12, cátedra "Psicoanálisis II" en UMSA.

¿Por qué el pasaje al acto y el acting out es importante para la clínica? La angustia emerge ante lo enigmático del deseo del otro. Ante la pregunta fundante del sujeto “qué me quiere el Otro?” el sujeto esboza una respuesta que, en el mejor de los casos, es una respuesta fantasmática. Es decir, que selecciona del menú de los objetos de la pulsión, un objeto para responder a esa pregunta enigmática del deseo del Otro hacia él. 

En esta respuesta fantasmática, el sujeto elige un objeto de los objetos de la pulsión: seno, heces, voz, mirada. Puede responderse con “soy la caquita de mamá”, “soy la luz de los ojos de papá”. Esa primera respuesta fantasmática se va a reeditar en todo encuentro con un partenaire de cualquier orden. Es decir, cuando nosotros nos acercamos a alguien, consciente o inconscientemente voy a preguntar qué quiere el otro de mí. Y Vamos a responder desde nuestro fantasma con esto que suponemos que el otro quiere.
Esta es la fórmula del fantasma: 
 $ ◊ a  
sujeto barrado, lozzenge, a

El objeto a es el objeto, que decíamos recién, elige del menú de las pulsiones: las heces, la voz, la mirada y el seno. El sujeto va a decir “Bueno, si quiere la luz de sus ojos” vamos a tener a alguien que tenga que ver con la visión escópica. Si me quiere “la caquita de mamá”, la predominancia de la respuesta del sujeto va a estar ligada al objeto anal. En relación a la luz de los ojos del Otro vamos a tener la cuestión de la mirada que va a responder a un determinado tipo de estructura.


La estructura tiene un objeto prínceps, primer objeto del fantasma. Este objeto princeps es el que comanda toda la estructura. Las diferentes estructuras son las que ustedes conocen como psicopatológicas dentro de la neurosis. Por ejemplo, en el caso de la histeria, el objeto princeps es la mirada en la medida que todo el tiempo hay un mensaje al otro de que está tratando de convocar la mirada del otro. Por eso la seducción, el arreglo, o la manera de presentarse para cautivar  al otro, es decir, atraparlo en la mirada.


La neurosis obsesiva, que no es solo patrimonio de los varones, trata de atrapar (o relacionarse) al otro a través del objeto anal. Ya sea con la represión o la expulsión. Por ejemplo, con la agresividad, con la retención de tener dinero, en ganar información, las diferentes facetas que cualquiera de ustedes conoce acerca de la neurosis obsesiva.

La neurosis obsesiva no tiene tanta prensa como la histeria, pero Freud ya había dicho que es una neurosis principal porque es aquella de la cual uno puede aprender mucho. Después Lacan retoma esos textos y la pone como la neurosis más lograda. 


La fobia es una plataforma giratoria donde puede virar a la histeria o a la neurosis obsesiva. Con lo cual en la fobia tenemos los 2 objetos: el anal y el objeto mirada. Depende del tiempo de la cura, hay primacía de uno o de otro. Elpunto justo donde la fobia se estabiliza es cuando puede virar hacia alguna de las 2 posibilidades. Justamente, en la fobia lo enigmático del deseo del Otro hace más gravoso, porque no sabe si ser comido o retenido, o deglutido, por lo cual se ponen en juego variables que dificultan hablar de las neurosis obsesiva o histeria. Obviamente hay fobias con un predominio del giro de la plataforma de una sobre otra.


Habíamos dicho que el sujeto responde en la vida con sus fantasmas. Hay personas que pueden pasar toda la vida respondiendo a cualquier encuentro con un fantasma logrado y nunca se va a desestabilizar. Pero, ¿qué pasa cuando lo real de la vida, una escena cualquiera, hace que el sujeto ya no pueda responder con ese fantasma por el cual tiende a armar otro? 


Entonces decíamos que el sujeto responde con su fantasma y cuando una situación de la vida lo interpela y su fantasma ya no le sirve, ahí hay un trastablillamiento de su posición fantasmática. Este trastablillamiento de la posición fantasmática es lo que hace emerger la angustia. Es decir, ya no cuenta con ese aval seguro, que era el fantasma, para responder a lo que la vida le dio. Porque el fantasma es incómodo, ya que da respuestas coaguladas, estrechas, que no permiten mucha creatividad. Pero da ciertos mensajes, cierta seguridad. Por ejemplo, aquel que piensa que todo el mundo lo caga, se va a encontrar siempre con situaciones donde esto se reproduzca, porque el sujeto actúa también sus fantasmas, por lo cual va a encontrar esa respuesta que está pensando que va a encontrar. Lacan dice que el neurótico es un sujeto que en la repetición se va a encontrar con lo mismo. Freud decía que el sujeto repite porque no puede elaborar aquello que fue del orden de lo traumático. Entonces, repite para no recordar.  Pero en la repetición podemos considerar ciertas diferencias: está la repetición de lo mismo y también, en cada nueva puesta de la repetición, la posibilidad de que el sujeto se encuentre con un rasgo nuevo. 

Ese rasgo nuevo va a permitir que en algún momento que elabore eso que fue del orden de lo traumático para dejar de repetir, pero ¿qué hacemos los analistas en un consultorio? De alguna manera, el sujeto en transferencia, va a seguir repitiendo, en la medida que el analista va a ser aquel que ocupe el semblante de esos objetos a que el sujeto va a ir depositándole. 

Hay un primer tiempo en la cura  donde el analista ocupa el lugar de sujeto-supuesto-saber. Hay otro tiempo en la cura donde el analista va a intentar hacer temblar el objeto de cada fantasma a analizar. Por eso es importante que el analista lleve su propio análisis lo más lejos posible, porque es el único modo de poder sostener en transferencia los distintos tiempos de la cura. Hay un primer tiempo idílico en toda cura, después viene un tiempo más tormentoso, que es el tiempo donde el sujeto tiene que largar su objeto de fijación gozosa e incestuosa. Este objeto del fantasma es un objeto de fijación en términos freudianos, en términos lacanianos, de goce. Este mismo objeto, después de un trabajo analítico, es el objeto que al ser vaciado de goce, el sujeto con este objeto (liberado de ese goce), va a poder inventar algo para hacer un [cinto] en la vida. Es decir, que en lugar de padecen con el síntoma, haga una recreación sintomática para poder vivir de otro modo y no seguir padeciendo.

Ej: aquel que estaba pegado al goce anal, va a poder hacer con ese mismo objeto alguna otra cosa. No es lo mismo padecer la fijación que crear o inventar algo. Yo tenía una analizante que estaba muy fijada a cómo el mundo la miraba porque era la nena linda de mamá. Sus relaciones fracasaban cuando el partener no la miraba, y sentía que desaparecía de la escena. ¿Cómo no me miran a mí que soy tan linda? El mundo de esta paciente se limitaba, porque en la vida no siempre se puede ser la protagonista de todo. Por lo cual esto ella lo padecía y se angustiaba. Cuando se fue trabajando esta fijación que ella tenía a este objeto mirada del padre, ella empieza a poder pensar si puede hacer algo en relación a la mirada. Y actualmente ella trabaja en relación a la fotografía, expone, y ha podido hacer un cambio. El objeto del cual se trata es el mismo. Nada más que en un caso estaba al servicio del goce padeciente y en el otro caso está al servicio de la creatividad o la invención o de la sublimación, en sentido freudiano.

Decíamos que en el mejor de los casos, un sujeto va a responder en la vida con sus fantasmas. Cuando trastablilla el fantasma, va a surgir la angustia porque no va a tener con qué responder a lo que el Otro quiere. O sea, que la angustia implica encontrarse con la falta del Otro y también implica que es este punto la angustia va ser media o bisagra entre el goce y el deseo.

Este cuadro Lacan lo trabaja en el seminario de la angustia y pone arriba Otro (Autre) En el segundo nivel, la prohibición del incesto, o sea, la ley del padre, prohíbe a la madre reintegrar su producto y al niño acostarse con su madre. Por esa interdicción el Otro aparece en falta (lo barraado indica que A está en falta, castrado). Si el otro está castrado es que algo le hace falta. Si algo le hace falta, el niño viene a ocupar el lugar de falo imaginario en un primer tiempo y luego que opera la metáfora paterna va a convertirse en falo simbólico. Cuando hablamos del Otro, hablamos del Otro parental que puede encarnarse en la madre, pero también a veces puede ser el padre que pueda ocupar esa función. No hay que pegarlo a la cuestión de la identidad sexual, sino a la función. Es sobre la madre que va a caer la interdicción del padre en el sentido de “no reintegrarás tu producto” y al niño “no te acostarás con tu madre”. Ahí todo queda del lado materno. Si opera esta interdicción, a la madre le va a faltar algo y va  a tener que significar eso que le falta como falo imaginario o falo simbólico.


Si el niño queda como falo imaginario de la madre, queda siendo aquel que obtura la falta de la madre. Si opera en falo simbólico, la madre puede largar el niño para el mundo.

  • Falo imaginario: Es la creencia de que el bebé de verdad tapona la falta del Otro.
  • Falo simbólico: Adviene cuando la intervención del padre está operando y dice “No, el niño no te completa a vos, vos también necesitás del deseo de un varón o de otro”. Es cuando la madre, además del hijo, tiene otros intereses por fuera del niño.

Cuando la madre tiene otros intereses por fuera del niño, el interés libidinal con un partenaire sexual o el interés por el trabajo, ya está operando ese niño con significación de falo simbólico. El niño no puede hacer esta operación si el otro no promueve lugar. Cuando una mujer puede alojar a un niño como falo simbólico, a ella tiene haberle operado el padre edípico y también el padre muerto en sentido del padre de la ley. La prohibición va a en doble vertiente: para el niño y para la madre. Ambos se tienen que privar de un goce. Cuando nosotros analizamos y el sujeto nos dice “No, porque mi mamá me dice siempre lo mismo, quiere que yo lo obedezca”, está bien, es lo que quiere el Otro materno. Pero el sujeto también tiene una responsabilidad, ante como responde lo que el otro sujeto quiere.
En este tiempo donde el sujeto advierte que no es el objeto que completa al Otro, emerge la angustia, porque también existe la tentación de creer que existe el objeto que tapona al Otro. Está la doble cuestión: ser el falo y no ser el falo. Por eso, la angustia es bisagra de goce (el goce está en creerse el falo del otro) o el deseo que apuntaría a dejar de ser ese falito para poder tener acceso a los teneres fálicos: trabajar, estudiar, hablar, todos esos son tener fálicos. Cuando uno puede acceder a ciertos teneres, hay un punto en donde uno ha dejado de ser ese objeto de la demanda del otro.

Por ejemplo, la chica que dejó de ser la luz de los ojos de papá, pudo acceder a un tener fálico en la fotografía en la medida en que dejó ese lugar que la condenaba a estar sujeta a la mirada de los otros. 

La angustia como afecto incómodo, no siempre emerge y no siempre es tolerable. Con lo cual, hay 2 recursos que el sujeto tiene para evitar la angustia: el acting out y el pasaje al acto.

En el caso Dora, ella estaba ocupada mucho tiempo en ser lo que su padre quería. Pero su padre deseaba a la Sra. K y no quería a su madre, que era la que estaba todo el tiempo limpiando. Dora al no ser esa que el padre quería, entra en la triangularidad de la relación del Sr. K, la Sra K y ella, e incluso comparten vacaciones a sabiendas de que el padre era el amante de la Sra. K. Ahí hay toda una corriente libidinal donde Dora estaba mirando esta escena donde su padre no velaba ese deseo sexual hacia la Sra. K. Pero la que fue llevada a analizar fue Dora y no su padre para ver qué le pasaba él en esa mostración de su sexualidad hacia su hija. Esto hizo que Dora hiciera ciertos síntomas, como la tos, la carraspera, la afonía. Esto aludía a ese comercio sexual que ella estaba presenciando. Ella empieza con todo esto a los 14 años y podríamos decir que está en el segundo despertar sexual. En ese momento, ella estaba tironeada entre ser fiel a la madre o serle fiel al padre. Pero todos los problemas del padre, que había tenido tuberculosis, enfermedades venéreas. En ese punto, Dora era la hija falo que quería ser preferida por el padre, porque la madre prefería al hermano. En esa preferencia ella se ofrecía al otro como objeto. Porque este ofrecerse al otro como objeto, en principio, es al otro paterno, pero después en la vida es a cualquiera: puede ser al marido, a una novia, a un jefe. Es como esas mujeres que dicen “yo hago todo por mi marido”. En la histeria se ubica al partener como el amo castrado. Primero es el que puede todo, el que ella sostiene ofreciéndose en sacrificio aún en desmedro de cosas de ella. Ese lugar del varón idealizado está presente. En esto de qué espera el sujeto de mí y cómo se ofrece al Otro, sigue en la vida. La madre está en esos primeros tiempos iniciales en la relación.

En Dora está esta cuestión de la mirada. Y gozaba con esa mirada. También gozaba con ese lugar de ser la oreja del Sr. K. Porque él le decía a ella que no estaba satisfecho con su mujer, que no estaba contento, que le molestaba cierta presencia del padre. Dora hace síntomas físicos, la inervación somática. Pero hay un punto cuando Dora se empieza a angustiar, que es cuando empieza a preguntarse qué papel jugaba ella en esto. Frente a esta situación hay algo que Freud tomó, que es la escena junto al lago el Sr. K. le dice a Dora “mi mujer no es nada para mí”. Uno podría decir que ella estaba coqueteando con K, pero el objeto de su deseo era la Sra. K, porque la Sra. K representaba, a los ojos de ella, lo que significaba ser una mujer. Porque la pregunta de qué es ser una mujer no solamente atañe a las mujeres, sino también a los varones. Los varones dicen “qué más quiere de mi”. El enigma freudiano era alrededor de la femineidad y en la constitución subjetiva la pregunta por el deseo está también en relación a otro pequeño, a un semejante. Para Dora, la Sra. K era la representante de lo femenino. Cuando el Sr. K le dice que la mujer no es nada para él, cae lo que ella tenía como ideal y también, él creyendo que al decirle eso Dora iba a caer en sus brazos, no sabía que tenía que sostener esa triangularidad para que el deseo pudiera sostenerse. Porque el deseo se funda siempre en una terceridad. Padre – niño – madre. Esta triangularidad puede no existir realmente, un tercero puede ser una persona pero también puede encarnarse en un trabajo.

Dora, cuando escucha eso, le da una bofetada al Sr. K. Freud toma eso como un pasaje al acto, porque si hubiera emergido la angustia, Dora tendría que haberse tentado con esta pregunta: Si la Sra. K no es nada para él, ¿qué soy yo para él? ¿Qué represento, qué lugar ocupo? Pero en lugar de esa pregunta, que la angustiaría, ella hace un pasaje al acto en el sentido de quedar ahí, puesta en el lugar de un objeto. Ella se identificó a la frase del Sr. K como un objeto. Cuando el Sr. K dice que su mujer nada para él, está diciendo que su mujer es un resto, que no es nada, es un objeto, no es una mujer, sino nada. Dora se identifica a esa nada y aparece la cachetada.

Este ejemplo, Lacan después lo toma como paradigmático para no confundir pasaje al acto en el sentido que lo conocemos nosotros habitualmente. Cuando alguien dice “Uy, se intentó suicidar, como un pasaje al acto”. El pasaje al acto no es el suicidio siempre. El pasaje al acto implica caer de una escena del mundo identificado a un objeto, a un resto, a una nada. La escena hubiera proseguido con Dora, hubiera sido una escena amorosa, pero al pegarle una cachetada se rompe la escena del mundo porque es algo no esperado por él, no está dentro de lo simbólico. No tiene palabras, no hay un decir sobre eso. Hay un actuar por un lado y una ruptura de las coordenadas.

Todo pasaje al acto implica que el sujeto tiene amordazado su decir y por eso lo único que le queda es caer como un resto, porque no tiene palabras para reconocerse en ese lugar en el que el otro (chiquito), en este caso K, la interpela. Es el proceso primario, porque no ha habido lugar para el sujeto en que pudiera reconocerse como sujeto amparado por otro. Es como que le hubiera faltado un reaseguro del otro.

En la joven homosexual, que es uno de los historiales freudianos, hay una chica de la alta burguesía vienesa que el padre está muy enamorado de la madre y ella tenía un par de hermanitos varones y cuando tenía 13 o 14 años nace un hermanito varón y el padre, que está totalmente fascinado con su mujer, no le presta atención a ella y por otro lado, la madre está todo el tiempo puesta en el lugar de mina. La madre no se comporta con la joven homosexual como una madre. Cuando una hija mujer está creciendo, una madre tiene que dar un paso al costado para que la hija mujer pueda acceder a lo femenino de que ella le trasmita y para que sea “la mujercita” del padre. No es la madre también que tiene que restarse para que la nena pueda acercarse al padre, decepcionarse del padre y buscar en un subrogado otro. Esta mujer, en su narcisismo, no miraba que su hija estaba creciendo, con lo cual, a esa chica lo único que le quedaba era tener que comportarse de alguna manera para que los padres le prestaran atención. Ella, en ese tiempo, estaba absolutamente dedicada a cuidar unos niñitos hijos de una familia amiga, con una devoción que uno podría decir un tanto patológica. Podemos decir que había un intento de identificarse a una madre que miraba sólo a los hijos varones y que a ella no la miraba. Para poder acceder a la femineidad, la hija mujer necesita de la libidinización de parte del Otro materno, con la voz y la mirada, y también el amor del padre y al padre.

O sea que esta mujer no tenía ni la vertiente amorosa del padre ni la vertiente donadora de voz – mirada para libidinizar ese cuerpo que se iba haciendo mujer del lado de la madre. La joven empieza entonces con una serie de actuaciones (acting out) a pasear con una mujer de dudosa reputación que se llamaba La Cocot. La Cocot era una mujer bisexual que a veces cobraba sus favores sexuales, casada con un varón de la comunidad vienesa y que además había tenido unas cuestiones delincuenciales de por medio. Una familia tradicional judía de Viena y la hija se aparecía con una mujer así era mal visto, pero estos padres hacían caso omiso, la joven iba al trabajo del padre y se mostraba paseando con esta mujer, que era mucho más grande que ella. Esas son mostraciones. Un acting out es una mostración de un significante que se ha elidido (fuera de, excluido) de la cadena simbólica. Aquello que no entró en la cadena simbólica, se muestra. Es lo que no puede ser dicho. El acting out se juega siempre en una escena, sería representar como un juego sobre una escena una historia en acción. Se representa algo dirigido a alguien.

¿Por qué algo no puede ser dicho? Porque no hay un otro que escuche. Por eso no hay análisis sin acting out, porque todos desde algún lugar, no hemos sido escuchados por ese otro materno. Transferencia sin análisis es aquello que el sujeto trae al análisis pero que no pudo ser dicho en su historia, es decir, un significante que escapó de la cadena. Ese significante el sujeto lo va a mostrar. En el caso de la joven homosexual, esta mostración que hacía de pasearse con la Cocot, era una forma de decirle a los padres “Ustedes no me miran, pero voy a estar en el peor lugar para que me miren. Voy a buscar a alguien que a ustedes los incomode para ser mirada”. Ella se buscó a alguien que no hacía juego con su familia de origen, alguien que estaba por fuera de las constelaciones sociales, morales y culturales de su propia familia.

Los adolescentes crecen de acting en acting, porque todavía no tienen todo el acervo simbólico para poder decir, porque está en una etapa donde el fantasma no ha terminado de sellarse. Porque esto que yo les decía de la posición fantasmática, se inicia en la infancia, se da una segunda vuelta en el segundo despertar sexual, que es la entrada en la pubertad, y en la adolescencia se va sellando hasta que el sujeto sale de ser adolescente. Pero la adolescencia significa adolecere, y el crecimiento es de acting en acting. Por eso los chicos son tan “barderos”, porque no tienen otras chances, entonces muestran su problemática. No todo adolescente hacen un acting de un modo de cortarse, o dejar el vómito. Esos son adolescentes con cierto grado de gravedad. El adolescente es el que le decís “Hola, ¿cómo estás?” y te da un portazo. Eso también es un acting. Es algo que muestra, que no sale de la escena. Puede dar un portazo pero no queda como un resto, es una afirmación de él. En el acting out hay un intento de afirmarse. En el pasaje al acto, el único recurso que le queda al sujeto para ser nombrado, es reducirse al resto. 

De un pasaje al acto no se puede volver del mismo modo. De un acting out sí se puede volver. En el pasaje al acto, por ejemplo, si uno insulta al jefe, es difícil que retome la misma relación. En cambio, el acting out es un llamado al otro para que lo tenga en cuenta de alguna forma. En al análisis tenemos que distinguir uno de otro, porque a veces podemos confundirnos. 

Sigamos con la joven homosexual. El padre de la joven tenía una mirada colérica y en uno de esos paseos en que estaba con la Cocot, se tira a las vías del tren. Las vías del tren en alemán es [¿??] lo equipara al parir también. Cuando lean el texto, fíjense que parir, parirse también implica tirarse a las vías del tren. En ese tirarse a las vías del tren ya no hay mostración, hay un pasaje al acto, porque ella no logró de ese papá una palabra que pusiera coto a esas mostraciones con la Cocot. Sólo una mirada sin palabras. Con lo cual, se vio obligada a tirarse a las vías del tren para así preguntarse ¿te hago falta en algo, significo algo para vos? La joven homosexual, como cualquier adolescente, puede llegar a esta encrucijada si el otro no lo lee, puede a lo mejor verse obligado a identificarse a un objeto para ser reconocido. Es un reconocimiento complejo, porque puede perder la vida. La joven homosexual se salva y así termina en las manos de Freud, pero es recién ahí que el padre piensa que a la hija le puede llegar a estar pasando algo. El padre no consulta por lo que pasó, sino para que la joven rectifique su conducta sexual.

El acting out aparece mucho en los neuróticos y ahora también vemos, en la clínica, que hay pacientes que viven de acting en acting. La malla de lo simbólico no ha podido tejer la posibilidad de dar una respuesta a qué me quiere. Como no tienen un fantasma al cual responder, que una frase que se juega. Si ustedes se analizan, en algún momento van a descubrir cuál es la frase fantasmática que los habita a cada uno. 

El reto que la joven homosexual tendría que haber recibido sería la demanda del otro. Y la demanda, es demanda de amor. Y la demanda de amor constituye al sujeto. Si un sujeto no es demandado, es el paria más absoluto de la tierra. El acting out es un pedido al otro, si el otro no acude, lo deja sin recursos.

En la dirección de la cura, nos vamos a encontrar con cualquiera de estas 2 versiones que evitan la angustia. La angustia guía la dirección de la cura, porque es aquella que nos permite orientarnos en donde el sujeto está gozando pero también hacia a dónde apunta su deseo. Siempre que emerge la angustia, hay algo entre un goce que se quiere retener, pero también hay un deseo que implica que, para acceder a ese deseo, hay que dejar el goce. 

El goce te deja acá, en un lugar con la ilusión de que hay otro sin castrar y un sujeto sin castrar.


La castración implica pérdida. Ser el falo de la madre es una ilusión que tenemos que perder todos. El trabajo analítico es pasar de ser a tener. Pero en este pasaje hay pérdida, y el deseo implica siempre una pérdida de la posición de goce frente al Otro. El goce es atractivo porque tiende a la homeostasis del aparato, a evitar la castración. Hay 2 tipos de castración:


  • Castración imaginaria: Es la que el neurótico ofrece como hipoteca a su cuerpo, como en la impotencia, la inhibición, el síntoma.
  • Castración simbólica: Es la castración de Otro. Que el otro esté en falta desde siempre, y aunque yo me esfuerce, me esmere e hipoteque mi vida para colmar al otro, el otro está en falta por estructura. En la medida que el sujeto entra en el lenguaje, algo perdió.

Una cosa que pierde el sujeto cuando entra en el lenguaje, es el cuerpo biológico. Adquiere un cuerpo hablante y hablado. Sostener el deseo implica perderse de algo. No cualquier cosa es deseo. El deseo de morir no es un deseo, sino el goce de volver a una cosa inanimada en la que no hay pérdida. “Si desea suicidarse, hay que dejarlo”, dicen. Yo no estoy de acuerdo con eso, porque eso no es un deseo, sino la imposibilidad de reconocer como sujeto en una cadena histórica. Porque a veces los hechos se refieren a 2 o 3 generaciones atrás. No siempre está en relación a la identificación de los padres, va más lejos.

En las neurosis hay una inscripción de la metáfora paterna. Esto hace que el sujeto pueda hacer un síntoma, o una inhibición, o angustiarse. Esto demuestra que el nombre del padre operó. En la psicosis, el nombre del padre está forcluido, porque el sujeto quedó como falo imaginario de la madre. Y en la perversión hay una renegación del nombre del padre, no hay castración. Por eso, cada una de las estructuras va a implicar que nosotros orientemos la cura de tal o cual manera. El campo de las neurosis es el campo más propio del psicoanálisis. Con la psicosis, uno puede lograr que el psicótico se estabilice, pero la estructura no se cambia.

Lo que si hacemos en la neurosis es que la fijación en el objeto, el fantasma, ceda para que el sujeto como deseante pueda inventar algo. Por ejemplo, hacer con la mirada alguna otra cosa.

El goce que se pierde implica un duelo posterior, además de la angustia por la que se pasa. Por eso el análisis no es sencillo, porque talla que el sujeto cambie la posición, no solamente que cambie la posición imaginaria, que se deshaga del sentido del Otro sin necesitar del acting out ni del pasaje al acto.

lunes, 19 de agosto de 2019

Neurosis actuales, ¿presentaciones sin angustia?

Mostraciones, compulsiones, acting out y pasaje al acto:  ¿Cómo practicar la cura en aquellas modalidades clínicas que no vienen representada por el síntoma y donde la angustia no alcanza a tener una expresión subjetiva? 

Notas de la conferencia dictada por Stella Maris Rivadero, el 10 de marzo de 2016.

¿Cuáles son las coordenadas estructurales de este tipo de presentación? Se trata de pacientes que no entran en transferencia fácilmente, porque no tienen la posibilidad de instituir el sujeto supuesto saber, en la medida de que la carencia de estos analizantes reside en haber tenido un lugar en el Otro, pero no el suficiente alojamiento. Es decir, hubo un tiempo instituyente donde algunas operaciones con respecto a situar el objeto perdido no fueron realizadas. Recuerden que Freud habla del objeto perdido, que hace que el aparato se movilice para intentar recuperarlo nuevamente.

Hay un tiempo fundante donde se instaura la operación de la bejahung, o sea la expulsión del objeto, pero no termina de hacerse el reconocimiento ni el duelo por el objeto perdido. Con lo cual, son sujetos que van a vivir, en un tiempo actual, algo del trauma que no ha terminado de constituirse psíquicamente y algunas cuestiones han quedado incrustadas en el yo y en tanto en el ello, no han pasado a formar el inconsciente. Con lo cual, el ello pulsional es lo que empuja a la mostración del acting out o el pasaje al acto, o a las adicciones.

Vamos a ubicar en qué el Otro del amor fundante fracasó, con lo cual podríamos ubicar este tipo de presentaciones en lo que podríamos decir fracasos del fantasma. Es decir, no ha terminado de constituírse el sujeto en el fantasma, como ese objeto que obtura lo que el Otro quiere de él. La pregunta fundante del sujeto es qué quiere el Otro de mí y a partir de recortar uno de los objetos de la pulsión (heces, seno, voz y mirada), elige uno de ellos para identificarse a uno de esos objetos y proponerse como objeto amable del Otro.

En estos casos, el sujeto no pudo proponerse como ese objeto amable del Otro porque ese Otro no dio lugar, en la medida que el Otro primordial, para poder hacer lugar a ese niño por venir, tiene que efectuar un par de operaciones: por un lado, mostrar su vacío; por el otro, dar alojamiento en ese vacío. El tercer término es poder soportar lo real del niño que hace mancha en el cuadro, que no es ese ideal que los padres esperan del chico y también empezar a forjar ese corte para que en algún momento pueda largarlo a la vida. ¿Qué es aceptar lo real del niño? Es aceptar que el niño haga diferencia con lo que el Otro esperó y que no suture totalmente la imagen del ideal del yo. Es decir, que el niño cuente con - φ, que es lo que la Lacan trabaja en el seminario de la angustia como el agalma que el niño posee en nombre y a cuenta propia. Hay un resto que el niño porta, que es inasimilable ni contable por el Otro, pero que lo debe soportar como diferencia.

¿Cómo se constituye la imagen del yo? Freud nos decía que el yo tenía que ver con la mirada del Otro y Lacan lo formaliza en el estadío del espejo cuando dice que el niño voltea su mirada para recibir la aprobación del Otro. La aprobación del Otro no solamente está dada por la mirada, sino también por los significantes con los que va a investir a esa imagen. En ese lugar, el niño va a responder con su propio yo, que va a necesitar hacer un proceso de salida del fondo del espejo. Es decir, no quedar atrapado en esa especularidad para poder asumir gratamente y verse más allá del Otro. Eso rompe la dialéctica imaginaria especular, donde entra a tallar lo simbólico, que puede señalar "Tú no eres eso que el Otro quiere".

En estos casos graves hubo una alteración en el tiempo de la constitución del espejo, que se da entre los 8 y los 18 meses. El niño no encontró al Otro en un estado que le permitiera integrar su imagen yoica. Puede ser que el Otro, en ese tiempo, mirara para otro lado, porque haya estado en un tiempo de duelo o porque por su propia historia no haya podido libidinizar esa imagen como diferente. 

Este primer tiempo del estadío del espejo se reformula en el segundo despertar sexual, es decir, en el pasaje de la pubertad a la adolescencia, donde el mundo simbólico, imaginario y real tienen que volver a anudarse. El sujeto es un sujeto anudado, bordado borromeicamente en lo real, lo imaginario y lo simbólico y los 3 registros tienen el mismo estatuto. Cuando aparecen las transformaciones secundarias en el cuerpo de la metamorfosis de la pubertad -como lo nombraba Freud- ese nudo tiene que volver a reorganizarse, porque el cuerpo del niño empieza a tener los caractereses sexuales que van a permitir o no sus identificaciones con el ser sexuado. De allí que esas identificaciones también van a provenir de cómo el Otro sancione ese nuevo cuerpo que está adviniendo. Podemos pensar un primer estadío del espejo en la infancia; un segundo momento, tiempo de pubertad y entrada en la adolescencia. 

Puede haber habido algún yerro en la constitución de la imagen yoica en la infancia, que después puede ser reparada o rectificada en ese segundo tiempo de despertar sexual, si el Otro estaba mejor afectado. Es decir, si el Otro puede sancionar esa imagen y ese cuerpo con nuevos significantes que digan de la posición sexuada. Entonces, un chico puede haber encontrado a su Otro primordial en otro estado en el segundo tiemo y reparar los errores de anudamiento que le permiten situarse de otro modo en la vida. 

Recién mencionábamos que tenía que haber una operación de duelo del objeto perdido y que nunca va a ser elcanzado, aunque el sujeto repita indefinidamente ese reencuentro. El objeto perdido es de ese tro primordial. Freud ubica en Recuerdo, repetición y elaboración, que aquello que no se puede elaborar se repite y allí menciona 2 casos de repetición, que son la repetición significante, que es cuando uno escucha un significante que se repite y se revela un trazo del sujeto, y también contamos con la repetición del agieren. El agieren es la actuación, aquello que al no poder ser dicho se repite actuando. Lo que no se dice se actúa, se muestra. Hay un significante elidido de la cadena, por lo cual solo puede ser puesto en escena. 

Hay acting out que están por fuera de la escena del análisis y hay otros que están dentro de la escena del análisis. A veces nosotros pensamos el acting out como algo espectacular que se da a ver y el acting out puede ser una insistencia, como la de no poder dejar un celular. Esa necesidad de tener el objeto y mostrarlo todo el tiempo era algo dado a ver, en la medida que en ese primer momento no se podía leer por qué esa dependencia a ese objeto real concreto. La cuestión de la necesidad es diferente a la del deseo. La necesidad tiende a satisfacerse inmediatamente, mientras que el deseo requiere tiempos del accionar para poder sostenerlo a lo largo del tiempo. Lacan subrayó 3 modos de acercamiento o de resolución de la falta, en relación al deseo: deseo insatisfecho en la histeria, deseo postergado en la neurosis obsesiva y deseo prevenido en la fobia. En estos pacientes graves no podemos leer una relación al deseo, sino que lo que se instaura es un modo de relación a la pura necesidad. Y ahí lo podríamos articular con lo que Freud decía de la compulsión a la repetición.

Les voy a leer una cita de Freud sobre la copulsión a la repetición. Está en Más allá del principio del placer:

Se conocen individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace: benefactores cuyos protegidos (por disímiles que sean en lo demás) se muestran ingratos pasado cierto tiempo, y entonces parecen destinados a apurar entera la amargura de la ingratitud; hombres en quienes toda amistad termina con la traición del amigo; otros que en su vida repiten incontables veces el acto de elevar a una persona a la condición de emínente autoridad para sí mismos o aun para el público, y tras el lapso señalado la destronan para sustituirla por una nueva; amantes cuya relación tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en idéntico final, etc. Este «eterno retorno de lo igual» nos asombra poco cuando se trata de una conducta activa de tales personas y podemos descubrir el rasgo de carácter que permanece igual en ellas, exteriorizándose forzosamente en la repetición de idénticas vivencias. 

Esta compulsión a la repetición está contrapuesta a la lógica del inconsciente, en la medida que se repite lo mismo, pero no hay esa otra repetición que nos puede permitir leer una vuelta en más para poder deducir la lógica del inconsciente. Si antes decíamos que en estos pacientes hay zonas del ello que no han podido ser tramitadas como inconsciente, el inconciente no puede determinar los actos de estos sujetos. Impera lo que Freud llamaba la increencia en el inconsciente, que hace que también hace que haya una increencia en el otro, en el semejante. Son sujetos que no creen en si mismos ni en el amor del otro. Si decíamos que el sujeto se funda en el campo de la falta y el amor del Otro, cuando algo de ese amor no fue donado, se instala la increencia. 

Anteriormente yo decía que habían sido alojados por el Otro, pero no lo suficientemente. Es decir, estuvo la falta y el deseo, pero no hubo alojamiento. Alojamiento quiere decir restricción de goce, suspender el propio capricho para dar lugar a que ese otro pueda formular su propia demanda. El amor es dar lo que no se tiene a quien no es, es soportar la diferencia radivcal con el niño. La restricción de goce es porque todo verdadero amor conlleva la castración e implica que hay que perderse de algo para darle lugar a la alteridad del otro. Esto no es solamente en el caso de los niños, sino tambien el lugar del otro en la pareja, los hermanos, etc. Hay que restringirse un goce para que el otro no quede objetalizado.

Estos sujetos, cuya gravedad hace que no puedan inscribirse en la poiesis inconsciente, están habitados por una zona de desamor del Otro. Una zona donde el Otro los gozó y ellos fueron objetos pasivos de ese goce, porque no pudieron tener ese  - φ, para restarse de ese Otro y decirle "No soy eso que vos querés". La mirada y el decir del Otro no fueron amorosos, sino miradas ausentes, vejatorias, que desconocieron lo real del niño. Fueron objetos para su propia satisfacción.

En ese punto, este desamor queda inscrustado en el yo y en el cuerpo. Lo único que pide ese cuerpo y ese yo es una satisfacción rápida, de allí que viene la adicción, las actuaciones, el descuido del cuerpo, etc. No pueden restarse de goces que dan una satisfacción inmediata, pero que no inscriben el tiempo lógico: mirar, compender y concluir. Los tiempos lógicos son también los tiempos del inconsciente, porque el inconsciente cifra goce y al hacerlo permite degajar la meta deseante.


Pregunta: ¿Qué relación hay entre el desamor del Otro y la constitución del yo?

S.M.R.: Lo que no permite es la inscripción simbólica que agujerée lo imaginario del yo. El yo es una imagen, es la primera aprehensión imaginaria, pero necesita ser agujereada por lo simbólico para que el sujeto pueda reconocer las determinaciones inconscientes. Es decir, el yo saludable se puede efectuar si hay inscripción de la poiesis inconsciente, si el sujeto puede creer en su determinismo inconsciente, si puede haber producciones de las formaciones del inconsciente.

El sujeto adicto, el sujeto que actúa, que ofrece su yo a situaciones ruidosas u ofrece su cuerpo no tiene esa inscripción simbólica que agujerearía al yo como imagen. Nosotros sabemos que eso es alienante al campo del Otro, pero que necesita -lo vemos en un sueño, en un lapsus- descentrarnos de ese yo. El yo tiene autonomía solamente si tiene el agujero de lo simbólico que puede restarlo de un yo que queda rígido. Por eso en estos pacientes el relato es acerca de lo cotidiano, no hay pregunta, no hay formaciones del inconsciente. Es una queja constante de lo que le hacen los demás, de lo que le pasa, un relato desafectivizado, donde ellos no están en la escena del análisis. Vienen cuerpos robóticos, actúan por lo que el otro le sugiere consumir, por lo que el otro le diga que tiene que hacer. 


Por otra parte, estamos en una sociedad donde el discurso capitalista, al forcluir las cosas del amor, deja al sujeto a consumir y a consumirse. No se trata de descartar la tecnología, sino de recepcionarla sabiendo que se trata de un objeto de consumo y no un objeto de deseo. Es el trabajo del análisis que va a horadar ese peso objetal, no solamente del celular, sino del sujeto y le va a dar la posibilidad de entrar en las coordenadas del tiempo y el espacio y del set transferencial. Si decimos que la transferencia es odio y enamoramiento, la única chance que tenemos los analistas es de trabajar y operar en transferencia para justamente, cohartar esa compulsión a la repetición que recién les leí en Freud. Es decir, para que el sujeto deje de dar vueltas enloquecidamente sobre el mismo punto donde se pierde como sujeto.


Pregunta: ¿Se trata, en transferencia, de operar sobre esos tiempos fundacionales de la adolescencia y pubertad?

S.M.R.: No solamente ahí, sino que la transferencia puede operar y corregir, de alguna manera, los déficits del primer y el segundo tiempo. Es decir, cuando nosotros decimos que con estos pacientes lo único que opera en un primer tiempo es la presencia real del analista. La presencia real del analista y la apuesta que el analista hace para que advenga un sujeto. El deseo del analista implica la ausencia de goce e implica fuertemente el análisis del analista. Son pacientes que agotan, agobian, que no vienen en ese tiempo transferencial idílico. Se enojan, no quieren pagar los honorarios, se olvidan de venir y faltan, que avisan a último momento. Hay que apostar a que ahí se instale algo de otro orden, porque son pacientes que tienden a ser rechazados, porque incomodan y molestan. 

Nosotros tenemos reconocer que va a ser una transferencia incómoda durante un tiempo. Faltan a último momento y cobrarles la sesión es difícil, porque no tienen la dimensión de lo que es elegir ganar y perder. Otro tipo de pacientes sabe que si elige no ir al análisis paga por esa pérdida. Estos pacientes se enojan y si nosotros estamos advertidos de que no es con nosotros, sino lo que ellos pueden hacer porque fueron gozados por el otro, advertimos que lo único que pueden mostrar es seguir gozando locamente sin poder restarse de eso. 


Uno tiene que hacer un trabajo de abstinencia para no gozarlos, por ejemplo "Bueno, si no querés venir no vengas, chau". Es lo que nos pone a prueba como analistas, porque si el analista ha vaciado el goce de sus propios objetos, no se va a ubicar como esa mierda desechable que le propone este tipo de analizantes: no sé quien sos, no tengo en cuenta tus horarios, ni tus honorarios, te descarto rápidamente... 


En estos pacientes, hay un primer momento de diálogo común para intaurar la confianza en la palabra del Otro. No todo el mundo tiene a la palabra como vehículo de llegada al otro. La palabra puede tener llegada al otro cuando está vaciada del goce pulsional. Alguien puede cantar cuando ese objeto perdió su fijeza pulsional. Alguien puede hablar con el otro y dirigirse cmo otros alter en la medida en que esa voz perdió la coloratura superyoica. Estos pacientes, al estar bajo el dominio del goce, la voz no es vehiculizadora de la palabra, sino donde retruena el goce del superyó. El superyó ordena a su vez "Así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser", con lo cual deja al sujeto en una encerrona trágica. Los adolescentes todavía no han constituido la alienación a todos los significantes del Otro y tienen que hacer la operación de serpación. En estos sujetos hay un punto donde los podemos asemejar al tiemp adolescente, pero la diferencia es que no han podido alienarse a ese Otro, en la medida que no han podido perder ese objeto que queda incrustado en el yo o en el cuerpo. Por eso no tratan dignamente a su cuerpo. 


El adolescente que va a la consulta con un analista es porque hay algo del Otro primordial que no propicia esa báscula entre alienación - separación. El adolescente va a transitar zigzagueos que si el Otro lo soporta, podrá emerger de la adolescencia sin necesitar de un analista. Cuando necesita del analista es que hay un lugar vacante que esos otros primordiales no pudieron ocupar. Toda función tiene fallas, con lo cual hay un punto donde si una madre o un padre no pueden sostener un lugar, mejor que vaya a un analista para que le ayude a formatear algo que en esa familia no se dice, se ha renegado o no puede circular por la propia historia singular de cada quien. 


Aunque los adolescentes vengan enviados, pueden formatear algunas preguntas. Durante muchos tiempo, estos sujetos de los que hablábamos vienen y cuentan que se fumaron todo, consumieron drogas, pero sin la posibilidad de que talle la posibilidad de preguntar qué es lo que les pasa. Es el analista que va a tener que interrogar eso, agujereando esa cuestión imaginaria.  Es lo que pasa con los ataques de pánico. El paciente viene identificado a ese significante del DSM IV. Nosotros de entrada no podemos decirle que es un ataque de angustia, sino que tenemos que dar cabida a esa nominación imaginaria dada por el status médico para que el sujeto pueda decir qué aconteció o en qué momento eso emergió. Pero durante un tiempo haremos semblant de creer que es un ataque de pánico. Como también haremos semblant de que el sujeto chatee con el teléfono mientras está en la sesión, hasta que en algún momento y por la ley simbólica uno pueda decir que en este espacio no se puede. Si no se les da alojamiento primero, se los expulsa. Y justamente esto de lo expulsivo de la subjetividad es lo que vemos en la cultura. Si decimos que estamos en un mundo donde se tiende a la objetalización, la única herramienta que nos queda a los analistas para hacer diferencia con eso es ubicar que ese que tenemos en frente es un sujeto que sufre, aunque no pueda registrarlo.


La lógica del inconsciente es que no todo puede ser, porque es correlativa a la lógica castrativa. La castración es que no todo se puede. Los neuróticos nos arreglamos más o menos con eso, pero en este tipo de padecimientos actuales, no hay una negación. Hay una renegación, generalmente, de lo castrativo. La renegación es una posición perversa, en el sentido de "si, pero no obstante...". Estos pacientes viven en un tiempo actual y no diferencian la casa del consultorio, que otro lugar. Por eso las mostraciones del consultorio muchas veces son como si estuvieran en su propia casa. Se sacan los zapatos, ponen los pies arriba del escritorio... 


Si nosotros pensamos psicoanalíticamente, es recién a la tercera vez que se puede señalizar algo. Seguramente que de entrada ese límite no lo van a aceptar, por esto de la compulsión a la repetición. La pulsión de muerte es la que comanda este tipo de subjetividades, por eso pueden consumir hasta morir, o ir a 200 km/h y se estrellan en algún lugar. O se agarran una enfermedad venérea. Viven en el riesgo de la vida, pero no en el riesgo del deseo, sino en el riesgo de la pérdida posible de la vida. El límite va a ser desde ese lugar simbólico, que implique un pasaje de la ley que restrinja y separe goce y permita orientar agun deseo. Sino, solamente va a sonar como capricho del analista. El punto es que la enunciación desde la cual el analista diga algo de ese límite tiene que ser una enunciación donde resuene el vacío de la ley. No solamente el vacío de la ley que separa las instancias o los espacios "Esto no es lo mismo que tu casa", sino que también introduce la dimensión del tiempo.


Para estos pacientes, el trauma no es algo que pasó, se elaboró y se perdió. El trauma es actual, lo traumático no puede elaborarse y si no se elabora no se puede recordar, entonces se repite actuándolo. Para mi son muy importantes los textos Más allá del principio del placer y Recuerdo, repetición y elaboración. y también lo que Freud trabajó sobre las neurosis traumáticas y las neurosis actuales, las neurosis narcisistas. Este tipo de presentaciones, aunque Freud ya las había formulado, aparecen ahora en demasía en la medida que el discurso imperante hace que el sujeto sea un mero objeto. No solamente desde el discurso social, sino también desde el discurso que le dio el Otro. 


Lo que no se puede armar en estos pacientes es la diferencia entre yo, ideal del yo y yo ideal. Quedaron capturados en el fondo del espejo como un yo ideal a satisfacer a la mirada y al decir del Otro primordial. No recortaron la mancha que permite al sujeto hacer mancha en el cuadro, es decir, que moleste e incomode al Otro. Un niño, cuando se cría, molesta e incomoda al Otro, porque no siempre entra en el ideal de los padres y el único modo que el sujeto tiene de separar esas tres instancias es sin el Otro ha permitido esa operación. Para el Otro, impica la restricción de goce y el duelo por ese hijo ideal que se quiso tener. Los chicos desacomodan al Otro y si el Otro está en un confort y no permiten ese desacomodamiento. La castración es eso, el no-todo y soportar la alteridad del otro; no solo en los tiempos fundacionales, sino también en la relación con la gente. 


Helene Deutsch llamaba a estos pacientes cuasi normales o "como si", porque decía que eran sujetos que podían tener muchas cosas importantes en su vida, pero la dificultad mayor estaba en considerar al otro como persona. Se manejan por la satisfacción inmediata de algo que a ellos les acontece. El otro les dice "no me llames" y estos pacientes llaman compulsivamente, arrasando la subjetividad del otro. Cuando se puede establecer la relación con un semejante para que sea un prójimo y no solamente un semejante en el espejo (con quien se lucha por el prestigio de él o yo), aparecen los celos y la rivalidad, porque se ha propiciado la posibilidad de armar un sujeto, otro sujeto y así. Sino, hay una intrusividad en el campo del otro, que es la intrusividad que aparece en la relación con el analista, con esto de faltar y avisar a último momento, no pagar los honorarios, llamar muchas veces por día. 


La angustia que los habita es masiva, ante el desamparo absoluto. No es la angustia señal, bisagra entre deseo y goce. Es la masiva, que nosotros vamos a tener que recortar para que en algún momento se transforme en angustia señal. Debemos buscar lo que no está dicho, que en general aparece en la segunda o tercera generación en una escena. En la clínica no solamente vamos a trabajar con los pacientes próximos, sino también historizar hasta la tercera generación para poder trabajar con las series complementarias, al modo freudiano. No hay que olvidar que justamente Freud pesquizó agudamente que lo traumático excedía a la generación anterior. Con estos pacientes que actúan y muestran en el cuerpo la miseria humana, tenemos que trabajar para que eso que quedó en el ello pueda ser pasado a la inscripción inconsciente, que dé lugar a una formación que permita interrogar el goce del sujeto.


Le enunciación es la posición desde la cual uno habla y el enunciado es lo que se dice. La posición del analista tiene, en su enunciación, que ver con excluir el goce. Entpnces, cuando nosotros decimos a un paciente, por ejemplo, "Mire, apague el celular", no es por capricho. Es porque no se puede todo a la vez, aunque esto se use actualmente. Es castrar los objetos. para poder hablar con alguien hay que dejar de lado el chateo. El análisis solo se pued eefectuar en presencia real. Momentáneamente uno puede hablar por teléfono o tener una sesión por Skype, pero hay un punto donde eso tiene un límite, porque la presencia real del analista y del analizante tiene que ver con que se ponga el cuerpo en juego y los objetos de la pulsión, que sino quedan excluídos.


El Skype puede funcionar por algún tiempito, por una cuestión particular porque un paciente se ha ido, pero luego tiene que haber un retorno porque hay algo del tono, de la voz, de la mirada, que se produce en transferencia. Es aprés coup que unos e pregunta qué es lo que estlá semblanteando frente a cada paciente. A veces uno habla mucho, a veces poco, depende de cada uno en particular. Un semblant es hacer la mirada, los ojos, la mierda del otro, etc. No es algo que se aprenda en los libros, sino en el análisis del analista y en el análisis de control. También tiene que ver con que se hayan vaciado lo más posible esos goces pulsionales del analista y con la famosa abstinencia freudiana. Por eso, el analista es al menos 2: el que practica y el que reflexiona sobre su práctica. Si no hay reflexión de la práctica, queda simplemente en un hacer, que es un hacer cualquiera. Por eso los carteles, los grupos de investigación, los grupos de supervisión y estudio, que enhebran la fineza de la clínica con la ductilidad del objeto. Un análisis llevado hasta el final tiene que hacer advertir al sujeto de cuál es el objeto prínceps de goce que lo habita, qué lo llevó a ser eso que el Otro quería. Nosotros rompemos el sentido del Otro para que el sujeto tome a su cargo su propio rasgo, que lo singulariza y lo hace distinto a otros.


El final de análisis es el tiempo más duro, porque es cuando tiene que caer el objeto prínceps de fijación. Es decir, dejar de ser eso que se fue para el Otro. El trabajo es extraer el sentido del Otro para que el sujeto, a esa letra y a esos significantes que conformaron su ser, puedan tener otro valor y entrar a jugar con otros en el lazo social. Estos pacientes graves tienen dificultades de entrada en el lazo social, por no soportar la diferencia ni la alteridad, consigo mismos y con los otros. Es gente que en la masa pierde su singularidad, pero no puede estar con otros. La masa borra la singularidad y necesita de un lider, cualquiera sea. Con lo cual, el ideal del sujeto queda pospuesto y subsumido al ideal del líder. Y los líderes, como Hitler, pueden hacer cualquier cosa.


Pregunta: ¿Qué hacer con los pacientes con ataques de pánico, donde no hay simbólico que dé cuenta de ese momento?

S.M.R.:  El punto es tener la paciencia suficiente como para que puedan empezar a historizar algo. Todo el primer tiempo corre con el trabajo del analista: preguntas, subrayados, con comentarios que tienen incluso que ver con el sentido común. Porque justamente, están aplastados bajo la égida de Ataque de Pánico. Ataque es un momento fugaz, donde no hay posibilidad de historizar. La única manera de hacerlo es tomarnos el trabajo de preguntar, repreguntar, que en algún momento parecen charlas de café. El simbólico aparece taponado por lo imaginario y nosotros tenemos que hacer que ese simbólico emerja. En general, son pacientes donde la presentación es poco simbólica. Eso tiene que advenir, un simbólico agujereado, destapando lo imaginario que lo cubre.