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martes, 16 de marzo de 2021

El reproche en la melancolía y en la paranoia

El seguimiento del reproche nos permite ubicar que en la paranoia "lo malo" está puesto afuera del sujeto, mientras que en la melancolía se ubica por dentro. ¿Cómo ocurre en esto en estas dos psicosis?

La melancolía...
Sigmund Freud defendió en su texto Duelo y Melancolía que en los autorreproches del melancólico, del depresivo, en el fondo se esconden reproches a una persona amada con el que se ha sufrido un desengaño o una ofensa real. Dice Freud:

"(en la melancolía) la mujer que compadece a su marido por hallarse ligado a un ser tan inútil como ella, reprocha en realidad al marido su inutilidad."

También defiende que puede ocurrir no sólo con personas si no con ideales o expectativas que no se han visto cumplidos.

Muchas veces es difícil saber qué ha perdido el sujeto melancólico, porque el duelo no es realizado y la pérdida es muchas veces inconsciente. Una terapia psicoanalítica se propondría investigar de qué se trata, caso por caso.

En la paranoia...

En el texto de Freud titulado Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, Freud dice:

"El reproche es reprimido por un procedimiento al que podemos dar el nombre de proyección, transfiriéndose la desconfianza sobre otras personas"

Para él, el paranoico proyecta en los demás los reproches que inconscientemente se hace a él o ella misma sobre sus recuerdos y pensamientos reprimidos.

Sigmund Freud es el primero en acuñar el término de "proyección" como el mecanismo esencial de la paranoia.

Lacan lo dirá de otra manera similar, algo así como "lo forcluido en lo simbólico retorna en lo real“ para explicar los fenómenos de alucinaciones auditivas que el paranoico cree oír por parte de sus vecinos, amigos, la televisión, etcétera.

miércoles, 3 de junio de 2020

El pánico sagrado.


 (En colaboración con Lucas Boxaca)

Carlos ingresa al consultorio e inmediatamente pide que se “le pregunte”. Se le pregunta qué lo trae a consulta y dice que viene porque tuvo lo que llama “ataque de pánico”. Súbitamente sintió unas palpitaciones y mareo. “Pensé que me iba a morir, tenía mucha taquicardia y pensé que me moría”, expresa.

Después de eso, días después, me agarró miedo a que me pasara de nuevo”. Agrega, entre otras cosas, que tras visitar varios médicos, estos le han dicho que no tenía nada y que debería consultar a un psicólogo. Duda que sea de orden psicológico la causa de lo que le sucede dado que lo que le pasa a él, lo siente en el cuerpo.

Describe entonces al detalle todas las manifestaciones corporales como sudoración, aumento de la respiración, mareos ocasionales, taquicardia, etc. “No sé qué es lo que me pasa, es un castigo, no me deja hacer nada. A veces voy al supermercado y me parece que me va a pasar lo mismo que esa vez, que me va a volver el ataque y me da miedo de morirme.”

Primera entrevista, pero ya hay algo que insiste. Temor a que algo se repita. En los dichos del paciente se escucha: la muerte como algo inminente. Pero la repetición no es solamente interna al caso; algo se repite en los dichos del paciente y en algunos casos que presentan la fenomenología nombrada como ataque de pánico. Algo de la muerte como inminente se presenta en derredor de lo que se nombra  como pánico. ¿Podría ser este un elemento clínico típico? En posteriores entrevistas, Carlos intenta construir las circunstancias que rodean sus ataques de angustia. Su padre ha muerto hace un año, “de cáncer por fumar”. “Yo también fumo, siempre termino haciendo lo que critico en los demás”. Se le pregunta qué fuma y expresa que el primero de sus ataques lo tuvo el día de su cumpleaños, tras haber fumado marihuana. En este punto pregunta: “¿Puede ser que sea por haber fumado?”. Comenta que recuerda que en el momento en que estaba fumando con sus amigos pensó: “Si me ve mi tía me mata”. Y luego: “Vamos a ir todos en cana”.

He aquí un contenido ideativo que se agrega a la manifestación puramente corporal de la crisis de angustia: una presencia punitiva del Otro que parece tener alguna injerencia en lo que se presentaba como sin causa psíquica, cuestión que parece tener conexión con el “castigo” que el pánico representa para el paciente.

Es de ese mismo modo que se refiere a su infancia: “Un castigo”. De su padre dice: “Nunca estaba en casa, siempre estaba borracho, salvo cuando trabajaba. Mi madre es loca, está internada”. Desde chico se ocupó de cuidar a su sobrina: “Me quedaba en casa solo y a veces no teníamos nada de comer, le daba agua con azúcar para que no llorara. Tenía miedo de que se muriera”. “Para que no saliera me decían, mis hermanos y mi papá, que me iba a agarrar la policía”. Le pegaban continuamente y se pregunta: “¿Por qué todo fue a los golpes?, ¿por qué tanto castigo? Pero no siento rencor”, aclara inmediatamente, dado que no quiere hablar “mal” del padre, “porque los padres son sagrados”.

Recuerda una escena que se repetía en su hogar. Su padre llegaba tarde en la noche, ebrio, y lo despertaba para que le hiciera mate. Luego “servía dos vasos de vino, brindaba y se tomaba los dos vasos, diciéndome que no debía beber, porque me haría mal”. El motivo del brindis: su muerte. “Celebraba que quizás ese fuera el último día de su vida”, aclara el paciente.

Carlos comenta que su padre era un soñador, que lo despertaba por las noches para decirle que lo traería a Argentina. “Yo le creía, pero un día me cansé y lo perseguí con una navajita, se reía de mí y yo le decía que lo iba a matar”. Tras lo dicho el paciente no oculta su sorpresa: ¿qué relación entre este deseo de muerte hacia un padre demasiado vivo y lo que resuena en el ataque como angustia de muerte? Siguiendo las palabras de Carlos: “¿Por qué tanto castigo?”. Tanto castigo, ¿tendrá relación con lo que se le genera a Carlos con respecto a ese padre?

Quizás esta modalidad de presentaciones clínicas, en las que el ataque de angustia se acompaña del sentimiento de muerte inminente, sea un modo de expresión que cobra la tensión entre el yo y el superyó. Freud no deja de hacer esta correlación: “La angustia de muerte, que nos domina más a menudo de lo que pensamos, es en cambio algo secundario, y la mayoría de las veces proviene de una conciencia de culpa”.

Carlos relata el modo en que vivenció la muerte de su padre: no ha podido “llorarlo”. Expresa que iba poco al hospital porque no podía verlo tan mal: “Se ahogaba... no podía respirar”. “Ahogo” que el paciente nota, no sin sorpresa, que utiliza para referirse a su padecimiento. Trabajo de duelo que Carlos encuentra dificultades en realizar.

En el seminario 10 Lacan afirma: “El trabajo de duelo se aplica a un objeto incorporado, un objeto al cual no se le desea demasiado el bien. Entonces, si incorporamos al padre para ser malvados con nosotros mismos es quizás porque tenemos muchos reproches que hacerle a ese padre”. Reproches, que aunque silenciados por lo sagrado del padre, son igualmente penalizados. Una penalización que retorna a través de la angustia de muerte. Un saldo de lo agresivo hacia el padre que a través de la moralidad silenciosa del superyó se orienta contra el yo. Una moralidad que no distingue entre la acción ejecutada y el deseo que surge de la renuncia a desplegar la acción agresiva.

Carlos comienza a desplegar estos reproches, no sin dificultad porque “Los padres son sagrados”. Tras ser enunciados, éstos permiten contornear cuestiones relativas a la inconsistencia del padre. Comenta que mientras su padre estaba en el hospital hablaba con él: “Yo le decía a mi papá que me pasaba lo de los ahogos, el pánico, pero me decía que era una cuestión de edad y que se me iban a pasar, pero me seguían. Pero bueno qué iba a saber él, además él se estaba muriendo y yo ni bola”.

Todo este recorrido en derredor de la muerte del padre y las circunstancias que la rodearon viene acompañado por una disminución en los montos de angustia y la circunscripción de los miedos, que permite preguntar si el pánico, al menos en este caso, no constituye una manera de tener idea de su muerte y transitar el duelo.

Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"

jueves, 16 de enero de 2020

Melancolía: ¿Qué es la sombra del objeto cayendo sobre el yo?

Freud utilizó dos veces la palabra sombra en la comprensión analítica de un cuadro psicopatológico: una vez en la esquizofrenia y la otra en la melancolía, ambas con distinto sentido. ¿Qué quiere decir Freud con "La sombra del objeto cae sobre el yo" en la melancolía?

La intención de Freud fue mostrar que en la melancolía no hay una verdadera identificación
con el objeto, sólo que se trata a sí mismo como si fuera el objeto. Imaginemos que proyectamos la figura de un enemigo sobre nuestro propio cuerpo y le tiramos un tiro. Nuestro yo no se encuentra alterado por la identificación sólo que nos atacamos como si fuésemos el objeto. O de otro modo: el yo habla del objeto en primera persona. Es extraordinaria la manera simple que tiene Freud para decirlo de modo tan gráfico.

En todo duelo hay algo de odio al objeto perdido, porque lo que produce dolor es odiado. El tipo de identificación del melancólico no modifica al yo. Sólo lo lleva a odiarse como odia al objeto, y por eso no admite que alguien hable bien de él. Rechaza toda desmentida a sus autocríticas. Los autorreproches son, en realidad, reproches al objeto.

En la melancolía lo que parece ser una pérdida de objeto es en realidad una pérdida del ideal, entonces el yo pierde todo valor. El melancólico creía que él y el objeto eran uno, y cuando el objeto se va, o se muere o muestra que es independiente para el melancólico es un verdadero descubrimiento insoportable. Por eso la tiranía con el objeto de parte del melancólico, no porque sea un otro, sino porque es la parte más valorada de él mismo.

En la melancolía, neurosis narcisista, no existe tal reconocimiento del objeto perdido sino que se llora la pérdida de un objeto idealizado por el yo, es decir, que era su ideal. Como el lazo es narcisista, el yo, cuando se reprocha, está reprochando al objeto. No es necesariamente una muerte trágica, o podríamos decir: para el melancólico toda muerte del objeto idealizado es trágica.

Desencadenamiento de la melancolía. La muerte tragica del objeto no necesariamente precipita una melancolía. Da lugar a un duelo que puede ser más o menos doloroso. En general cuando la relación fue mejor, el muerto es menos perseguidor y menos reprochón y el sobreviviente puede elaborarlo mejor al duelo. La melancolía no se desata por una muerte trágica,. La condición para desatarse es perder al objeto valorado narcisisticamente: personas, profesiones, libertad del país, etc.

La melancolía es un duelo pero un duelo por un yo o una parte de un yo que se idealizaba. Un paciente homosexual estaba enamorado de un compañero de trabajo del mismo nombre. El compañero eligió a otro y se fue del trabajo y este paciente hizo un duelo melancólico. A veces esos duelos melancólicos quedan encubiertos cuando el analista es idealizado, y entonces se ve que sustituyeron al objeto idealizado por el analista idealizado. Apenas descubre que su analista no es un ideal entra en crisis otra vez y apenas se enamora de otro hombre idealizado "se cura". Se trata de un caso de la curación por el amor, y adiós al análisis.

"Déjame que llore
como aquel que sufre en vida
la tortura de llorar su propia muerte...
Pura como sos, habrías salvado
mi esperanza con tu amor...
Uno está tan solo en su dolor...
Uno está tan ciego en su penar....
Pero un frío cruel
que es peor que el odio
-punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor-
maldijo para siempre y me robó...
toda ilusión..."

Discépolo

Clínica de la melancolía y la manía: conceptos e intervenciones del analista (primer encuentro y segundo encuentro)

viernes, 8 de marzo de 2019

“Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?”


Hoy tomaremos el sueño "Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?", así como la vez pasada tomamos "Él estaba muerto y no lo sabía". Se trata de lo que se pone en juego entre un padre y un hijo. Este sueño está en el capítulo 7 sobre la psicología de los procesos oníricos en el libro de Los Sueños. Freud lo presenta como un sueño conmovedor. Comienza el capítulo diciendo que es el sueño de una persona que no conoce, que a él se lo cuenta una paciente que lo escuchó en una conferencia sobre sueños. A ella le impresionó de tal manera, que en esa transferencia de un sueño a otro soñó con un punto determinado de ese sueño.

Freud nos cuenta las condiciones previas de este sueño paradigmático: Un padre asistió noche y día a su hijo mortalmente enfermo. Fallecido el niño, se retiró a una habitación vecina con el propósito de descansar, pero dejó la puerta abierta para poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía el cuerpo de su hijo, rodeado de velones. Un anciano, al que se le encargó montar vigilancia, se sentó próximo al cadaver, murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas, el padre sueña que su hijo está de pie junto a su cama; le toma y el brazo y le susurra este reproche: "Padre, entonces, ¿no ves que ardo?". Despierta, observa un fuerte resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al ancinado guardián adormecido. La mortaja y un brazo del cadáver querido, quemados por una vela que le había caído encima encendida.

¿Se trata de una casualidad? ¿Es una articulación que tiene lugar en la realidad? Es una articulación que tiene lugar, ¿pero en cuál realidad? La caída del velón, el ruido, no es nada de eso lo que lo despertó. No es la realidad común, sino la realidad psíquica. ¿Hay más realidad que el mensaje del hijo "Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?". Esa realidad escondía, tras la representación, a la cual Lacan llamó lo real, ahí donde se revela lo más íntimo de esa relación entre un padre y su hijo. Es una pregunta dirigida a un padre que no es nombre: no es el nombre del padre, sino un padre que quiere algo, a un padre animado por un deseo.

Freud nos indica que el contenido del sueño está sobredeterminado. No hay nada arbitrario y el dicho del niño debió componerse de dischos realmente pronunciados en la vida y enlazados con sucesos importantes para el padre. Hay una pregunta importante que hace Freud: ¿por qué en esas circunstancias no despierta? Nos vuelve a colocar sobre la senda de los sueños como cumplimiento de deseos y nos dice que el niño en el sueño se comporta como si estuviera vivo. Él le avisa al padre y es por eso que el padre prolongó su dormir. Se trata de enlaces asociativos, de sustituciones.

En Psicopatología de la vida cotidiana, en el capítulo Determinismo, creencia en el azar y supersitición, nos dice Freud que el azar no puede rebasar cierta medida. O sea, está dentro de un orden limitado. El azar se da dentro de ciertos números del bolillero. Dentro de ciertos significantes, podríamos pensar. 

Lacan, en el seminario de los 4 conceptos del psicoanálisis, toma este sueño. Nos lanza esta pregunta: ¿Creen arbitraria la modificación del contenido latente al manifiesto, o sea, a la versión del sueño en palabras? ¿Qué nos dice del inconsciente? Que no está constituído por lo que la conciencia puede evocar, sino por aquello que por escencia le es negado a la conciencia. Nos dice que a esto Freud llama gedanken, pensamientos. Se trata, entonces, del sujeto que debe advenir. Este es un punto importante, porque abre a un concepto lacaniano, que el inconsciente es a construir. Por eso dice que el sujeto es a advenir. No se trata, como pensaban los postfreudianos, de las capas de la cebolla y que debajo de todo estaba el inconsciente. Se trata de lo que se construye en sesión; que el inconsciente adviene. ¿Cómo se detecta una red de pensamientos, donde circulan significantes? Uno regresa, vuelve, porque se cruza en su camino con que los cruces se repiten y son siempre los mismos. 

Volvamos a la pregunta de qué despierta. En el seminario de los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan trabaja este sueño y dice que otra realidad, esa de "Padre, ¿no ves que ardo?" se repite algo fatal con ayuda de la realidad, una realidad en la que el anciano que iba a cuidar el cuerpo sigue durmiendo, aún cuando el padre llega después de haberse despertado. No es solo que en el sueño se afirme que el niño vive aún (hasta ahí es el punto freudiano) sino que el niño muerto toma a su padre por el brazo, visión atroz de signo de más allá, que se hace oir en el sueño. Este "mas allá" que coloca aquí Lacan, nos lleva al concepto de lo real, de lo reprimido primordial. 

Cuando todos duermen, tanto quien quiso descansar un poco como quien no pudo mantenerse en vela, también aquel de quien sin duda no faltó un bien intencionado, parece estar dormido, cuando sabemos una cosa y es que en el mundo sumido en el sueño solo una voz se hizo oir: "Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?". La frase misma es una antorcha que nos lleva a lo real. El más allá, lo real, lo que les decía recién, la represión primaria. En este sueño nos encontramos con la imagen del hijo, que se acerca al padre. Una mirada de reproche, trayendo no sabemos qué de lo dicho durante el delirio de la fiebre. Entre un padre y un hijo y lo jamás confesado. Lo jamás confesado lo podemos pensar como algo de lo pulsional, como la sexualidad infantil que toma el Edipo y los lugares del padre y el hijo. Los reproches que siente un padre en relación a su hijo.