Mostrando las entradas con la etiqueta codicia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta codicia. Mostrar todas las entradas

viernes, 1 de enero de 2021

Sadismo y erotismo anal

Freud nos dice que “el hombre de la cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que los sexuales”. En un caso y en otro, hablamos de una serie de equivalencias.

Hoy veremos cuáles son las equivalencias que operan en el desarrollo de la sexualidad, desde luego, no entendida como genitalidad, sino como aquel momento constitutivo de la subjetividad que es la sexualidad infantil.

Freud nos dice que “el hombre de la cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que los sexuales”. En un caso y en otro, hablamos de una serie de equivalencias. Desde luego, no nos referimos a la genitalidad, sino a aquel momento constitutivo de la subjetividad que es la sexualidad infantil. El orden de equivalencias tal vez resulte más evidente en el caso del dinero. Hoy veremos cuáles son las equivalencias que operan en el desarrollo de la sexualidad.

Avanzados ya en nuestro recorrido por los textos de sexualidad en Freud, hoy nos preguntamos: ¿cuál es el destino del erotismo anal una vez que se establece la fase genital? ¿Este erotismo anal, se reprime, se sublima o se permuta por otra cosa?

Para responder, tomaremos los rasgos de carácter como la avaricia, la minuciosidad y la terquedad tal como son desarrolladas por Freud en un texto titulado “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal” (1917).

Como hemos visto anteriormente, antes de la fase del primado genital, se da una organización pregenital donde el sadismo y el erotismo anal tienen un lugar principal y directriz. En su dinámica, que se constituye en un juego de poder, hay un componente sádico: entre el retener y el expulsar hay una cuestión de dominio.

Según hemos visto, en las producciones del inconsciente, como los síntomas y las fantasías, los conceptos de caca (dinero, regalo), hijo y pene son permutados entre sí, tratados como equivalentes.

En la clínica de la mayoría de los casos de histeria nos vamos encontrando, luego de bastante tiempo de trabajo, con el deseo reprimido de tener un pene como el varón. Llamamos a esto envidia del pene.

En otras mujeres, en lugar de la envidia del pene lo que hay es el deseo de tener un hijo. El deseo de tener pene, nos dice Freud, es idéntico al deseo de tener un hijo.

Sin embargo, hay otro camino, en el que un sector del erotismo de la fase pregenital pasa a la fase genital. En este caso, el hijo es considerado como algo que se desprende del cuerpo y es allí donde se da la identidad entre hijo y caca (regalo).

La caca es el primer regalo. O bien el niño entrega obediente la caca (por amor), o bien la retiene para su satisfacción autoerótica o para colocar su voluntad. Se trata de una pelea entre el amor y el narcisismo del niño, y con la decisión de colocar su voluntad, se constituye la terquedad característica de este tiempo en ciertos niños.

Del erotismo anal, entonces, surge el desafío; primero con el significado de regalo, y luego mediante su equiparación al dinero.

En el varón hay un elemento más. En el tiempo en que descubre en la mujer la falta de pene, este pasa a ser considerado algo separable del cuerpo. El pene, entonces, es análogo de la caca, el primer trozo al que tuvo que renunciar. El desafío anal de este tiempo (entregar la caca o no entregarla) entra en la constitución del complejo de castración.

Este recorrido se da cuando la pulsión es reprimida o sublimada, lo que da lugar a las trasmutaciones que vimos, pero ¿qué pasa cuando un resto de la pulsión no transmutado queda del lado del autoerotismo?

Cuando el niño está dispuesto frente a la demanda del Otro, representado por la madre, a entregar sus heces a cambio del amor que recibe, la pérdida del objeto anal se subjetiva.

Cuando esa demanda propia de la analidad falla, el proceso queda alterado y el objeto es retenido en la fase anal formando rasgos de carácter propios de esta etapa pulsional. Se produce, entonces, una intensificación de la organización pregenital sádico-anal.

Podemos encontrarlo, por ejemplo, en sujetos codiciosos o avaros, en quienes siempre dejan de lado sus intereses; aunque esto no sólo se juega con el dinero, sino también en los lazos con los otros: hay quienes no pueden intercambiar nada, ni siquiera tiempo, quienes no se permitirían pérdida alguna, aunque sin tener registro pierdan lazos y no acumulen nada.

Todo exceso en retener o deponer debe llevarnos a una interrogación por el erotismo anal.

miércoles, 17 de julio de 2019

El dinero en el (tren) fantasma de los psicoanalistas

Archisabido que la cuestión del dinero envuelve la existencia de todo sujeto, lo representa, habilita o deshabilita, pacifica o invade, sostiene o construye… cuando no lo destruye. Cuestión tal no puede soslayarse en la experiencia clínica donde despierta inevitables torbellinos en los fantasmas de los psicoanalistas que enfrentan –como pueden– esa espinosa cuestión.

El psicoanálisis comparte muchas de las características de la mercancía: a) es un producto del trabajo humano; b) satisface una necesidad-demanda; c) está destinado al intercambio. Como toda mercancía tendrá un “valor” (que no es lo mismo que “precio”), estará sujeto a los altibajos del mercado y se medirá en dinero, que es la medida de valor de todas las mercancías (aunque es, también, él mismo una mercancía, a veces difícil de conseguir como bien saben los compradores de dólares “blue”). ¿Mercantilización del psicoanálisis? ¡No!, simple pertenencia del psicoanálisis a una sociedad mercantil, que no es cualquiera, sino la del neocapitalismo.
No obstante, en psicoanálisis, el tema “dinerario” ofrece varias aristas problemáticas, no sin consecuencias en el fantasma de los psicoanalistas.

Valor de mercado. “[el psicoanalista] Al comunicarle espontáneamente [al paciente] en cuánto estima su tiempo le demuestra que él mismo ha depuesto toda falsa vergüenza” (Freud. Sobre la iniciación del tratamiento –1913–).
Sin embargo, el valor de cambio de una mercancía obedece a varios factores uno de los cuales es la “demanda” que de esa mercancía haya en el mercado; así pues, no se trata sólo de lo que el poseedor estime que “vale” su mercancía sino, y principalmente, de lo que el mercado esté dispuesto a pagar por ella. Incógnita para despejar la cual habrá que tener en cuenta –entre otras cosas– los valores de la “competencia”; pero ¿cuál competencia? Hay un sector de “primeras” y otro de “segundas” (y hasta de “terceras”) marcas. Las “primeras” no pueden alejarse exageradamente de las “segundas”, pero deben estar alejadas, tanto por los costos de advertising (postítulos, pase, libros, profusión de artículos publicados, todo lo cual puede ser reemplazado y superado con mucha aparición en TV) que han insumido, como por el prestigio que ofrecen (ya M. Weber advertía que “el honor del status se basa siempre en la distancia y en la exclusividad”; síntesis: “pertenecer tiene sus privilegios”).