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martes, 9 de septiembre de 2025

"Exclusión interna", división del sujeto y estatuto del objeto

La noción de una “exclusión interna” introduce un modo inédito de pensar la división del sujeto. En la Spaltung freudiana, el objeto a se inserta como suplemento: intenta colmar la falta en ser del sujeto y, en ese movimiento, sostiene la función fantasmática de un “falso ser”.

Esta división no es accidental, sino constitutiva del campo analítico, y justifica la advertencia que Lacan formula en el Seminario 13 al subrayar el riesgo de las “buenas intenciones” del analista. El sujeto dividido no admite un suturamiento fácil: de allí la necesidad de una posición ética frente a la falta.

La división puede leerse desde distintas aristas. Una de ellas se sitúa en la hiancia entre saber y verdad, lo que Lacan denomina “frontera sensible”. Allí se dibuja un litoral topológico, que no admite la distinción fija entre interior y exterior. Ese borde señala que la operación analítica no consiste en integrar, sino en trazar una línea donde la estabilidad es imposible.

Las consecuencias de esta exclusión interna son decisivas: el sujeto no puede ser causa de sí. La causa queda desplazada, perdida, siempre “afuera”. Este afuera, lejos de reintegrar interior y exterior, señala la inaccesibilidad de la causa y la hiancia inevitable entre causa y efecto.

Del lado de la causa, se juega el estatuto del objeto. El modo de concebir la causalidad incide en cómo se comprende al objeto: si en términos de determinismo cerrado, o bien como aquello que ex-siste, fuera de toda clausura. Quizá lo que se impone sea una acomodación que permita tensionar causa y determinismo, abriendo la posibilidad de recortar, en las vueltas mismas del decir, el lugar desde donde el objeto insiste.

Lógica, lenguaje y el ombligo del sujeto

La distinción entre lógica y lingüística supone un giro respecto del lenguaje mismo. ¿Cómo pensarlo? ¿Desde qué perspectiva situar esa diferencia? Si bien podría creerse que el lenguaje se reduce a los efectos de sentido, la enseñanza lacaniana muestra que no: ahí se abre la discrepancia entre connotación y denotación.

De allí se desprende que la lógica no se confunde con la gramática, sino que funciona como un operador que apunta al “ombligo del sujeto”, una tentativa de circunscribirlo. La resonancia con el “ombligo del sueño” freudiano es inmediata: se trata de ese punto opaco en el que lo real se hace presente, más allá del esquema Rho y de cualquier reducción a lo simbólico como pura sintaxis.

Ese ombligo, núcleo paradojal entre inconsistencia e incompletud, solo puede ser bordeado por la lógica, nunca resuelto. En ello reside su fecundidad: muestra tanto el límite de la lógica como el fracaso de la ciencia cuando intenta suturar lo imposible. En este punto, ciencia y psicoanálisis se cruzan, pues este último se orienta justamente por lo real en tanto imposible, como Lacan señala al cierre del Seminario 17.

En esta línea, Alain de Libera formula: “El sujeto está, si puede decirse, en exclusión interna de su objeto”. La frase condensa la paradoja: lo que “puede decirse” nunca se dice del todo, y la “exclusión interna” introduce un descentramiento radical. Allí comparece el objeto a, implicado en la división misma del sujeto, lo que conduce inevitablemente a la pregunta: si el sujeto se define por su subversión, ¿qué estatuto del objeto le corresponde en esa operación?

sábado, 30 de agosto de 2025

La estructura del sujeto en el inicio del Seminario 13

El Seminario 13 se abre con una afirmación contundente: “hay una estructura del sujeto”. Esta declaración marca tanto una dirección en el modo de abordar una noción tan compleja, como una perspectiva epistémica precisa.

Dicha estructura no puede desligarse de lo trabajado en el Seminario 12, dedicado a las posiciones subjetivas del ser. Allí, Lacan elaboró un soporte topológico que le permitió formalizar los anclajes del sujeto desde la topología, retomando lo ya planteado en La identificación respecto del nombre propio como uno de esos anclajes.

La estructura implica la delimitación de la Spaltung, escisión en la cual el sujeto “se aloja”. De ahí el valor de la topología, que permite situar ese alojamiento en la praxis: el sujeto se hace presente en los efectos de división y desvanecimiento que se juegan en la práctica analítica.

Pero esta estructura también es solidaria de la paradoja. Topología y lógica vuelven a entrelazarse para trazar el lugar de aquello a lo que la palabra no logra dar alcance.

La perspectiva epistémica queda reforzada en un punto decisivo: el sujeto no puede pensarse al margen de los efectos de la ciencia. Esto no disminuye el alcance del acto cartesiano, sino que lo relee a la luz de su correlato con el surgimiento mismo de la ciencia.

En este sentido, Lacan retoma a Koyré como un autor clave, ya que este muestra con claridad el vaciamiento inherente al cogito cartesiano, en estricta correlación con la emergencia de la ciencia. De allí que el valor que Lacan atribuye a la ciencia resida en que ella reformula el objeto implicado en la “posición de sujeto” que el psicoanálisis sostiene.

Finalmente, la ciencia es decisiva porque su advenimiento conlleva un abandono: el de la verdad en favor del saber. En ese hiato se inscribe la propuesta de Lacan en L’Étourdit: el psicoanálisis aloja precisamente aquello que la ciencia expulsa.

Sujeto, deseo y la tensión entre necesidad y contingencia

Existe una estrecha solidaridad entre el sujeto subvertido y el concepto de deseo. La primera distancia que se hace notar es aquella entre Freud y Hegel. Más allá de que sus campos de trabajo sean diferentes, lo que los separa es el papel de la sexualidad en el deseo: ausente en la dialéctica hegeliana, central en la concepción freudiana.

Posteriormente, la discrepancia ya no se establece entre Freud y Hegel, sino entre este último y Lacan. La distancia, apoyada en la función de lo sexual, plasma dos formas de concebir al Otro: como conciencia en el filósofo alemán o como inconsciente en Lacan; ilusoriamente completo en un caso, atravesado por la barra significante en el otro.

Por su íntima vinculación con la sexualidad, el deseo en psicoanálisis acarrea una irreductibilidad. De ahí que la ética del psicoanálisis sea, precisamente, una ética del deseo: no prescribe a priori, sino que se lee a posteriori en la acción misma. De aquí deriva la radical diferencia entre ética y moral.

Tomado en su función central, el deseo se inscribe en el advenimiento del sujeto a partir de dos dimensiones que confluyen:

  • La operación de los elementos estructurales: los significantes primordiales que hacen posible, por vía de operaciones lógicas, que un sujeto advenga allí donde carece de ser.

  • La incidencia de las contingencias históricas: ese resto que introduce lo inesperado, lo inarmónico, lo irreductible.

Si lo necesario funda las condiciones iniciales, la contingencia abre la posibilidad de un margen. Y es precisamente ese margen el que, en el recorrido analítico, permite una salida a la determinación por el deseo del Otro. No se trata de un exilio, sino de un desasimiento que Lacan califica como “logro”: la apertura de un espacio de libertad, no sin pérdida, para inventar otro menú posible.

El sujeto indeterminado: entre el intervalo y la temporalidad verbal

Venimos señalando distintas aristas de la indeterminación que Lacan introduce en la definición del sujeto. Esta indeterminación es tanto espacial como temporal, lo que pone de relieve la importancia que la ciencia tiene para el psicoanálisis: ambas coordenadas resultan decisivas en el surgimiento mismo de la ciencia y alcanzan un punto de inflexión con la teoría de la relatividad.

En el plano espacial, el sujeto se define por habitar el intervalo. Al no disponer de un significante que lo nombre, se cuenta como falta y se inscribe en el lugar del –1. Bajo esta perspectiva, el sujeto se presenta como privación en el nivel del Otro tomado como conjunto significante.

En el plano temporal, en cambio, Lacan se apoya en referencias como el aoristo griego, un tiempo verbal que no fija con claridad el momento de la acción. El sujeto es solidario de esta indeterminación: su temporalidad se liga al “imperfecto” e incluso al “futuro anterior”, en una paradoja que subraya su estatuto incierto.

¿Cómo comprender esta insistencia en la indeterminación? Ella indica que el sujeto es solidario de la vacilación, un “ser-de-no-ente” cuya apoyatura se encuentra en el Da-Sein heideggeriano. Esto abre la posibilidad de pensar un estatuto no ontológico ni metafísico de la existencia, que justifica el pasaje de la categoría de “ser” a la de “existencia”. Con Heidegger, se trata de concebir un ser/estar ahí: algo que adviene al Ser sin consistir como ente.

Las consecuencias para la praxis son decisivas. A falta de un ser consistente, lo que se privilegia es una acción, y la clínica se sostiene precisamente en ello. Esto involucra a la transferencia, a la posición del analista y, en última instancia, a la ética misma del psicoanálisis.

El sujeto en el corte: de la sorpresa a la lógica del significante

Afirmar que no hay sujeto sin corte implica reconocer que la sorpresa le es inherente. Pasmo, desconcierto, extrañeza o incluso confusión no son accidentes, sino testimonios de ese corte que lo constituye, tornándolo solidario de lo inesperado y de lo incalculable.

Situar al sujeto en el corte equivale a desplazarlo desde el estatuto de mero efecto hacia el de discontinuidad en lo real. Y este desplazamiento exige, necesariamente, una reformulación del lugar del significante.

Mientras que la lingüística considera al significante como el término decisivo para la producción de significación, el psicoanálisis se orienta de otro modo: revela la verdad de la relación entre significante y sujeto, porque muestra cómo las vacilaciones del sentido constituyen el punto axial sobre el que se sostiene el discurso. En esta perspectiva, el discurso se apoya menos en lo que transmite como sentido, y más en las discontinuidades que delinean el lugar del sujeto.

Con este gesto, Lacan inaugura una teoría del significante distinta a la de la lingüística. Para esta última, el discurso se ordena en función de la producción de sentido, es decir, bajo un sesgo semántico. Para el psicoanálisis, en cambio, el discurso se organiza por la función lógica del significante, situada más allá de la semántica: primero en relación con la sintaxis, más tarde con la escritura.

Estos dos estatutos del significante, sin los cuales el concepto de sujeto resulta inabordable, conllevan también dos modos divergentes de pensar la significancia. Una vía entiende su horizonte como efecto de sentido; la otra, en cambio, como la implicación de un cuerpo en una economía política del goce.

No obstante, ambas dimensiones pueden anudarse. Al carecer de un significante que lo nombre, el sujeto se aloja en la significación, lo cual queda formalizado en el esquema Rho. Aunque conviene señalar que, en ese momento de la enseñanza, el pasaje del sujeto como efecto a la discontinuidad todavía no se había consumado.

viernes, 29 de agosto de 2025

El sujeto como efecto del corte en la cadena significante

Si no hay inconsciente sin lógica —dejando provisoriamente de lado la cuestión de si existe sin el cuerpo, lo que abriría el problema de la superficie—, este se instituye como cadena significante desplegada en el escenario del Otro. En este marco, Lacan precipita la pregunta: “¿Qué clase de sujeto podemos concebirle?”

Esa pregunta puede situarse en el campo conceptual y temporal que se abre entre los escritos La instancia de la letra… y Subversión del sujeto…. Allí se dibuja la posición del sujeto a partir de dos imposibilidades fundamentales:

  • No hay nadie que pueda decir je en la enunciación.

  • No existe en el enunciado un significante que represente al sujeto de la enunciación.

De este modo, solo queda un shifter, que señala y designa el lugar desde el cual se habla, sin por ello representar al sujeto ni significarlo.

De aquí se sigue que un sujeto será lo que un significante representa para otro significante. Esta oposición funda el intervalo en el que el sujeto puede advenir, bajo la forma de corte o discontinuidad. La formalización del par significante expone así la división del sujeto: entre uno y otro, se revela indeterminado y solidario de lo interdicto, con todo el equívoco que ello implica. Surge entonces la pregunta: ¿qué debe permanecer prohibido para que el objeto ofrecido al deseo del Otro deje paso a la emergencia de un sujeto dividido?

Si el sujeto habita en el intervalo, se vuelve crucial interrogar: ¿Quién habla? cuando alguien toma la palabra. El sujeto no es nunca el agente de la cadena, sino apenas su efecto. Yendo aún más lejos: si se entiende la barra del algoritmo como escritura del corte, el sujeto aparece como significante tachado, inscripción de lo que no hay. Dicho de otro modo: no hay sujeto sin corte.

El sujeto como lugar vacío en el Otro

Aquí señalábamos la complejidad que implica abordar al sujeto en psicoanálisis, en tanto su carácter innombrable acarrea consecuencias respecto del Otro, entendido como el tesoro de los significantes. Considerarlo como un conjunto conduce necesariamente a introducir allí el conjunto vacío, que coincide con el sujeto mismo: el sujeto es, en el Otro, el lugar vacío que marca la falta significante.

De este modo, se establece una correlación entre el sujeto dividido y el Otro barrado, relación que el grafo escribe al situar las instancias en juego. Esa formalización indica que no existe praxis analítica sin estructura, pues la estructura constituye la praxis misma. Allí se enlaza el estatuto del sujeto subvertido.

Dado que ningún significante puede decirlo, al sujeto se lo “sitúa”: se indica su lugar. Si inicialmente se lo pensaba a partir de su vínculo con la verdad, ahora se lo emplaza en relación con el saber. Esta operación tiene dos consecuencias: primero, lo establece como concepto; segundo, lo ubica, delineando sus coordenadas espacio-temporales. Sin embargo, debido a su dimensión inefable, el sujeto se manifiesta como indeterminado: en el espacio, solo puede habitar el intervalo; en el tiempo, se liga a un modo verbal que no fija con precisión ni el momento de la acción ni la certeza de que esta haya tenido lugar.

En definitiva, el sujeto, solidario de la falta y de lo que no hay, se constituye como efecto del pathos del lenguaje en el ser hablante. Por ello Lacan lo elabora a partir de las pasiones del ser: amor, odio e ignorancia. Es esta última la que reviste un carácter decisivo, en tanto señala un efecto estructural que excede cualquier accidente de la vida.

miércoles, 27 de agosto de 2025

La aparición del sujeto: entre el corte y la vacilación

Una de las mayores complejidades del estatuto del sujeto en psicoanálisis radica en su carácter inaprehensible: no puede ser dicho plenamente. Si no se dice, sino que está entramado e incluso “interesado” en el discurso, surge la pregunta: ¿cómo aparece entonces?

Más allá de las distintas modalidades con que se lo ha pensado, hay un rasgo constante: el sujeto se hace presente en el corte, en la discontinuidad del discurso. En esa consistencia con el inconsciente, adviene en las vacilaciones del sentido, en la sorpresa, en aquello que irrumpe sin estar previsto.

Su aparición encuentra soporte en las formaciones del inconsciente. Ellas introducen la vacilación, interrogan lo que se cree saber y se inscriben en una temporalidad singular, que Lacan no pocas veces compara con la fugacidad del relámpago.

En ese marco, los momentos fecundos son los de la “palabra verdadera”, en oposición a la “palabra vacía”. Esta última carece de implicación subjetiva porque no sorprende ni interroga; la primera, en cambio, se alcanza en el tropiezo, en lo que hace tropezar al sentido.

Así, el sujeto tomado en la dimensión de la palabra queda asociado a la verdad: “lo que pasó por el Otro”. Pero, al mismo tiempo, con su correlato mentiroso. De allí que Lacan afirme tempranamente que la verdad atrapa al error por el cuello de la equivocación.

La serie de términos que se despliega —error, vacilación, tropiezo, equívoco, discontinuidad— constituye el sostén mismo del inconsciente en lo que éste tiene de no realizado. Esta perspectiva, sin embargo, tarda en visibilizarse, pues queda inicialmente velada por la confianza en una palabra garantizada por el Otro. Una garantía que pronto se resquebraja, porque sin esa vacilación del Otro no hay lugar para el sujeto.

lunes, 25 de agosto de 2025

La palabra, el Otro y la división del sujeto

La palabra, en su función creadora, pone en acto la función del Otro. No se trata aquí de la mera satisfacción de una necesidad, sino de la operación inaugurada en los primeros cuidados descritos por Freud: la acción de forjar un mensaje como correlativo del lugar del sujeto. En Las psicosis, Lacan denomina a esta operación el “acuse de recibo”.

Desde esta perspectiva, el sujeto está sujeto al lenguaje, incluso a esa palabra que le otorga existencia. ¿Por qué Lacan ubica en la palabra una función? Porque en ella se abre un lugar vacío, el mismo que en lógica se reserva para la inserción de un argumento, y que en este primer momento de su enseñanza corresponde a la delimitación de un intervalo: el espacio en el que un sujeto podrá advenir.

La incidencia del símbolo implica, además, que no existe un objeto que funcione como complemento o referente pleno. De allí que la división del sujeto tenga una doble vertiente:

  • Por un lado, está dividido porque la palabra nunca puede decirlo todo.

  • Por otro, está dividido porque carece del objeto que pudiera completarlo, lo que repercute directamente en su posición sexuada.

Un sujeto subvertido es, entonces, un sujeto efecto, distanciado de cualquier lugar de agencia. Lacan lo formula tempranamente al afirmar que el sujeto es “en su abertura”: esa hiancia marca la carencia de ser y se enlaza con el deseo. En el Seminario 2, esta afirmación anticipa la noción de división que luego quedará formalizada en el matema, dado que en el esquema L el sujeto todavía no aparece como dividido.

Los modos de aparición de un sujeto concebido de este modo son específicos: se manifiesta en el fading o desvanecimiento, y también en la sorpresa. El sujeto del inconsciente es solidario, en última instancia, de lo inesperado, de lo incalculable.

sábado, 23 de agosto de 2025

La indocilidad del sujeto y sus momentos en la enseñanza de Lacan

La indocilidad que atraviesa al concepto de sujeto en la enseñanza de Lacan —y que justifica ese “amaestrar las orejas” que él propone como ejercicio formativo— está en estrecha relación con el vaciamiento que acompaña a dicho término cada vez que se lo intenta definir. Existe una consistencia entre el sujeto y aquello que remite a la falta, al vacío, a la falla y a la inconsistencia.

El sujeto es solidario de lo que se escapa, de lo no aprehensible, de la imposibilidad de subsumirlo a un ente o capturarlo en una definición cerrada. Por eso, a la tríada clásica que lo caracteriza como evanescente, supuesto y dividido, cabe añadirle otro rasgo: el de lo “no enumerable”.

¿En qué sentido el psicoanálisis subvierte al sujeto? En el sentido de descentramiento: lo distancia de la ilusión totalizante del moi, de las coordenadas de lo ideal, y también de la transparencia de la conciencia de sí propia de la tradición hegeliana. En este punto, Lacan se apoya en Heidegger para pensar una existencia que no se sostiene ni en lo ontológico ni en lo óntico.

El recorrido lacaniano respecto del sujeto no es lineal: se despliega en varios momentos. Un primer tiempo lo presenta en relación con las leyes de la palabra; en un segundo, la cuestión se desplaza hacia la relación del sujeto con el significante. Finalmente, se encuentran los desarrollos que lo abordan desde una perspectiva lógica, aunque siempre articulada con lo topológico: primero en el nivel de las superficies, y luego en el de la estructura nodal.

El Sujeto, el Deseo y la Falta como orientación de la cura

El carácter inaprehensible del sujeto no anula su valor como brújula de la cura psicoanalítica. Lo mismo puede decirse del deseo, siguiendo la articulación entre ambos: la cura se orienta por el sujeto, en la medida en que el analista debe “acomodarse” a él en la transferencia y darle lugar; y se orienta por el deseo, en tanto es lo que moviliza al hablante, lo que lo pone en causa.

Si lo simbólico preexiste, el sujeto queda atravesado por la latencia y la desnaturalización que esa anterioridad impone. El significante cumple una función activa: no se limita a producir efectos de sentido, sino que inscribe el cuerpo como superficie simbólica, radicalmente distinta del cuerpo natural y biológico. En este marco, la sexualidad adquiere un papel central en la praxis analítica, no por la genitalidad, sino por la participación de la pulsión.

La castración puede pensarse, por un lado, como la falta de una inmanencia que otorgue identidad al sujeto, lo que lo convierte en un “ser en falta” y repercute en su posición sexuada. Por otro lado, también puede concebirse como efecto de un vaciamiento constituyente, que conmueve cualquier noción de esencia previa. En tanto carece de identidad, el sujeto se ve obligado a identificarse para poder advenir al ser.

La palabra es el instrumento privilegiado de la práctica analítica, porque al ponerse en acto hace comparecer al sujeto en su división. Esto ocurre dado que la palabra está atravesada por la multivocidad, el equívoco y el malentendido; en su dimensión metonímica, ella misma da cuenta de la falta constitutiva a la que el sujeto está ligado.

Si el Otro es el tesoro del significante, y allí no existe término alguno que pueda nombrar o fijar al sujeto del inconsciente, se establece una correlación fundamental: la división del sujeto se enlaza con la falta en el Otro.

viernes, 22 de agosto de 2025

El sujeto en el retorno a Freud: efecto del lenguaje y descentramiento

Al situar la preexistencia del lenguaje como marco epistémico del “Retorno a Freud”, se abre necesariamente la cuestión del estatuto del sujeto. ¿Por qué? Porque el modo de abordarlo —a partir del tríptico división, evanescencia y suposición— implica que el lenguaje antecede al sujeto, y que éste no es origen sino efecto.

Aunque Lacan no incluye al sujeto entre sus cuatro conceptos fundamentales, lo coloca en el centro de su lectura de Freud. Se trata de un término ausente en la obra freudiana, pero que Lacan extrae a través de una operación de lectura de su letra. Es, por tanto, una construcción conceptual en torno a un término esquivo.

La clave se encuentra en la discrepancia entre dos fórmulas freudianas de la cura: “hacer consciente lo inconsciente” y Was es war, soll Ich werden. Es precisamente en el Ich de esta última sentencia donde Lacan ubica la función del sujeto, más allá de la literalidad idiomática. Allí se delimita al sujeto como un lugar y una función vinculados a un advenir.

Con este giro, la cuestión del sujeto se inscribe en la discusión que Lacan sostiene con el psicoanálisis de su tiempo: si el retorno pasa por revalorizar el campo del lenguaje y la función de la palabra, entonces la noción de sujeto no puede quedar fuera de ese marco.

Desde temprano, Lacan plantea que el sujeto está marcado por la división, lo que lo hace solidario de un descentramiento. Esto lo diferencia radicalmente de la ilusión del yo como centro de síntesis y unidad. En ese descentramiento se juega también la correlación entre sujeto y deseo: el deseo es aquello que descoloca al sujeto, lo inquieta y lo mantiene fuera de eje.

viernes, 8 de agosto de 2025

Sujeto, estructura y ética en la enseñanza de Lacan

En la enseñanza de Lacan hay una apoyatura constante en la noción de estructura, que no se abandona ni siquiera en los últimos seminarios, a contramano de lo que afirman ciertas lecturas. Esto permite articular la estructura con el valor central del concepto de sujeto, ya que la subversión que el psicoanálisis introduce sobre él es inseparable de un modo particular de concebir la estructura. Por eso, no es correcto considerar a Lacan como un mero estructuralista.

En este marco, se observa un desplazamiento: del aparato psíquico freudiano hacia la estructura, y de allí a pensar también una estructura de la praxis, del sujeto y de la angustia. Este recorrido revela un hilo conductor: el concepto de sujeto implica un estatuto de la estructura que condiciona el modo de abordar la castración y, por lo tanto, al Otro.

Así, el sujeto en Lacan se define como un efecto, y solo localizable en la transferencia. Esta definición no es menor: orienta de forma precisa el lugar y la función del analista. A su vez, por su relación con el deseo, el concepto de sujeto abre un campo ético específico, propio de la praxis analítica.

No se trata de una ética “del analista” en sentido personal, sino de la ética del psicoanálisis, que condiciona la posición del analista y los márgenes en que puede intervenir. Esta ética, ligada a la función del deseo, se distancia radicalmente de la ética del discurso del amo, propia del pensamiento antiguo y medieval, marcando así una ruptura en la tradición.

miércoles, 23 de julio de 2025

Del espejo al doble: La imagen como captura y límite del sujeto

Aunque la identificación con la imagen especular implica una anticipación que incide en la organización motriz del niño —al brindarle una forma con la cual hacer algo—, lo cierto es que esta ilusión no resuelve la fractura entre el cuerpo y quien habla. Esa desarmonía fundamental implica que nunca hay una coincidencia plena: siempre falta algo, o hay algo de más, que impide la síntesis anhelada.

La imagen, en tanto cargada libidinalmente, no anula la división del sujeto. Le proporciona más bien una suerte de ortopedia imaginaria que compensa sin suturar, remedando con una caricatura. Esta suplencia imaginaria no evita que el sujeto quede definido por la lógica significante: no es más que aquello que un significante representa para otro. Sin embargo, dicha división no puede entenderse al margen del borde entre lo simbólico y el cuerpo, entre el lenguaje y la carne.

Nos enfrentamos así a una paradoja: la única forma total que el sujeto puede asumir le llega desde el exterior, desde el espejo. De allí la célebre fórmula de Rimbaud: "Yo es otro". La Gestalt que Lacan destaca en este momento no es más que una captura de la imagen del otro —aunque esa imagen sea la propia—, y por eso tiene algo de petrificación: se asemeja más a una fotografía que a una película. La detención es el indicio de su carácter ilusorio.

Lo visual, entonces, no es un mero accesorio: es el umbral de acceso al mundo humano. Define sus bordes, sin por ello desplazar la primacía del significante como estructura. Este momento especular da lugar a una elaboración del doble, que oscila entre lo familiar y lo inquietante. Y es justamente ese componente perturbador el que obliga, más adelante, a ir más allá del doble especular hacia un doble real; a pasar de la imagen al objeto que la sostiene.

lunes, 21 de julio de 2025

Del falo significante al objeto a: corte, velamiento e imparidad

La introducción del falo como significante —más allá del falo como significado o como significación— puede pensarse como una bisagra teórica y clínica que permite el pasaje desde el falo como objeto del deseo al objeto a como causa del deseo. Este giro exige una transformación radical en la concepción del deseo, en particular su pasaje desde el registro fantasmático hacia una genealogía estructural, es decir, hacia su inscripción como efecto de un corte.

Ese corte no es otra cosa que la operación que el significante ejerce sobre el cuerpo. El falo, en tanto significante, no remite a un órgano ni a un objeto imaginario, sino que se introduce como operador simbólico en la medida en que el Nombre del Padre lo pone en funcionamiento. Decir que le "da existencia" no implica que lo cree desde la nada, sino que lo instituye en la cadena como término diferencial, como significante de la privación.

Así, el Padre —en su función simbólica— entra como agente de la castración, instalando el falo significante como aquello que no está, que no se tiene, que no se es. Esa función privadora produce un lugar de falta que, lejos de cerrar el circuito, lo abre: es la falta la que funda el deseo.

Pero el falo es también el significante que designa al conjunto de los efectos de significado, aquello que delimita el campo de lo significable. En su texto La significación del falo, Lacan propone una tríada esclarecedora: significante-significado-significable, con la cual el cuerpo se desnaturaliza y se subjetiva en tanto cuerpo hablante. En otras palabras, el falo funciona como el significante-maestro del orden significante, lo que lo torna invisible: al operar en el conjunto, no puede ser parte de él sin anular su función.

Por eso, no representa el deseo, sino que designa su borde. No representa un objeto, sino marca el límite de la cadena significante: su función es la de un operador de velamiento, índice de una imparidad estructural que se anuda a lo castrativo.

Esa imparidad no se refiere a una asimetría empírica, sino a una imposibilidad lógica: el lenguaje no puede decir la relación sexual porque no hay un significante para la diferencia de los sexos que pueda establecer una relación en términos de cadena. Por eso, el falo es un significante que, al mismo tiempo que estructura el campo del deseo, denuncia su imposibilidad última: allí donde no hay significante para la relación, solo queda el deseo como deseo del Otro, y el goce como resto inasimilable.

El falo significante, entonces, es la razón del deseo, pero también es la marca de su imposibilidad de completarse, de inscribirse plenamente en lo simbólico. En ese punto preciso emerge el objeto a: no como representación ni significación, sino como causa —resto, excrecencia, torsión— del deseo. Se abre así una nueva lógica del sujeto: no ya el sujeto del sentido, sino el sujeto dividido, cortado por el significante, causado por un resto que no puede ser dicho, pero que insiste como goce.

domingo, 22 de junio de 2025

El discurso del Otro como condición estructurante del sujeto

La condición del sujeto (neurosis o psicosis) depende de lo que tiene lugar en el Otro”, afirma Lacan en De una cuestión preliminar…. Aunque esta declaración puede parecer orientada únicamente a la distinción diagnóstica, su alcance es más profundo: remite a las condiciones fundamentales que permiten la constitución misma del sujeto.

Este punto de partida establece una relación decisiva entre la manera en que el significante se inscribe en el campo del Otro y las consecuencias subjetivas que de allí se derivan. Consecuencias que, en el plano clínico, se manifiestan bajo las formas de la inhibición, el síntoma y la angustia: los efectos subjetivos que revelan el modo en que el sujeto se posiciona respecto del deseo del Otro.

Así, la condición estructural del sujeto precede a cualquier diferenciación clínica, ya que lo que ocurre en el campo del Otro no es un evento puntual, sino una inscripción: es el lugar del discurso. En este sentido, Lacan radicaliza la tesis freudiana al afirmar que “el inconsciente es el discurso del Otro”. No se trata de una colección de significantes, sino de una sintaxis estructurada, a la que solo se accede por los recortes que ofrecen las formaciones del inconsciente.

Es dentro de ese discurso que se cifra el cuestionamiento del sujeto. De allí el título de uno de los Escritos: “Del sujeto por fin cuestionado”. Ese cuestionamiento no remite a una pregunta en sentido gramatical, sino a una interrogación estructural, inscrita en la lógica misma del encadenamiento significante.

El sujeto hablante es así interrogado por una imposibilidad de escritura: el impasse que representan tanto la diferencia sexual como la muerte, lo que no puede ser simbolizado. Este límite —que funda el campo del goce— es lo que interroga al sujeto y da lugar a su condición castrada, efecto estructural del lenguaje.

viernes, 20 de junio de 2025

Del fading al anudamiento: la discordancia en el corazón del sujeto

La discordancia entre enunciado y enunciación, tal como se representa en el grafo del deseo, pone en evidencia un rasgo esencial de la constitución subjetiva. Lacan ilustra esta discordancia en la oscilación entre dos modos de la negación: aquella que afecta al acto de decir y aquella que incide sobre el sentido producido por la articulación significante.

Es precisamente en el plano del acto del decir donde interviene la función del ne discordancial. Su valor no está en lo que significa, sino en lo que indica: señala el lugar del sujeto en el nivel de la enunciación, aunque no lo nombre. Aquí se retoma la distinción ya trabajada en el esquema L del Seminario 2 entre el moi, localizable en el plano del enunciado, y el sujeto del inconsciente, emergente de la enunciación. Esta diferencia resulta central para la definición lacaniana del sujeto en psicoanálisis.

Se trata, entonces, de un sujeto que no puede ser nombrado de manera directa, ni fijado en un significante único. Por eso, el borramiento —o fading— deviene una operación constitutiva de ese sujeto. Y en ese punto, la distancia y la tensión entre las dos cadenas del discurso (la del sentido y la del deseo) adquieren una relevancia estructural.

El uso que Lacan hace del francés —su lengua materna— le permite problematizar qué es lo que ocupa el lugar del nombre imposible del sujeto, ese vacío constitutivo que estructura la enunciación. En este marco, Lacan afirma que el sujeto se “articula” en el campo del deseo, lo que remite necesariamente a la lógica de la falta.

La elección del verbo articular no es casual: conlleva la exigencia de una relación, de un otro término, que permita sostener el lugar del sujeto. Si este se desvanece como efecto del significante —fading—, algo debe intervenir para resguardarlo de la desaparición total. Es así como comienza a esbozarse la cuestión del anudamiento, concebido como operación necesaria para que el sujeto pueda mantenerse, aun allí donde el significante borra su huella.

martes, 27 de mayo de 2025

El análisis y la división del sujeto: hacia el atravesamiento del fantasma

Un análisis implica ir más allá de los velos del fantasma para situar la división del sujeto como su nudo fundamental. En este recorrido, la escisión subjetiva asume distintos estatutos: desde su dependencia del fading significante hasta lo real de su opacidad.

En Posición del inconsciente, Lacan plantea una serie de tesis sobre la relación entre el sujeto y el Otro. Allí, el inconsciente se define como un corte en acto entre ambos campos, lo que permite pensar su estructura en términos topológicos. Esto lleva a considerar tres aspectos cruciales: la relación entre el inconsciente y el cuerpo, los anudamientos que lo sostienen y su vínculo con la pulsión.

Dentro de este marco, el operador transferencial del deseo del analista resulta central en la cura, ya que permite la entrada en juego del objeto a en la transferencia. En un momento lógico posterior, el analista encarna este objeto, haciendo semblante del mismo. Dicho objeto, en la cura, remite a una posición subjetiva dentro del fantasma y se inscribe como consecuencia de un corte fundante en la constitución del sujeto.

La cuestión central que se plantea en este proceso es: ¿cómo se estructura un agujero? Esta pregunta articula la división del sujeto, la caída del objeto y la constitución de la estructura del fantasma. Así, el análisis transcurre a través de una serie de pasos que hacen posible el acceso al fantasma como respuesta al enigma del deseo del Otro, condición necesaria para su atravesamiento.

En este recorrido, la responsabilidad del analista es decisiva: debe acomodarse a la singularidad del sujeto en cada sesión, aún cuando pueda dar la impresión de tratarse del mismo cada vez. Es esta escucha atenta la que posibilita que el análisis conduzca al sujeto hasta el límite donde el deseo y su estructura pueden ser leídos en su dimensión más radical.

miércoles, 30 de abril de 2025

Fantasma, pulsión y límite: la economía significante en juego

En el Seminario 5, Lacan nos ofrece una lectura minuciosa del texto freudiano “Un niño es pegado”, no solo para esclarecer la estructura de esa fantasía, sino también para desplegar una elaboración más amplia sobre la vida fantasmática del sujeto. ¿Cuál es el valor de lo que Freud formula allí?

Podemos situar ese texto como un punto de llegada en la interrogación freudiana sobre lo económico en el sujeto. En él, Freud logra precisar una constante en la estructura de la fantasía inconsciente, al tiempo que introduce el valor estructurante de la gramática. Esto implica que tanto la neurosis como la perversión se sostienen en un entramado significante, es decir, en una ficción. Y como toda ficción, opera como velo, como recubrimiento de lo que no puede ser plenamente simbolizado.

Desde allí, Lacan retoma la tesis según la cual el significante es la causa material del inconsciente, lo que justifica su referencia a la represión como pilar del aparato psíquico en Freud. No es casual que los textos La represión y Lo inconsciente estén no solo cronológicamente vinculados, sino también lógicamente articulados. En este marco, es necesario afirmar que la represión en Freud —leída por Lacan— es de significante: es el significante mismo lo que se reprime, y no un contenido cualquiera.

Este punto puede resultar enigmático:
¿Quién reprime? ¿Quién exige reconocimiento?
No se trata de un sujeto agente, sino de un funcionamiento estructural en el cual el significante “exige” ser reconocido. Esta exigencia no se refiere a una intención consciente, sino a la articulación misma del lenguaje, en la cual queda un resto. Ese resto es lo que se enlaza con la vida pulsional del hablante, y es lo que da lugar al fantasma como escena de repetición, como inscripción de lo que retorna desde lo no reconocido.

Es precisamente en esa articulación entre fantasma y pulsión donde la demanda se vuelve exigencia —no de un sujeto, sino del lenguaje mismo. Por eso, la fórmula de la pulsión implica una acefalía del sujeto: no hay “alguien” que desea o que exige, sino una estructura que funciona por su cuenta, una automatización del deseo.

De este modo, los ejes de esta construcción se hacen visibles:

  • Significante y exigencia: coordenadas que marcan una orientación clínica y estructural.

  • Un límite: lo no reconocible, lo no simbolizable, lo no investible.
    Este límite, que luego Lacan tematizará como litoral, es el que justifica la necesidad de la construcción en psicoanálisis, más allá de la interpretación como simple escansión o puntuación significante.

En suma, el abordaje de Lacan sobre el texto freudiano no solo restituye el valor clínico del fantasma, sino que abre una vía hacia una economía política del goce, donde el sujeto ya no es dueño ni de su deseo ni de su demanda, y donde el analista deberá orientarse por las marcas de lo imposible.