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miércoles, 24 de noviembre de 2021

Los detenimientos en los análisis: ¿Qué hacer?

La lectura del caso por parte del analista define a la dirección de la cura. Si pensamos en los estancamientos del análisis (donde no pasa nada) o los momentos donde el paciente se va del tratamiento, hay que pensar en que algo de la lógica del caso no ha estado del todo pertinente.

Veamos un caso...

Una analista le deriva a la madre de su paciente. La analista describe a esta mujer desde el relato de su hija: una mujer muy narcisista, con un gran interés por controlar a sus hijas. Según ese relato, se trataba de una mujer con una histeria florida. La segunda analista recibe a la mujer, y lo que aparece en esta mujer son razones totalmente diferentes a la apreciación de la hija. En el trabajo en análisis, esta mujer pudo ver lo que su hija creía ver en ella y rectificar que eso no era lo que ella quería poner en juego en su maternidad. Los padres de ella habían sido muy exigentes con ella, a la vez que la habían dejado sola. Sus parejas habían sido hombres a los que ella mantenía y protegía. Lo mismo hacía con sus hijas: las sostenía, en términos de que ella hacía lo que le hubiera gustado que hicieran con ella. Esta paciente comienza a ubicar que siempre quedaba como un desprendimiento de su historia, como tratando de ser diferente de sus padres. Había una insistencia que las hijas veían como agotadora. 

Si uno tomaba la lectura de la madre narcisista, se hubiera quedado en una persona que repite su acción sin registro del semejante. Muy por el contrario, esta mujer escapaba de la depresión mediante la impulsión a la actividad, estando todo el tiempo para las hijas. Se trata de una persona que si se quedaba quieta, sentía que se moría.

El primer análisis fracasó, pues la analista trabajaba en el sentido que la paciente le traía, que la alejaba cada vez más de su madre. La hija le comenta a su madre que abandonó el tratamiento y la madre, con el aval de la segunda analista la invita a una sesión. Allí apareció la posibilidad de la madre de reconocer que la había invadido, pero que lo hacía porque se había sentido muy sola. Pudo armarse ahí otra cosa, que de otra forma hubiera ido hacia la separación.

Qué hacer con los detenimientos

Cuando encontramos puntos de detenimientos, debemos preguntarnos si no hay algo más a tener en cuenta en ese partnaire. A veces sucede que el paciente se ubica en el lugar de víctima, porque es el lugar donde puede colocarse. Esta clase de "goce del Otro" es una forma simbólica en la que el hijo ve lo real del padre y de la madre. 

Recordemos que lo real de lo real es lo imposible de decir en palabras, que es la relación al Otro, lo que el Otro es para uno... Y también está la lectura simbólica que el sujeto hace sobre lo real del Otro, que es aquella parte que nuestra esctructura nos permite ver del Otro. Y eso no significa que eso sea lo que el Otro es. El análisis es un lugar donde hay una versión original que se va transformando y retrabajando en versiones más ricas. Las lecturas imaginarias sobre lo real del Otro son preconscientes, tienen la forma de opiniones. 

Hay muchas causas por las cuales un análisis puede detenerse, como la resistencia del paciente, pero la resistencia del analista muchas veces tiene que ver con coagular una versión, como vimos en el caso.

Lo peor que se le puede hacer a un paciente es creerle, decía Lacan. Hay que entrar en los relatos desde otro lado, porque de alguna manera el paciente defiende su punto de vista. No obstante, a veces en esas escenas repetidas aparecen cosas nuevas que no estaban. Castrar al Otro, implica colocarlo como sujeto de una historia. De lo que se trata es de crear una distancia, en el aparato psíquico, de la alienación que tiene con ese Otro. Lo otro sería una separación imaginaria.

viernes, 4 de diciembre de 2020

La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura

Como analistas nos preocupamos y nos ocupamos, en los distintos tiempos de una cura, ante el avance arrollador del Superyó que inviste contra el Yo, y que deja al sujeto en una encerrona trágica, apresado y torturado, cediendo en su deseo. En las neurosis graves, cuyo acontecer cotidiano está acompañado, por este padecer superyoico, en cada paso -aún en el más nimio-. Así como en las interrupciones de tratamiento, en la reacción terapéutica negativa, en algunas adicciones transitorias, encontramos los signos de los efectos apabullantes del mandato.

He aquí algunos de los ejemplos de este combate desigual. Arrecian en aquellas estructuras que tienen una debilidad en relación con el amparo del Otro. La falta de amor del Otro es compensada por la interiorización del Superyó, en efecto, da un borde y un anudamiento falso. En los tiempos del desamparo, el Superyó da un acompañamiento.

Partiremos de la paradoja "así como el padre debes ser, así como el padre no debes ser", que encierra al sujeto en una disyuntiva que lo aprisiona, atormentándolo sin resto para poder detectar la impronta de su deseo.

Nos preguntamos: ¿cómo operar cuando la voz y la mirada del analista pueden sorpresivamente tomar la coloratura superyoica? ¿Cómo intervenir para que el analista no se haga eco de las resistencias cuando las mismas amenazan con hacer detener la cura?

Sabemos que uno de los obstáculos mayores al avance de la cura es la obediencia al mandato. Aún cuando el sujeto puede avanzar en el camino de su creación, el sueño pesadillesco puede seguir aprisionándolo. Se trata de sueños ominosos fabricados para la satisfacción del Superyó.

Dejaremos planteadas las preguntas y daremos algunas pinceladas acerca del concepto de Superyó. El Superyó es lo más paradojal con lo que nos encontramos en la clínica. Pues, por un lado, enuncia un mandato "así como el padre debes ser" y, por otro lado, dice "así como el padre no debes ser, ya que muchas cosas le están reservadas". Goza. El goce es mandato del Otro, arrincona al sujeto cuando espera y desespera su goce en la hora del Otro.

La incidencia del Superyó en el tratamiento analítico, representa el mayor obstáculo al éxito terapéutico. Leemos en Inhibición, síntoma y angustia que la culpa y la necesidad de castigo, dos de las principales consecuencias de la demanda superyoica, “desafían todo movimiento hacia el éxito y por lo tanto toda curación por medio del análisis” (1). Freud advirtió que el analizante, sin saberlo, opone fuertes resistencias para quedar liberado del padecimiento y se esfuerza por permanecer apresado en la celda de la neurosis como si necesitara seguir pagando indefinidamente sus culpas. Freud sostuvo que hay una razón de estructura, un obstáculo interno en la relación del sujeto con el cumplimiento de sus deseos. Freud escribió a su amigo Romain Rolland: “En aquel momento, sobre la Acrópolis, pude preguntar a mi hermano: recuerdas cómo en nuestra juventud hacíamos día tras día el mismo camino, desde la calle hasta la escuela, y después, cada domingo, íbamos siempre al Prater… y ahora estamos en Atenas de pie sobre la Acrópolis ¡Realmente hemos llegado lejos!...(2) Tiene que haber sido que haber llegado tan lejos se mezclaba con un sentimiento de culpa; hay ahí algo inmerecido prohibido. Está articulado a la crítica infantil al padre, con el menosprecio que se reveló a la sobreestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y como si continuara prohibido querer superar al padre”(3).

Para Freud, el Superyó es el heredero del padre edípico, aquel que tuvo a su cargo erigir una barrera a la satisfacción de las tempranas pulsiones incestuosas del niño. .

La estructura de la neurosis se sostiene en la medida que el sujeto se somete a los deseos del Otro como mandamientos externos, imponiéndose renuncias y sacrificios.

El mito de Tótem y Tabú, donde Freud aborda la génesis del Superyó, propone que los hijos se sometan retrospectivamente a las privaciones que antes imponía el padre –ya muerto- con la ilusión de conservarlo vivo. ¿Con qué objeto o beneficio? Porque el tirano cumplía a su vez la función de preservar a sus hijos del “desamparo”. En su teoría, el desamparo es el paradigma de aquello temido que se encuentra detrás de toda manifestación de la angustia de castración.

La articulación mayor que el mito freudiano pone en relieve con relación a la función del Superyó es que la fórmula universal “Padre, hágase tu voluntad” tiene como contracara: “así nosotros estaremos protegidos de la castración”. En otros términos, el Superyó constituye un poderoso refugio narcisista del Yo. Por hacer peligrar la estructura narcisista, las pulsiones son reprimidas y perduran en el inconsciente despertando angustia cada vez que se aproximan al objeto de satisfacción.

Los dos polos del conflicto quedan repartidos, por un lado, entre las exigencias del ser del sujeto que asignamos con Lacan al campo del goce fálico y, por el otro, en la pulsación de lo reprimido inconsciente por realizar. Éste es un goce necesariamente traumático, ya que se alcanza “más allá” del amparo paterno. El goce prohibido no conviene al narcisismo porque deja al ser sin la garantía del Superyó.

Lacan solo utilizó el término Superyó durante la primera época de su enseñanza, aproximadamente hasta fines de la década del ´60. Luego, casi no volvió a mencionarlo. Fue retomado por Lacan al modo del gran Otro y permitió un avance teórico y clínico cuando planteó la estructura del fantasma primordial que es la respuesta que el sujeto se da, sin ninguna certeza, a la inquietante pregunta acerca del deseo del Otro, pregunta y respuesta necesaria para su acontecer como sujeto.

Posteriormente en el seminario XX Aun nos dice: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo de goce: ¡Goza!” (4).

El Superyó presentado inicialmente como una barrera al goce, ahora es instrumento ordenador del goce. Freud denominó “masoquismo moral”, designando de ese modo al goce que obtiene el Yo por ser tomado como objeto de las crueldades del Superyó.

En el masoquismo perverso, la víctima es quien organiza las reglas del juego armado para lucro de su propio goce. Aquél que juega el rol de amo es creación de la puesta en escena del sujeto masoquista. Lo ubica en ese lugar para creer que es el Otro el que goza. Afirma que el Otro goza en la medida en que el sujeto, hecho objeto para ser gozado, lo completa reintegrándole el goce que le falta. El masoquista teje con hilos maliciosos la creencia que es un resto, un desecho, él labora para darle consistencia al goce del Otro, acatando sus imperativos órdenes alcanza un goce que reniega de la castración. Es la “víctima” quien al hacerse tratar como una herramienta por el imaginado victimario, demanda al Otro que le ordene gozar.

El objeto utilizado para taponar la castración del Otro, es la voz. La voz de la conciencia moral, la voz del Superyó es fundamentalmente una cadena significante degradada al estatuto de una voz imperativa. Ante la caída del discurso del Otro, la voz se instituye como objeto perdido. Una vez restituida al Otro, para restaurar su completud impera el goce. La predominancia del goce fálico implica la renuncia al Otro goce. Esta correlación también funciona al revés: de avanzar en la realización subjetiva del Otro goce, se promueve un estrechamiento del campo del goce fálico. El análisis progresa en esta última vía.

¿Por qué el sujeto teme perder el Superyó? Por eso me atengo a la conjetura de que la angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración y que la situación frente a la cual el Yo reacciona (con angustia) es a la de ser abandonado por el Superyó protector –por los poderes del destino- con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros.(5)

De todas las formas típicas de la angustia descriptas por Freud, la que finalmente alcanzó mayor relevancia en su obra es el temor a la pérdida del Superyó. La verdad de la angustia no se pone en evidencia ante el temor al castigo del Superyó, sino, más allá, ante la posibilidad de quedarse sin el déspota. La presentificación de un vacío en el lugar del Otro releva el término último de la angustia de castración. La angustia “ante la pérdida del Superyó”, descripta por Freud, es traducida por Lacan como angustia ante “la castración en el Otro”. Constituye la roca viva de todo análisis. Es hacia esta encrucijada final que conduce el análisis y es también el escollo ante el cual se detienen la mayoría de ellos.

En algunos analizantes el Superyó no arrecia en cualquier tiempo, solo recrudece, acompañando a la angustia, cuando se está en tiempo de pasaje a otra posición, cuando se intenta dejar un enclave de goce, cuando el sujeto brega por suspender un goce mortífero para adquirir otro más ligado a la pulsión de vida. En tanto lo ordenado es el goce del Otro, lo que queda censurado es el Otro goce. Goce ante el cual retrocede el neurótico en sus actos, lo que incrementa la necesidad del sujeto por satisfacerlo vía pulsional y sintomática.

Recordemos que la angustia guía la dirección de la cura en tanto ella señaliza el lugar donde el sujeto se encuentra atrapado en una fijación gozosa pero también ilumina hacia donde se dirige el deseo, con lo cual todo acto verdadero va a implicar el pasaje por la angustia.

La culpa es un sentimiento y aparece como efecto de cierto enunciado vigente, referido a la instancia del Superyó. Es una respuesta del sujeto para taponar la falta del Otro soportada con un plus de satisfacción a pesar del sufrimiento. Esta culpabilidad es una confesión invertida de que un goce legítimo insensatamente prohibido sigue aún vigente.

En El Yo y el Ello Freud explicita los enunciados paradójicos con que el Superyó martiriza al Yo:
El Superyó debe su posición particular dentro del Yo, o respecto de él, a un factor que se ha de apreciar desde dos lados: primero, es la identificación inicial, ocurrida cuando el Yo era todavía endeble, y el segundo: es el heredero del complejo de Edipo y, por tanto, introdujo en el Yo los objetos más grandiosos (...)

El Yo debe servir a tres amos y sufrir la amenaza de tres peligros por parte del mundo exterior, de la libido, del Ello y de la severidad del Superyó, no podríamos precisar qué es lo que el Yo teme del peligro exterior y del peligro libidinal del Ello (6).

El niño recibe de sus progenitories las normas, la guía, las reprimendas y luego incorpora eso como una ley que no puede ser simbolizada enteramente.

Coincidimos con Freud en que la conducta del ideal del Yo de alguna manera determina la gravedad de las neurosis y que el sentimiento de culpa halla su satisfacción en la enfermedad; no quiere renunciar fácilmente al castigo de padecer; en términos lacanianos, no quiere renunciar al goce masoquista. Este doble mandamiento de ser y no ser el padre, revela el origen paterno del Superyó. Así como el Nombre del Padre liga deseo y ley, el Superyó anuda padre y pulsión, en tanto la función paterna normativa sería encauzar el deseo. Aquí el padre manda a gozar hasta morir.

Ante el jefe de la horda primitiva, los hijos se reunieron, no retrocedieron, y llevaron a cabo un acto, asesinándolo. La paradoja reside en que ese padre muerto simbolizado será el sostén del retorno de un orden. A partir de la interiorización del padre muerto un lazo social se establece, los hijos renuncian a un goce, el de la madre, y a cambio, las demás mujeres se tornarán posibles y elegibles. El amor al padre transformado en sentimiento de culpa, hace que su palabra se convierta en ley.

El Superyó como abogado del Ello es un resto vivo de padre, que por no terminar de morir, no cesa de no escribirse. No todo en el Padre es nombre, hay del padre un resto que pesa como sombría identificación al modo melancólico, "la sombra del objeto cae sobre el Yo" -y pulsa insistiendo por un goce encore-. Entonces, no todo el Padre, ése que opera antes del Edipo se deja matar.

Respecto de los dos objetos pulsionales -voz y mirada- Lacan equipara al Superyó con la pulsión invocante, en tanto resto de voz que no puede pasar al significante. Y en cuanto a la mirada, se transforma en resto perseguidor cuando no se puede articular como mancha en el espacio de lo visible.

La clínica nos enseña que no siempre el Otro -el Otro primordial- acepta al niño real, es decir al niño con su mancha, con su –ф, reserva libidinal que escapa al campo del Otro, porque el Otro muchas veces mira en el fondo del espejo al niño ideal y obtiene una imagen virtual para su propia satisfacción. Entonces ¿qué implica mirar al niño real? El Superyó es un imperativo ciego porque no ve, no puede reconocer al Yo cuando no aparece configurado como la imagen de su ideal.

Si la integración del objeto como causa de deseo no está lograda, se hace más posible que el resto se transforme en imperativo superyoico y que el Yo esté bajo su servidumbre, intentando suturar la falta del Otro sin fallas, en una posición de suficiencia absoluta.

Podemos pensar dos tiempos de la eficacia del Superyó: el tiempo de la inhibición y el síntoma y el tiempo del acto, donde se configura en una formación del inconsciente. Es en el segundo tiempo de identificación, donde no se cumple el tiempo de la faz metafórica del padre, feudo que no termina de conquistar el Yo, que no dispone de la libido necesaria para jugar con el objeto y se ofrece el todo entero en tanto desecho.

El Superyó desconoce el punto de inconsistencia de la ley, eso que Lacan llamaba "lo no comprendido". Pero es un desconocimiento que transforma a ese punto de inconsistencia en un mando insensato que no se puede dejar de obedecer, aún cuando no se pueda cumplir, porque renegó de su dimensión de ficción y apareció como algo confirmado.

Es importante ubicar la cara más cruel del Superyó en aquellos enunciados en donde la dimensión de pedido estaba borrada, renegada, al presentarse como simple comprobación. Esto permite que quien está alienado en esos enunciados pueda preguntar quién lo dijo y qué deseo anidaba en ese decir. Novela familiar, desasimiento de la autoridad de los padres como única autoridad.

Si la eficacia de la operatoria analítica pone coto a la invasión superyoica, el sujeto podrá disponer del a como causa, previo paso por la angustia, en tanto hoja de ruta que señaliza el enclave donde el sujeto se encuentra amarrado al goce, aunque también ilumina la economía deseante.

En este sentido, "el Superyó, enraizado él mismo en el objeto invocante y escópico, utilizando la fuerza del trazo unario cuando éste se desliga de su función de señalizar el vacío, brega sin descanso para que ese mismo objeto en el que él se origina no sea pasado a la función de causa del deseo y creación" (7).

En su vano intento de obedecer, el sujeto, preso del Superyó permanece condenado al goce, alejado de su deseo, imposibilitado de sublimar y crear. El analista operará para que el Superyó pueda ser desoído, interviniendo también en la historia de los padres donde la potencia deletérea de sus propios Superyó los arrasó y complicó su función de padres, situación que no pueden sino repetir con sus hijos.

Permitamos que la clínica nos enseñe. Es el momento de una analizante que -intentando encontrar un lugar diferente para el apellido que porta, apellido teñido de ignominia social y denostado por el discurso injuriante de su madre- trata desesperadamente dejar de lado las voces superyoicas, con una mixtura de enunciados maternos asociados a lo no dicho por su padre acerca de los teneres fálicos. Podríamos sintetizarlo en una frase que la comanda: "no se debe tener", sentencia que dominó gran parte de su vida y que la llevó cual destino a abortar hijos, proyectos, bienes económicos.

En medio de una tormenta transferencial, marcada por un franco tono hostil, desafiante frente a lo que ella supone la plenitud de su analista, amenaza con interrumpir su análisis, una vez más abortando y abandonando esto que ella llama como el primer análisis que conmueve la estructura. Su cuerpo sufre y su cabeza es atormentada por la voz. Ante las maniobras del analista para intentar que la cura prosiga, se recorta una escena donde ella junto con algunos colegas se embarca en un proyecto laboral de cierta envergadura que le permitiría disfrutar de una vida económica más holgada. En dicha escena ella es ubicada como la líder del grupo. De pronto aparece la angustia, que señaliza el enclave de goce pero a su vez marca la luz del deseo, y también aparece la voz que la tortura "vos nunca vas a poder tener nada". Ella lo asocia con las dificultades de su madre para poder responsabilizarse por su función y se sorprende diciendo que como ella siempre se siente culpable de todo, no puede calcular cuándo el otro tiene su propia responsabilidad; pero esto también desdibuja su propia responsabilidad y en consecuencia abandona y se abandona. Esta situación la lleva a una queja permanente.

Escuchemos, ahora, otra analizante, digna hija de un padre a quien su propio padre no le había donado el apellido, un doble apellido que le hubiera permitido estar ubicado en otra clase social diferente a la de su madre. Este padre había trasmitido la prescindencia casi absoluta de cualquier tener fálico. No podía tomar nada que tuviera brillo ni permitirse cierto disfrute y cierta dimensión lúdica para su vida. Todo era obligación, había que ser buen alumno, pero que eso no se notara; había que trabajar duro y honestamente, pero no se podía disfrutar de los logros laborales y/o económicos. Asimismo, tampoco se permitía las necesarias vacaciones anuales, dejando vacante su lugar, privándose y privando de su compañía a su familia que veraneaba sin él.

La analizante, después de largos años de análisis ha podido disfrutar de aquello que estaba insensatamente prohibido pero a su vez idealizado en la familia. Continúa soñando pesadillescamente con que pierde sus recursos, le arrebatan, la engañan. Sueños donde la mirada de los otros, la mirada amorosa se transforma rápidamente en un ojo ciego y en una voz acusadora. Estos tormentosos sueños no la dejan descansar tranquila y es ahí donde aún el Superyó insiste demandando obediencia debida.

Pero la diferencia aparece cuando en su vida cotidiana ella puede permitirse, como mencionaba anteriormente, disfrutar de lo aún prohibido e idealizado a la vez. Lo que aparecía como obediencia ciega y pulsional al mandato se transformó en escritura en el sueño ominoso para seguir soñando, hasta que otros sueños más ligados a la función de escritura de su deseo advengan.

Notas
(1) Freud, Sigmund, Inhibición, síntoma y angustia, Vol. XX, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1979.
(2) Freud, Sigmund, Carta a Romain Rolland: Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis, en Obras Completas, Vol. XXII, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
(3) Ibid.
(4) Lacan, Jacques. Seminario XX: Aún, Clase 1; Del Goce, España, Editorial Paidós, 1981.
(5) Sigmund, Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras Completas, Vol. XX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979.
(6) Freud, Sigmund, Los vasallajes del Yo, en El Yo y el Ello, en Obras Completas, Volumen XIX, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
(7) Ibid.

Fuente: Stella Maris Rivadero (mayo 2019) "La crueldad del Superyó: obstáculo para el avancede una cura" Revista Fort-da n° 13

domingo, 10 de mayo de 2020

El rechazo de algunos pacientes a la atención on-line

Con el COVID-19, la discusión de si un tratamiento vía telefónico o plataformas on-line era o no eficaz dio un vuelco inesperado: con el confinamiento, esta fue la única modalidad aceptada. ¿Qué fue lo que vimos? Que algunos pacientes adoptaron el cambio; otros, decidieron suspender los trartamientos con más o menos explicaciones.

Según una encuesta que realizaron en Psicólogas y Psicólogos de Argentina, que contó con una nutrida cantidad de votos, entre el 60 y el 70% de los Pacientes no aceptan la atención on line. Patricio Leone, moderador de ese grupo, explicita las que para él son las 5 razones para esa negativa:

1) LA CULTURA DE LO PRESENCIAL
En Argentina, "ir al Psicólogo" es una especie de ritual.
Es reservarse el espacio, tomarse un rato antes y un rato después de la sesión, en muchos casos caminata o bar mediante, es movilizarse hasta el Consultorio mientras se piensa "de qué voy a hablar", y compartir un espacio físico.
La corporeidad del Terapeuta, para muchos Pacientes, es la garantía de la eficacia y la profundidad de la sesión.
Les permite conectarse emocionalmente desde el minuto cero, desde el saludo, y esa corporeidad también los sostiene cuando sobreviene un alud de angustia.
Para esos Pacientes, el celular o la PC son "fríos, superficiales, impersonales".
Al mejor estilo de Alejandro Sanz, su explicación de cabecera es "No es lo mismo".
2) ECONOMÍA
En sentido estricto, no es que se nieguen a la atención on line, sino que la Pandemia y su malévola socia, la Cuarentena, los han destrozado económicamente, y no pueden solventar su tratamiento.
Queda la incógnita de que sucedería si se les ofreciera atención presencial.
En unos días lo sabremos.
A prepararse.
3) TECNOLOGÍA
Muchos somos hábiles en el manejo de las nuevas tecnologías, pero hay millones, literalmente, que no logran apropiarse de ellas, y las rechazan o les temen.
Les cuesta pensar en una videollamada, y ni que hablar si deben descargarse una App.
La respuesta es una negativa tajante.
Tampoco manejan las vías electrónicas para transferir dinero, no tienen home banking, y no quieren incumplir con el pago de las sesiones.
4) PRIVACIDAD
Muchos pasan la Cuarentena con sus familias, parejas o amigos, en departamentos pequeños o que tienen paredes de papel.
Al inicio de la Cuarentena, un Paciente mío fue tajante.
"Vivo en un monoambiente con mi novia, y quiero hablar de ella, pero la tengo a dos metros. Cómo hago?"
Antes de que me pregunten, el baño no era opción.
"La escucho pasarse el cepillo de dientes. Imposible".
No, tampoco tiene auto.
5) CONECTIVIDAD
Aunque parezca una pavada, muchas personas tienen una calidad de conexión muy pobre.
La imagen se pixela, se congela, el a-u -dio sa -le to do en tre c- -tado, y uno se siente un egiptólogo intentando descifrar lo que dice el Paciente.
Un "estuve con dolor de muelas" puede ser confundido con un "quería avisarte que termino esta sesión y me suicido".
Y disparar un protocolo de urgencia.
El pasaje de la atención presencial a virtual no es mecánico ni lineal.
Y también incluye resistencias del lado del Terapeuta que serán motivo de otro post.

¿Qué podemos agregarle a esta clara observación? Por empezar, que no hay respuestas polares ni universales a la tan trabajada pregunta sobre la modalidad presencial o digital. La crisis del COVID-19 demostró que no puede decirse "para todos sí, para todos no"; hay que ver el caso por caso. De hecho, una solución al extenso debate podría ser considerar a la terapia on-line como una pauta del encuadre, que el profesional podría determinar de acuerdo a las características fundamentales del caso.

Otra cuestión a tener en cuenta, más allá de las acertadas observaciones del profesional sobre la terapia on-line, es cómo el confinamiento incide en la vida psíquica en cada caso. Es cierto que antiguos pacientes dados de alta han vuelto a sus espacios analíticos, pero no todos parecen estar sufriéndolo con la misma intensidad. Por ejemplo, ciertos pacientes fóbicos podrían beneficiarse de no tener que salir de su casa. Si la realidad tironeara al yo en el mismo sentido que su superyó, ¿podría hablarse de la misma economía sintomática? Algunos pacientes han obtenido un alivio sintomático de todo esto, cosa que no es nueva y ya se ha documentado en otros momentos de crisis. Por supuesto, el encanto de recluírse en la cueva del oso no durará por siempre y la primavera del mundo que viene requerirá de respuestas distintas a quedarse en casa o hacer videos de Tik Tok.

lunes, 9 de diciembre de 2019

El psicoanálisis en tiempos de crisis.

Próximos al fin de año, asistimos a acontecimientos gravísimos en América Latina, donde nos encontramos la mayoría de los lectores: golpes de estado, violaciones a los derechos humanos, persecución de minorías y por motivos políticos, brutales represiones policiales y violencia institucional.

Como psicoanalistas, no podemos desentendernos de estas situaciones. Aún si pudiéramos, este contexto no dejaría de influir en la situación de aquellos que se presentan en la consulta y cómo nos enfrentamos a eso. Por ese motivo, dedicarremos unas palabras a la situación de la clínica en estos tiempos.

Hay situaciones de crisis que de tanto en tanto se van repitiendo a través de la historia. En Buenos Aires, Argentina, los tiempos de dictadura militar fueron años muy difíciles y la salud pública se vio bastante alterada. En esos tiempos, el psicoanálisis estaba por fuera de las posibilidades de estudio. Era una formación por fuera de la Universidad, por ejemplo en los consultorios de los psicoanalistas. Había que entrar de a uno, porque no podía haber grupos en las esquinas ni en las puertas de los edificios. El impulso por estudiar, por saber, por meterse en el psicoanálisis fue un tiempo muy productivo para muchos, pese a la crisis.

En lo referido a la salud pública, no se podía trabajar desde el psicoanálisis en los sistemas de salud, ni en las clínicas ni en los hospitales, ni en la internación. No había ley de ejercicio profesional para el psicólogo. Cuando volvió la democracia se formaron colegios de psicólogos, donde legislan el ejercicio profesional. Fue un tiempo muy oscuro donde el psicólogo solo era un auxiliar del médico, por no mencionar el secuestro y la desaparición de estudiantes y de psicoanalistas. El psicanálisis estaba forcluído, por fuera, no tenía ningún lugar porque era considerado por ellos como subversivo.

Con el comienzo de la democracia, esto fue cambiando. Para la formación de los analistas en Buenos Aires, comenzarona  surgir muchas escuelas de psicoanálisis que están abiertas hasta el día de hoy, que brindan un espacio, una formación, una transferencia de trabajo para la formación.

Otra situación que podemos mencionar es la crisis del 2001 en Argentina, que también afectó a países cercanos. Hubo un nivel de desempleo y desbarranque económico muy importante. Muchas empresas cerradas, mucha gente en la calle, una situación de pobreza y precariedad importante. Eran tiempos en que se cuestionaba la política y las instituciones de manera muy fuerte, todo lo que era el marco simbólico. La sociedad tambaleaba. En las consultas habían muchas crisis de angustia, ataques de pánico, situaciones de borde. Esto que va sucediendo alrededor, impacta en la subjetividad y cómo va a reaccionar a esto que viene de afuera.

Otro de los puntos tiene que ver con los honorarios en ese tiempo, no solo los que son pactados entre analista y paciente, que queda arreglado en ese lugar, sino que surgieron una nueva forma de paro que eran unos bonos que circulaban en lugar del dinero. Como las empresas no tenían dinero en efectivo para pagar, se inventó una moned nueva que eran unos bonos con una promesa de pago. Había una cuestión de los pacientes que le planteaban esto al analista, quien a su vez se interrogaba qué hacer con este modo de pago.

Más allá de lo anecdótico, los elementos que se pusieron en juego en estos tiempos eran pedidos de interrupción bastante frecuentes. Esto hace que el analista tenga que volver a colocar el síntoma, a volver a colocar el proceso del análisis e intentar avanzar sobre la resistencia. A propósito de todo esto, en el texto Más allá del principio del placer, Freud ubica dos cuestiones que tienen que ver con los estimulos que vienen de afuera con los efectos que producen y los estímulos internos. Y va a decir Freud que lo que provoca más sufrimiento son los estímulos internos. Podríamos pensar que la manera en que los sujetos van a procesar las situaciones son individuales y hay que ver qué recursos y qué posibilidad tiene para esto.

Cada época está atravesada por un discurso cultural. La época posmoderna está caracterizada por la disolución de la subjetividad. Por sobre la ética del deseo, se da una engañosa propuesta de un goce desmedido, irrefrenable, que el mundo del consumo intenta todo el tiempo colmar. Hay mucho objeto y poco sujeto. A partir de los años '70, hubo una transformación de las reglas de juego de la ciencia, la literatura, la política. En esta posmodernidad, a consecuencia de las Guerras Mundiales, totalitariosmos, campos de concentración y las crisis económicas.

El lazo social permitiría acotar ese goce obsceno, pero la modalidad actual del lazo social oscila, por un lado, el individualismo; por otro lado, la masificación de los fundamentalismos. El narcisismo en juego tiene una dimensión en el hombre posmoderno que lo aleja de la idea de sujeto.

En nuestro tiempo y en América Latina en particular, el discurso capitalista tiene como consecuencia crisis económicas que producen precarización en la población, a niveles cada vez más graves. Esto potencia la falta de sostén simbólico, que el gran Otro scial y su ley deberían brindar a los ciudadanos. La consecuencia directa es una violencia cada vez mayor. Cuando la disminución de la calidad de vida y la falta de trabajo toman niveles alarmantes, se produce un arrasamiento de la subjetividad.

Por otro lado, tenemos la ciencia, otra bandera del capitalismo, que promete seguir avanzando en lo real. No tiene límite, promete nuevas técnicas reproductivas, clonación, cambio de sexo, todo tiempo de intervenciones para asegurar la juventud eterna. Intervenciones también en el genoma humano, soñadas por la ideología nazi. Las neurociencias pretenden que el psiquismo se reduzca a lo neuronal y el inconsciente a un producto de ese funcionamiento. El deseo, así, no sería más que una secreción química.

Los pacientes de estos tiempos solicitan a la medicina no sentir nada: ni angustia, ni tristeza ni dolor. No hay implicación subjetiva. Se medican "depresiones" por la muerte de un ser querido, en lugar de implicarse en un trabajo de duelo, en elaborar una pérdida. El psicoanálisis nos enseña que el sujeto se constituye en una trama simbólica: palabra, gesto, reconocimiento, amor y prohibiciones. Se aloja en un lugar simbólico. En nuestra clínica nos consultan con frecuencia pacientes desamparados simbólicamente, arrasados por un exceso de goce, que por ejemplo van de acting en acting, de consumo en consumo. Jóvenes perdidos, creyendo en éxitos fugaces, poco valorado el esfuerzo personal.

Como efecto del desamparo simbólico de la época,  la angustia no se pudo constituir como señal. Aparece el ataque de pánico, un ataque que inmoviliza, que paraliza, donde algo de la muerte se vive en el cuerpo.

Por otra parte, asistimos a afecciones narcisistas: falta de deseo, el sin sentido, que arrojan al sujeto a distintos modos de consumo. También escuchamos en estos tiempos la falta de ritos alrededor de la muerte. Todo debe ser rápido, veloz, descarnado. Los ritos, o sea el acompañamiento simbólico, que implica a los familiares, la gente del lugar, los compañeros de trabajo, hacerse acompañar por los otros es un acompañamiento simbólico que tiene que ver con el rito, favorece la detención de la tramitación de los duelos.

La familia, como institución reguladora y formadora, se encuentra en interrogación. El lugar del padre, desdibujado. Hay padres maternales, con mucha dificultad de colocar una prohibición, un no.

En las neurosis actuales, nos encontramos en nuestra práctica con una gran dificultad en el compromiso subjetivo. Por lo tanto, esto lo constatamos reflejado en la transferencia. Son necesarios otros tiempos para la inclusión de quien consulta en el trabajo en el lenguaje y para el anclaje transferencial. Como analistas, debemos pensar en otras formas de sostener el acto analítico frente a las demandas que vienen. En este sentido, Lacan nos planteó que el trabajo del analista es artesanal: se trata del sujeto y no de la manada. Este punto ya lo había planteado Freud en Psicología de las masas y en el texto de El malestar en la cultura.

Freud nos dejó una enseñanza como analistas frente a la época que a él le toco vivir, nada fácil por cierto. Como judío en la Europa de esos tiempos, Freud sufrió la segregación previa al tiempo del nazismo. Habían cupos para la universidad, no todos podían estudiar. Había mucha dificultad para ingresar posteriormente a los lugares de investigación. En su biografía hay muchas anécdotas de la segregación que sufrieron él y su padre.

Durante el nazismo, Freud fundó una institución psicoanalítica que fue prohibida y terminó cerrándose. Se quemaron los libros, la Gestapo detuvo a su hija Anna por 48 horas y es a partir de ese suceso que él decide exhiliar. Hacía tiempo que sus colegas y alumnos querían que él se fuera, pese a que Freud quería seguir quedándose. Lo de la hija fue definitorio. Freud sufrió segregación, persecución, prohibición, quema de libros. Un hijo de él murió en la guerra, otra por enfermedad. El mismo Freud tuvo una enfermedad en la boca. Algunos biógrafos dicen que se trataba de cáncer; otros que era una lesión. Lo que sabemos es que le causó mucho sufrimiento. Sin embargo, su deseo de avanzar con la clínica, de investigar, de estudiar, de escribir, más allá de los dolores de su vida, le permitió dejarnos un camino y una obra maravillosa.

A pesar de los tiempos difíciles que nos toca transitar en los diferentes países de América latina; aunque sea también difícil de sostener, hay que sostener el trabajo, el estudio, las preguntas sobre nuestra clínica. El anclaje simbólico nos va a permitir encontrar refugios contra el malestar y la violencia. En anclaje simbólico siempre coloca alivio y tiene que ver esto con nuestra posición ética en el psicoanálisis, con una postura que esté del lado del sujeto.

viernes, 4 de octubre de 2019

Interrupción del tratamiento: los ideales del analista.

Una vez establecida la transferencia con un paciente, el analista debe intervenir con una pregunta que promueva una nueva vía de trabajo.

Esa vía tiene que apuntar a la posición de sujeto. Un desvío en este sentido puede conducir a la interrupción del tratamiento. 

Ahora bien, ¿cómo nos dirigimos hacia la posición de sujeto? En principio no hay que perder la brújula, cosa que fácilmente puede suceder si el analista se orienta por sus ideales. 

A propósito de la transferencia, tema del que venimos hablando desde hace algunas semanas, hoy quiero tomar un trabajo de Lacan llamado, precisamente, “Intervenciones sobre la transferencia”. 

Allí Lacan presenta el trabajo freudiano en el historial de Dora

Recordemos: el padre de Dora consulta preocupado por su hija, quien, mortificada por la relación amorosa entre él y una mujer llamada la Sra. K, ha escrito una nota donde habla de la posibilidad de suicidarse. Hay un cuarto personaje en la historia, el Sr. K (esposo de la Sra. K), quien corteja a Dora. 

El momento en que Dora inicia el tratamiento es dos años posterior a la llamada “escena del lago”, en la que el Sr. K le dice: “mi mujer no es nada para mí”. Esa frase hace caer las fantasías de Dora: no puede ofrecerse como objeto de deseo para el Sr. K. Dora, de modo que le da una bofetada y huye. 

El padre de Dora le pide a Freud que “enderece” a su hija para que no interfiera en su relación con la Sra. K. 

Luego de un corto tiempo durante el cual Freud trabaja con dos sueños que tocan la sexualidad infantil, Dora interrumpe el tratamiento

Freud, en el historial, se interroga acerca de esta interrupción. Lacan, por su parte, se propone ubicar las intervenciones que Freud realiza para el surgimiento de la verdad. 

Nos dice Freud: “también otro factor [además de lo que se iba abordando en el tratamiento], inherente al caso mismo, impidió que la cura concluyese con la mejoría que en otras ocasiones puede alcanzarse”. 

(Esto nos trae cuestiones en relación a la interrupción de un tratamiento, un tema siempre actual para los analistas.) 

La puesta en escena de Dora (la escena del lago) se anudó, en el tratamiento, a la transferencia con Freud. 

“Así fui sorprendido —dice Freud— por la transferencia y a causa de esa x [ese interrogante] por la cual yo le recordaba al Sr. K, ella se vengó de mí como se vengara de él, y me abandonó, tal como se había creído engañada y abandonada por él. De tal modo actuó un fragmento esencial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de reproducirlo en la cura”. 

Como hemos visto, en la transferencia no se recuerda, sino que se reproduce, se repite en acto

Cuando Dora va descubriendo el entusiasmo de Freud y el suyo propio en el trabajo analítico se produce la interrupción de la cura. Esta es la puesta en acto. 

Lacan se pregunta por la transferencia y nos dice que la podemos definir en términos de pura dialéctica. 

Nos va a presentar una serie de inversiones dialécticas, modos de intervención para hacer surgir una verdad. Se coloca la inversión dialéctica y como efecto se produce un desarrollo de la verdad.  A continuación nos muestra una serie de desarrollos lógicos que apuntan a confrontar la verdad con la realidad. 

Lacan sitúa una primera inversión dialéctica cuando Freud interroga a Dora. 

Al comienzo de la cura, Dora relata una serie de cuestiones de las que padece. “Estos hechos están ahí —dice Dora—, proceden de la realidad, ¿qué quiere usted cambiar de ellos?”, a lo que Freud responde: “Observa cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas”. 

Freud apunta al sujeto que habita en Dora, cuál es su implicancia en esta comedia de enredos. 

Se abre el segundo desarrollo de la verdad: Dora revela su complicidad en estos hechos, por ejemplo al cuidar a los niños de la Sra. K para que su padre y su amante se encuentren. 

La segunda inversión dialéctica apunta al objeto de los celos de Dora, la Sra. K. 

Freud interroga la conducta de Dora, la falta de rencor hacia la Sra. K, ya que ella, a quien consideraba su amiga, la traicionó: denunció ante el padre de Dora las lecturas de su hija sobre temas sexuales. 

¿A qué se debe la lealtad de Dora hacia la Sra. K? 

Surge un tercer desarrollo de la verdad: Dora se muestra atraída hacia el “cuerpo blanco” de la Sra. K, y lo revela con expresiones que corresponden más a una enamorada que a una rival celosa. 

Nos dice Lacan que Freud no alcanza a ubicar el valor de objeto de deseo que es la otra mujer para Dora e insiste con el lugar del Sr. K, como la vía amorosa. Freud mismo dice que no pudo reconocer en su momento la “corriente de amor homosexual” de Dora hacia la Sra. K. 

Lacan nos aporta que si Freud en una tercera inversión dialéctica “hubiese orientado a Dora hacia el reconocimiento de lo que era para ella la Sra. K., le hubiera permitido abrir el reconocimiento del objeto viril” y hubieran aparecido las identificaciones en las que Dora estaba sumergida, su posición inconsciente de identificación, su posición de varón. 

Aquí Freud no pudo avanzar porque lo detuvieron sus ideales. 

Lacan dice que Freud se enredó en sostener “el hilo para la aguja”, es decir, la correspondencia de los sexos, la niña para el varón.  La transferencia, nos dice Lacan “no es nada real en el sujeto, sino la aparición, en un momento de estancamiento de la dialéctica analítica, de los modos permanentes según los cuales constituyen sus objetos”. 

Vemos en este caso, lo que pasa cuando el analista interviene desde los ideales, como por ejemplo el del furor curandis (la cura rápida), el ideal genital, el ideal del bien, etc. 

En el tratamiento, entonces, no debemos orientarnos por estos ideales. De lo que se trata, en cambio, es de propiciar que el analizante resuelva el impasse de su deseo. 

El caso Dora es fundamental para pensar desde la clínica el enigma que nos muestra la histeria: ¿qué quiere una mujer?