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martes, 21 de enero de 2025

La pasión melancólica y las patologías de borde.

 Jackes Hassoun planteó que fenómenos clínicos como la anorexia, la bulimia y la toxicomanía son equivalentes sintomáticos de la melancolía (delirios alucinatorios melancólicos descritos por Freud). Haydée Heinrich agrega al acting out en esta serie. De esta manera, la melancolía tiene diversas maneras de manifestarse, en lo que también se conoce como patologías de borde.

En estas presentaciones, el objeto perdido no ha sido situado como tal y en lugar de hacer un duelo normal por el objeto perdido, al sujeto se le impone el mandato de reencontrarlo. El desencadenamiento puede ocurrir a partir de una pérdida que no se pudo tramitar, o también puede estar presente desde siempre.

En estos casos, no aparece la depresión resignada que encontramos en "Duelo y melancolía", sino el ansia de producir encuentros fuertes, pasionales, sin intervalo. En su desesperación, aparecen todo tipo de conductas locas: actings, situaciones de riesgo, cortes, consumos problemáticos, anorexia, bulimia... En fin, todo lo que conocemos en la patología de borde.

El sujeto, en la melancolía, se aferra a la ilusión de encontrar un objeto que lo salve vía el amor pasional: aquel amor ilimitado, fusional, absoluto, que lo sacaría de la tristeza, la injusticia y la soledad. Se trata de un intento de curación de la melancolía.

En el Manuscrito E, Freud habla de una "gran añoranza por el amor en su forma psíquica-una tensión psíquica de amor; cuando esta se acumula y permanece insatisfecha, se genera melancolía".

Para Hassoun, la pasión en la melancolía es insaciable, con una estructura binaria, devoradora, donde el objeto es llamado a sostener el narcisismo desfalleciente del apasionado. Por otro lado, es un objeto insatisfactorio, aunque siempre esté presente. De estas forma, veremos sujetos adictos a personas o adictos a sustancias": anorexia, bulimia, toxicomanía.

En el amor, en cambio, está en juego la falta y la alternancia de la presencia-ausencia (fort-da).

Puede suceder que el encuentro pasional halle estabilización ó un enganche enloquecedor en lo que Freud llamó una "elección narcisista de objeto", es decir, que encuentre a alguien tan apasionado como él. Si esto fracasa, puede haber un desencadenamiento.

¿Qué denuncia esta posición? Según Hassoun, en la melancolía la madre no pudo ceder el seno. Se trata del tiempo lógico donde el objeto oral no fue dado por perdido por la madre, de manera que el destete no logró inscribir una primera pérdida por la cual realizar el duelo.

El niño solo puede ceder lo que está perdido para el Otro y en esta operación se constituye el objeto. En el caso de la melancolía, el sujeto no recibió el significante "pérdida", que es un primer duelo necesario para afrontar las futuras pérdidas.

Por otro lado, si el objeto no está perdido, no se produce la posterior matriz del objeto causa del deseo. Por ende, el sujeto no puede identificarse con el objeto en tanto perdido (y con valor fálico), sino que queda retenido en una identificación de objeto en tanto resto, que es mortífera. 

En estas coordenadas, el melancólico se empeña en encontrar una prueba de amor que revierta su certeza de no poder ser amado por nadie. Se trata de una ilusión vivida como "su última chance", que fácilmente vira hacia la decepción cuando el otro no está tan disponible como el sujeto necesita.

viernes, 17 de enero de 2025

El desafío clínico de abordar subjetividades complejas

 Es frecuente la desorientación de los profesionales clínicos frente a pacientes cuya problemática o estructura no corresponde a una neurosis tipo. Se trata de sujetos cuya subjetividad se organiza en torno al “carácter” freudiano, con tendencia a la actuación o a una estructura yoica débil. Estos pacientes suelen presentarse con una aparente superioridad yoica que enmascara su vulnerabilidad, lo que los convierte en desafiantes y problemáticos en el contexto terapéutico.

La conexión directa entre el yo y el ello pulsional en estos casos evidencia una fragilidad en el dique de la castración, permitiendo que las pulsiones puras capturen al yo y lo mantengan en servidumbre. Esta condición se traduce en un yo rígido, carente de la flexibilidad que otorga la angustia de castración en el síntoma neurótico tipo, lo que genera rechazo social y dificultades en el vínculo terapéutico.

En este contexto, el analista desempeña un papel fundamental, actuando como una barrera protectora frente al desborde pulsional. Con paciencia, amor y ternura, el analista facilita un proceso de contención y acompaña al paciente en la construcción de nuevas posibilidades subjetivas. Este enfoque requiere intervenciones que delimiten lo permitido y lo prohibido, con preguntas que promuevan la reflexión y el movimiento interno del paciente.

La práctica con estos pacientes demanda un análisis preciso de las propias resistencias del analista, evitando respuestas especulares que personalicen las conductas transferenciales. Se trata de un desafío que confronta al analista con la complejidad de la psiquis en su tiempo primario de constitución, donde las pulsiones, desprovistas de ligaduras, se presentan en su forma más elemental.

Estos pacientes nos enseñan sobre la profundidad y las dimensiones del aparato psíquico, permitiendo verificar de manera concreta la metapsicología freudiana. A través de un abordaje cuidadoso y respetuoso, el analista no solo contribuye a aliviar el sufrimiento humano, sino que también encuentra en estos casos graves un motor para el avance teórico y clínico del psicoanálisis.

Freud, con su lúcido escepticismo respecto al bienestar absoluto, nos recuerda que es precisamente en el trabajo con las dificultades donde el psicoanálisis encuentra su mayor potencial para transformar, en la medida de lo posible, el malestar humano en una oportunidad de vida más digna.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Efectos de borde en la práctica analítica

 El tríptico de inhibición, síntoma y angustia establece una coordenada fundamental para delimitar el campo de los fenómenos clínicos en la experiencia analítica. Estos elementos organizan los fenómenos clínicos que aborda el psicoanálisis, especialmente en relación con la función y el lugar que ocupa el síntoma.

El síntoma no solo actúa como un anclaje para el sujeto, sino que, principalmente, opera como una respuesta a la castración. Al aportar un sentido o dirección, el síntoma permite que el sujeto tenga ciertas herramientas para enfrentar la castración. Aquí, la castración se entiende en un sentido sincrónico, es decir, como la castración del Otro, que constituye un elemento económico que rompe las barreras protectoras del aparato psíquico.

De esta manera, la castración no se presenta como una cualidad específica, sino como un fenómeno de orden traumático, relacionado con el impacto económico que esta tiene en el sujeto.

Más allá del papel del síntoma, la praxis analítica se enfrenta a fenómenos clínicos que, siguiendo algunas elaboraciones de Lacan, podemos considerar como efectos de borde. En la práctica analítica, aparecen frecuentemente presentaciones subjetivas o cuadros clínicos dominados por elementos que resultan difíciles de trabajar. Estos suelen estar relacionados con un componente económico en el sujeto, que presenta dificultades para su tramitación y que implica una carga penosa en su experiencia de vida.

Asimismo, estos fenómenos de borde también pueden manifestarse como profundos sin sentidos, en situaciones donde la vida del sujeto parece carecer de dirección o propósito. En estos casos, se puede interpretar una falla en la constitución de la neurosis. Normalmente, el Nombre del Padre introduce un sentido en el sujeto, pero cuando esta función falla, emerge una experiencia subjetiva marcada por la ausencia de significado.

lunes, 21 de octubre de 2024

Clínica en el borde de la neurosis, ¿Que significa?

Las problemáticas psíquicas más frecuentes en la “Clínica en los Bordes de la Neurosis son las angustias arrasadoras, los consumos problemáticos, las autolesiones, las compulsiones, los pasajes al acto y el acting out.

Cuando nos referimos a la Clínica en los Bordes de la Neurosis, hacemos alusión a pacientes cuya estructura psíquica es neurótica, pero -a diferencia de la Neurosis Clásica- su Yo, a nivel del Narcisismo, se ha constituido con severas carencias y/o privaciones -en el origen de su estructuración-.

El Narcisismo Originario, en estos pacientes, posee severos déficits constitutivos. Los sujetos, cuyo Narcisismo Originario está fallidamente constituido, están atravesados por una historia de vida en donde el Otro Primordial desfalleció en su función -por motivos siempre únicos y singulares-.

Tal como S. Freud nos lo enseña, en los tiempos tempranos de la constitución, el Otro materno o quien ocupe su lugar, deberá prestar apoyo y auxilio en tanto el infans se encuentra en un estado de total desvalimiento e indefensión (tanto a nivel físico como psíquico).

El “Holding”. Tal como sostiene Winnicott, el “Holding” de la función materna, el sostén y apuntalamiento en los tiempos iniciales de la estructuración subjetiva, permite la constitución del Narcisismo (cuerpo) y la integración de este yo-no yo al resto del psiquismo.

“Sería agradable poder aceptar en análisis solamente aquellos cuyas madres, al comienzo y durante muchos meses de vida, hubieran sido capaces de aportar ‘condiciones suficientemente buenas’. Pero esta era del psicoanálisis, se está acercando irremediablemente a su fin“ .- Winnicott (1955).

¿Por qué motivos puede desfallecer el Otro de los primeros cuidados? El Otro de los primeros cuidados puede desfallecer de su función por múltiples motivos que la clínica nos demuestra: por estar atravesando un duelo significativo, por sufrir una depresión post-parto, por algún accidente vital, por ejemplo, una enfermedad importante. Esto provoca al Otro Primordial un Estado de fragilidad psíquica.

En otros casos, se comprueba una arista muy diferente con iguales consecuencias: el Otro Primordial cae de su función porque se presenta como absoluto, omnipresente, con demasiado poco espacio para ahuecar su falta y traducirla en el plano del equívoco. Esto le provoca al Otro Primordial un Estado de dura consistencia subjetiva.

Cuando el Otro de los Primeros Cuidados no pudo aportar condiciones suficientemente buenas -al decir de Winnicott-, ya sea por un estado de fragilidad psíquica o un estado de dura consistencia subjetiva, la estructura psíquica del sujeto por-venir tendrá dificultada en gran medida el soporte narcisístico normativo. El yo del sujeto se dispondrá, así, a ser el esclavo del Ello pulsional. Nos confrontaremos -así nos lo demuestra la clínica- con sujetos melancolizados.

Sujetos que consumen a pura muerte (sustancias, sexo, objetos), otros que se precipitan con furia a través de la acción impulsiva, como así también aquellos que ante una angustia arrasadora intentan poner un límite autolesionando su cuerpo (cutting).

miércoles, 14 de agosto de 2024

Pacientes que no pueden parar (compulsiones): las intervenciones sobre el superyó

Hoy vamos a ver qué hacer con los pacientes que no logran detenerse. Por ejemplo, no pueden parar de salir, o de consumir comida, droga u otras actividades compulsivas. Un fragmento del texto "Cuando no es posible detener a un sujeto" dice lo siguiente:

La elaboración de un campo ético propio psicoanálisis conlleva un trabajo de diferenciación con cualquier ética que sea del discurso del amo.

El deseo se establece entonces como la coordenada central en cuanto a la perspectiva ética que el psicoanálisis conlleva, pero el deseo en el sentido analítico del término, el que lleva la marca del impasse de lo sexual.

A partir de esto sería un error de juicio, un error de lectura, caer en la suposición de que el analista debiera orientar al sujeto hacia determinados caminos, porque aparentemente serían más “beneficiosos”. Incluso la creencia de que debiera detener al sujeto allí donde escucha que el analizante se dirige hacia un lugar o una situación que lo puede poner en alguna forma de aprieto o dificultad.

Por supuesto que la ética del psicoanálisis prescribe que el analista dirige la cura en función del lugar del deseo, o sea que orienta el trabajo en el intento de conectar al sujeto con el deseo. Pero no pocas veces la práctica analítica nos vuelve evidente que no necesariamente el sujeto va a orientarse con relación al deseo.

Si no está garantizado, y además no es obligatorio, que el sujeto se deje conducir por el deseo que lo habita, entonces puede “elegir” con relación a otras dimensiones que también están en juego: el ideal, la demanda, el goce.

Entonces, una idea equivocada de la dirección de la cura sería suponer que el analista es aquel que debiera detener al sujeto cuando no se orienta por el deseo, sino que sigue el camino “de su mal”.

De este modo se desconocería que el planteo freudiano conlleva que el hablante no es solidario de la idea de bien, y de allí los conceptos de pulsión de muerte y más allá del principio de placer.

El problema se traslada entonces hacia el analista. ¿Va a tolerar que es el sujeto quien finalmente decide hacia dónde se dirige o va a intentar introducir en la cura alguna idea de bien? Aún cuando ésta se esconda detrás de la idea del deseo.

El texto parecería advertir a los analistas sobre el posicionamiento en el lugar del amo. Es cierto que el analista conduce una cura y no al paciente, lo cual introduce a la pregunta de qué hacer con los pacientes donde las presentaciones tienen que ver con las impulsiones. Por ejemplo, consumos desmedidos, actuaciones y pasajes al acto frecuentes. Los efectos de los pacientes que no se pueden detener se ven en el cuerpo, la desubjetivación y el efecto enorme del superyó.

Hace un tiempo decíamos que el principio del placer no es el guardián de la pulsión de vida. La pulsión de vida implica la unión de partes más pequeñas que se combinan y complejizan. Esto es posible si el sujeto no se deja llevar del todo -acá está la clave- por el principio del placer, que implica mantener el nivel de tensión en el aparato lo más bajo posible.

Armando un vacío para la entrada en el dispositivo

Un paciente que no puede parar tiene la entrada al dispositivo analítico complicada. Volvamos a la anterior pregunta: ¿Cómo intervenir de manera no superyoica? Es decir, que el analista no diga algo como "Bueno, tenés que parar de salir un poquito, tomar menos...". El superyó está en la base de esta imposibilidad de detenerse y el analista debe evitar colocarse en ese lugar parental, que es justo el lugar donde el sujeto quiere fugarse. 

La cuestión es cómo dar lugar al vacío que el sujeto siente, cómo darle jerarquía a ese síntoma sin que quede como una cuestión moral.

Veamos ejemplos:

1) Cuando Lacan dice que la anoréxica "come nada", está haciendo una juntura entre lo simbólico y lo real. Ella come algo que deja un vacío y esto le dio la pauta para hablar de la dificultad de separación del objeto materno. Esta intervención no es superyoica, pues brinda existencia a algo que de otra manera no se hubiera visto. 

2) Silvia Bleichmar relata otro caso. Se trata de una jovencita inmersa en una vorágine de salidas y drogas. Silvia le dice, al modo de positivizar el vacío que la paciente le dice, le dice "Estás en deshidratación psíquica". Es una intervención al cuerpo, ella interviene armando un vacío. La droga da una sed, pierde contacto con los otros. Es interesante, porque las urgencias en los análisis hace que se tenga que intervenir rápido.

En ambos casos, las intervenciones apuntan al cuerpo, en el punto en que está tomado por el significante.

Interviniendo al superyó cuando la transferencia ya se instaló

Las intervenciones con el superyó son complicadas, porque comprometen tanto al yo como al ello. Freud describió al superyó como un Juez que mira al yo desde afuera, mientras que hunde sus raíces en el ello. De esta manera, las intervenciones al superyó implican lo pulsional del paciente, pues el ello es la sede de las pulsiones.

Al principio de la obra freudiana, con la primera tópica, el superyó aparece bajo la función de la censura. La censura, en este primer tiempo, implicaba que el yo era la sede de la moral, de manera que la censura era la conciencia moral que preservaba al yo de esas representaciones sexuales que lo asediaban. Es la primera nosología de Freud, alrededor del 1900.

El superyó aparece en 1923, en El yo y el ello. A nivel de las intervenciones, nos interesa situar que el superyó opera mirando al yo, juzgándolo y de forma sádica: la pulsión de muerte. El superyó aparece con frases que van "al todo o nada". Ej: "Todo tú has provocado esta tragedia" "Todo se perderá". Tiene la forma del imperativo categórico de Kant, con pretensión de universal.

Esta pretensión universal, en el superyó de los pacientes, van a aparecer en frases que siempre van hacia los extremos: Nadie-todos, siempre-nunca, lo peor-lo mejor. En este estado, el paciente no registra la graduación de las cosas, los grises.  

La sede de la moral, en la segunda tópica, pasa al superyó. El sujeto se debate entre algo que lo mira y otra parte que padece. La parte del yo que padece las frases del superyó está bajo el masoquismo moral. Es decir, la búsqueda de castigo a través de la compulsión a la repetición. 

Lo que está en juego, en este "todo o nada" del superyó, tiene que ver con lo que Freud refiere en la relación del superyó con el narcisismo. Es decir, el narcisismo inscribe al sujeto como "todo uno" bajo alguna identificación (Ej. su majestad el bebé). Como esa identificación hunde sus raíces en el ello, termina siendo una figura deformada y obscena.

¿Dónde operar? Sobre el narcisismo, sobre la idea de que el superyó se posiciona desde afuera. Es decir, el superyó desconoce la realidad y las circunstancias del sujeto.

Las intervenciones se pueden realizar cuando la transferencia ya está establecida. Si no se respeta este tiempo de confianza por parte del paciente, el paciente lo puede escuchar incluso en el sentido contrario de la intervención. Por ejemplo, como si el analista estuviera retando al paciente o si se estuviera riendo de él. 

Si dijimos que el superyó y el narcisismo están relacionados, debemos intervenir con una "voz trabajada". En la medida que el superyó hunde sus raíces en el ello, el analista debe usar una voz cuidadosa pero firme. Por ejemplo, el analista puede preguntar "¿usted realmente piensa que esa tragedia únicamente dependió de usted?" Algo de esto rompe con el narcisismo, porque nada depende de una sola persona. "Esta tragedia ya estaba ocurriendo mucho antes de que ud. apareciera". Claramente, estas intervenciones se dirigen a la castración, porque se trata de la relación del sujeto con la falta. Uno no siempre puede, aunque quiera o se lo autorreproche, lo que enfrenta con el duelo por la posición narcisista perdida. Esto relanza la escena analítica.

jueves, 2 de mayo de 2024

Los desbordes pulsionales

 Freud conceptualiza a la pulsión a partir del ensamblaje de una serie de términos, de cuatro elementos, como son la meta, el objeto, el empuje y la fuente. Ese ensamblaje indica entonces que la pulsión se localiza y distribuye en el sujeto en función del modo en que el significante desnaturaliza el cuerpo introduciéndolo, por ende, en una economía política de goce.

Hay momentos o hay circunstancias en la vida de un sujeto, momentos incluso de la práctica misma de psicoanálisis, donde el psicoanalista se las ve con ciertas manifestaciones que podríamos englobar dentro de lo que llamamos los desbordes pulsionales.

Ya la idea misma de desborde conlleva suponer la operación de un cauce, de algo que de alguna manera encausa, una serie de rieles vía los cuales la satisfacción en el sujeto se ordena en función de las coordenadas de esa economía política que mencionamos antes.

Los desbordes pueden corresponder a determinados momentos en la vida del sujeto, por ejemplo, ese momento de borde (precisamente) donde se trata de la verificación de aquellos emblemas fálicos que el sujeto se llevó del tránsito edípico.

Pero también podemos encontrarnos con que hay desbordes que son la consecuencia de que algo del ensamblaje de la pulsión se ha conmovido. O sea que el desborde vendría testimoniar de una falla, o de una interrupción en el funcionamiento de aquellos rieles que ordenaban y distribuían la satisfacción en el cuerpo del sujeto.

Con lo cual el desborde pulsional es el efecto de que algo a nivel de la estructura significante del Otro cesa en su operación, y esa falla o interrupción conmueve la función litoralizante del borde.

Los desbordes en la neurosis

La clínica analítica, a lo largo de los años, ha confrontado al analista a distintas modalidades de presentación subjetiva.

Fue patente una, en los momentos iniciales del trabajo de Freud, antes de 1900, y no lo es menos en nuestra actualidad. Nos referimos a una coyuntura clínica que nos confronta con determinadas modalidades de presentaciones subjetivas que están caracterizadas por alguna modalidad del desborde.

¿Qué queremos decir con esto? El desborde hace patente que algo en el sujeto se salió de cauce en el sentido de que aquello que pudiera litoralizar, encauzando, queda conturbado en su función. Y determina entonces alguna forma de desborde o de modalidad irruptiva.

Dos cuestiones serían importantes destacar de estos desbordes, puntualmente en las neurosis.

En primer lugar, cierta vacilación en el funcionamiento de algunas instancias. Nos podemos encontrar con sujetos en los cuales el síntoma es esencialmente lábil o está deficientemente constituido. O peor aún, ni siquiera está configurado en su función de parapeto y respuesta al problema económico del deseo del Otro.

También es posible pensar que los desbordes neuróticos responden a una falla en la regulación del fantasma, en la medida en la cual el fantasma, como pantalla, conlleva el funcionamiento de un marco.

Si bien los dos puntos fueron planteados como separados, es cierto que en general, los desbordes neuróticos se nos presentan como modalidades de presentación subjetivas que ponen en juego cuestiones más atinentes al fantasma que al síntoma.

Sumaria y esencialmente, cuando hablamos de desbordes neuróticos se trata de desbordes pulsionales, lo que nos llevó a conjeturar una vacilación en el funcionamiento del marco fantasmático. Cuestión que nos permite concluir con este interrogante, que nos interpela como clínicos: si el desborde es el efecto, ¿qué ha sucedido con aquellos anclajes en los cuales se apoyaba la posición del sujeto?

miércoles, 24 de enero de 2024

¿Cómo intervenir en las presentaciones clínicas en el “Borde de la neurosis”?

¿A qué se denomina “Presentaciones Clínicas en el Borde de la neurosis”?
Cuando nos referimos a la Clínica en los Bordes de la neurosis, hacemos alusión a pacientes cuya estructura psíquica es neurótica, pero -a diferencia de la neurosis clásica- su Yo (a nivel del Narcisismo) se ha constituido -en el origen de su estructuración- con severas carencias.

En la práctica clínica, se presentan, cada vez con más frecuencia, pacientes que cometen un daño hacia su propia persona, hacia su cuerpo (cortes, ingestas desmedidas, consumos problemáticos, actings out y pasajes al acto) que ponen en riesgo su vida y/o el lazo con los semejantes.

¿Qué significa un Narcisismo originario con severos déficits constitutivos?

La investigación clínica demuestra que los sujetos cuya estructura se halla en el Borde de la neurosis, fueron sostenidos de manera precaria por el Otro primordial, en tanto no le ha podido donar -por circunstancias siempre contingentes, que como analistas deberemos leer- una simbolización de sus propias demandas.

En los primeros tiempos de la estructuración subjetiva, ese Otro estuvo más atento a satisfacer las necesidades primarias y elementales del infans (comida, higiene), que a poder traducirlas de manera simbólica. No hubo, así, en tiempos instituyentes, la posibilidad de producir una hiancia, una falta, a modo del Fort-Da (presencia/ausencia) en el vínculo entre ese infans y el Otro de sus primeros cuidados.

¿Qué consecuencias tiene la carencia libidinal en el vínculo primario?

Cuando el Otro de los primeros cuidados no pudo –por razones siempre singulares- donar una simbolización suficiente como para que tenga lugar la hiancia (su duda interpretativa acerca de lo que le ocurre al niño o niña) y a cambio le ofrece lo concreto (ej. el alimento, la higiene), se produce en el futuro sujeto una severa dificultad para el armado de su inconsciente, con sus formaciones: como ejemplo paradigmático, el síntoma.

En la neurosis clásica, en cambio, el inconsciente se configura en derredor de lo que no hay a nivel concreto, de lo que falta. Esto es lo que causa el surgimiento de los significantes, las representaciones-palabras, que nunca terminarán de nombrar esa falta constitutiva que J. Lacan denominó: “objeto a” (nombre de un vacío, nódulo del inconsciente).

¿Cómo se manifiesta clínicamente un sujeto cuyo inconsciente ha sufrido un déficit en su inscripción?

Cuando las inscripciones simbólicas de un sujeto son deficitarias, a causa de la precariedad de simbolización del Otro de los primeros cuidados, será la pura acción pulsional y su satisfacción sin medida la que sustituya al inconsciente y sus formaciones (como lo es el vasto campo del síntoma, la inhibición y la angustia).

Indicadores Clínicos de las Presentaciones en el “Borde de la neurosis”

Las Presentaciones Clínicas en el Borde de la neurosis se caracterizan por la irrupción directa de la pulsión del Ello y/o los mandamientos crueles del Superyó, que causan un daño en el propio cuerpo y/o una violencia volcada hacia el exterior, a modo de descarga que no puede tramitarse a nivel del inconsciente y la palabra.

En las Presentaciones Clínicas de Borde el cuerpo del sujeto se halla verdaderamente afectado y perturbado, como así también y generalmente, sus lazos con los semejantes más cercanos.

Obstáculos severos en el lazo transferencial

Estos sujetos replican en el vínculo transferencial con el analista su desconfianza de que haya un Otro al que se le pueda adjudicar un lugar de Supuesto Saber -en tanto su Otro primordial desfalleció en su función de intérprete, porque se limitó a lo concreto de la satisfacción de las necesidades básicas-.

Estas neurosis no son –de entrada- neurosis de transferencia. La neurosis de transferencia será una apuesta del analista, como un horizonte futuro de llegada que se encontrará con sólidas resistencias por parte del paciente, debido a su desconfianza en la palabra y su compulsión a la acción.

La psicoanalista Haydee Heinrich denominó a esta circunstancia clínica de estos sujetos como poseyendo una: “falta de confianza en el significante”.

Intervenciones clínicas del analista

✅El analista se ofrecerá en su función de lector, asentada en una ética: no juzgar al paciente. 
✅Una intervención privilegiada son las “Construcciones en Psicoanálisis”. Porque permiten, en acto, historizar aquello que se presenta en el sujeto como pura acción. El psicoanalista podrá preguntar de manera activa cuando ocurrió, cómo ocurrió, dónde ocurrió. Y, fundamentalmente, le dirigirá al sujeto una pregunta: “¿Qué le ocurre en el momento de la impulsividad sin límite? Por ejemplo, cuando se corta”.

De esta manera, el analista apostará a la palabra del sujeto y, asimismo, a que pueda encontrar un sentido a sus acciones impulsivas, en tanto dicha significación está profundamente apartada de su subjetividad.

lunes, 11 de septiembre de 2023

De las neurosis narcisistas a la “clínica de los bordes”

 RESUMEN En el último ordenamiento nosológico de Freud (1924/1927) encontramos ya establecidas las categorías de neurosis, perversión y psicosis, formuladas luego por Lacan como estructuras subjetivas, así como una categoría que Freud opta por diferenciar de neurosis y psicosis, llamada “psiconeurosis narcisistas”, heredera de las “neurosis narcisistas” de 1914. Si consideramos el modo en que las distintas escuelas del psicoanálisis retomaron esta categoría, nos topamos con una amplia diversidad de posiciones. Se abre así un vasto ámbito de trabajo en el marco de lo que podríamos llamar la “historia conceptual del psicoanálisis”, que entronca con una tradición en parte independiente de investigaciones en la historia de la psicopatología y la psiquiatría. Ese trabajo comprende la elucidación de los diversos ordenamientos nosológicos que se fueron articulando en el campo del psicoanálisis. Más específicamente, importa dilucidar posibles relaciones entre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas y otros constructos utilizados con posterioridad y que dan cuenta de un campo clínico similar, para el que suele utilizarse la nominación de “clínica de los bordes”. Esa elucidación es esperable que nos lleve a precisar las referencias estructurales que manejamos a partir de Lacan, y a orientarnos en la lógica de la cura analítica en este campo.

Introducción 

Las elaboraciones freudianas fueron delimitando una serie de afecciones, de las que fue conceptualizando su operatoria específica y los modos de padecimiento propios, así como la forma en que se planteaba en cada una de ellas el conflicto central. En su último ordenamiento nosológico (1924/1927) encontramos ya establecidas las categorías de neurosis, perversión y psicosis, formuladas luego por Lacan como estructuras subjetivas, así como una categoría que Freud opta por diferenciar de neurosis y psicosis, llamada “psiconeurosis narcisistas”, heredera de las neurosis narcisistas de 1914. Allí ubica como conflicto central la tensión entre el yo y el superyó, y como paradigma de estas afecciones la melancolía, en la que esa tensión es notoria. Si consideramos el modo en que las distintas escuelas del psicoanálisis retomaron el ordenamiento freudiano -y particularmente esta cuarta categoría nosológica- nos topamos con una amplia diversidad de posiciones. Hay cierto consenso, sin embargo, en el lugar que tendrían en ese campo las alteraciones del narcisismo. Esto podría llevar a retomar la categoría freudiana, cosa que sólo algunos autores han hecho explícitamente. Hay entonces, en la literatura psicoanalítica, una variedad de denominaciones y descripciones clínicas, que parecen retomar en mayor o menor medida el constructo establecido por Freud. Se abre así un vasto ámbito de trabajo en el marco de lo que podríamos llamar la “historia conceptual del psicoanálisis”, que entronca con una tradición en parte independiente de investigaciones en la historia de la psicopatología y la psiquiatría. Ese trabajo comprende la elucidación de los diversos ordenamientos nosológicos que se fueron articulando en el campo del psicoanálisis. Más específicamente, importa dilucidar posibles relaciones entre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas y otros constructos utilizados con posterioridad y que dan cuenta de un campo clínico similar. 

De Freud al psicoanálisis anglosajón 

El interés freudiano por el campo del narcisismo comenzó en las proximidades de 1910. En Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (Freud, 1910), Freud utilizó por primera vez el término “narcisismo”, referido al problema de la homosexualidad masculina |Nota: esto es un error. El término aparece por primera vez en una nota al pie en "Tres ensayos"|. Un año más tarde, en su texto sobre el caso Schreber (Freud, 1911), formuló una hipótesis etiológica que ligaba la esquizofrenia a una fijación en el autoerotismo y la paranoia a una fijación narcisista. Estos antecedentes fueron retomados en la Introducción del narcisismo (Freud, 1914), donde Freud agregó a su nosología la categoría de neurosis narcisistas, a las que diferenciaba de las “neurosis de transferencia” por el retiro libidinal sobre el yo y la imposibilidad de establecer la transferencia, en ausencia de la función de la fantasía como sostén de la existencia psíquica del objeto. En Duelo y melancolía (Freud, 1915-17), Freud hizo extensiva a la melancolía la categoría de neurosis narcisistas que un año antes aplicara a paranoia y esquizofrenia, ubicando lo específico de esta afección en una identificación narcisista con el objeto perdido. La introducción de la segunda tópica (Freud, 1923) fue seguida de una reformulación nosológica (Freud, 1924) en la que Freud opuso neurosis y psicosis a partir del conflicto dominante (yo-ello en las neurosis, yo-mundo exterior en las psicosis), conservando la categoría de “psiconeurosis narcisistas” para la melancolía, en la que planteó como conflicto dominante la oposición yo-superyó. 

A partir de mediados de los años ’30, se hizo evidente la creciente delimitación de las escuelas. Los autores de la Escuela Inglesa tendieron a pensar los distintos estados patológicos como producto del tipo de defensas predominantes, y a sostener que existían distintos “repertorios defensivos” que formaban una gradación entre la patología psicótica y la neurótica, sin que existiera una frontera nítida entre ambas. Esta concepción aparentemente volvió superflua la categoría de neurosis narcisistas, que desapareció de la literatura. Sin embargo, en el año 1954, Donald Winnicott utilizó por primera vez el término “falso self” (Winnicott, 1954) para aludir a una estructura defensiva que el niño utiliza para adaptarse al medio y proteger su “verdadero self” de supuestas amenazas, a costa de una existencia desprovista de entusiasmo y de vitalidad. Sentaba así las bases para la investigación de patologías que no tomaban la forma ni de psicosis francas ni de neurosis clásicas. En 1957, Wilfred Bion desarrolló, profundizando líneas ya abiertas en la Escuela Inglesa, la idea de una “parte psicótica” y una “parte no psicótica” de la personalidad, definiéndolas como dos modos del funcionamiento mental que coexisten en mayor o menor medida en todo ser humano. Los últimos desarrollos significativos de esta escuela datan de principios de los ‘70. En Realidad y juego (Winnicott, 1971), Winnicott definió un “caso fronterizo” (borderline) como “aquél en el cual el núcleo de la perturbación del paciente es psicótico, pero éste posee una suficiente organización psiconeurótica”. Ese mismo año, Herbert Rosenfeld teorizó el “narcisismo destructivo” y sistematizó la organización narcisista, considerando el narcisismo como defensa y repliegue regresivo ante las primeras ansiedades aterradoras. Parecía legitimarse así la necesidad de considerar algún tipo de organización “intermedia” entre psicosis y neurosis, de algún modo vinculada al campo del narcisismo. 

En los trabajos de la Escuela Americana, la categoría de neurosis narcisistas está ausente. En su lugar, encontramos la consolidación de la noción de estados u organizaciones límites (borderlines), que los analistas de esta corriente vincularon más o menos explícitamente al campo del narcisismo. En 1936, Stern retomó el término psiquiátrico “borderline” (introducido 1884 por Hughes), para designar un grupo de pacientes con sentimiento difuso de inseguridad, hiperestesia afectiva y desfallecimiento de la estima de sí mismos, todo ello atribuido a una carencia narcisista fundamental. En 1952, Wolberg precisó que los pacientes “borderlines” presentan, de forma estable, en sus relaciones interpersonales mecanismos repetitivos de índole sadomasoquista y un predominio de defensas más arcaicas que las utilizadas por pacientes neuróticos y, contrariamente a los psicóticos, un criterio de realidad preservado. En 1959, Melitta Schmideberg describió los “estados límites (borderline)” como una organización “estable en su inestabilidad”, “limítrofe de las neurosis, de las psicosis psicógenas y de la psicopatía”. En 1971, Kohut propuso que los “trastornos narcisistas de la personalidad” se ubicaban entre las psicosis y cuadros “fronterizos” (que hacía equivalentes de las pre-psicosis) y las neurosis de transferencia, y atribuyó a las personalidades narcisistas una incapacidad para regular su autoestima y su necesidad de confirmar una imagen grandiosa de sí mismos, insistiendo también en el papel patógeno de las decepciones narcisistas, la ausencia de empatía y la inadecuación a las necesidades del niño por parte de los padres. En 1975, Kernberg puso el acento en que las distorsiones relacionales precoces estaban condicionadas por las características estructurales del yo, que él consideraba patológicas ya en la infancia. 

A partir de Lacan 

Los trabajos de la Escuela Francesa están desfasados en varias décadas con respecto a los de las Escuelas Inglesa y Americana, debido al peso que en esa escuela ejerció la concepción estructural de Jacques Lacan. Es significativo que hasta mediados de los ’50 Lacan hiciera varias referencias a lo que denominaba “neurosis de carácter”, donde ubicaba, por ejemplo, al Hombre de los Lobos. A partir de 1955, con su mayor acercamiento al pensamiento estructuralista, esas referencias desaparecieron, y en cambio se impuso su tripartición neurosis-perversión-psicosis. Lacan siempre mantuvo cierta ambigüedad con respecto al carácter exhaustivo o no de esa tripartición y, si bien cuestionó teóricamente las categorías de “casos-límite” o “borderlines”, discutió hasta el final de su enseñanza sus particularidades clínicas. A pesar del carácter abierto de los planteos de Lacan, sus seguidores consideraron que la lectura estructural dejaba por fuera, como conceptualmente impropia, cualquier categoría diagnóstica que no se encuadrara en las tres reconocidas en Lacan. 

Tanto es así que sólo a partir de la muerte de Lacan el tema comenzó a ser objeto de una discusión sistemática. Así, se sucedieron desde 1981 una serie de ensayos que retomaron el problema de aquellos casos ubicados en los “bordes” de la neurosis, o en una posición que directamente cuestionaba el alcance de la tripartición clásica. En 1981, Jean-Claude Maleval publicó su libro Locuras histéricas y psicosis disociativas (Maleval, 1981), en el que abogaba por el reconocimiento de un campo constituido por las locuras, como diferente de las psicosis. En 1993, y en el marco de un creciente interés en el psicoanálisis lacaniano por la clínica de los pacientes graves no psicóticos, Haydée Heinrich publicó Bordes de la neurosis (Heinrich, 1993), texto en el que definió este campo clínico en función de las categorías lacanianas, como el “borde real de las neurosis”. Heinrich incluyó allí los fenómenos psicosomáticos, los trastornos de la alimentación y las adicciones, y entre las consideraciones teóricas desarrolladas en este texto, la autora hacía mención a una falla en los tiempos del Edipo (específicamente en el tercero). En 1995 apareció el ensayo de Silvia Amigo, Clínica de los fracasos del fantasma (Amigo, 1995), llamado a ejercer una influencia considerable en los años que siguieron. Planteaba allí que, en ciertas neurosis graves, la elaboración del fantasma como respuesta a la pregunta por el lugar del sujeto en el Otro sería fallida, condicionando una serie de fenómenos clínicos distintos de las formaciones (por ejemplo, sintomáticas) de las neurosis “clásicas”, tales como las actuaciones y ciertos trastornos de la alimentación. Entre otras hipótesis, Amigo proponía que este “fracaso del fantasma” estaría en parte determinado por haber ocupado el sujeto en exceso el lugar de sutura de la castración materna, imposibilitando la distancia necesaria para elaborar su propia respuesta a la falta. En 1996 se publicó un segundo texto de Haydée Heinrich, titulado Cuando la neurosis no es de transferencia (Heinrich, 1996), en el que retomaba, utilizando los conceptos lacanianos, el tema freudiano del obstáculo a la transferencia, que había dado lugar a la categoría de neurosis narcisistas. En 1999, Jean-Jacques Rassial editó su obra El sujeto en estado límite (Rassial, 1999), en la que invitaba a repensar los “estados límites” desde una lectura lacaniana. Consideraba allí que, a partir de los últimos trabajos de Lacan, era posible otorgarle al estado límite un valor conceptual, distinguiéndolo de otros estados vecinos pero situados del lado de las neurosis, perversiones o psicosis. Para ello apelaba a la noción de “forclusión local”, postulando que la inscripción del Nombre-del-Padre fracasaba allí de modo parcial. Ese mismo año se publicó la compilación Los bordes en la clínica (Delgado, 1999), bajo la dirección de Osvaldo Delgado, que abre la discusión sobre lo que el término “bordes” podría implicar dentro de una conceptualización lacaniana del sujeto. En 2002 apareció la compilación de ensayos de Massimo Recalcati titulada Clínica del vacío (Recalcati, 2002), en la que proponía agrupar en una serie casos de psicosis y otros que no lo son, como ciertas anorexias, en torno al lugar central que en ellos ocupa la referencia al vacío. De 2005 es el libro de Élida E. Fernández, Algo es posible. Clínica psicoanalítica de locuras y psicosis (Fernández, 2005), en el que dedicaba dos capítulos a las locuras. En 2011 se publicaron dos nuevos textos que tenían como tema la cuestión de las locuras, como campo distinto tanto de las psicosis como de las neurosis “clásicas”: Las locuras según Lacan, de Pablo Muñoz (Muñoz, 2011) y No se vuelve loco el que quiere, de Alicia Hartmann (Hartmann, 2011). Significativamente, este último libro llevaba como subtítulo Vicisitudes de las afecciones narcisistas, revelando así el nexo con la interrogación freudiana. En 2013, la obra de Haydée Heinrich Locura y melancolía (Heinrich, 2013) propuso a la melancolía como paradigmática de una serie de situaciones clínicas encuadradas en la “clínica de los bordes”, retornando una vez más sobre las “psiconeurosis narcisistas” freudianas. Esa lista no es por supuesto exhaustiva, y sólo traza un recorrido en el psicoanálisis lacaniano. 

Estos trabajos volvieron a abrir a la discusión la existencia de un campo clínico heterogéneo pero con ciertas particularidades que pueden pensarse en términos estructurales. En su diversidad, los trabajos citados parecen coincidir en situar estos casos en el ámbito de la neurosis, apuntando a un “borde real” de ese campo. Como rasgos estructurales, ubicaríamos en primer término la particular dificultad del sujeto para situarse en relación a la falta en el Otro, que sin embargo no deja de estar inscripta. Ello va de la mano de una impasse en la función fálica, que se traduce -entre otros puntos- en una caída del valor propio y el sentimiento de vitalidad, y en la desmesura que caracteriza la afectividad y el accionar de estos pacientes, así como en fallos puntuales en la sexuación. También, como elaboró Amigo (Amigo, 1995), en el fracaso del fantasma como respuesta y marco fundamental del sujeto. Como consecuencia de ella, encontramos una fragilidad narcisista particular y una emergencia recurrente y muchas veces masiva de la angustia, que suele precipitar respuestas en la vía del acting out y el pasaje al acto. Los vínculos suelen estar marcados por un carácter pasional y ambivalente, y las identificaciones -tal como subrayó Freud (Freud, 1915-17) y retomó entre otros Recalcati (Recalcati, 1997)- se dan no al modo parcial que Freud sitúa en las neurosis “típicas”, sino al modo de una indiferenciación con el otro. 

Dentro de los autores no lacanianos, mencionaremos en primer lugar a André Green (Green, 1983), quien desde mediados de los años ’70 se dedicó al estudio de los “casos fronterizos”, planteando que en éstos la defensa predominante sería la escisión, y además que las pulsiones parciales (unidas a objetos parciales) pondrían al yo bajo amenaza de la fragmentación. Green propuso que sería necesaria “una narcisización previa del yo con miras a establecer una relación de objeto”. Esta narcisización del yo requeriría una operación de ligazón, con intervenciones que liguen los jirones del discurso del paciente, pues la dificultad principal estaría dada por el déficit de simbolización. 

Desde unos años antes, Bergeret había comenzado sus trabajos sobre los “estados límite”. Este concepto correspondería a los pacientes que quedaron fijados a una deficiencia narcisista de base a raíz de la cual no se permitió la integración del Edipo, y como consecuencia se impidió el ingreso a la problemática neurótica. Bergeret planteaba que el “estado-límite” era una estructura en potencia que no había alcanzado el estatuto estructural definitivo y que no pertenecía ni a las neurosis ni a las psicosis. Él y sus continuadores consideraron como trastorno dominante en los borderlines los síntomas depresivos que, llevados al extremo, podrían definir un tipo de depresión llamada “esencial”. Se advierte en estos autores un mayor diálogo con las Escuelas Americana e Inglesa, así como un acento mayor que entre los autores lacanianos en la problemática del narcisismo. Como rasgo común con las lecturas lacanianas, encontramos referencias a la “estructura”, pero este término parece utilizarse de un modo más laxo, ya que se considera, por ejemplo, la noción de estructuras inacabadas, noción que habría que precisar. 

Conclusiones 

Hemos recorrido un arco temporal y teórico que va de las elaboraciones freudianas sobre el narcisismo y las “neurosis narcisistas” a las conceptualizaciones y problemas que se enmarcan en los desarrollos de la Escuela Francesa, en torno de la referencia a la “clínica de los bordes”. En ese recorrido hemos situado asimismo un conjunto de rasgos clínicos que permiten agrupar una diversidad de presentaciones en un campo reconocible en sus particularidades. Ese reconocimiento, por otra parte, lo hemos traducido en una serie de coordenadas estructurales que distintos autores permiten establecer. 

El debate continúa abierto, y atraviesa la multiplicidad de concepciones teóricas del psicoanálisis. Es preciso un trabajo de investigación conceptual que facilite la discusión entre las distintas posiciones y una mejor delimitación del campo clínico. En el ámbito del psicoanálisis que se referencia en Lacan, esa elucidación, junto con la permanente remisión a la clínica, es esperable que nos permita seguir precisando las particularidades estructurales que, como corolario, nos permitirán orientarnos en la dirección de la cura. Ésta no puede ser aquí la misma que en otros campos, y estará fuertemente sujeta -tal como planteó Lacan para el caso de las psicosis- a lo que podamos establecer sobre la posición del sujeto en la estructura. 

BIBLIOGRAFÍA 

Amigo, S. (1995/2005) Clínica de los fracasos del fantasma. Rosario: Homo Sapiens. 

Bercherie, P. (1980/1999) Los fundamentos de la clínica. Manantial: Buenos Aires. 

Fernández, E. (2005) Algo es posible. Clínica psicoanalítica de locuras y psicosis. Letra Viva: Buenos Aires. 

Freud, S. (1915-17/1996) Duelo y melancolía. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1923/1996) El yo y el ello. En Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1914/1996) Introducción del narcisismo. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1924/1996) Neurosis y psicosis. En Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu. 

Freud, S. (1911/1996) Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoïdes) descripto autobiográficamente. En Obras Completas, vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu. Freud, S. (1910/1996) Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. En Obras Completas, vol. XI. Buenos Aires: Amorrortu. 

Green, A. (1983/2005) Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires: Amorrortu. 

Hartmann, A. (2011) No se vuelve loco el que quiere. Letra Viva: Buenos Aires. Heinrich, H. (1993) BordeS de la neurosis. Rosario: Homo Sapiens. 

Heinrich, H. (1996) Cuando la neurosis no es de transferencia. Rosario: Homo Sapiens. 

Heinrich, H. (2013) Locura y melancolía. Buenos Aires: Letra Viva. 

Kernberg, O. (1975/1988) Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico. México: Paidós. 

Klein, M. (1935/1999) Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos. En Obras Completas, vol. 1. Buenos Aires: Paidós. 

Klein, M. (1946/2001) Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. En Obras Completas, vol. 3. Buenos Aires: Paidós. 

Kohut, H. (1971/2007) Análisis del self: el tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la personalidad. Buenos Aires: Amorrortu. 

Lacan, J. (1958/2009) De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI. 

Lacan, J. (1953-1954/2001) El Seminario, Libro 1. Los Escritos Técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós. 

Lacan, J. (1962-1963/2006) El Seminario, Libro 10. La angustia. Buenos Aires: Paidós. 

Maleval, J.-C. (1981/2009) Locuras histéricas y psicosis disociativas, Buenos Aires: Paidós. 

Muñoz, P. (2011) Las locuras según Lacan. Letra Viva: Buenos Aires. 

Rassial, J.-J. (1999/2001) El sujeto en estado límite. Nueva Visión: Buenos Aires. Recalcati, M. (2002/2003) Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis, Madrid: Síntesis. Winnicott, D. (1954/1970) Deformación del ego en términos de un self verdadero y falso. En El proceso de maduración. Barcelona: Laia. Winnicott, D. (1971/1995) Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.

Fuente: Belucci, Gabriel (2022). De las neurosis narcisistas a la “clínica de los bordes”. XIV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. XXIX Jornadas de Investigación. XVIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. IV Encuentro de Investigación de Terapia Ocupacional. IV Encuentro de Musicoterapia. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

jueves, 25 de marzo de 2021

¿Resulta eficaz la libre asociación en la clínica con niños, adolescentes y pacientes fronterizos?

Hoy intentaremos revisar el concepto de asociación libre en el marco del encuadre psicoanalítico, en lo que refiere a la clínica con niños y adolescentes. La asociación libre es un modo de acceder e indagar el inconsciente, aunque no es el único método de hacerlo en estos casos.

El método de la asociación libre no se creó de la nada, sino por la renuncia activa al proceso traumático, vía la catarsis y la hipnosis. Se renuncia búsqueda activa del recuerdo y la representación para dejar hablar al paciente libremente. Aún así, Freud mantuvo el enfoque sobre la formación de síntomas. En un tercer momento, el analista renuncia a enfocarse en un tema determinado y se basa en la superficie psíquica. Es el cambio de la posición de atención enfocada a la posición de atención flotante.

El campo de la clínica con niños fue el primer traslado del método psicoanalítico aplicado en adultos y aquí comenzaron los problemas. Freud mismo se dio cuenta que el  método de asociación verbal no se podía aplicar de igual manera y hubo que hacer modificaciones técnicas. El niño, según Freud, no tolera el método de la asociación libre.

Una de las innovaciones fue el juego, que es un eje como hoy se piensa a la clínica con niños, con los aportes de melanie Klein. Para esta psicoanalista, el jugo es un equivalente de la asociación libre. No todos los psicoanalistas siguieron esta idea de la escuela kleiniana; Ana Freud no lo consideraba así. Donald Winnicott amplió las ideas de Melanie Klein, donde el juego es un camino para acceder al inconsciente del niño.

Evidentemente, no se puede analizar de igual manera a un niño que a un adulto, por lo que hay que introducir modificaciones técnicas en este último caso.

En el juego no solamente hay asociaciones representacionales en las escenas del juego al igual que en el sueño, sino que además en el juego hay una actividad, hay acción. En el juego está la pulsión, así que en el sueño encontramos un aspecto asociativo y otro aspecto en la puesta en acto. Dependiendo el juego que se trate, estamos más cerca de la asociación libre o más lejos.

Cuando Freud descubre la compulsión a la repetición, encontramos allí un tope a la asociación libre. La compulsión a repetir en acto implica los límites de la representación. Las representaciones son aquí utilizadas como acción o hay un límite a la capacidad representacional. Hay una preminencia de la puesta en acción, lo cual es un lpimite a asociar, ligar, elaborar. La compulsión a la repretición es un límite del trabajo analítico, donde más allá del principio del placer se repite el padecimiento y donde Freud coloca a las pulsiones destructivas.

Aún así, se trata de representaciones puestas en acto, donde hay un predominio de la función motor del aparato psíquico, donde hay descarga pulsional (y donde se ubica el padecimiento). Lo que se repite es el padecimiento.

La capacidad representacional tenía que ver con el primer concepto de inconsciente de la primera tópica y el inconsciente reprimido. El método busca recuperar y ligar, de un inconsciente reprimido y representacional, representaciones cosa (inc) vía las representaciones de palabra (pcc-cc). El inconsciente representacional tiene derivaciones en los síntomas y se trata de ligarlos, trabajarlos, etc.

Cuando se empieza a ver que algo de lo inconsciente proviene una fuerza actual y no representacional, el repetir en lo actual y presente, lo que notamos es que el paciente no lo liga con representaciones o recuerdos anteriores. El trabajo analítico tiende a ligarlo con representaciones, pero aquí encontramos el límite al trabajo analítico. Lo que se repite es:
1) Inhibiciones
2) Rasgos patológicos de carácter
3) Síntomas.

La compulsión a la repetición no trae el recuerdo que Freud quería, sino el eterno retorno de lo igual. La pregunta del analista es: ¿Cómo hacer de eso que se repite algo nuevo? Winnicott hablaba de la creación psíquica, donde a la repetición no hay interpretarla para reducirla, sino producir lo que no existía, creación de novedades de sus propias capacidades psíquicas. La clínica de Winnicott abre la dimensión psíquica a los fenómenos transicionales, reconceptualizado como los procesos terciarios, que se agregan a los procesos primarios y secundarios, y que permite lidiar con padecimientos que no son los síntomas neuróticos tradicionales ni explicables por el inconsciente reprimido.

La compulsión a la repetición requiere de otras maniobras clínicos, como trabajar con la transferencia, hacer construcciones, que la atención deje de ser flotante y sea más focalizada (a los focos que el paciente evita). A veces el analista debe prestar representaciones que el paciente no tiene.

La asociación libre siempre trae algo nuevo, mientras que la compulsión a la repetición trae lo mismo. Se trata de pacientes más graves, que no son las neurosis clásicas, pero tampoco psicosis. Hay todo un terreno, que son los llamados cuadros fronterizos, muestran nuevas problemáticas como la angustia, los pasajes al acto, acting, etc. 

Leer la presentificación del paciente, no conectable con representaciones de su historia, nos pone en el límite de que la asociación libre no sirve siempre como un modo de acceso. Muchas veces este material tiene un tope a las asociaciones y no hay algo más profundo ni por detrás. Toca construir con eso.

Cuando el niño juega, se trata de algo actual y pesente. Son representaciones actuales, aunque los niños también recuerdan. El niño, mediante el juego, despliega su inconsciente mediante acciones representacionales. Esta es una modificación del método para que el inconsciente del niño trabaje y para que el analista pueda acceder a derivados del inconsciente.

La noción clásica de Freud es la del inconsciente reprimido. La compulsión a la repetición lo llevó a Freud a revisar la noción de inconciente. Descubrió el narcisismo, el yo, los mecanismos de defensa, el ello y luego planteó al superyó. Lo inconsciente no coincide con una sola dimensión psíquica: habrá inconsciente reprimido que sea partes del yo (mecanismos de defensa y narcisismo), partes del superyó. El ello, que es pulsional y no representacional, también es inconsciente. 

Lo que llevó a esta modificación fue la pulsión, porque con la anterior concepción de inconsciente reprimido la pulsión era un concepto límite entre lo somático y lo psíquico. Con la segunda tópica, la pulsión forma parte de lo psíquico. Eso explica a lo pulsional como una tendencia a actuar para la cual se necesitó ampliar la noción de inconsciente. La noción de inconciente, de esta manera, se complejizó.

Otra de las innovaciones fue el dibujo, que es una modalidad de expresión psíquica que permite que el inconsciente se manifieste.

El analista busca, con sus intervenciones, tocar lo real psíquico, ya sea para abrir a nuevas ligazones, aliviar el sufrimiento, y que no se limita a la interpretación.

La compulsión a la repetición abrió al paradigma del inconsciente en acto. La cuestión acá, según André Green, es la capacidad representacional vs. la limitación representacional de lo psíquico. La representación de cosa y de palabra serían una segunda etapa. Esto se descubrió por la sintomatología de los pacientes, como ocurre en los pacientes fronterizos, que han sido investigados por varias líneas. Para estos pacientes se tuvo que adecuar el dispositivo. 

El inconsciente de la segunda tópica está esparcido en el ello, el yo y superyó. Las modificaciones del método tuvieron que adecuarse a estos cambios, aunque la asociación libre quedó como un estándar.

Otra de las nociones contemporáneas del trabajo en análisis es el trabajo mutuo con el paciente. El paciente aporta material psíquico y el analista favorece las ligazones, aporta ideas. El analista no es un oráculo.

Hagamos el siguiente esquema:
- La neurosis está estructurada con la cuestión de la angustia de castración.
- La compulsión a la repetición abre la puerta a angustias anteriores (evolutivamente), que son las angustias de pérdida, de intrusión, las angustias que estudiaron Melanie Klein, Winnicott, Bion y otros analistas. Estas angustias provocan otros síntomas que no son exactamente productos de la represión, sino la escisión. 

La escisión psíquica no produce síntomas a la manera del retorno de lo reprimido, sino de lo que fue escindido de la representación. Hay más inconsciente que el que tiene que ver con el lenguaje y la palabra y es más de lo que está estructurado como un lenguaje. Las distintas formas del inconsciente nos permite llegar a más pacientes y nos brinda más técnicas.

Si nos limitamos únicamente a la asociación libre, no llegaremos a cuestiones que son de otra cualidad psíquica, porque tiene otra materialidad. No siempre la asociación libre opera. 

Freud, en Construcciones en psicoanálisis, revisa la práctica analítica. Aquí ya no habla de técnica analítica. Estamos a 17 años de Más allá del principio del placer, para orientarnos y se refiere a qué materiales ofrece el paciente para poder discernir y construir el inconsciente. Él se refiere a tres: sueños, asociaciones libres y repeticiones. Algo parecido dice en El esquema del psicoanálisis. Estos tres materiales se conectan. El sueño es un producto de donde pueden salir asociaciones. Hay asociaciones que son compulsivas, que no son libres. La compulsión a la repetición también puede abrir a nuevas asociaciones libres. Esta es la artesanía del psicoanalista.

Muchos analistas piensan que el trabajo con la asociación libre es abrir, abrir y abrir. También lo es cerrar. En cada sesión tiene que haber algún cierre. Si no hay conclusiones, resignificaciones, se abre al infinito. La asociación libre permitir abrir a lógicas particulares de ciertos tramos psíquicos, donde se abre y se cierra, se cierra y se abre. 

El psicoanálisis con otro tipo de pacientes, como los niños y los adolescentes, aporta más materiales. El juego, los dibujos y el actuar del paciente sirven para indagar el inconsciente. Quienes han ido más allá de la neurosis han tenido que flexibilizar su modo de atender a lo inconsciente para poder leerlo e inteligirlo. Uno d elos problemas que tiene nuestra disciplina es tomar como dogma algo que está sujeto a la investigación y a la modificación. 

Fuente: Nota de la conferencia dictada el 5/5/20, por el Dr. Carlos Eduardo Tkach, titulada "El método psicoanalítico con niños y adolescentes. ¿Resulta eficaz la libre asociación?"

viernes, 27 de septiembre de 2019

Sufrir sin palabras: qué-hacer en la clínica.


Notas de la conferencia dictada por Vanesa Starasilis en Institución Ulloa, el 14/03/2019

El psicoanálisis tiene un gran desarrollo teórico, fundamentalmente para lo que tiene que ver con las neurosis de transferencia. Pero para aquellas neurosis no subsidiarias del inconsciente y aquellas aquellas presentaciones que no siguen los andariveles del significante, encontramos un déficit en lo que se refiere, por ejemplo, a:
  • Acting out.
  • Pasaje al acto.
  • Ataque de pánico.
  • Trastornos de la alimentación.
  • Psicosomática
En estas presentaciones clínicas seguimos los desarrollos de Freud y Lacan, como en texto Recordar, repetir y elaborar o el texto de 1895 donde Freud hace un listado extensos de las patologías que se presentan como lo que conocemos como ataque de pánico, aunque no vayamos a encontrar un seminario entero, como el que Lacan consagra a la angustia. 

Todos consensuamos en las tres estructuras y sus operaciones fundantes por la cual se convierten en dichas estructuras: psicosis (forclusión), perversión (renegación) y neurosis, que tiene como operación fundante la represión. Sin embargo, hay neurosis que pese a que su mecanismo fundante es la represión, no están exentas los episodios de forclusión o de renegación. Diría que en toda neurosis podemos esperar renegación y forclusión. Sucede que estas no son las operaciones que las fundan, pero hay episodios de forclusión y renegación. En algunas neurosis, la forclusión y la renegación predominan más que en otras y esto determina la gravedad del caso. Pero en toda neurosis vamos a encontrarnos con renegación y forclusión.

Si hablamos de represión, lo que tenemos resultado es la otra cara de la moneda, que es el retorno de lo reprimido. Es lo que queda articulado en las formaciones del inconsciente: síntoma, chiste, sueño, lapsus, olvido, acto fallido. Estamos en el terreno de lo inconsciente, en el terreno que aprendimos que está estructurado como un lenguaje y que entonces la función del analista allí es descifrar e interpretar lo que aparece cifrado en la formación del inconsciente. El paciente se pone a asociar, aunque se resista un poco hay que insistir y esperar. El inconsciente trabaja cifrando lo que queda fuera de la consciencia y la función del analista es descifrar esa cifra para que el sujeto se entere.

Freud supo de entrada que no todo paciente tenía la presentación de las formaciones del inconsciente, cuando se topó con la pulsión. Habló de la pulsión de muerte, del más allá, del agieren (algo se detiene en la cura y el sujeto en lugar de recordar actúa), la reacción terapéutica negativa. Son los límites al significante que Freud encontró y que hay que recorrerlos. ¿Qué abordaje hacemos los analistas cuando la presentación viene vía pulsión? Freud dice en El yo y el ello que la pulsión tiene 2 modos de llegar al yo: a través del ideal del yo y otra que es directamente. Cuando llega a través del ideal del yo, la pulsión está enlazada al deseo. De esta forma, uno podría tomar una copa de vino con un amigo, en un lindo paisaje escuchando música. La pulsión está en juego: la oral, la voz, la mirada… Pero está articulada a un deseo. No es lo mismo que bajarse la heladera. En este último caso, se trata de la pulsión que barre con la función reguladora del yo. ¿Cómo abordamos esos casos donde lo pulsional es lo que está en juego, sin que muchas veces esté advertido por el sujeto? Diría más, en el momento en que está sucediendo, el paciente no piensa y a veces ni advierte estar tomado por la pulsión.

Entre los 4 elementos que Freud menciona de la pulsión, está el drang, el empuje. Cuando está articulada con el deseo, la pulsión se articula a los otros elementos. En estos casos lo que vemos es puro empuje, puro drang, fuerza, empuje.

Caso.
Celeste (24) es lic. en ciencias económicas. Trabaja en la oficina de una pequeña empresa desde hace muchos años, desde que era estudiante. Hace tareas de contadora y administrativas. Se recibió joven y mantiene el mismo sueldo y categoría de antes de recibirse. Ella consulta por su relación con los varones: nunca tuvo novio y es virgen. Dice que durante la facultad no le interesaba conocer varones, pero ahora no puede entender por qué nadie se fija en ella. Se pregunta qué hace mal, qué es lo que pasa. El tema “me desespera”, dice. Esa desesperación es muy notoria. Habla haciendo movimientos con la cabeza, las manos, el cuello. Es verborrágica, parece que se estuviera ahogando, tiene un tono de voz muy elevado. Es muy difícil seguirla en lo que dice, aunque insiste que este tema la desespera, que nadie le dé bola. 

Refiere también ser muy desorganizada, con grandes problemas para llegar en horario -en efecto, no hay vez que sea puntual en la sesión, siempre llega tarde-, no sabe por qué pierde el tiempo, deja todo para último momento, vive en la casa con la hermana y la madre y dice que la casa es un caos. Está todo desorganizado, platos sucios, ropa tirada. Ella duerme en un dormitorio-pasillo, donde hay que atravesar su dormitorio para pasar al otro. Ese dormitorio no tiene puerta, se rompió una vez y quedó así. Su desorganización, desprolijidad y desorden también se hacen ver en su aspecto. No es algo bizarro, pero hay algo desacomodado, desalineado, desprolijo.

¿Cómo hacer entrar en la palabra lo que está en el cuerpo? Ella viene por su desesperación que no encuentra un hombre y yo me encuentro apenas ver con una cuestión mucho más compleja. No hay registro de eso ni está articulado a la palabra, pese a que está presente en el cuerpo. 

El trabajo analítico permite el despliegue de su historia, también muy caótica. Los padres se separaron cuando ella era muy chica. Son 4 hermanos, al padre ella lo define como desastre, que es un significante que va a aparecer. El padre vivió siempre colgado de su propia madre, la abuela. Cuando se separan él se va a vivir a lo de su propia madre y no se le conoció una relación con otra mujer. Cuando muere esta abuela la casa se cae abajo, dice ella, hay cable colgando, agujeros, todo despintado. La madre tiene pareja y prácticamente vive afuera, mientras en la casa quedó viviendo ella con sus 3 hermanos.

Tiene una mala relación con la hermana, a la que diagnosticaron como esquizofrénica. La relación pésima tiene que ver con que Celeste le toca las cosas: ella se mete en el dormitorio y le quita una remera, una bufanda y lo que Celeste dice es “Es una tentación, no puedo dejar de hacerlo” y más bien pasa a quejarse de esta hermana, de cómo se va a poner así porque le saca un par de medias. Le señalo que la hermana le está diciendo “no”. Se lo señalo porque es algo que no funciona en ella y efectivamente ella me dice “no tengo límites”. Come sin parar, se vuelve insistente con los varones, sobre todo cuando estos varones muestran indiferencia. A medida que va transcurriendo el análisis, ella empieza a conocer varones y a salir con ellos. Tiene relaciones con varones, pero con ninguno se arma nada del amor. Son relaciones de uno o dos encuentros.

De su historia familiar, dice que de pequeños quedaban muy a la deriva. Los padres se iban y ellos se levantaban a cualquier hora. No había nada organizado para comer, peleaban, volaban tenedores, rompieron un ventanal… Todo caos y desborde. Todo drang. Por todos lados aparece que no hay límites. Ella empieza ubicar que no puede aceptar un “no”, empieza a ubicar que ella es ansiosa, que la desesperación que ella tiene en relación a los varones tiene que ver con eso. 

Con los varones, tiene una particularidad: cuanto más indiferentes, más insiste. Ella recuerda que de niña ella llegaba a la escuela ella quería acercarse a esos compañeros que formaban un grupo cerrado, “populares”, que no le daban bola. Ella insistía una y otra vez con esos compañeros. A medida que vamos trabajando, esa desesperación insiste cuando aparecen los hombres. Ella se pone a ver qué hacen, si tienen novia, con quiénes estuvieron, los investiga. ¿Por qué no me eligen? se pregunta. La respuesta que ella arroja es “soy un desastre”: llego tarde a todos lados, mi habitación es un desastre, la casa es un desastre, no puedo hacer una dieta. 

Mis interveneciones, hasta ese momento es armar una lógica, porque no hay nada que descifrar. Hay que armar qué la lleva a Celeste a la desesperación, a sostener y a garantizar que no la elijan. Ella va a al lugar donde no va a ser elegida, como pasaba en la infancia con los compañeros que elegía. Ella va hacia el que de entrada le dice que no. En esto casos hay que construir una lógica que nos permita entender qué se armó allí, para empezar a desarmar y a abordarlo. ¿Qué es este ser desastre? ¿Qué es este por qué no me eligen? y ¿qué es esta desesperación/ansiedad?

En estos casos no subsidiarios de las formaciones del inconsciente me ha servido mucho hacer un planteo teórico que Lacan toma en relación a la anorexia y a la psicosomática: la alienación y la separación.

Hay 2 operaciones que Lacan plantea como fundantes de la estructura neurótica: la alienación y la separación. Nos plantea Lacan que el infans cuando llega al mundo no es un sujeto. No tiene ninguna posibilidad de existir, de sobrevivir a la jungla del lenguaje sino es arrojándose al campo del Otro. Debe tomar del Otro algún significante que lo nombre, de tal forma de ser algo. Tiene que ser algo primero para el Otro. A esa primera operación, Lacan la llama alienación, o sea, un movimiento del sujeto al alienarse al campo del Otro. Podemos pensarlo como el Otro materno, donde el sujeto necesita alienarse para sobrevivir. El Otro le aporta un sentido, un significante que le dé existencia. Ese significante que el Otro aporta es cualquiera: qué tranquilo, qué divino, qué hermoso, qué inquieto, qué parecido a mi suegra. Son los significantes primeros que le dan un lugar a este sujeto. Lo que sucede, dice Lacan, es que este infans antes de alienarse que “no era”, cuando es nombrado por el Otro y el Otro le dona un significante, tamṕoco “es”, sino que queda representado por el significante. Esto es lo que se quiere decir cuando el sujeto es pura falta en ser y que eventualmente está representado.  Si no estuviera representado y en realidad fuera, no sé qué podríamos hacer los analistas. Los pacientes nos dicen “soy así”, “no soy lo otro”. Pero nadie es, sino que está representado por determinado significante. El sujeto está representado y no es, esa operación Lacan la llama afánisis: es la desaparición del sujeto, que desaparece tras el significante que lo representa. 

La segunda operación es la separación. Lacan dice que el sujeto, agarrado hasta ese momento al Otro que le aportó los significantes que lo representan, el sujeto lee en los intervalos del discurso del Otro que la cosa no es compacta y que el Otro está también en falta, que no sabe todo. Que el otro dice una cosa y quiere otra. Es el famoso “che vuoi?”, qué me quiere. “Me decís esto, ¿pero qué querés?”. El Otro, en el mejor de los casos, muestra ese intervalo, no es compacto en su discurso. En ese intervalo recorre el deseo del Otro. 

Lacan dice que la respuesta que la respuesta da a ese deseo del Otro es su propia pérdida. Le formula al Otro “¿Puedes perderme?”. El sujeto se ofrece como el primer objeto a restarse del Otro. El sujeto se resta del Otro, sino quedaría alienado, ofreciéndose como pérdida, pero haciéndole falta al Otro. Esto lo subrayo por el caso que estamos viendo. Se resta del Otro haciéndole falta. Se separa del Otro haciéndole falta. Es la fantasía de los niños, por ejemplo, de que mueren cuando se enojan con la mamá para joderla y se imaginan a la mamá sufriendo. Se restan de la madre, desaparecen y Lacan dice que responden con lo que saben, que es su propia desaparición. Se restan del Otro, pero haciéndole falta, cavándole un agujero. Los niños que se van de los padres con la confianza de que pueden faltarle al Otro. Hay niños que no tienen esa confianza. 

Agrego una cosa más a la alienación-separación: lo que sucede luego en las neurosis es que el sujeto queda identificado al objeto que restó.

De los fracasos parciales de estas 2 operaciones fundantes de la estructura, Lacan dice que se puede pensar a la anorexia y a la psicosomática. La anoréxica adulta se queda intentando desaparecerle al Otro, haciéndole falta al Otro hasta el punto de desaparecer con su propia muerte. 

Cuando Celeste dice “¿Por qué no me eligen?” lo vamos a traducir como “No puedo hacerle falta al Otro”. Lo que  Celeste la desespera es no hacerle falta al Otro. No hacerle falta al Otro no tiene que ver con cualquier varón, sino el Otro edípico de su infancia. La respuesta que ella se daba es la misma que había tenido en su historia edípica: soy un desastre. Lo que encontraba con los varones era esto: como soy un desastre, no logro hacerle falta a nadie. Esta es una respuesta fantasmática, porque esta operación de alienación-separación dan lugar al fantasma. Se trata de la respuesta que ella encuentra al deseo del Otro: soy un desastre.

A medida que el análisis avanza, la letra de “El desastre” venía por el lado de que cuando ella le dijo al papá que venía a estudiar ciencias económicas y se trataba de la primera en la familia que iba a seguir una carrera universitaria, el papá le dice “¿Esa carrera para hacerle el juego al imperialismo?” Un 31 de diciembre, ella va a la casa del padre, él le pregunta “¿Para qué te vestiste así?”. Siempre la mirada que obtenía del Otro era la del desastre. Ella siempre estaba equivocada. 

Por el lado de los varones era muy complejo, porque durante muchísimo tiempo ella era rechazada. Nosotros trabajábamos que ella siempre iba a donde ya sabía que iba a ser rechazada. Nos metimos a trabajar por el lado del trabajo, porque ella estaba recibida y no la ascendían de categoría. También habían temas con la comida, la verborragia. A veces yo no podía seguirla cuando hablaba. Yo le hacía un gesto con las manos como para que hiciera pausa a esa pulsión, a ese drang. La hacía esperar unos minutos, para darle tiempo. Aparece lo pulsional, muy ruidoso pero mudo, porque no habla de eso. Sufrimiento sin palabras, esta es la pulsión. 

En esta paciente vemos que aparece la pulsión, pero no del todo bien constituida. Por ejemplo, era muy torpe y se llevaba todo por delante, cosa que también pasaba en el consultorio con las sillas, el escritorio. No como en los pacientes gravísimos, pero había algo no bien organizado. 

La ansiedad. ¿Cómo pensar la ansiedad desde el psicoanálisis? No se trata de la ansiedad ante un examen, mudarse o antes de casarse. Esa es una respuesta casi fisiológica ante un peligro. Una vez que pasa el hecho, esa ansiedad desaparece. No es la ansiedad que nos interroga en la clínica: esto es casi lo que Freud llamó apronte angustiado y cuando pasa el acto, se pasa. La ansiedad de la que quiero hablarles es de la ansiedad masiva, la que toma al sujeto y es el rasgo que lo caracteriza. 

La ansiedad es distinta a la manía. En la manía, el sujeto siente una liberación tremenda, siente que se lleva al mundo por delante, no para de hablar, no para de moverse y está exultante. 

La que teorizó la ansiedad fue Melanie Klein. Ella dice que la ansiedad en la infancia se despierta cuando la excitación libidinal corre el peligro de no ser satisfecha por el otro. Plantea la ansiedad vinculada al peligro, como para cualquier tipo de ansiedad. Pero además plantea a la ansiedad vinculada con la excitación libidinal, que traducimos como pulsión y cuando hay un Otro que no puede responder a esa pulsión. 

Las pulsiones tienen que estar intrincadas unas con otras para que la cosa funcione bien. Cuando están intrincadas la pulsión de ver, con la pulsión oral, con la voz, la pulsión se enlaza al deseo. Para estar intrincadas, cada pulsión tiene que estar organizada y para ello la pulsión no puede ser un puro drang. El drang es es uno de los elementos, la fuerza de la pulsión, pero necesita de los otros elementos. Necesita que haya un agujero que tenga borde. Recuerden que el objeto es contingente, que el objeto obture momentáneamente ese agujero y que la pulsión haga su tour por ahí. La pulsión necesita estar organizada. 

En la ansiedad, lo que no se soporta justamente es el vacío. Entonces, la pulsión es puro drang, pura fuerza. No es que no hay agujero, sino sería una psicosis. Pero el agujero no tiene borde que recorte ese agujero. No está establecido el borde, porque está fallida esa primera operación que antes llamamos separación. Ese primer objeto que se ofrecía al Otro era el propio sujeto, tiene que haber una pérdida fundante que es el propio sujeto, ofrecido al lugar de objeto y caído de ahí para que haya lugar a otros objetos que vayan a parar ahí. Tiene que estar perdida la teta para que yo pueda disfrutar de un vino. Si la teta está muy presente, me bajo la botella. Tiene que haber un buen recorte, sino la pulsión funciona como drang.

A partir del trabajo de Celeste en transferencia, ella manda curriculum y consigue un excelente trabajo en una empresa mucho más importante en un buen puesto. Sus ingresos le permiten irse a vivir sola. Esto es algo que ella trabaja en análisis, porque en principio no era algo que ella ubicara, pero la casa era caótica. Al irse a vivir sola su casa nunca más fue un desorden. Por supuesto, yo ofrezco otra mirada que la del padre. Empiezo a señalar y ubicar que esta paciente se recibió con un promedio excelente, que consiguió un trabajo que está bárbaro, que vive sola y que no es fácil, que gana su dinero. ¿Dónde estaba el desastre? Empezar a ubicar una mirada que no la ubique en el desastre, significantes nuevos que no la representen como el desastre, sino de otra manera. 

Descubro que a Celeste le encanta la pintura, le encanta la fotografía, sabe idiomas. Ella hacía viajes divinos, empiezan a aparecer un montón de cuestiones que no estaban presentes porque ella estaba representada por este significante “desastre”, ofrecida como objeto al Otro como “desastre” y todo el trabajo era cómo abordar esto como para que esto comience a conmoverse y a caer. 

El abordaje en este caso es ofrecerle otros significantes. Siempre hay otros significantes y hay que apostar por esto. Es empezar a cuestionar el sentido cerrado que el sujeto trae que es ese objeto que lo representa. Hay que armar una lógica y aportarle un nuevo sentido para que tenga de donde agarrarse.

La otra cuestión fue frenarla un poco, que vaya más despacio. Cuando ella me hablaba rápido y la frenaba, ¿qué le decía? Que ella me hace falta, no como el objeto desastre. Como el objeto desastre, la puedo hacer esperar 2 minutos para abrirle la puerta. Ella hace falta cuando no hace consistir el objeto desastre. Podía largar ese objeto, habían otros significantes que la podían representar. 

Celeste llegó de vacaciones de un viaje precioso con una amiga. Por supuesto que seguía desesperándose por los varones. Vuelve de ese viaje y dice que está feliz, que la pasó bárbaro y que conoció a un varón y que flashearon amor, como ella dijo. Él se engancha con ella y ella con él y recorrió el país con él. Dice que pensó mucho en mí, porque él le decía “Qué tranquila que sos”. Hubo un cambio en lo pulsional. Ella no es el desastre y la pulsión logró organizarse cuando logró hacerle falta al Otro. 

Pregunta: ¿Qué podés decir de qué pasa cuando el Otro no posibilita un borde para la pulsión? ¿Cuál es la relación entre el desborde de la pulsión y el Otro, cómo participa?
El Otro se encarga de hacerle borde a la pulsión. En principio, hace surgir las zonas erógenas con las caricias, con el amor. El Otro introduce un borde, que es un borde al agujero, sino la pulsión no se organiza. Necesita de ese borde para organizarse. Cuando la pulsión no se organiza es porque ese borde no lo otorga el Otro. El no también es un límite que pone el Otro. Pensemos en una madre que le dice que no a algunas cosas y que si a otras. Si no hay “no”, tampoco hay “si”. La puerta del cuarto de Celeste también era un borde que no estaba.