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sábado, 7 de noviembre de 2020

Acostumbrarse al infierno

Leemos el cuento corto "EL INFIERNO" de  Virgilio Piñera, Cuentos fríos (1956) en el libro del cielo y del infierno (1960):

Cuando somos niños, el infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y entonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos queman —¡las llamas de la imaginación!—. 

Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la noción del infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a describirlo. 

Ya en la vejez, el infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. 

Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. 


Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega al día en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues ¿quién renuncia a una querida costumbre? 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Los peligros del acostumbramiento

Los seres humanos, al igual que el resto de los animales, tenemos la capacidad de adaptarnos a los cam­bios que ocurren a nuestro alrededor. Uno de los mecanismos que lo permite es la habituación (disminución de la respuesta ante la presencia repetida de un determinado estímulo).
La habituación representa una de las formas más elementales de aprendizaje. Se basa en asimilar que un es­tímulo no es importante porque no tiene consecuencias que necesiten consideración. Nos permite enfocarnos eliminando las respuestas a elementos irrelevantes del medio.

Algo que experimentamos frecuentemente es el acostumbramiento a sonidos molestos. Si en el trabajo la computadora empieza a hacer ruido, nos va a molestar al principio, pero después de un rato probablemente no solo nos deja de fastidiar, sino que incluso dejamos de percibirlo.

Nada mejor que el cuento del sapo para ejemplificar esto. Si uno tiene un sapo y lo intenta introducir en una olla de agua caliente, el sapo salta rápidamente y escapa. En cambio si uno lo ingresa en agua fría y la pone a fuego bajo, elsapo se queda adaptando su cuerpo a la nueva temperatura hasta que muere.


La capacidad de adaptación a las más diversas circunstancias hace que, ante el cambio en los contextos sociales, el ser humano pueda sobrevivir sin mayores dicultades. Esa misma capacidad puede convertirse en defecto cuando las circunstancias extremas en lugar de ser tomadas como una excepcionalidad, se convierten en la norma, en la habitualidad. 

El acostumbrarnos a que pasen ciertas cosas y que, porlo tanto, no nos sorprenda y nos adaptemos a vivir con ellas es bueno, pero aceptar como normales o inmodificables circunstancias adversas sin intentar cambiarlas, se torna en defecto. Si el vicio es el pecado convertido en hábito, la costumbre de adoptar conductas ilícitas termina eventualmente diluyendo la conciencia del mal, haciendo que dichas conductas se terminen por considerarse normales, o al menos inevitables, y por eso mismo aceptables. 

Es decir, aceptamos todos estos pequeños incordios de la vida cotidiana y nos vamos adaptando a ellos silenciosamente.

Uno de los problemas de la adaptación es la resignación. Eso normalmente sucede cuando una sociedad sufre una fuerte crisis y, por lo tanto, teme mucho volver a vivirla. Ante esto está dispuesta a relegar reclamos o adaptarse a vivir con restricciones e inconvenientes nuevos, en tanto no se trate de una crisis como la delrecuerdo.