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martes, 16 de marzo de 2021

El reproche en la melancolía y en la paranoia

El seguimiento del reproche nos permite ubicar que en la paranoia "lo malo" está puesto afuera del sujeto, mientras que en la melancolía se ubica por dentro. ¿Cómo ocurre en esto en estas dos psicosis?

La melancolía...
Sigmund Freud defendió en su texto Duelo y Melancolía que en los autorreproches del melancólico, del depresivo, en el fondo se esconden reproches a una persona amada con el que se ha sufrido un desengaño o una ofensa real. Dice Freud:

"(en la melancolía) la mujer que compadece a su marido por hallarse ligado a un ser tan inútil como ella, reprocha en realidad al marido su inutilidad."

También defiende que puede ocurrir no sólo con personas si no con ideales o expectativas que no se han visto cumplidos.

Muchas veces es difícil saber qué ha perdido el sujeto melancólico, porque el duelo no es realizado y la pérdida es muchas veces inconsciente. Una terapia psicoanalítica se propondría investigar de qué se trata, caso por caso.

En la paranoia...

En el texto de Freud titulado Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, Freud dice:

"El reproche es reprimido por un procedimiento al que podemos dar el nombre de proyección, transfiriéndose la desconfianza sobre otras personas"

Para él, el paranoico proyecta en los demás los reproches que inconscientemente se hace a él o ella misma sobre sus recuerdos y pensamientos reprimidos.

Sigmund Freud es el primero en acuñar el término de "proyección" como el mecanismo esencial de la paranoia.

Lacan lo dirá de otra manera similar, algo así como "lo forcluido en lo simbólico retorna en lo real“ para explicar los fenómenos de alucinaciones auditivas que el paranoico cree oír por parte de sus vecinos, amigos, la televisión, etcétera.

martes, 1 de septiembre de 2020

Diccionario de psicoanálisis: ¿Qué es la proyección?

La proyección es una operación por la cual un sujeto sitúa en el mundo exterior, pero sin identificarlos como tales, pensamientos, afectos, concepciones, deseos, creyendo así en su existencia exterior, objetiva, como un aspecto del mundo.

En un sentido más estricto, la proyección constituye una operación por la que un sujeto expulsa hacia afuera y localiza en otra persona una pulsión que no puede aceptar en su persona, lo que le permite desconocerla en sí mismo. La proyección, a diferencia de la introyección, es una operación esencialmente imaginaria.

Fuente: Chemama, Roland (1996) "Diccionario de Psicoanálisis". Amorrortu editores. 

Recomendado: ¿Qué relación hay entre la proyección y los celos? De los celos al síntoma, puntualizaciones de la vida erótica masculina

miércoles, 3 de junio de 2020

¿En qué consisten la posición esquizoparanoide y la posición depresiva de Melanie Klein?

Lo primero que debemos saber es que ella habló de posición y no de etapas. La teoría de Melanie Klein es conocida como la teoría de las relaciones objetales. Describe cómo se posiciona el yo frente al objeto. Hablamos de posición, porque observamos cómo se posiciona el yo frente a ese objeto, cómo se relaciona.

Yo primitivo.

Para Melanie Klein, el niño ya nace con un yo precoz, llamado “yo primitivo” o “yo arcaico”. A la vez, aparece un objeto. No hay yo sin objeto y no hay objeto sin yo. En la realidad psíquica, siempre hay objetos.

Frente al trauma del nacimiento  se produce la angustia de aniquilamiento, que según Melanie Klein es fundante. Esto produce una impresión en el bebé, que es captada por un yo arcaico. Esta marca es tan fuerte, por la pulsión de vida y de muerte, que produce el mecanismo de escisión. Entonces hay 2 aspectos del yo: un yo bueno y otro malo. Esto ocurre porque el yo apenas puede determinar lo que es bueno y lo que es malo.


La sensación de gratificación o sentirse mal tiene relación directa con un objeto. Pero el niño no puede determinar si el bienestar o malestar viene de afuera o de adentro, así que piensa que viene desde afuera. Lo mismo pasa con el objeto, con la diferencia que el objeto se disocia en objeto bueno (aquel que me satisface) y objeto malo (aquel que me mortifica). Esta posición dura toda la vida, podemos amar y odiar a alguien en un determinado tiempo.

Posición esquizoparanoide (0 a 3-4 meses).

Lo esquizoide de esta etapa tiene que ver con la división entre bueno y malo. Lo paranoide tiene que ver con la ansiedad, el miedo al objeto malo. Si el yo se relaciona con un objeto (vivencias o sensaciones gratificantes o displacenteras), lo que se produce entre el yo y el objeto es una tensión. El sistema tensional está cargado de ansiedad. Como el yo es muy primitivo y tiende al mecanismo esquizoide (gratificación – displacer), esto produce ansiedad. Este sistema existe desde el primer momento de vida. 

La posición es muy primitiva, divide entre bueno y malo y está pendiente al sufrimiento de los objetos malos. Por la presencia de otros, el yo se va fortaleciendo.

En esta etapa los objetos son parciales, son objetos buenos o malos, es una visión parcial. Esta no es la única clasificación que podemos hacer del mundo. Las estructuras que quedan más impregnadas por esta posición son las psicóticas.

Este yo posee un nucleo y para que sea lo más normal y sano posible, va a tener que introyectar suficiente cantidad de objetos buenos que lo fortalezcan, le den autoestima y fortaleza yoica.

Aquellos bebés privados de situaciones gratificantes y cuidados, introyectan menos objetos buenos y más objetos malos. El yo queda debilitado.

En la psicosis, el paciente quedó relacionado con los objetos parciales y no con objetos totales, que se producen en la otra posición. Acá la defensa es la escisión y no la represión. Hay objetos buenos y malos y el psicótico va a tener una ansiedad paranoide, se siente perseguido por estar más relacionado con los objetos malos.

Introyección y Proyección.

Según Melanie Klein, la posición esquizoparanoide es un sistema defensivo. Se escinde el yo y simultáneamente se disocia el objeto (en buenos y malos). Idealizar algo es un mecanismo defensivo primitivo. Todos lo hacemos por haber pasado por eso, pero el neurótico puede darse cuenta.

A la disociación se le agrega la introyección, la proyección la idealización y el control omnipotente.

Introyección

El yo no tiene noción de lo interno y externo desde el inicio. Puede en esta etapa hacer esta diferencia entre lo externo y lo interno al yo. El yo quiere para sí las experiencias gratificantes, que son introyectadas para así formar parte del núcleo del yo. El bebé lo hace con ayuda de los padres. A veces, es necesario introyectar algo malo. El yo no siempre introyecta objetos buenos, a veces introyecta objetos malos. Introyectar objetos malos es una forma de conocerlos. El yo tiene un conocimiento que le permite defenderse mejor a posteriori. No solo se queda con el miedo, sino que se queda con el objeto para conocerlo y poder controlarlo. Otra función de hacer esto es que los objetos malos van a ser las representaciones de nuestros propios impulsos agresivos u hostiles. El yo lleno de objetos malos puede traer un sujeto con dificultades de agresión, en el lenguaje, etc.

Proyección

En el sentido más primitivo usado por Melanie Klein, proyectamos hacia afuera lo malo y lo que causa displacer o me irrita. El yo nunca está solo, donde desaparece el malo, aparece el objeto bueno. Cuando necesitamos gratificarnos con algo, es porque nos fue mal todo el día. La proyección es también un mecanismo primitivo. 

Idealización

Es una defensa del yo que protege de los impulsos. Idealizar a los objetos buenos los fortalece en la fantasía. Entonces me siento más protegido, más fuerte contra los objetos malos. Melanie Klein dice que es lógico que aparezca porque si los objetos son buenos y malos, puede aparecer la idealización o la desvaluación. Se puede idealizar lo bueno y lo malo.

Cuando se idealiza, algo se devalúa. Esto crea diferentes representaciones en el aparato psíquico, que produce fantasías que permiten al niño desarrollar su capacidad simbólica. Estas representaciones son fantasías de relaciones de objetos. Melanie Klein habla del mundo interno del niño, además del mundo externo que contenga. 

Control omnipotente.

Es el primo hermano de la idealización. Le hace sentir al niño que tiene controlada la situación. Es como si el niño dijera “Esto va a seguir así”. Defiende contra el miedo a perder el estado de bienestar y poder sobrevivir a los objetos malos (que los siente como si tuviera la intensión de matar al yo). El psicótico piensa que lo van a matar, tiene mucha angustia. La realidad del psicótico no es con el exterior.


Posición depresiva.

Si todo sale bien, el niño va a enfrentarse a un nueva posición relacionada con el polo perceptivo de la consciencia: eso que cambia (que el yo se posicione frente al objeto como venía) lo produce esta percepción nueva y totalmente diferente. Esta percepción implica percatarse que el objeto antes disociado es bueno y malo a la vez. En la percepción, se pasa de clasificar “pecho bueno – pecho malo” a la madre entera. El objeto ya no son 2, aparece un sentimiento novedoso que es la culpa. La culpa es por haber dañado o maltratado a ese objeto  malo, que ahora también es bueno. Esta culpa es muy primaria, es de la etapa oral, entre la posición esquizoparanoide y la posición depresiva.

Melanie Klein piensa que el superyó no surge a partir del Complejo de Edipo, sino que se crea en esta etapa depresiva. Hay un Edipo temprano.

Frente al daño que el niño le produjo al objeto, éste se defiende con la negación maníaca: trata de negar temporalmente los daños causados, minimizarlos para sentir menos culpa.

Para Melanie Klein, el concepto de reparación es nodal. El yo se pasa la vida reparando los propios objetos dañados. Cuanto peor fue la vida de ese yo, más hay para reparar. No se trata de una defensa, sino de una nueva función, un lugar del yo que ahora puede reparar el objeto y a sí mismo. Ej: consolar a alguien. Un yo resiliente tiene mucha capacidad para reparar. Si la reparación maníaca, no es sano, porque el sujeto se agota y cae en la depresión.

Se produce la integración del objeto, ahora el objeto es total. Tolerar esta integración del objeto implica culpa con un mecanismo (negación maníaca) para negar temporalmente la destrucción y que pueda empezar la reparación del objeto. Para reparar, hay que ver si hay en la función materna y paterna de darle al yo las herramientas para eso. La negación maníaca es temporal, porque deben seguirle defensas nuevas. 

Durante la posición depresiva se pasa de la ansiedad paranoide a una ansiedad depresiva. El yo siente culpa y se entristece por haber dañado a sus objetos de amor. Hay que ayudar a que controle sus relaciones hostiles con el objeto, para que sienta que pueda reparar en situaciones futuras. El nivel de disociación, de proyección e introyección, tienen que ir disminuyendo junto a otras defensas. Esto ocurre en la etapa oral y la anal, donde aparecen otras defensas, como la transformación en lo contrario y las demás defensas de Freud.

La melancolía se origina en el pasaje entre la posición paranoide y la depresiva al no poder reparar el objeto dañado. Uno se queda llorando esos objetos por siempre, lo que causa la melancolía psicótica. El yo no abandona nunca la disociación y se queda lleno de objetos destruidos. Los objetos están idealizados en lo destructivo.

Las estructuras perversas y border están en la posición depresiva, pero no han logrado un pasaje exitoso desde la posición esquizoparanoide, por lo que no pueden integrar el objeto. Tanto psicóticos como perversos tienen la defensa prevalente de escisión y los intentos de integración son fallidos.

lunes, 18 de noviembre de 2019

El curioso impertinente.

Por Enrique  Millán

Anselmo y Lotario, se llamaban. Y eran amigos del alma. Se les conocía por ese amor que se tenían. Siempre se les veía juntos. Anselmo gustaba más de las lides amorosas y Lotario de la caza. Y cada uno de ellos seguía al otro en sus inclinaciones. Anselmo se enamoró de Camila quien, como sucedía con todas las mujeres que habitaban el libro en que esta historia se cuenta, era muy hermosa; quizás, la más hermosa del lugar. Luego de las negociaciones pertinentes, en parte llevadas a cabo por Lotario, se realizó la boda. Éste mantuvo una conducta muy cautelosa respecto de las visitas realizadas a la casa de los recién casados para no afectar el honor de la dama. Sin embargo Anselmo reaccionó frente a dicha conducta rogándole que continuase con sus costumbres anteriores y poco tiempo después sorprendió a su amigo con una insólita confesión y aún, con una rara propuesta. Dijo estar agradecido por la suerte que había tenido en su vida, por los padres que le habían tocado, por gozar de su amistad y por la hermosa mujer que había desposado. Pero que había algo que le causaba “angustia” (así está escrito en el texto original). Dijo que sabía de la honestidad y de la fidelidad de Camila, pero que resultaba fácil para cualquier mujer cumplir con esos deberes y sostener esas virtudes recluida en su casa y cuidada de todo peligro y que la única forma de saber ciertamente de su carácter en estos temas consistía en tener la prueba fehaciente de que se había rehusado a aceptar las propuestas de otro hombre. Y la única manera de saberlo era que dicho hombre diera cuenta de sus intentos y del rechazo y que nadie mejor que el amigo íntimo para prestarse a montar una ficción para realizar una prueba semejante.

Sospecho, a esta altura, que el lector sabrá ya que se trata de una historia incluida por Don Miguel de Cervantes Saavedra en el libro en el que relata las aventuras del ingenioso caballero Don Quijote de Mancha, al que tanto le debe el psicoanálisis, puesto que, varios siglos después, un joven de habla alemana aprendió la lengua castellana para poder leerlo en el original. ¿Qué otra cosa podía hacer que inventar el psicoanálisis luego de leer tanto estrambote y desconcierto?
Por el escaso lugar que permite esta publicación no continuaré relatando la historia de estos amigos que llega a situaciones interesantísimas. Sugiero, más bien, su lectura no sin recordar que el tema de los celos y la bisexualidad, es tomado en otras historias contadas en dicho libro. Agrego también que no solo en este tema el libro debe haber abierto la cabeza del joven sino también en lo que se refiere a la teoría de la causa, del pensamiento, del amor y de la muerte, todos en franca subversión con la razón cartesiana. 

Almudena Grandes, en su novela Castillos de cartón, nos recuerda -citando a Lorca- que “el dos no ha sido nunca un número, porque es una angustia y su sombra”, para agregar que el tres es un número impar, que es un número aparte, que es un número par y finalmente que tampoco es un número.
Habiendo inventado el psicoanálisis y algunos años después (1922) Freud reúne sus conclusiones sobre los celos en un artículo. Siguiendo la tendencia clasificatoria decimonónica, encuentra tres tipos de celos. 
Un primer tipo al que llama “normal” se caracteriza por “la tristeza y el dolor por el objeto erótico que se cree perdido”, por la “ofensa narcisista”, por “los sentimientos hostiles contra el rival preferido” y por una autocrítica que “quiere hacer responsable al propio yo de la pérdida amorosa”. Agrega luego, utilizando la versión masculina –pero no tendríamos ningún inconveniente en afirmar que ocurre también en las mujeres– “la pérdida del hombre inconscientemente amado, y el odio contra la mujer considerada como rival”.


Un segundo tipo al que llama de celos “proyectados” nacen en ambos géneros de las propias infidelidades o del “impulso” a cometerlas. Es interesante observar cómo Freud ubica una cierta solución a estos temas en parejas, que permiten ciertos juegos seductores con terceros que dan curso a la fantasía pero con la idea de que la excitación surgida de dicha escena se satisfaga dentro de la pareja. Obviamente este tipo de juegos supone una cierta capacidad metafórica en los participantes y una posición respecto de la capacidad de incurrir en cierta ficción. Algunas personas excesivamente amantes de la verdad literal, no creen para nada en estos artilugios y mucho menos en que todo termina en una satisfacción dentro de la fidelidad.

Estos casos nos permiten pasar al tercer tipo de celos, los francamente delirantes que son exclusivamente homosexuales. Forman parte de la paranoia celotípica. Como siempre la paranoia pone en evidencia una verdad que es también verdad para la neurosis, pero con un pasaje de la versión acerca de la verdad, de la metáfora a la certeza. Los celos son siempre homosexuales.
En “Análisis terminable e interminable” Freud plantea que “Algo que los dos sexos tienen en común ha sido forzado, por la diferencia entre los sexos, a expresarse de distinta manera”. Como suelo decir, aunque no demasiado seguido, cualquier corazón lacaniano se llenaría de alegría. Puesto que hay “algo” que los dos sexos tienen en común. Estamos cerca de la expresión que sostiene que hay un solo sexo. Freud no dice qué es ese “algo” que tienen en común, pero es posible pensar ese “algo” como el objeto a. O, más bien, decir que el objeto a nos resuelve el problema de saber qué es ese “algo”. O también, que podemos nombrar ese “algo” con la letra a. La sexualidad entonces está referida a algo que es lo mismo para ambos géneros.

O sea que puede pensarse en una sexualidad oral, o bien anal, o escópica o invocante. Se puede armar un fantasma desde allí y tener una vida sexual desde cada una de las formas del objeto a y de sus puntos de angustia. Se puede armar tensión sexual y coitos, desde estas cuatro formas: angustia porque el partenaire no tenga lo que el sujeto desea, ansiedad por el momento de corte, se puede caer como un resto despreciable de la escena, o administrar y retener semen, orgasmos, caricias, palabras de amor, o ansiedad por caer en el escotoma más abismal en que se puede caer por la caída de unos párpados, o hacer transitar la sexualidad por la presencia del olvido, el otro puede olvidar; y también se puede vivir la erótica del llamado y la respuesta, o el deseo del gemido. “Amor de mis amores… en vano espero tu palabra escrita” de Lorca. Todo eso se puede, entre los puntos de angustia y la causa del deseo.

Pero el problema aparece cuando entra en escena el pene. Aquí la cosa no es igual. En principio debemos decir que no a todo el mundo le sucede. Es un punto en el que diferimos con Freud, pareciera que plantea esta problemática como universal en la neurosis, lo mismo ocurre con Lacan. Y, a pesar de sus optimismos universalizantes, no ocurre con todos los neuróticos que el pene tenga un lugar relevante en su sexualidad. Muchas veces es casi un instrumento necesario secundariamente para lograr otros objetivos descriptos en el párrafo anterior. En una cultura anal resulta dominante una sexualidad centrada en los pequeños objetos, en el consumo, en la acumulación, en la riqueza, etc.
La problemática del pene vela y devela al objeto a que aparece fugazmente en la detumescencia, por ejemplo, o cuando se deja chupar… En fin, la lista es larga.

Volviendo a Freud, ese algo que tienen en común los dos sexos se divide en dos posiciones, se puede querer tenerlo o se puede temer perderlo. Sin embargo en el artículo citado no define la angustia de castración de esa manera sino que la define como “la lucha contra la actitud pasiva o femenina frente a otro varón”. La “aspiración a la masculinidad” es sintónica con el yo, mientras que la actitud pasiva ante otro hombre es enérgicamente reprimida. No define a la masculinidad como algo en sí, sino como una aspiración. Por eso se entiende la necesidad de la parada masculina, es necesaria para que nadie note la posición pasiva ante otro hombre. Dámaso Alonso decía de Quevedo que era tan hombre, tan hombre, que le iba muy mal con las mujeres.

Ahora bien, supongamos que un hombre se vincula al cuerpo de una mujer y goza en él, y que este encuentro tenga el efecto de velar su actitud pasiva ante otro hombre. Aunque Freud diga “actitud pasiva” en general, en materia de complicaciones clínicas, debemos subrayar que se trata de una actitud hacia otro pene, más allá del ocasional portador. Así, el cuerpo de la mujer remite necesariamente a otros penes. Los pasados, los actuales posibles, los imaginados, los soñados, etc.

El cuerpo de la mujer es una alforja en cuyo interior el hombre encuentra un pene. Revisar el Seminario de la Angustia al respecto. 
El destino final de esta posición termina en la fantasía de ver a su mujer teniendo relaciones con otro hombre. Por un lado, por la vía identificatoria, satisface su relación y su curiosidad con el otro hombre y por otro, por la vía proyectiva, ve en su mujer a una puta que goza del pene en sí, no tanto del portador, se ofrece a todos, no es una madre.
Algo estrictamente simétrico ocurre con las mujeres. Si entre su cuerpo y el de otra mujer introduce el cuerpo de un hombre, este cuerpo deberá tener “odor femina”, así como el pene, restos de efluvios vaginales. Y requerirá del hombre esa mirada algo donjuanesca que sabe, como un buen catador, identificar a una mujer. También en este caso por la vía identificatoria, logrará estar con una mujer portando un pene y, por la vía proyectiva ver a ese Don Juan a quien poco le importa con qué mujer satisface sus deseos.

En los dos géneros se escucha la pregunta acerca de qué sienten una mujer o un hombre en el momento del coito, cualquiera sea el sexo del curioso y más allá de Schreber.
Ahora bien, en todos los casos debemos decir que las cosas no son simples, porque todos estos temas suelen estar profundamente reprimidos. Y como la represión es siempre fallida, en sus desgarros escuchamos el sufrimiento de los celos. Aparece en la búsqueda apasionada de restos del cuerpo de la otra persona en el cuerpo del partenaire, de sus ropas, en esas búsquedas olfativas en las ropas interiores, en las eyaculaciones precoces que se producen justo en el momento en que la mujer comienza a gemir y que más cerca se siente la pregunta por su goce, en la pérdida o en la interrupción del orgasmo; en fin, en una semiología de todos conocida de profundo dolor. 

Podemos aspirar a la pacificación de la relación con el otro pene o con la otra mujer, ya que no a sacarlos de la escena puesto que sin ellos la sexualidad no tendría sentido en estos sujetos. El coito fantaseado con el padre o con algún sustituto determinará un estilo sexual, no es lo mismo un padre donador que un padre violatorio. Se le pide un pene, luego ideales y significantes y finalmente en la exogamia se trata de dejarse tomar por el saber. Se trata de dejarse sodomizar, cosa que ya sabían los griegos. Lo mismo ocurre con las mujeres en las que la pacificación supone reparar una caricia faltante, o superar una distancia congelada.
Esta pacificación podrá tener distintos destinos, en la fantasía, en la realidad, en el amor. Pero un destino fatal si el analista no pasó por estos temas en su análisis. Estas suciedades freudianas no son un mero antecedente del objeto a, como se pretende cuando se lo quiere pasteurizar. 
Quedan fuera de este texto los celos infantiles, de latencia, de características orales o anales.
Fuente:  Imago Agenda Nº 187 | diciembre 2014 

viernes, 11 de octubre de 2019

Los celos, ¿son una “pasión honesta”?

El autor parte de una pregunta tan clásica como actual: los celos, ¿son una pasión legítima o un testimonio del “desprecio por uno mismo y por el ser amado”? En el camino hacia una respuesta, recuerda la fuerte distinción entre los celos y la envidia, y advierte que los celos son “una pasión constitutiva del deseo”.

 Por Gabriel Lombardi *

En un pequeño tratado sobre las pasiones, Descartes plantea una pregunta cuya relevancia ética se reanima hoy: ¿es la pasión de los celos una pasión honesta y útil o un testimonio de la falta de amor y del desprecio de sí mismo y del ser amado? El filósofo rápidamente toma posición, advirtiendo los problemas que implica considerar al partenaire como un bien propio: “Despreciamos al hombre que es celoso de su mujer, ya que es un testimonio de que no la ama de buena manera y de que él tiene una mala opinión de sí o de ella. Digo que él no la ama de buen modo porque, si tuviera un verdadero amor por ella, no tendría ninguna inclinación a desconfiar de ella. Pero no es propiamente a ella a quien él ama, sino solamente al bien que él imagina, consistente en ser el único en poseerla, ser su único dueño. El no temería perder ese bien si no considerara que él mismo es indigno de tenerlo o bien que su mujer es infiel”.

Los celos forman parte de la vida cotidiana, por razones que hacen a la naturaleza del deseo humano, aunque de un modo diferente en el hombre y en la mujer. El término designa el ardor, la pasión, y también la emulación, una rivalidad que no necesariamente es nociva. Pero también se lo emplea para designar el sentimiento penoso experimentado al sospechar que el objeto amado puede ser disfrutado por un tercero, y el temer que pueda ser sustraído por él. El término evoca una pérdida y al mismo tiempo una paradoja: cuanto más el ser amado es deseado por otro u otros, cuanto más cerca del otro está en el deseo, tanto más estimable se vuelve para el sujeto. lo cual da a esta pasión ese aire de profunda irracionalidad subrayado por Descartes: los celos no surgen tanto de la fuerza de las razones que permiten juzgar que se puede perder al ser amado, como de la gran estima que cobra ese objeto justamente a partir de ser deseado por otro u otra.

miércoles, 31 de octubre de 2018

De los celos al síntoma. Puntualizaciones sobre la vida erótica masculina.

Fuente. (Lucas Boxaca y Luciano Lutereau)

“¿Cómo pudiste estar antes con ella?” son preguntas habituales que, en la histeria, apuntan menos a buscar una respuesta que aporte un dato que al propósito de sostener una versión del deseo que la ubique en la escena como excluída y, por ende, no la toque como causa. Por esta vía, asimismo, los celos histéricos son una vía privilegiada para sostener el goce de la sustracción –cuestión que incluso se corrobora en que, como ocurre en nuestros días, la histérica preste el cuerpo para el acto sexual, es decir, condescienda a ser objeto de goce…
  
La reciente publicación en castellano del libro Lecciones psicoanalíticas sobre los celos, de P.-L. Assoun –que realiza, fundamentalmente, un esclarecimiento del repertorio bibliográfico sobre la cuestión–, es el motivo para plantear una pregunta clínica que podría interesar a todo practicante de psicoanálisis: ¿en qué medida los celos se pueden constituir en –o pueden ser el hilo conductor en la constitución de– un síntoma?